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CARTA DEL EDITOR

Apreciado lector,

He aquí un libro altamente recomendable para todos aquellos que


alguna vez han considerado relevante pararse a pensar sobre sí mis­
Sí mismo
mos. Porque en sus páginas se trata precisamente de eso, de ese sí
mismo que tendemos a considerar como obvio o evidente y que, en
realidad, constituye una compleja, elaborada y a veces endemoniada
como nadie
construcción. La construcción, por así decirlo, en la que habitamos.
Para una :filosoña de la subjetividad
Amomo GóMEZ RAMos
No siempre resulta confortable la vida ahí adentro. Dicho espacio se
nos ha ido cuarteando, deteriorando e incluso deconstruyendo, de
tal manera que en muchos momentos parece haber perdido su an­
tigua condición de lugar a salvo, de ámbito de la autenticidad, de lu­
gar en el que encontraba cobijo la esencia del propio sujeto. El lugar,
en definitiva, en el que habitaba el núcleo duro del yo.

Ya no estamos ahí, nos recuerda Antonio Gómez Ramos, sabedor


de que la intemperie que entrevemos a través de las grietas de la
vieja construcción no constituye un lugar deseable para quedarse
a vivir. Pero el autor no convierte dicha conciencia en nostalgia por
ninguna identidad perdida ni en argumento para complacerse en
la derrota, sino en palanca para volver a pensar de cuanta verdad
acerca de nosotros mismos somos depositarios y cuánta soledad
y vínculo social, precariedad y política están en juego en ella. Por
eso, también, se trata de pensar de cuanta verdad acerca del pro­
pio yo y de la vida en común estamos dispuestos a hacemos cargo.
UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
de Pensamiento21

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IBIC: HPCF 14. 00 C

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COLECCIÓN P91SAMIENT021
DIRECTOR DE LA COLECCIÓN, MANUEL CRUZ

U.AMA A lA PUERTA DE TU SOLEDAD Y PREGUNTA


POR EL SEÑOR; SI TE ABREN, ES QUE NO RAS HABLA·
DO E.� VANO CON LOS OTROS.
PaulCelan

J'MNOBODY! WHO ARE YOU?


Ali.E YOU-NOBODY- TOO?

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TREN THE.RE's A PAIR OF us!
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.
How DREARY-TO BE- SOMEBODY!
[. .).
Em.ily Dickinson

DISEÑO DE L A COLECOÓN, EST\JOIO JOAQU(N GALLEGO


DISEÑO DE CUBIERTA, EST\JDIO JOAOUIN GALLEGO

C ANTONIO GóMEZ RAMOS. 201S

O LDS LIBROS DE LA CATARATA. 2015


FUENCARRAL 70
28004 MADRID
TEL 91 532 05 04
FAX. 91 532 43 34
WWW.CATARATA.ORG

SI MISMO COMO NADIE.


PARA UNA ALOSOFIA DE LA SUBJETMDAD

ISBN, 978-84-9097-o49-2
DEl'ÓSITO LEGAL, M-27.919-2015
IBIC, HPCF

ESTE LIBRO HA SIDO EDITADO PARA SER DISTRIBUIDO. LA INTENOON DE


LOS EDITORES ES QUE SEA UTILIZADO LO MÁS AMPLIAMENTE POSIBLE.
QUE SEAN ADQUIRIDOS ORIGINALES PARA PERMmR LA EDICIÓN DE
OTROS NUEVOS Y QUE. DE REPRODUCIR PART6. SE HAGA CONSTAR El.
TfruLD Y LA AIITDRIA.
ÍNDICE

PRÓLOGO 11

CAPITULO 1. ESO IRREDUCTIBLE QUE PUEDE DECIR -yo· 19

CAPITULO 2. RECONOCIMIENTO 35

CAPITULO 3. ETJCIDAD 49

EXCURSO: ESTUPIDEZ 63

CAPITULO 4. SOLEDAD 75

CAPITULO 5. PRECARIEDAD 91

CAPITULO 6. EL BORDE POROSO DEL NOSOTROS 107

BIBLIOGRAFIA 125
PRÓLOGO

Este libro trata del llamado sujeto, de eso que en español


filosófico se denomina, malamente, sí mismo. Si quisiera
ser un libro de autoayuda, podría titularse ¿Cómo ser uno
mismo?, o quizá, mejor, ¿Quién puede ser uno mismo, y
cómo? Desde luego, no es un libro de autoayuda-dichoso
el filósofo que consiga escribirlo--. Solo trata de pensar
eso por lo que los individuos pueden plantearse ser ellos
mismos y ser reconocidos como tales. Esto es, ser sujetos,
algo, o alguien, que tiene una referencia a sí mismo, al­
guien que puede incluso llegar a decir "yo", a reflexionar­
se sobre sí para referirse a sí lingüísticamente o de otra
manera. ¿ Quién puede decir yo y qué es lo que ocurre
para que pueda decirlo? ¿Qué tipo de entidades son esas
que no son simplemente, sin más, sino que son para sí y
llegan a decirse o pensarse o sentirse a sí mismas? ¿ Que se
definen por una relación consigo mismas? Y ¿en qué con­
siste esa relación? ¿Se agota en ellas o necesita de algo
más, de otros, del mundo?
Dentro de la filosofía académica, la reflexión que aquí
propongo se suma a los estudios sobre el retorno de la
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subjetividad que han tenido lugar en los últimos decenios, del género fuera del modelo dominante, en nuevas explo­
como respuesta a la tantas veces pregonada "muerte del raciones de la corporalidad, de lo posthumano, o la mera
sujeto" a lo largo del siglo XX. Entre muchas corrientes estética de sí mismo. En la medida en que todas estas son
filosóficas de este periodo, del estructuralismo a la her­ formas en las que se da hoy el sujeto en el mundo, en las
menéutica, estaba extendida la idea de que, al menos realidades sociales e individuales, la reflexión que aquí
desde Descartes, la filosofía moderna ha presupuesto que propongo puede considerarse también parte de una filo­
la única cosa capaz decir "yo" es el sujeto humano, racio­ sofía mundana.
nal, pensante, el que se descubre a sí mismo y se descubre Sin embargo, no vamos a analizar, para justificarlas o
como causa cuando dice cogito ergo sum. El balance, al final rechazarlas, cada una de esas nuevas formas mundanas
del siglo XX, fue que ese presupuesto era sumamente de identidad. Son, por lo demás, como ya indicaremos, la
excluyente, que dejaba fuera a los no blancos, a los no continuación de un impulso romántico sumamente mo­
occidentales, a los no varones, a los no heterosexuales, a derno. Antes bien, lo que veremos es que tales formas de
los no humanos ... De ese balance, que aquí damos por identidad dan expresión a modos históricos de subjetiva­
sabido, resultaron declaraciones sumarias sobre la muerte ción que corresponden al dato insoslayable de la subjeti­
del sujeto. Paradójicamente, a la vez, empezaron a ocurrir vidad, de que lo sí mismo es una dimensión de lo que hay.
enérgicas reivindicaciones de variadas formas de identi­ Las reivindicaciones de la subjetividad que han tenido
dad, con sus consecuentes demandas de reconocimiento. lugar en los últimos decenios -sobre todo las de corte
Pues mientras en la filosofía académica se proclamaba la fenomenológico- han estudiado la subjetividad como
muerte del sujeto, en la práctica, en las realidades indivi­ fenómeno de la conciencia, y están produciendo fértiles
duales y sociales, no se ha dejado desde entonces de entrecruzamientos con la neurociencia, el psicoanálisis, la
decir "yo" con un énfasis creciente, remarcando la iden­ fenomenología y la filosofía clásica que, manteniendo el
tidad étnica o nacional o de clase (esta última, por cierto, lugar central del cogito, matizan la visión de un sujeto car­
con menos frecuencia) o religiosa o de una determinada tesiano racional, autónomo, transparente a sí mismo,
particularidad de la condición sexual, o bien una estética autosuficiente. En este libro no se seguirá esa línea de
personal en la construcción de sí mismo ... Así, en los estudios sobre la conciencia, pero sí se enlazará con esa
últimos decenios, la identidad se ha ido convirtiendo en revisión del sujeto supuestamente cartesiano, supuesta­
palabra casi excesiva de referencia: a menudo como una mente moderno.
identidad colectiva, alimentada filosóficamente por el Pues los sujetos, también los de esas nuevas formas de
comunitarismo; pero también como una identidad indi­ identidad, pero no solo ellos, son sujetos intrincados,
vidual que podía argumentarse como tecnología del yo y sujetos frágiles, sujetos desamparados, sujetos expuestos
cuidado de sí -en las felices expresiones del filósofo que en su deseo: pero sujetos que son ciudadanos, individuos
había hablado la muerte del hombre en pleno contexto involucrados en la acción política, en el contacto y con­
estructuralista-, o simplemente en la reivindicación flicto con los otros, son conciencias de sí más allá de las
postmoderna del despliegue de la propia y peculiar indi­ estructuras sociales en las que se originan y que les de­
vidualidad, en identidades nómadas, en construcciones terminan, más allá de las estructuras de dominación. O
1�
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precisamente lo son a pesar de ellas, en su resistencia a radical soledad del sujeto frente a sí mismo: frente su
ellas. Son subjetividades heridas y construidas en el posibilidad, frente a la responsabilidad de su realiza-
sexo, en el género, en el trabajo, en el cuerpo, en su ción, frente a su escisión y a su deseo. Esa tensión de
condición animal, cuando no en los animales mismos, intersubjetividad y soledad, por un lado, de solo poder
en la naturaleza y en el afuera de una naturaleza des­ ser uno mismo en entramados éticos de reconocimiento
compuesta, en la tecnología que los atraviesa. En cada y, por otro, ser uno mismo siempre en el confinamiento
caso, son acontecimientos: el acontecimiento en que se de la propia soledad, es una tensión que atraviesa el suje­
da la libertad por la que se dice un yo, se asume un tú, to en todas sus configuraciones contemporáneas. Al
se conoce un mundo, se distingue un nosotros o se reconocerla se ponen al descubierto su fragilidad y su
autoanula uno en él. Partiendo de eso que es la expe­ dependencia: su fracaso, que analizamos en el "Excurso:
riencia de cada día, de cada uno, la idea que aborda este la estupidez"; y la ambigüedad de su "soledad" (capítulo
libro es simple: ¿y si ese desamparo, esa fragilidad de los cuarto), que tanto le incomunica como le da su capacidad
sujetos, esa dependencia insoslayable que requiere y obsta­ de trascenderse, de formarse y adoptar una visión gene­
culiza la libertad de cada sí mismo, tuviera que ver con la ral. A la vez, esa textura de la primera persona revelará lo
estructura de la primera persona, estuviera inscrita en el insoslayable, incluso lo primario, de la segunda persona,
bucle mismo por el que cada uno puede decir "yo", o ser el abocamiento al encuentro con la precariedad, un tú
interpelado como un tú, ser un sujeto? que se da como interpelación (capítulo quinto). Pero en
Se explorarán, de modo preliminar, algunas pregun­ ese encuentro se repetirá la tensión entre la propia
tas decisivas en torno a las posibilidades y límites de estructura del reconocimiento -por el que se establece
decir "yo", de ocupar y adoptar la perspectiva de la pri- una relación ética entre yo y tú-, y la soledad del otro, que
mera persona (capítulo primero). Se verá después (capí­ se presenta como opacidad y "precariedad" de la que ha­
tulo segundo) que no es posible decir libremente "yo" cerse cargo.
más que dentro de estructuras intersuhjetivas de "reco­ Los límites del tú, de aquello que podemos llamar "tú"
nocimiento" y asumiéndose reflexivamente en ellas. El y considerar, por ello, como un yo, los límites en los que se
sí mismo está de antemano escindido por su deseo y dibuja un nosotros, se abren entonces de manera indeter­
abocado a los otros. Un sujeto lo es sólo si es reconocido. minable (capítulo sexto). Resultará un sujeto más margi­
Y el reconocimiento o su fracaso tiene lugar en la estruc­ nal, menos firme que el sujeto llamado moderno, que
tura de lo que, en el capítulo tercero, llamamos "etici­ acabó haciendo aguas; pero, en su fragilidad, más resi­
dad", donde se entrecuzan conflictivamente lo particular liente y menos exclusivo en su concepción, más abierto,
de la perspectiva sobre sí y lo general del espacio públi­ más rico, más indeterminado: sobre esa consideración se
co, la dimensión afectiva con las necesidades económi­ replantean los problemas morales y políticos contempo­
cas y la existencia política. Se hará allí patente cómo, en ráneos. Formas de subjetividad que se dan en el margen de
tensión con esa necesidad del reconocimiento -que, por lo social, en la condición de paria y de la nuda vida; que se
otro lado, es la base de la estructura social y de nuestra pueden reconocer en el margen de lo humano, como los
condición moral-, el acto de decir "yo" implica una animales, quizá en todo lo viviente, o más allá o más acá de
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lo humano, como en los ámbitos que la condición biopolí­ experiencia, memoria e imaginación" (FFI-2012/32033)
tica trata de imponer como únicos, o en la posibilidad de financiado por la DGCyT.
sujetos no humanos, quizá posthumanos. La lectura minuciosa de Carmen Pérez, de Los Libros
Lo menos que se puede ser es uno mismo. Cualquiera de la Catarata, me hizo mejorar mucho el manuscrito.
lo es. También es lo más que se puede ser. Nadie puede ser Salvador Cobo, oyente atento, me sugirió los versos de
de verdad más que uno mismo. Esta ambigüedad casi Emily Dickinson en la primera página.
cómica es la que explica el título: Sí mismo como nadie.
Porque nadie puede ser él mismo como uno. Pero esto,
que expresa la originalidad y exclusividad de cada sujeto,
su ser único en el mundo, cuando este sujeto se hace cons­
ciente de ello, de cómo su ser yo en primera persona está
supeditado al reconocimiento y la interpelación de una
segunda persona y, en última y definitiva instancia, a la
impersonalidad de una tercera, acaba por mostrarle que,
por mucho que sea él mismo, ella misma, y cuanto más lo
sea, tampoco es nadie.

Rocío Orsi no pudo ya leer el manuscrito. Hablé muchas


veces con ella de estas ideas durante su gestación, y las
entendió seguramente antes que yo, aunque de otra mane­
ra, como siempre. Vaya este libro en recuerdo suyo.
También he discutido el contenido, de manera más
académica que lo aquí presentado -pero ni más ni menos
rigurosa, espero-, con estudiantes de cursos de posgrado
en las universidades Carlos III de Madrid, Valencia y Santa
Maria (Brasil).
Carlos Thiebaut es un interlocutor fiel, constante y
poco complaciente. En diversos encuentros y semina­
rios he recibido aportaciones de mis compañeros de la
Universidad Carlos III de Madrid y de la Universidad
de Vanderbilt, particularmente, Alba Montes, Andrea
Greppi, Carmen González Marín, Christina Karageorgou,
Fernando Broncano, Gregg Horowitz, José Medina y
Narciso López Primo. Con ellos trabajamos en el Proyec­
to de Investigación "Encrucijadas de la subjetividad:
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CAPITULO 1
ESO IRREDUCTIBLE QUE PUEDE DECIR 'YO'

ESPECIALISTAS EN TI

Durante muchos años, unos grandes almacenes tenían


este eslogan publicitario: "Especialistas en ti" No era
posible leerlo sin irritarse. Se sabía -y ellos sabían que
se sabía- que su interés estaba en vender, no en el "ti"
en que decían ser especialistas; y en vender cualquier
cosa, con lo que uno, el apelado como "tú'', era para
ellos. en realidad, cualquiera. Es verdad que cualquiera
es "uno"; y en muchos sentidos -desde luego, en el
comercial y estadístico- cada uno es cualquiera. Pero
por eso irritaba el anuncio: si cada uno es cualquiera
para ellos, aunque se digan especialistas, ¿ qué saben
ellos de mí?
Entretanto, la declaración de ser especialistas en
algo tan particular como uno -como cualquier posible
comprador- se halla implícita en todos los anuncios
posibles: la lógica de las estrategias comerciales lleva a
diseñar ofertas supuestamente específicas para clientes
supuestamente específicos. Cuanto más se intensifica el
19
capitalismo, más sofisticado aparece el perfil de los Cuando Foucault, allá por los años ochenta, puso en
clientes. Recíprocamente, estos, que a su vez son ciuda­ circulación expresiones como "tecnologías del yo",
danos, profesionales, hijos, padres, amantes, deportis­ "cuidado de sí", no estaba en esta lógica comercial de la
tas, turistas, expertos en vinos, senderistas, voluntarios, que hemos partido. Miraba, de hecho, a la antigüedad

etc., buscan también, aparentemente, sofisticar su per­ tardía. Pero sí captó, ciertamente, una fibra central de
fil o, al menos, construirlo y definirlo por ellos mismos. un tiempo que se decía individualista, el del cultivo de sí,
También están, no lo olvidemos, los que no son clientes la construcción de la propia identidad: en la salud, en la
ni pueden serlo; pueden tener más dificultades para forma de vivir la sexualidad, en la orientación del género,
construir su perfil. Sobre todo, si ha de ser con los gran­ en el régimen de vida. Muchas veces como forma de resis­
des almacenes. tencia contra las políticas hegemónicas de organizar la
Todos los observadores sociales coinciden en detec­ vida; otras, algunas las mismas, como estilos de vida in -
tar que, desde hace unos decenios, desde el final de los tegrados en el capitalismo multicolor del primer mundo.
grandes metarrelatos y de las creencias definidas que Identidades nómadas, formas alternativas de construcción
cohesionaban y uniformizaban las sociedades, los indi­ de sí, géneros transversales, géneros postgénero, subjeti­
viduos han intensificado el esfuerzo por definirse de vidades posthumanas. El nuevo énfasis de la individuali­
manera exclusiva, por construir la trayectoria de un dad podía ser emancipador o podía ser un producto
estilo de vida personal y distintivo. En gran medida, las comercial. Para algunos críticos, como Christopher Lasch
ofertas publicitarias y los impulsos del mercado soplan o Richard Sennet, denotaba un narcisismo paralelo al ais­
en las velas de ese viaje. Y la enorme variedad que lamiento de los hombres en una sociedad sin proyecto
resulta de la globalización, la diversidad cultural, el común de futuro. Para otros, como Giddens, se debe salu­
eclecticismo estético, les suministra a estos individuos dar aquí más bien el signo de una reflexividad creciente
-preocupados como están por ser ellos mismos- posi­ del hombre moderno, de la sociedad moderna.
bilidades de definirse por su estilo de vestir, sus prefe­ En cualquier caso, se trata de una atención redobla­
rencias musicales, sus aficiones culinarias, su modo de da del sujeto sobre sí mismo, para ser él mismo. Si
viajar o la marca de coche que conducen. Crear también puede serlo así, si puede serlo él solo, individualmente,
sus propias comunidades. Más allá del simple consu­ o si ello implica algún tipo de vínculo con los otros suje­
mo, pero aún dentro de la lógica comercial, se preocu­ tos, y cuáles -¿ qué hay de los que no tienen ni pueden
pan por su cuerpo, lo tatúan, lo atraviesan de piercings, tener su propio perfil? - es asunto que le preocupa a él,
o llenan los gimnasios y recorren al trote calles y par­ al sujeto, y le preocupa a la política, a la moral, a la peda­
ques urbanos; se preocupan por su alma y llenan las gogía, al psicoanálisis, a la psicología; quizá a los profe­
consultas de los psicoterapeutas; buscan su identidad sionales del marketing. Si alguien puede decirse espe­
en las fracturas de la memoria histórica o en pertenen­ cialista en ti, entonces es que hay, o puede hablarse, de
cias nacionales y étnicas; también practican milenarias un yo; por lo menos, alguien qu e puede decir "yo" Sea
sabidurías orientales adaptadas -yoga, meditación­ esa, por de pronto, nuestra primera definición de suje- ,
para llegar a sí mismos. to: alguien que puede decir "yo".

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PRESENTANDO AL SÍ MISMO humanidad entera-, aunque tengan demostrada su capa­
cidad para actuar y sean un marco de referencia funda-
Nadie, ciertamente, es un yo. "Yo" es un pronombre; mental para producir identidades, se constituyen en un
como tal, está, o mejor, se dice en lugar de algo, en lugar de entramado de mediaciones de poder, sociales y lingüísti­
aquello que cada cual es; está en lugar del sí mismo que cas que se alejan de la inmediatez con la que, por de pron­
cada uno es. Cada uno o, al menos, cada ser dotado de len­ to, el sí mismo accede a sí mismo. Baste observar que,
guaje, es un sí mismo en tanto que puede referirse a sí cuando un grupo se refiere a sí mismo, lo hace de manera
mismo como "yo". El pronombre "yo" es un signo, más vícaria, pues siempre es uno, y no todos, el que dice
precisamente, es un indéxico, un signo vacío de contenido "nosotros": "Todo el que dice nosotros miente", dejó
semántico. Funciona igual que "aquí", o "ahora" u "hoy": escrito Cioran. Incluso si hablara todo el grupo a la vez,
palabras que no contienen nada en sí, pero que, adecuada - como el coro de una tragedia, o como el pueblo de
mente usadas, pueden señalar a cualquier lugar, a cua lquier Fuenteovejuna, ello supone un proceso previo de recono­
momento, a cualquier día. "Yo" puede señalar a cualquier cimiento e inclusión que ha salido ya de la inmediatez que
persona: es solo la herramienta lingüística que cada sujeto, se da en la autorreferencia de la p rimera persona.
cada si mismo, utiliza para referirse a sí mismo; y solo es sí Es esa autorreferencia lo que se trata de aclarar en
mismo en tanto que tiene esa capacidad de usar el pronom- estos primeros pasos: la referencia de un sí a sí mismo,
bre "yo". Ello puede implicar pronunciarlo o simplemente que da lugar a lo que llamamos "sujeto" Es verdad, tam­
hablar en la perspectiva de la primera persona: relacio­ bién, que "sujeto" es una palabra poco apropiada para
narse consigo mismo de una manera que solo cada uno aquello de lo que tratamos. El sub-jectum describe lo que
puede hacerlo, y nadie en su lugar. La primera persona es está p or debajo de: aparentemente, una especie de núcleo
el privilegio exclusivo de cada cual. íntimo de uno mismo donde uno, o una, se da del modo
De partida, planteamos la pregunta para la primera más auténtico, donde es distinto de, incluso opuesto a
persona del singular. Históricamente, retorna siempre la todo los "objetos" que, en el mundo externo, se le colocan
pregunta p or la primera persona del plural, p or la posibi­ enfrente. Los herederos de Rousseau y del Romanticismo
lidad de decir "nosotros": por un sujeto colectivo. De todavía identifican ese núcleo con un sentimiento de sí
momento, dejaremos esa pregunta de lado, pues los para­ llamado corazón; y vienen a coincidir con la tradición car­
lelos entre el yo y el nosotros son limitados. Desde luego, tesiana que coloca al cogito frente a un mundo exterior del
como tendremos ocasión de ver, solo dentro de un noso­ que forma parte incluso el propio cuerpo. Se da entonces
tros, a partir de un nosotros y separándose de él es posible el par subjetivo- objetivo, que de manera tan dramática ha
decir "yo", y el cómo se diga, así como el vínculo entre los atravesado el pensamiento occidental moderno, y de rebo­
sí mismos, depende, sobre todo, de " cómo" se diga "noso­ te, el lenguaje cotidiano y el periodístico, donde lo subje­
tros". En esa medida, la dimensión de la primera persona tivo y particular de cada uno se opone, en general de ma-
del plural es inevítable. Pero ello es distinto de la manera nera desvalorizada, frente a la objetividad.
en que un grupo se refiera colectivamente a sí mismo, y los Pero en la autorreferencia de la que se trata aquí, y
sujetos colectivos -la clase, la raza, el género, la nación, la que Descartes descubre al decir(se) cogito ergo sum, no
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hablamos de un núcleo interior, por debajo de, nada sub­ se llamará también, no se da de la manera sustancial en
yaciente ni supuesto, sino del fenómeno mismo de que que existen las piedras, los planetas o los árboles. El
algo, por un bucle particular, pueda referirse a sí mismo. sujeto, se ha dicho muchas veces en las arremetidas con­
El idioma español tiene dificultades para tratar con soltu­ tra la subjetividad, es una ilusión óptica: uno se cree que
ra ese bucle sustantivándolo. Lo que en griego se dice es uno, pero el entramado de procesos neurofisiológicos,
autós, en latín ipse, el alemán lo sustantivó como das Selbst o de fuerzas históricas y sociales -por adoptar otra pers­
y el inglés como self; el último, de modo tan pregnante pectiva- que dan lugar a esa ilusión pueden deshacerla
que, al menos en el ámbito de la psicología, la palabra se con el menor desplazamiento que se de entre ellos. La
traslada intacta a otros idiomas. El francés, al menos en el conciencia es, se dice a veces, un fenómeno del córtex
lenguaje filosófico, ha adaptado ya el sustantivo soi-meme. producido quizá evolutivamente, que acompaña a otros
Pero en castellano, donde sabemos decir "yo mismo", "tú procesos mentales, pero perfectamente evanescente. O
mismo", "uno mismo" o "sentirse a sí mismo", donde bien: el sujeto es una construcción socia1:. Si es alguien que
hablamos incluso de "ensimismarse", tenemos que forzar puede decir "yo", no es concebible que ese acto lingüístico
todo el sentido de la lengua para decir, con un sustantivo, tenga lugar sin las complejas intervenciones sociales que
"el sí mismo" Mas de eso se trata aquí: de ese reflexivo lo definen y modifican. Son las condiciones históricas y
sustantivado que se usa en tercera persona para hablar de sociales las que le hacen a uno decir "yo"; basta con que
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eso que puede decir "yo", que puede ponerse en primera cambien para que el yo desaparezca. "No les concedo a los
persona. Puede que esta deficiencia de la lengua castellana filósofos que el yo sea una cosa que piensa", sentenciaba
esté lejos de ser un error: pues el bucle del sí mismo, al Nietzsche.
autorreferirse, no es una sustancia, sino que es un proceso En gran parte, veremos a lo largo del libro que ese
que debe realizarse en cada caso. Pero el lenguaje tiene argumento, probablemente cierto, no constituye en abso­
que tratar con la realidad sustantivándola, aunque sea de luto una objeción. En primer lugar, porque solo por un
manera transitoria, y el reflexivo sustantivado "sí mismo", inveterado prejuicio realista se puede seguir manteniendo
forzado como resulta en el uso castellano, es más apropia­ que todo lo que sea una construcción social -como tam­
do para aquello de lo que se trata que el participio sustan­ bién lo son las creencias, los prejuicios, las modas, las
tivado "sujeto". En todo caso, a lo largo de este libro utili­ supersticiones o las instituciones- no tiene el derecho a la
zaremos las dos denominaciones como sinónimas. existencia que sí tienen, parece, las piedras o los planetas.
Los prejuicios -por lo demás, construcciones igualmente
sociales- son, decía Einstein, más difíciles de romper que
ESE BUCLE TAN PARTICUIAR el núcleo de un átomo. Ya solo por eso, las construcciones
sociales son tan compactas como una piedra, también la de
La sustantivación, como decimos, puede que sea uno de la subjetividad. En principio, es posible imaginarse un
esos artificios del lenguaje para tratar con la realidad, mundo sin sí mismos, sin sujetos que se autorrefieran.
nombrando entidades donde solo hay procesos y flujos. Sería un mundo sin historia y sin lenguaje, sin nadie que lo
El sí mismo o el sujeto o la autoconciencia, como a veces mirara. Lo que pasa es que en cuanto hubiera alguien que

