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EL CAMINANTE INTELIGENTE

Tras varias horas caminando bajo el sol un hombre pasó por una pequeña granja, la
única que había en muchos kilómetros a la redonda. El olorcillo a cocido llegó hasta su
nariz y se dio cuenta de que tenía un hambre de lobo. Llamó a la puerta y el dueño de
la casa, bastante antipático, le abrió.
– Buenas tardes, señor.
– ¿Quién es usted y qué busca por estos lugares?
– No se asuste, soy un simple viajero que va de paso. Me preguntaba si podría
invitarme a un plato de comida. Estoy muerto de hambre y no hay por aquí ninguna
posada donde tomar algo caliente.
El granjero no se compadeció y para quitárselo de encima le dijo en un tono muy
despectivo:
– ¡Pues no, no puedo! Son las cinco y mi esposa y yo ya hemos comido ¡En esta casa
somos muy puntuales y estrictos con los horarios, así que no voy a hacer ninguna
excepción! ¡Váyase por donde vino!
El hombre se quedó chafado, pero en vez de venirse abajo, reaccionó con astucia;
justo cuando el granjero iba a darle con la puerta en las narices, sacó un billete de
cinco pesos del bolsillo de su pantalón y se lo dio a un niño que jugaba en la entrada.
– ¡Toma, guapo, para que juegues! ¡Si quieres otro dímelo, que tengo muchos de
estos!
El granjero vio de reojo cómo el desconocido le regalaba un billete de los gordos a su
hijo y pensó:
– “Este tipo debe ser rico y eso cambia las cosas… ¡Le invitaré a entrar!”
Abrió la puerta de nuevo y con una gran sonrisa en la cara, le dijo muy educadamente:
– ¡Está bien, pase! Mi mujer le preparará algo bueno que llevarse a la boca.
– ¡Oh, es usted muy amable, gracias!
Aguantando la risa, el viajero pasó al comedor y se sentó a la mesa ¡Había echado el
anzuelo y el pez había picado!
Mientras, el granjero, un poco nervioso, entró en la cocina para hablar con su mujer.
En voz baja, le dijo:
– Creo que este desconocido está forrado de dinero porque le ha regalado a nuestro
hijo un billete de cinco pesos ¡y le escuché decir que tiene muchos más!
– ¿En serio?… Pues entonces no podemos dejarle escapar ¡Tenemos que
aprovecharnos de él como sea!
– ¡Sí! Vamos a intentar que esté lo más contento posible y ya se me ocurrirá algo.
El granjero y su mujer adornaron la mesa con flores y sirvieron la comida en platos de
porcelana fina que se sintiera como un rey, pero el viajero sabía que tanta atención no
era ni por caridad ni por amabilidad, sino que lo hacían por puro interés, porque
pensaban que era rico y querían quedarse con parte de su dinero ¡El plan había surtido
efecto porque era lo que él quería que pensaran!
– Señora, este es el mejor arroz con pollo que he comido en toda mi vida ¡Tiene usted
manos de oro para la cocina!
– ¡Muchas gracias, me alegro mucho de que le guste! ¿Le apetece un café con bizcocho
de manteca?
– Si no es molestia, acepto encantado su invitación.
– ¡Claro que no, ahora mismo se lo traigo!
El postre estaba para chuparse los dedos y el humeante café fue el colofón perfecto a
una comida espectacular.
– Muchas gracias, señores, todo estaba realmente delicioso. Y ahora si me disculpan,
necesito ir al servicio… ¿Podrían indicarme dónde está?
– ¡Claro, faltaría más! El retrete está junto al granero; salga que en seguida lo verá.
– Muchas gracias, caballero, ahora mismo vuelvo.
El astuto viajero salió de la casa con la intención de no volver. Afuera, junto a las
escaleras de la entrada, seguía jugando el niño; parecía muy entretenido haciendo un
avión de papel con el billete que un par de horas antes le había regalado. Se acercó a él
y de un tirón, se lo quitó.
– ¡Dame ese billete, chaval, que ya has jugado bastante!
Lo guardó en el bolsillo, rodeó la casa y echó a correr.
– ¡Tengo que largarme antes de que los muy tontos se den
cuenta de que les he engañado!
Y así, con el buche lleno y partiéndose de risa, el viajero se
fue para siempre, contento porque había conseguido
burlar a quienes habían querido aprovecharse de él.

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