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Años de formación
El bebé Descartes nació el último día del mes de marzo de 1596 en La Haye en-
Touraine (hoy La Haye-Descartes), Francia, en una familia acomodada cuyos
hombres se habían dedicado a la medicina (el abuelo), a la abogacía (el padre)…
La madre murió un año después de nacer su cuarto hijo, por lo que Descartes
creció al cuidado de su abuela y su aya. El futuro diseñado para él era llegar a ser
un hombre de leyes, de modo que el padre no escatimó esfuerzos en su
formación. A los ocho años le envió a estudiar interno en el mejor colegio de la
región, La Flèche, de los jesuitas. Ahí comenzó su vida privilegiada, ya que el
rector del centro era amigo de la familia y René contaba con un régimen distinto al
del resto de alumnos que le permitía una gran libertad lejos de la disciplina a la
que debían someterse sus compañeros. Allí, mientras aprendía latín, griego,
literatura, retórica, física, metafísica, teología…, empezaron a fraguarse las
peculiaridades de un carácter ciertamente outsider con tendencia a la
introspección (los jesuitas fomentaban mucho el examen de uno mismo), a la
soledad y a hacer, en definitiva, lo que le viniera en gana, eso sí, sin molestar
jamás a nadie.
A la búsqueda de vocación
En 1614, siguiendo los planes de su padre, abandona La Flèche para comenzar la
carrera de leyes en Poitiers. Tiene éxito en los estudios y, sin embargo, Descartes
sigue indeciso respecto a su futuro. Le parece que el proyecto de su padre no es
adecuado para él y decide ganar tiempo, marcharse a Breda y alistarse en el
ejército a las órdenes de Maurice de Nassau. Gracias a ello conoce a una de las
personas que serán más influyentes en su vida: el científico e ingeniero Isaac
Beeckman. Este investigador formaba parte de un círculo de “sabios” que
intentaban aplicar y poner en práctica sus invenciones y descubrimientos. “Sólo tú
fuiste capaz de sacarme de mi estado de indolencia”, le escribió agradecido un
deslumbrado Descartes. Y es que el aprendiz de filósofo había mostrado siempre
cierto desprecio hacia las enseñanzas establecidas, básicamente todo lo que
había aprendido en La Flèche, pero la rama práctica del saber le atraía
profundamente.
Turismo militar
1
De los años siguientes de la biografía de Descartes, no existen demasiados datos.
Se sabe que viajó por toda Europa a veces formando parte de diversos ejércitos y
otras por libre, pues, al parecer, había hecho promesa de visitar el santuario de
Nuestra Señora de Loreto, en Italia, en agradecimiento a Dios por sus visiones. El
caso es que, además de Italia y Francia, anduvo por Alemania, Polonia,
Dinamarca, Holanda… El único incidente violento que se encuentra en la biografía
de Descartes –curioso, dado que ejerció como soldado, un soldado muy peculiar,
eso sí, pero soldado, al fin y al cabo– es que, de viaje por las islas frisias, los
marineros del barco que lo acompañaban lo tomaron por un rico mercader y
planearon en holandés matarlo y quedarse con su equipaje. Pero Descartes sabía
el suficiente holandés como para entender lo que pretendían y tuvo que defender
su vida y sus pertenencias con la espada. Le debió salir bien porque los
marineros, sorprendidos, se echaron atrás.
De profesión, rentista
De profesión, rentista
2
Hasta ese momento, Descartes había dedicado sus mayores esfuerzos a
encontrar el mejor método para pensar. Un método que había basado en dos
mecanismos privilegiados: la intuición y la deducción. Pero a partir de ese
momento, el filósofo abrirá sus ojos hacia el mundo y se dedicará durante tres
años a estudiar meteorología, óptica, geometría, anatomía… La leyenda cuenta
que Descartes era un asiduo visitante de los mataderos donde veía los animales
desollados o donde los compraba para diseccionarlos en su propia casa y que una
vez coincidió allí con un pintor… “Vuestra filosofía nos quita el alma, yo la
devuelvo en mis pinturas”, le dijo un joven Rembrandt que se afanaba ante el
cadáver de un buey.
El Tratado sobre el universo de Descartes fue el fruto del arduo trabajo de tres
años. Estaba a punto de enviárselo a Mersenne cuando llegaron las noticias de la
condena de Galileo. Entonces Descartes cambió de estrategia y le pidió al padre
que le enviara una copia de la obra de Galileo. Su lectura confirmó lo que había
intuido: que muchas de las conclusiones a las que había llegado Galileo coincidían
con las suyas. En vista del riesgo y las complicaciones que conllevaría una
supuesta publicación de su obra, Descartes decidió no hacerlo: “No querría
publicar un discurso que contuviera una sola palabra que la Iglesia pudiera no
aprobar, de modo que prefiero suprimirlo todo antes que publicarlo mutilado”.
Producción y reproducción
Todas las precauciones que Descartes había tomado en su vida académica para
evitar controversias, todo el celo con el que defendía su intimidad, se
desvanecieron cuando nació una niña, Francine, hija de su criada Hélène. Algunas
fuentes dicen que la reconoció como su hija y otras, que la hacía pasar por su
sobrina. Lo que es seguro es que amó a esa niña con emoción y alegría sinceras y
que su muerte, a los cinco años, fue uno de los momentos más amargos de la vida
del filósofo.
Pero estas son las consecuencias negativas de la fama; las positivas es que
Descartes se convirtió en un sabio reconocido, cuya presencia u opinión eran
reclamadas incluso desde la Corte. Con la princesa Elisabeth de Bohemia inició
una intensa relación epistolar sobre dilemas y cuestiones filosóficas que cristalizó
en dos obras: Principia Philosophiae y Las Pasiones del Alma. Pero Cristina de
Suecia fue, sin duda, la más vehemente y la más persistente en su propósito de
convertir a Descartes en su preceptor personal, hasta el punto de enviar un buque
de guerra a recogerle. Descartes rechazó el ofrecimiento una vez, pero más no
pudo. En 1649 se embarcó hacia Estocolmo y hacia su fin.