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lo mirase, ya tendría historia, subjetividad, todo esto que, justicia a su particular condición subjetiva, conviene exami-
construido o no, pasa a formar parte de él. nar primero lo que tiene esta de irreductible, al margen de
Por supuesto, las formas de darse y constituirse la cualquier condicionamiento histórico. ¿Es qué sentido el sí
subjetividad varían enormemente e n función de las coor­ mismo es irreductible en cuanto que no puede disolverse
denadas históricas y sociales: entre el yo del individuo para ser reformulado en otras cosas del mundo, quedar
romántico y el modo en que un esclavo persa se refiera a sí retraducido a ellas?
mismo hay, sin duda, diferencias abismales. Tantas como
para que los contemporáneos y herederos del individuo

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I
romántico hayamos podido decir que el principio de la
subjetividad es una creación moderna, ajeno del todo a
LA IRREDUCTIBILIDAD DE LA PRIMERA PERSONA

otras cu lturas y épocas, en las que se diagnostica una men­ Hay algo de irritante y de fascinante a la vez e n el descu­
talidad grupal y carencia de individualidad. Por razones brimiento del cogito por Descartes. Está, desde luego. toda
simplemente históricas, al abordar este tema nos movere­ la teatralidad con la que construye su duda metódica, se
1 mos más cerca de las formas de subjetividad afines al indi­ zafa de la amenaza del genio maligno y reconstruye luego,

}
'
viduo romántico, que han venido a determinar nuestro
mundo, antes que las de un esclavo persa o, por caso, un
a partir de la certeza de sí mismo, toda una metafísica, una
ciencia y una teología. El guión ha sido criticado y corregi­
do de mil maneras en la historia de la filosofía; pero la
indio delAmazonas. También aprenderemos a despegarnos
de ellas. Pero en unos y otros se da el fenómeno de la "auto­ piedra angular de él, a saber, la certeza de sí que Descartes
rreferencia", de la referencia de sí a sí mismo que distingue alcanza, parece un nudo indisoluble del argumento. Pro­
a cada uno frente a, y también dentro de, todo lo que hay. bablemente, la certeza de sí, el saber de sí como alguien
Siempre se da el universal lingüístico de la primera perso­ que se piensa a sí, no da para deducir de ella un mundo
na, por el que el sí mismo tiene un estatus ontológico dis­ entero, como pretende Descartes; pero ella misma parece
tinto de lo que no se refiere a nada, lo que solo está, y "ya que no se deduce lógicamente de nada. Ese es el punto.
está", como una piedra; y distinto de lo que existe refirién­ Que no se deduce lógicamente de nada significa que
dose a otras cosas, como los signos o como una conciencia, es un concepto primitivo o irreductible. Desde luego, evo­
si la hubiera tal, que se refiriese al mundo, pero no a sí lutiva, psicológica, socialmente, la capacidad de decir
misma (para algunos teóricos, ese sería el caso de los ani- "yo", la forma e n que el sí mismo se constituye, es el resul­
males). Es de esa clase particular de ser que se refiere a sí tado de múltiples y variables procesos -fisiológicos, psi­
mismo en tanto que sujeto de la que trataremos. cológicos, socioculturales- que son completamente aje­
Como los sujetos se producen en el seno de contextos nos al yo mismo, y sin los cuales la autorrefe rencia del yo
socioculturales, quizá también biológicos, que se modifican no tendría lugar. No hay un sí mismo sin un mundo exter­
con el tiempo y modifican la forma de constituirse los suje­ no de experiencias y sin otros (otros sí mismos, por lo
tos, es imposible no abordar la subjetividad de manera his­ demás) con los que se entra en redes de interacción. El
tórica. Nos encontraremos con sí mismos de rostro bien niño solo llega a utilizar la primera persona en el tercer
reconocible; pero, para entenderlos mejor, para hacer año de vida, y ha requerido para ello unos años de
26 27
contacto íntimo y conflictivo con los otros, empezando por las declaraciones de los otros reconociéndome. Solo yo
la madre, y con las cosas. Un sujeto solo se da como vértice tengo acceso a mí como ese que soy. Hay siempre un abismo
de un triángulo cuyas otras dos puntas son el mundo de los irreductible entre la perspectiva de la tercera persona, en la
objetos y el resto de los sujetos con los que se tejen las que se presenta el mundo, conmigo incluido, y la perspec­
relaciones intersubjetivas. Como tal vértice, se desvane­ tiva de la primera persona, en la que yo me veo como yo, y
cería en cuanto no estuvieran los otros dos. Pero es vértice eso hace mi subjetividad absolutamente mía.
en cuanto tiene una manera única de definirse, que es la Quizá alguien podría aún tratar de fundir las dos pers­
de la autorreferencia. Por eso es primitiva, o irreductible: pectivas. Podría tratar de presentarme, no el mundo en su
no hay otros términos más generales en función de los totalidad, sino a nú núsmo. Podría conectar mi cerebro, mi
cuales pueda definírsela. En ese sentido decimos que no cuerpo entero a una máquina, producir en la máquina el
es deducible lógicamente, y tal fue la intuición cartesiana. pinchazo tras el que. conectado como estoy a ella, doy un
Alguien me describe el mundo en su totalidad. Como respingo y decirme, señalando a una pantalla: "Vea usted:
en un cuento fantástico o como en un sueño, me veo tras­ ahí tiene su dolor". En todo caso, él sabe que me duele a mí;
ladado por encima de las estrellas, y me es dado contem­ pero la sensación de que ese dolor es "mío" no es reproduci­
plar el universo de manera completa. Ante mí desfilan, en ble en la máquina que produce, reproduce, provoca y recoge
la mejor vista panorámica, todos los seres que lo pueblan, todos mis entresijos.
las cosas, las plantas, los animales, las personas, los cono­ Esta sensación que es solo mía hace que la referencia
cidos, los amigos, los enemigos, los más íntimos: incluso de la primera persona no pueda ser incluida en ningún
veo una imagen de mí mismo -me veo a mí mismo, diría, proceso de identificación de objetos en el mundo que
como digo que veo a mi pareja. o a mi amigo-, saliendo de tiene lugar en la tercera persona. Nuestro conocimiento
casa, montando en bicicleta, acariciando al perro, trabajan­ de nuestra subjetividad es distinto por completo del modo
do, extasiado con la música -que en mi espectáculo suena-. en que tenemos conocimiento de los objetos del mundo.
o furioso ante escándalos políticos: lo veo todo, allí está Uno no es consciente de sí como de un objeto más, el cual
todo. . . salvo la información de que yo soy la persona que allí resulta que no es esa mesa, o ese árbol, sino que es uno
aparece, la persona que monta en bicicleta o acaricia al mismo, como una contingencia más. A lo sumo, puede
perro o se extasía y enfurece: esa información, la de que esa figurarse consciente así, objetivado, cuando atraviesa
persona soy yo, solo la tengo yo, y solo yo puedo venne como procesos de disociación muy determinados, ligados a
esapersona. Desde luego que los otros podrían reconocerme estrategias estéticas para elaborar momentos traumáticos,
como esa persona, pueden decirme: ''Ese eres tú", o decirse como cuando Anna Ajmátova exclama: "No, no soy yo. Es
entre ellos: "Ese es Antonio": pero solo yo puedo decirme que
ese soy yo. Esa capacidad únicamente mía, correlativa del
otra la que sufre"; o puede figurárselo en momentos de
reflexión, cuando hace el esfuerzo de adoptar un punto
hecho de que esa información la tengo solo yo, y no aparece de vista general o ajeno, distinto del propio. Pero, de pri­
en el universo que se me describe, es lo que no resulta meras, la autorreferencia de primera persona implica un
deducible de ninguno de los otros dos lados del triángulo: ni conocimiento de sí mismo que no es objetificador: no
de la representación del mundo, de mí en el mundo, ni de es una identificación de objetos. De hecho, no es un
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conocimiento de contenidos, sino el mero conocimiento centro de ningún mundo, tampoco delpropio. Que del suje­
directo que resulta de la ostensión a distancia cero, por así to cartesiano haya podido salir todo lo que luego se le ha ido
decirlo, con el dedo vuelto, por el que alguien se dice (sin atribuyendo al pensamiento moderno hasta sus inmensas
ni siquiera necesitar decírse lo): "Este soy yo" crisis del siglo XX es algo que se puede discutir desde mu­
Esta miidad de mi ser es lo que es exclusivo e irreduc­ chas perspectivas, y que corresponde a cíertas maneras de
tible. Va asociada con algunos privilegios que solo yo tengo entender -y de haberse entendido a sí misma- la su bjetivi­
y que son, por así decirlo, privilegios epistémicos irrevo­ dad. Todas ellas pueden revisarse o darse por finiquitadas,
cab les de la primera persona: solo yo puedo engañarme pero no afectan al hecho mismo de la autorreferencia de la
a mí mismo, s olo yo puedo reírme de mí mismo, solo primera person a como un fenómeno irreductible que se da
yo puedo saber que me está doliendo a mí. Es un cono­ en cada sí mismo. Una autorreferencia que, como tal, no
cimiento por contacto directo; tan por contacto directo designa a ningún objeto en el mu ndo, sino que se da como el
que resulta, en verdad, superficial: no hay mucho más que gesto ostensivo por el que un sujeto se señala a sí mismo.
sepa con certeza de sí mismo. De hecho, es un conoci­
miento compatible con el más perfecto desconocimiento
acerca de mí mismo. Puede ser que yo, por las razones que UNA CUESTIÓN DE FORMA
sea, tenga todas las representaciones equivocadas acerca QUE DA MUCHO TRABAJO
de mí, que emita declaraciones sobre mí que los otros
reconocen como manifiestamente falsas: todo ese desco­ Es, de partida, una mera forma, o mejor, un mero acto
nocimiento no es incompatible con que yo tenga un formal, vacío en principio de todo contenido. El carácter
conocimie nto exclusivo y directo de mí como yo. Incluso, indéxico del yo no dice nada del sí mismo y lo mantiene
puede que el error se deba a que me adhiero excesiva - vacío. Por eso, el yo no es un objeto, ni siquiera un núcleo
mente a esta certeza de mí, como suele ser el caso del íntimo, sino una función que tiene eso que sustantivamos
narcisismo, que construye todo un edificio de agradables como la entidad llamada sí mismo. Por eso también, la
autoengaños sobre la adoración de l yo a la vez que se sus­ autoconciencia no es un estado superior o un nivel por
trae su verdadera realidad y se pierde a sí mismo. Nada es encima de otros modos de ser o de los procesos subjetivos.
tan difícil como tratar con la exclusividad de uno mismo, Pero sobre todo, porque es una mera forma, ese gesto
con la irreductibilidad de la primera persona. ostensivo de señalarse a sí mismo no se da solo, separado,
Ahora bien, esta irreductibilidad debe verse también sino siempre encarnado en una experiencia que, gracias a
en toda su limitación. Pues si, como vemos, ella no se dedu­ él, puedo experimentar como mía: puedo tenerla, sin más.
ce de nada, tampoco de ella se tiene que deducir nada por sí Yo solo puedo tener la certeza de mí como yo cuando estoy
sola. Desde luego, no el mundo -salvo para los ideal istas viendo un amanecer o sintiendo el cansancio de unacami­
empedernidos, si los hay-; ni siquiera un conocimiento nata o el sabor de una cerveza o el tedio de una tarde sin
privilegiado de sí mismo, de la propia identidad, de los con- fines. Y sin esa certeza, sin un componente implícito de
tenidos con los que uno se constituye y teje su vida, que le autoconciencia, no tendría ninguna de esas experiencias.
están tan velados como a los otros. El sí mismo no es el Por eso, la autoconciencia acompaña, siquiera sea de un
3o 31
-J! modo mínimo, todas las actividades del sujeto y, en cierto subjetividad a la vez que nuestro propio tiempo, los sujetos
modo, viene a cumplir en ellas su forma vacía. La concien­ que somos. Pero en todas ellas debemos tener presente que
cia del placer, la conciencia de uno sintiendo placer, no es partimos del fenómeno indéxico de la autorreferencia del sí
distinta, como algo separado, de la experiencia del placer mismo en toda su vaciedad y desnudez, y que nos pone ante
mismo, decía Sartre para argumentar a favor de un "cogito la paradoja más cruda de todas: lo menos que se puede ser
prerreflexivo": pues la reflexividad del sí mismo no se es uno mismo. Cualquiera lo es. Pero, también, no se puede
distingue como un estado mental consciente distinto de ser nada más que uno mismo. Solo que, en su singularidad,
otros estados mentales posibles que se suceden en la psi - tiene que serlo como nadie. Llegar a ser uno mismo es,
que de un individuo, ni es un momento de excepción en la desde los antiguos, la tarea más alta que puede plantearse, y
actividad consciente: más bien se produce en ella. Uno no muy pocos la consiguen. Entre esos dos polos, que hacen
puede señalarse a sí mismo, cumplir la función de la auto­ coincidir lo menos con lo más, se mueve todo el trabajo de
rreferencia, si no es con el contenido mismo que brota en la subjetividad.
el fluir de la vida.
¿ Qué se nos da a nosotros, entonces, en esta mera
forma que resulta ser la primera persona en cada sí mismo?
Vacía, incompleta, es solo la peculiaridad que define a un
vértice distinto de los otros y del mundo. No dice nada de
nadie, aunque nadie es sin ella. Sin ella, sería nada, pero no
nadie. Es algo primitivo, y por lo tanto, no está construida ni
social ni biológica ni históricamente. Pero toda construc­
ción -desde luego, toda construcción de identidad- se
hace con ella. La función de la autorreferencia ha de cum­
plirse en cada sujeto: es su tarea y también puede ser su
fracaso. Es la ocasión de su fragilidad, de su dependencia
de los otros y del mundo para realizarla, de su delicada
•¡ plenitud. Las infinitas maneras de cumplirse esa función
corresponden a modos posibles de realizarse las subjeti­
vidades. Son maneras determinadas histórica y sociocul­
turalmente, que juegan con los otros dos vértices del
triángulo, con el mundo que se conoce y en el que se actúa,
con los otros con los que se entablan relaciones intersub­
j etivas de dependencia o de libertad. Todas esas maneras
dan lugar a figuras diversas de la subjetividad, algunas de
las cuales vamos a repasar en este libro, tratando de hilar­
las con una lógica histórica y cultural que desentrañe la
33
CAP(TUL0 2
RECONOCIMIENTO

CUMPLEAÑOS ENTRE ROMÁNTICOS

El cajero automático nunca se olvida. Pero el "Feliz cum­


pleaños, Sr. . . " que aparece indefectiblemente en la pan­
talla el día correspondiente no produce ningún efecto
especial en el Sr ... , por solitario que se encuentre ese día
y miserables que sean sus circunstancias. También el
banco se dice especialista en cada uno de sus clientes, pero
el maquinal "Feliz cumpleaños" suena aún más huero que
el "Especialistas en ti" Otra cosa sería si los buenos
deseos vinieran de un ser amado, de un amigo o hasta de
un enemigo.
El ejemplo es trivial como trivial es la medida en que
una felicitación de cumpleaños contribuye a afirmar a
alguien consigo mismo; pero da ya una idea de que la
simple forma del sí mismo tiene que realizar su perspec­
tiva de primera persona en dependencia de otros que.
cuando menos, también sean "primeras personas" y no
ocupen el vértice objetivo del triángulo. Si no hubiera
otros. ni siquiera existiría la institución del cumpleaños.
35
Autofelicitarse el cumpleaños como si los otros no existie­ pragmática; y la otra, que por irreductible y siempre mía
ran es un acto absurdo que no realiza nadie; aunq ue, para que sea, la posición de la primera persona no es autosufi-
quien se ha quedado abandonado por todos y en circuns­ ciente, autónoma. Está a expensas de algo otro que ella:
tancias adversas, puede ser también una expresión muy mucho más allá de lo que ella quiere creer, dice Hegel;
alta de la autonomía que ha alcanzado un sí mismo. Pero, y mucho más aún de lo que Hegel le asigna, veremos al
incluso así: ning ún sujeto puede llegar a ser él mismo sin final de este libro. Mucho más a expensas de eso, por cier­
los otros. to, que del anodino cajero.
Hay un momento histórico en que esa dependencia En sus oscuros años juveniles de Jena, allá por 1800,
externa de la relación de uno consigo mismo se convierte Hegel trataba de aclararse con la obsesión romántica de
en el argumento central de la subjetividad. Fue Hegel la subjetividad. La perspectiva de la primera persona, la
quien puso ese tema sobre la mesa, al decir que ningún capacidad de decir "yo", ya lo hemos visto, existe desde
sujeto lo es si no se ve reconocido por los otros. Hegel, es que hay lenguaje y hay seres racionales. Sin embargo, fue­
verdad, suele salir muy malparado cuando se trata de la ron los europeos de finales del siglo XVIII y comienzos del
subjetividad y de esta modesta perspectiva de la primera XIX quienes colocaron en primerísimo plano la certeza
persona. La versión más extendida, todavía, de su pensa­ de la propia individualidad. Ello ocurrió por una serie de
miento es q ue a él le preocupaba una especie de macrosu­ profundas transformaciones culturales, religiosas, socia­
jeto llamado absoluto, y que negaba que los sujetos indivi­ les y discursivas que han definido nuestro mundo con­
duales tuvieran interés alguno para la filosofía o valor temporáneo. Esas transformaciones se han estudiado y
alguno para el Estado. Una interpretación como esta, calibrado de mil maneras: la ruptura con la tradición, la
sobre la que se han construido, dicho sea de paso, muchas pérdida de la orientación religiosa, el impulso ilustrado
identidades contemporáneas, no puede desmontarse de la hacia la autonomía indi vidual, la tormenta de la Revolución
noche a la mañana: ha sido también un episodio de la sub­ francesa y la perspectiva de las nuevas lib ertades políticas,
jetividad moderna. No obstante, si el lector suspende por la nueva economía capitalista que desnudaba las relacio­
unas horas esa interpretación convencional, podemos nes entre los individuos. Lo cierto es que, para esos eu­
empezar nuestra pregunta por el sí mismo recurriendo a ropeos, la autenticidad del propio yo, desvinculado ya de
un pasaje hegeliano, uno de los más célebres y más todas las ataduras a la tradición, a los estamentos, a la cuna
comentados de la historia de la filosofía. El capítulo de la o a los dogmas de la religión, se convierte en el argumento
dialéctica del amo y del esclavo lleva por título -lo que a central. La conciencia de la conciencia de sí se elevó hasta
menudo se pasa por alto- "La verdad de la certeza de si el paroxismo, y se apresuró a realizarse -todavía se apre­
mismo". Y es de esa certeza de sí, q ue se expresa como la sura a hacerlo hoy en cada uno de nosotros- en el senti­
irreductibilidad de la perspectiva de primera persona, de miento y la apología del corazón. Rousseau había dado el
lo q ue estamos tratando. Pero este pasaje nos mostrará dos tono y Werther -con su introspección melancólica, su
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cosas inesperadas y mutuamente implicadas: una, que esa tristeza vo1upt uosa y su frustrac10n en el amor- m.dstró.I.os
perspectiva no es solo una perspectiva, un sitio desde el primeros límites de esa subjetividad se��htal. r
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que mirar, sino que también es un modo de actuar, es Siguieron la exaltación romántica, el entusiasi;{político �
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de la buena voluntad para cambiar el mundo, las estéticas sino que denota una escisión inicial en el sujeto que llega 0
del yo, de la vida, de la propia autorrealización, el triunfo a decir "yo". Eso que llega a decir "yo" y verse como un sí
de la intimidad, el argumento de la compasión inmediata mismo está dividido de antemano; si no lo estuviera, no lo
que nace del fondo del propio corazón. Todo esto se ar­ diría, no se vería en la necesidad de decirlo, de decirse.
ticuló aceleradamente en los primeros compases del Por eso, la inmediatez con la que cada sí mismo dice
mundo contemporáneo y ha quedado inscrito en las capas "yo" es el resultado de un proceso que sigue a la percep­
más profundas de nuestra subjetividad: son recursos de ción de una división previa. "Una media remendada es
primera mano con los que, confrontados a la forma vacía mejor que una media rota. Con la autoconciencia no ocu­
de la primera persona, tratamos de rellenarnos a nosotros rre eso", escribía Hegel en su cuaderno de notas de esos
mismos. No hemos dejado de ser románticos. años. El sujeto está siempre fuera de sí, descentrado, y en
el movimiento de retorno hacia sí mismo, al alcanzar la
igualdad consigo mismo -a la que solo llega provisional­
¿ CÓMO SE HACE SUJETO UN CUERPO VNO mente, frágilmente- se va logrando como sujeto. Que el
Y DESEANTE? sujeto tenga esa tarea siempre por delante, que siempre
esté en ella (o fracasando en ella, o abocado a la siguiente
Hegel también había pasado por eso, pero vio que la tarea tarea) lo formula Hegel diciendo que la autoconciencia es
de la subjetividad no se cumplía tan rápidamente: o solo se "deseo sin más". Ello significa que uno no descansa en sí
podía cumplir así para deshacerse enseguida, como un mismo, sino que siempre está fuera de sí, volcado en
terrón seco de arena entre los dedos. La ruptura moderna aquello cuya falta le hiere. Es ahí, en el trabajo de tener
que cerrar el espacio entre lo que es y lo que desea, donde
se ve referido a sí mismo y se le revela su sí mismidad, la
había puesto al desnudo la certeza de sí, como el giro co­
pernicano de la filosofía kantiana había mostrado que el
conocimiento del mundo -sentirlo. percibirlo, entender­ miidad ineludible de su yo: igual al niño que reclama el
lo con categorías y leyes- exigía una conciencia de sí: un pecho de la madre o al profesor universitario que suspira
sujeto que sabe de sí mismo. Pero "saber de sí" no es toda­ por una cátedra.
vía "saberse a sí", y la certeza que cada uno tiene de sí -sin Esto es: el deseo individualiza, o es el comienzo de la �
individualización. En primer lugar, porque el deseo parte
siempre de un cuerpo vivo; y Hegel recalca que la autocon­
la cual no podría decir "yo"-, esa mera certeza subjetiva,
particular, parcial, tiene que hacerse verdad. Saberse
1

ciencia se desarrolla en el seno de la vida, en medio del


flujo natural y continuo de las especiesy los géneros, del en­
como yo, decir yo=yo, sin más -y esa era para Hegel la
forma sofisticada, metafísica, que tenían los románticos
de decirse, con Fichte como portavoz- es una tautología gendrar, consumir y destruir. Por supuesto, la vida como
vacía, la forma abstracta de la autorreferencia de la que tal no tiene conciencia ni individualidad, pero es en medio
de ella, como parte de ella, en su metabolismo, donde algo
se ve herido por el deseo -como hambre, como frío- y
hemos partido. Salvo que uno se haga cargo de que para
poder decir "yo", decirse, hace falta un camino de ida y
vuelta, salir de sí para volver sobre sí mismo: y eso no es arrojado a un saber de sí como cuerpo hambriento, tiri­
un mero juego lingüístico, ni una excursión por el espejo, tando . . .. a una conciencia a la que la vida remite, pero que

