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"Existencia y esencia", por

Marco Aurelio Denegri


El existencialismo de Sartre popularizó en la década de 1950, la fórmula según
la cual la existencia precede a la esencia.

REDACCIÓN EC

Existencia y esencia, por Marco Aurelio Denegri

Redacción EC26.05.2014 / 07:19 am

El existencialismo de Jean-Paul Sartre popularizó, allá por la


década de 1950, la fórmula según la cual la existencia precede a
la esencia.

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Para el existencialismo, la piedra no existe. La piedra


simplemente es y ya nada le es posible y justamente
por eso no existe. Dios tampoco existe, porque es un ser que
no tiene ninguna posibilidad que cumplir, habida cuenta de su
perfección, eternidad e infinitud. Nada le falta y no necesita
realizar ninguna posibilidad para colmarse.

Es el ser cumplido y cabal por excelencia.

El hombre está siempre in fieri, o sea en devenir, en


formación y desarrollo, haciéndose; y para hacerse,
existe.

Dios no, precisamente por su misma perfección. A lo perfecto ya


nada le es posible. A la piedra ya nada le es posible. A Dios
tampoco. Pues bien: ni la piedra ni Dios existen,
únicamente son. En cambio nosotros vamos siendo y des-
siendo. Nuestra vida es el vaivén del ser y del des-ser. Lo creyó
así, y con razón, don José Ortega y Gasset. Véase lo que dijo al
respecto:

“La vida está constantemente siendo y des-siendo, algo que


nunca sólo es sino que siempre, además, des-es. La vida no
debiera decirse que es, sino, precisamente, que vive.” (José
Ortega y Gasset, O.C., XII, 202.)

“La realidad radical que es la vida –decíamos– no es, sino que


es y des-es; está pasando y aconteciendo, es un flujo continuo.”
(236)

“El hombre pasa y atraviesa por todas esas formas de ser;


peregrino del ser, las va siendo y des-siendo, es decir, las va
viviendo.” (237)

Dueño
Dícese dueño del que tiene dominio o señorío sobre persona o
cosa. “En este sentido solía llamarse así también a la mujer; uso
que aún se conserva en los requiebros amorosos, diciendo
dueño mío, y no dueña mía.” (Real Academia Española,
Diccionario de la Lengua Española. Decimonovena edición.
Madrid, 1970, s.v. “Dueño, ña”.)

Pero en los requiebros amorosos del Perú ya no se conserva


dicho uso. Sabemos que lo hubo por el reproche que dirige Juan
de Arona a “los que afectadamente dicen la dueño por la dueña,
que por desgracia no son pocos”.

(Melgar lo dice en su yaraví “Crueldad”, que con tanto acierto


interpretan los Hermanos Portugal.) Y agrega el diccionarista
que “si en lo antiguo era el nombre exclusivamente común de
dos en masculino, aún en los clásicos del siglo XVII se escapa
con frecuencia la dueña por la dueño”.

Y si hoy, dice Paz Soldán y Unanue, ya no es temible la


ambigüedad “por haber desaparecido las dueñas quintañonas
que vivían entre Alca y Hueta, no hay por qué rehuir la
terminación femenina”. (Juan de Arona, Diccionario de
Peruanismos. Lima, Ediciones Peisa, 1975, I, s.v. “Dueño”.)

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