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Medidas precautorias para evitar la violencia doméstica y de género

Por Thomson Reuters En 3 enero, 2017 · Añadir comentario · En Articulos de Opinión

Autor: Gómez, César Julio


Publicado en: DFyP 2016 (diciembre), 07/12/2016, 28
Cita Online: AR/DOC/3648/2016

Sumario: I. Introducción. — II. Medidas de protección: enunciación. — III. Naturaleza jurídica. Eficacia.
Características propias. — IV. Presupuestos de procedencia o condiciones para su dictado. — V.
Duración. — VI. Seguimiento. — VII. Incumplimiento de las medidas: sanciones. — VIII. Conclusiones.
1. Introducción
Desde hace algunos años —y en forma creciente- nos alarman las cifras de los casos de violencia
ocurrida en el seno de la familia. Violencia doméstica o intrafamiliar, con fundamento en el género contra
las mujeres, malos tratos a la infancia y adolescencia: las denominaciones y formas a través de las que se
conoce este fenómeno varían. El flagelo persiste con el paso del tiempo y se ha anclado en la familia.

Para el Estado, la familia ocupa un lugar central dentro de la agenda política y social, por ser el espacio
de intimidad donde se forman y reproducen los modelos de identidad personal y comunitaria. Allí se
aprenden los valores sociales y se recrean los comportamientos de la sociedad, se reproduce la cultura.
Es el primer y más importante agente de socialización en una comunidad (1). De ahí que resulta el
principal foco de atención de las políticas públicas a partir de las cuales intervenir, reforzando los roles
socializadores, el respeto por las instituciones, la vida democrática, garantizando la igualdad entre los
miembros de la comunidad, pero sobre todo, el respeto de los derechos humanos de sus integrantes, en
particular, de las mujeres.

En este sentido es que se han dictado normas que tienen por fin la protección de los miembros de la
familia, evitando la violencia que emerge en las relaciones internas, aumentando la igualdad intrafamiliar
(2). La violencia familiar y contra las mujeres, en particular, ha sido entendida como un flagelo que
profundiza las desigualdades, socavando la estabilidad de los lazos familiares. Pero también como el
principal objeto de abordaje a partir del dictado de marcos normativos para la protección de las víctimas,
así como medidas para su combate.

En el ámbito nacional, debe mencionarse la ley 24.417 del año 1994, seguida por la ley 24.632 —que
aprueba en el año 1996 la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia
contra La Mujer o “Convención de Belem do Pará” de 1994-. En el año 2009, se promulga la ley 26.485,
conocida como la Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las
mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, que busca garantizar todos los
derechos reconocidos por la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación
contra la Mujer (3) , la Convención de Belem do Pará, la Convención sobre los Derechos de los Niños y la
Ley 26.061 de Protección Integral de los derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes.

En la provincia de Buenos Aires, se dicta la ley 12.569 —mejor dotada que su par de nación, la ley
24.417- y posteriormente, en el año 2013es actualizada por la ley 14.509, que añade a la protección
contra la violencia familiar los conceptos y medidas previstas por la ley nacional 26.485 de protección a
las mujeres.

El punto de conexión de estas normas es su finalidad: garantizar el derecho a una vida sin violencia y sin
discriminaciones; la salud, la educación y la seguridad personal; la integridad física, psicológica, sexual,
económica o patrimonial; que se respete su dignidad; decidir sobre la vida reproductiva, la intimidad, la
libertad de creencias y de pensamiento; recibir información y asesoramiento adecuado; gozar de medidas
integrales de asistencia, protección y seguridad; gozar de acceso gratuito a la justicia en casos
comprendidos en el ámbito de aplicación de la presente ley; la igualdad real de derechos, oportunidades y
de trato entre varones y mujeres; un trato respetuoso de las mujeres que padecen violencia, evitando toda
conducta, acto u omisión que produzca revictimización (4).

En cuanto a los destinatarios de estas leyes de protección, comprende tanto a la familia, como a las
mujeres, los niños, niñas y adolescentes. Y su éxito dependerá de la adopción de medidas “adecuadas”
en función de la gravedad de los hechos denunciados, no solo reservadas a las que se tomen en el plano
judicial sino aquéllas que las complementan mediante programas de fortalecimiento y empoderamiento
del colectivo vulnerable.
Con el presente trabajo nos proponemos conocer cuáles son los medios de protección que ofrece el
ordenamiento legal vigente y la importancia de la intervención jurisdiccional a tiempo. Pero también,
aquéllas respuestas que la ley no enuncia y que surgen novedosas a la luz de las realidades propias de la
comunidad en las que se deciden; los modos de asegurar su cumplimiento mediante la implementación
de controles y sanciones.