38 39
es distinta de ella, de su pura naturalidad. En segundo autoengendrar se, con tal insistencia que para él, para la
lugar, el deseo de un individuo consiste· en que su satisfac­ fuerza con que hiere en el sujeto, es indiferente si se trata
ción no se realiza de manera indiscriminada, sino que lo de la carencia radical de un ser viviente, de caprichos
que distingue a un individuo como tal son sus criterios y superfluos o de vanidades del amor propio. De nuevo, el
preferencias para satisfacer su deseo. Si un niño es más niño de pecho y el aspirante a cátedra están sometidos al
individuo, tiene más certeza de sí, o más perspectiva de mismo imperio del deseo; aunque desde fuera sepamos
primera persona que un león es porque no se le puede valorarlo de distinta manera, o ellos mismos aprendan a
satisfacer dándole sopa cuando pide un helado, mientras hacerlo en su conciencia.
que al león hambriento cualquier carne le vale. El gato Ahora bien, además de esa labor infinita, de cuyas
doméstico, ciertamente, es más exigente que el león; y consecuencias nos haremos cargo más adelante, lo com-
algunos dirán que no mucho menos que el niño. Sobre la plicado para el niño y el académico, dice Hegel, se halla en
subjetividad propia de los animales, y lo que les corres­ que la satisfacción de su deseo no pueden realizarla solos.
ponde por ello, habremos de volver en el último capítulo. No porque requieran la colaboración externa de otro, lo
En todo caso, son las preferencias, los criterios de cada cual, en el fondo, es prescindible para muchos deseos
uno para modelar su deseo, los que definen al individuo, elementales que pueden cumplirse con una máquina que
como bien saben los publicistas que se declaran especia­ uno maneje. La razón es más honda, y les deja más a la
listas en él para venderles lo que sea. Nuestra relación con intemperie que la simple carencia material. En cuanto
el mundo es normativa; en virtud de ella, queremos unas sujetos, ellos ponen sus propias normas para modelar su
cosas y otras no, y veremos enseguida que esa relación deseo y evaluar su satisfacción: son los sujetos que son
normativa -que surge, no se olvide, dice Hegel, del que­ porque tienen esas normas. Ahora bien, ¿quién puede
rer, del deseo, de nuestra condición de vivientes- coinci­ tener unas normas para él solo? ¿Unas normas privadas?
de en su origen con la autorreferencia de nuestra subjeti­ Wittgenstein argumentó la imposibilidad de los lengua­
vidad, con la certeza de nosotros mismos. Por eso, la jes privados: no se puede tener un lenguaje cuyas reglas
perspectiva de primera persona no es una mera autocon­ fueran exclusivamente para uno mismo, incomprensi­
templación, sino que se da en el modo como ejecutamos bles e inaccesibles para otro, igual que el juego del soli­
nuestras preferencias normativas al interactuar con el tario, por muy a solas que se juegue, no existe si las reglas
mundo. La sí mismidad del sujeto es pragmática, viene no son reconocibles para otro que no juegue. Hegel, en el
directamente con su acción. pasaje de dialéctica de la autoconciencia, anticipa el ar­
Desde luego, esto no significa que las exigencias del gumento de una manera mucho más dramática. Cierta-
deseo se vayan cuadrando con la satisfacción según las mente, él no habla de lenguajes privados, aunque sí de la
normas propias y el sujeto se vaya así realizando, o igua­ imposibilidad de ser puramente privado, y ahí estaba su
lando consigo mismo, de manera continuada. La tarea del sarcasmo para con los románticos. Pero sí vino a mostrar
sujeto es infinita, y siempre provisional. La dinámica de la que no es posible ser un ser normativo -y por tanto,
vida hace que el deseo se abra en el sujeto con más fuerza tener una subjetividad propia, ser uno mismo- si no hay 1/
que todas sus vías de cumplimiento, que no cese de otros que lo reconozcan a uno como tal: no porque h
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reconozcan sus normas y preferencias -lo habitual, de interiormente y le sitúan más allá de sí mismo. Frente al
hecho, es que no las compartan-, sino porque lo reco­ animal, que no ejerce sobre su deseo más control que el
nozcan como alguien que posee normas, que prefiere de la satisfacción inmediata (y por eso, el hambre saciada
unas cosas y renuncia a otras en virtud de los criterios le permite estar centrado en sí mismo), la conciencia
que él mismo tiene. La fórmula hegeliana con que esto se
racional está escindida por su deseo y por las normas que
expresaba es la siguiente: una autoconciencia solo lo es determinan su posible satisfacción: la saciedad del ape­

-> en cuanto reconocida, o una autoconciencia solo alcanza


su satisfacción en otra autoconciencia.
tito está vinculada a criterios culinarios; la del apetito
sexual, tan sencillo en el animal, en el humano lo está a
Una persona hambrienta puede devorar un bocadillo normas propias de la relación intersubjetiva, tejidas, o
o matar un venado y comérselo -valga este ejemplo como enmarañadas, de hilos biográficos, afectivos, estéticos,
homenaje a la atmósfera algo primitivista del relato hege­ sensuales, etcétera. Sin duda, las normas pueden venir 1
liano-. En cuanto fuera meramente sentiente, se quedaría de fuera; son aprendidas, impuestas, imitadas, rara vez
satisfecha con ello. Pero, en cuanto se ha hecho conscien­ una creación original. Pero el sujeto lo es en la medida
te de sí por la escisión de su deseo, y se individualiza por en que se las apropia y define por ellas su relación con
11
su propia normatividad para satisfacerlo, llenar el estó­ el mundo.
mago es algo secundario. Lo que necesita es confirmar la Tener normas, criterios, implica una negación de la
propia sí mismidad, su perspectiva de primera persona. propia inmediatez, y abre el espacio de la libertad; la auto­
Esto, que está en lo más hondo de su deseo, se le hace ridad sobre uno mismo que reconoce la propia escisión -
patente cuando se encuentra, no ante un bocadillo o un yo, mis deseos, lo otro que yo que quiero anular- y se hace
venado, sino ante otro sujeto. La pulsión natural de lo cargo de ella desatándose de la vida. Eso no lo hace cual-
viviente ante lo otro que se pone enfrente es aniquilarlo, quiera; pero, a la vez, cualquiera lo está haciendo en todo
comérselo. Pero ante otro sí mismo, ante otro con su momento, en cuanto se rige su acción por unas preferencias
perspectiva de primera persona, esa aniquilación no y un concepto de sí mismo. No lo hace cualquiera, dice
vale. Debe de ser el otro quien se niegue a sí mismo para Hegel, porque hay una diferencia entre la mera persona,
reconocerle a uno como autoconciencia, y no como un que lo es por haber nacido en un sistema jurídico y vive o
ser cualquiera más. Reconocerle como una autoconcien­ actúa plegada a lo que automáticamente es, y el individuo
cia es ver que se ha sabido apartar de la simple vida orgá­ que ha "arriesgado su vida", que se ha despegado de lo más
nica, que es lo bastante capaz de desatarse de la inmedia­ inmediato para ser él mismo. Cualquiera lo está haciendo,
tez de la vida -la que se comería sin más el pastel que en cada momento, porque cada acción en la que uno se
tiene delante- para mostrar su autoridad sobre sus pro­ autorevela exige el esfuerzo de apartarse de las rutinas dia-
pios criterios, su singularidad: no soy un caso más de la rias, de lo que sin más se habría hecho, y está haciendo
especie, sino "este" individuo aquí. El sometimiento continuamente, en el movimiento natural de la vida. Por
voluntario a unas normas propias -por el que se es efec­ eso, la tarea de subjetivación es un trabajo continuo. Pero,
tivamente libre- le aparta a uno de la mera vida orgánica sobre todo, requiere el reconocimiento de otro capaz de
a la que se pertenece como ser sentiente, le escinden apreciar mi libertad y mi autoridad sobre mí mismo: algo
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-r
que hará al ser capaz él mismo de "negarse": someterse él subjetividad. No sabíamos muy bien en qué consistía la
mismo a sus propios criterios y reconocer la existencia de perspectiva de la primera persona, ese bucle abstracto e
los míos, apreciar que yo no soy una mera cosa, o un mero irreductible, esa certeza de sí que disting ue a un conjun­
viviente. Ante otro sí mismo, ante otra perspectiva de la to de seres en el mundo. Ahora sabemos que ese bucle
primera persona, no cabe aniquilarlo como al bocadillo que solo puede darse como cuerpo viviente, deseante, y solo
el hambriento devora, sino solo esperar que el otro se anule puede cumplirse al relacionar normativamente, con sus
a sí mismo al no devorarme a mí y, porque también es un ser propias normas, su deseo con el mundo; pero esta rela­
normativo, reconocerme mi autoridad sobre mi mismo y mi ción no se da si no es reconocida por otros sujetos, igual­
libertad. El vencedor de una lucha no mata a su prisionero mente bucles abstractos de la primera persona, que
como una pieza de caza, como a un objeto. Prefiere conser­ también han de realizar normativamente su deseo y re­
var al prisionero sumiso y con vida. o, si acaso, matarlo de conocer para ello la normatividad del primero. Es decir,
modo que "sepa" quién lo mata, porque solo así reconoce, la perspectiva de la primera persona logra realizarse
en cuanto sujeto, la subjetividad del vencedor. Y el vencedor plenamente en un sujeto cuando hay otras perspectivas
reconoce la subjetividad de su sometido, distinto de una similares realizándose igualmente y todas se reconocen
cosa o una bestia, al esperar que le reconozca. Pero esta mutuamente unas a otras.
imagen de la lucha, aunque corresponde al carácter dramá­
tico del texto hegeliano que estamos usando aquí, apunta
hacia algo mucho más elemental: solo en presencia de otro, EL CONTENIDO DEL RECONOCIMIENTO
mi relación conmigo se hace normativa y no es mera expre­
sión de un deseo animal, de un impulso inmediato de la Llegados a este punto, el lector prudente se habrá llevado
vida. Solo si otro lo ve puedo hacer valer mi propia autori - las manos a la cab eza por este acelerado movimiento que
dad sobre mí mismo, mi subjetividad. Pero ello requiere nos ha conducido desde la mera consideración epistemo­
también, quizá inesperadamente, que tengo que desear la lógica de la perspectiva de la primera persona hasta esa
libertad de otro: que el otro por sí mismo me reconozca mi entelequia de unos seres reconociéndose mutuamente su

--7 libertad. Desear el deseo del otro -como tantas veces se ha autoridad sobre sí mismos, y dependientes unos de otros
para tenerla. ¿Qué clase de comunidad es esa? ¿Es solo
I'
repetido en la fórmula lacaniana- es una mala forma de
luchar por el reconocimiento. Se trata, más bien, de desear una comunidad política, o algo más? ¿ Qué clase de seres la
La Libertad del otro para que, desde eLLa, me reconozca mi propia componen? ¿Llega el vínculo de solidaridad entre seres
Libertad. Esperar, más aún, estar a expensas del reconoci­ que se reconocen recíprocamente -y son sujetos porque
miento de otro es ya reconocerle a él. en cuanto que es se reconocen - a ocupar completamente la subjetividad
quien me otorga reconocimiento. El reconocimiento, así, de cada uno? Su condición corporal, y por lo tanto, deseante
es recíproco, y la reciprocidad del reconocimiento es, a la y también sexuada: ¿ cómo afecta a ese reconocimiento? El
vez, la reciprocidad de la libertad. esquema que hemos trazado de unos seres otorgándose
En cierto modo, con esto queda respondida del mutuamente el reconocimiento de su condición normati­
modo más contundente y completo la pregunta por la va -y con ello, de su libre subjetividad- articula muy bien

44 45
una comunidad emancipada de individuos libres e iguales, no existe sin otro que la reconozca, que le reconozca su
como no podía ser menos en un Hegel siempre fiel al pro­ autonomía, su capacidad para regirse según sus propias
yecto de la revolución. Pero también, en un primer nivel, normas. La autonomía del sujeto, por la que él es verdade­
al menos, ese esquema encaja en una sociedad desigual en ramente él, resulta ser, en verdad, heterónoma, no se funda
la que los dominadores les reconocen a los dominados su nunca en sí misma. Semejante autofundación es la ilusión
libertad subjetiva para reconocerse como siervos tras una egocéntrica que resulta de convertir la perspectiva de la
triste derrota, y nada más. Después de todo, la propia primera persona en una lente especular. Pero lo cierto es
narración de Hegel continúa con la dialéctica del amo y el que, aunque mis normas pueden ser autónomas, y mi
esclavo. En verdad, no hemos especificado qué es lo que se deseo es mío y solo mío, sin otro que me reconozca como
reconoce en el reconocimiento. ¿Se trata del logro subje­ poseedor de esas normas, con mi autoridad sobre ellas, yo
tivo por el que uno se desata de la vida orgánica para alcan­ no soy nadie, ni mis normas son. Toda autonomía subjetiva -€­
zar su individualidad más propia por la autoridad sobre sí es heterónoma, y el sí mismo es sí, puede llegar a serse un
mismo (lo que sería lo máximo)? ¿O es solo la mera sí, por otro que sí. Pero este primer resultado, entonces,
humanidad, la capacidad racional de poder regirse por nos conduce a mirar al tejido en que, por un entramado de
normas, aunque se fracase en el lo (lo que sería, por así reconocimientos, los sí mismos se vinculan y se realizan
decirlo, el respeto mínimo, históricamente variable, que como sujetos. En la tradición del lenguaje político hege-
se debe a todo ser humano)? ¿O se trata de la mera condi­ liano, ese tejido tiene un nombre: "eticidad"
ción viviente, corporal de aquel al que se reconoce, inclu­
so si no se eleva hasta hacerse consciente de sus normas?
¿Y hasta dónde llegan los límites de lo viviente: el cuerpo
en coma, el "musulmán" del campo de concentración, el
animal doméstico, cualquier animal?
En los capítulos sucesivos, trataré de contestar orde­
nadamente a las preguntas que aquí se agolpan. Creo que
el intento de responder nos llevará más allá del esquema
de una comunidad de sí mismos fundada simétricamente
en subjetividades libres que se reconocen entre sí. Tam­
poco es de extrañar: ese esquema estaba en el proyecto de
la libertad moderna que Hegel se esforzaba por pensar;
pero las experiencias y preguntas de nuestro mundo desde
entonces nos han enseñado a reordenado y reconocer los
flecos de su complejidad.
En todo caso, el reconocimiento ha arrojado un pri­
mer resultado bastante claro: el sí mismo, la perspectiva
de la pri mera persona, a pesar de toda su irreductibilidad,
46 47
CAPITULO 3 .
ETICIDAD

AFECTO, TRABAJO YACCIÓN.


TRES ESFERAS

En principio, los modos en que los individuos se consti­


tuyen como sí mismos otorgándose mutuamente recono­
cimiento pueden ser tan variados como los propios sí
mismos. Si cada ser es único, se diría, cada relación
entre ellos habrá de ser única también. Reconocer es no
reificar: ver en el otro una subjetividad libre, un ser
humano y no una cosa, y tratarlo como tal. La actitud en
la que esa no reificación se realiza puede adoptar la
forma del respeto moral kantiano, por el que se conside­
ra a un ser humano como un fin en sí mismo; o bien la del
cuidado del otro y atención a él con la que cada subjetivi­
dad se abre al mundo; tal vez la responsabilidad que,
según un Lévinas, la aparición del otro crea en mí antes
incluso de que yo me constituya como un sujeto: en todo
caso, como veremos más adelante, se trata de un recono­
cimiento que precede al conocimiento mismo del otro con
el que uno se encuentra. Todas estas son encarnaduras
49
posibles que se han pensado históricamente para ese espacio para desarrollarse fuera del ámbito meramente
reconocimiento de la autoridad del sí mismo sobre sus privado, actuando en el espacio de lo común, les ofrece la
propias normas. Cada una de ellas concibe y produce de ocasión de aparecer y realizarse a la vez que les impone
manera distinta el vínculo posible entre los sujetos, y unas obligaciones de solidaridad y renuncia al interés
puede desbordar el esquema de un reconocimiento particular: una comunidad que tanto les puede dar la
mutuo entre seres normativos, y por lo tanto libres, que ocasión de desarrollar plenamente su subjetividad como
hemos bosquejado en el capítulo anterior. No obstante, les puede someter a la degradación más extrema.
toda esta multiplicidad de relaciones entre individuos, y El lector avezado en el lenguaje hegeliano habrá
las posibles encarnaduras diferentes en que se puedan identificado aquí las tres esferas de la familia, la socie­
plasmar, se sitúan para el hombre moderno en tres esfe­ dad civil y el Estado, así como los tres modos de exis­
ras o niveles diferentes. tencia del sujeto moderno en cuanto miembro de una
El primero es la "esfera de la afectividad", la vincu­ comunidad ética: como cónyuge, burgués o trabajador y
lación entre sujetos que se establece por la inclinación ciudadano respectivamente. En modo alguno se trataría
afectiva entre ellos, porque se reconocen por el senti - aquí d e reeditar la propuesta que hizo Hegel en su
miento mutuo y establecen un espacio de intimidad. Es Filosofía del Derecho, cuando era cosa de pensar la
un espacio de recogimiento y confianza, donde, como se estructuración de la sociedad moderna. Su concepción
puede suponer, el sí mismo puede encontrarse más a institucional de la familia -la entonces naciente familia
gusto, más en sí mismo; pero, también, como igualmen­ nuclear burguesa con una clara diferenciación de los
te se puede suponer, donde más puede recibir las heridas roles de género- se diría algo desfasada hoy, aunque
más profundas y duraderas. El segundo nivel correspon­ corresponde esencialmente todavía a la forma en que se
de a la "esfera económica", el espacio de intercambio de regula en los Estados modernos. El poder real que este
bienes y servicios necesario para la subsistencia y el Estado tenga legítimamente sobre sus ciudadanos sigue
bienestar material. También aquí -en los contratos siendo tema candente para los defensores y detractores
comerciales, en las relaciones laborales- los sujetos de Hegel. Su descripción de la sociedad civil como lucha
deben otorgarse un reconocimiento mutuo en cuanto despiadada por la supervivencia entre agentes económi­
sujetos libres capaces de una actividad económica; a la cos, generadora de la mayor riqueza y la mayor miseria,
vez que, por otro lado, establecen entre ellos relaciones sigue ajustándose muy bien a la realidad del capitalismo
descarnadas de competencia y explotación que producen que conocemos, pero deja por eso más problemas abier­
desarraigo y alienación subjetiva. El tercer nivel, por tos que cerrados. En los tres ámbitos, hay una discusión
último, corresponde a la "esfera política", donde los en marcha con la herencia del pensamiento de Hegel que
sujetos se vinculan en cuanto miembros de una comuni­ tiene una tremenda actualidad. Pero no podemos entrar
dad mayor que la del afecto íntimo, ajena a este, y que les aquí en ella. Dejándosela a ocasiones más eruditas, se
vincula en una solidaridad distinta de la cooperación y la trata más bien, en nuestra meditación sobre el sí mismo,
competencia económica; es una comunidad que, recono­ sobre su realidad y su constitución, de aprovechar la planti­
ciéndoles como seres autónomos y libres, les abre el lla hegeliana de las tres esferas de la eticidad, la afectiva, la
50 51
su condición subjetiva. Todo el movimiento de reconocer
económica y la política, en cuanto que son los tres ámbi­
supone un complejo trayecto de ida y vuelta, desde lo más
tos diferenciados -no sin conflicto entre ellos- en los
particular y propio, incluida la corporalidad sensible,
que el sujeto moderno se despliega, hace "su vida", en
hasta lo más general, la comunidad con los otros -cada
los que encuentra e l reconocimiento de los otros y se
uno de ellos, a su vez, también, un cuerpo ajeno. Cuando
confirma a sí m ismo. Sea cual sea la forma en que se
u:°" sujeto, en el ejemplo del cap ítulo anterior, tiene capa­
ordenan las relaciones afectivas de los individuos, sea
cidad autonormativa para regular la satisfacción de su
cual sea la forma más suave o más dura que adopte e l
hambre de manera distinta a la del apetito directo de un
capitalismo, sea cual sea la variedad del Estado de dere­
animal salvaje -y esa es la base de su reconocimiento­
cho: el individuo moderno es un sujeto que ama, que traba­
realiza también un movimiento reflexivo por el que se
ja, que actúa. En la conjugación de esas tres actividades
mira a sí mismo desde fuera, se desata de la vida más
se ve realizado como él mismo y encuentra el reconoci­
inmediata, empieza a desprenderse de sí mismo para
miento de los otros, singularmente distinto entre ellos.
adoptar un punto de vista fuera de sí, sin el cual no puede
Y las tres esferas sup onen una compleja estructura
llegar a ser sí mismo. Este movimiento por el que uno se
intersubjetiva de reconocimiento sin la cual no hay sub­
despega de la p ropia contingencia particular para adoptar
jetividad alguna.
un punto de vista general, de modo que este punto de vista
sea a la vez parte de uno, se haga propio, y sea empero algo
distinto de uno mismo, es el proceso de su bjetivación que,
UN PROCESO FORMATNO
en la tradición clásica de la que partimos, se llamaba Bil­
dung, o formación. Y si el sí mismo se nos presentaba,
El sujeto, por eso, no se da por sí mismo, como pudiera
desde el principio, como algo no inmediatamente dado,
pensar el mero individualismo atomista que ha estado en
sino como una tarea de autoconstitución performativa de
la base de una parte del pensamiento liberal. No está de
resultado siempre incierto, la idea de la Bildung es que esa
más recordarlo en un momento como este, donde la rea­
parición de la subjetividad se da muchas veces ligada a un tarea es un camino jalonado por una sucesión de expe­
riencias vitales -cada una de ellas, una salida de sí, un
narcisismo egocéntrico, paralelo a un discurso ideológico
desatarse para encontrarse con lo extraño y apropiárse­
sedicentemente liberal que, en nombre del individuo,
destruye lo público y lo común para dejar a los sujetos la lo-. E n cada etapa de ese camino está, como final de lo
responsabilidad única de su felicidad afectiva o su suerte precedente, el sujeto que uno es, que ha conseguido llegar
económica. El individuo, para poder serlo, tiene que salir
de suparticularismoy, como dice Hegel, "está destinado a
a ser, recogido retrospectivamente en una narración de
carácter teleológico. Desde el niño que pasa del pecho 'I
conducir suvida de manera universal". No otra cosa estaba de la madre a un variado gusto culinario, o el joven que
implicada en la necesidad del reconocimiento de la condi­ sale al ancho mundo desde la particularidad de su provin­
ción normativa de uno. Solo saliendo de sí, adoptando cianismo inicial, todo e l proceso de formación es un cami­
un punto de vista general, siendo capaz de mirar desde un no de universalización. Ese proceso sup one el desarrollo
punto de vista distinto del propio, puede uno desarrollar de las capacidades afectivas, de las destrezas en el trabajo,
53
s�
de la interacción social y política, y por eso solo puede ENTRECRUZAMIENTO DE LO PÚBLICO
tener lugar en el seno de las tres estructuras intersubjeti­ Y LO PRNADO
vas que hemos descrito más arriba.
Sin duda, es imposible hablar de un sí mismo, de la Puede afirmarse que, para los modernos que aún somos,
constitución de un sí mismo, sin tener en cuenta los todas esas tensiones atraviesan la esfera de la afectividad,
procesos de formación y aprendizaje, en todas las y se generan en ella. Sería exagerado decir que son los
dimensiones de la vida y en todas sus tensiones, no modernos quienes la han creado: para afirmarlo, habría
siempre constructivas. Y, sin duda, la concepción teleo­ que borrar todo lo que sabemos, y no es poco, sobre la
lógica clásica de la formación que hemos bosquejado - amistad, sobre lo erótico, sobre la simpatía y el odio en el
desde el niño que accede a su propia subjetividad mundo antiguo y medieval, en la modernidad temprana, o
envuelto (y herido también) en la red de �fectos de la en otras culturas no europeas. Pero sí es cierto que, a par­
familia hasta el joven que, sobre la base de lo anterior, tir del siglo XVIII, entre todas las transformaciones que
madura en la lucha por la s�sistencia o en la �cción dan lugar a la subjetividad contemporánea que estamos
política- corresponde a la formación del sujeto burgués definiendo, tiene lugar una extraordinaria revalorización

