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cuadernillo de semiología 2

DISTINTAS PERSPECTIVAS DE LOS ESTUDIOS DEL LENGUAJE.

2. LINGÜÍSTICA DE LA ENUNCIACIÓN

Y PERSPECTIVA SOCIOSEMIÓTICA

EN LOS ESTUDIOS DEL LENGUAJE

MARÍA CECILIA PEREIRA (COORD.)


2016

Semiología
Cát. Arnoux

Edición y diagramación: Verónica Zaccari


Índice

PRIMERA PARTE: TEORÍA DE LA ENUNCIACIÓN


I. INTRODUCCIÓN
La perspectiva de la Lingüística de la enunciación, M. C. Pereira ....................................................3

II. ARTÍCULOS FUNDACIONALES


“Semiología de la lengua”, É. Benveniste...................................................................................6
“De la subjetividad en el lenguaje”, É. Benveniste ....................................................................8
“El aparato formal de la enunciación”, É. Benveniste ......................................................................13

III. ENUNCIACIÓN Y DEIXIS


“La enunciación”, E. Arnoux (coord.) ....................................................................................................19
“Las personas del discurso”, H. Calsamiglia Blancafort y A. Tusón Valls ...................................27

IV. LA ACTITUD DE LOCUCIÓN


Sobre Estructura y función de los tiempos en el lenguaje, E. Lerner ....................................................40
Estructura y función de los tiempos en el lenguaje, H. Weinrich ............................................42

V. OTRAS FORMAS DE INSCRIPCIÓN DEL SUJETO EN EL DISCURSO


“Subjetivemas”, C. Kerbrat Orecchioni..................................................................................................46
“Las modalidades”, D. Maingueneau........................................................................................50

SEGUNDA PARTE: PERSPECTIVA SOCIOSEMIÓTICA


El “Circulo de Bajtín” y el lenguaje como práctica social, M. C. Pereira...............................................56
“El problema de los géneros discursivos”, M. Bajtín...............................................................59
Interacción de voces: polifonía y heterogeneidades, M. di Stefano y C. Pereira ........................85

ACTIVIDADES ......................................................................................................................... 95

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Primera parte: Teoría de la enunciación

I. INTRODUCCIÓN

La perspectiva de la Lingüística de la enunciación


María Cecilia Pereira

Émile Benveniste (1902-1976) es considerado el fundador de la Lingüística de la enuncia-


ción, una perspectiva surgida en los años 60 como respuesta una serie de interrogantes
sobre el sentido y el uso del lenguaje que no se habían planteado desde el estructuralis-
mo. El proyecto semiológico de Saussure, es decir, la creación de una ciencia dedicada
a estudiar “la vida de los signos en el seno de la vida social”, dio lugar en Francia a una
corriente que llevó el mandato saussureano hasta sus últimas consecuencias. Así, to-
mando la lingüística como modelo de la semiología, y a la lengua como modelo de siste-
ma semiológico, el estructuralismo se propuso reconstruir los sistemas abstractos y ge-
nerales subyacentes a las diversas manifestaciones del inconsciente (en el psicoanálisis),
de la cultura (en la antropología), de las estructuras sociales (en la sociología), de los pro-
cesos históricos (en la historiografía), etc.
En el ámbito de la lingüística, el estructuralismo permitió realizar grandes aportes en el
campo de la lingüística histórica –o diacrónica-, del análisis léxico, de la morfología y la
fonología. Sin embargo, al tiempo que el estructuralismo avanzaba en un camino de abs-
tracción progresiva que se interesaba por el sistema de la lengua en sí independiente-
mente de su uso, otros investigadores se interrogaban por los rasgos del sistema lingüís-
tico que hacen a la producción de sentidos en el discurso. Es en este punto donde
Benveniste hace un primer aporte: logra distinguir en la lengua dos modos de signifi-
cancia. En primer lugar, la significancia semiótica, que es la que adquieren los signos en
el sistema. Este modo de significancia fue el estudiado por de Saussure y consiste en
una significancia cerrada, cuyas unidades significantes son binarias, se oponen unas a
otras en el seno del sistema y requieren ser reconocidas por el conjunto de miembros de
la comunidad lingüística. Ahora bien, la lengua posee, además de la significancia semió-
tica que comparte con otros sistemas como el de las señales de tránsito o el de los tres
colores del semáforo, una significancia engendrada por el discurso en la cual el sentido
de las unidades se actualiza en el seno del enunciado producido. Este modo de signifi-
cancia denominado semántico, que también es propio de los lenguajes artísticos, no
opera por el reconocimiento de los signos sino por la comprensión de la significación de
cada enunciado nuevo. La lengua, concluye Benveniste, es el único sistema que posee
esta doble significancia semiótica y semántica, y la lingüística de la enunciación es la
que debe proveer las categorías para estudiarla.
Julia Kristeva destaca en el prólogo a la edición de los últimos cursos dictados por Ben-
veniste en el Collège de France (1968-1969) los ejes de su reflexión y los rasgos de la
doble significancia de la lengua:

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La búsqueda del sentido en su especificidad lingüística es lo que dirige el discurso so-
bre la lengua en las últimas lecciones [de Benveniste].[…]

El [estudio del] sentido ha sido dejado “fuera de la lingüística” (PLG II, 1967, p. 216):
o bien se lo ha “separado”, por considerarlo sospechoso de ser demasiado subjeti-
vo, huidizo, indescriptible como forma lingüística; o bien se lo ha reducido a sus
invariantes estructurales morfosintácticas, “distribucionales” dentro de un “cor-
pus dado”. Según Benveniste, al contrario, “significar” constituye un principio in-
terno del lenguaje. Con esta “idea nueva”, subraya, “hemos sido impulsados hacia
una problemática mayor, que involucra la lingüística y más allá de ella”. Si algunos
precursores (John Locke, Saussure y Charles Sander Peirce) demostraron que “vi-
vimos en un universo de signos” entre los cuales los de la lengua son los primeros,
seguidos de los signos de escritura, […] Benveniste busca mostrar cómo el aparato
formal de la lengua hace posible no solamente nombrar los objetos y las situaciones,
sino sobre todo “generar” discursos con significaciones originales […]

Desde un principio, Benveniste propone una lingüística general que se aleje tanto
de la lingüística estructural como de la gramática generativa que dominaban el
paisaje lingüístico de la época, y avanza hacia una lingüística del discurso. […] Enta-
blando una discusión con Saussure y su concepción de los elementos distintivos
del sistema lingüístico que son los signos, Benveniste propone dos tipos en la sig-
nificancia del lenguaje: “lo” semiótico y “lo” semántico.

Lo “semiótico” (de semeion, o signo, caracterizado por su lazo “arbitrario” – resulta-


do de una convención social- entre el “significante” y el “significado”) es un senti-
do clausurado, genérico, binario, intralingüístico, sistematizante e institucional
que se define por una relación de “paradigma” y de “sustitución”. Lo “semántico”
se expresa en la frase que articula el “significado” del signo o el “intento” [la in -
tención]. […] Se define por la relación de “conexión”, o de “sintagma”, donde el
“signo” (lo semiótico) deviene en palabra [mot] por la “actividad del locutor”. Este
pone en acción la lengua en una situación de discurso dirigido por la “primera per-
sona” (yo) a la “segunda persona” (tú, vos), situando la “tercera persona”(él) fuera
del discurso.”

(Kristeva, “Preface”, en: Benveniste, E. Dernières leçons, Seuil/Gallimard, 2012: 19-


20. Adap.)

La preocupación por la naturaleza significante de la lengua y por dar cuenta de estas


nuevas dimensiones de la lingüística general lleva a Benveniste a poner el foco en la
enunciación, entendida como “puesta en funcionamiento de la lengua por un acto indi-
vidual de utilización”. Este es el segundo aporte que destacamos de Benveniste: el len-
guaje no se reduce a un instrumento neutro que permite a los hablantes transmitir infor-
mación. Ese “acto individual de uso” de la lengua le permite al hombre comunicar su
subjetividad. La enunciación es una actividad realizada entre dos protagonistas –el enun-

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ciador y el enunciatario– por medio de la cual el enunciador se sitúa en relación con el
enunciatario, y se posiciona respecto del mundo y los enunciados anteriores. Por eso,
los signos no son pensados como portadores de un sentido independiente de su empleo
en la enunciación, sino que los signos en los enunciados dan cuenta de los rasgos de la
enunciación misma. Benveniste se interesa en estudiar los esquemas invariantes genera-
les presentes en una multiplicidad de actos de enunciación que exhiben la subjetividad.
En síntesis, la Lingüística de la enunciación profundiza en tres aspectos que no habían
sido considerados hasta ese momento: el de la semantización de la lengua (la significan-
cia semántica); el propio de la realización verbal o gráfica de la lengua ( y las complejas
relaciones entre el enunciado y la enunciación) y el que consiste en estudiar el cuadro
formal de las categorías de la lengua que se actualizan en la enunciación (y que Benve-
niste desarrolla como un “aparato formal” distintivo del lenguaje humano que permite la
constitución de la subjetividad) (Bres, 2013).
En esta parte unidad, leeremos fragmentos de los trabajos de Benveniste dedicados a
explicar, primero, la compleja naturaleza significante de la lengua y, luego, la subjetividad
propia del lenguaje que se manifiesta en las huellas en el enunciado de la actividad del
sujeto de la enunciación. El estudio de estas huellas permite describir y explicar el modo
en que se representa en los enunciados el propio enunciador, su enunciatario, el tema, el
espacio y el tiempo. Finalmente, nos detendremos en desarrollos posteriores que siste-
matizan los aportes de Benveniste referidos a la deixis personal, las actitudes de locu-
ción y las modalidades.

Bibliografía

Bres, Jacques (2013): “Énonciation et dialogisme: un couple improbable?”. En: Dufaye,


Lionel et Gournay, Lucie (éds). Benveniste après un demisiècle. Regards sur l'énon-
ciation aujourd´hui, París, Ophrys.
Kristeva, Julia (2012): “Preface”. En: Benveniste, E. Dernières leçons, París, Seuil/Galli-
mard.
Maingueneau, Dominique (1999): L´énonciation en linguistique française. París, Hachette.

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II. ARTÍCULOS FUNDACIONALES

“Semiología de la lengua”
Émile Benveniste
Problemas de lingüística general II, México, Siglo XXI, 1997, pp. 66-69 (fragmento).

[...] La lengua combina dos modos distintos de significancia, que llamamos el modo
SEMIÓTICO por una parte, el modo SEMÁNTICO por otra.1
Lo semiótico designa el modo de significancia que es propio del SIGNO lingüístico y que lo
constituye como unidad. Por medio del análisis pueden ser consideradas por separado las dos
caras del signo, pero por lo que hace a la significancia, unidad es y unidad queda. La única
cuestión que suscita un signo para ser reconocido es la de su existencia, y ésta se decide con un
sí o un no: árbol - canción - lavar - nervio - amarillo - sobre, y no *ármol - *panción - *bavar - *nertio -
*amafillo - *sibre. Más allá, es comparado para delimitarlo, sea con significantes parcialmente
parecidos: casa : masa, o casa : cosa, o casa : cara, sea con significados vecinos: casa : choza, o casa :
vivienda. Todo el estudio semiótico, en sentido estricto, consistirá en identificar las unidades,
en describir las marcas distintivas y en descubrir criterios cada vez más sutiles de la distintivi -
dad. De esta suerte cada signo afirmará con creciente claridad su significancia propia en el
seno de una constelación o entre el conjunto de los signos. Tomado en sí mismo, el signo es
pura identidad para sí, pura alteridad para todo lo demás, base significante de la lengua, mate-
rial necesario de la enunciación. Existe cuando es reconocido como significante por el conjunto
de los miembros de la comunidad lingüística, y evoca para cada quien, a grandes rasgos, las
mismas asociaciones y las mismas oposiciones. Tal es el dominio y el criterio de la semiótica.
Con lo semántico entramos en el modo específico de significancia que es engendrado por
el DISCURSO. Los problemas que se plantean aquí son función de la lengua como productora de
mensajes. Ahora, el mensaje no se reduce a una sucesión de unidades por identificar separada-
mente; no es una suma de signos la que produce el sentido, es, por el contrario, el sentido, con-
cebido globalmente, el que se realiza y se divide en “signos” particulares, que son las PALABRAS.
En segundo lugar, lo semántico carga por necesidad con el conjunto de los referentes, en tanto
que lo semiótico está, por principio, separado y es independiente de toda referencia. El orden
semántico se identifica con el mundo de la enunciación y el universo del discurso.
El hecho de que se trata, por cierto, de dos órdenes distintos de nociones y de dos univer -
sos conceptuales, es algo que se puede mostrar también mediante la diferencia en el criterio de
validez que requieren el uno y el otro. Lo semiótico (el signo) debe ser RECONOCIDO; lo semántico
(el discurso) debe ser COMPRENDIDO. La diferencia entre reconocer y comprender remite a dos
facultades mentales distintas: la de percibir la identidad entre lo anterior y lo actual, por una
parte, y la de percibir la significación de un enunciado nuevo, por otra. En las formas patológi -
cas del lenguaje, es frecuente la disociación de las dos facultades.

1 Esta distinción fue propuesta por primera vez en la sesión inaugural del XIII Congrès des Sociétés de Philosophie
de Langue Française, celebrada en Ginebra el 3 de septiembre de 1966. La exposición fue publicada en las Actes de di-
cho congreso, II, 29.40 (con discusión, pp. 41-47) (cf. adelante, cap. 15). Se verá aquí el remate del análisis presentado
anteriormente con el título de “Niveaux de l'analyse linguistique” (en nuestros Problèmes de linguistique generale, I.
1966. pp. 119 ss. [trad. esp. pp.118 ss.] ). Habríamos preferido elegir, a fin de hacer más notoria esta distinción, tér -
minos menos parecidos uno al otro que SEMIÓTICA y SEMÁNTICA, puesto que los dos asumen aquí un sentido técnico.
Hacía falta, con todo, que uno y otro evocasen la noción del sema, a la cual se vinculan ambos, si bien diferentemen-
te. Esta cuestión terminológica no debería perturbar a quienes tengan a bien considerar la perspectiva completa de
nuestro análisis.

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La lengua es el único sistema cuya significancia se articula, así, en dos dimensiones. Los
demás sistemas tienen una significancia unidimensional: o semiótica (gestos de cortesía; mu-
drās), sin semántica; o semántica (expresiones artísticas), sin semiótica. El privilegio de la len-
gua es portar al mismo tiempo la significancia de los signos y la significancia de la enunciación.
De ahí proviene su poder mayor, el de crear un nuevo nivel de enunciación, donde se vuelve
posible decir cosas significantes acerca de la significancia. Es en esta facultad metalingüística
donde encontramos el origen de la relación de interpretancia merced a la cual la lengua englo-
ba los otros sistemas.
Cuando Saussure definió la lengua como sistema de signos, echó el fundamento de la se-
miología lingüística. Pero vemos ahora que si el signo corresponde en efecto a las unidades sig-
nificantes de la lengua, no puede erigírselo en principio único de la lengua en su funciona -
miento discursivo. Saussure no ignoró la frase, pero es patente que le creaba una grave
dificultad y la remitió al “habla”, 2 lo cual no resuelve nada; es cosa precisamente de saber si es
posible pasar del signo al “habla”, y cómo. En realidad el mundo del signo es cerrado. Del signo
a la frase no hay transición ni por sintagmación ni de otra manera. Los separa un hiato. Hay
pues que admitir que la lengua comprende dos dominios distintos, cada uno de los cuales re -
quiere su propio aparato conceptual. Para el que llamamos semiótico, la teoría saussuriana del
signo lingüístico servirá de base para la investigación. El dominio semántico, en cambio, debe
ser reconocido como separado. Tendrá necesidad de un aparato nuevo de conceptos y defini-
ciones.
La semiología de la lengua ha sido atascada, paradójicamente, por el instrumento mismo
que la creó: el signo. No podía apartarse la idea del signo lingüístico sin suprimir el carácter
más importante de la lengua; tampoco se podía extenderla al discurso entero sin contradecir
su definición como unidad mínima. […]

2 Cf. C. L. G. pp. 148, 172, y las observaciones de R. Godel, Current Trends in Linguistics, III, Theoretical Foundations, 1966,
pp. 490 ss.

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“De la subjetividad en el lenguaje”
Emile Benveniste
Problemas de lingüística general, tomo 1, México, Siglo XXI, 1982, pp 179-187 [originalmente en Journal de
Psychologie, julio-sept, 1958, PUF]

Si el lenguaje es, como dicen, instrumento de comunicación, ¿a qué debe semejante pro-
piedad? La pregunta acaso sorprenda, como todo aquello que tenga aire de poner en tela de jui-
cio la evidencia, pero a veces es útil pedir a la evidencia que se justifique. Se ocurren entonces,
sucesivamente, dos razones. La una sería que el lenguaje aparece de hecho, así empleado, sin
duda porque los hombres no han dado con medio mejor ni siquiera tan eficaz para comunicar -
se. Esto equivale a verificar lo que deseábamos comprender. Podría también pensarse que el
lenguaje presenta disposiciones tales que lo tornan apto para servir de instrumento; se presta
a transmitir lo que le confío, una orden, una pregunta, un aviso y provoca en el interlocutor un
comportamiento adecuado a cada ocasión. Desarrollando esta idea desde un punto de vista más
técnico, añadiríamos que el comportamiento del lenguaje admite una descripción conductista,
en términos de estímulo y respuesta, de donde se concluye el carácter mediato e instrumental
del lenguaje. ¿Pero es de veras del lenguaje de lo que se habla aquí? ¿No se lo confunde con el
discurso? Si aceptamos que el discurso es lenguaje puesto en acción, y necesariamente entre
partes, hacemos que asome, bajo la confusión, una petición de principio, puesto que la natura-
leza de este “instrumento” es explicada por su situación como “instrumento”. En cuanto al pa-
pel de transmisión que desempeña el lenguaje, no hay que dejar de observar por una parte que
este papel puede ser confiado a medios no lingüísticos, gestos, mímica y por otra parte, que nos
dejamos equivocar aquí, hablando de un “instrumento”, por ciertos procesos de transmisión
que, en las sociedades humanas, son sin excepción posteriores al lenguaje y que imitan el fun-
cionamiento de éste. Todos los sistemas de señales, rudimentarios o complejos están en este
caso.
En realidad la comparación del lenguaje con un instrumento –y con un instrumento mate-
rial ha de ser, por cierto, para que la comparación sea sencillamente inteligible– debe hacernos
desconfiar mucho, como cualquier noción simplista acerca del lenguaje. Hablar de instrumento
es oponer hombre y naturaleza. El pico, la flecha, la rueda no están en la naturaleza. Son fabri -
caciones. El lenguaje está en la naturaleza del hombre, que no lo ha fabricado. Siempre propen -
demos a esta figuración ingenua de un período original en que un hombre completo se descu-
briría un semejante no menos completo y entre ambos, poco a poco, se iría elaborando el
lenguaje. Esto es pura ficción. Nunca llegamos al hombre separado del lenguaje ni jamás lo ve-
mos inventarlo. Nunca alcanzamos el hombre reducido a sí mismo, ingeniándose para concebir
la existencia del otro. Es un hombre hablante el que encontramos en el mundo, un hombre ha -
blando a otro, y el lenguaje enseña la definición misma del hombre.
Todos los caracteres del lenguaje, su naturaleza inmaterial, su funcionamiento simbólico,
su ajuste articulado, el hecho de que posea un contenido, bastan ya para tornar sospechosa esta
asimilación a un instrumento, que tiende a disociar del hombre la propiedad del lenguaje. Ni
duda cabe que en la práctica cotidiana el vaivén de la palabra sugiere un intercambio y por
tanto una “cosa” que intercambiaríamos. La palabra parece así asumir una función instrumen-
tal o vehicular que estamos prontos a hipostatizar en “objeto”. Pero, una vez más, tal papel
toca a la palabra.
Una vez devuelta a la palabra esta función, puede preguntarse qué predisponía a aquélla a
garantizar ésta. Para que la palabra garantice la “comunicación” es preciso que la habilite el
lenguaje, del que ella no es sino actualización. En efecto, es en el lenguaje donde debemos bus-