1. Medidas de protección: enunciación


El art. 26 de la ley 26.485 prevé la toma de medidas preventivas urgentes durante cualquier etapa del
proceso, incluso de oficio, con adecuación al tipo y modalidad de violencia que se advierta. Al tratarse de
una ley de visión amplia, incorpora medidas de protección que no habían sido previstas por la ley 24.417,
incluso con independencia de si los destinatarios de las mismas son mujeres o no, desde que su
aplicación resulta —en la mayoría de los casos- para todos las realidades familiares.

La redacción actual del art. 7 de la ley bonaerense 12.569, reproduce en buena parte las novedades de la
ley de protección integral y las adapta al sistema que contenía su antigua enunciación. De este modo, se
dice que el juez puede:

1. a) Ordenar la prohibición de acercamiento del presunto agresor al lugar de residencia, trabajo,


estudio, esparcimiento o a los lugares de habitual concurrencia de la mujer que padece violencia.
2. b) Ordenar al presunto agresor que cese en los actos de perturbación o intimidación que, directa o
indirectamente, realice hacia la mujer.
3. c) Ordenar la restitución inmediata de los efectos personales a la parte peticionante, si ésta se ha
visto privada de los mismos.
4. d) Prohibir al presunto agresor la compra y tenencia de armas, y ordenar el secuestro de las que
estuvieren en su posesión.
5. e) Proveer las medidas conducentes a brindar a quien padece o ejerce violencia, cuando así lo
requieran, asistencia médica o psicológica, a través de los organismos públicos y organizaciones de
la sociedad civil con formación especializada en la prevención y atención de la violencia contra las
mujeres.
6. f) Ordenar medidas de seguridad en el domicilio de la mujer.
7. g) Ordenar toda otra medida necesaria para garantizar la seguridad de la mujer que padece
violencia, hacer cesar la situación de violencia y evitar la repetición de todo acto de perturbación o
intimidación, agresión y maltrato del agresor hacia la mujer.
8. h) Prohibir al presunto agresor enajenar, disponer, destruir, ocultar o trasladar bienes comunes de la
pareja.
9. i) Ordenar la exclusión de la parte agresora de la residencia común, independientemente de la
titularidad de la misma.
10. j) Decidir el reintegro al domicilio de la mujer si ésta se había retirado, previa exclusión de la vivienda
del presunto agresor.
11. k) Ordenar a la fuerza pública, el acompañamiento de la mujer que padece violencia, a su domicilio
para retirar sus efectos personales.
12. l) En caso de que se trate de una pareja con hijos/as, se fijará una cuota alimentaria provisoria, si
correspondiese, de acuerdo con los antecedentes obrantes en la causa y según las normas que
rigen en la materia.
13. m) En caso que la víctima fuere menor de edad, el/la juez/a, mediante resolución fundada y teniendo
en cuenta la opinión y el derecho a ser oída de la niña o de la adolescente, puede otorgar la guarda
a un miembro de su grupo familiar, por consanguinidad o afinidad, o con otros miembros de la
familia ampliada o de la comunidad.
14. n) Ordenar la suspensión provisoria del régimen de comunicación con el agresor.
ñ) Ordenar al presunto agresor abstenerse de interferir, de cualquier forma, en el ejercicio de la guarda,
crianza y educación de los/as hijos/ as.

1. o) Disponer el inventario de los bienes que integran la comunidad y los propios de quien ejerce y
padece violencia. En los casos de las parejas convivientes se dispondrá el inventario de los bienes
de cada uno.
2. p) Otorgar el uso exclusivo a la mujer que padece violencia, por el período que estime conveniente,
del mobiliario de la casa.
Como se ve, la mayoría de ellas son de carácter personal, es decir que el objeto de tutela será la persona
de la víctima y su grupo familiar, como la exclusión del hogar, la prohibición de acercamiento, la
prohibición de compra o empleo de armas, la fijación de una prestación alimentaria y cuidado personal
provisorio de los hijos. En tanto que otras, como la prohibición de actos disposición de los bienes
comunes, su inventario, la atribución del hogar familiar y del uso del mobiliario a la víctima, son de
carácter patrimonial, por cuanto resultan complementarios para asegurar la protección integral de la
víctima y su dignidad.
Cuadra aclarar que el juez se encuentra facultado para disponer cualquiera de las medidas enunciadas
precedentemente, incluso varias de ellas conforme se adecuen a la realidad familiar y a los hechos
sufridos por las víctimas. Nótese que en la mayoría de los casos, la prohibición de acercamiento deberá ir
acompañada de la prohibición de realizar actos que impliquen intimidación u hostigamientos; o bien, en
los casos de exclusión del hogar, en donde el presunto agresor es padre de hijos menores de edad y ha
mediado violencia económica, será imprescindible asegurar el cumplimiento de una obligación parental
esencial como la determinación de una cuota alimentaria provisional.