-> l de la vida ordinaria, de ese mundo de sentimientos en el


I'
í
que, de un modo u otro, ha funcionado como paradig-
' mática durante doscientos años. Se han realizado sobre que la pareja -que además de esposo se supone compañe­
ella más modificaciones que se han propuesto alternati­ ro-, los hijos, la vida campestre, la mascota pasan a pri­
vas, pero en todos los casos se daba la constitución de los mer plano y aparecén como el espacio privilegiado de
sujetos particulares a través de estructuras universales felicidad y de realización individual. Que, tal como ha
de reconocimiento que se plasman en diversas formas mostrado Charles Taylor, esa concepción de la existencia
institucionales. El conjunto de esas instituciones, que surgiera en Inglaterra para extenderse después por el 7
aquí estamos denominando, con Hegel, eticidad, se sos- resto del planeta según el capitalismo y las formas moder­
, tiene en un entramado de tensiones entre lo universal y nas de organización social también lo hacían, confirma
lo singular. en el trayecto que va de lo particular y su que la esfera de la afectividad se da de forma paralela,
deseo hacia la formación de cada sujeto por lo general, alternativa, contrapuesta a un modo de organización eco­
pero también en el choque, el tironeo y la desgarradura nómica absorbente que pretende dejar a los individuos
que en cada sujeto supone la universalidad y la presencia desnudos de todo vínculo y obligación, y a unas estructu­
de los otros. ras estatales y un espacio público que amenazan con
La descripción de esas estructuras corresponderá a hacerse omnipresentes.
la sociología, a la psicología, al psicoanálisis, a la teoría El espacio privado de la vida ordinaria crece como
política. En nuestro estudio sobre el sí mismo, sin parapeto frente a las inclemencias de lo público. Es el
embargo, vamos a focalizar nuestra atención en algu­ reposo frente a l a jungla del mundo laboral, alienante y
nas de las tensiones que tanto sostienen como desga - despersonalizan.te incluso para quienes están mejor situa­
rran al sujeto, y que podrán aclararnos más acerca del dos en ella. Es el refugio frente a los estragos y desengaños
mismo. de la política. Es el lugar de la verdad frente a las mentiras

54 55
de lo público. Todavía hoy, ese mundo privado de afectos y afectividad, en ese espacio de la vida ordinaria que parape­
-) bienestar -o wellness, como se dice ahora en tantas len­ taba de lo público, se ha acabado exclamando "The personal
l guas- aparece en la publicidad como la imagen prometida is polítical". Quiéralo o no, el si.tjeto se ve arrojado a las tres
1 de la felicidad individual: sentado en casa junto al fuego o esferas de la eticidad, en ellas va saliendo de síy encontrán­
al volante de una berlina, para los clientes maduros, de dose con los otros. Pero las estructuras intersuhjetivas de la
� fiesta y baile con los amigos para los más jóvenes. Tal vez eticidad están forjadas con los materiales más diversos, y
por eso, la frustración de la explotación económica -y la complican la mera distinción público-pri vado que tan
intensidad de la crisis, con ella- se mide solo por cómo enrevesadamente se ha ido manteniendo en el mundo
-9 afecte a esa concepción de la vida ordinaria: e l tiempo que moderno. Por eso, no se trata de esferas concéntricas, la del
dejará para la familia y los amigos, el dinero que dará para Estado conteniendo exteriormente a las otras dos, sino de
adquirir bienes de consumo con que amueblar esa vida. El espacios distintos de universalización que se cruzan con­
poder político piensa que la prueba de su eficacia y la flictivamente.
garantía de su continuidad residen en el nivel de satisfac­ Está, por de pronto, la forma en que esas estructuras
ción de los sujetos con esa vida ordinaria, que cree inden­ se plasman institucionalmente . La combinación de senti­
tificar con su mundo afecti vo. Como si solo en él encon­ mentalismo y homo oeconomicus produjo la fami lia nuclear
traran los sujetos su plena realización. moderna, que Hegel colocó en un primer nivel de etici­
No la encuentran, ni podrían encontrarla. El deseo dad, como la institución que aseguraba la reproducción
que arranca a los sujetos de su particularidad y les destina -o, si se quiere, el acogimiento de nuevos sujetos libres
"a conducir su vida de manera universal" les hace también en el mundo- y la transmisión del patrimonio. El amor
vivir sus afectos de una manera que no sea meramente sexual, al fin y al cabo, era para él la forma más alta de
privada. No porque se haya de ser un político volcado a lo reconocimiento mutuo -donde dos seres son uno mante­
público las veinticuatro horas del día -lo cual, cuando niendo su diferencia-, y el matrimonio burgués venía a
ocurre, tiene siempre unas motivaciones que se pueden darle una consistencia social. Desde luego, aun sin ser un
rastrear en la biografía individual, en los deseosy las heri­ romántico rebelde, cabe preguntar hasta qué punto los
das particulares del sujeto. Pero el modo en que cada cual afectos -eso que parece ser el punto nodal del individuo­
practique y oriente su sexualidad, en que comparta el se dejan regular jurídicamente, con vertirse en institu­
tiempo con amigos y seres queridos, en que disfrute del ción. Durante la mayor parte de la historia, el amor ha
arte, reciba la memoria del pasado, viva su relación con la existido aparte del matrimonio. Está, también, la amistad,
naturaleza, extienda su afectividad a personas o animales que Hegel considera como una forma suprema de recono­
muy lejanas de su círculo privadoy, sobre todo, el modo en cimiento mutuo: puede que sea una especie de institución
que conjugue su patrimonio con sus relaciones afectivas: social, dado que tiene sus ritosy convenciones, que varían
todo eso, que sin duda forma parte de la esfera afectiva e con las culturas; pero no se concibe una regulación jurídi­
impulsa su deseo, está determinado por vectores sociales ca de ella. A poco que se considere el mundo de los afectos
y políticos en una medida que nunca se pueden calibrar -incluyendo en él lo que alternativamente se llama n las
suficientemente. Justo a propósito del cuerpo y de la pasiones, los sentimientos, las emociones-, se despliega
56 57
ante los ojos un océano de actitudes subjetivas que son le deshace al propio Hegel ese esquema. El ámbito priva­
formas esenciales de reconocimiento y realizació n indi­ do, tal como le es entregado a la mujer para que lo admi­
vidual, que hacen saltar los límites de lo privado y a las nistre, corresp onde a una ley que también puede ser
que lo público solo puede recoger y ordenar de una pública y entrar en conflicto con el poder político, una vez
manera limitada. La caridad y la compasió n por el dolor que un individuo es lo bastante consciente de sí como para
ajeno -también por seres "personalmente" muy lejanos­ hacer valer públicamente esa ley de lo privado -en el caso
sublevan al individuo contra el orden económico, o recla­ de Antígona y la obligació n de piedad para con el herma -
man transformaciones institucionales tan radicales que no muerto- desafiando la ley general. Hay innumerables
supondrían un cataclismo para el orden político vigente, y interpretaciones de la tragedia, pero a cualquiera de ellas
para la actual existencia material de ese individuo. El -si descartamos la másmostrenca de un interés particular
11
resentimiento de una víctima, o de sus al legados, convier­ femenino frente a un interés general representado por
te una emoción individual en un inflexible argumento Creonte- le subyace el fenómeno de que la perspectiva
político. La desafección, las formas negativas de afectivi­ particular, particularista, si se quiere, como mujer y como
dad, como el racismo, la xenofobia, el sectarismo, siendo hermana, de Antígona, requiere formar parte de la discu­
de origen individual, atraviesan destructivamente la con- sión pública y la determina: de hecho, Antígona se niega a
¡ vivencia política. Algunos de estos ejemplos son más enterrar al hermano en secreto, y ya por eso no lo entierra

r
"juridizables" que otros -el último, quizá, por la vía de la solo como hermana, sino también como ciudadana. Ella,
sanción-; pero en su conjunto muestran que la esfera de en definitiva, exige ver reconocida públicamente su nor­
lo afectivo, esencial en la constitución de los sujetos, de los matividad femenina según la concepción griega -la que
sí mismos, reclama lo público tanto como entra en con­ entierra a los hermanos muertos siguiendo la ley divina-,
flicto con ello y lo remueve. y al hacerlo interviene política.mente en la cosa pública,
introduce la particularidad en lo general. Sería muy
impreciso decir que actúa "por motivos personales", como
DESAJUSTES DEL SUJETO Y LO PÚBLICO. diríamos hoy. Y también sería anacrónico preguntarse si
EL CONFLICTO DE LA ETICIDAD Antígona actúa por piedad hacia su hermano o por deber y
respeto hacia una ley religiosa. Pero si esta tragedia ha
En ningún sitio se entiende ese conflicto de una manera podido ser fuente de tanto pensamiento feminista es p or­
tan compleja e inmediata como en las cuestiones relativas que en ella se hace patente cómo la experiencia particular,
al género. El esquema tradicional, que el propio Hegel y la normatividad en la que se singulariza un deseo subje­
reconstruye. relegaba a las mujeres al ámbito de lo privado tivo, sale de la particularidad y determina lo general.
-la casa, el cuerpo, el cuidado, los sentimientos- y lanza­ Es decir, lo que se juega en la eticidad son las formas
ba a los hombres al espacio de lo público, de la lucha polí­ de universalizació n del sujeto, las formas en que los sí
tica y económica. Las mujeres particulares y los hombres mismos salen de sí al encuentro con otro y se realizan. Es
universales. La delicadeza de las cosas pequeñas y la gran­ un juego tan enrevesado para el sí mismo individual como
deza de la Ciencia, el Arte. Pero ya la tragedia de Antígona para la comunidad política.
58 59
Respecto a lo último, bien sabemos, por la degenera­ antropológicas de-ese mal, y su solución. El sujeto necesi­
ción del nivel de debate en nuestras democracias, que es ta manifestarse, exponerse para encontrar el reconoci­
imprescindible mantener una sana distinción entre lo miento de los otros, sin el cual no es nada; pero no puede
público y lo privado. A toda costa, la política, si ha de ser exponerse a la luz sin descubrir la incongruencia entre el
trágica, no debería ser una tragedia de familia, como sí lo sentimiento de sí y el juego público de los reconocimien -
era en el mundo griego o en los conflictos dinásticos. tos ajenos, repleto de distorsiones. Le resulta imposible
Tampoco la tiranía de la intimidad debería haberse adue­ aceptar que el mundo ético donde se hace ese juego tiene
ñado del espacio público del modo tan masivo que lo ha que establecer distancias como medida de higiene. El
hecho, y que Richard Sennet ha analizado. Tenemos la contacto inmediato entre corazones, de inmediatez a
convicción casi completa de que esa tiranía arruina nues­ inmediatez, sería insoportable para estos, y destructivo
tra vida democrática y mutila la realización de sujetos para el lazo social. Una sí mismidad que no aceptase eso se
libres y reconocidos. Pero era inevitable verse confronta - desharía en la locura, salvo que se agarrase a una autoex­
do a ese peligro, toda vez que esos individuos que se reali­ hibición patética como la de Rousseau. El mundo ético
zan como ciudadanos y sujetos libres reconocidos en la exige las máscaras, a veces, y una cierta distancia, siem­
comunidad política, aunque participen en ella con razo­ pre, a fin de salvar el vínculo social. Crea una red de ritua­
nes, lo hacen desde la particularidad de su cuerpo desean - les y ceremonias, de vestidos y de reglas de aparición:
te y desde su afectividad. Quizá no era inevitable sucumbir constriñen al sujeto, pero le permiten también individua­
al peligro, pero puede que el mundo moderno se deslizara lizarse. Por muy sincero que se pretenda, el sí mismo tiene
hacia él por no ser consciente de hasta qué punto lo perso­ que aprender que el personaje, o los personajes, que
nal es político. Justamente esto último, no el imperio de la representa en el teatro de la vida social forman parte de su
intimidad, es lo que ponía sobre la mesa el pensamiento piel como una segunda naturaleza: desatarse de la inme­
de género, pero también un movimiento obrero que, en diatez de la vida orgánica requiere también adaptarse a un
sus inicios, era muy consciente de su experiencia -una papel hasta hacerlo propio, respetar el malentendido y
experiencia corporal- en el trabajo. aceptar que la incongruencia entre el sentimiento de sí
Para cada sí mismo individual, el juego es igualmente y las palabras e imágenes de los otros forma parte también
enrevesado. Rousseau, el primer pensador de la subjeti­ de la propia subjetividad.
vidad contemporánea, lo hizo ver de manera tan patética Este enrevesamiento de lo particular y lo general,
como verdadera. Cualquier movimiento, cualquier gesto �
entonces, es la tarea que constantemente se le impone al
en el espacio de lo público pervierte y desfigura la auten­ sujeto que trata de realizarse, de darle contenido al bucle
ticidad del mundo íntimo. Cualquier experiencia de lo de su perspectiva de primera persona; es, a la vez, la tarea
más propio de uno mismo, una vez traspuesta al mundo de la política para crear un lazo social donde esos sujetos
público, resulta cuando menos en un malentendido, si es puedan acontecer libremente sin ahogarse entre ellos.
que no en una tergiversación. Helmut Plessner, advir­ Ninguna de las dos tareas es realizable sin herir al sujeto y
tiendo agudamente las derivas totalitarias que anidan en sin hacer patente que la política es inacabable y siempre
el paroxismo de la comunidad, descubría las raíces
queda abierta.
60
61
Para el sujeto individual, la eticidad no es el lugar del EXCURSO: ESTUPIDEZ
reconocimiento donde alcanzase la felicidad de la plena
identidad consigo mismo, sino un trabajo donde experi­
menta los límites a la satisfacción de su deseo, asume la
herida de su particularidad y hace de ella su propia subje­
tividad en el encuentro afectivo con los otros. Sin duda,
ese trabajo requiere algunas dosis de ironía, de capacidad
de disociación, de aceptación del fracaso y de aprender
que lo común es tan propio de uno como la propia soledad.
No parece que el narcisismo infantilizado, balanceándose
entre el consumo hedonista y la reivindicación identitaria
con que los sujetos se desempeñan en las sociedades
afluentes de hoy, sea capaz de realizar ese trabajo.
Para la política, o para el mundo de lo común, la etici­
dad es un trabajo de hacer y rehacer espacios de recono­
cimiento, teniendo en cuenta que estos son espacios de in­ EL FRACASO SUBJETIVO
clusión y exclusión, de conjugar lo común aceptado por un
grupo de sujetos vinculados entre sí con lo particular, dife­ Si el sujeto es un logro a alcanzar, si la subjetividad es un
rente o irreductible. Teniendo en cuenta, también, que esa trabajo de uno mismo con el propio deseo y con su depen­
conjugación no se realiza sin conflicto. La esfera afectiva de dencia de los otros, parece lógico buscar los baremos para
la eticidad hegeliana se construía con el marido burgués determinar el éxito o el fracaso de esa tarea. ¿ Quién podría
heterosexual. Hoy día, reconoce casi sin problemas la pa­ definir, sin embargo, una subjetividad lograda? Podemos
reja homosexual; y cabe suponer que llegará a reconocer pensar en una vida plena, felizmente realizada en el traba-
otras muchas formas de vinculación sexual y afectiva entre jo y en los afectos, con el reconocimiento de los otros y una
los sujetos, conforme las reivindicaciones del movimiento madura conciencia de sí misma, con heridas y pérdidas
LGTB, por ejemplo, se hagan más patentes. En cambio, profundas, pero con los duelos correspondientes realiza­
parece que requiere un esfuerzo mucho más intenso para dos. O podemos pensar en momentos puntuales de pleni­
hacerse cargo de otras formas de vida que, en toda su preca- tud subjetiva, momentos en los que el individuo se hace
riedad, permanecen excluidas, pero que no dejan de plan- cargo de sí mismo, con plena conciencia, en una decisión,
tear la reivindicación de su subjetividad. en la responsabilidad que asume por una acción, quizá por
El trabajo del sujeto individual con su fracaso y su sole­ una falta, en el duelo con que elabora una pérdida grave,
dad cuando se realiza y reconoce dentro del mundo ético nos en la fuerza con que asume un destino o una fatalidad,
ocupará los dos capítulos siguientes. Los problemas que se le como el héroe trágico. Podemos pensar todo eso; pero,
plantean a lo común, y con ello, más directamente, al encuen­ aun así, la razón se resiste a diseñar un arquetipo de suje­
tro entre los sujetos, serán la materia de los dos últimos. �o logrado. Por un lado, nunca sabemos lo que hierve en el
6� 63
fondo de un sujeto. Por otro lado, en ú ltima instancia, solo el reconocimiento, pueden catalogarse bajo la rúbrica de
cada sujeto tiene la autoridad sobre sí mismo para juzgar, algo tan indefinible como la estupidez.
en algún momento, si " lo ha logrado" o no -aunque, como Solo la' maldad, o la crueldad, si se quiere, en tanto
hemos visto, nunca es autónomo para lograrlo-; y a pesar que es una maldad aplicada compulsivamente a otros,
de la constancia con que las dentaduras resplandecientes podría ser algo distinto a la estupidez, y. por lo tanto, otro
aparecen en las imágenes publicitarias de la felicidad, las género de fracaso del sujeto. Es posible, además, que
formas de realización sub jetiva son tan variadas como los muchos episodios de ma ldad se den como correlato a la
sujetos mismos, y cada uno de ellos es un acontecimien­ falta de reconocimiento que señalábamos más arriba. Eso
to único. seria un asunto de fi losofía moral en el que este libro no va
En cambio, y contra lo que pudiera pensarse a partir a entrar. Pero es razón bastante para que lo que sigue no
de lo anterior, la forma del fracaso es casi única. Desde pretenda ser un capítulo propiamente dicho, sino solo un
luego, hay mú ltiples posibilidades de que el sujeto naufra­ excurso exploratorio sobre la estupidez como forma genui­
gue en su tarea. Puede ser por razones ajenas a él mismo, na de fracaso su bjetivo.
como la frustración del deseo, la mala fortuna, la des­
gracia, la falta de reconocimiento; o por causas endóge­
nas, como la cobardía ante uno mismo o ante los otros, el ALGO TAN INDEFINIBLE . . .
autoengaño continuo, la vanidad desorbitada, la ceguera
frente los otros, la maldad pura y simple, la crueldad. . . Las Sobre la estupidez n o s e ha escrito ningún tratado fi losó­
primeras, sin embargo. aunque pueden anu lar la felicidad fico, y sí bastantes ensayos más o menos agudos en los que
de un individuo, no pueden impedirle la dignidad con la el autor empieza expresando la incomodidad de que al­
que asume su destino y, con ello, un grado de autoridad guien pueda creer que él no se cree estúpido. Ya esto nos
sobre sí mismo que implica siempre un alto grado de da idea de que el fenómeno de la estupidez es, por un lado
autorrealización. Solo la falta de reconocimiento, cuando indefinible, y por otro, se adhiere de manera inevitable a
se aplica a seres excluidos de antemano del mundo de la la condición del sujeto mismo. Veremos que eso lleva
eticidad -parias sociales o étnicos, ciertas formas de implicada una paradoja que es, a la vez, la paradoja de la
enfermedad, ciertas formas de vida orgánica- y se les subjetividad, del sí mismo como nadie.
impide por ello un desarrollo mínimo de su subjetividad, Seguramente, es indefinible porque no constituye un
significa un fracaso real del sujeto por causas e xternas. En objeto como tal. Va más bien ligada a situaciones y contex­
los capítulos cinco y seis abordaremos ese déficit de reco­ tos. Hay situaciones estúpidas, pero no situaciones inteli­
nocimiento, y veremos que es un fracaso que afecta igual­ gentes. No es lo contrario de la inteligencia, y se puede ser
mente a los sujetos que lo den iegan y que caen, por ello, estú pido aun teniendo una elevada potencia mental;
entre los malogrados por causas endógenas. En este excur­ incluso, " pasarse de listo", como decimos en castellano, es
so vamos a ver que esas causas endógenas, que tienen que una de las formas más eficaces de hacer el tonto. Como de­
ver con la incapacidad para despegarse de la inmediatez de cía Robert Musil, es estúpido hacer gala de inteligencia,
sí mismo, con el primer movimiento que vimos que e xigía pero tampoco es inteligente ganarse fama de estúpido. La
64 65
inteligencia, más que lo contrario de la estupidez, tiene hermosas acacias que bordean el paseo, y un habitante local
que ver con una capacidad para tratar con la propia estu -
dice: "O sea, que usted también sabe que el sinvergüenza del
pidez innata de uno, en la que siempre se puede caer; y alcalde las va a talar" Hay algo de estúpido en suponer que
la estupidez va ligada al trato con nosotros mismos y al el visitante pasajero está al tanto de las trifulcas del pueblo.
trato con los otros. Reconocer la propia estupidez y li­ No lo habría si la misma observación se hiciese sobre los
mitación, es, como en la docta ignorantia socrática, el árboles de una avenida central en una gran ciudad. En el
primer paso hacia la inteligencia: forma parte de la rela­ segundo caso, se puede suponer un conocimiento general;
ción consigo mismo. en el primero, no, y el pueblerino lo asimila al conocimien­
Pero la estupidez la predicamos ante todo de otras to que él particularmente tiene.
personas: no hay que olvidar que "estúpido", en primera En una excursión por el campo, a alguien le cae una
instancia, es un insulto, que no es tanto la descripción de piedra en la cabeza y queda herido. Unos acompañantes
otra persona cuanto la exclamación que se profiere ante llaman a los primeros auxilios. El amigo minerálogo del
una actuación de otro que nos desespera y nos descoloca. accidentado, verdadero idiota especializado, se pone a
Hay siempre algo de irracionalidad y de desconcierto en la disertar sobre la extraordinaria calidad del granito que ha
exclamación, en el que la hace y en el que la recibe. La pura golpeado a su amigo. No es capaz de reconocer la situación
racionalidad no grita " ¡ Estúpido!", sino que describe y y su gravedad; solo puede mirar a través del prisma cientí­
caracteriza neutralmente al otro. Cuando esa descripción fico con el que él define su subjetividad.
falla, por lo inexplicable y opaco de una actuación, por el Una familia con niños espera a embarcar en el aero­
estupor que produce, recurrimos al insulto "estúpido" puerto; va de vacaciones a casa del abuelo. Conforme se
que, al fin y al cabo, podemos decírselo a cualquiera; no así llena la sala de viajeros, el niño pequeño pregunta asusta­
"mafioso", "ladrón", o cualquier otro descalificativo más do: "Pero ¿dónde se va a meter toda esa gente en casa del
específico, que concreta una visión del otro. En cambio, el abuelo?"; los hermanos mayores, por supuesto, se abalan­
recurso al insulto "estúpido" dice tanto del otro como de zan sobre él: "Pero, qué tonto eres" En su candor infantil,
nuestro propio desconcierto, y la mezcla de representa­ ha creído que todos iban donde iba él; su propio yo es
ciones, sentimientos e intenciones que solo puede expre­ todavía el único punto de vista posible.
sarse así, denotando ya el fracaso de la mediación inter­ No es, propiamente, un asunto del egoísmo que mira
subjetiva. por el interés particular y quiere llevar a los otros hacia
él. Los tres casos son seres limitados, de mente estre­
cha, porque no son capaces de imaginar que el mundo se
. . . QUE SE DEFINE ASÍ: UN YO DE RADIO CERO pueda concebir de otra manera que como ellos lo conci­
ben: el niño no se imagina que alguien pueda tomar el
Si hubiera qu e dar una definición de estupidez, podría avión para ir a un sitio diferente al suyo, el parroquiano
ser esta: la incapacidad para despegarse del propio punto de no se imagina que haya otras cosas en el mundo que sus
vista, para ver las cosas de otro modo que a través del prisma discusiones de aldea, ni el idiota especialista que haya algo
del propio yo. Atravesando un pueblecito, alabamos las grave aparte de su interés científico. Cuando el punto de
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vista se reduce, uno se va haciendo más estúpido, hasta Por eso, al niño, en su candor infantil, todavía se le
que llegamos "a un punto en el que el radio de las ideas perdona la tontería que dice, e incluso puede hacer gracia
coincide con el centro, en que no es posible pensar ya -aunque suscite, cómo no, la crueldad de los hermanos
una limitación mayor, volverse todavía más estúpido". Y mayores-. En el aldeano, al que se le supone poco mundo,
la absoluta coincidencia de uno mismo con su propio resulta comprensible, pero ya es hasta cierto punto con­
punto de vista, el propio yo convertido en el punto central denable. En el científico, esa falta de juicio puede ser per­
de un círculo de radio cero es la estupidez. Así lo define donable, e incluso admirable, cuando se trata de un genio:
Eduard Erdmann, de quien tomamos los ejemplos. Por pero en el caso que hemos puesto, que es el más común, la
cierto, esa concentración absoluta en el propio punto de estupidez es exasperante.
vista privado es lo que los griegos llamaban un "idiota". Así, todos nacemos más o menos tontos; la vida va
limando la tosquedad inicial, y del niño puede salir un
hombre de mundo. El sujeto se va haciendo reflexivo,
SUBJETIVACIÓN COMO DESESTUPIDIZACIÓN adquiere una sensibilidad para asuntos ajenos, una capa­
cidad de adoptar perspectivas generales con las que, pre­
Resulta, entonces, que deshacerse de la propia estupidez cisamente, poder tener y reconocer normas de conducta, y
equivale a aumentar los puntos de vista posibles desde los se integra en estructuras intersubjetivas que presuponen
que mirar, a ir adquiriendo la capacidad para ver las cosas que se interactúe considerando las posiciones ajenas.
desde el punto de vista de otro y abandonar, siquiera sea Desde luego, no es un proceso definitivo. Siempre quedan
mentalmente, siquiera sea por un momento, el propio. No restos de una estupidez originaria, y uno nunca deja de
en vano, eso es lo que Kant denominaba la "facultad de juz­ hacer tonterías cuando menos lo espera. Está, finalmente,
gar" o, en un castellano más inmediato, el discernimiento: la mayor de las estupideces: considerar inaceptables las
cuando uno se aparta de las propias condiciones privadas y estupideces de otros. Entonces uno se vuelve cruel -como
subjetivas del juicio y reflexiona a partir de un punto de vista los hermanos mayores con el pequeño-; pero justo los
universal, que solo puede determinar al ponerse en el punto adultos, que se sonríen con el pequeño, son también tole­
de vista de otros. Como ya vimos en el capítulo anterior, ese rantes con esa crueldad adolescente. Al final, la aceptación
proceso por el que se universaliza el punto de vista, no solo de la propia estupidez, de la que resulta una tolerancia
científico, sino también mundano y práctico, es lo que en la benevolente hacia la estupidez ajena, puede ser el grado
tradición clásica se llamaba formación y educación. En rea- más alto de inteligencia.
lidad, según esta definición, el sujeto, conforme va supe­
rando un proceso de experiencias de extrañamiento,
abandona su lugar inicial, primitivo y provinciano, unila­ UNA BANALIDAD TERRIBLE
teral, adquiere la capacidad para mirar desde el punto de
vista de otros; pero de tal modo que esa capacidad sea suya, Vemos, pues, que el proceso de formación subjetiva es un
y la realice a su manera: adquiere con esa formación una proceso de desestupidización; que hay un proceso de
subjetividad propia. generalización de los puntos de vista en los que se tejen las
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redes de interacción entre los sujet os; y que siempre se no afecta a su intelecto ( pues hay muchos inteligentes
e stá abierto a la contingencia del fracaso: mete duras de estúpidos), sino a su humanidad. Por eso, uno está inde­
pata que a veces son descomunales fracasos subjetivos. fenso frent'e a ellos, pues no le dan crédito a los hechos en
Los fracasos pueden ser puntuales y un o se da cuenta de contradicció n con sus prejuicios personales y se sienten
que "ha hecho e l t onto", a veces con consecuencias gra­ siempre satisfechos consigo mismos. Sin sabe rni siquiera
ves. También puede haber fracasos colectivos, que resul­ de su propio fracaso.
tan e n formas degeneradas de eticidad, donde los sujetos,
aunque integrados entre sí, carecen de esa capacidad
reflexiva que les permitiría ver las cosas y a los hombres de LA PARADOJA DE LA ESTUPIDEZ
otro modo.
De hecho, la incapacidad para juzgar, para poder D esde luego, la autosatisfacción por haber multiplicado
pensar otras situaciones posibles desde otros puntos de los puntos de vista tampoco se escapa del fracaso subjeti­
vista, para generar una guía de conducta cuando se han vo, y si bie n no cae la c rueldad de los ciudadanos estúpidos
disuelt o los patrones e stablecidos e s lo que Hannah del nazismo, sí puede ser exasperante, o risible. Es exas­
Arendt le reprochaba a Adolf Eichmann al hablar de la perante el que presume de cosmopolita e ntre quienes no
"banalidad del mal" Más que depravado, era de una viajan o no hablan de sus viajes; y es risible el que se pasa
inconsciencia completa, " una curiosa y absolutamente de listo. Es este un punto importante en el que conviene
auténtica incapacidad para pensar" . De ahí la superficiali­ reparar. ¿Por qué la contemplación de lo estúpido produ­
dad, la adhesión a lo convencional, a los clichés y la frase ce cierto placer estético?
hecha, que caracterizaba a Eichmann y a tantos otros en Seguramente, no es la crueldad, ni tampoco la alegría
otras sociedades. La incapacidad para disociarse del pro­ -salvo en el caso del niño- por ver la ingenuidad primiti­
pio yo, apartarse de su sí mismo y desarrollar por eso u na va, la frescura del origen. Puede que esa alegría estética
mirada crítica sobre la situación: esa era la estupidez de llegue, como sugiere Erdmann, por lo que tiene la estupi­
Eichmann y, en general, del hombre gris, mera marioneta dez de algo único, inimitable, de absoluta individualidad.
e n los engranajes de la convenció n social. De él podemos Llamamos estúpido a aquel cuyo cosmorama, cuyo hori­
decir que se ha malogrado como sujeto, e n el sentido que zonte, tiene un diámetro cero, y subsume todas las cosas
hemos inte ntado explicar durante los dos capítu los ante­ bajo el punto de vi sta único de su propio yo. En su tosque­
riores que se hace un sujeto. dad, es original: lo que tenemos con él es el placer que
El nazismo es la prueba de que ese malogro puede proporciona todo lo individual y ú nico. Cada uno es tonto
tener las consecuencias más terribles, y que la estupidez � su manera, y eso siempre es un pequeño espectáculo.
tiene algo que ver con la c rueldad. Dietrich Bonheoffer, el Opticamente, pocas cosas amplían nuestro horizonte
teólogo asesinado por los nazis, solo podía definir como visual mejor que mirar dentro de un agujero verdadera­
estúpidos a sus compatriotas, e ntregados ciega, acrítica­ mente estrecho. O, también, pasar por un punto de vista
mente, a Hitler. Y el problema de los estúpidos, diagnos­ único, irrepetible: aquel que no puede abstraerse en una
ticaba tras diez años de dictadura nazi, es que su defecto reflexión. Y eso es lo que experimentamos en otro, de
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manera directa, al contemplar tipos originales, incapaces generales de juicio, atribuciones universales que preten­
de adoptar la perspectiva ajena: topamos ahí con una indi­ den iluminarlo. Pero allí donde el otro solo nos ofrece su
vidualidad extrema que es la alteridad de otro. Por el con­ opacidad, donde se muestra incomprensible, es donde le
trario, aquel cuyo punto de vista somos capaces de proyec­ aceptamos como único e irrepetible.
tar de alguna manera en un juicio general, lo dejamos Hacia sí mismo, en primera persona, reflexivamente,
comprendido y anulado en su individualidad. En cambio, ese punto de radio cero es también el punto en el que nos
en la opacidad del otro, que calificamos como estupidez, reconocemos. En el error que siempre repetimos, en la
está también su irrepetibilidad, su condición de ser abso­ tontería que siempre hacemos, es donde nos vemos
lutamente único: el sí mismo, el sujeto que él es. Es donde muchas veces a nosotros mismos y nos lamentamos, al
vemos que él es "muy suyo". Es la opacidad, y el ser muy volver a caer: "Ese soy yo" Uno es capaz de reconocer su
suyo, que lo pueden hacer tanto cómico como exasperante. propia estupidez, aquello de lo que no puede despegarse, o
Tenemos así una suerte de "paradoja en la estupidez": la piedra en la que siempre tropieza, y entonces ha dado
por un lado, la estupidez disminuye al subjetivizarse el consigo mismo. Pero esto requiere un grado alto de auto­
individuo, conforme este es capaz de aumentar los puntos rreflexividad.
de vista, de formarse. Desestupidización equivale a subje­ Por eso, lo contrario del punto de radio cero, el espa­
tivización, y eso es un proceso formativo. Por otro lado, el cio de mayor amplitud, el que es capaz de recoger mayor
individuo puro e irrepetib le lo encontramos en el estúpi- número de puntos de vista, puede corresponder a nuestra
do absoluto, que no tiene más perspectiva que el irrepeti­ subjetividad madura, pero nunca puede borrar ese
ble propio yo. Podemos formular la paradoja de otro momento de la estupidez más propia. La adquisición de
modo: la estupidez se da en el sujeto anónimo y gris, que nuevos puntos de vista nos forma hacia fuera, nos permite
no tiene una capacidad de juzgar propia, y se da en el suje­ construir el sujeto que ofrecemos al mundo en el inter­
to máximamente original, en el que es muy suyo. No se cambio intersubjetivo, y nos forma hacia dentro -en lo
trata de una contradicción irresoluble, sino que la parado­ que podemos dar cuenta de nosotros mismos-; pero solo
ja resulta de la forma doble de nuestra constitución subje­ lo hace recogiendo el nudo irreductible que es la propia
tiva, de nuestro ser sí mismo como nadie. Por un lado, la estupidez: en un lenguaje más clásico, solo en cuanto
subjetividad es un logro, aquello que cada uno alcanza somos conscientes de nuestra propia falibilidad.
según se va haciendo y formando, y es un logro propio; Ahora bien, la estupidez. que hemos visto primero
pero, a la vez, en ese trabajo de autoformación resulta ese como un insulto amab le, no deja de ser un recurso agrada­
nudo irreductible que es la estupidez que cada uno es. ble para tratar la soledad del fracaso y la opacidad propia y
Está el punto de radio cero, que coincide con el propio ajena. Pero la realidad de estas se da fuera de ese recurso.
yo. Es un punto de máxima estupidez donde el yo ni Salgamos, pues, de este excurso.
siquiera se distingue de si mismo y no tiene conciencia de
sí. A la vez, es el de máxima opacidad del otro, el nudo en
el que nos encontramos con el sí mismo del otro sin
mediaciones ni interpretaciones, que son siempre formas