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car la condición de esa aptitud. Reside, nos parece, en una propiedad del lenguaje, poco visible
bajo la evidencia que la disimula y que todavía no podemos caracterizar si no es sumariamente.
Es en y por el lenguaje como el hombre se constituye como sujeto; porque el solo lenguaje
funda en realidad, en su realidad que es la del ser, el concepto de “ego”.
La “subjetividad” de que aquí tratamos es la capacidad del locutor de plantearse como
“sujeto”. Se define no por el sentimiento que cada quien experimenta de ser él mismo (senti-
miento que, en la medida en que es posible considerarlo, no es sino un reflejo) sino como la
unidad psíquica que trasciende la totalidad de las experiencias vividas que reúne y que asegura
la permanencia de la conciencia. Pues bien, sostenemos que esta “subjetividad”, póngase en fe-
nomenología o en psicología, como se guste, no es más que la emergencia en el ser de una pro-
piedad fundamental del lenguaje. Es “ego” quien dice “ego”. Encontramos aquí el fundamento
de la “subjetividad” que se determina por el estatuto lingüístico de la “persona”.
La conciencia de sí no es posible más que si se experimenta por contraste. No empleo yo
sino dirigiéndome a alguien, que será en mi alocución un tú. Es esta condición de diálogo la que
es constitutiva de la persona, pues implica en reciprocidad que me torne tú en la alocución de
aquel que por su lado se designa por yo. Es aquí donde vemos un principio cuyas consecuencias
deben desplegarse en todas direcciones. El lenguaje no es posible sino porque cada locutor se
pone como sujeto y remite a sí mismo como yo en su discurso. En virtud de ello, yo plantea otra
persona, la que, exterior y todo a “mí”, se vuelve mi eco al que digo tú y que me dice tú. La po-
laridad de las personas, tal es en el lenguaje la condición fundamental de la que el proceso de
comunicación, que nos sirvió de punto de partida, no pasa de ser una consecuencia del todo
pragmática. Polaridad por lo demás muy singular en sí, y que presenta un tipo de oposición
cuyo equivalente no aparece en parte alguna, fuera del lenguaje. Esta polaridad no significa
igualdad ni simetría: “ego” tiene siempre una posición de trascendencia con respecto a tú, no
obstante, ninguno de los dos términos es concebible sin el otro, son complementarios, pero se-
gún una oposición “interior/exterior” y, al mismo tiempo son reversibles. Búsquese un parale-
lo a esto; no se hallará. Única es la condición del hombre en el lenguaje.
Así se desploman las viajes antinomias del “yo” y del “otro”, del individuo y la sociedad.
Dualidad que es ilegítimo y erróneo reducir a un solo término original, sea éste el “yo” que de-
biera estar instalado en su propia conciencia para abrirse entonces a la del “prójimo” o bien
sea, por el contrario, la sociedad, que preexistiría como totalidad al individuo y de donde éste
apenas se desgajaría conforme adquiriese la conciencia de sí. Es en una realidad dialéctica, que
engloba los dos términos y los define por relación mutua, donde se descubre el fundamento
lingüístico de la subjetividad.
Pero ¿tiene que ser lingüístico dicho fundamento? ¿Cuáles títulos se arroga el lenguaje
para fundar la subjetividad?
De hecho, el lenguaje responde a ello en todas sus partes. Está marcado tan profundamen-
te por la expresión de la subjetividad que se pregunta uno si, construido de otra suerte, podría
seguir funcionando y llamarse lenguaje. Hablamos ciertamente del lenguaje, y no solamente de
lenguas particulares. Pero los hechos de las lenguas particulares, concordantes, testimonian
por el lenguaje. Nos conformaremos con citar los más aparentes.
Los propios términos de que nos servimos aquí, yo y tú, no han de tomarse como figuras
sino como formas lingüísticas, que indican la “persona”. Es un hecho notable –mas ¿quién se
pone a notarlo, siendo tan familiar?– que entre los signos de una lengua, del tipo, época o re-
gión que sea, no falten nunca los “pronombres personales”. Una lengua sin expresión de la
persona no se concibe. Lo más que puede ocurrir es que, en ciertas lenguas, en ciertas circuns -
tancias, estos “pronombres” se omitan deliberadamente; tal ocurre en la mayoría de las socie-

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dades del Extremo Oriente, donde una convención de cortesía impone el empleo de perífrasis o
de formas especiales entre determinados grupos de individuos, para reemplazar las referencias
personales directas. Pero estos usos no hacen sino subrayar el valor de las formas evitadas;
pues es la existencia implícita de estos pronombres la que da su valor social y cultural a los sus-
titutos impuestos por las relaciones de clase.
Ahora bien, estos pronombres se distinguen en esto de todas las designaciones que la len-
gua articula: no remiten ni a un concepto ni a un individuo.
No hay concepto “yo” que englobe todos los yo que se enuncian en todo instante en boca
de todos los locutores, en el sentido en que hay un concepto “árbol” al que se reducen todos los
empleos individuales de árbol. El “yo” no denomina, pues, ninguna entidad léxica. ¿Podrá de-
cirse entonces que yo se refiere a un individuo particular? De ser así, se trataría de una contra -
dicción permanente admitida en el lenguaje y la anarquía en la práctica: ¿cómo el mismo tér-
mino podría referirse indiferentemente a no importa cuál individuo y al mismo tiempo
identificarlo en su particularidad? Estamos ante una clase de palabras, los “pronombres perso-
nales”, que escapan al estatuto de todos los demás signos del lenguaje. ¿A qué yo se refiere? A
algo muy singular, que es exclusivamente lingüístico: yo se refiere al acto de discurso indivi-
dual en que es pronunciado, y cuyo locutor designa. Es un término que no puede ser identifica -
do más que en lo que por otro lado hemos llamado instancia de discurso, y que no tiene otra
referencia que la actual. La realidad a la que remite es la realidad del discurso. Es en la instan -
cia de discurso en que yo designa el locutor donde éste se enuncia como “sujeto”. Así, es ver-
dad, al pie de la letra, que el fundamento de la subjetividad está en el ejercicio de la lengua. Por
poco que se piense, se advertirá que no hay otro testimonio objetivo de la identidad del sujeto
que el que así da él mismo sobre sí mismo.
El lenguaje está organizado de tal forma que permite a cada locutor apropiarse la lengua
entera designándose como yo.
Los pronombres personales son el primer punto de apoyo para este salir a luz de la subje -
tividad en el lenguaje. De estos pronombres dependen a su vez otras clases de pronombres, que
comparten el mismo estatuto. Son los indicadores de la deixis, demostrativos, adverbios, adjeti-
vos, que organizan las relaciones espaciales y temporales en torno al “sujeto” tomado como
punto de referencia: “esto, aquí, ahora” y sus numerosas correlaciones “eso, ayer, el año pasa-
do, mañana”, etc. Tienen por rasgo común definirse solamente por relación a la instancia de
discurso en que son producidos, es decir bajo la dependencia del yo que en aquélla se enuncia.
Fácil es ver que el dominio de la subjetividad se agranda más y tiene que anexarse la ex-
presión de la temporalidad. Cualquiera que sea el tipo de lengua, por doquier se aprecia cierta
organización lingüística de la noción de tiempo. Poco importa que esta noción se marque en la
flexión de un verbo o mediante palabras de otras clases (partículas; adverbios; variaciones léxi -
cas, etc.) –es cosa de estructura formal. De una u otra manera, una lengua distingue siempre
“tiempos”; sea un pasado y un futuro, separados por un presente, como en francés o en espa-
ñol; sea un presente pasado opuesto a un futuro o un presente-futuro distinguido de un pasa -
do, como en diversas lenguas amerindias, distinciones susceptibles a su vez de variaciones de
aspecto, etc. Pero siempre la línea divisoria es una referencia al “presente”. Ahora, este “pre -
sente” a su vez no tiene como referencia temporal más que un dato lingüístico: la coincidencia
del acontecimiento descrito con la instancia de discurso que lo describe. El asidero temporal
del presente no puede menos de ser interior al discurso. El Dictionnaire général define el “pre-
sente” como “el tiempo del verbo que expresa el tiempo en que se está”. Pero cuidémonos: no
hay otro criterio ni otra expresión para indicar “el tiempo en que se está” que tomarlo como “el
tiempo en que se habla”. Es éste el momento eternamente “presente”, pese a no referirse nunca

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a los mismos acontecimientos de una cronología “objetiva” por estar determinado para cada
locutor por cada una de las instancias de discurso que le tocan. El tiempo lingüístico es sui-refe-
rencial. En último análisis la temporalidad humana con todo su aparato lingüístico saca a relu -
cir la subjetividad inherente al ejercicio mismo del lenguaje.
El lenguaje es pues la posibilidad de la subjetividad, por contener siempre las formas lin-
güísticas apropiadas a su expresión, y el discurso provoca la emergencia de la subjetividad, en
virtud de que consiste en instancias discretas. El lenguaje propone en cierto modo formas “va-
cías” que cada locutor en ejercicio de discurso se apropia y que refiere a su “persona”, defi-
niendo al mismo tiempo él mismo como yo y una pareja como tú. La instancia de discurso es así
constitutiva de todas las coordenadas que definen el sujeto y de las que apenas hemos designa-
do sumariamente las más aparentes.

La instalación de la “subjetividad” en el lenguaje crea, en el lenguaje y –creemos– fuera de


él también, la categoría de la persona. Tiene por lo demás efectos muy variados en la estructu-
ra misma de las lenguas, sea en el ajuste de las formas o en las relaciones de la significación.
Aquí nos fijamos en lenguas particulares, por necesidad, a fin de ilustrar algunos efectos del
cambio de perspectiva que la “subjetividad” puede introducir. No podríamos decir cuál es, en
el universo de las lenguas reales, la extensión de las particularidades que señalamos; de mo -
mento es menos importante delimitarlas que hacerlas ver. El español ofrece algunos ejemplos
cómodos.
De manera general, cuando empleo el presente de un verbo en las tres personas (según la
nomenclatura tradicional), parecería que la diferencia de persona no acarrease ningún cambio
de sentido en la forma verbal conjugada. Entre yo como, tú comes, él come, hay en común y de
constante que la forma verbal presenta una descripción de una acción, atribuida respectiva-
mente, y de manera idéntica, a “yo”, a “tú”, a “él”. Entre yo sufro y tú sufres y él sufre hay pareci-
damente en común la descripción de un mismo estado. Esto da la impresión de una evidencia,
ya implicada por la ordenación formal en el paradigma de la conjugación.
Ahora bien, no pocos verbos escapan a esta permanencia del sentido en el cambio de las
personas. Los que vamos a tocar denotan disposiciones u operaciones mentales. Diciendo yo su-
fro describo mi estado presente. Diciendo yo siento (que el tiempo va a cambiar) describo una im-
presión que me afecta. Pero, ¿qué pasará si, en lugar de yo siento (que el tiempo va a cambiar),
digo: yo creo (que el tiempo va a cambiar)? Es completa la simetría formal entre yo siento y yo creo.
¿Lo es en el sentido? ¿Puedo considerar este yo creo como una descripción de mí mismo a igual
título que yo siento? ¿Acaso me describo creyendo cuando digo yo creo (que…)? De seguro que no.
La operación de pensamiento no es en modo alguno el objeto del enunciado; yo creo (que…)
equivale a una aserción mitigada. Diciendo yo creo (que…) convierto en una enunciación subjeti-
va el hecho afirmado impersonalmente, a saber, el tiempo va a cambiar, que es la auténtica pro-
posición.
Consideremos también los enunciados siguientes: “Usted es, supongo yo, el señor X… – Pre-
sumo que Juan habrá recibido mi carta. – Ha salido del hospital, de lo cual concluyo que está cu-
rado”. Estas frases contienen verbos de operación: suponer, presumir, concluir, otras tantas ope-
raciones lógicas. Pero suponer, presumir, concluir, puestos en la primera persona, no se conducen
como lo hacen, por ejemplo, razonar, reflexionar, que sin embargo parecen vecinos cercanos. Las
formas yo razono, yo reflexiono me describen razonando, reflexionando. Muy otra cosa es yo su-
pongo, yo presumo, yo concluyo. Diciendo yo concluyo (que…) no me describo ocupado concluyen-
do, ¿qué podría ser la actividad de “concluir”? No me represento en plan de suponer, de presu-
mir cuando digo yo supongo, yo presumo. Lo que indica yo concluyo es que, de la situación
11
planteada, extraigo una relación de conclusión concerniente a un hecho dado. Es esta relación
lógica la que es instaurada en un verbo personal. Lo mismo yo supongo, yo presumo están muy le-
jos de yo pongo, yo resumo. En yo supongo, yo presumo hay una actitud indicada, no una operación
descrita. Incluyendo en mi discurso yo supongo, yo presumo, implico que adopto determinada ac-
titud ante el enunciado que sigue. Se habrá advertido en efecto que todos los verbos citados
van seguidos de que y una proposición: ésta es el verdadero enunciado, no la forma verbal per -
sonal que la gobierna. Pero esta forma personal, en compensación, es, por así decirlo, el indica-
dor de subjetividad. Da a la aserción que sigue el contexto subjetivo –duda, presunción, infe-
rencia– propio para caracterizar la actitud del locutor hacia el enunciado que profiere. Esta
manifestación de la subjetividad no adquiere su relieve más que en la primera persona. Es difí -
cil imaginar semejantes verbos en la segunda persona, como no sea para reanudar verbatim una
argumentación: tú supones que se ha ido, lo cual no es una manera de repetir lo que “tú” acaba
de decir: “Supongo que se ha ido”. Pero recórtese la expresión de la persona y no se deje más
que: él supone que… y lo único que queda, desde el punto de vista del yo que la enuncia, es una
simple verificación.
Se discernirá mejor aún la naturaleza de esta “subjetividad” considerando los efectos de
sentido que produce el cambio de las personas en ciertos verbos de palabra. Son verbos que de -
notan por su sentido un acto individual de alcance social: jurar, prometer, garantizar, certificar,
con variantes locucionales tales como comprometerse a…, obligarse a conseguir… En las condicio-
nes sociales en que la lengua se ejerce, los actos denotados por estos verbos son considerados
compelentes. Pues bien, aquí la diferencia entre la enunciación “subjetiva” y la enunciación
“no subjetiva” aparece a plena luz, no bien se ha caído en la cuenta de la naturaleza de la opo -
sición entre las “personas” del verbo. Hay que tener presente que la “3ª persona” es la forma
del paradigma verbal (o pronominal) que no remite a una persona, por estar referida a un obje -
to situado fuera de la alocución. Pero no existe ni se caracteriza sino por oposición a la persona
yo del locutor que, enunciándola, la sitúa como “no-persona”. Tal es su estatuto. La forma él…
extrae su valor de que es necesariamente parte de un discurso enunciado por “yo”.
Pero yo juro es una forma de valor singular, por cargar sobre quien se enuncia yo la reali-
dad del juramento. Esta enunciación es un cumplimiento: “jurar” consiste precisamente en la
enunciación yo juro, que liga a Ego. La enunciación yo juro es el acto mismo que me comprome-
te, no la descripción del acto que cumplo. Diciendo prometo, garantizo, prometo y garantizo
efectivamente. Las consecuencias (sociales, jurídicas, etc.) de mi juramento, de mi promesa,
arrancan de la instancia del discurso que contiene juro, prometo. La enunciación se identifica
con el acto mismo. Mas esta condición no es dada en el sentido del verbo; es la “subjetividad”
del discurso la que la hace posible. Se verá la diferencia reemplazando yo juro por él jura. En
tanto que yo juro es un comprometerme, él jura no es más que una descripción, en el mismo pla-
no que él corre, él fuma. Se ve aquí, en condiciones propias a estas expresiones, que el mismo
verbo, según sea asumido por un “sujeto” o puesto fuera de la “persona”, adquiere valor dife-
rente. Es una consecuencia de que la instancia de discurso que contiene el verbo plantee el acto
al mismo tiempo que funda el sujeto. Así el acto es consumado por la instancia de enunciación
de su “nombre” (que es “jurar”), a la vez que el sujeto es planteado por la instancia de enuncia-
ción de su indicador (que es “yo”).
Bastantes nociones en lingüística, quizá hasta en psicología, aparecerán bajo una nueva
luz si se las restablece en el marco del discurso, que es la lengua en tanto que asumida por el
hombre que habla, y en la condición de intersubjetividad, única que hace posible la comunica-
ción lingüística.

12
“El aparato formal de la enunciación”
Émile Benveniste
Langages, París, Didier-Larousse, año 5, núm. 17 (marzo de 1970), pp. 12-18.