Esto resalta el carácter enunciativo de las normas específicas, pudiendo dictarse una o varias medidas, e
incluso, una distinta de las contempladas, siendo necesario que el juzgador aprecie como adecuado su
decreto en función del bien jurídico que se debe proteger. Así, podrá ordenar la asignación a la víctima de
un dispositivo de prevención y aviso policial denominado “botón antipánico” o que se le provea custodia
dinámica o pasiva en su domicilio por parte de las fuerzas de seguridad.

Otra medida de protección que suele implementarse es el alojamiento de las víctimas en los hogares o
refugios de protección para “mujeres en situación de violencia de género con hijos”, que suelen depender
de los gobiernos municipales; o bien la inclusión en programas de fortalecimiento y empoderamiento de
aquéllas, programas vinculados a obtener salidas laborales inmediatas; programas asistenciales para
paliar las situaciones de pobreza o marginalidad; programas de atención a las adicciones de los hijos o de
la propia víctima, y en ocasiones, la intervención del sistema de protección integral de niños, niñas y
adolescentes cuando la vulneración de sus derechos resulte improbable de ser modificada por una
medida judicial en el marco de la ley de violencia y sea necesaria la restitución de sus derechos en los
términos de la ley 26.061.

III. Naturaleza jurídica. Eficacia. Características propias


La ley de protección integral hace referencia al dictado de “medidas preventivas urgentes” y la ley 24.417,
de “medidas cautelares conexas” (5)(6).

Mucho se ha escrito en cuanto a la calificación de los procesos que ambas leyes prevén y la naturaleza
de las decisiones que adoptan los jueces para evitar la continuidad de los hechos de agresión dentro de la
familia.

Respetada doctrina afirma que estamos en presencia de las llamadas medidas autosatisfactivas (7) . El
fundamento para este encuadre radica en que se trata de”soluciones jurisdiccionales urgentes,
autónomas, que importan una satisfacción definitiva de lo requerido, despachables inaudita parte […] y
sólo procedentes si media un interés tutelable cierto y manifiesto (o fuerte probabilidad de que la
pretensión formulada resulta atendible) y la tutela inmediata es imprescindible” (8)(9).

Otro sector se inclina por afirmar que se trata de medidas cautelares, no solo porque las propias normas
así las denominan y porque las medidas autosatisfactivas no tienen regulación específica en el Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación, sino porque comparten con las cautelares su finalidad,
presupuestos y duración, entre otros aspectos (10). En este sendero, se afirma que debido a su decreto
inaudita parte, a su provisoriedad, al plazo de su extensión temporal, y a que pueden ser dejadas sin
efectos por el juez en cuanto se modificaran o alteraran las circunstancias que fueron tenidas en cuenta al
momento de su dictado, pueden encuadrar dentro de las medidas precautorias (11).

Sin embargo, las diferencias con las autosatisfactivas se hacen notar por cuanto estas últimas no son
instrumentales sino autónomas, el grado de conocimiento para despacharlas consiste en que exista casi
certeza del derecho (fuerte probabilidad o interés tutelable cierto y manifiesto) (12). El requisito de “peligro
en la demora”, propio de las medidas cautelares, en la materia se traduce en que la tutela inmediata sea
imprescindible, frustrándose en caso contrario el derecho invocado.

Como afirma De Los Santos -al referirse a las autosatisfactivas- “el mayor beneficio del instituto radica en
su maleabilidad para acordar una protección rápida y, por ende, eficaz ante conductas o vías de hecho
que afectan un interés tutelable cierto y manifiesto” (13).

Lo cierto es que estamos en presencia de un proceso urgente, que crea una categoría diferente en el
derecho procesal: medidas proteccionales urgentes (14), cuyas características hacen que se deba
imprimir una celeridad incluso mayor que en los restantes procesos que tramitan por ante el fuero de
familia. No olvidemos que el objetivo es la protección inmediata de la víctima, para lo cual sólo bastará
con la sospecha que nazca en el juez sobre la existencia de malos tratos y que la demora en garantizar la
protección hará que el riesgo se concrete en detrimento de aquélla.

Celeridad y oficiosidad son dos caracteres propios de estos procesos urgentes, así como la ejecutabilidad
inmediata de las soluciones dictadas, lo que nos lleva a afirmar que toda la intervención judicial debe
encontrarse direccionada a su eficacia, sin excepciones ni dilaciones. Recordemos que en materia de
Derecho de Familia, el Código Civil y Comercial impone el principio de oficiosidad, salvo en aquellas
cuestiones de naturaleza exclusivamente económica. Tal postulado significa impulso de oficio de las
causas, prueba de oficio (art. 709), y eventualmente, medidas preventivas oficiosas.