72,
CAPITUL0 4
SOLEDAD

SER SÍ MISMO FUERA DE LA ETICIDAD

Abraham camina por una tierra desierta hacia el monte


Moría, con su hijo Isaac, el asno y dos mozos detrás. Va
a sacrificar a Isaac por mandato de Yahvé. El relato
bíblico no dice nada de lo que pasa por su cabeza. Pode­
mos suponer la inmensa angustia que oprime su silen­
cio, pero él no ha dicho nada a su esposa, ni a los suyos.
Ala pregunta de su hijo por el cordero para el holocaus­
to responde con una ambigüedad casi perversa: "Dios
lo proveerá" Abraham es la cabeza de una comunidad
ética. Podría decirse que es un sujeto logrado. Tras una
larga vida y serie de duras pruebas ha alcanzado todos
los reconocimientos precisos en el complejo entrama­
do de la eticidad. Sin embargo, la orden divina de sacri­
ficar a Isaac le arranca de esa realización. Como dice
K.ierkegaard, le obliga a suspender el orden ético, a
hacer una excepción en la moral sancionada por la
comunidad de los sujetos en la que su subjetividad se ha
formado. Desde el punto de vista de esa comunidad, él
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va a asesinar a su hijo. Desde el punto de vista de su fe, va puede presentarse de ningún modo comprensible ante
a realizar un sacrificio. los otros. Por eso, Abraham tiene que c allar ante Sara, y
En la perspectiva secular contemporánea, amenazada ante Eleazar, y ante todos los demás.
siempre por el particularismo religioso, la historia de Tampoco la historia de Antigona es comparable. En
Abraham no supone un problema teórico: ese padre asesi­ ella se enfrentan una ley divina y una ley civil, si se quiere.
no que oye tales voces divinas debe ir a la cárcel o quedar Pero ya hemos visto que Antígona, por muy "personal" que
bajo tratamiento psiquiátrico. En cualquier caso, se ha sea su caso, contrapone una ley a otra, y en virtud de eso
perdido como sujeto libre y autónomo. Sin embargo, la entra en el mundo civil, en la cosa pública, en el nivel polí­
historia adquiere un inesperado interés cuando no se la mira tico de la eticidad, para actuar como ciudadana y como
por el prisma teológico, sino que se atiende a la decisión heroína trágica. Abraham, en cambio, en virtud de la
radical que tiene que tomar un individuo respecto a l o orden divina, se encuentra en posesión de un secreto ínti­
que él, e n lo más profundo de sí mismo, piensa o sien­ mo que le arranca de toda actuación política y de toda
te que debe hacer. Es así como Kierkegaard reparó en ella. comunicación con el mundo ético. Una vez que ha recibido
Aunque los intereses del danés eran teológicos, y su preo­ el mandato de Yahvé, lo que ocurra con Isaac es para
cupación última era cómo ser cristiano, la pregunta que Abraham asunto exclusivamente deAbraham mismo: toda
acaba desplegando y formulando explícitamente es cómo vez que su fe es la norma por la que se define su ser más
ser un individuo, cómo ser uno mismo. Y Abraham, el propio, es ahí donde se juega verdaderamente su subjeti­
sujeto a la cabeza de una comunidad, es él mismo e n tanto vidad, entre él y él mismo ante Dios, de manera inmedia­
que ha sellado con Dios una alian za. Así, lo que para la ta, sin que n ingún reconocimiento de los otros tenga aquí
comunidad ética no es ningún problema teórico -a lo valor alguno. Más aún, el más mínimo reconocimiento
su mo práctico-, para él es el problema radical de su sub­ ajeno desvirtuaría toda la acción de Abraham, que por eso
jetividad: la angustia que surge de la inmensa contradic­ no es para nada un héroe trágico, sino un individuo
ción entre lo que Dios le exige, que e n él coincide con su inmerso en una situación absurda y paradójica.
propia normatividad y su propia autoridad sobre sí mismo, Hasta ahora, el curso de nuestra reflexión nos había
y lo que la comunidad espera de él. mostrado que la perspectiva de la primera persona, la
También Agame nón, Bruto o Guzmán el Bueno, por posibilidad de decir "yo" y de ser uno mismo, se realiza
caso, se vieron e n la tesitura de tener que sacrificar a sus adecuadamente en las dinámicas de reconocimiento y e n
hijos o hija; pero en su caso se trataba de salvar a la el mundo de la eticidad. Esto es, la subjetividad se realiza
patria a cambio de esa muerte. Por eso podían planteár­ plenamente en estructuras intersubjetivas de reconoci­
selo explícitamente a sus conciudadanos. Estos sancio­ miento; por eso, la vida del individuo se va cumpliendo en
narían ese sacrificio como parte del intercambio de las redes institucionales de los afectos, de la profesión, de la
deberes y premios que tiene lugar e n el mundo ético, y política: uno es el que es o el que ha llegado a ser, como
elevarían a los padres al panteón de los héroes. En el pareja o cónyuge o como padre o madre; y como profesor o
caso de Abraham, e n cambio, se trata del capricho de funcionario, comerciante o artista; o como ciudadano. El
una orden divina que, pronunciada desde lo infinito, no caso de Ahraham, dice Kierkegaard, nos enseña que uno
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puede ser de verdad el individuo que es solamente fuera de En realidad, no nos hemos movido un ápice de las
esa estructura institucional, incomunicado con ella, a solas preguntas que planteábamos cuando abordábamos la
consigo mismo y frente a Dios. perspectiva de la primera persona. Tan solo las estamos
Antes de seguir, vaya por delante una cautela. Sin mirando desde el otro lado . Hasta ahora, siguiendo con
entrar en las discusiones teológicas que puedan acampa- Hegel a toda u n a línea de pensamiento dialógico que ha
ñar siempre a los problemas kierkegaardianos, "Dios" no sido decisiva en la modernidad, habíamos visto que el
funciona aquí en ninguno de los sentidos convencionales bucle de la relación reflexiva con uno mismo venía a reali­
de la religión (como garante del sentido del mundo, fun­ zarse en el reco nocimiento y la eticidad; ahora, Kierke­
damento último de la moral, instancia sobrenatural de gaard nos recuerda que la miidad de ese bucle -el que esa
poder superior, etc.), sino que es exclusivamente la lla­ referencia a mí mismo sea, en cada caso, exclusivamente
mada que saca al individuo de toda iglesia, lo desata del mía-, sigue siendo un asunto mío, del que tengo que res­
vínculo comunitario y lo sitúa ante el abismo de sí mismo ponder, y nunca se disuelve en los logros intersubjetivos
y su propia existencia. Es la llamada de algo infinito para que pueda alcanzar. Más aún, tales logros no dejan de ser
atreverse a ser enteramente "uno mismo", no este inge­ adherencias que lleva encima mi subjetividad, a las que
niero, o ese padre, o aquella parlamentaria, no tal o cual, muchas veces me agarro dándoles el pomposo nombre de
sino este mismo que uno es, aislado ante Dios, o ante esa identidad para olvidar mi propio ser yo mismo, para huir
llamada, solo en la inmensidad de su esfuerzo y su respon­ de mi desesperación y no escuchar la demanda real de mi
sabilidad. Tal es la verdadera tarea del sujeto, según propia vida -¿no es así en la obsesión por el éxito profe­
Kierkegaard. sional, en la vanidad de la admiración ajena, en todas las
adiciones posibles, de la del trabajo a la del cuerpo o la
droga?; pero que acaban por ser obstáculos entre yo y mi
ESTA DESESPERANTE 'MUDAD' . . . propio ser.
Desde luego, a tenor de los capítulos precedentes,
E l problema del indiv iduo es que, sea lo que sea, no podrá podría replicársele a este subjetivismo extremo que la
dejar de tener que ser él mismo, de tener un sí mismo que obsesión desmedida por la propia desesperación es el
solo lo tiene él. Y eso, dice Kierkegaard, le produce deses­ mayor de los obstáculos entre uno mismo y su propio ser,
peración, la desesperación de tener un yo, de no poder que solo e n la apertura a los otros, al juego del reconoci­
despegarse de sí mismo, de permanecer toda su vida cla­ miento, e n el despliegue de uno mismo e n la vida, es posi­
vado a su yo como a su desesperación. Alguien puede ble la verdadera realización de la subjetividad. Más aún,
decirse: "O César o nada"; pero si no llega a César, no va a que toda esa desesperación, toda esa angustia radical del
convertirse e n nada, sino que, para su desgracia, seguirá sujeto, han de considerarse el momento negativo que
pegado a él mismo, a la tarea de ser su yo. Más aún, a la impulsa al sujeto a salir de sí hacia un mundo ético donde
tarea de ser e l que no ha sido César, y asumir la propia poder realizarse; incluso, que ese mundo ético, que tanto
subjetividad: no estar desesperado del sí mismo que se es suele herirnos en el encuentro con los otros, contiene
es la verdadera tarea del sujeto, su enfermedad mortal. también las únicas instancias terapéuticas posibles con las
78 79
que abordar el aislamiento y el desamparo de la desespe­ imagen que considera propia. En cambio, la angustia de
ración. Parte de esa réplica estaba anticipada en los dos Ahraham, tal como Kierkegaard la describe -"la tremenda
capítulos precedentes, y se complementará, espero, en los angustia que es capaz de hacer perder el sueño a un hom­
dos capítulos finales. La desesperación de ser uno mismo, bre y sin la cual un hombre no seria lo que es"- nace de la
tan absolutamente particular de cada cual, no surge en contradicción entre su condición de sujeto ético -padre,
medio de la selva, ni en un estado de naturaleza presocial, marido, jefe de tribu- y la fe por la que se define a sí
sino en el encuentro y la responsabilidad con los otros -y. mismo: entre el punto de vista ético -va a cometer un ase­
en efecto, el problema de Ahraham consigo mismo y su fe sinato-, y el punto de vista religioso subjetivo -va a reali­
tiene sentido por el amor que le tiene a su hijo Isaac-. Por zar un sacrificio-. Es decir, es en el hueco entre lo ético y
eso, solo como sujeto del mundo ético se topa y trata cada lo puramente subjetivo donde el sujeto se desconyunta
uno con la propia y singular desesperación; o bien. dicho y se ve enfrentado a sí mismo de una manera que es solo
brevemente, solo en sociedad se puede aprender a vivir en suya. La miidad, por eso. no es sin más la perspectiva única
soledad. Hay formas de eticidad que favorecen más ese en que accedo a mí mismo, sino el modo " ún ico" en que el
aprendizaje que otras; y seguramente la nuestra, tan indi­ acceso a mí mismo -la fe, en Ahraham- entra en contra­
vidualista como parece, lo favorece menos. Por eso, la dicción con m i realización como el sujeto ético que tam­
perspectiva intersubjetiva, que resalta el vínculo -con bién soy. Solo yo puedo acceder a ese modo, y solo yo
todas sus quebraduras, desde luego- de la eticidad, es puedo responder de él. Y es ah í, en la respuesta que dé en
imprescindible para abordar los problemas en los que se ese hueco, en la decisión que tome, donde me constituyo
enreda este subjetivismo extremo al hacer de su particula­ como el que soy. Me constituyo ambiguamente, con dos
ridad algo absoluto. Esta seria la réplica que daría la caras: hacia fuera, a lo ético, y hacia mí mismo; dos caras
herencia hegeliana de la que hemos partido. Los próximos tan contradictorias como imposi bles de separar.
capítulos nos permitirán retomar esa réplica con algunas Hay varios rasgos que se deben destacar en la soledad
modificaciones sustanciales; pero, para llegar a eso, tene­ de este individuo que se �onstituye a sí mismo aparte del
mos que hacer fuerte el argumento de la soledad irrebasa­ mundo, con el mundo. En primer lugar, está la incon men­
ble del individuo, en toda su desesperación. surabilidad entre lo que mide el mundo ético y la propia
experiencia de sí mismo. De ello resulta la incomunica­
ción última del sujeto con el mundo. Asumir esa incomu­
. . .INCONMESURABLE Y CÓMICA nicabilidad es lo que obliga a Ahraham a guardar silencio;
y lo que le otorga su grandeza, decimos. Pero, también, es
Está, para empezar, la irreductibilidad de la primera per­ lo que lo hace opaco e irreconoci ble desde fuera: nadie en
sona, la miidad de mi ser yo mismo. Ahora bien, la deses­ el relato llega a saber lo que hizo Ahraham, y el verdadero
peración de·ser uno mismo no resulta del uso exclusivista caballero de la fe, dice Kierkegaard, permanece oculto a
de la propia miidad. Esto último, que corresponde justa­ los ojos del pú blico. Nunca sabremos si es el p:r:Q!&}iH>It<­
mente a la postura narcisista, desconoce su desespera­ co, o el mendigo a la puerta del supermercad�si¡n.o, ser-á -
ción, y huye tanto más de sí mismo al regodearse en una ese ej ecutivo fatuo al volante de un todot�rreno: La G'
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subjetividad más radical se lleva a cabo en el anonimato. padre, colega, cliente, ciudadano? Repetir desesperado la
Uno es él mismo y es don nadie. pregunta puede resultar cargante, risible -como risibles
La incomunicación del sí mismo que se realiza así, resultan a veces los existencialistas-; pero si, sin repetir, se
paradójicamente, supone su aislamiento y, en cierto atiende por una vez a ella, se perciben los dos lados de la
modo, su salida del mundo ético, su exclusión. Hay algo condición subjetiva.
cómico en esa salida. Bergson observaba que lo cómico, el
fenómeno de la risa, consiste en ese suave castigo social
hacia quien trastoca las normas colectivas y se autoexcluye AISLAMIENTO Y SOLEDAD
del juego social. De modo análogo, cuando el caballero de
la fe va a dar el salto del absurdo, cuando va a pasar del Toda reflexión completa sobre la soledad pasa por la dis­
estadio ético al religioso, Kierkegaard reconoce un punto tinción que manejaba Hannah Arendt entre loneliness y
de humor. El paso al mundo ético requiere la ironía -una solitude. Lo primero, que podríamos traducir como aisla­
ironía trágica, a menudo- con la que uno se disocia de sí miento, o como un modo negativo de soledad, señala un
mismo para ingresar en lo universal. Ya Sócrates empezó así, detrimento del individuo, de sus posibilidades de reali­
y no hace falta recordar ahora toda la serie de figuras irónicas zación: su imposibilidad de comunicarse o entrar en
que jalonan la modernidad burguesa. En cambio, cuando se contacto real con los otros. Ese aislamiento es propio, a
sale del mundo ético, del juego de los reconocimientos, que su juicio, de las sociedades contemporáneas, es el pro­
no deja de ser, también, una danza de vanidades, se comete ducto de condiciones políticas o económicas que anulan
una torpeza que provoca la risa de quienes siguen bailando: la pluralidad y erosionan las posibilidades de realiza -
descoyuntado entre lo ético y lo subjetivo, el sí mismo reali­ ción individual. Más que en el desierto, se da en el es­
za una contorsión por la que se deshace de su propia figura y truendo de la sociedad masificada. Solitude, en cambio,
se excluye de la comunidad de los otros para hacer frente al describe la capacidad de una persona para estar a solas
absurdo de la propia existencia, a la responsabilidad de sí · consigo misma y experimentar esa situación como un
mismo. Al quedarse solo, uno se queda, como se dice colo­ estado de autonomía y plenitud en el que resuenan las
quialmente, colgado: pero es ahí donde está realmente ante voces de los otros -sobre todo, las voces de los amigos-,
sí mismo, entre su yo y su yo de los otros. evocando conversaciones pasadas o anticipando las
Su comicidad -o su no grandeza-, su incomunicación, futuras. En palabras de Catón que a ella le gustaba citar:
su inconmensurabilidad, ponen al individuo a solas consigo "Nunca estoy mejor acompañado que cuando estoy
mismo y su secreto. ¿Dónde soy yo mismo? ¿Es mi condi­ solo". Esta soledad es la madurez del si mismo, que solo
ción de profesor entregado y reconocido por alumnos y cole­ se alcanza tras un largo proceso de aprendizaje, de expe­
gas la realización de mi subjetividad, o es eso solo la imagen riencias con los otros y consigo. Pues solo tras hablar a
externa -trabajosamente construida, sin duda, en buena los hombres, como dice el aforismo de Celan que enca­
medida embellecida, también- a la que me adhiero para no beza este libro, es posible acceder a la soledad de uno
tener que enfrentarme insomne al vacío de mi yo todas las mismo. Y, recíprocamente, siguiendo a Machado, el soli­
noches? ¿Dónde soy yo, fuera de mi ser profesor, amante, loquio conlleva el secreto de la filantropía.
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Ciertamente, esta forma de soledad positiva, madura, ¿ Qué veo, qué oigo cuando estoy frente a esa pared
es congruente con la subjetividad dialógica del reconoci­ muda de mi yo, separada de cualquier cosa del mundo,
miento y la eticidad que hemos venido viendo. El sujeto inaccesible para él? Pegado a ella, me siento aislado,
reconocido, con autoridad sobre sus normas, sabe pre­ negativamente solo, y no veo nada; busco una puerta y
cisamente estar a solas con ellas, y eso es lo que se le salgo agitadamente hacia fuera, a ver a los otros, a que los
reconoce. Ha alcanzado esa capacidad por un proceso otros vean de mí una imagen en la que yo también me
formativo. La meta de toda educación es aprender a pueda quedar fijado. En el relato existencialista clásico, el
estar solo, decía Nietzsche. Por eso, suele acentuarse el sujeto sale hacia una forma de ser inauténtica, o impropia.
lado comunitario, solidario, de esta soledad positiva. Sin Olvidado de sí mismo, se dispersa en un mundo de con­
la ausencia de los otros, sin su presencia lejana, pero venciones, de rituales, de sujetos anónimos e intercam­
aprendida, yo no sabría estar solo. biables entre ellos, de habladurías, novedades y vanidades
Del otro lado, sin embargo, sin mí mismo tampoco cotidianas. Lo mismo le vale a uno el cotilleo político como
sabría estarlo. ¿Cómo estar solo sin uno mismo? Y, lo que a otro la ambición de grandes hazaftas: tanto la atención
es peor, ¿cómo estar solo "con" uno mismo? A menudo, dispersa a los tertulianos como el esfuerzo por llegar a ser
como advierten los moralistas y algunos misántropos, se César, o al menos concejal, les evitan el encuentro con su
sale en busca de compañía, no tanto por causa de los otros sí mismo más propio, con la pregunta por su ser auténtico.
cuanto por evitar la presencia insistente de uno mismo: Las redes sociales siempre ayudan. Hasta que una expe­
esa presencia que, cuando no se ha hecho el aprendizaje riencia de angustia, un destello de la muerte, un golpe del
de la soledad, se da como tedio. Hay un lado de la relación destino o una situación límite le arrancan de ese olvido
de uno a sí mismo -el que hace irreductible la perspectiva insustancial y le confrontan de nuevo consigo: a solas con
de la primera persona- por el que se constituye mi más su decisión sobre sí mismo. Como todos los buenos rela­
propia miidad, que es el otro lado de la soledad abierta, tos, este contiene algunas simplificaciones. Al menos dos.
lograda, aquel en que me veo acompañado por todos los La primera es que hay una verdad íntima del sujeto a solas
que no están. La relación entre ambos lados, sin embargo, consigo mismo, y a la que, si no se accede, es por falta de
no es simétrica. Ni tampoco bastaría con decir que el valor, decisión, o formación. La segunda, que el mundo
aprendizaje de la soledad positiva hace de contrapeso a la exterior de vanidades le roba esa verdad.
vaciedad, la falta de contenidos, la desvinculación del
mundo que se da en la pura relación de roí a mí mismo. Lo
cierto es que esta, en lo que tiene de irreductible, de insu­ LA DEUDA DE LA ESCUCHA Y LA VERDAD
ficiente, produce malestar: un malestar que se da como DEL SUJETO
tedio, angustia, desesperación, o simplemente como ais­
lamiento. Hay que preguntar por ese malestar, que es Aunque Martín Heidegger, o algunos de sus primeros
propio de cada uno; y hasta qué punto queda borrado, intérpretes, tienen una parte de responsabilidad en ese
conservado o transformad o cuando alguien se realiza relat ? simplificado, una lectura algo atenta nos puede pro­
como sujeto e incluso aprende a estar solo. porc10nar claves para deshacer las dos simplificaciones.
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Por de pronto, se da por hecha una contrap osición entre corazón; la cual, como muestra el análisis de cualquier
un espacio íntimo verdadero y la vanidad y engaño del historia sentimental, es una simple mixtura de las con­
mundo. El origen de este contraste puede ser antiguo, la venciones 'sociales del momento sentidas por el protago­
modernidad romántica la e n fatizó; ha sido a veces pro­ n ista en primera persona como propias. Más bien, lo que
puesto como una de las razones para la inevitable frustra­ se escucha, dice Heidegger, es la voz de la conciencia, y
ción del sujeto en el mu ndo ético. Pero, en verdad, dirá esta no es una voz interior. Lo que Heidegger llama el
Heidegger, el mundo anón imo de convenciones y habladu­ Dasein, el ser-ahí -que es la forma más desnuda posible
rías donde el sí mismo se dispersa no es el espacio de la de concebir lo que desde el principio de este libro estamos
falsedad al que hubiera que dar la espalda para llegar a lo llamando sí mismo- está arrojado al mundo, tirado en él,
más interior de uno mismo. Antes bien, ese estado de la sin más fundamento que el estar tirado ahí, y proyectado a
cotidianeidad, que no deja de ser un refugio, es el estado realizar sus posibilidades. Es un proyecto arrojado en
natural del sí mismo. "Se vive", "se dice", "se hace" en el medio de nada y en esto no es diferente de la autoconcien­
mundo impersonal de la existencia impropia. Puede, inclu­ cia-deseo que iniciaba su reconocimiento. Ya hemos visto
so, que ese mundo no sea distinto de buena parte del mundo que podía llegar a él, en diferentes grados; pero aquí, antes
ético en el que el sujeto se reconoce y se despliega: es, este, de llegar a eso, es un quedar por detrás de todas sus posi­
tam bién un mundo hecho de rituales, convenciones, prác­ bilidades, un estar en el cuidado y la preocupación conti­
ticas, instituciones. La propia am bigüedad de lo público, nua que resulta de su estar ahí. En ese cuidado, esta
que es tanto el espacio de la comunidad, de la política -el inquietud que es la de la existencia misma, suena la voz de
más propiamente humano, pues-, como el de la superficia­ la conciencia llamando "desde la lejanía hacia la lejanía".
lidad social y la publicidad más banal -tan humana, tam­ Por debajo del run rún de la cotidianeidad, pero fuera del
bién-, invita a no desvincular el mundo impersonal de lo sujeto, suena una llamada "ine quívoca, silenciosa, sin dar
impropio (donde el sujeto está alienado) del mundo políti­ lugar a la curiosidad"
co y ético (donde más plenamente se realiza). En cualquier Uno está e n redado en mil tareas, citas, novedades del
caso, ese estado de impropiedad forma parte de uno mismo: día, pequeñas miserias y diversiones, juegos y labores con
nadie dejará de ser él mismo propiamente por comprar en los que llena las horas, y no percibe que ese ruido diario es
el supermercado. votar a un partido o leerun diario en lugar una costra sonora que cubre lo que a él o ella le tensa real­
de retirarse a meditar en una cabaña, aunque no venga mal mente, a saber, su estar ahí, inacabado, desnudo, insufi­
hacer algo parecido a esto último de vez en cuando. Todo es ciente, en medio de nada. Si consigue escucharlo, no
cuestión de cómo se haga, de la actitud, o másprecisamen­ habrá vuelto dentro de sí-¿ cómo podría, si no es más que
te, según veremos, de la atención del sujeto al realizarlo. un proyecto arrojado? -, menos aú n entrará en un diálogo
Pues el mundo del "uno", del "se", no te roba exactamente consigo mismo -lo que es muy noble y se llama pensa­
tu existencia más propia; tan solo te impide atender pro­ miento, pero solo puede llegar en un momento muy pos­
piamente a ella, escucharte. terior, y en cierto modo secundario-. Tan solo percibirá
Escuchar, ¿ qué? Puesto que no se trata de un retorno que existe ahí, desnudo y tensado entre dos lejanías, y
a la interioridad, no se escucharía una supuesta voz del desde esa tensión mirará de otro modo las mil tareas en las
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qu e, de todos modos, sigue enredado. Habrá descubierto De hecho, fueron al menos tres seguidores de Heidegger
su soledad última. No es, entonces, la soledad del encie­ de la primera hora (Hans Jonas, Hannah Arendt, Emma-
rro, que siempre tiene algo de reconfortante, sino la de la nuel Lévinas) qu ienes introdujeron ese término en el vo­
exposición en medio de un campo vacío. Es esa exposición cabulario moral. Cu lpables o no, siempre somos respon­
lo que la llamada de la conciencia enseña. No es una lla- sables por el hecho de existir y estar ahí. Entiéndase, sin
mada reflexiva, dialógica. Por eso, antes de ser escuchada embargo, que no es la responsabilidad de quien tiene una
como llamada, se da como malestar, como ese escozor que respuesta, sino la del que sabe que la debe, y que cualqu ie­
empujaba al sujeto a dispersarse en el mundo de luno. Una ra que dé, si la da, se quedará corta. En esa falta del res­
vez escuchada, en cambio, uno se hace cargo de su ser más ponder se encuentra a solas.
propio: su propia nulidad, su condición de incompleto, Cuando estoy, pues, en esa soledad mía de mi deuda,
continuamente abocado a tener que ser algo: ser es tener que aún no es la soledad reflexiva y madura, pero tampoco
que ser, para quedar siempre a la zaga de lo que iba a ser, en ha caído en el aislamiento al que tan fácilmente se inclina,
su impotencia constitutiva. lo que soy es ser expuesto, culpable, al cuidado: soy aten­
Este tener- que y estar, por tanto, a deber, este estar ción a una llamada que no viene de mí, sino que va de una
siempre con una deuda por saldar, es lo que desvela la lla­ lejanía a una lejanía. Querer eso una vez que se lo ha visto
mada. Estar en deuda o estar en falta: ser culpable . Culpa y es ser de verdad libre, y alcanzar el ser más propio de uno
deuda son la misma palabra en alemán: Schuld; y Heide­ que no ha cortado e lvínculo con el mundo, pero sabe vivir
gger puede hacer la asociación mucho más rápido. Se es anticipando la propia muerte en una "angustia serena que
cu lpable por ser. Arrojado a la existencia y proyectado soporta la inhospitalidad del ser más propio como ser
hacia una posibilidad de sí mismo que le sobrepasa (¿ cómo posible" Llegados a este pu nto, no es preciso seguir el
ser de verdad profesor, amigo, amante, ciudadano. . . uno curso del propio Heidegger. El lector familiarizado con
mismo?), la inquietante llamada le descubre a uno su la filosofía del siglo XX hab rá esbozado ya u n gesto de
culpa primera. No es una culpa teológica. Precisamente, si alarma. El modo en que la persona Heidegger y algunos
alguien pudo empezar a hablar del pecado original, fue de los suyos creyeron tejer e l vínculo social a partir de esa
para renombrar de otro modo -quizá con otros intere­ angustia serena fue el más destructivo que la historia ha
ses- esa ineludible condición culpable, o deudora, de conocido. Pero no era el único modo posible, como mues­
existir. También en el mundo del "uno", de lo impropio, tran otros lectores suyos. Por de pronto, basta con que nos
nos apresuramos a cargarnos de cu lpas y faltas. de de udas fijemos en la imagen del sí mismo solitario que nos ha
y complejos con los que vamos condicionando la relación quedado esbozada.
con nosotros mismos y con otros. Son formas de tratar y Vemos una soledad profunda, que tanto le posibilita,
no tratar con la culpa que somos, la deuda respecto a la cuando llega a aceptarla, la soledad madura y solidaria de
demanda de nuestra propia vida: el tener que ser, el tener Hannah Arendt, c omo le c ondena, cuando no es capaz
que estar al cuidado de. de ello, al aislamiento y la insustancialidad. Es la soledad
En un vocabulario más actualizado, menos incómodo por la que siempre existirá una incongruencia entre lo más
que el de la culpa, podríamos hablar de responsabilidad. propio de cada sí mismo y su realización ética; de tal modo,
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no obstante, que lo más propio y libre será, justamente, la CAPITULO 5
aceptación y la administración autónoma de esa incongruen­ PRECARIEDAD
cia. Pero es una soledad de la exposición, de la falta de
fundamento, del cuidado y de la culpa. Una soledad soste­
nida por una llamada que pone al sujeto fuera de sí mismo,
hacia lo lejos. La lejanía y la llamada quedan todavía sin
definir; la culpa tiene u n tinte teológico, no se ve de qué
cuidado se trata. No obstante, al menos una cosa sí está
clara: cuando camina por el desierto, con su angustia y su
elección tomada, no se ha escuchado a sí mismo, ni va
hacia sí mismo.
El. DOLOR DE OTRO SOLO PODEMOS RECONOCERI.O.
NO CONOCERLO.
Stanley Cavell