Todas nuestras descripciones lingüísticas consagran un lugar a menudo importante al


“empleo de las formas”. Lo que se entiende por esto es un conjunto de reglas que fijan las con-
diciones sintácticas en las que las formas pueden o deben aparecer normalmente, por pertene-
cer a un paradigma que abarca las elecciones posibles. Estas reglas de empleo están articuladas
con reglas de formación previamente indicadas, de manera que se establezca cierta correlación
entre las variaciones morfológicas y las latitudes combinatorias de los signos (concordancia,
selección mutua, proposiciones y regímenes de los nombres y los verbos, lugar y orden, etc.).
Parece que, limitadas las elecciones de una y otra parte, se obtenga así un inventario que po-
dría ser, teóricamente, exhaustivo tanto de los empleos como de las formas, y en consecuencia
una imagen cuando menos aproximada de la lengua en uso.
Desearíamos, con todo, introducir aquí una distinción en un funcionamiento que ha sido
considerado desde el ángulo exclusivo de la nomenclatura morfológica y gramatical. Las condi-
ciones de empleo de las formas no son, en nuestro concepto, idénticas a las condiciones de em -
pleo de la lengua. Son en realidad mundos diferentes, y puede ser útil insistir en esta diferencia
que implica otra manera de ver las mismas cosas, otra manera de describirlas e interpretadas.
El empleo de las formas, parte necesaria de toda descripción, ha dado objeto a gran núme-
ro de modelos, tan variados como los tipos lingüísticos de que proceden. La diversidad de las
estructuras lingüísticas, en la medida en que sabemos analizarlas, no se puede reducir a un nú -
mero exiguo de modelos que comprenderían siempre y sólo los elementos fundamentales.
Cuando menos disponemos así de algunas representaciones bastante precisas, construidas por
medio de una técnica comprobada.
Muy otra cosa es el empleo de la lengua. Aquí es cosa de un mecanismo total y constante
que, de una manera o de otra, afecta a la lengua entera. La dificultad es captar este gran fenó -
meno, tan trivial que parece confundirse con la lengua misma, tan necesario que se escapa.
La enunciación es este poner a funcionar la lengua por un acto individual de utilización.
El discurso —se dirá—, que es producido cada vez que se habla, esa manifestación de la
enunciación, ¿no es sencillamente el “habla”? Hay que atender a la condición específica de la
enunciación: es el acto mismo de producir un enunciado y no el texto del enunciado lo que es
nuestro objeto. Este acto se debe al locutor que moviliza la lengua por su cuenta. La relación
entre el locutor y la lengua determina los caracteres lingüísticos de la enunciación. Debe consi-
derársela como hecho del locutor, que toma la lengua por instrumento, y en los caracteres lin-
güísticos que marcan esta relación.
Este gran proceso puede ser estudiado de diversos modos. Vemos tres principales.
El más inmediatamente perceptible y el más directo —con todo y que en general no se le
relacione con el fenómeno general de la enunciación— es la realización vocal de la lengua. Los
sonidos emitidos y percibidos, ya sean estudiados en el marco de un idioma particular o en sus
manifestaciones generales, como proceso de adquisición, de difusión, de alteración —son otras
tantas ramas de la fonética— proceden siempre de actos individuales, que el lingüista sorpren-
de en lo posible en una producción nativa, en el seno del habla. En la práctica científica, se pro -
cura eliminar o atenuar los rasgos individuales de la enunciación fonética recurriendo a suje -
tos diferentes y multiplicando los registros, de manera que se obtenga una imagen media de
los sonidos, distintos o ligados. Pero todo el mundo sabe que, en el mismo sujeto, los mismos
sonidos no son nunca reproducidos exactamente, y que la noción de identidad sólo es aproxi -

13
mada, precisamente cuando la experiencia es repetida en detalle. Estas diferencias se deben a
la diversidad de las situaciones en que es producida la enunciación.
El mecanismo de esta producción es otro aspecto esencial del mismo problema. La enun-
ciación supone la conversión individual de la lengua en discurso. Aquí la cuestión —muy difícil
y todavía poco estudiada— es ver cómo el “sentido” se forma en “palabras”, en qué medida
puede distinguirse entre las dos nociones y en qué términos describir su interacción. Es la se-
mantización de la lengua lo que ocupa el centro de este aspecto de la enunciación, y conduce a
la teoría del signo y al análisis de la significancia. 1 En esta misma consideración pondremos los
procedimientos mediante los cuales las formas lingüísticas de la enunciación se diversifican y
se engendran, La “gramática transformacional” aspira a codificarlos y formalizarlos para des-
lindar un marco permanente y, a partir de una teoría de la sintaxis universal, propone elevarse
a una teoría del funcionamiento de la mente.
Puede, en fin, considerarse otro enfoque, que consistiría en definir la enunciación en el
marco formal de su realización. Tal es el objeto propio de estas páginas. Tratamos de esbozar,
dentro de la lengua, los caracteres formales de la enunciación a partir de la manifestación indi-
vidual que actualiza. Tales caracteres son necesarios y permanentes los unos, los otros inciden-
tales y ligados a la particularidad del idioma elegido. Por comodidad, los datos aquí utilizados
proceden del francés usual y de la lengua de la conversación.
En la enunciación consideramos sucesivamente el acto mismo, las situaciones donde se
realiza, los instrumentos que la consuman.
El acto individual por el cual se utiliza la lengua introduce primero el locutor como pará -
metro en las condiciones necesarias para la enunciación. Antes de la enunciación, la lengua no
es más que la posibilidad de la lengua. Después de la enunciación, la lengua se efectúa en una
instancia de discurso, que emana de un locutor, forma sonora que espera un auditor y que sus -
cita otra enunciación a cambio.
En tanto que realización individual, la enunciación puede definirse, en relación con la len -
gua, como un proceso de apropiación._El locutor se apropia el aparato formal de la lengua y
enuncia su posición de locutor mediante indicios específicos, por una parte, y por medio de
procedimientos accesorios, por otra.
Pero inmediatamente, en cuanto se declara locutor y asume la lengua, implanta al otro de-
lante de él, cualquiera que sea el grado de presencia que atribuya a este otro. Toda enunciación
es, explícita o implícita, una alocución, postula un alocutario.
Finalmente, en la enunciación, la lengua se halla empleada en la expresión de cierta rela-
ción con el mundo. La condición misma de esta movilización y de esta apropiación de la lengua
es, en el locutor, la necesidad de referir por el discurso y, en el otro, la posibilidad de correferir
idénticamente, en el consenso pragmático que hace de cada locutor un colocutor. La referencia
es parte integrante de la enunciación.
Estas condiciones iniciales van a gobernar todo el mecanismo de la referencia en el proce -
so de enunciación, creando una situación muy singular y de la cual no se adquiere la menor
conciencia.
El acto individual de apropiación de la lengua introduce al que habla en su habla. He aquí
un dato constitutivo de la enunciación. La presencia del locutor en su enunciación hace que
cada instancia de discurso constituya un centro de referencia interna. Esta situación se mani-
festará por un juego de formas específicas cuya función es poner al locutor en relación cons-
tante y necesaria con su enunciación.

1 Nos ocupamos particularmente de esto en un estudio publicado en Semiótica, I, 1969 (antes, pp. 47-69).

14
Esta descripción un poco abstracta se aplica a un fenómeno lingüístico familiar en el uso,
pero cuyo análisis teórico apenas se está iniciando. Está primero la emergencia de los indicios
de persona (la relación yo-tú), que no se produce más que en la enunciación y por ella: el tér-
mino yo denota al individuo que profiere la enunciación, el término tú, al individuo que esta
presente como alocutario.
De igual naturaleza y atinentes a la misma estructura de enunciación son los indicios nu -
merosos de la ostensión (tipo este, aquí, etc.), términos que implican un gesto que designa el ob-
jeto al mismo tiempo que es pronunciada la instancia del término.
Las formas llamadas tradicionalmente “pronombres personales”, “demostrativos”, nos
aparecen ahora como una clase de “individuos lingüísticos”, de formas que remiten siempre y
solamente a “individuos”, trátese de personas, de momentos, de lugares, por oposición a los
términos nominales que remiten siempre y solamente a conceptos. Ahora, el estatuto de estos
“individuos lingüísticos” procede del hecho de que nacen de una enunciación, de que son pro -
ducidos por este acontecimiento individual y, si puede decirse, “semelnativo”. Son engendra-
dos de nuevo cada vez que es proferida una enunciación, y cada vez designan de nuevo.
Otra serie, tercera, de términos aferentes a la enunciación está constituida por el paradig-
ma entero —a menudo vasto y complejo— de las formas temporales, que se determinan por re-
lación con el EGO, centro de la enunciación. Los “tiempos” verbales cuya forma axial, el “pre-
sente”, coincide con el momento de la enunciación, forman parte de este aparato necesario. 2
Vale la pena detenerse en esta relación con el tiempo, y meditar acerca de la necesidad, in-
terrogarse sobre lo que la sustenta. Podría creerse que la temporalidad es un marco innato del
pensamiento. Es producida en realidad en la enunciación y por ella. De la enunciación procede
la instauración de la categoría del presente, y de la categoría del presente nace la categoría del
tiempo. El presente es propiamente la fuente del tiempo. Es esta presencia en el mundo que
sólo el acto de enunciación hace posible, pues —piénsese bien— el hombre no dispone de nin-
gún otro medio de vivir el “ahora” y de hacerlo actual más que realizarlo por inserción del dis -
curso en el mundo. Podría mostrarse mediante análisis de sistemas temporales en diversas len-
guas la posición central del presente. El presente formal no hace sino explicitar el presente
inherente a la enunciación, que se renueva con cada producción de discurso, y a partir de este
presente continuo, coextensivo con nuestra presencia propia, se imprime en la conciencia el
sentimiento de una continuidad que llamamos “tiempo”; continuidad y temporalidad se en-
gendran en el presente incesante de la enunciación que es el presente del ser mismo, y se deli-
mitan, por referencia interna, entre lo que va a volverse presente y lo que acaba de no serlo ya.
Así la enunciación es directamente responsable de ciertas clases de signos que promueve,
literalmente, a la existencia. Pues no podrían nacer ni hallar empleo en el uso cognitivo de la
lengua. Hay pues que distinguir las entidades que tienen en la lengua su estatuto pleno y per-
manente y aquellas que, emanadas de la enunciación, sólo existen en la red de “individuos”
que la enunciación crea y en relación con el “aquí-ahora” del locutor. Por ejemplo, el “yo”, el
“eso”, el “mañana” de la descripción gramatical no son sino los “nombres” metalingüísticos de
yo, eso, mañana producidos en la enunciación.
Aparte de las fuerzas que gobierna, la enunciación da las condiciones necesarias para las
grandes funciones sintácticas. No bien el enunciador se sirve de la lengua para influir de algún
modo sobre el comportamiento del alocutario, dispone para ello de un aparato de funciones.
Está, primero, la interrogación, que es una enunciación construida para suscitar una “respues-
ta”, por un proceso lingüístico que es al mismo tiempo un proceso de comportamiento de do -

2 El detalle de los hechos de lengua que abarcamos aquí en una ojeada sintética es expuesto en varios capítulos de
nuestros Problèmes de linguistique générale, l (París, 1966; hay trad. esp. México, 1971), lo cual nos disculpa de insistir.

15
ble entrada. Todas las formas léxicas y sintácticas de la interrogación, partículas, pronombres,
sucesión, entonación, etc., participan de este aspecto de la enunciación.
Parecidamente serán atribuidos los términos o formas que llamamos de intimación: órde-
nes, llamados, concebidos en categorías como el imperativo, el vocativo, que implican una rela-
ción viva e inmediata del enunciador y el otro, en una referencia necesaria al tiempo de la
enunciación.
Menos evidente quizá, pero no menos cierta, es la pertenencia de la aserción a este mismo
repertorio. Tanto en su sesgo sintáctico como en su entonación, la aserción apunta a comuni-
car una certidumbre, es la manifestación más común (le la presencia del locutor en la enuncia -
ción, hasta tiene instrumentos específicos que la expresan o implican, las palabras sí y no que
asertan positiva o negativamente una proposición. La negación como operación lógica es inde-
pendiente de la enunciación, tiene su forma propia en francés, que es ne... pas. Pero la partícula
asertiva no, sustituto de una proposición, se clasifica como la partícula sí, cuyo estatuto com-
parte, entre las formas que participan de la enunciación.
Más ampliamente aún, si bien de manera menos categorizable, se disponen aquí toda
suerte de modalidades formales, unas pertenecientes a los verbos como los “modos” (optativo,
subjuntivo) que enuncian actitudes del enunciador hacia lo que enuncia (espera, deseo, apren -
sión), las otras a la fraseología (“quizá”, “sin duda”, “probablemente”) y que indican incerti-
dumbre, posibilidad, indecisión, etc., o, deliberadamente, denegación de aserción.

Lo que en general caracteriza a la enunciación es la acentuación de la relación discursiva al


interlocutor, ya sea este real o imaginado, individual o colectivo.
Esta característica plantea por necesidad lo que puede llamarse el cuadro figurativo de la
enunciación. Como forma de discurso, la enunciación plantea dos “figuras” igualmente neces -
arias, fuente la una, la otra meta de la enunciación. Es la estructura del diálogo. Dos figuras en
posición de interlocutores son alternativamente protagonistas de la enunciación. Este marco
es dado necesariamente con la definición de la enunciación.
Podría objetarse que puede haber diálogo fuera de la enunciación o enunciación sin diálo -
go. Deben ser examinados los dos casos.
En la justa verbal practicada por diferentes pueblos, y de la cual es una variedad típica el
hain-teny de los Merina, no se trata en realidad ni de diálogo ni de enunciación. Ninguna de las
partes se enuncia: todo consiste en proverbios citados y en contraproverbios contracitados. No
hay una sola referencia explicita al objeto de] debate. Aquel de los dos competidores que dispo-
ne de mayor provisión de proverbios, o que los emplea más diestramente, con mayor malicia,
del modo más imprevisible, sale ganando y es proclamado vencedor. Este juego no tiene más
que las apariencias de un diálogo.
A la inversa, el “monólogo” procede por cierto de la enunciación. Debe ser planteado, pese
a la apariencia, como una variedad del diálogo, estructura fundamental. El “monólogo” es un
diálogo interiorizado, formulado en “lenguaje interior”, entre un yo locutor y un yo que escu-
cha. A veces el yo locutor es el único que habla; el yo que escucha sigue presente, no obstante;
su presencia es necesaria y suficiente para tornar significante la enunciación del yo locutor. En
ocasiones también el yo que escucha interviene con una objeción, una pregunta, una duda, un
insulto. La forma lingüística que adopta esta intervención difiere según los idiomas, pero es
siempre una forma “personal”. Ora el yo que escucha se pone en el lugar del yo locutor y se
enuncia pues como “primera persona”; así en español, donde el “monólogo” será cortado por
observaciones o injunciones como: “No, soy tonto, olvidé decirle que...” Ora el yo que escucha

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interpela en “segunda persona” al yo locutor: “No, no hubieras debido decirle que...” Habría
que establecer una interesante tipología de estas relaciones; en algunas lenguas se vería predo-
minar el yo oyente como sustituto del locutor, poniéndose a su vez como yo (francés, inglés), o
en otras dándose por interlocutor del diálogo y empleando tú (alemán, ruso). Esta trasposición
del diálogo a “monólogo” donde EGO ora se escinde en dos, ora asume dos papeles, se presta a
figuraciones o trasposiciones psicodramáticas: conflictos del “yo profundo” y de la “concien-
cia”, desdoblamientos provocados por la “inspiración”, etc. Suministra la oportunidad el apa-
rato lingüístico de la enunciación suirreflexiva que comprende un juego de oposiciones del
pronombre y del antónimo (en francés je/me/moi).3
Estas situaciones pedirían una descripción doble, de forma lingüística y de condición figu -
rativa. Se contenta uno demasiado fácilmente con invocar la frecuencia y la utilidad prácticas
de la comunicación entre los individuos para admitir la situación de diálogo como resultante
de una necesidad y prescindir de analizar sus múltiples variedades. Una de ellas se presenta en
una condición social de lo más trivial en apariencia, de las menos conocidas en verdad. B. Mali -
nowski la ha señalado con el nombre de comunión fática, calificándola así como fenómeno psico-
social de funcionamiento lingüístico. Trazó su configuración partiendo del papel que tiene el
lenguaje. Es un proceso donde el discurso, con la forma de un diálogo, funda una aportación
entre los individuos. Vale la pena citar algunos pasajes de este análisis: 4

El caso del lenguaje empleado en relaciones sociales libres, sin meta, merece una considera-
ción especial. Cuando se sienta gente alrededor de la hoguera del pueblo después de concluir
su faena cotidiana o cuando charlan para descansar del trabajo, o cuando acompañan un tra-
bajo simplemente manual con un chachareo que no tiene que ver con lo que hacen, es claro
que estamos ante otra manera de emplear la lengua, con otro tipo de función del discurso.
Aquí la lengua no depende de lo que pasa en el momento, hasta parece privada de todo con-
texto situacional. El sentido de cada enunciado no puede ser vinculado al comportamiento
del locutor o del oyente, a la intención de lo que hacen.
Una simple frase de cortesía, empleada tanto en las tribus salvajes como en un salón euro -
peo, cumple con una función para la cual el sentido de sus palabras es casi del todo indife -
rente. Preguntas sobre el estado de salud, observaciones sobre el tiempo, afirmación de un
estado de cosas absolutamente evidente, todas estas cosas son intercambiadas no para infor-
mar, no en este caso para ligar a personas en acción, tampoco, de fijo, para expresar un pen-
samiento...
Es indudable que estamos ante un nuevo tipo de empleo de la lengua —que, empujado por el
demonio de la invención terminológica, siento la tentación de llamar comunión fática, un tipo
de discurso en el cual los nexos de unión son creados por un simple intercambio de pala -
bras... Las palabras en la comunión fática ¿son empleadas principalmente para trasmitir una
significación que es simbólicamente la suya? No, de seguro. Desempeñan una función social
y es su principal meta, pero no son resultado de una reflexión intelectual y no suscitan por
necesidad una reflexión en el oyente. Una vez más podremos decir que la lengua no funcio-
na aquí como un medio de trasmisión del pensamiento.
Pero ¿podemos considerarla como un modo de acción? ¿Y en qué relación está con nuestro
concepto decisivo de contexto de situación? Es evidente que la situación exterior no inter -
viene directamente en la técnica de la palabra. Pero ¿qué se puede considerar como situa -
ción cuando un grupo de gente charla sin meta? Consiste sencillamente en esta atmósfera de
sociabilidad y en el hecho de la comunión personal de esa gente. Mas esta es de hecho con-
sumada por la palabra, y la situación en todos los casos es creada por el intercambio de pala-

3 Ver un artículo del BSL, 60 (1965), fasc. 1, pp. 71ss.


4 Traducimos algunos pasajes del artículo de B. Malinowski publicado en Ogden y Richards, The Meaning of Meaning,
1923, pp. 313s.

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bras, por los sentimientos específicos que forman la gregaridad convivial, por el vaivén de
los decires que constituyen el chacoteo ordinario. La situación entera consiste en aconteci-
mientos lingüísticos. Cada enunciación es un acto que apunta directamente a ligar el oyente
al locutor por el nexo de algún sentimiento, social o de otro género, Una vez más el lenguaje
en esta función no se nos manifiesta como un instrumento de reflexión sino como un modo
de acción.

Estamos aquí en las lindes del "diálogo". Una relación personal creada, sostenida, por una
forma convencional de enunciación que vuelve sobre sí misma, se satisface con su logro, sin
cargar con objeto, ni con meta, ni con mensaje, pura enunciación de palabras convenidas, re -
petida por cada enunciador. El análisis formal de esta forma de intercambio lingüístico está
por hacer.5 En el contexto de la enunciación habría que estudiar otras muchas cosas. Habría
que considerar los cambios léxicos que la enunciación determina, la fraseología que es la mar -
ca frecuente, acaso necesaria, de la “oralidad”. También habría que distinguir la enunciación
hablada de la enunciación escrita. Esta se mueve en dos planos: el escritor se enuncia escri-
biendo y, dentro de su escritura, hace que se enuncien individuos. Se abren vastas perspectivas
al análisis de las formas complejas del discurso, a partir del marco formal aquí esbozado.

5 Sólo ha sido objeto de unas cuantas referencias, por ejemplo en Grace de Laguna, Speech, Its Function and Develop-
ment, 1927, p, 244n.; R. Jakobson, Essais de linguistique générale, trad. de N. Ruwet, 1965, p. 217.

18
III. ENUNCIACIÓN Y DEIXIS

“La enunciación”
Elvira Narvaja de Arnoux (coord.)
Selección y adaptación para la cátedra

1. Enunciación y enunciado

Debo distinguir, en primer lugar, la oración y el enunciado. La oración es un objeto teóri -


co, entendiendo por ello que no pertenece para el lingüista al dominio de lo observable sino
que constituye una invención de esa ciencia particular que es la gramática. Lo que el lingüista
puede tomar como objeto observable es, en cambio, el enunciado, considerado como la mani-
festación particular o la ocurrencia hic et nunc de una oración. Supongamos que dos personas
diferentes digan “hace buen tiempo", o que una misma persona lo diga en dos momentos dife -
rentes: se trata de dos enunciados diferentes, de dos observables distintos, observables que la
mayoría de los lingüistas explican diciendo que constituyen dos ocurrencias de una misma ora-
ción, que se describe como una estructura léxica y sintáctica que supuestamente subyace en
ellas.
Pero, además, distingo del enunciado y la oración, la enunciación de un enunciado. La rea-
lización de un enunciado es, en efecto, un acontecimiento histórico: algo que no existía antes
de que se hablara, adquiere existencia, para dejar de existir después de que se deja de hablar.
Llamo “enunciación" a esa aparición momentánea.
Oswald Ducrot, El decir y lo dicho, Buenos Aires,
Hachette, 1984.