El orden público y los delicados intereses involucrados conducen a la necesidad de contar con mayor
activismo judicial para decidir las contiendas familiares (15). Por esta razón, entendemos que no es
exigible a la víctima que acredite previamente los hechos que denuncia, ni el patrocinio letrado obligatorio,
ni siquiera que incorpore una denuncia policial o penal, sino que la mera exposición ante el funcionario
judicial alcanzará.

1. Presupuestos de procedencia o condiciones para su dictado


Hemos reseñado que el único requisito de procedencia común con las medidas cautelares clásicas es el
peligro en la demora, como producto de una flexibilización y amplitud en la ponderación de los hechos en
que se sustente el pedido de medidas de protección. Pensemos en las circunstancias en que las
denuncias de violencia ingresan a los juzgados: muchas veces se trata de formularios que contienen
datos muy básicos y cuyo relato acerca de la situación vivenciada es de asombrosa síntesis. De su
lectura, deben surgir elementos de entidad suficiente para crear en el juzgador la sospecha de que el
maltrato ha ocurrido y que existe una necesidad urgente en disponer su cese y evitar nuevos hechos
sobrevinientes. Ello significa que la verosimilitud debe emerger de la propia denuncia, pudiendo el juez
disponer -en el mismo momento- una audiencia personal con la víctima a fin de indagar acerca de su
situación familiar signada por el maltrato, sin mayor formalidad que el contacto directo.

El peligro en la demora se encuentra ínsito en la propia denuncia, y —a su vez- se relaciona directamente


con la verosimilitud de los hechos denunciados, de manera que la demora injustificada en la adopción de
medidas de protección constituye una vulneración de los derechos humanos de la víctima.

Claro que para contribuir a la construcción de esta sospecha, que en ocasiones no se desprende con
claridad de los hechos que son expuestos al juez, deviene imprescindible la intervención interdisciplinaria
de profesionales de la psicología, trabajo social, psiquiatría, medicina clínica, antropología, entre otros. Si
bien este abordaje se encuentra previsto con posterioridad a las medidas, con el objeto de determinar los
daños físicos y/o psíquicos, económicos o de otro tipo (16), ello no obsta a su actuación como medio para
determinar la existencia de riesgo actual que amerite una medida judicial inmediata.

Así pues, la determinación de la urgencia y la valoración del riesgo serán concluyentes y valiosos
instrumentos para el magistrado, que contará con una descripción aproximada del vínculo violento —que
luego se irá ampliando con las evaluaciones a los restantes involucrados-. Con estas herramientas,
entendemos que la orden que se adopte será la apropiada, ajustada a esa realidad familiar en particular.

Y como hemos dicho en el acápite anterior, la intervención del presunto agresor quedará restringida con
el dictado de medidas proteccionales sin audiencia previa —in audita parte-, toda vez que lo que se trata
es de evitar el castigo a la víctima y a su grupo familiar, quien ha tomado —casi siempre con gran
dificultad- el impulso para denunciar el maltrato.

Aclaramos que con ello no se cercena su derecho de defensa, pues cuenta con facultades recursivas
para impugnar cualquier decisorio que le cause un perjuicio, con plazos especiales para su interposición
(art. 33, ley 26.485).

1. Duración
La normativa específicamente hace recaer en el juez la determinación de un plazo de duración para las
medidas de protección dispuestas, de conformidad con las circunstancias del caso en particular, mediante
auto fundado.

Siguiendo esta directiva legal, la resolución que se dicte podrá referir a una fecha determinada, a un
número de días a contar desde su dictado o de la notificación o vincularse a la ocurrencia de un hecho
que ciertamente ocurrirá (17). La experiencia nos indica que las medidas suelen estar delimitadas
temporalmente, sujetas a plazos de 30 días, o 45, 60, 90, 180, etc., según la apreciación del magistrado.
Sin embargo, nada impide que se sujete su extensión hasta la realización de determinado evento. Por
ejemplo, si de la entrevista diagnóstica con el agresor se destaca como sugerencia la necesidad de
realización de un tratamiento psicológico, o bien, en el caso de la víctima, la necesidad de acudir a un
dispositivo terapéutico necesario para su fortalecimiento, que le permita evitar caer en el conocido ciclo de
la violencia, la duración de la medida de protección podrá sujetarse a las resultancias de estas terapias
(acreditar su inicio, acompañar al juez un informe de la evolución del tratamiento iniciado, o mejor aún,
una nueva entrevista de seguimiento, en la cual se podrán apreciar los avances de la disciplina en la
psiquismo de los involucrados).