SI EL RECONOCIMIENTO NO PUEDE
SER ABSTRACTO . . .

Aristóteles se planteó una vez. en plena reflexión sobre la


ética, si un hombre libre podría ser amigo de un esclavo.
Para él, en su concepción griega antigua, la esclavitud era
natural, y un esclavo no era más que un "instrumento dotado
de alma". De ninguna manera podía tener el reconocimien-
to de los hombres libres; en la escala de los seres, el esclavo
quedaría más cerca de las máquinas: del coche, la bicicleta,
el ordenador. (¿Puedo ser amigo de mi portátil? ¿De mi
bicicleta?) La respuesta de Aristóteles se aferraba a una dife­
renciación. No puedo ser amigo del esclavo en cuanto escla­
vo, pero sí en cuanto ser humano. Porque, dice él, "parece
existir cierta justicia entre todo hombre y todo el que puede
participar en una comunidad donde hay ley o convenio". En
la medida en que es hombre, puedo ser su amigo: en la
medida en que habla, en que estamos ligados por una ley:
¿la del lenguaje?. ¿la de la racionalidad?, ¿la de la polis? En
la medida en que puede haber justicia entre nosotros.
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Entre un amo y un esclavo, nos diríamos hoy, biempen- su individualidad más propia, o solo la mera humanidad,
santes, no puede haber justicia alguna. Aun que admitimos la capacidad de regirse por normas, de hablar y razonar?
que las relaciones de servidumbre nunca se han abolido del Al menos, ahora sabemos que ese ser que reconoce y al que
todo, y por eso nunca se alcanza el reconocimiento simétrico reconocer en un sí mismo atravesado de deseo, ese ser en
y completo que buscábamos esbozar con Hegel en el segundo soledad ante él/ella misma pero dependiente de una red
capítulo, el que la eticidad de una sociedad emancipada rea­ de relaciones intersubjetivas, ese ser fundado en nada,
lizará, cumpliendo la promesa moderna. Incluso fuera de indigente, expuesto por la llamada de la conciencia, es un
la esclavitud formal, las relaciones entre los sujetos tienen la ser en el cuidado y en la deuda. Reconocerlo es ver en él
sustancia de la dominación: económica, en el trabajo; afec­ todo eso, ver su humanidad, su subjetividad, y no una mera
tiva, entre quienes se quieren, o dicen quererse; política, por cosa. Reconocer es no reificar.
supuesto. En algún punto, se da una utilización instrumental Las cosas solo son, sin más. Perseveran inerte­
del otro -a veces es mutua, como en la relación comercial mente en su ser, y no tienen la inquietud de la apertu­
equitativa- que atentaría contra la justicia si fuera exclusi­ ra, de tener que ser, que cuidarse. Están ahí, en la
vamente eso. Por eso, Kant enseñaba que solo al considerar plena realidad de sí mismas. Lo que no es cosa, lo sub­
al otro como un fin en sí mismo, y no un mero medio, podía jetivo, en cambio, existe en la inquietud, la tensión y el
darse el bien y el respeto a la ley moral. Mas, ¿qué se ve en el esfuerzo del cuidado. Reificar consiste en no ver, en
otro cuando se mira por "un fin en sí mismo"? Se ve al ser olvidar ese cuidado e indigencia de lo humano: dene­
humano, no el instrumento. Es lo que dice Kant, es lo que garle su condición de primera persona para conside­
intuíaAristóteles cuando trataba de explicar la amistad de un rarlo "objetivamente", en una perspectiva de tercera
hombre libre con un instrumento dotado de alma. Pero, en persona. Se reifica cuando se ignora la singularidad viva
primer lugar, resulta difícil repetir esta idea sin que resue­ del sujeto ante el que se está; pero también, quizá, cuan­
nen algunas de las soflamas humanistas que históricamente do solo se le reconoce en su más abstracta generalidad,
han resultado más inhumanas, arrastrando la explotación y como un ser humano, por nobles que sean las palabras.
la injusticia. Y, en segundo lugar, aun dicho con buena Pues ya hemos visto que la necesidad del reconoci­
intención, aun limpiando esas resonancias, resulta todavía miento no surge de esa "humanidad en general", sino
más difícil separar ese "ser humano", "fin en sí mismo", del de la escisión inicial -deseo, desesperación, cuidado­
cuerpo orgánico viviente que se presta a un uso instrumen- que cada sujeto particularmente es. La duda que nos
tal, ya sea como siervo, ya sea en un contrato recíproco. quedaba es si esa escisión se sana en las estructuras
éticas (afectivas, económicas, políticas) de un recono­
cimiento simétrico universal; o si quedaba un resto
. . . Y ES UN NO REIFICAR particular de soledad que nada ni nadie podría asimi­
lar. En todo caso, el encuentro de los sí mismos -cuya
Estamos, en verdad, en la pregunta que se nos planteaba necesidad está inscrita en cada sí mismo, en cada pers­
al final de nuestro recorrido por el reconocimiento.
pectiva de primera persona- conlleva el imperativo de
¿Reconocemos el logro subjetivo de alguien que alcanza no reificar.
9�
¿ Qué es no reificar? ¿ Qué ocurre antes del recono­ LA SEGUNDA PERSONA VA PRIMERO
cimiento realizado, pues? ¿Qué ocurre en el encuentro
con eso que no es una cosa, que no debe de serlo? Se Si es así, queda invertida la dinámica del reconocimien-
diría que en el encuentro real con algo singular humano to y el cuidado. Hasta ahora, esta producía la subjetivi­
todos los condicionamientos se desvanecen. Sobre cada dad de la primera persona por el reconocimiento de otra
individuo, para explicarlo, para prever su comporta­ primera persona, que a su vez requería su reconocimien­
miento, para utilizarle y para socorrerle tamb ién, se to. Y era el deseo de cada primera persona, su escisión e
derraman explicaciones psicológicas, culturales, socia­ incompletud, lo que movía el proceso. En el capítulo so­
les, médicas, genéticas, que pesan sobre él. Pero "no se bre la soledad, Heidegger enseñaba que ese proceso no
tiene necesidad de todo ese saber en la relación dentro puede igualar a los sujetos consigo mismos, en tanto que
de la cual el otro es el prójimo, y dentro de la cual, antes cada uno se haya expuesto en su cuidado y en su culpa.
de ser individuación del género, hombre, animal racio­ Ahora, vemos que el cuidado es antes el cuidado del otro,
nal, voluntad libre o esencia del tipo que sea, es el per­ de su indigencia y precariedad. Que el cuidado del sí mis­
seguido del cual soy responsable hasta el punto de con­ mo es un cuidado del cuidado de otro; que la deuda del sí
vertirme en su 'rehén', y mi 'responsabilidad', en lugar mismo nace en la presencia de otro, y que, tal vez, la lla­
de descubrirme en mi esencia de yo trascendental, me mada " de una lejanía a una lejanía" viene, en realidad, del
despoja y no cesa de despojarme de todo aquello que otro que se aparece enfrente. Más aún: la autoridad sobre
puede serme común con otro hombre, capaz de este las propias normas que uno creía ver reconocida por los
modo de reemplazarme, para interpelarme en mi unici­ otros resulta originarse en la responsabilidad por el otro
dad como aquel al que nadie puede sustituir". que el encuentro con él me produce, y en la que me en­
Es Emmanuel Lévinas quien nos ha proporcionado cuentro a mí mismo como único e insustituib le. No hay
esta cita. El dramatismo de su lenguaje no debe distraer culpa, sino responsabilidad; y no por uno, sino por otro.
del decisivo desplazamiento de la atención que provoca Hay deseo, claro, en cada sí mismo; pero la conciencia de
con ella. Ahora se revela que el sujeto del cuidado ya no es, ese deseo y de su indigencia no es anterior a la indigencia
de primeras, el sí mismo, esa primera persona en busca de que aparece en la interpelación que viene de fuera. Esa es
reconocimiento y necesitada del otro para constituirse; la f uente heterónoma de mi cuidado y mi deseo.
sino que es otro quien interpela de tal manera que el uno Esta inversión, más que anular lo que hemos visto
se ve vinculado en su responsabilidad. Esa interpelación, hasta ahora, señala hacia un nivel más profundo, o más
además, se presenta como vulnerabilidad, y crea una vin­ primario, del modo en que se vinculan y constituyen los
culación por la cual el que la reci be es rehén de su respon­ sujetos. Comenzábamos este li bro definiendo esa clase de
sabilidad: ya no puede deshacerse de la llamada del otro, entidad a la que llamamos sujeto, o sí mismo, porque
sea para atenderla, rechazarla o para ignorarla. Y es en esa puede deciryo, y adoptar la perspectiva de la primera per­
interpelación que lo vincula donde uno se hace cargo de su sona. Resulta ahora, más bien, que un sujeto es alguien a
subjetividad única, percibe toda su sí mismidad al tener quien se le puede aparecer un tú; es alguien, y no algo, por­
que responder de la llamada. que se le aparece un tú, o porque alguien le puede decir:
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"¡ Eh, tú!" En cierto modo, siempre es e l otro el primero aquí, la tarea de constitución de la subjetividad, de los
en hablar. A menudo, lo hace con ese "¡ Oiga!" que tan sujetos entre sí, vuelve a plantearse.
agresivo suena en castellano; quizá con ese " ¡ Oye!" de un Lo que se me dirige como un tú es, por de pronto, un
ser querido, más suave, pero no menos tenaz. Se activa una rostro. Como si la imagen de unos oj os, una boca y una
escucha e n la que uno responde del otro y de sí mismo. La nariz transformara una materia inerte en un ser vivo.
segunda persona va antes que la primera, y de u n modo tal También los niños, cuando quieren human izar las cosas
que entre el yo y el tú no hay igualación p osible. No solo no que dibujan, les pintan una cara. A veces, brazos y piernas.
hay yo sin tú, sino que el tú queda siempre más allá del yo. Todo lo que puede expresar. Pero la expresión no es mo­
Cualquier relación posible entre los dos es asimétrica. nopolio de la cara. Un personaje de Viday destino, de Vasili
Grossman, relata las horas de espera e n la cola de los pa­
rientes a las puertas de la Lubianka, la prisión estalinista
LA INTERPELACIÓN e n Moscú, durante la guerra mundial. Tiene delante las
espaldas encorvadas de otras madres, y todas ellas, en su
Desde luego, el descubrimiento de la primacía de la abatimiento, presentan el sufrimiento inmenso de esos
segunda persona apenas resuelve las aporías e n las que años. "Nunca creí que una espalda pudiera ser tan expre­
nos dejaban los límites de l reconocimiento y las insufi­ siva", se dice el personaje. En todo caso, hay una disposi­
ciencias de la e ticidad. De esa primacía se ha podido ción física del cuerpo donde el otro se aparece y me inter­
deducir una ética de la caridad más o menos cercana al pela. Se da de modo privilegiado en la cara, pero puede ser
evangelio, o una filosofía de la responsabilidad que el la espalda, una mano, un modo de andar. Los artistas
sujeto tiene por cada individuo humano por el mero hecho saben bien de esto al representarlo. La televisión y los
de existir. Planteada como está desde el tú a tú, el tú que publicistas también.
me interpela a mí, resulta difícil concebir cómo esa rela­ Lo que ese rostro, o lo que sea, me enseña al interpe­
ción se puede plasmar en un entramado intersubjetiva, larme es su propia condición subjetiva, su ser primera
menos aún e n una institución política. Coloca, además, al persona, como tal incompleta, supeditada a mi reacción y
individuo ante una tarea infinita que le conduciría a la a mi responsabilidad. Habría que preguntarse por qué el
extinción física apenas empezara a resolverla; o que se "otro", que en los comienzos de la subjetividad moderna
diluiría e n una retórica huera sin credibilidad alguna. apenas se menciona; que en Hegel es el objeto y sujeto de
Pero, si nos contenemos a la hora de deducir principios un reconocimiento simétrico, aparece hoy día como vul­
éticos sublimes, basta con reconocer que la segunda per­ nerabilidad y como demanda. Así es e n toda la literatura
sona, el tú que me interpela como un tú, desde su indigen­ filosófica reciente, de Lévinas y Derrida a Judith Butler,
cia, es la primera figura en la vía de mi propia subjetividad. donde la precariedad manifestada e n la cara del otro me
Esa interpelación está antes que el reconocimiento abs­ hace responsable de él y de mí mismo. ¿Por qué el lazo
tracto de la humanidad e n general, también antes del "fin social y la forma más consciente de subjetividad contem­
en sí mismo" kantiano. Porque se me dirige como un tú, poránea se construyen sobre la figura del perseguido que
no es una cosa, no es reificable, ni yo tampoco. A partir de me convierte en su rehén y me hace único e insustituible?
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Sería difícil decir en qué medida eso corrige y reacciona Pero he de actuar. Porque soy responsable, porque me
ante el subjetivismo individualista de la modernidad capi­ interpela. Para socorrerle, para espantarle, para darle la
talista y sus modos de subyugación; pero no es un morbo espalda: en todo caso, busco, creo, invento interpretacio­
gratuito ni un altruismo hiperbólico. En todo caso, que el nes que atraviesen su opacidad y lo sitúen en un contexto
tú se aparezca como precario corresponde al carácter familiar; reconfortante, a ser posible. Pues su opacidad es
inacabado de la perspectiva de primera persona y es la también la mía. El desconcierto que me produce su pre­
precondición para la interpelación y el reconocimiento. sencia es también la ignorancia respecto a mí mismo. El
¿Dejaría de verme interpelado si entrara en una ciudad de frágil equilibrio de mi relación conmigo mismo, mi certe­
personas felices, sonrientes, que nunca se dirigieran a mí za de mí, se deshace en la presencia de una demanda que
con una demanda? Seguramente sí: si no sospechase de no puedo completar. Me reconoce autoridad sobre mis
esa sonrisa, si no viera un vacío en ella, si no fuera capaz normas -en el sentido que veíamos en el capítulo �; pero
de ver una demanda incluso en los ofrecimientos que me me muestra la insuficiencia de estas, su enmarañamien-
hicieran (y todo ofrecimiento verdadero contiene una to. El mendigo en el metro -por seguir con ejemplos
demanda), si solo les contemplara en su felicidad autosa- gravemente triviales- apela a las normas de mi caridad,
tisfecha, autosuficiente, no me vería interpelado ni se de mi generosidad, pero también a las de mi prisa, mi
encendería mi subjetividad: no encontraría allí ninguna cálculo económico, mi compasión y mi repugnancia,
alteridad. También, ante una historia meramente feliz, me mi convicción de que un problema de injusticia sistémi­
aburro, no veo historia alguna ni empiezo nada con ella. El ca no se arregla con limosnas individuales, mi deseo de
encuentro con el otro -también un encuentro feliz, el de tranquilidad. La mirada torcida o triste de mi pareja con
una amistad, el del amor -es el encuentro con una falta, la que estoy en crisis apela a mi deseo y a mi rechazo, a mi
con una existencia precaria, con una demanda que se está saber sobre ella, a mi compasión y mi miedo ... En esta
llamado a suplir. situación, soy tan opaco para mí como ella, él. Entonces,
inundo la opacidad con juicios e interpretaciones. Mi
pareja es un caso de complejo de Edipo, mi colega es un
JUICIO YVIOLENCIA ambicioso neurótico, el mendigo es un producto de la
especulación financiera de otros. El juicio coloca al otro
Pero ese encuentro, que es el comienzo de la subjetividad, en un marco reconocible; permite tratarlo, alejarlo, des­
de la suya, de la mía, y el comienzo de la relación ética, es cribirlo y valorarlo: en cierto modo, lo condena. Ahí está
también el comienzo de la violencia. También de la vio­ la violencia de la interpretación. Igual que el cúmulo de
lencia ética. Apenas veo el rostro que me grita, que me explicaciones e interpretaciones teóricas, estéticas, her­
implora, que me sonríe, que me habla. Es una pura exte­ menéuticas, históricas, impiden gozar de la experiencia
rioridad, no veo nada detrás de él. Con toda su expresión, real de una obra de arte, todo el aparato de conceptos y
es opaco. Puede transmitir un dolor; pero yo no sé qué juicios evaluativos, más o menos abstractos, más o menos
dolor es, salvo que es el dolor de otro. Puedo reconocerlo, generales, más o menos fundados, impide el encuentro
no conocerlo. Es su propia soledad, a la que no accedo. real con el otro.
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Abocados al trato y a la acción, parece imposible no universales, e incluso se resiste a él. La percepción del otro
juzgar. Pero el juicio, que convierte al otro en conocido, lo que tiene lugar por un reconocimiento profundo, afectado
desreconoce a la vez. Invistiéndole de todo tipo de atribu­ por el cuidado ajeno y el propio, no cabe en un entramado
tos y etiquetas, vela su singularidad: es un fascista, un de etiquetas identitarias. De hecho, el juicio -y la conde­
pelota, una histérica, un ser humano, un nacionalista, una na-del otro es siempre un acto de autoafirmació n de iden-
musulmana subyugada con pañuelo, un animal; pero no tidad y, correlativamente, de exclusión de alguien para
ese otro ahí. Le niega su realidad y me sitúa a mí en un garantizar la pertenencia propia a un grupo. La mayor parte
lugar confortable. Pues el que juzga -y condena- sitúa lo de la lucha política, y la totalidad de las discusiones depor­
particular bajo un concepto general compatible con un tivas, obedecen a este tenor. No en vano, Freud liga el juicio
grupo, como un caso más, e igno ra la singularidad absolu­ de identidad -que coincide con lo que aquí llamamos jui-
ta del individuo, aquella desde la que salía al encuentro. cio e interpretación-al principio de placer. que no sabe ni
¿Es una musulmana subyugada, como prueba su velo, o es quiere saber del p rincipio de realidad. Este último produce
solo una mujer con un trapo en la cabeza, sean cuales sean juicios de existencia o, en nuestro vocabu lario, un recono­
las razones históricas de ese pañuelo? cimiento profundo ante la presencia de otro y la aceptación
Freud distinguía entre los juicios de atribució n y los de su realidad. Pues con esa autoafirmación de identidad se
juicios de existencia. El primero es un juicio de identidad: pierde la propia subjetividad y queda velada la ajena: al
se identifica a lo otro en un esquema de conceptos y atri­ denegar el reconocimiento de la particularidad del o tro se
butos identitarios, articu lando su particularidad en lo produce correlativamente un desconocimiento de sí.
general. Asociados al principio de placer, estos juicios
sirven para construir la propia identidad. el propio yo. Los
juicios de existencia, en cambio, asociado s al principio de SUBJETMDAD E IDENTIDAD
realidad, son juicios "sobre la existencia real de una cosa
presente" En ellos se percibe la existencia de otro, se La particularidad del o tro es su contingencia y su opaci­
acepta su contingencia y particularidad. dad. Podía no estar ahí, pero el hecho es que está ahí, en su
Vemos que la relación entre lo particular y lo general, rostro, en su expresió n, en su vulnerabilidad. Todo lo que
que nos acompañaba desde el principio, se vuelve a enre­ diga de él es distinto del decirle a él, y de la escucha a él. A
dar. Por e l reconocimiento, la particularidad absoluta de lo largo de todo este libro, hemos ido trazando una diferen­
cada primera persona se constituía en normas universal­ cia -ciertamente abstracta - e ntre la perspectiva de la pri-
mente reconocibles sobre las que tenía auto ridad; pero la mera persona, esa dimensión formal de la referencia a sí
estructura universal del reconocimiento, en la eticidad, no mismo que es en cada caso suya. su subjetividad, y la amal­
se igualaba, ni podía hacerlo. con la particularidad de su gama de rasgos identitarios, socialmente producidos, en los
soledad y su cuidado . Trasladados a la perspectiva de la que ese sujeto se encarna, de los que se inviste, con los que
segunda persona, vemos aho ra que el reconocimiento ver­ es investido. La diferenciació n es abstracta porque la subje­
dadero de un sujeto en su particularidad se distingue del tividad no puede darse por separado de la identidad, aislada
conocimie nto de ese sujeto por medio de concep tos y flotando en el vacío. Pero solo ahora, desde la perspectiva
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de la segunda persona y la opacidad que le acompaña, pode­ general a la reivindicación identitaria, casi tribal, particula­
mos ver en qué consiste esa diferencia. Al definir los atri­ rista. Y, sin embargo, no es lo mismo si señalan la pertenen­
butos identitarios, juzgamos; al toparnos con la opacidad de cia tribal -a veces es así- o si señalan la herida, el trauma,
la segunda persona, con su subjetividad única que solo para aquello que les ha marcado y separado. Pues se reclama
ella es accesible, reconocemos. Por eso, al reconocer, reco­ desde la tribu, y se interpela desde la herida y desde la pre­
nocemos una opacidad -sensiblemente, casi físicamente: cariedad, que es opaca para quie n la recibe desde fuera;
es un acto perceptivo; al juzgar rodeamos la opacidad con opaca, pero reconocible. La reclamación, en definitiva, es
conceptos universales, tapamos y nos tapamos, pero pone­ relativa y negociable. La interpelación, en cambio, es abso­
mos una luz que guía la acción y el intercambio. La identi­ luta, y solo escuchable, atendible.
dad, la conocemos, e iluminamos con ella; la subjetividad,
en cambio, la reconocemos.
Aquí cabe hacer dos observaciones. O dos preguntas. RECONOCIMIENTO Y CONTENCIÓN. PREGUNTAS
¿Dónde se distingue entre la subjetividad y la identi­ (NO SO LO) POLÍTICAS
dad? Recuérdese el impulso de quien pide ser amado: " ¡ No
me quieras por mi dinero ni por mi inteligencia ni por mi Se ve, así, que el acto de reconocimiento consiste, funda­
físico, ni siquiera por mi carácter! ¡Quiéreme por mí mis­ mentalmente, en una contención, la percepción de un
mo!" No por los rasgos identitarios que me dibujan en el límite. Ante la presencia del otro, detener el juicio, sus­
mundo, pues, sino por aquello que soy yo de manera pender las expectativas con las que, por lo demás, regula­
única. Por aquello en lo que me reconoces y te vinculas a mos el intercambio y la acción cotidiana. Pues esta solo
mí. Eso indefinible, incluso para mí, pero que, sin embar­ puede ser justa cuando le acompaña el respeto de la con­
go, tú debes saber ver. Para eso me amas. tención que renuncia a atravesar la opacidad del otro y
¿Hasta qué punto está la identidad separada de subjeti­ reconoce en ella su precariedad, su herida.
vidad? Se ha criticado con frecuencia que, cuando todavía Ciertamente, esa contención parece susceptible de
estaba en pie el sujeto moderno, en los años sesenta del siglo ser predicada en el campo de la moral, entre individuos
pasado, la reivindicación de los desfavorecidos señalaba, enfrentados de tú a tú. Parece fácil imaginarse situaciones
justamente, aquello que era común en ellos con el resto de semejantes de reconocimiento en el amor, en la amistad.
los seres humanos: "I am a man", ponían los negros en sus "Solo eres amado allí donde puedes mostrarte débil sin
pancartas en la reivindicación de los derechos civiles. "Soy provocar la fuerza", decía Adorno. Porque el amor, al
también un ser humano, con los mismos derechos", decían reconocer, sabe contenerse y dejar vivir; y el que ama se
las mujeres en la época del feminismo liberal. A partir de los reconoce así en su soledad, su precariedad, su cuidado. De
ochenta, sin embargo, la reivindicación se refiere a una par­ otro modo, ya sin el vínculo erótico, la misma contención
ticularidad identitaria: "I am black"; quiero que me reconoz­ se da en la caridad de un ser humano para con el perseguí -
can como negro. O pido mi reconocimiento como mujer, do, el hambriento, el torturado: el que aparece de frente, o
pide el feminismo de la diferencia. O como homosexual, etc. en la pantalla de televisión, o en las noticias honestas. La
Se ha criticado que, de este modo, pasan de la reivindicación compasión, la piedad, son conceptos que, en diferentes
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códigos, conformados en variados rituales y figuras, tratar con esa precariedad primitiva suya en la que desen­
envuelven ese fenómeno de la contención, de la no inva­ volver su afectividad, desarrollar su trabajo, incluso los
sión del otro, del dejarle vivir en su fragilidad. También cauces de la participación política; otros, en un número no
con los animales -la mascota doméstica, o fieras a las que exiguo, ven denegada, precisamente en las estructuras de
ni siquiera se verá en vivo, pero de cuya pervivencia se la eticidad, a menudo en las tres di mensiones de esta, o en
hace un tema-, con la nat uraleza entera, se da esa conten­ una perversa combinación de dos o más, la posibilidad de
ción y respeto. su realización subjetiva. La explotación y la exclusión eco­
Más difícil de concebir es, sin embargo, su imple­ nómica, sobre todo, entreveradas con la exclusión y domi­
mentación política. Ya nuestra investigación sobre la eti­ nación p olítica; la normalización y administración del
cidad nos dejaba con la pregunta de hasta dónde podía mundo afectivo y del privado sobre lo que es estar sano,
llegar el reconocimiento por parte de las instituciones. No cuerdo, sobre la regulación de la sexualidad: el resultado
se puede definir fácilmente hasta dónde pueden injerir las es una precariedad sobrevenida, lo que Judith Butler ha
estructuras políticas e institucionales en el camp o de la propuesto denominar precaridad. Está "artificialmente"
afectividad: el reconocimiento como sujeto político no provocada por las formas de ejercicio del poder; no ha
afecta necesariamente a las realización más verdadera de disminuido, sino que muchas veces ha aumentado con el
la subjetividad, a su precariedad y dependencia, ni ha desarrollo de las posibilidades de realización subjetiva y
impedido siempre la degradación extrema de la condición de liberación que ha brindado la modernidad. Históri­
viviente de los sujetos a causa de la explotación económi­ camente, el efecto más visible del capitalismo hasta la