La lingüística de la enunciación se propone delimitar y describir las huellas del acto en el


producto, de la enunciación en el enunciado.
Concebida en forma amplia, la lingüística de la enunciación tiene como meta describir las
relaciones que se tejen entre el enunciado y los diferentes elementos constitutivos del marco
enunciativo: los protagonistas (emisor y destinatario) y la situación de comunicación (circuns-
tancias espacio-temporales y condiciones generales de la producción/recepción del mensaje:
naturaleza del canal, contexto sociohistórico, restricciones del universo del discurso, etc.).
Llamaremos hechos enunciativos a las unidades lingüísticas que funcionan como índices de
la inscripción en el seno del enunciado de uno y/u otro de los parámetros que acabamos de se -
ñalar, y que son por esa razón portadoras de un archi-rasgo semántico específico al que llama -
remos enunciatema.
A la lingüística de la enunciación le corresponde identificar, describir y estructurar el
conjunto de esos hechos enunciativos, es decir, hacer un inventario de sus soportes significan -
tes, y elaborar una grilla que permita clasificarlos.
Considerada en sentido restrictivo, la lingüística de la enunciación no se interesa más que
por uno de los parámetros del marco enunciativo: el hablante/escritor. dentro de esta perspec -
tiva, los hechos enunciativos que se estudian son las huellas lingüísticas de la presencia del lo -
cutor en el seno del enunciado, los lugares de inscripción y las modalidades de existencia de “la
subjetividad en el lenguaje". A estos puntos de anclaje los llamaremos subjetivemas (caso parti-
cular de enunciatema).
19
La lingüística de la enunciación (en sentido restringido) se centra entonces en la búsqueda
de los procedimientos lingüísticos (shifters, modalizadores, términos evaluativos, etc.) con los
cuales el locutor imprime su marca al enunciado, se inscribe en el mensaje (implícita o explíci-
tamente) y se sitúa respecto de él (problema de la “distancia enunciativa").
Adaptación de Catherine Kerbrat-Orecchioni,
L'énonciation. De la subjectivité dans le langage,
París, Armand Colin, 1980. [Trad.: La enuncia-
ción: la subjetividad en el lenguaje, Buenos Ai-
res, Hachette, 1986.]

La teoría del discurso es una teoría de la instancia de enunciación que es al mismo tiempo e
intrínsecamente un efecto de enunciado. Que la instancia de enunciación sea un efecto de enun-
ciado no significa que ese efecto esté presente en el enunciado bajo la forma de marcadores o
indicadores morfosintácticos o semántico-sintácticos sino que debe ser reconstruido o “descu-
bierto" por un esfuerzo de interpretación. Este esfuerzo de interpretación que nos hace descu-
brir la instancia de enunciación se reduce, de hecho, a una transposición de sentido: se trata en
cierta medida de llenar un espacio elíptico gracias a una operación de paráfrasis o catálisis.
Si bien existen ciertas marcas convencionales de la enunciación que pueden ser inventadas,
estas marcas “empíricas" son sólo una ínfima parte del iceberg enunciativo. No es contradictorio
afirmar al mismo tiempo que el lingüista no debe interesarse por la enunciación más que en su di-
mensión discursiva (instancia de enunciación / efecto de enunciado) y, por otra parte, que la enun-
ciación, aunque marcada en el enunciado, no es enunciada: la enunciación transpuesta a partir del
enunciado es la elipsis que se abre “en abismo" por paráfrasis o catálisis.
Como decía Kant, hay conceptos que se pueden llamar “paralógicos" desde el momento en
que no hay ningún predicado que agote su contenido. El concepto de enunciación es uno de estos
conceptos y por eso es más conveniente desplazar la discusión al nivel de las estrategias opera-
cionales o metodológicas. Ahora bien, si se trata de formular una metodología, el concepto de
enunciación tiende inmediatamente a dispersarse en dos direcciones que se llaman deictización y
modalización de la enunciación. Se trata evidentemente de una doble reducción pero las dos me-
todologías son, felizmente, complementarias. Una buena buena metodología deictizante presu-
pone necesariamente una organización egocéntrica de la deixis, mientras que una buena metodo-
logía modalizante presupone en cambio una organización interactancial y por lo tanto “ego-
fugal": la organización de la deixis se hace a partir del yo (de la subjetividad egocéntrica) mien-
tras que la organización de las modalidades está orientada a partir de una comunidad enunciati-
va (se podría decir también a partir de la subjetividad comunitaria).
Adaptación de Herman Parret: “L'énonciation
en tant que déictisation et modalisation",
Langages, 70, 1983.

2. Deícticos (shifters, embragues)

Los deícticos son las unidades lingüísticas cuyo funcionamiento semántico-referencial (se-
lección en la codificación, interpretación en la decodificación) implica tomar en consideración
algunos de los elementos constitutivos de la situación de comunicación:

20
• el papel que desempeñan los actantes del enunciado en el proceso de la enunciación;
• la situación espacio-temporal del locutor y, eventualmente, del alocutario.

El término deixis proviene de una palabra griega que significa “mostrar" o “indicar", y se
utiliza en lingüística para referirse a la función de los pronombres personales y demostrativos,
de los tiempos y de un abanico de rasgos gramaticales y léxicos que vinculan los enunciados con
las coordenadas espacio-temporales del acto de enunciación. Los términos “ostensivo", “deícti-
co", “demostrativo" se basan en la idea de identificar o de hacer ver mostrando (para Peirce son
símbolos indiciales). Los términos “shifter" o “embrague" ponen el acento en el hecho de que es-
tas unidades vinculan el enunciado con la enunciación.
Adaptación de John Lyons, Semantics II, Lon-
dres, Cambridge UP, 1977.

a) Personas

Los pronombres personales (y los posesivos, que amalgaman en la superficie un artículo


definido y un pronombre personal en posición de complemento del nombre) son los más evi-
dentes y mejor conocidos de los deícticos.
En efecto, para recibir un contenido referencial preciso, los pronombres personales exi-
gen del receptor que tome en cuenta la situación de comunicación de manera:
• necesaria y suficiente en el caso de “yo" y de “tú" (tú/vos/usted), que son deícticos puros;
• necesaria pero no suficiente en el caso de “él", ellos", “ella" y “ellas", que son a la vez
deícticos (negativamente: indican simplemente que el individuo que denotan no fun-
ciona ni como locutor ni como alocutario) y representantes (exigen un antecedente lin-
güístico, que puede estar implícito en virtud de ciertas determinaciones situacionales).

El problema de los pronombres plurales


"Nosotros" no corresponde nunca, salvo en situaciones muy marginales como el recitado
o la redacción colectivos, a un “yo" plural. Su contenido se puede definir de la siguiente forma:

El “nosotros" inclusivo es puramente deíctico. En cambio, cuando conlleva un elemento


de tercera persona, debe acompañar al pronombre un sintagma nominal que funcione como
antecedente del elemento “él" incluido en el “nosotros" (el antecedente en general es inútil
cuando el “nosotros" es de extensión máxima).

21
Los pronombres personales constituyen en el español de Buenos Aires el siguiente esquema:

Adaptación de Catherine Kerbrat-Orecchioni,


L'enonciation. De la subjetivité dans le langage,
París, Armand Colin, 1980.

Observaciones
• El “tú genérico": tiene por función “personalizar" enunciados impersonales (o que se se
construyen habitualmente con el indefinido “uno")
"Frente a un problema de este tipo no se sabe cómo reaccionar" /
“... uno no sabe ..." / “... no sabés ..." / “... usted no sabe ..."
Así se mantiene una relación viviente con la situación de enunciación dentro de un
enunciado que, sin embargo, es general. El alocutario es integrado como beneficiario o
víctima del proceso: “Con este auto te sentís como un príncipe", “Te desesperás cuando
lo ves".
• No-persona y jerarquía: el uso de la no-persona (él, ella), en lugar de la segunda, constitu-
ye la marca lingüística del extremo respeto: “La señora está servida", “Su
excelencia...". Al no utilizar ni “vos" ni “usted", el locutor se excluye de la reciprocidad
del intercambio lingüístico, se dirige a alguien pero no lo constituye en alocutario.
• Los seres que no hablan: uno se ve obligado a veces a hablar a los bebés o a los animales
domésticos, ya que participan de nuestra intimidad, pero sabiendo que no podrán res -
ponder, que no son interlocutores completos. De allí el procedimiento que consiste en
utilizar yo, nosotros, él o ella en lugar de la segunda persona: “Qué elegante que estoy",
“¡No sabemos nada todavía!", “Es tan dulce mi chiquito”. Lo esencial es subvertir la reci-
procidad, ya sea haciendo asumir sus palabras por el alocutario (empleo de la primera per-
sona), ya sea hablando del alocutario en tercera persona como si fuera exterior a la esfera
de la locución.
Un uso paralelo del nosotros aparece cuando un superior se dirige a un inferior: “¡Anda-
mos mejor hoy!” (médico a enfermo), “¿Otra vez llegamos tarde?” (profesor a alumno).
• Vos/usted: el vos se opone al usted como una forma de familiaridad, de igualdad a una for-
ma de distancia, de cortesía. El empleo de vos o de usted no es, sin embargo, unívoco y
debe ser referido a contextos sociales determinados, a las convenciones del grupo social en
el cual se inscribe el enunciado.

22
• Personas y tipos de discurso: cuando se aborda el dominio de los diferentes tipos de dis-
curso se encuentran sistemas más o menos rígidos de restricciones específicas para el em -
pleo de las personas. Un caso interesante es el nosotros “de autor” utilizado particularmen-
te en las obras didácticas: “Ya hemos visto...”, “Tenemos que demostrar ahora...”. El
nosotros permite integrar al destinatario: enunciador y enunciatario asumen en común el
texto del manual. Pero también permite que el enunciador no aparezca como un individuo
que habla en nombre propio sino como representante de la comunidad científica, como de-
legado de una comunidad investida de la autoridad de un saber.
Adaptación de Dominique Maingueneau,
Approche de l’énonciation en linguistique françai-
se, París, Hachette, 1981.

Los apelativos
Cuando un término del léxico es empleado en el discurso para mencionar a una persona,
se convierte en apelativo. Existen apelativos usuales: los pronombres personales, los nombres
propios, algunos sustantivos comunes, los títulos (“mi general”), algunos términos de relación
(“camarada”, “compañero”), los términos de parentesco, los términos que designan a un ser
humano (“muchachita”). Otros términos, empleados metafóricamente para designar a un ser
humano constituyen igualmente apelativos usuales (“mi gatito”); también algunos adjetivos
son empleados con la misma función (“mi querido”). Los apelativos se usan como la primera,
segunda y tercera persona del verbo para designar la persona que habla (el locutor), aquella a
quien se habla (el alocutario) y aquella de la cual se habla (el delocutor). Se los llama, respecti -
vamente, locutivos, alocutivos (o vocativos) y delocutivos.

Todo apelativo:
• tiene un carácter deíctico, ya que permite la identificación de un referente, con la
ayuda de todas las indicaciones que puede aportar la situación;
• tiene un carácter predicativo, pues el sentido del apelativo elegido, incluso si es po-
bre, permite efectuar una segunda predicación, sobreentendida, que remite a la rela-
ción social del locutor con la persona designada;
• manifiesta las relaciones sociales, y por eso permite efectuar una segunda predicación,
sobreentendida, que remite a la relación social del locutor con la persona designada.
El vocativo en particular:
• Llama la atención del alocutario por la mención de un término que le designa, y le indi -
ca que el discurso se dirige a él. Por el término elegido, el locutor indica también qué
relación tiene con él y le atribuye una caracterización y un rol que tienden a hacerle
interpretar el discurso de cierta manera: “compañeros”, “argentinos”, “ciudadanos”,
“hijos valientes de la patria”. A veces el vocativo constituye un “enunciado”: “El que
toca el bombo”.
• La predicación efectuada con la ayuda del sentido de la palabra constituye un juicio acer-
ca del alocutario. El juicio es fácilmente reconocible en las injurias vocativas, donde cons-
tituye la principal motivación de la enunciación del vocativo. La riqueza semántica varía
en función de la riqueza del léxico de los apelativos usuales. Pero apelativos inusuales
son también posibles, ya que el léxico injurioso constituye una serie léxica abierta.
• La enunciación de un vocativo predica una relación social que puede ser conforme a la
relación considerada determinante, como no serlo, y puede tener entonces como única
23
motivación la predicación de esta relación. Se llama en general constitutiva toda predi -
cación de una relación que no ha sido nombrada antes, incluso si se espera que sea pre-
dicada de esa manera.
Adaptación de Delphine Perret, “Les appella-
tifs”, Langages, 17, 1970.

b) Localización espacial

Se pueden distinguir dos casos principales:


1. Los demostrativos espaciales, estructurados según un sistema ternario:
• aquí/acá (próximo al hablante)
• ahí (próximo al oyente)
• allí/allá (en el campo de referencia de la 3ª persona, el no-interlocutor)
2. Los adverbios, de los que analizaremos algunos casos importantes.
a) Cerca (de X) / lejos (de X): cuando no está expresado en el contexto, el lugar que re-
presentan es el que coincide con la ubicación del hablante (“¿Está lejos tu casa?”).
b) Delante de / detrás de - a la izquierda / a la derecha: pueden tener referencia deíctica y
no deíctica; la referencia deíctica ocurre cuando el objeto no tiene una orientación
definida. “El sillón está delante de la mesa” significa que el sillón está ubicado en -
tre el hablante y la mesa; en cambio, “La locomotora está delante del tren” significa
que se encuentra (lógicamente) precediendo al primer vagón y en la dirección en
que el tren se desplaza, sin importar la ubicación del hablante en este caso: es una
referencia no deíctica. “Colocate a la izquierda de Juan” es no deíctico, significa ‘del
lado del brazo izquierdo de Juan’. A la inversa: “Colocate a la izquierda del árbol” es
deíctica, en tanto la ‘izquierda del árbol’ se sitúa en referencia a la posición del ha -
blante.
3. Una tercera posibilidad existe en el empleo de los verbos ir y venir. En algunos casos, se
oponen por los rasgos de acercamiento/alejamiento. Por ejemplo: “Juan va/viene al cen-
tro todos los días”. En este caso, el hablante no está (va) o está (viene) en el centro en la
instancia de enunciación.
Es distinto cuando estos verbos se combinan con una referencia temporal y/o una indi -
cación de lugar que no sean simultáneas con la instancia de enunciación. Es posible de-
cir: “Venga acá”, “Vas a venir acá”, “Voy a tu casa”, “Viniste aquí ayer”; pero no:
*“Vaya acá”, *“Vas a ir acá”, *“Vengo hacia tu casa”, *”Fuiste aquí ayer”.
Son intercambiables cuando el lugar en que se encuentra el locutor en el tiempo indi-
cado por el verbo es el mismo que el que contiene la emisión: “Vino/fue a la conferen-
cia” (a la que fui yo).
En resumen, ir se puede emplear en todas las situaciones, excepto cuando el oyente se des-
plaza (en cualquier tiempo) hacia el lugar en que se encuentra el hablante en el momento
de la enunciación. Venir se emplea en el caso en que el oyente se desplaza hacia el lugar en
que se encuentra el hablante en el momento de la enunciación o se encontraba/encontrará
en el momento del hecho enunciado.

24
c) Localización temporal

Expresar el tiempo significa localizar un acontecimiento sobre el eje antes/después con


respecto a un momento (T) tomado como referencia. Según los casos, T puede corresponder a:
1. Una determinada fecha, tomada como referencia en razón de su importancia histórica
para una determinada civilización (por ejemplo, el nacimiento de Cristo).
2. T1, un momento inscripto en el contexto verbal; se trata entonces de referencia cotex-
tual: “Juan llegó dos días después”.
3. T0, el momento de la instancia enunciativa; referencia deíctica: “Juan llegó antes de
ayer”.
En español, la localización temporal se realiza en el doble juego de las formas temporales
de la conjugación verbal, que explota casi exclusivamente el sistema de localización deíctica, y
de los adverbios y locuciones adverbiales, que se reparten muy parejamente entre la clase de
deícticos y los relacionales o cotextuales.

Deícticos Relativos al cotexto


Referencia: T0 Referencia: expresada en el cotexto

Simultaneidad en este momento, ahora en ese/aquel momento, entonces


Anterioridad ayer, anteayer, el otro día, la semana pasa- la víspera, la semana anterior, un rato an-
da, hace un rato, recién*, recientemente tes, un poco antes
Posterioridad mañana, pasado mañana, el año próxi- al día siguiente, dos días después, al año si-
mo, dentro de dos días, desde ahora, guiente, dos días más tarde, desde entonces,
pronto, dentro de poco, en seguida* un poco después, a continuación
Neutros** hoy, el lunes (el lunes más próximo, otro día
antes o después, a T0), esta mañana,
este verano

* No obstante, estos adverbios pueden –mucho más raramente– ser relativos al cotexto.
** Expresiones que son independientes a la oposición simultaneidad/anterioridad/posterioridad (“Hoy me aburro” / “Hoy
me aburrí” / “Hoy me voy a aburrir”) o a la oposición anterioridad/posterioridad (el lunes; otro día).
Adaptación de Catherine Kerbrat-Orecchioni,
L'enonciation. De la subjetivité dans le langage,
París, Armand Colin, 1980.

No basta con distinguir entre elementos deícticos y no deícticos. Hay que tener en cuenta
también el enfoque temporal, es decir, cómo el tiempo es considerado: se lo puede considerar
como una repetición, un punto o una duración. En el esquema siguiente a cada enfoque corres-
ponde una pregunta:

25
Adaptación de Dominique Maingueneau,
Approche de l’énonciation en linguistique
française, París, Hachette, 1981.

El uso de los tiempos verbales


La elección de una forma de pasado, presente o futuro es de naturaleza eminentemente
deíctica. Aunque a menudo se los llame “tiempos absolutos” son, en realidad, deícticos, porque
el “tiempo pasado” es el proceso anterior a T0 y el “tiempo futuro” es el proceso posterior a T 0.
Ahora bien, en cada esfera pasado/presente/futuro el emisor puede elegir la manera de
enfocar el proceso, al cual puede dilatar o puntualizar, considerar en su desarrollo o en su aca -
bamiento, vinculado al pasado o, por el contrario, al presente. Esta elección no está automáti-
camente determinada por los datos concretos de la situación de enunciación, sino que se debe
atribuir a lo que en sentido más amplio se llama subjetividad lingüística.

Adaptación de Catherine Kerbrat-Orecchioni,


L'enonciation. De la subjetivité dans le langa-
ge, París, Armand Colin, 1980.

26
“Las personas del discurso”
Helena Calsamiglia Blancafort y Amparo Tuson Valls
Las cosas del decir, cap. 5 (fragmento), Barcelona, Ariel, 1999

En nuestra cultura es muy tradicional la división tripartita entre hablante, oyente y aquello
de que se habla. Se ha elaborado de diversas formas en teoría de la información, en lingüísti-
ca, en semiótica, en la crítica literaria, en sociología. En manos de algunos investigadores va-
rios de estos modelos han demostrado su productividad, pero ésta ha dependido de que no
se hayan tomado de forma literal o incluso de que no se hayan tomado con un sentido muy
preciso. Todos estos esquemas, por ejemplo, parecen coincidir en que toman el punto de vis-
ta de un hablante individual o en que postulan una díada, hablante-oyente (fuente-destino,
emisor-receptor, destinador-destinatario). La pretensión de que tal esquema funcione como
modelo no es válida para el trabajo descriptivo. Algunas normas del habla requieren la espe-
cificación de tres participantes (destinador, destinatario, oyente (audiencia); fuente, porta-
voz, destinatario, etc.) [...] En resumen: cualquier trabajo etnográfico serio muestra que hay
una dimensión general o universal que puede postularse, que es la de participante. El modelo
diádico común de hablante-oyente especifica a veces demasiados, a veces demasiado pocos
y, a veces, a participantes equivocados (Hymes, 1972: 58).