Con frecuencia se proveerá una medida de protección que quede expedita para cuando la víctima cuente
con herramientas que le permitan empoderarse y sostenerlas a futuro. Pensemos que de nada sirve
disponer la exclusión del hogar familiar del agresor, si la mujer maltratada presenta fuertes lazos de
dependencia desde lo psicológico / afectivo, o bien en el aspecto económico. Para ello, se supeditará su
entrada en vigencia para el momento en que la misma logre desprenderse de lo aprehendido y emerja de
esta situación con la asistencia profesional que el propio juez le habrá ordenado previamente.

Por su parte, en ocasiones en que los niños aparezcan como observadores de actos de maltrato, los
plazos de las medidas urgentes suelen verse condicionados a la toma de contacto con aquéllos tanto por
el juez como por su equipo interdisciplinario, que deberá tener lugar en el plazo más breve posible y con
la finalidad de determinar si corresponde extender las medidas también a ellos.

De ello se sigue que la duración de las medidas debe inexcusablemente guardar relación con las
características de la situación denunciada y con la necesidad de contrarrestar el contexto de violencia, o
el riesgo que la misma genera (18).

Tocante al levantamiento de las medidas de protección, está claro que si por su naturaleza participan de
los caracteres de las medidas cautelares, se encuentran sujetas a modificación por su carácter
provisional, en tanto cambien las circunstancias que operaron al momento de su dictado. Esto significa
que, al ser coyunturales, podría presentarse el presunto autor de los hechos de violencia y solicitar el
cese o incluso su modificación por otra medida (menos restrictiva de sus libertades personales de
circulación, por caso).

Es necesario aclarar que al tratarse de medidas urgentes y proteccionales no se encuentran sujetas al


régimen de caducidad que prevén los códigos procesales, por cuanto no se hallan sujetas a la promoción
de un juicio posterior.

En nuestra experiencia, el levantamiento de la medida es un requerimiento poco frecuente, que debiera


estar debidamente justificado y que, sopesado con el riesgo que se pretende evitar, no conculque el
efecto deseado: la protección de los derechos humanos de la víctima de violencia.

Suelen verificarse requerimientos sobre la modificación de los metros que comprende la prohibición de
acercamiento, en particular si comparten un mismo espacio de trabajo víctima y victimario, o si al retirarse
del hogar este último, permanece en un domicilio cercano al que anteriormente compartía con la persona
agredida.

En estos casos suele jugar un rol muy cuestionable la conocida “retractación” de la víctima, que se
presenta cuando la persona se desdice después de haber instalado la denuncia, porque no soporta su
afirmación inicial, porque teme las consecuencias de lo dicho, porque se arrepiente de haber perjudicado
a alguien cuando habló, por vergüenza social, por haber ensayado sus fuerzas y comprender que no
dispone de ellas, porque por su historia personal se ha acostumbrado a asociar al sujeto masculino con el
golpe u otras formas de violencia (19). En estos casos, el rol del juzgador cobra especial trascendencia,
no sólo porque debe apreciar con ciencia y cautela este planteo, sino porque de acceder -sin más- a la
solicitud de dejar sin efecto medidas apropiadas a la problemática será responsable de las consecuencias
disvaliosas que pudieran acaecer a esta víctima, a quien no se comprende adecuadamente (20).

1. Seguimiento
Se podría creer —erróneamente- que con el dictado de la providencia solicitada se ha asegurado la
protección durante el tiempo previsto en la misma. Sin embargo, es lógico pensar que si la conyuntura
familiar es variable, como lo es la vida de una comunidad, los roles de los miembros del grupo familiar se
verán afectados por factores sociales, económicos y culturales, además de la medida de protección que
emane del órgano judicial. Esto será así, en tanto la medida afecta la dinámica en el hogar; si se aparta al
agresor de la morada, se modifica el modo en que ingresa el aporte económico, el modo en que
mantendrá comunicación con sus hijos, si conformaban además una unidad económica de producción
familiar, se verá trastocada su organización.

No es menos frecuente que la denuncia de violencia y la medida de exclusión del agresor divida a la
propia familia, tomando partido algunos miembros en favor de la víctima y otros del familiar expulsado del
hogar. Así, pese a lo dispuesto por el juez, algunos de los que permanezcan en la casa facilitarán el
ingreso del agresor cuando nadie observe, o incluso como una muestra de su postura disconforme frente
al problema (21).

Es decir que la medida se decreta, pero su cumplimiento acarrea una serie de modificaciones en la vida
diaria que los propios sujetos involucrados no siempre están dispuestos a respetar. Para evitar estos
escollos y tender a la eficacia de las resoluciones, la ley establece la necesidad de efectuar un
seguimiento de su intervención en el grupo familiar como modo de prevenir nuevas situaciones de
violencia.