ca. Así es en el caso de todo ese complejo de intereses y fecha, junto a la elevación de la riqueza y el lujo, ha sido
supuestos teóricos llamado neoliberalismo. En todo caso, siempre la producción de una masa de sujetos condenados
sin llegar a ese extremo dominante hoy: la comunidad a la exclusión económica y a varios grados de asocialidad.
política se entiende a sí misma como un nosotros, es por Paralelamente, también la creciente libertad y variación
naturaleza excluyente, y si deja sitio para el tú, para la en las formas de realización de la propia subjetividad que
perspectiva de la segunda persona, es para encerrarlo en el ha proporcionado el mundo moderno -con sus posibili­
nosotros. Y esta primera persona del plural es más una dades de realización personal, de aseguramiento físico, de
fuente de identidad que de subjetividad. formación cultural y afectiva hasta la "soledad madura"­
Además, al mirar desde el punto de vista de la etici­ ha producido la enorme cantidad de seres cultural, econó­
dad, en la que los sujetos entran en relaciones intersubje­ mica, subjetivamente desposeídos que la sociedad globa­
tivas de reconocimiento, en la que indefectiblemente lizada pone a diario delante de los ojos mientras los retira
están y son, salta a la vista que la precariedad, que es la de su propio espectáculo.
característica universal de los sí mismos en su cuidado, Las estructuras de la eticidad, en las que los sí mismos
está desigualmente repartida. Cada sí mismo es un cuerpo se realizan, encuentran reconocimiento e incluso llevan
viviente, desamparado en el deseo, en la soledad y en la su soledad, son, a la vez, las estructuras de dominación en
dependencia del reconocimiento. Pero, mientras que las que esa realización subjetiva se pervierte, a veces de
algunos encuentran en la eticidad el acogimiento donde una manera macabra. La crítica del poder-el poder no es
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sino el desequilibrio siempre presente de esas estructu­ CAPITULO 6
ras- tiene sentido al desvelar esas formas de perversión. EL BORDE POROSO DEL NOSOTROS
Y vemos ahora que esa perversión consiste en haber desa -
tendido a un tú: en haberlo cegado en lugar de darle acogi­
da y espacio para su realización. Su precariedad original,
que viene dada por la estr uctura formal de su ser primera
persona, se ve convertida en precaridad: la de una subjeti­
vidad denegada.
¿Por qué se da la perversidad de esa denegación? ¿Es
solo una desatención, o es ya una forma de crueldad?
Podría ser la crueldad que busca el crecimiento de sí
mismo a costa de la disminución del otro, o bien la cegue­
ra que resulta de la propia incapacidad, de las propias
limitaciones afectivas, epistémicas, prácticas, a la hora de
constr uir un sistema ético: todo eso forma parte de las
preguntas que se hace una crítica del poder. También, por DOS LISTAS
eso, forma parte de los diseños sobre los que construir una
organización social, una eticidad, que evite la degradación Sea el siguiente conjunto de imágenes dispersas: el inmi­
subjetiva -y en primer lugar, la material, la de los cuerpos grante africano que bracea en el Mediterráneo. Un enfer­
vivientes-, que no deje lugar a la crueldad y que, respe­ mo en coma terminal. Un ,.musulmán" en el campo de
tando la soledad más propia de los sujetos, sea un espacio concentración nazi. Un perro abandonado. Mi gato enfer­
de atención y de vinculación. Pero también forma parte de mo. Una de las últimas ballenas en el Ártico. Una vaca
la crítica del poder, y de la crítica de la crítica del poder en entrando al matadero. Un replicante de Blade Runner. Una
tanto crítica del poder sin más, la pregunta de si toda mujer a solas en la frontera de Río Grande . . .
forma de organización social, en tanto que nosotros, no ha Y sea este otro: mi vecino, m i pareja, a l a que amo, los
de funcionar de manera excluyente y será siempre, por compañeros de trabajo, el empleado de la gasolinera, un
eso, incapaz de atender a un tú, si no es toda organización amigo, una persona que me atrae sexualmente, la diputada
social una clausura del nosotros sobre sí mismo. Queda de mi circunscripción.
entonces, preguntarse, por el nosotros, por sus bordes y El lector se habrá percatado de que el segundo con­
límites. junto es más compacto, y la lista más breve, por cuanto
aumentarla no la enriquecería propiamente. Todas las
figuras entran en alguna de las tres dimensiones de la
eticidad, y puedo reconocerlas como sujetos -esto es,
como sí mismos precarios, pero más o menos realiza­
dos- que pueblan mi mundo afectivo, económico y
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político. Incluso la persona que me atrae sexualmente, hacerse reconocer de algún modo. Están a disposición
que no forma parte del político, ni del económico -salvo de una arbitraria voluntad ajena y no pueden hacer valer
que se tratase de prostitución: una forma degradada de su yo. De hecho, la mayor parte de ellas no podría decir
reconocimiento que, para muchos, la pondría ya fuera "yo". ¿Son, entonces, sujetos? ¿Son sí mismos? ¿Pueden
de esta serie-, puede de un modo u otro formar parte entrar en una relación de subjetividad?
del afectivo, o de las imaginaciones y ensoñaciones con Algo nos dice que sí, por supuesto. Pero no sabríamos
las que también este funciona. En cambio, la primera decir, neurológicamente, dónde está el límite entre la sí
lista es heteróclita, y podría seguir aumentado indefini­ mismidad de la ballena -que alguna tiene, salvo para el
damente. Si huhiera que reducir sus figuras a un deno­ cartesiano estricto-, la del enfermo en coma terminal y la
minador común, se diría que todas ellas comparten el no de mi vecino. Por otro lado, los dos migrantes, al principio
estar en la segunda lista porque no entran en las relacio­ y al final de la lista, están capacitados, sin duda, para decir
nes de reconocimiento tal como las hemos definido "yo"; pero algo ha ocurrido para que se vean, y los veamos,
tratando de la eticidad. De hecho, ejemplifican la preca­ en una situación no distinta a la de la ballena, la vaca o el
ridad que hemos visto al final del capítulo anterior: musulmán. ¿Cuáles son, entonces, los límites que definen
excluidas del reconocimiento, resultan una forma el nosotros? ¿Pueden trazarse esos límites? Para aclarar­
abyecta de cuerpo que no consigue ser sujeto. De esto nos sobre esto, puede ser interesante atender a lo que
último resulta el segundo rasgo que comparten: todas tienen todos en común, su ser mera corporalidad viviente.
son cuerpos, materia viviente con alguna forma de
deseo, como aquella sobre la que se constr uye toda sub­
jetividad. UNA DISTINCIÓN QUE ES UNA EXCLUSIÓN
Se dirá que mi gata forma parte de mis afectos, que
la mujer en la frontera de México y los Estados Unidos, Desde luego, no hay sujeto sin cuerpo, toda subjetividad se
a punto de ser violada o asesinada, tendrá una pareja, o da en un cuerpo vivo. ¿Hay, a la inversa, una materia orgá­
unos padres, en algún sitio lejano. que las ballenas del nica que no sea sujeto, a la que no corresponda algún tipo
Ártico pueblan mis sueños de una naturaleza intacta de sí mismidad? ¿ Qué clase de exclusión habría entre los
como la persona de atractivo sexual puebla los sueños de cuerpos que sí son sujeto, y los que no? Sabemos que Aris­
mi mundo afectivo, que el enfermo terminal tiene el tóteles, hablando por todos los griegos, había definido esa
reconocimiento estatal de un pasaporte, que el "musul­ exclusión de un modo muy claro. Pues la lengua griega,
mán" del Lager lo tuvo alguna vez. Pero lo que tienen en para nombrar la vida, distinguía entre bíos y zoé. El bíos
común todas las figuras de esa primera serie es que corresponde a la vida de los hombres, miembros de una
están, o han entrado, en un espacio donde las normas y comunidad política, dotados del lenguaje y de la voz: es la
leyes de la eticidad vigente, las estructuras del reconoci­ vida individual que puede ser biografiada. La zoé, en cam­
miento, no valen para ellas. Podian igualmente no estar bio, seria la vida propiamente biológica, la vida de las fie­
sin que a la eticidad le pasara nada. Por sí mismas, care­ ras fuera de la ciudad, la vida desnuda que, por no tener
cen de capacidad para intervenir en ella, para actuar y lengua, ni voz, ni razón, ni biografía, está excluida de la
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pólis, y pensada como distinta del bíos. Este es subjetivable CUANDO 1A DISTINCIÓN SE BORRA
-los cuerpos con bíos pueden llegar a ser sujetos y miem­
bros de la comunidad humana, como el propio Aristóteles Durante siglos, la distinción ha funcionado de manera
reconocía al introducir en ella (aunque ambiguamente, obvia. La nuda vida, en las diversas formas que pudieran
como siempre ha sido la tradición jurídica con ellos) a los identificarse, quedaba excluida de las estructuras de la
esclavos, que tienen voz. El cuerpo de lazoé, en cambio, no subjetividad: no era reconocida como yo, ni llegaba a pre­
la tiene. Es pura naturaleza, fuera de la pólis. Sobre esta sentarse como un tú. Constituía, más bien, una tercera
exclusión, dice Agamben, se ha construido toda la política persona con la que se establecía una relación biológica:
occidental hasta la modernidad. para la producción económica, para la reproducción bio­
De hecho, no podría haberse construido esa política, lógica y social, para el mantenimiento de la vida de los
ni ninguna comunidad, sin esa exclusión. Y por eso siem­ sujetos.
pre ha habido algún tipo de cuerpo convertido en abyecto Inevitablemente, tenían que darse gradaciones. En la
y relegado al ámbito de la zoé, al que se le denegaba la tradición judeocristiana occidental, los animales eran un
entrada en el mundo del bíos propiamente dicho: no solo ello insubjetivable, materia orgánica para la producción de
lo animal, también hay figuras humanas que se ven envía - alimentos. Por encima, en grados variables, quedaban los
das al ámbito de la zoé: el horno sacer expulsado de la ciu­ esclavos negros, los indios, las mujeres para la reproduc­
dad, del derecho divino y humano, al que se puede "matar ción, el propio proletariado en la naciente sociedad indus­
pero no sacrificar", o incluso la mujer que. en ciertas for­ trializada. Era variable el nivel en que podían alcanzar
mas culturales, también occidentales, se ha querido ver ciertas formas de reconocimiento -desde el bautismo
como irreductible espacio corporal, como "nada más que hasta el reconocimiento de personalidad jurídica o inclu­
cuerpo" La exclusión, por otro lado, no es necesariamen - so derechos políticos- que se añadía a su condición pri­
te espacial. La nuda vida de lo puramente corporal podía maria de materia viviente excluida del estricto nosotros.
estar, lo estaba, de hecho, dentro de las murallas de la Históricamente, podían ir entrando en procesos de subje­
pólis, pero fuera del argumento conceptual donde los sí tivación, ya fuera por una autoafirmación de ellos mismos
mismos se realizan. Así cabría considerar a los animales reclamando el reconocimiento, ya fuera porque la diná­
en la granja o, paradigmáticamente, el parque zoológico. mica propia de la eticidad ilustrada tendía a incluirlos. En
De otro modo, pero no menos excluyente a juicio de buena verdad, esta dinámica se entendía a sí misma como una
parte del pensamiento feminista, las mujeres, simple universalización creciente de la posibilidad de ser un
cuerpo, relegadas al ámbito privado, habrían ocupado un sujeto realizado. Ya hemos visto que en la dialéctica del
lugar semejante. De hecho, esa nuda vida forma parte del reconocimiento está implícito el proyecto de que un sí
metabolismo de la pólis con la naturaleza -para su subsis­ mismo es realmente libre y reconocido solo si todos los
tencia, para su reproducción-, aunque esté excluida de son. Al menos, todos los humanos.
ella en tanto que, como lo expresaba Hegel al describir el También hemos visto cómo la soledad inherente a la
proceso de subjetivación por el reconocimiento, "no se ha condición subjetiva, y la precariedad en que cada sí mismo
desatado de la vida" se presenta a sí y a los otros, matizaban ese proyecto de la
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modernidad ilustrada. Antes que un nosotros construido Se ha dicho que, en la modernidad, la distinción entre
sobre círculos concéntricos de yoes reconocidos, lo que bíos y zoé se borra. Las narraciones que explican cómo la
hay es la precariedad de un sí mismo que interpela como zoé abandona la exclusión e ingresa en la política son diver­
un tú. La lista con la que hemos iniciado este capítulo sas y corresponden a la historia del surgimiento de lo que
muestra hasta qué punto ese proyecto moderno se hab ía hoy llamamos biopolítica. Puede ser que, como Foucault
de deshilachar en sus tramos más avanzados. Algunas de explica, el biopoder, con el ascenso de la medicina social,
sus figu ras son aparentemente subjetivables de manera sustituyese al poder disciplinario y al poder soberano; es un
inmediata, y reconocibles como tales: el inmigrante, la poder que se ejerce sobre poblaciones, sobre sus constantes
mujer en la frontera, el "musulmán" Si alguna aparece biológicas. su salud, su higiene, su rendimiento y produc­
cara a cara, es un sí mismo que interpela como un tú ción, que deben ser reguladas en la dimensión de la pura
desde su precariedad. Pero es inevitable reconocer que vida. Puede ser que, como Arendt lamenta, el ascenso de lo
cada una de ellas ha sido producida inexorablemente por social, la reducción de lo humano al mero animal laborans
el desarrollo moderno, y no han quedado reducidos a encerrado en un ciclo natural de producción y consumo,
nuda vida, a simple zoé, por un accidente casual, sino eliminase lo público, la política, el espacio de producción
que, en s u exclusión, forman parte de la lógica de la eti­ de lo subjetivo, para generar una sociedad de empleados
cidad moderna. Esta exclusión general no se anula por­ regulada por la estadística (el gran instrumento de control
que algunos de ellos, individualmente, puedan escapar de la medicina social) y apenas distinta de un gran hormi­
de ella y encontrar el reconocimiento. La relación de guero. O puede que, como Agamben analiza, con el campo
primera y segunda persona con un individuo no des­ de concentración nazi -un espacio de absoluto control bio­
miente el sistema general. Por brutal que resulte la com­ lógico-, la nuda vida entrase de lleno en la discusión y la
paración: también los animales pueden encontrar com- acción política. De modo que las democracias modernas,
pasión, afecto, reconocimiento, en casos individuales: aunque no compartan la intención criminal, tal vez no
mi gato enfermo, la vaca cuyos ojos de espanto me parti­ hayan hecho sino extender ese movimiento: ahí está en su
rían el corazón si la viese en el matadero, pero cuyos omnipresente medicalización, su obsesión por la regula­
filetes saboreo con la conciencia tranquila cada día, si no ción biológico-sanitaria de sus ciudadanos.
la veo. También me revuelvo cuando miro en televisión el En cualquier caso, lo cierto es que, con el avance y
rostro desencajado del africano ahogándose, o la hilera profundización de la modernidad, conforme, además, la
de cadáveres sacados de las aguas y cubiertos con mantas; preservación de la vida individual se va haciendo sagrada,
pero sigo viviendo diariamente como sujeto reconocido la nuda vida biológica va pasando a primer plano. Las rela­
en el lado privilegiado de un mundo desigual. ciones entre los sujetos y las formas de dominación políti­
¿ Qué relación podría tener con ellos cuando no los ca -en definitiva, la forma de estructurarse }o que hemos
veo, cuando no estamos en las relaciones de primera y visto como eticidad- se establecen y regulan de manera
segunda persona sobre las que hemos ido definiendo la creciente sobre el cuerpo y su biología. Baste observar
posibilidad de ser sí mismo? ¿ Cómo afectaría al nosotros, cómo las relaciones sociales entre los sujetos de los últi­
y a cada sí mismo, esa otra forma de relación? mos años -también el discurso publicitario y público que
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las regula- giran en torno al narcisismo del cuerpo y el Hace tiempo, Hannah Arendt mostró que la frontera
temor al contagio: gimnasio, playa, sida, éhola. Paralela­ del nosotros se hizo cuestionable cuando, al final de la
mente, el poder muestra el mayor interés en conocer el primera guerra mundial, masas de refugiados apátridas
nivel de colesterol de sus ciudadanos, sus hábitos alimen­ invadieron las desconcertadas y desmoralizadas socie­
ticios y sus drogadicciones, las consecuencias que de ello dades de Centroeuropa: sin pasaporte, sin un Estado
resultan para el sistema económico, para la producción, el que garantizase sus derechos humanos, eran " gente que
gasto, el consumo. Le importa eso más que su forma de habían perdido toda cualidad y toda relación específi­
pensar y actuar; más pues, que todo lo que hasta ahora cas, excepto el puro hecho de ser humanos". Toda la con­
veníamos viendo como definitorio de la subjetividad, que cepción de los derechos del hombre heredada de la Re­
se constituía por fuera de la vida. Es un poder sobre los volución francesa y que estaba a la base de la libre
cuerpos; y, en eso, no hay diferencia entre los de la prime­ subjetividad modernidad se venía ahajo. Los derechos
ra lista y la segunda al comienzo de este capítulo. humanos, que eran supuestamente inalienables de cada
¿Hay algo, entonces, que hayamos considerando individuo, resultaban una abstracción garantizada solo
erróneamente hasta ahora? Si se trata de controlar los por la pertenencia a un Estado; por eso se requería la
cuerpos, ¿ qué interés tiene hablar de subjetividades? ¿No tercera esfera, política, de la eticidad. Y esa abstracción
es la subjetividad simplemente un dispositivo del p oder que solo podía concretarse en una garantía estatal se
-como se ha dicho tantas veces, también por el propio vino abajo ante la presencia de homb res que ya no eran
Foucault-, y por tanto una construcción social, una ilu­ seres humanos en abstracto, sino cuerpos con voz y len-
sión implantada en los cuerpos que un poder controla? E n guaje, pero sin pertenencia ni lugar. Eran nuda vida que
realidad, n o es así. Más que una corrección, la aparición cuestionaba toda la forma moderna de entender la polí­
de la biopolítica añade una nueva perspectiva sobre lo que tica. ¿Dónde está, p ues, nuestro sí mismo: en el cuerpo
venimos diciendo. o en la personalidad jurídica?
Encerrados en campos de concentración por los
gobiernos de Weimar, esos cuerpos que eran nuda vida no
LA NUDA VIDA PASA A PRIMER PLANO han cesado de aumentar. Los nazis heredaron y extendie­
1
\ ron esos campos, abarrotándolos de otras nudas vidas aje­
Pues se trata del sí mismo, de la capacidad de autorreferir­ nas a toda disposición legal, a las que se podía matar gratui­
se en la perspectiva de primera persona, con su soledad y tamente. Fuera de este paroxismo criminal, sin explícita
los vínculos sociales que ahí resultan, con su precariedad voluntad de exterminio, el mismo esquema se reproduce,
y su referencia a una segunda persona. La pregunta con en los campos de refugiados que proliferan por todo el
que iniciamos este capítulo era cómo entraban en esos mundo, a veces con dimensiones gigantescas. Ya estén si­
vínculos, y en esa autorreferencia, las figuras de la prime­ tuados en el desierto Somalía, en los bordes del Medite­
ra lista, la vaca en el matadero o el africa no en el Medite­ rráneo o sean centros de internamiento a la puertas del
rráneo o el e n fermo terminal. ¿ Quién entra en el nosotros Canal de la Mancha, lanza n una interrogación a toda la au-
y a quién se excluye? toconciencia occidental.
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El paso a primer plano de la nuda vida, no obstante, abyectos, expulsados de las relaciones de reconocimiento
no es tanto una ruptura como la manifestación de algo que donde la vida biológica se asegura y cada vida individual
estaba siempre presente. Ya veíamos, con Hegel, que todo puede realizarse como sujeto. Expulsados de esas relacio­
el proceso de reconocimiento en el que se forman los nes, sin embargo su presencia las condiciona. A la vez, se
sujetos parte de la vida, y nunca la abandona, aunque el sí muestra también que esa obsesión por asegurar la vida
mismo de la autoconciencia sea algo distinto de ella. En individual biológica, realizada con una medicalización com-
realidad, la posibilidad de un sujeto autoconsciente, libre, pleta de las relaciones sociales, se lleva a cabo a costa de
autónomo respecto a sus normas, y reconocido por ello cortar cada vez más el lazo comunitario que vincula a los
nacía solo de la vida misma, del impulso de autoconserva­ individuos y les permite su realización subjetiva. Es decir:
ción de la vida. En el mundo premoderno, la tradición, la muchos quedan fuera, y los que quedan dentro, no solo no
religión, la autoridad externa constituían una suerte de llegan a realizarse como sujetos, sino que parecen redu­
caparazón simbólico de la experiencia humana; cuando, cirse a cuerpos autómatas inconscientes de sí, alienados,
en los albores de la modernidad, esas defensas, que eran más aislados que solos, más imagen y régimen corporal
una especie de envoltorio inmunitario, se derrumban y que verdadero sentimiento de si, extraviados en la vorági­
dejan los sujetos al desnudo, la propia vida, para su auto­ ne de miedo, trabajo y consumo por la que el presente
conservación, genera nociones de orden, libertad o capitalista se autorreproduce a costa de ellos.
seguridad realizadas en el contrato social y en las formas En definitiva, el ingreso de la nuda vida en el mundo
de subjetividad autónoma individualizada que definen intersubjetiva no ha sido un accidente, ni el producto de
la modernidad. Con este argumento, Roberto Esposito una perversidad, sino que equivale a la modernidad y al
invierte el relato que habíamos seguido: no es que el complicado juego de relaciones donde los sujetos se cons­
proceso moderno genere la biopolitica, desmintiéndose tituyen. Sujetos que son originariamente nuda vida, pero
flagrantemente a sí mismo; sino que es la vida misma, que ni saben articularla en su propia construcción subje­
la que, desprovista de su envoltorio inmunitario, inventa la tiva, ni en su soledad ni su reconocimiento, ni saben cómo
modernidad y todo el lenguaje y el aparato de categorías integrarla en la construcción de sus relaciones intersubje­
con las que asegurar la autoconservación de la vida. Por tivas. Hemos visto, al atender a ese proceso subjetivo e
eso, la biologización de la política, o la politización de la intersubjetiva, cómo la perspectiva de la primera persona
vida biológica, forma parte de la modernidad, de la polí­ se desplaza hacia la segunda, que adquiere el primado jus­
tica, de sus sujetos. tamente a partir de la precariedad de la vida, de cuerpos
El nacionalsocialismo, con su obsesión por asegurar vulnerables desde los que se plantea la realización subje­
un tipo único de vida, la supuesta raza aria, pone en mar­ tiva, la responsabilidad por sí mismo y por el otro.
cha una maquinaria de exterminio que convierte la biopo­ ¿ Cuál es, sin embargo, la relación con esa nuda vida,
lítica en tanatopolítica. Las democracias contemporáneas, esa materia viviente que puede o no subjetivarse, de cuya
cuyo objetivo explícito es asegurar la vida individual, cada subjetivación cada sí mismo es responsable? Tómese el
vida individual, parece que no son capaces de hacerlo sin caso del Holocausto. Los judíos, los gitanos, los discapaci­
producir una cantidad ingente y variopinta de seres tados -los millones de Untermenschen, "vidas no dignas de
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ser vividas" en expresión de los ideólogos nazis- que aba­ tanto pueda poner en cuestión el carácter único en la his­
rrotan los campos de concentración son nuda vida a dis­ toria humana de la Shoa. Y esta última, desde luego, es
posición de sus guardianes arios, que pueden exterminar­ única en la' brutalidad con que un pueblo civilizado lleva
la como a "piojos", con fines inmunitarios, o utilizarla a cabo, con eficacia industrial y tecnológica, una masa­
como carne de laboratorio. El resto de los alemanes no cre sin precedentes sobre unos seres humanos que eran
tienen relación con ellas; la mayor parte de ellos afirmaría parte suya. Pero se puede mantener como paradigma la
tener solo una vaga idea de la existencia de esos campos, y imagen de una nuda vida, desubjetivada, con la que no
ninguna de la matanza que tiene lugar allí. Esos prisione­ se tiene una relación de segunda ni de primera persona.
ros con un número tatuado no pueden ser ya ni un yo ni un Es una imagen que corresponde también a la explota -
tú; más bien se quedan una tercera persona ajena e indife­ ción de animales, meros cuerpos vivientes convertidos
rente. Se dirá que la descripción es algo imprecisa: hubo en maquinaria para la transformación masiva de vegeta­
enfrentamientos cara a cara entre judíos y alemanes, por les en carne de consumo humano. Corresponde, igual­
los que estos últimos tuvieron que verse interpelados en mente, a la relación que hay entre los habitantes del
su responsabilidad ante un tú; la sevicia de los guardianes primer mundo y la multitud de inmigrantes que aspiran
deja claro que estos no creían exterminar piojos, sino que a entrar en él. Por quedarnos en el caso español: cuando
eran cruelmente conscientes de lo que infligían a seres uno de los periódicos de más raigambre entre los sujetos
humanos. Pero, cuando se sale de esas situaciones concre­ reconocidos de este Estado pone en un titular que
tas, que eran relaciones de tú a tú, relaciones de subjetivi­ " 3 0 . 0 0 0 subsaharianos acechan a las puertas de Meli­