La reflexión sobre el uso lingüístico incluye en su programa el estudio de los protagonistas


de la interacción comunicativa que dicho uso supone. Por ello, cualquier indagación en este
ámbito debe dotarse de instrumentos para dar cuenta de todos los factores que hacen que un
texto esté en relación de dependencia con sus productores y con sus interpretadores. En la teo -
ría gramatical, el estudio de los protagonistas de la enunciación no es pertinente, porque se
toma como objeto de análisis la oración -enunciado virtual modélico-, independiente de su
contexto de producción e interpretación. La aproximación discursiva supone tener en cuenta
quién habla y a quién. Por tanto, en vez de borrar a los hablantes o de considerarlos como una
entidad hipotética -que se supone- o como una entidad ideal -en abstracto-, el estudio que em-
prendemos tiene en cuenta que todo enuncia-do tiene su origen en alguien y va dirigido a al -
guien. En los planteamientos de la etnografía de la comunicación, los hablantes constituyen un
componente esencial del acontecimiento comunicativo y se especifica la diferencia, que noso-
tras tomaremos en cuenta, entre la simplificación teórica (concepción dual como modelo) y la
complejidad empírica que impone la realidad de cada situación comunicativa.
En la lingüística de nuestro siglo, la atención sistemática a los hablan-tes en la situación
de habla tiene sus inicios en las obras de Voloshinov/Bajtín (1929-1930), Bally (1932), Bühler
(1934) y Jakobson (1960). Todos ellos representan los pilares ya clásicos en los que se asienta el
edificio teórico del análisis del uso de la lengua. Como ya se ha comentado en el capítulo 2, Vo -
loshinov/Bajtín plantean el carácter fundamentalmente dialógico del lenguaje, concebido corno
un intercambio entre hablantes. Este carácter está presente tanto en la modalidad escrita
como en la modalidad oral, tanto si el discurso toma la forma de monólogo como de diálogo. Y
esto es relevante para entender que el dialogismo, como rasgo constitutivo, está subyacente en
las formas monologales -como un libro o una conferencia- o en las formas dialogales -como
una entrevista o una carta-. Este espacio dialógico se concreta en la enunciación:
Esto sucede porque un enunciado se construye entre dos personas socialmente organizadas,
y aunque un interlocutor real no exista, siempre se prefigura como una especie de represen-
tante del grupo social al que el hablante pertenece. La palabra está orientada hacia un interlo-
cutor [...] En realidad la palabra representa un acto bilateral. Se determina en la misma medida
por aquel a quien pertenece y por aquel a quien está destinada. En cuanto palabra, aparece pre-

27
cisamente como producto de las interrelaciones del hablante y el oyente. Toda palabra expresa a
«una persona» en relación con «la otra». En la palabra me doy forma a mí mismo desde el
punto de vista del otro, a fin de cuentas desde el punto de vista de mi colectividad. La pala-
bra es el puente construido entre yo y el otro. Si un extremo del puente está apoyado en mí,
el otro se apoya en mi interlocutor. La palabra es el territorio común compartido por el ha -
blante y su interlocutor (Voloshinov, 1929 [1992]: 121).

En la teoría de la enunciación, que se desarrolla a partir de los escritos de Benveniste (1966,


1970, 1974), se formula de forma explícita la necesidad de considerar que en la actualización
del sistema de la lengua se ha de contar con el aparato formal de la enunciación, es decir, con los
componentes del proceso por el que se desenvuelve el uso de la lengua en el discurso:
El acto individual por el que se usa la lengua introduce primero el locutor como parámetro
en las condiciones necesarias para la enunciación. Antes de la enunciación. la lengua no es
más que la posibilidad de la lengua. Después de la enunciación, la lengua se realiza en una
instancia de discurso, que emana de un locutor, forma sonora que alcanza a un oyente y que
suscita otra enunciación como retorno.
En tanto que realización individual, la enunciación se puede definir, en relación a la lengua,
como un proceso de apropiación. El locutor se apropia del aparato formal de la lengua y
enuncia su posición de locutor por medio de indicios específicos, de un lado, y de procedi-
mientos accesorios, de otro.
Pero inmediatamente, desde el preciso momento en que se declara locutor y asume la len-
gua, implanta al otro ante sí mismo, sea cual sea el grado de presencia que atribuya a este
otro. Toda enunciación es una alocución explícita o implícita: postula un interlocutor. [...] La
presencia del locutor en su enunciación hace que cada instancia de discurso constituya un
centro de referencia interno. Esta situación va a manifestarse a través de un juego de formas
específicas cuya función es la de poner al locutor en relación constante y nece-saria con su
enunciación (Benveniste, 1970: 14).

Benveniste fija las bases del estudio de la subjetividad en el lenguaje, que se proyecta
principalmente en tres aspectos que estudiosos como Ducrot, Kerbrat-Orecchioni, Bronckart y
otros han ido perfilando: la inscripción de los interlocutores en el texto, la modalización y la
polifonía. La teoría de la enunciación ha permitido definir la unidad discursiva básica, de la que
ya en la década de los treinta hablaba Bajtín, el enunciado, y entenderlo como producto del pro-
ceso de la enunciación, actuación lingüística en con-texto. Ha permitido también entender que
en los enunciados aparecen trazas lingüísticas (marcas o marcadores, índices o indicadores,
pistas) que coloca el enunciador para que sean interpretadas por el enunciatario.
En la década de los sesenta y desde el estructuralismo se había empezado a tener en cuen-
ta de modo general la importancia de los protagonistas del fenómeno comunicativo. Jakobson
(1960) subraya la necesidad de tener en cuenta las figuras del Emisor y el Receptor para enten-
der los elementos y las funciones de la comunicación. La representación esquemática de estos
elementos y funciones se ha hecho célebre y ha constituido la «primera lección» de la enseñan -
za de la lingüística; pero, de hecho, no ha sido objeto de reflexión ni se ha desarrollado hasta
más tarde, con la llegada de las perspectivas discursivas. La orientación de los estudios grama-
ticales hacia lo que es propia y exclusivamente materia de lengua ha dejado aparte a los ha -
blantes, considerados elementos externos a ella. De esta manera, no se han proporcionado ele-
mentos ni activado hipótesis para elaborar una teoría de las personas del discurso.
En cambio, una de las aportaciones más interesantes para la comprensión de los sujetos
del discurso corresponde a la sociología, de la mano de Goffman (1959, , 1967, 1971, 1981), ori-
ginal representante del interaccionismo simbólico (véase el capítulo 1 y el apartado 2.5). Su orien-

28
tación se en-marca dentro de lo que se puede llamar microsociología, porque centra su aten -
ción en el análisis de las interacciones humanas cotidianas y no en las grandes estructuras so-
ciales. Se debe a Goffman, por ejemplo, la distinción ya célebre entre tipos de participantes en
una interacción -coincidiendo con Hymes, quien también señala que en un mismo aconteci-
miento comunicativo puede haber más de una persona y con distintos papeles comunicativos-.
Lo que probablemente se pueda postular es que la idea de Hablante-Oyente, coprotagonistas de
la interacción comunicativa, es importante tenerla en cuenta como noción abstracta o cons-
tructo indispensable para dar cuenta de cualquier acto dialógico. Su forma concreta puede va -
riar según el tipo de interacción, teniendo en cuenta no sólo la cantidad de participantes sino
su papel comunicativo (sólo de oyente, en alternancia hablante-oyente, de hablante sin inicia-
tiva o con iniciativa, etc.). La idea del sujeto social que presenta una imagen pública según la si-
tuación, la presentación de la persona, la consideración de la interacción como una escena en la
que se actúa y la noción etológica de territorio asociado con cada sujeto en su relación con los
otros son ideas aportadas por Goffman para comprender el comportamiento interactivo enten-
dido como un «ritual» social.
También proviene de la sociología la determinación de los atributos que contribuyen a
proporcionar una identidad a cada sujeto. Factores como la edad, el sexo, el origen geográfico y
étnico, el nivel de instrucción, el medio económico, el repertorio verbal, el entorno sociocultu -
ral y el estatus social definen el perfil de cada sujeto en el acto de hablar y el lugar que ocupa
respecto a los demás. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que estos atributos no permane-
cen estáticos en el sujeto hablante sino que en la misma dinámica de la interacción se van real-
zando y activando algunos de ellos de forma que se construye y mantiene lo que Goffman de-
nomina una imagen pública determinada. Sobre estas ideas se han construido los estudios sobre
la cortesía, puntales de la pragmática contemporánea, llevados a cabo a partir de Grice (1975) y
Searle (1969), desarrollados por Lakoff (1973) y Leech (1983) y organizados como sistema por la
influyente obra de Brown y Levinson (1978-1987) y seguidores, como Haverkate (1994).
Desde la perspectiva semiótico-discursiva, Charaudeau (1983, 1989, 1995) recoge, en su
propuesta de análisis, el estatuto del sujeto del discurso, como la integración de lo que analíti-
camente desdobla en sujeto psicosocial y en sujeto lingüístico. Ambos son indispensables para
comprender el contrato comunicativo entre interlocutores. Para este autor, lo psicosocial y lo
lingüístico funcionan conjuntamente en la construcción del sentido en el discurso.
En el terreno de la relación que puede establecer el Enunciador con sus propios enuncia -
dos, el estudio de la modalización (Bally, 1932; Barrenechea, 1979; Kerbrat-Orecchioni, 1980; Ha-
lliday, 1985; Cervoni, 1987) tiene particular interés porque pone de manifiesto la posibilidad
que tiene el hablante de introducir sus propias actitudes y su propia perspectiva en el enuncia-
do, tanto en el dominio intelectual como en el dominio emocional.
Finalmente, se debe a Bajtín el haber introducido la noción de heteroglosia para indicar la
posibilidad de que en la enunciación se puedan activar varias voces y no sólo una, como se ha
considerado tradicionalmente. Ducrot (1984) desarrolla de modo particular la idea de la polifo-
nía proporcionando elementos fundamentales para la comprensión de las posibilidades que
brinda el desdoblamiento del sujeto, por un lado, y la evocación del discurso ajeno, por el otro.
De algún modo, la enunciación polifónica se refleja en el reconocimiento de la intertextualidad
presente en la actividad discursiva, donde el contacto entre discursos es una de las versiones
de la característica dialógica del lenguaje.

29
1. La inscripción de la persona en el texto

Tras las huellas y las pistas del Enunciador examinaremos seguida-mente con detalle las
diferentes estrategias que un hablante puede tomar al emprender su actividad verbal. El siste -
ma lingüístico permite, a partir del sistema léxico y del sistema deíctico referidos a personas,
que los hablantes pongan en juego sus formas de presentación de una misma y de relación con
las demás.

1.1. La persona ausente

La inclusión de marcas de la persona que habla en su propio enunciado es algo potestati -


vo, ya que en un texto podemos encontrar una ausencia total de marcas del locutor. En este
caso se crea un efecto de objetividad y de «verdad» debido fundamentalmente a que se activa
verbalmente el mundo de referencia. En este caso, los elementos más claros en la expresión
lingüística son la presencia de sintagmas nominales con referencia léxica y el uso de la tercera
persona gramatical como indicador de que aquello de que se habla es un mundo referido, ajeno
al locutor. Benveniste llama a la tercera persona gramatical la no persona, refiriéndose a que
con el uso de la tercera persona no hay referencia a los protagonistas de la enunciación. Ri-
coeur (1990) comenta así estas cuestiones:

Mientras que, en el enfoque referencial, se privilegia la tercera persona o a] menos cierta


forma de la tercera persona, a saber «él/ella», «alguien», «cada uno», «uno» y «se», la teoría
de los indicadores, una vez unida a la de los actos del discurso, no sólo privilegia la primera
y la segunda persona sino que excluye expresamente la tercera. Nos viene ahora a la mente
el anatema de Benveniste contra la tercera persona. Según él, sólo la primera y la segunda
personas gramaticales merecen ese nombre, siendo la tercera la no persona. Los argumentos
a favor de esta exclusión se reducen a uno solo: bastan el «yo» y el «tú» para determinar una
situación de interlocución. La tercera persona puede ser cualquier cosa de la que se habla,
objeto, animal o ser humano: lo confirman los usos incoordinables entre sí del pronombre
francés «il» -il pleut, il faut, il y a, etc.-, así como la multiplicidad de las expresiones de ter-
cera persona -uno/se, cada uno, eso, etc.-. Si la tercera persona es tan inconsistente grama-
ticalmente, se debe a que no existe como persona, al menos en el análisis del lenguaje que
toma como unidad de cómputo la instancia del discurso conferida a la frase. No se pueden
soldar la primera y la segunda persona al acontecimiento de la enunciación de mejor mane-
ra que excluyendo del campo de la pragmática la tercera persona, de la que se habla sola-
mente como de otras cosas (Ricoeur, 1996: 25).

Según este punto de vista, con el uso de la tercera persona se borran los protagonistas de
la enunciación. Otras marcas también claras de que se borra la presencia del Locutor son el uso
de construcciones impersonales o construcciones pasivas sin expresión del agente. El código
gramatical pone a disposición del hablante recursos que esconden o borran su presencia dando
relevancia, por contraste, al universo de referencia:

A gran profundidad por debajo de las nubes de Júpiter el peso de las capas superiores de at-
mósfera produce presiones muy superiores a las existentes en la Tierra, presiones tan gran-
des que Ios electrones salen estrujados de los átomos de hidrógeno produciendo un estado

30
físico no observado nunca en los laboratorios terrestres, porque no se han conseguido nunca
en la Tierra las presiones necesarias (C. Sagan, Cosmos, Barcelona, Planeta).
Languidecía el bar de la Ópera a la espera de los calores que harían brotar parasoles y mesas
sobre los suelos del paseo. Suelos reproductores de las olas del mar en busca de la inmedia-
tez del puerto, según un diseño de Miró convertido en piso de una de las ramblas del mundo.
La iluminación amarilla de la calle Fernando fingía ser escenario de truculencias menores
sin proclamar la explosión de poder institucional en que culminaba la plaza de Sant Jaume,
apenas una esquina lejana (M. Vázquez Montalbán, El pianista, Barcelona, Seix Barral).

En estos dos textos el Emisor y el Receptor han sido borrados para dar relieve al contenido
referencial exclusivamente. Aun así, la elección del contenido y el nivel de especificidad del lé-
xico dibujan el perfil del posible autor y el posible destinatario. También observamos que se
puede objetivar al Receptor de tal manera que aparece nombrado (como usuario, lector, clien-
te, estudiante, etc.) y está presentado como un elemento del universo de referencia, y no como
coprotagonista de la enunciación:

Inicialmente el Sistema de Dictado Personal dispone de un léxico base de 22.000 palabras a


las que el usuario puede añadir 2.000 más con el objeto de adaptarlo mejor a sus necesida-
des. El usuario debe entrenar el sistema durante 45 minutos una única vez, lo que permite al
ordenador memorizar su modelo de voz y reconocer automáticamente y de manera perma-
nente las peculiaridades de su acento (documento de empresa informática).

Hay situaciones que exigen una presentación «neutra» del universo de referencia. Las
prácticas discursivas en determinados géneros promueven un modelo de presentación «objeti -
va»: la información en los periódicos, la información científica, por ejemplo. Otra cosa distinta
es que el efecto de objetividad se corresponda con una objetividad real. Una aserción partidista
y parcial puede ser expresada con medios para parecer objetiva. Por eso importa tanto deter-
minar el contexto en que se emiten los enunciados.

1.2. La inscripción del yo

Existen situaciones que permiten o activan la presencia del Locutor en su texto. De ahí
que contemplemos lo que Benveniste llama la expresión de la subjetividad en el lenguaje, es de-
cir, la aparición de los elementos lingüísticos que participan en otorgar una expresión propia y
desde la perspectiva del hablante al conjunto de enunciados que constituye un texto. La refe-
rencia deíctica a la persona es la más inmediata y central (véase 4.2.1). La enunciación es gene-
rada por un YO y un TÚ, protagonistas de la actividad enunciativa. Pero así como podemos con-
siderar el YO corno la forma canónica de representación de la identidad de la persona que habla
-el «centro deíctico» que encontramos descrito en las gramáticas- en el uso real, la referencia
deíctica a la persona que habla se ofrece de forma calidoscópica para mostrar las diferentes ca-
ras o posiciones con las que se puede mostrar o presentar el sujeto hablante.
La persona que habla no es un ente abstracto sino un sujeto social que se presenta a los
demás de una determinada manera. En el proceso de la enunciación y al tiempo que se constru-
ye el discurso también se construye el sujeto discursivo. Éste se adapta a la situación específica
de la comunicación modulando su posición a lo largo del discurso y tratando de que su interlo -
cutor le reconozca de una manera y no de otra. Por ello, si por un lado el YO (1.ª persona singu-
lar) es el deíctico que representa modélicamente a la persona que habla, en el discurso también

31
podernos encontrar la autorreferencia presentada con otras personas gramaticales (2.ª persona
singular, 3.ª persona singular y 1.ª persona plural) (véase Lavandera, 1984; Turell, 1988; Cal -
samiglia, 1996a):

1. Me siento atraída por este tipo de espectáculos (1.ª persona singular).


2. Te sientes atraída por este tipo de espectáculos (2.ª persona singular).
3. Una se siente atraída por este tipo de espectáculos (3.ª persona singular).
4. Nos sentimos atraídos/as por este tipo de espectáculos (1.ª persona plural).

En este punto conviene tener en cuenta la diferencia en la autopresentación en el ámbito


privado y en el ámbito público. La autorreferencia en el ámbito privado no es arriesgada, es re -
lajada y producida en un en-torno conocido y tranquilizador (ejemplo 1). El uso del «yo» en pú -
blico deviene un uso comprometido, arriesgado. Con su uso, el Locutor no sólo se responsabili -
za del contenido de lo enunciado sino que al mismo tiempo se impone a los demás. Por esta
razón se justifica que la autorreferencia se exprese con otras personas gramaticales. El uso de
la segunda persona con tratamiento de confianza se puede utilizar para producir un efecto de -
termina. .1o: generalizar la experiencia enunciada e incluir al interlocutor de una forma perso -
nal y afectiva. Por eso se asocia con actividades coloquiales (ejemplo 2). También se da el caso
en que el Locutor se presenta a sí mismo con formas pronominales como «uno/una», en con -
cordancia con la tercera persona, con la cual se produce un efecto generalizador y el locutor se
incorpora así a un colectivo indefinido, a través del cual justifica su posición (ejemplo 3).
La identificación de la persona que habla con la primera persona del plural incorpora al
locutor a un grupo. Es el grupo, entonces, el que proporciona al locutor la responsabilidad del
enunciado; por eso hay un uso genérico del nosotros para representar al locutor que ocupa un
lugar en un colectivo (empresa, institución, organización, comunidad, gobierno):

Hemos decidido que este curso tenga una parte de teoría y una parte de práctica y aplica -
ción (profesorado).
Iremos hasta el final en la lucha contra el terrorismo (gobierno). Nuestros análisis de merca-
do permiten augurar una temporada de ventas superior a la anterior (empresa comercial).
Para nuestro trabajo parece relevante señalar los siguientes aspectos (escrito académico).

A este uso se le ha llamado tradicionalmente de («modestia». Esto explicaría que el uso del
«yo» en público se considere inapropiado -arrogante- si a quien habla no se le otorga suficiente
nivel de responsabilidad, autoridad, credibilidad o legitimidad. Para solucionar posibles con-
flictos, con el uso del «nosotros» se diluye la responsabilidad unipersonal, y se adquiere la au-
toridad o la legitimidad asociada con un colectivo.
El llamado plural «mayestático» es el uso de la primera persona del plural para la persona
que habla cuando ésta se inviste de la máxima autoridad: tradicionalmente el Papa o el Rey. Se
trata de un uso simbólico tradicional de «distinción», que se percibe como arcaico por su esca-
sa utilización fuera de estos personajes singulares. Sin embargo, su uso persiste, formando par -
te de la escenificación y los rituales de presentación pública de la monarquía o del papado.
Asociado con este uso y más adecuado a la contemporaneidad y a los usos democráticos, nos
encontramos con representantes del gobierno, presidentes, etc., que suelen usar este «noso-
tros», que queda a medio camino entre un uso ritual de las autoridades máximas y un uso de
representación de un grupo.