La manda de supervisar periódicamente el funcionamiento del sistema familiar violento, a través de la


citación del grupo familiar primario y las redes familiares o sociales no convivientes, como la exigencia de
la acreditación del comienzo y continuidad de los tratamientos psicológicos que se ordenan desde la
justicia contribuyen al acompañamiento de la víctima pero también al control del agresor. De ahí que
muchos autores y magistrados se inclinen hacia una herramienta conocida como la “terapia bajo
mandato”, que no es ni más ni menos que ordenar tanto al agresor como a sus víctimas su incorporación
en un dispositivo terapéutico acorde con la dinámica que ha sido evidenciada durante las entrevistas
interdisciplinarias —y conforme las sugerencias de dichos profesionales-.

VII. Incumplimiento de las medidas: sanciones


La crítica a los juzgados se ha centrado en que no se presta atención a las características de la violencia
de género —en particular-, recordando que se trata de un proceso, que muy frecuentemente no frena con
la denuncia o la separación, e interviniendo con el objeto de garantizar la seguridad personal y económica
de las mujeres y sus hijos/as a través de resoluciones judiciales (22).

Conviene recordar que las mujeres, niñas y niños víctima de violencia de género son consideradas
víctimas de las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres, históricamente construidas y
naturalizadas por la cultura, la religión y la sociedad en general, y el Estado es responsable de prevenirla,
sancionarla y erradicarla, para garantizar el pleno goce de los derechos humanos (23).

En ocasiones, la transgresión a las medidas de restricción hace reflexionar a los operadores judiciales —
al tiempo que a la comunidad misma- acerca del modo en que se cumplen los compromisos
internacionales para prevenir, sancionar y erradicar.

El mensaje que cargan las medidas suele ser el de un apercibimiento para el caso de incumplimiento. El
art. 32 de la ley 26.485 prevé la facultad judicial de modificar las medidas, ampliarlas o dictar otras. Y al
segundo incumplimiento, impone el deber de aplicar sanciones como la advertencia o llamado de atención
por el acto cometido; comunicar los hechos en que incurriera el agresor al empleador, organismo o
institución a la que pertenezca; obligarlo a asistir a programas reflexivos, educativos o terapéuticos para
modificar su conducta violenta. Sólo para el caso que su incumplimiento configure el delito de
desobediencia, dará intervención a la justicia penal.

La ley bonaerense suma un método coercitivo para asegurar que sus decisiones se acaten: requerir el
auxilio de la fuerza pública. Y además, agrega la orden de realizar trabajos comunitarios.

El fundamento de la asistencia a programas educativos o terapéuticos es “deconstruir el aprendizaje de la


comunicación violenta” (24). Pero, como advierte Medina, se trata de una ayuda para quien esté
dispuesto a aceptarla, pues carece de sentido para quienes nieguen la existencia de los hechos violentos,
ya sea por naturalización de este modo de vinculación o por minimizar sus comportamientos (25).

No debe excluirse la posibilidad de aplicar sanciones pecuniarias por la falta de cumplimiento de las
medidas preventivas. En efecto, estas tendrán éxito probable siempre que el agresor cuente con un
patrimonio que pueda afectarse. Sin embargo, si se piensa en la violencia que tiene lugar en los sectores
marginados, o con inestabilidad laboral, la efectividad de estas sanciones será limitada (26).

Otra herramienta destacable en el ámbito de la provincia de Buenos Aires, es la comunicación de las


medidas de restricción a la Dirección Provincial de Antecedentes del Ministerio de Justicia, que permite
notificar a los agresores con medidas vigentes sobre el dictado de las mismas, o ampliación o
modificación, que tantas veces se ve entorpecido. Este anoticiamiento tendrá lugar en oportunidad de
detenciones policiales por otros motivos, controles de tránsito, etc.

En este punto, debemos mencionar la existencia de barreras en la notificación de las resoluciones al autor
de los hechos de violencia, sea por la imposibilidad de localización, porque se ha retirado del domicilio sin
denunciar el lugar donde residirá, o porque realiza los actos intimidación por medios de comunicación que
impiden su ubicación física. El desafío se impone como premisa a la hora de demostrar a la comunidad
que la conducta violenta no será consentida, con aplicación de sanciones que hagan deponer esta
modalidad de relacionarse.

VIII. Conclusiones
A modo de cierre de lo hasta aquí comentado, se imponen algunas consideraciones acerca de las
medidas para hacer cesar la violencia.

