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Se trata del principio de irrelevancia del nomen iuris –también denominado principio de
“primacía de la realidad”- que significa que “las cosas son lo que son y no lo que las
partes dicen que son“.
Este principio jurídico ha sido extensamente estudiada en otros ámbitos del derecho y ha
tenido numerosos reconocimientos jurisprudenciales. Hasta ahora su aplicación se ha
dado predominantemente en los ámbitos fiscal y laboral.
En el ámbito laboral también ha tenido una gran aceptación por parte de la jurisdicción
social, aplicándose eminentemente a los supuestos de discernir si estamos o no ante una
relación laboral entre el supuesto trabajador y el empresario. Es ampliamente conocida la
práctica por parte de algunos empresarios poco escrupulosos de restringir los derechos y
las complicaciones que puede tener la formalización de una relación laboral sometida a
las disposiciones del derecho del trabajo. En algunos casos el empresario procurará ligar
al trabajador a la empresa con cualesquiera instituciones reconocidas por nuestro
ordenamiento jurídico, menos con un contrato de trabajo. Normalmente se acudirá a
figuras de derecho mercantil -como por ejemplo al contrato de agencia- para que el “falso
autónomo” no goce de los beneficios derivados de un contrato de trabajo, a saber:
prestación por desempleo, “dificultad” para ser despedido, vacaciones, etc. En todos esos
casos la jurisprudencia ha sido unánime destruyendo la ficción creada por el empresario
considerando la existencia de un contrato laboral cuando concurran sus caracteres, esto
es que el trabajo sea ajeno, personal, dependiente, remunerado y voluntario.
En cualquier caso considero que no tenemos por qué restrigir su uso únicamente a esos
dos ámbitos: el principio de irrelevancia del nomen iuris se puede hacer extensible tanto
al ámbito civil como al mercantil sin mayor problema. Y esto último nos puede ser muy
útil para delimitar los efectos de un determinado contrato sobre todo cuando exista
divergencia entre regímenes en cuanto a derechos y obligaciones de las partes en los
contratos tipificados. A modo de ejemplo y aunque se parezcan no serán lo mismo un
contrato de comisión, un contrato de mediación o un contrato de agencia.
Pero no tenemos por qué quedarnos únicamente en la aplicación del principio a los
contratos típicos. Seguramente sea en el marco de los contratos atípicos donde más juego
pueda darnos este principio. Concretamente tendemos a tener problemas en la
introducción en nuestro tráfico jurídico de toda una serie de actos y tratos preparatorios o
pre-contratos importados de la práctica anglosajona. En otras palabras, que un documento
refleje que es una mera “Carta de Intenciones” no supone que su contenido carezca de
carácter obligatorio.