32
Otro uso del «nosotros» es el llamado inclusivo, aquel que incorpora al Receptor en la re-
ferencia al Emisor. Puede ser un uso intencionado para acercar las posiciones de los protago -
nistas de la enunciación, y se da en todos los casos en que es importante para el emisor la invo-
lucración del receptor, particularmente en relaciones asimétricas como la de médico/paciente,
maestro/alumno, que necesitan una señal de acercamiento suplementaria, para superar la ba-
rrera jerárquica y conseguir el grado suficiente de aproximación y complicidad.

Profesor a alumnos: Vamos a seguir con los problemas de matemáticas.


Médico a paciente: ¿Hemos tomado la medicina, hoy?
Científico a público: El segundo de los fenómenos apuntados es el de re-fracción. Aquí tenemos
también un análogo cotidiano en el caso de la luz: cuando introducimos un lápiz dentro de
un vaso lleno de agua nos da la impresión de que está roto. Elio se debe al hecho de que las
ondas al pasar de un medio -el aire- a otro distinto -el agua- sufren una desviación de su tra-
yectoria (D. Jou y M. Baig, La naturaleza y el paisaje, Barcelona, Ariel, 1993).

También se da en otros casos, como en las columnas periodísticas y los artículos de opi -
nión, en los que los escritores buscan la complicidad de los lectores, para involucrarlos en su
punto de vista:

Estamos de nuevo en diciembre. Me silban los oídos de la presión del tiempo fugaz: es como
quien va en moto por una autopista y siente cómo le muerde el viento las orejas. Ya han caí -
do otros 12 meses a la tumba de la memoria y nos acercamos una vez más a Navidad. Las
ames o las odies, las fechas navideñas son fechas cruciales. Tienen demasiada carga social,
demasiada sustancia a las espaldas. Por eso me silban los oídos más que nunca: el tiempo se
escurre siempre de la misma manera, pero es en navidades cuando te entra el vértigo (R.
Montero, «Navidad», El País, 5-XII-1993).

En conclusión, los locutores pueden optar por inscribirse en su texto de variadas maneras,
ninguna de ellas exenta de significación en relación con el grado de imposición, de responsabi-
lidad (asumida o diluida) o de involucración (con lo que se dice o con el Interlocutor).

1.3. La inscripción del tú

El Receptor se hace explícito en el texto canónicamente a través de los deícticos de segun-


da persona, singular y plural. Pero además encontramos la deixis social (Levinson, 1983: 80), que
ha quedado codificada en formas específicas de tratamiento. En la variante estándar de la pe-
nínsula Ibérica se expresa con Tu (indicador de confianza, conocimiento, proximidad) y Usted
(indicador de respeto, desconocimiento, distancia). Por causas históricas (que indican cómo
han afectado a lo largo del tiempo los cambios sociales en el uso lingüístico de la referencia
personal) el tratamiento tiene usos variados en las diferentes comunidades y lugares de habla
española (véase en el trabajo de Carricaburo, 1997, una presentación de los distintos usos en
España y América). Así, por ejemplo, se manifiesta:

- para la variante septentrional hablada en la península Ibérica:


tú te marchas, usted se marcha, vosotros os marcháis, ustedes se marchan;

- para la variante meridional hablada en la península:

33
tú te marchas, usted se marcha, ustedes (vosotros) os marcháis, ustedes se marchan;

- para la variante hablada en Argentina:


vos te marchas, usted se marcha, ustedes se marchan, ustedes se marchan.

La combinación de deícticos de sujeto y de objeto, junto con la concordancia en segunda y


tercera persona han actuado en la práctica de las relaciones sociales para diferenciar el trato
con el Interlocutor, en los parámetros de distancia/proximidad, respeto/confianza, poder/soli-
daridad, formalidad/informalidad, ámbito público/ámbito privado, conocimiento/desconoci-
miento, etc. Estos parámetros pueden mezclarse, estableciéndose así una diferenciación sutil,
que es el resultado de la combinación entre los usos establecidos y el propósito que tiene el lo-
cutor al relacionarse con el Interlocutor en cada instancia de comunicación. Por ejemplo, pue-
de darse una situación que combine un alto grado de confianza y conocimiento mutuo, y al
mismo tiempo una diferencia de posición social que determine el uso de usted (caso de la rela-
ción padres/hijos en épocas pasadas, de jefe/subordinado, de empleada doméstica/empleado-
res, etc.). Y también se puede dar el caso que ante un encuentro nuevo, entre personas que no
se conocen previamente, la elección de formas de tratamiento construya el tipo de relación, es
decir, oriente la relación en un sentido más o menos formal (véase el apartado 6.1)
El uso de los deícticos se adecua al papel que el locutor asigna a su interlocutor (la mayo-
ría de las veces determinado por el estatus y la posición social); pero así como hemos visto que
el Emisor se puede inscribir también con otras formas, el Receptor puede ser inscrito como
parte de un grupo (en 2.ª persona plural) o también incluyendo al locutor (con primera persona
plural) o con la segunda persona singular generalizadora, especialmente en el uso coloquial
(ejemplo 2). Finalmente, en lo que se refiere al español estándar de la península Ibérica, la con -
cordancia gramatical en tercera persona de los deícticos que se refieren al interlocutor en el
trato de distancia o respeto han convertido este uso en indicador de formalidad y de distancia
en la relación con el Interlocutor. Las concordancias en tercera persona de las formas de trata-
miento de usted y de los honoríficos son, al separarse de la concordancia con la segunda perso-
na gramatical, marcas de «distinción»:

su excelencia está..., su majestad se encuentra..., su señoría ha dicho... ustedes se van...,


usted ha pronunciado…

1.4. La referencia léxica de persona: uno mismo y el otro

El Locutor puede referirse a sí mismo a través de sintagmas nominales. Hay fórmulas fijas:
«un servidor», «ésta que lo es», «el infrascrito», «la abajo firmante». O bien presentaciones co-
lectivas: «este gobierno», «la empresa», «esta dirección general», «este departamento». Es muy
interesante comprobar el hecho social de la identificación, que está acompañado de marcadores
de la relación que se quiere establecer con los interlocutores.
Veamos las diferentes formas de identificación con el supuesto de una persona que se lla-
ma Francisca Laína Montero. Se puede presentar como:

tu chica, mamá, tu hermana, yo, nosotros, Paca, Paqui, Paquita, señora Francisca, Sra. Fran -
cisca Laína de Elorza, Sra. Elorza, Francisca Laína, representante sindical de la empresa X,
escritora, profesora de EGB, directora general de marketing, Superiora de la comunidad de
la orden carmelitana, presidenta del gobierno, directora comercial de la empresa X, etc.

34
La elección de los diminutivos, o de los apellidos, la combinación de los tratamientos y de
los sintagmas en aposición que identifican el estatus de la enunciadora permiten concluir que
la presentación de la persona se realiza en función de los interlocutores con quienes se estable-
ce una relación. La actividad presentadora es habitual en la vida social, sea en la interacción
cara a cara, por teléfono, o por carta. También lo es en todo escrito que queda firmado, en el
encabezamiento o en el cierre. En los artículos de la prensa, por ejemplo, o en anuncios publici-
tarios. La autopresentación, pues, tiene una gran variedad de fórmulas,, que normalmente es-
tán en posición inicial. La interacción telefónica, que requiere la presentación, es un ejemplo
ilustrativo:

Soy el guía de la excursión


Aquí la estación meteorológica de X
Despacho de los abogados Roca y Jiménez, dígame
Mensaje para X, de parte de Y, representante de Z

En las cartas oficiales o comerciales la autorreferencia puede ir impresa en el encabeza-


miento o en el final de la carta, con firma y cargo de la persona que representa a la empresa o
la sección. La identificación personal otorga responsabilidad, mientras que el anonimato es un
indicador de elusión de responsabilidad.
En las presentaciones públicas cara a cara, como las conferencias, mesas redondas y deba-
tes, es habitualmente otra persona la que presenta. Existe un ritual de saludos y de presenta-
ción. Veamos la variación en la referencia personal que se observa en este fragmento de un de-
bate televisivo:

AC es la persona que anima y modera el debate. CG es una periodista invitada. Este fragmento
se sitúa en el transcurso del debate, en el momento en que AC presenta y da la palabra a CG.

1. AC doña::—I XXX buenas noches\lll


2. CG hola\I muy buenas =noches\l=
3. AC bienve=nida\l
4. CG gracias\<0>
5. AC esta mujer acaba de publicar su segundo volumen de—II
6. de:—IIentrevistas\l no/I
7. CG ahí está \lel libro=\III =[inaud.]=
8. AC =ahí está el libro=\III
9. CG ahí está el libro\I sí\IIes un e::
10. es una recopilación de entrevistas que se publicaron en el país\l
11. AC mm mm\I
12. CG y::- nada\I ahí están\I interiores se llama/\I
13. AC interiores\I vamos a ver\Iusted prefiere un:jefa- I
14. ya sé que usted es jefa-1\II eh/I
15. CG afortunadamen=te=\III
16. AC =afort=unadamente usted es jefa\lpero\l
17. en el caso de que usted no fuera jefa\II que: —I
18. con quién preferiría trabajar como jefe—I a jefa o jefe\lI
(Archivo CAD: debate televisivo).

Existe una larga tradición normativa del comportamiento educado en la vida social, que
se encuentra en manuales de urbanidad y de cortesía. Se trata de normas que están sujetas al

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momento que vive cada sociedad y cambian según los modelos sociales dominantes. Por eso es
tan curioso e interesante, como imagen de época, consultar este tipo de manuales donde se
prescribe el «buen hacer» social. He aquí una muestra de las normas de conducta para la pre -
sentación de un manual de la década de los cuarenta:

Las presentaciones. Es la fórmula social que se emplea para poner en relación a dos personas,
que, siendo amigos nuestros, no lo son entre sí. La que presenta y establece aquel vínculo
nuevo se hace responsable de las consecuencias que con ello se originen. No se debe, por
tanto, efectuar una presentación sin tener el absoluto convencimiento de que las personas
que entablan amistad se han de ser gratas mutuamente: sin que se tenga plena confianza en
su rectitud y caballerosidad; y sin que se conozca perfectamente los apellidos de ambos,
para evitar la situación embarazosa en que se coloca el que farfulla nombres por desconoci-
miento de los mismos. La fórmula general de la presentación en sociedad es la sencilla de ci-
tar los apellidos de los presentados haciéndolo siempre del más joven al de mayor edad; del
caballero a la dama; del inferior al superior. En el primero de los casos diremos: «Señor Tal,
tengo mucho gusto en presentarle a mi amigo el señor Cual.» Tratándose de la presentación
de una señora lo haremos de la forma siguiente: «Señora de X, va usted a permitirme que le
presente al señor Z» (Duque de Camposol, Código de etiqueta y distinción social, Madrid, Juan
Ortiz).

Si consideramos ahora la manera como se instaura el Receptor, observamos que el papel


social de las personas a las que nos dirigimos queda marcado asimismo a través de los nombres
propios, las formas de trata-miento (nombres y adjetivos), los nombres de parentesco y los ho -
noríficos (Laborda, 1996). Hay una gran posibilidad de variación, que corresponde claramente a
la combinación de la posición que ocupa el Interlocutor en la vida social y de la relación que el
Locutor establece con 61. La elección de elementos léxicos nominales (sustantivos y adjetivos)
de tipo apelativo-relacional) permite instaurar una forma de relación. Así, consideramos mar -
cas de relación interpersonal el uso de:

Pérez, Carlos Pérez, Carlitos, Charli, «El pelos» (variantes de nombres propios)
Señor, Señora, Seña, Señorito, Señorita (tratamiento)
Don, Doña (tratamiento cuasi prefijo)
alcaldesa, presidenta, gobernador, decana, director, concejala (por cargos)
arquitecto, estudiante, abogada, jueza, catedrático, médica (por profesiones)
querido, apreciado, distinguido, estimado (apreciativo)
ciudadano, socia, colega, cliente, compañero, novio, jefe (relacional)
madre, primo, abuelo, tía, hermano, nuera, suegro (parentesco)
cariño, cielo, amor, corazón, nena (apelativos de afecto)
chichi, cuca, titi, ... (invenciones apelativas de afecto)
monstruo, gordo, capullo, gilipollas (apelativos de afecto irónicos)
tronco, colega, tía, tío (apelativos jergales)

Un caso especial son los honoríficos, formas de tratamiento determinadas socialmente y


relacionadas con la estructura social e institucional dominante en cada época. Los cargos insti -
tucionales, la posición política, el rango en instituciones como la Iglesia, la monarquía, el
ejército o la nobleza tienen unos tratamientos fijados por la tradición y que perduran en la me -
dida en que las instituciones se mantienen. Son las prácticas de relación social las que determi-
nan estos tratamientos en cada sociedad, que, por un lado, se distinguen por señalar una estra-
tificación muy jerarquizada, y por otro lado están sujetas a cambios sociales. Estos usos suelen
estar sometidos a recomendaciones normativas para el uso público. Por ejemplo, en los últimos
36
años, el Ministerio para las Administraciones Públicas del Estado español ha publicado un libro
en el que, con los criterios de un embajador asesor del Ministerio de Asuntos Exteriores (véase
quién es el agente social que regula estos aspectos de protocolo), propone que el trato de

«Excelencia» se reserve para jefes de estado y sus cónyuges.


«Excelentísimo/a» se aplique a miembros del Ejecutivo hasta el nivel de secretarios de esta-
do, delegados de gobierno y gobernadores. Se indica que también tienen derecho a usarlo
los alcaldes de grandes ciudades, los rectores de universidad, los presidentes de comunida-
des autónomas y los titulares de altos tribunales y cámaras legislativas.
«Ilustrísimo/a» se utilice con autoridades como comisarios generales de policía, delegados
de hacienda, decanos de facultades, títulos nobiliarios, rangos superiores de las fuerzas ar-
madas y diversos grados de la carrera diplomática.
En el resto de los casos la ciudadanía estaría representada por el trata-miento Sr. D. y Sra.
Doña, reservado para todas las personas adultas con capacidad de votar (véase VVAA [1994],
Libro de estilo del lenguaje administrativo).

He aquí unos ejemplos de honoríficos, generalmente precedidos por un posesivo concor-


dante con la tercera persona singular o segunda persona plural (una vez más, un indicador de
distinción):

señoría (miembro de parlamento o de tribunal) su señoría


excelencia (Jefe de Estado) su excelencia
santidad (Papa) su santidad
majestad (Monarca) su majestad
alteza (Príncipe) su alteza

Estos usos están sujetos a cambios en relación con cada comunidad sociopolítica y cada
época histórica. Los momentos de crisis social manifiestan vacilaciones en la elección entre los
términos tradicionales y los términos que se adaptan a las nuevas situaciones sociales, normal -
mente de claro signo democratizador e igualitario. Por esta razón se da, por ejemplo, en la nue-
va situación social de los jóvenes y de las mujeres, y en la relación de mutuo respeto entre suje -
tos en relación jerárquica (jefe/empleado, médico/paciente, profesor/alumno, etc.) que
tradicionalmente comportaba un uso asimétrico (de confianza del superior al inferior, de res-
peto del inferior al superior) y que progresivamente va alcanzando, de acuerdo con el proceso
de concienciación social, un uso simétrico (mutua confianza o mutuo respeto).
Ejemplos de asimetrías tradicionales:

Jefe a empleado: uso de «tú». Empleado a jefe: uso de «usted»


Camarero a cliente: *¿qué va a querer el señorito?
¿Qué va a querer la señorita?
Título profesional Ismael Juárez: catedrático.
Julia Gutiérrez: catedrático

Es interesante constatar que la referencia de persona (deíctica o nominal) constituye un


ámbito del sistema lingüístico sensible a los cambios sociales y culturales, ya que en la vida so -
cial la desigualdad entre personas por razón de edad, sexo, origen étnico o clase social se plas -
ma en el uso lingüístico. Los cambios acordes con un proceso de democratización se van cons -
tatando a lo largo del tiempo, no sin que haya momentos críticos de rechazo o de vacilación
por parte de sectores sociales. Uno de los ejemplos recientes más claros ha sido la progresiva

37
adaptación de formas de género para las referencias a cargos de mujeres: concejala, jueza, ca-
tedrática, abogada, arquitecta, médica. Pero la distribución de papeles tradicional entre hom-
bre y mujer se mantiene, por ejemplo, en el uso predominante del «tú», más asociado a la mu-
jer (joven o adulta) en un entorno privado y doméstico, de confianza y de proximidad (revistas
femeninas, anuncios publicitarios), mientras que para el hombre (adulto) se reserva el trato de
«usted», asociado a cargos y posiciones en la vida pública y en el mundo ciel trabajo (revistas
generales, anuncios publicitarios).
Como acabamos de ver, deícticos y nombres (sustantivos y adjetivos) forman el conjunto de
antropónimos, apelativos y vocativos que propiamente designan a los interlocutores de la relación
comunicativa en el acto de presentarse o de dirigirse unos a otros en el proceso enunciativo.

1.5. Los papeles de Emisor y Receptor

Para considerar los rasgos que definen a los protagonistas de la relación comunicativa
partimos de unos supuestos ya mencionados con anterioridad:

a) Se les ha denominado de muchas maneras: Enunciador/Enunciatario, Emisor/Receptor,


Locutor/Interlocutor o Alocutario, Hablante/Oyente, Destinador/Destinatario, etc. En cada
caso hay un matiz específico que se pone de relieve. Pero en un sentido inespecífico son todos
términos que aluden a entidades virtuales que protagonizan modélicamente la interacción co -
municativa. Si bien nos parece adecuado en un primer estadio utilizarlos como sinónimos, en
este apartado consideraremos con más especificidad los diversos papeles comunicativos del
Emisor y el Receptor.

b) La caracterización real y concreta de los participantes de una interacción deberá tener


en cuenta la identidad, el estatus social y el papel que tienen en cada situación.
- Identidad: atributos como origen geográfico y étnico, sexo, edad, instrucción, clase so-
cioeconómica, etc.
- Estatus social: actividad laboral, profesión, cargo, posición en el en-torno social. Grado
de autoridad y legitimidad que socialmente se le otorga. Nivel jerárquico.
- Papel: posición que adopta cada participante en una situación comunicativa particular.

c) La cantidad de participantes influye en el desarrollo de la interacción comunicativa.