En primer lugar, puede afirmarse que se trata de medidas con ciertas limitaciones. Son limitadas en su
duración, pero también en su eficacia. La protección a las víctimas que padecen violencia no puede
basarse únicamente en resoluciones que provengan de la justicia. Para su exitosa implementación
requieren de la participación activa del Estado, tanto en la competencia judicial como la gubernamental y
legislativa, creando e impulsando políticas públicas, a través de programas adecuados para el
fortalecimiento de las víctimas, modificando el aporte que desde lo cultural hace que la desigualdad entre
hombres y mujeres consolide la violencia como un fenómeno transgeneracional.

Pero también, formando operadores con perspectiva de género (27) que intervengan en la problemática
sin generar con ello una victimización de las personas que padecen o han padecido maltrato.

La efectividad de las medidas de protección dependerá de cómo se prepare a la víctima para lo que se
aproxima después de su decreto: la lógica esperable en la violencia familiar, la retractación de su
denuncia, la imposibilidad para sostener la medida restrictiva, no saber cómo actuar frente al
incumplimiento por el agresor, entre otros múltiples escenarios posibles. No conocer medianamente la
dinámica de la violencia de género, es decir lo que le pasa internamente a la víctima y al agresor,
importará grandes dificultades para actuar correctamente. Debemos aceptar que la víctima requerirá —
por lo general- de un dispositivo terapéutico que la debe acompañar antes, durante y una vez adoptada la
medida, con control judicial o seguimiento.

Y frente a los actos de transgresión de lo ordenado por el juez, existe una necesidad de accionar
mediante sanciones apropiadas para el tipo de caso en el que se presenta, es decir, adaptadas al perfil de
los infractores.

Tengamos presente que a un problema con multiplicidad de factores en su origen y mantenimiento, le


corresponden respuestas adecuadas a su complejidad, elaboradas en la multiplicidad de aportes de
conocimiento y la acción tanto desde la diversidad del marco profesional como del interinstitucional (28).

En suma, frente a un fenómeno en el que confluyen distintas causas, el estado -como garante de la
integridad de sus habitantes más vulnerables- deberá brindar respuestas positivas, asumiendo cada uno
la responsabilidad que le corresponde desde la órbita de su competencia.

(1) MAURÁS, Marta, “Las familias y las políticas públicas: hacia una “sociedad de redes””, en Arraigada,
Irma, “Políticas hacia las familias, protección e inclusión social”, CEPAL-UNFPA, Santiago, 2005,
http://www.eclac.org/publicaciones/xml/2/22672/ssc46_Sesion_inaugural.pdf.

(2) Evitar violencias y sufrimientos, aumentar la igualdad y la democracia intrafamiliar son, entonces,
objetivos que debieran guiar la política estatal en relación con la familia (JELÍN, Elizabeth, “Las familias
latinoamericanas en el marco de las transformaciones globales: Hacia una nueva agenda de políticas
públicas”, en Arraigada, Irma, ob. cit.).

(3) Más conocida como CEDAW por sus siglas en inglés, fue aprobada mediante Ley N°23.179,
sancionada el 8 de Mayo de 1985 y promulgada el 27 de Mayo de 1985.

(4) Art. 3, ley 26.485.

(5) La ley bonaerense 12.569 antes de su reforma en el año 2013, hacía mención a las medidas conexas
que el juez puede disponer; luego de su modificación por la ley 14.509, reemplaza esta denominación por
medidas preventivas urgentes, en coincidencia con la ley nacional 23.485.

(6) La ley “ha previsto un procedimiento específico para tratar aquellas denuncias que tuvieren por objeto
hechos de violencia familiar, incluyéndose dentro de ese concepto “toda acción, omisión, abuso, que
afecte la integridad física, psíquica, moral sexual y/o la libertad de una persona en el ·ámbito del grupo
familiar, aunque no configure delito”. El citado régimen legal prevé el dictado de medidas de
aseguramiento urgentes a los fines de amparar a quienes “prima facie” aparecen como víctimas de
violencia familiar, sin que ello implique una decisión de mérito sobre el fondo del asunto. En tal sentido, se
ha dicho que las denuncias por violencia familiar tienen por única finalidad el poner un paño frío, en una
escalada de violencia, que no se podría lograr de tener que esperar la intervención del Juez natural que
corresponda al tipo de conflicto que la produjo” (Cám.Civ.yCom. 2ª, Sala 1ª, La Plata, Causa 119325, RSI
28/16, 03/03/2016, “C. N. S. S/ Protección contra la violencia familiar”).

(7) KEMELMAJER DE CARLUCCI, Aída, “Algunos aspectos referidos a la eficacia del llamado proceso
familiar”, en ARAZI, R. (coord.), “Derecho Procesal en vísperas del siglo XXI”, Ediar, 1997, citado por
GUAHNON, Silvia V., “Medidas Cautelares en el Derecho de Familia”, 2ª. ed., Bs. As., La Rocca, 2011, p.
197.