dad malogradas, hay en la descripción esto de cierto: un lla . . . . ", está expresando un temor a la infección biológi­
nosotros, un conjunto articulado de yoes -de primeras ca y la invasión no distinto del de los arios ante la pre­
personas- que se construye sobre una nuda vida que le es sencia de los judíos o los humanos ante la infección
indiferente. animal. La indiferencia o alarma de los sujetos que leen
En esto último, el Holocausto se convierte en el para­ esa noticia es también la misma.
digma de algo que se da de muchas más maneras en el
mundo contemporáneo. Hay ecologistas que denuncian
un "holocausto animal", por el que millones de nudas LATERCERA PERSONA
vidas, desprovistas de todo reconocimiento y derecho, son
exterminadas industrialmente para mantener un irracio­ Se ve ahora que por lo que preguntamos es por la relación
nal metabolismo de los sujetos de derecho, los cuales de las figuras de la primera lista, esas nudas vidas de la
mantienen hacia ellas la misma indiferencia e ignorancia exclusión, con las de la segunda. Es una relación que, si
que los alemanes hacia los judíos. Elizabeth Costello, la no se puede dar en el encuentro de tú a tú, en la interpe­
protagonista de la obra homónima de Coetzee, lo argu­ lación de la segunda persona, parece difícil de definir
menta con una hipersensibilidad exasperante para su con las categorías que hemos usado hasta ahora. A la vez,
público. Si el lector repasa la novela, verá que el autor es sin embargo, parece imposible negar que cada una de
muy consciente de lo espinoso de la comparación, en esas figuras -del inmigrante que se ahoga a la vaca en el
u8
matadero- tiene un grado de referencia a sí mismo que africanos o asiáticos. El humanismo clásico puede res­
impide situarles en la categoría de las meras cosas. Sin ponder que esas vidas son concebibles como segundas
duda, hay una graduación en esa sí mismidad, y la con­ personas, 'y de ese modo integrab les desde una noción
ciencia de sí del primero es muy superior, pensamos, a la fuerte de responsabilidad. Pero sigue sin dar cuenta de la
de la segunda. Pero es verdad que un sujeto, incluso con tozuda aparición de fragmentos de nuda vida en tercera
un a elevada conciencia moral y política, se ve más afectado persona que jalonan la historia moderna y no parecen
por el sufrimiento de su perro enfermo que por la noticia integrables ni reconocibles: fragmentos que contienen
de un naufragio fatal ante Lampedusa. No tendría sentido todas las frágiles posibilidades del ser sí mismo, y cuya
descalificar ese sentirse afectado en nombre de una huma­ simple presencia pone en cuestión las formas establecidas
nidad abstracta. Él sabe que es infinitamente más grave la de subjetividad: primera persona, segunda persona,
muerte de decenas de seres humanos excluidos del mundo; Estado, ciudadanía, afectividad . .. No porque les planteen
pero su ánimo se ve inevitablemente movido por la mirada una acusación como causantes de injusticia -lo que en
de una criatura que, para el resto de la hu manidad, es "solo cada caso se puede discutir y estab lecer- sino porque,
un perro" desde su reducción a corporalidad marginal, ponen de
Todo esto nos dice que, aparte de las relaciones de re­ manifiesto el fondo común de la vida en el que ellas surgen
conocimiento entre sujetos, aparte de las estructuras de y que ellas segregan fuera de sí.
eticidad donde las perspectivas de primera persona se Más que de una tercera persona gramatical, podría
realizan, se completan, fracasan y llevan también su sole­ hablarse, con Roberto Esposito, de una no persona, una
dad, aparte de todo eso, hemos de considerar una forma cualidad común a los seres humanos, a los seres vivos en
más de entender las relaciones entre los sí mismos y la general, que se sitúa más allá de los mecanismos explícitos
vida que son y en la que están. Aparte de la relación de cada de reconocimiento. Pues lo impersonal señala los límites
primera persona consigo misma, y aparte de la segunda de la persona -esa forma tan antigua y tan revindicada de
persona en cuya interpelación se enciende toda subjetivi­ decir sujeto-, su funcionamiento excluyente, su superpo­
dad, hay una tercera persona: algo-alguien que no está sición y diferenciación respecto a lo simplemente biológi­
presente en la escena del reconocimiento ni en la de la co, a lo humano en cuanto forma biológica. Pero, a la vez,
soledad, pero cuya realidad como vida capaz de referirse a lo impersonal muestra ser la posibilidad misma de hablar
sí misma nos vincula. Es una tercera persona: como tal, de personas, de sujetos.
asimétrica respecto a la primera y la segunda, irreducible ¿ Qué relación podemos tener con eso impersonal,
a ellas, ausente, una no-persona. con esa tercera persona que no es persona, sino su lími­
Ignorarla conduce al holocausto. En muchos casos, te y su posibilidad constitutiva? ¿ Con esas vidas que han
porque esa tercera persona es un sí mismo al que se ha quedado en los umbrales de la subjetividad, bien por
excluido de la comunidad ética, bien deliberadamente, expulsadas (como es el caso de los hu manos), bien por no
como en el caso nazi, bien por la fuerza anónima, imper­ admitidas (como es el caso de los animales), bien por­
sonal, de unas estructuras económicas donde las respon­ que solo eran imaginables (como los cyborgs, los androi­
sabilidades se diluyen, como es el caso de los inmigrantes des)?
1:zo
ESA PIEDAD POR LO IMPERSONAL poder hacerse cargo de ellas, hay una suerte de reconoci­
QUE NOS HACE SUJETOS miento profundo, como lo ha argumentado Honneth para
nuestro trato con la naturaleza. En verdad, la dimensión
Seguramente, no es posible construir aún esa relación con ecológica de nuestras acciones se debe fundamentar más
la misma definición con que creemos haber establecido la bien en un reconocimiento profundo hacia ella que en el
relación de primera persona, la capacidad de decir "yo", y simple cálculo utilitarista de los males que llegarían con su
el primado de la segunda. Conforme vayan apareciendo degradación o su destrucción. Lo último, con su trata­
nuevas figuras de la vida, habrá que explorar y experimen - miento instrumental, tiende a producir ecosistemas im­
tar en medio de la urgencia. Requeriremos, seguramente, polutos donde no se reconoce la naturaleza y que, por
un nuevo vocabulario. Podemos saber que el que tenemos cierto, suelen provocar una degradación mayor en otro
hasta aquí es insuficiente. Tanto para hablar de "ellos" sitio. Ya sugeríamos en el capítulo anterior que la conten­
desde un "nosotros" -como, quizá inevitablemente, se ción ante el otro puede tener más valor que la mejor inten­
está planteando aquí-, como para que cada sí mismo cionada de las intervenciones e interpretaciones.
hable y piense sobre sí, sabiendo que lo es por ellos, que Parece, ahora, que el trato con lo otro que aparecía
hay una impersonalidad al fondo de su perspectiva de pri­ como precariedad, y que se revelaba primero en la interpe­
mera persona. Por esa impersonalidad, también cada sí lación de la segunda persona, era, en el fondo, un reconoci­
mismo sabe que él no lo es, que su propia sí mismidad se miento de lo impersonal en él. Lo que no sabríamos es
descentra, no por estar frente a un tú que le interpela, sino definir ese reconocimiento. Pues no es, sin más, el de la
al lado de, junto a un ello, un ellos, unos nadies que, como autoridad sobre las propias normas -como se nos mostraba
tales, no entran en su mundo de vida, pero que solo por en la subjetividad "lograda"-, sino el de la pulsión de la vida
ceguera, y quizá por crueldad, podría ignorar. Un ello, misma, en la que esas normas del sujeto y su libertad se
ellos, nadie, que además, él, en cuanto viviente, en cuanto generan, y a la que retornan. Desde luego, en ese reconoci­
sí mismo cualquiera, también es, también podría llegar a miento de la autoridad había una contención -y por eso
ser. Pero no es este temor -tan antiguo, por otro lado- de Hegel hablaba del autoanularse en el reconocimiento-;
que uno, a causa de unos azares adversos, podría verse ahora, parecería que esa contención se da como respeto,
como fugitivo, refugiado, degradado, carne objeto de como una piedad por lo viviente, por todo lo que puede
explotación, lo que funda esa relación de tercera persona. sufrir y ha sufrido: por todo lo que no es una simple cosa.
Pensarse temerosa y preventivamente en el lugar de otro Es curioso que parece relativamente fácil integrar las
puede ser más bien lo que conduce, bien a la exclusión de cosas muertas, las cosas inorgánicas, en un relato biográ­
ese otro -precisamente por razones preventivas-, bien a fico que nos inspira temor, veneración, respeto: así es con
una solidaridad abstracta con todos los humanos de la que los objetos personales propios o de los seres queridos; así
tenemos razones para desconfiar, dadas sus consecuen­ es, también, con los vestigios y monumentos del pasado.
cias históricas. Queremos conservarlos, mirarlos, tenerlos material­
Sin duda, en esa atención a lo vivo, a las diferentes mente al alcance, y creemos vivir de los efluvios tempo­
terceras personas de las que el sí mismo tiene noticia sin rales que despiden. Contenemos ante ellos nuestro afán
122 123
destructivo, nuestro impulso renovador. Pero nuestra vene­ BIBLIOGRAFÍA CAPÍTULO 2
ración, a veces piadosa, por las ruinas es distinta de la piedad GADAMER H. G. (1997) "La dialéctica de
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nuestro placer estético por los paisajes, nuestro deleite ante significar no estar atado a la vida?
Sobre reconocimiento y libertad en
una flor, un árbol. En aquel caso -ante las cosas convertidas Hegel", Dela libenaddetm.undo. Escri­
en cultura-, se trata de una reflexión sobre nosotros mis­ tos de homenaje aJucmMarnt.eL Navarro
Cordón. Escolary Mayo. Madrid.
mos: el espíritu, también el nuestro, en tanto seres históri­
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pasado lo son-, nos veamos pequeños ante algo infinito; PIPPIN, R. (2011): Hegel on Self-Cons­
pero el vernos así nos reafirma en nuestra subjetividad. Ante ciousness. Desire and Dea.th in thePhe­
nomenotogy ofSpirit, Princeton UP.
la materia viviente, en cambio, se diría que no es nuestra
propia subjetividad lo que reconocemos, y que nuestro sí
mismo más bien se desdibuja. Pues lo que se da ante la pul­ CAPÍTULO 3
sión de lo vivo es un sentimiento por la vida misma no sub­ PRÓLOGO HEGEL. G. W. F. (2011): Principios de la
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servamos son, al fin y al cabo, objetospersonales; esos cuerpos �Ciudadana Antígona: más allá del
CAPÍTULO 1 barrunto de la eticidad y de la eter­
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