El número de participantes en un acto comunicativo es esencial para el funcionamiento de


éste. El emisor de un mensaje ha de ser materialmente un sujeto individual. Pero Goffman
(1981) indica que se puede distinguir entre el hablante «autor» de sus propias palabras, o el
«animador», que re-cita palabras ajenas -aquí cabría la noción de «fuente»-, o el «representan-
te/portavoz», que habla en representación de otra persona, de un grupo o de un colectivo (vé-
anse los apartados 1.2 y 2 para una apreciación más sutil del sujeto discursivo).
En el caso del Receptor hay que tener en cuenta la cantidad de participantes: Kerbrat-
Orecchioni define las interacciones como dilogue, trilogue y polilogue, según el Locutor tenga
uno, dos o más interlocutores. Como se trata de géneros orales interactivos, los papeles de Emi-
sor y Receptor se van alternando sistemáticamente. Este tipo de comunicación tiene un núme-
ro potencialmente limitado de participantes para que se pueda garantizar este uso alternado

38
de la palabra. Cuando el número de participantes crece, la situación comunicativa cambia y
usualmente se necesita una persona que modere.
En los casos en que la comunicación es de un solo Locutor a un conjunto amplio de perso-
nas presentes en un espacio común podemos hablar de público o auditorio; y se puede hablar de
audiencia cuando este público recibe la comunicación de manera mediática, por televisión o ra -
dio. Hay auditorio o público en clases, conferencias, mesas redondas, mítines, sermones, alocu -
ciones. Hay audiencia en las emisiones de radio y de televisión. En todos los casos la interven -
ción por parte de los receptores está organizada, canalizada y controlada por la entidad
emisora y generalmente se le otorga un espacio limitado.
Se han propuesto distinciones entre diversos tipos de Oyente o Receptor. (Goffman, 1981):

- el destinatario (D): aquel para quien está específicamente construido el texto (conocido,
ratificado y apelado);
- el destinatario indirecto (DI): aquel que participa igual que el destinatario en la recepción
del texto pero que no coincide con el perfil imaginado o activado por el locutor y hacia quien el
mensaje no está destinado (conocido, ratificado);
- el oyente casual: el que participa sin intención ni obligación previa de participar (conocido);
- el oyente curioso o entrometido: el que se sitúa en una posición de oyente «espía» (ni cono-
cido, ni ratificado, ni apelado).

En su estudio sobre el trilogue como instancia mínima de interacción con un número de


participantes superior a dos, Kerbrat-Orecchione (1995) tiene en cuenta que el Oyente puede
adoptar papeles diversos, con lo que establece los principales esquemas alocutivos posibles:
1. L1 L2 = L (L3: destinatario indirecto).
2. L1 L3 = D (L2: destinatario indirecto).
3. L1 L2 y L3 = D (destinatario colectivo).

El destinatario es el que ocupa un lugar más definido en relación con la construcción del
texto, ya que se le considera como interlocutor preferido, a quien se dirige el enunciado. Cuan-
do se trata de un colectivo numeroso la posibilidad de conocer individualmente a los destinata-
rios es prácticamente imposible pero el Locutor construye una imagen de su público y un desti-
natario modelo. Algunos autores dan un valor determinante al perfil de la audiencia o del
público a quien va destinado un texto en lo que respecta a la elección de registro (véase el
apartado 11.1.2), de tal manera que, a su vez, cada texto selecciona a su posible destinatario:

El diseño de la audiencia da forma a todos los niveles de elección lingüística por parte del
hablante -el uso alternado de una y otra lengua en las situaciones bilingües, la forma de los
actos de habla, la elección de pronombres, el uso de honoríficos y el cambio cuantitativo de
estilo.
La audiencia es, en un determinado nivel, simplemente la gente que oye los enunciados del
hablante. Sin embargo, su rol no es en absoluto pasivo. Como en un teatro, la audiencia res-
ponde y critica, es el foro ante el cual se producen los enunciados. Tornando un significado
más antiguo, los hablantes «tienen audiencia con» sus oyentes. En realidad los hablantes es-
tán sujetos a su audiencia, dependiendo de su buena voluntad, atentos a responder a su
reacción. Esta capacidad de respuesta es lo que precisamente da forma al diseño del estilo de
un hablante. [...] El marco propuesto -el diseño de la audiencia- [...] supone que las personas
responden principalmente a otras personas, que los hablantes tienen muy en cuenta a los
oyentes al construir su modo de hablar (Bell, 1984: 161).

39
IV. LA ACTITUD DE LOCUCIÓN

Sobre Estructura y función de los tiempos en el lenguaje


Elizabeth Lerner

Harald Weinrich, filólogo alemán nacido en 1927, dedica este estudio al análisis de los
tiempos verbales y la manera en que la manifestación temporal –que la teoría de la enun-
ciación ha denominado como “deixis de tiempo”- organiza el mundo que gira en torno
del hablante o sujeto enunciador, de ese “Yo”, ego o centro del acto enunciativo que
Émile Benveniste (1966) señala en su artículo “De la subjetividad en el lenguaje”.
En Estructura y función de los tiempos en el lenguaje Weinrich profundiza en el paradig-
ma verbal –es decir, en la “gama” de tiempos verbales que cada lengua ofrece a los ha-
blantes– y establece una relación entre tiempos verbales, situación comunicativa, géne-
ros discursivos y “actitud” que se genera en el alocutario, según los tiempos verbales
que predominen en el texto que lee.
Weinrich propone que es posible identificar dos grandes grupos temporales:
1. Los tiempos del mundo comentado o verbos comentativos.
2. Los tiempos del mundo narrado o verbos narrativos.

En el primer grupo –mundo comentado- el tiempo eje o base es el Presente. Éste predo-
mina y se organiza en función de Pretérito Perfecto y del Futuro.
Leí- Leo- Leeré
Un ejemplo en donde predominan los tiempos verbales del mundo comentado:
-No, yo lo que te quería decir... A ver, esperá, no sé cómo decírtelo, lo estoy pensando ahora,
¿eh? A ver, no, eso. Bueno, nada, que el otro día me quedé pensando. ¿Viste cuando me pre -
guntaste lo del ascensor?
-Sí.
-No, esperá, eso no fue, ¿qué era lo que me habías dicho antes, esa palabra que me molestó,
cuál era?
-¿Guachita?
-No. ¿Eso me dijiste?
-Sí.
-No, no era eso, era otra cosa peor.
-No, era guachita.
-¿En serio? ¿Y yo me enoje por eso? No puede ser. Bueno, no importa, la cosa es que me quedé
pensando y la verdad que no sé si sirve de algo que te lo diga, pero igual te lo quería decir, que
nada, que estuve pensando y que viste que la última vez que nos vimos yo estaba un poco rara,
bah, como que me fui poniendo rara, porque estaba todo bien, pero en un momento me puse a
pensar y como que me colgué…1

1 Romina Paula, “¿Vos me querés a mi?”.


40
En el segundo grupo –mundo narrado– el tiempo eje o base es el Pretérito Perfecto, que
establece relación con el Pretérito Pluscuamperfecto y con el Condicional.
Había leído-Leí-Leería
Un ejemplo en donde predominan los tiempos verbales del mundo narrado:
El arzobispo de Arcángel navegaba hacia el monasterio de Solovski. Iban en el buque varios
peregrinos que se dirigían al mismo lugar para adorar las sagradas reliquias que allí se cus-
todian. El viento era favorable, el tiempo magnífico, y el barco se deslizaba serenamente. Al-
gunos peregrinos se habían recostado, otros comían; otros, sentados, conversaban en peque-
ños grupos. El arzobispo subió al puente y comenzó a pasearse. Al acercarse a la proa vio un
grupito de pasajeros, y en el centro un mujik que hablaba señalando un punto en el horizon-
te. Los demás lo escuchaban con atención.2

Weinrich propone, a continuación, que el predominio de los tiempos verbales de uno u


otro grupo o mundo se corresponde con ciertos géneros discursivos y situaciones comu-
nicativas. Por ejemplo: los géneros típicos de la constelación verbal del grupo 1 o mundo
comentado son: diálogo, carta, crítica literaria, comentario, boceto, guión, informe cientí-
fico, titulares de diario; mientras que los géneros asociados al grupo 2 o mundo narrado
son: cuento, novela, crónica. Los adverbios de tiempo como ahora, hoy y mañana acom-
pañan, en consecuencia, al grupo 1; entonces, en aquel tiempo y al día siguiente, al gru-
po 2.
Explica que hay situaciones y géneros discursivos en los que prevalece una voluntad na-
rrativa y otros en los que predomina una voluntad comentativa: o bien narramos, evoca-
mos y reconstruimos una historia pasada o bien comentamos acerca de un hecho. El
planteo central de este autor es que el predominio de lo comentativo o lo narrativo en un
texto permite al enunciador (locutor) influir y moldear la actitud del enunciatario (alocuta-
rio) en la recepción del enunciado. De este modo, los verbos del primer grupo –comenta-
rio– generan una actitud tensa en el locutor y el alocutorio, ya que el enununciador se
compromete con su comentario y del enunciatario se espera una respuesta inmediata.
Los verbos del segundo grupo –narración– generan una actitud relajada y laxa en el alo-
cutorio, quien puede evadirse, por un momento, de la situación comunicativa presente.
Weinrich señala cómo esto ocurre, especialmente, en los cuentos infantiles.
A continuación presentamos algunos fragmentos del artículo original del Weinrich, en
donde desarrolla y ejemplifica lo que hemos resumido anteriormente.

2 Tolstoi, Léon, “Los tres staretzi”, en: Walsh, Rodolfo, Antología del cuento extraño (1), Buenos Aires, El cuenco de pla-
ta, 2014

41
Estructura y función de los tiempos en el lenguaje
Harald Weinrich
Madrid, Gredos, 1987. (Selección de fragmentos de Elizabeth Lerner)

Capítulo I. Los tiempos, no el tiempo

Hemos partido de la extrañeza que nos causa la obstinación del lenguaje empeñado en ha -
cernos poner, al menos una vez en cada oración, un tiempo, aunque tengamos que estar repi-
tiéndolo constantemente. Esta obstinación parece tanto más incomprensible cuanto menor es
la información sobre el Tiempo que nos facilitan los tiempos. Ahora bien, todo aquel que ama
el lenguaje y está familiarizado con él sabe que es un instrumento admirable del espíritu que le
dispensa generosamente sus servicios.
El lenguaje pone a disposición del hablante palabras, formas y estructuras y no pide impo-
sibles a nuestra comunicación. Si se obstina en que se repitan los tiempos es porque deben de
ser algo muy importante, algo que debe estar presente en cada momento de la comunicación,
si es que cada una de esas partes ha de contener información esencial.
Esto es una especie de dogma que se alimenta de nuestro contacto con el lenguaje, pero
también de la observación de otros tipos de comunicación que se dan en el mundo, los cuales,
en parte alguna, logran consistencia si no están económicamente estructurados.
Precisamente la obstinación con que el lenguaje insiste en que repitamos los tiempos des -
cubre que estos añaden a la comunicación un componente distinto y más esencial que un dato
difuso y paradójico acerca del Tiempo. […]
También los tiempos deben de constituir parte del sistema medular del lenguaje;
probablemente tienen algo que ver con la situación comunicativa en la que coinciden
lenguaje y mundo.

Capítulo II. El sistema de los tiempos en el lenguaje

Consecutio temporum
La diferencia entre tiempos simples y tiempos compuestos se ha hecho según criterios lin-
güísticos. Si ahora buscamos otra agrupación, el criterio fundamental también ha de ser lin-
güístico. Ahora bien, esa diferenciación se apoya en una comparación de las formas del verbo y
de sus tiempos; pertenece, pues, a la dimensión paradigmática del lenguaje y en ella tiene su
justificación. Sin embargo, nos hemos propuesto no olvidar que el lenguaje tiene los mismos
derechos para exigir que se atienda a su dimensión sintagmática, ya que la oración no es solo
habla, como podría suponer una interpretación superficial de la pareja de conceptos saussu-
reanos: lengua-habla.
La oración también tiene sus leyes. La distribución de los elementos de la oración está
condicionada, tanto como los elementos mismos, por ciertas leyes estructurales de la lengua.
Así pues, un tiempo, una vez situado en el contexto de un discurso vivo, ejerce sobre los ele -
mentos vecinos –en particular sobre los tiempos adyacentes de la oración– una presión estruc-
tural que limita la libertad de elegir entre todos los tiempos posibles. En otras palabras, un
tiempo de un discurso, es decir, que se encuentra en una oración y en un contexto (hablado o
escrito), no es ilimitadamente combinable con otros tiempos. Ciertas combinaciones son prefe-
ridas en el contexto próximo o remoto; otras son limitadas e incluso inadmisibles. Estas limita-

42
ciones de la libertad combinatoria aparecen particularmente claras cuando se forma una ora-
ción compleja o un período.
Entonces el tiempo de la oración principal parece llevar la pauta pidiendo en la oración
subordinada determinados tiempos y rechazando otros. Este fenómeno, señalado en todos los
idiomas, ha sido denominado consecutio temporum o concordancia de tiempos.

Capítulo III. Mundo comentado - Mundo narrado

Grupo temporal y situación comunicativa


La lengua francesa tiene dos grupos de tiempos. ¿Qué significa esto? ¿Qué función tienen?
[…] En cada uno de los dos grupos está comprendido todo el Tiempo del Mundo, desde el
pasado más remoto hasta el futuro más lejano. Con los tiempos del grupo I puede decirse: le
monde a commencé,1 lo mismo que le monde aura une fine.2 Paralelamente, con los tiempos del
grupo II: le monde avait comencé,3 así como le monde aurait une fine.4 La frontera estructural entre
el grupo I y el grupo II no es una frontera temporal (de Tiempo). Entonces, ¿qué clase de fron -
tera es? […]
¿Qué significa pues la divisioria estructural entre los grupos I y II? Recordemos que la obs -
tinación del lenguaje en colocar el morfema personal en el verbo ha demostrado su lógica por-
que asegura éste y con él la oración, en la situación comunicativa elemental reproduciendo el
modelo fundamental de la comunicación. Por ello nos preguntamos si también los tiempos –o
mejor dicho ambos grupos de tiempos– tienen que ver con la situación comunicativa.
Las situaciones comunicativas en las que actualizamos el lenguaje son diversas como pue -
dan serlo las situaciones de la vida y ninguna es igual a otra, pero esto no excluye la posibilidad
de intentar su tipología. Este intento constituye al mismo tiempo una tarea de la lingüística, ya
que el lenguaje no se actualiza en el vacío sino en situaciones concretas en las que se encuen -
tran y condicionan mutuamente “comportamientos” lingüísticos. […]
Situaciones comunicativas típicas son, por ejemplo, el pedir una información misma, un
monólogo, el relato de una historia, la descripción de un objeto o una escena, la composición y
la lectura de una carta (naturalmente también hay situaciones comunicativas escritas): un co-
mentario, un sermón, una discusión, la información política de un periódico, un expediente,
una poesía lírica, el relato de un mensajero, una indicación escénica, una conferencia científi -
ca, un diálogo dramático, una biografía e…incluso este libro que trata de un problema lingüísti-
co. Se espera, naturalmente, que aparezcan todos los tiempos en todas las situaciones comuni -
cativas, pero la verdad es que, fijándonos concretamente en grupos de tiempos y no vagamente
en todos los tiempos aparecen afinidades entre ambos grupos y ciertas situaciones comunicati-
vas. Considerada como situación comunicativa escrita, una novela muestra inequívoca inclina-
ción por los tiempos del grupo II, mientras que este libro, si el lector quiere considerarlo por
un momento como espécimen de una exposición científica, muestra una preferencia igualmen-
te inequívoca por los tiempos del grupo I. […]
A pesar de la asimetría de los tiempos representativos de ambos grupos, el resultado es
inequívoco: en las novelas cortas, los cuentos y las novelas domina el grupo II, mientras que en

1 El mundo ha comenzado.
2 El mundo tendrá un fin.
3 El mundo había comenzado.
4 El mundo tendría un fin.

43
la lírica, el drama, el ensayo biográfico, la crítica literaria y el tratado filosófico prevalece aún
más claramente el grupo I. […]
Así pues, no solo los tiempos concuerdan mejor con unos que con otros, sino que también
los grupos de ellos y resultantes concuerdan mejor con unos géneros y con unas situaciones co-
municativas que con otras. De la misma manera, también las situaciones comunicativas se re-
parten claramente en dos grupos según el grupo temporal que en ellas predomine. El grupo II
predomina en la novela, en la novela corta, y en todo tipo de narración oral o escrita, excepto
en las partes dialogadas intercaladas. Por el contrario, predomina el grupo I en la lírica, el dra -
ma, el diálogo en general, el periodismo, el ensayo literario y la exposición científica. Podemos
ampliar esta enumeración más allá de las estadísticas a partir de la experiencia del vivir coti -
diano en contacto con el lenguaje y los tiempos. El grupo de los tiempos I predomina también
en deliberaciones, monólogos, descripciones, cartas, comentarios, sermones, discusiones, indi-
caciones escénicas, conferencias…y precisamente en este libro.

Comentar y narrar
En el grupo de tiempos II es relativamente fácil señalar qué tienen de común las situacio -
nes comunicativas en que dominan estos tiempos: son evidentemente situaciones comunicati-
vas en las que narramos. Acaso sea la descripción de un pequeño acontecimiento, la informa-
ción de un periódico sobre el curso de una conferencia política, la reproducción de una
aventura de caza, un cuento inventado , una leyenda piadosa, una novelita artística, una obra
histórica o una novela. […]
Miremos, sin embargo, más allá de las fronteras de la literatura sin perder de vista la tota-
lidad del lenguaje. También se narra fuera de la literatura. El narrar es un comportamiento ca-
racterístico del hombre. Podemos comportarnos frente al mundo narrándolo […] Empleamos
en particular los tiempos del relato. Su función en el lenguaje consiste en informar al que escu -
cha una comunicación que esta comunicación es un relato. Ya que absolutamente todo, en el
mundo entero, verdadero o no verdadero, puede ser objeto de un relato, vamos a llamar a los
tiempos del grupo II tiempos del mundo narrado o, abreviadamente, tiempos de la narración.
“Mundo” no significa aquí otra cosa que posible contenido de una comunicación lingüística.
Así pues hay que entender los tiempos del mundo relatado como señales lingüísticas según las
cuales el contenido de la comunicación lingüística que lleva consigo ha de ser entendida como
relato. En tanto formen parte del grupo temporal II de la lengua francesa tienen solo ésta y
ninguna otra función. En otras situaciones comunicativas empelamos otros tiempos, a saber,
los tiempos del grupo temporal I […] Mas ¿cómo hablamos cuando no relatamos? Ahora no se
trata tanto de hallar un término adecuado para el caso sino describir qué diferencia el tipo de
estas situaciones comunicativas del tipo de las situaciones comunicativas narrativas.
Lo mejor será aclarar la diferencia apelando a situaciones extremas de narración y de “no
narración” y presentar de forma muy concreta al narrador y al “no narrador”. El prototipo del
narrador tal como siempre nos lo presenta la literatura en los relatos estereotipados es el na-
rrador de las historias. Tenemos de él una imagen determinada: es más bien viejo; en los cuen-
tos infantiles es un viejo o una vieja, o la abuela. Está sentado –no de pie– en un sillón o en un
sofá o junto a la chimenea. Es al anochecer, después de la jornada. El viejo interrumpe placen-
teramente su relato para dar una chupada a la pipa o al cigarro. Se mueve lentamente; se toma
el tiempo necesario para contemplar uno por uno a sus oyentes o hace memoria con la mirada
puesta en el techo. Sus gestos son escasos y la expresión del rostro es más serena que agitada.
Está totalmente relajado. […]

44
Roger de Tourneville, en el centro del círculo de sus amigos, hablaba, sentado a horcajadas
sobre una silla; tenía un cigarrro en su mano y, cada tanto, aspiraba y soplaba, un poco difu -
so en medio del humo.5

En el grupo I, por otro lado, como situaciones características valen el diálogo, el memo-
rándum político, la conferencia científica, el ensayo filosófico, el comentario jurídico y otras
muchas. […]
Como nota general de la situación narrativa hemos señalado la actitud relajada que, res-
pecto del cuerpo, solo es signo exterior del relajamiento del espíritu y del discurso. Valga, a la
inversa, la actitud tensa, tanto del cuerpo como del espíritu, como nota general de la situación
comunicativa no narrativa. En ella el hablante está en tensión y su discurso es dramático por-
que se trata de cosas que lo afectan directamente. Aquí el mundo no es narrado, sino comenta -
do, tratado. El hablante está comprometido: tiene que mover y tiene que reaccionar y su dis-
curso es un fragmento de acción que modifica el mundo en un ápice y que, a su vez, empeña al
hablante también en un ápice. Por eso, el discurso no narrativo es por principio, peligroso. […]
Hay Tiempo de comentar y hay Tiempo de narrar. Así, hay tiempos gramaticales del co-
mentar y del narrar. Lo mismo que el grupo de tiempos II está para relatar, así el grupo I está
para comentar, para tratar de las cosas. Vamos, pues, a llamarlo grupo de tiempos del mundo co-
mentado y a los tiempos, tiempos comentadores. […]
El presente es […] el tiempo principal del mundo comentado y designa por ello una deter-
minada actitud comunicativa. Lo mismo vale para los demás tiempos del mundo comentado.
Como ejemplo del uso del presente en el mundo comentado es posible mencionar los guiones
cinematográficos, en los cuales aparece el presente con regularidad y constancia. […]
Como indicio de lo dicho sírvanos el hecho de que en el mundo narrado no tiene aplica -
ción toda una serie de adverbios temporales. Ahora, hoy, ayer, mañana, son “traducidos” cuando
estamos relatando y decimos entonces, en aquel tiempo, la víspera, al día siguiente.