(8) DE LOS SANTOS, Mabel, “Medida Autosatisfactiva y Medida Cautelar. Semejanzas y diferencias entre
ambos institutos procesales”, Revista de Derecho Procesal, Rubinzal-Culzoni, N°1, Año 1998, p. 31.

(9) Graciela Medina sostiene que se trata de auténticas medidas autosatisfactivas (MEDINA, G.,
GONZALEZ MAGAÑA, I., YUBA, G., “Violencia de Género y Violencia Doméstica: Responsabilidad por
Daños”, 1ª. ed., Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2013, p. 344).

(10) GUAHNON, Silvia V., ob. cit., p. 197.

(11) Guahnon, Kielmanovich.

(12) La providencia cautelar consiste precisamente en una decisión anticipada y provisoria del mérito,
destinada a durar hasta el momento en que a esta regulación provisoria de la relación controvertida se
sobreponga la regulación de carácter estable que se puede conseguir a través del más lento proceso
ordinario (CALAMANDREI, Piero, “Introducción al estudio sistemático de las providencias cautelares”, El
Foro, Buenos Aires, 1997).

(13) DE LOS SANTOS, M., ob. cit.

(14) LAMBERTI, Silvio — VIAR, Juan Pablo M., “Violencia Familiar. Sistemas Jurídicos”, Ed. Universidad,
1ª ed., Bs. As., 2008, p. 223.

(15) DE LOS SANTOS, M., “Los procesos de familia en el proyecto de Código Civil y Comercial”, Revista
de Derecho Privado, Año II, nro. 6, Infojus, p. 13.

(16) El art. 29 de la ley 26.485 establece la facultad judicial de requerir un informe efectuado por un
equipo interdisciplinario para determinar los daños y la situación de peligro en la que se encuentre, en un
plazo de 48 horas, para poder aplicar otras medidas, o modificar las ya dictadas.
(17) MEDINA, G. — GONZALEZ MAGAÑA, I. — YUBA, G., ob. cit., p. 347.

(18) MEDINA, G. — GONZALEZ MAGAÑA, I. — YUBA, G., ob. cit., p. 347.

(19) GIBERTI, Eva, “La retractación”, Revista Interdisciplinaria de Derecho de Familia, RDF 69-23, cita
online AP/DOC/252/2015.

(20) De ahí la importancia de contar con profesionales idóneos en los equipos técnicos para el abordaje
de esta problemática, y de capacitar a los operadores judiciales para comprender esta conducta y evitar el
fastidio que genera un planteo de “retractación”, que no es más que un efecto esperable en el contexto de
la violencia.

(21) Aquí la intervención del equipo técnico del Juzgado se dirigirá a entrevistar a todos los miembros de
la familia, para conocer las razones de estos comportamientos y esclarecer al juez las inquietudes sobre
estas respuestas contrarias a lo esperable.

(22) HASANBEGOVIC, Claudia, “Violencia basada en el género y el rol del Poder Judicial”, Revista de la
Facultad de Derecho de la Universidad de la República, Uruguay, No. 40, ene-jun. de 2016, p.127.

(23) Preámbulo de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra
la Mujer, “Convención Belem do Pará”.

(24) LAMBERTI — VIAR, ob. cit., p. 235.

(25) Conf. MEDINA, G., ob. cit., p. 275.

(26) No se descarta la aplicación de multa sobre los beneficios sociales o asistenciales que perciba o a
los que pretenda acceder, los que podrán ser embargados en beneficio de la víctima.

(27) La “perspectiva de género”[…] implica: a) reconocer las relaciones de poder que se dan entre los
géneros, en general favorables a los varones como grupo social y discriminatorias para las mujeres; b)
que dichas relaciones han sido constituidas social e históricamente y son constitutivas de las personas; c)
que las mismas atraviesan todo el entramado social y se articulan con otras relaciones sociales, como las
de clase, etnia, edad, preferencia sexual y religión (GAMBA, Susana, “Estudios de género/perspectiva de
género”, Investigaciones y Publicaciones, Observatorio de Equidad de Género, Dirección General de la
Mujer, Subsecretaría de Promoción Social, Ministerio de Desarrollo Social del G.C.B.A., 2011).

(28) BOTTINI, Cristina H., “Mujeres y Niños víctimas de violencia de género: el impacto traumático y su
evaluación”, disertación en la Mesa redonda “Dinámica transdisciplinaria en el abordaje de la Violencia de
Género en un Juzgado Unipersonal de Familia” en el marco del IV Congreso Internacional de Violencia,
Maltrato y Abuso, Victimología, Criminología y Género. Una trilogía compleja, celebrado en La Plata los
días 14, 15 y 16 de Noviembre de 2013.

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