5 Guy de Mapassant: Contes et Nouvelles. 2 tomos. París, 1956-7. [Trad. de E. Lerner]

45
V. OTRAS FORMAS DE INSCRIPCIÓN DEL SUJETO
EN EL DISCURSO

“Subjetivemas”
Catherine Kerbrat-Orecchioni
L'enonciation. De la subjetivité dans le langage, París, Armand Colin, 1980 (adaptación).

El sujeto de la enunciación, cuando debe verbalizar un referente cualquiera (real o imagi-


nario), seleccionando ciertas unidades del repertorio de la lengua, se enfrenta a dos opciones:
 el discurso objetivo, que intenta borrar toda huella del enunciador individual.
 el discurso subjetivo, en el que el enunciador:
 asume explícitamente su opinión: “Me parece horrible”.
 se reconoce implícitamente como fuente evaluativa de la información: “Es horrible”.

Los rasgos semánticos de los elementos léxicos que pueden considerarse subjetivos son los
siguientes:
 afectivo
 evaluativo, que puede dividirse en dos:
 axiológico, un rasgo bueno/malo, que afecta el objeto denotado y/o a un elemento
asociado cotextualmente.
 modalizador, que atribuye un rasgo del tipo verdadero/falso, también, en cierta for-
ma, axiológico, ya que verdadero implica bueno.

Consideraremos los elementos léxicos en sus clases tradicionales, para mostrar cómo se
realizan estos rasgos.

Sustantivos

La mayor parte de los sustantivos afectivos y evaluativos son derivados de verbos o adjeti -
vos, por lo que los consideraremos en el análisis de estos (amor/amar, belleza/bello, etc.). Hay,
sin embargo, un cierto número de sustantivos no derivados, que se pueden clasificar dentro de
los axiológicos como peyorativos (desvalorizadores) / elogiosos (valoralizadores):
 El rasgo puede estar representado en un significante, mediante un sufijo:
-acho: comunacho
-ete: vejete
-ucho: pueblucho
 El rasgo axiológico está en el significado de la unidad léxica; no son fijos, sino que de -
penden de varios factores: fuerza ilocutiva, tono, contexto, etc. Por ejemplo:
“La casa de José es una tapera”.
“Tapera” tiene, casi siempre, el rasgo peyorativo, lo que no impide que alguien muestre su
casa y diga: “¿Te gustó la tapera?”, donde el rasgo puede ser elogioso mediante la ironía. Por lo
general, en todas las lenguas los sustantivos relacionados con lo escatológico o lo sexual tienen
un rasgo peyorativo, aunque puede variar en ciertos contextos.

46
Adjetivos

Se pueden dividir según los siguientes rasgos:

 Afectivos: además de una propiedad del objeto enuncian una reacción emocional del hablante:
“Fue una escena terrible”
 Evaluativos no axiológicos: implican una evaluación cualitativa o cuantitativa del obje-
to, sin enunciar un juicio de valor o un compromiso afectivo del locutor. Su uso es relativo a la
idea que tiene el hablante de la norma de evaluación para la categoría de objetos.
“Esta casa es grande.”
“El camino es bastante largo.”
 Evaluativos axiológicos: además de la referencia a la clase de objetos al que se atribuye
la propiedad, al sujeto de la enunciación y sus sistemas de evaluación, aplican al objeto un jui -
cio de valor.
“Se dirigió a mí un hombre ambicioso.”

Adjetivos

Objetivos Subjetivos
soltero/casado
macho/hembra
adjetivos de color
Afectivos Evaluativos
desgarrador
alegre
patético
No axiológicos Axiológicos
grande ambicioso
lejano
caliente

Adverbios

Los más importantes de los adverbios subjetivos son los modalizadores. Se pueden clasifi -
car en los siguientes términos:

I) Modalizadores de la enunciación o del enunciado.


a) de la enunciación: remiten a una actitud del hablante con respecto a su enunciado:
“Francamente, no sé si vendré mañana.”
b) del enunciado: remiten a un juicio sobre el sujeto del enunciado:
“Posiblemente Juan no lo sepa.”

II) Modalizadores que implican un juicio.


a) de verdad:
“Quizá pueda curarse pronto.”
“Sin duda me casaré con ella.”

47
b) sobre la realidad:
“En efecto, Juan no vino ayer.”
“De hecho estuve totalmente equivocado.”

Finalmente, se pueden mencionar los adverbios restrictivos y apreciativos:


“Apenas me alcanzó para hacer la torta.”
“Resultó casi perfecto.”

Verbos

Algunos verbos están marcados subjetivamente de forma muy clara (por ejemplo “gus-
tar”). Su análisis implica una distinción triple:

I) ¿Quién hace el juicio evaluativo? Puede ser:

a) El emisor: es el caso de verbos del tipo pretender.


b) Un actante o participante del proceso, por lo general el agente, que en algunos casos
puede coincidir con el sujeto de la enunciación (“Deseo que…”). En esta medida, los ver -
bos del tipo desear, querer, se incorporan en esta clase como subjetivos ocasionales.

II) ¿Qué es lo que se evalúa?

a) El proceso mismo y, al mismo tiempo, el agente: “X chilla”.


b) El objeto del proceso, que puede ser:
1. una cosa o un individuo: “Detesto”.
2. un hecho, expresado mediante una proposición subordinada:“x desea que p”.

III) ¿Cuál es la naturaleza del juicio evaluativo?Se formula esencialmente en términos de:

a) bueno/malo: en el dominio de lo axiológico.


b) verdadero/falso/incierto: es el dominio de la modalización.

Verbos subjetivos ocasionales


No implican un juicio evaluativo más que cuando están conjugados en primera persona (o
cuando el agente del proceso coincide con el sujeto de enunciación).

I) Tipo bueno/malo.
a) Verbos de sentimiento: expresan una disposición favorable o desfavorable del agente
del proceso frente a su objeto y, correlativamente, una evaluación positiva o negativa
de este objeto: apreciar, ansiar, amar, odiar, detestar, temer, etc.
b) Verbos que denotan un comportamiento verbal: alabar, denotar, censurar, elogiar.

II) Tipo verdadero/falso/incierto.


Se trata aquí de los verbos que denotan la manera como un agente aprehende una reali-
dad perceptiva o intelectual: a esta aprehensión puede presentársela como más o me-

48
nos segura o, al contrario, como más o menos discutible (a los mismos ojos del agente
cuya experiencia se narra).
a) Verbos de percepción:
“A Juan le parecía que el sol quemaba.”
“Me parece que el sol quema.”
b) Verbos de opinión (aprehensión intelectual):
“Creo que tiene razón.”

Verbos intrínsecamente subjetivos


Implican una evaluación cuya fuente siempre es el sujeto de la enunciación.

I) Tipo bueno/malo.
La evaluación se refiere en primer lugar al proceso denotado (y, de contragolpe, a uno
y/u otros de sus actantes):
“Dejate de rebuznar.”
Un verbo de este tipo implica una evaluación hecha por el emisor sobre el proceso de-
notado (y de rebote sobre el agente que es responsable de este proceso).

II) Tipo verdadero/falso/incierto.


a) Verbos de decir:
1. Cuando el emisor no prejuzga de la verdad/falsedad de los contenidos enunciados en-
contramos verbos del tipo decir, afirmar, declarar. Por ejemplo: “Juan afirmó que Pedro
tenía razón”.
2. Cuando el emisor toma implícitamente posición encontramos verbos del tipo pre-
tender, confesar, reconocer. Por ejemplo: “Juan pretendió que Pedro tenía razón”.
b) Verbos de juzgar:
1. Cuando el emisor emplea la estructura “Juan critica a Pedro por lo que hizo” está
admitiendo como verdadera la proposición “Pedro es responsable de haberlo he-
cho”.
2. Cuando el emisor emplea la estructura “Juan acusa a Pedro de haberlo hecho” no
se pronuncia sobre la verdad de esta imputación.
c) Verbos de opinión: enuncian una actitud intelectual de X frente a P, por ejemplo:
imaginarse.

49
“Las modalidades”
Dominique Maingueneau
Introducción a los métodos de análisis del discurso, Bs. As., Hachette, 1980 (fragmento)

Penetramos en uno de los dominios menos estables, uno de los más confusos también, de
la teoría de la enunciación, lamentablemente, el análisis del discurso está obligado a recurrir a
él constantemente. Aquí nuestras ambiciones serán todavía extremadamente modestas, y
apuntaran sólo a presentar algunos elementos necesarios para un planteo del problema. Los
términos modalidades, modal, modalizador, modalización están cargados de interpretaciones, son
reclamados por distintas disciplinas y remiten a realidades lingüísticas variadas.
Son términos tomados de la lógica, y la gramática tradicional hace de ellos un uso tan
abundante como poco riguroso (categoría verbal del “modo”, actitud del hablante con respecto
a su enunciado, matices del pensamiento, etcétera).
Es en Charles Bally, precursor indirecto de la teoría de la enunciación, donde se encuentra
un empleo sistemático de esta noción. La modalidad es definida por el como “la forma lingüís-
tica de un juicio intelectual, de un juicio afectivo o de una voluntad que un sujeto pensante
enuncia a propósito de una percepción o de una representación de su espíritu”.1 En cada frase
hay dos elementos que deben ser distinguidos: el dictum y la modalidad. El dictum corresponde
al contenido representado -intelectual-, a la función de comunicación de la lengua, mientras
que la modalidad remite a la operación psíquica que tiene por objeto al dictum. La relación entre
modalidad y dictum no es constante, pero sigue una escala, de lo implícito a lo explícito. Así, el
dictum puede ser realizado por un verbo modal con un sujeto modal explícito:
yo = sujeto modal
Yo creo que está allí
creer = verbo modal
o sin sujeto modal: Es preciso que se vaya,
con un adverbio modal: Llegará probablemente
con un modo gramatical (el imperativo): Quiero que te vayas, ¡vete!, etc.

Bally da un ejemplo significativo de escala, que va desde lo explícito hasta lo sintético (la
modalidad incorporada al dictum). Así, en los enunciados siguientes el dictum es constante:

a) quiero que usted salga; b) le ordeno salir; c) es preciso que usted salga; d) usted debe salir;
e) salga; f) ¡afuera!; g) ¡ust!, h) mímica; i) expulsión física.

Charles Bally piensa que la modalidad está siempre presente, la mayoría de las veces in-
corporada; así, llueve corresponde en realidad a (yo compruebo que) llueve.

Dentro de los límites de este trabajo no podemos ocuparnos de los medios que han pro-
puesto los gramáticos generativistas para integrar a la teoría generativa los elementos lingüís-
ticos que corresponden a las modalidades: nos contentaremos con algunas aclaraciones termi-
nológicas. Según André Meunier, que se inspira en M. A. K. Halliday, 2 se pueden distinguir en
particular dos grandes clases: las modalidades de enunciación y las modalidades de enunciado, a las
que se agregan las modalidades de mensaje.

1 Ch. Bally, “Syntaxe de la modalité explicite”, Cahiers Ferdinand de Saussure (1942), p. 3.


2 “Modalités et communicaton”, en Langue Française, 21.

50
Las modalidades de enunciación

La modalidad de enunciación corresponde a una relación interpersonal, social, y exige en


consecuencia una relación entre los protagonistas de la comunicación. Una frase no puede re-
cibir más que una modalidad de enunciación —obligatoria— que puede ser declarativa, interro -
gativa, imperativa, exclamativa, y que especifica el tipo de comunicación entre el hablante y el
(los) oyente(s) (Jean Dubois y F. Dubois-Charlier no hablan de “modalidad de enunciación” sino
de “constituyentes de frase”, con una definición muy semejante). Consideremos, por ejemplo,
las frases:

Estoy seguro de que Francia es afortunada.


Estoy afligido de que Francia sea afortunada.

La “modalidad de enunciación” es la misma (declarativa), pero la “modalidad de enuncia-


do” (v. infra) es diferente. Además, el sujeto modal de los verbos modales y el sujeto de enun-
ciación coinciden (yo). Por el contrario, en una frase como:

León esta seguro de que Francia es afortunada,

el sujeto modal (León), es diferente del sujeto de enunciación (el yo que declara).

La modalidad de enunciación puede desembocar en una teoría de los “actos de lenguaje”


(v. infra), aprovechable para el análisis del discurso. Oswald Ducrot hace notar precisamente
que el acto de ordenar implica cierta relación jerárquica; asimismo, el derecho de interrogar
no se adjudica a cualquiera, y remite a un tipo particular de relación social. El mismo autor se -
ñala que el hecho de hacer una pregunta obliga al receptor a continuar el discurso, a respon-
der. En otras palabras, por la vía de las modalidades de enunciación se contribuiría a construir
esta teoría de las relaciones interhumanas de las que la lengua ofrece no solamente la ocasión y el
medio sino también el marco institucional, la regla. 3

Modalidades de enunciado

Las modalidades de enunciado son una categoría lingüística mucho menos evidente; no se
apoyan en la relación hablante/oyente, sino que caracterizan la manera en que el hablante
sitúa el enunciado en relación con la verdad, la falsedad, la probabilidad, la certidumbre, la ve -
rosimilitud, etc. (modalidades lógicas); o en relación con juicios apreciativos: lo feliz, lo triste, lo
útil, etc. (modalidades apreciativas). Así, en: Es posible que venga Pablo, es posible constituye la mo-
dalidad lógica, sintácticamente distinta, aquí, de la “proposición básica” (Pablo venir). En cam-
bio, en Pablo está seguramente allí, la modalidad lógica se manifiesta sintácticamente por un ad-
verbio (seguramente).
Lo mismo vale para la modalidad apreciativa; se puede distinguir, por ejemplo, entre Es
una suerte que Pablo esté allí y Afortunadamente Pablo está allí.
En la medida en que una lengua no es de ningún modo un lenguaje lógico, la manera como
las modalidades de enunciado se incorporan a la proposición básica no deja de tener efecto so -
bre su significación. Como siempre que se compara lógica y lenguaje, es sorprendente la diver-
sidad de recursos de las lenguas: así para la modalidad de lo posible, nos encontramos con es-
3 Dire et ne pas dire, Hermann, 1972, p. 4.

51
tructuras de frases muy variadas que llegan a hacer dudar de la homogeneidad lingüística de
esta modalidad:

a) Es posible que partamos.


b) No es imposible que partamos.
c) Puede que partamos.
d) Quizá partamos.
e) Puede ser que partamos.
f) Nuestra partida es posible.
g) Nuestra partida no es imposible.
h) Podemos partir4

La equivalencia semántica de estas frases presenta dificultades: a) y b), f) y g), respectiva -


mente, difieren sutilmente, mientras que f) y d) son netamente distintas. Según Ducrot, los ti-
pos f) y d) corresponden a actitudes distintas en el enunciador: f) afirma una posibilidad, mien-
tras que en d) el hablante “toma una cierta actitud que no es ni afirmación ni rechazo, ante el
acontecimiento considerado [...] La posibilidad es afirmada por f) y representada por d)”. 5 Ve
aquí una diferencia análoga a la que opone estoy triste (afirmado) y ¡ay! (representado), tanto
síntoma como expresión del dolor.
Tales diferencias son importantes en una perspectiva de análisis del discurso teniendo en
cuenta la relación que existe entre enunciador y enunciado.
Además, la lengua no presenta un sistema evidente y simple de modalidades lógicas, segu-
ramente tiende más bien a la probabilidad que a la certidumbre; ¿qué decir de ciertamente, sin
duda, etc.? No puede decirse que ciertamente y seguramente sean el correlato exacto de cierto y
seguro. No hay más que evocar la complejidad de los verbos llamados “modales” (poder, deber)
para comprender cuántas dificultades provoca la noción de modalidad de enunciado. En cuan -
to a las modalidades apreciativas, circunscribirlas o clasificarlas constituye una tarea altamen-
te problemática; es difícil por ejemplo, identificar:
a) Es una suerte que León se vaya.
b) León se va, ¡por suerte!

Modalidades de mensaje

Abordamos aquí una cuestión muy delicada, puesto que se trata de hecho del valor moda-
lizador de ciertas transformaciones sintácticas. Estas tienen un papel muy importante por cier-
to, pero bastante oscuro por el momento. Nos limitaremos a hacer algunas referencias carentes
de todo formalismo.
En este punto, hay que rechazar dos actitudes extremas: creer que a cada trasformación
(por ejemplo, la pasivación o la nominalización) corresponde una incidencia semántica sobre la
oración que sea constante, unívoca; o, inversamente, pretender que no se puede asignar a prio-
ri ninguna significación fuera de contextos discursivos determinados. En el primer caso se co-
rrería el riesgo de caer en una especie de “clave de las transformaciones” comparable a la “cla-

4 Señalemos que la modalidad lógica puede estar implícita, ligada a los determinantes, a los tiempos verbales, etc.
Así, en Tes père et mère honoreras [“Honrarás a tu padre y a tu madre”], la modalidad de obligación está presente, ligada
a la estructura de la máxima y al futuro. También puede haber ambigüedades: Estos vidrios se limpian puede ser inter-
pretado como una posibilidad (pueden limpiarse) o una necesidad (deben limpiarse).
5 Ob. cit., pp. 66-67.

52
ve de los sueños”; en el segundo, se estarían negando las restricciones que impone la lengua.
Será preferible sostener que hay una predisposición de tal transformación o de tal tipo para tal
incidencia semántica, pero que esa predisposición puede tanto ejercerse plenamente como ser
neutralizada, desplazada, o incluso invertida en el funcionamiento efectivo o tipo de discurso.
Vamos a considerar aquí, y muy superficialmente, sólo dos cuestiones: ubicación del
“tema”, importancia del “agente”.
El lingüista inglés M. A. K. Halliday, 6 siguiendo a muchos otros, insiste en la existencia de
dos componentes en la oración: el tema y el rema. El tema es, en cierto sentido, el “sujeto psico-
lógico, es decir, el elemento al cual se enganchan el resto de la oración, el elemento esencial,
destacado generalmente por su posición inicial. En la mayoría de los casos, el tema coincide
con el sujeto gramatical, y el rema, con lo que se dice de él” (se habla también de tópico y co-
mentario).

El león / devora al ratón


tema rema
(tópico) (comentario)

Diversas trasformaciones permiten poner en posición de tema a tal o cual constituyente


de la oración.

Brusquement (tema), l’auto disparut (rema)


[“Repentinamente, el auto desapareció”]7

-Desplazamiento a
la posición inicial
Á Paris (tema), il a été fait prisonnier (rema)
[“En París, fue hecho prisionero”].

-Realce por medio de c’est [“es que”]: C’est Pierre que León aime [“Es a Pedro a quien ama
León”]. Según J. y F. Dubois, 8 esta oración, que se distingue de la oración enfática (v. infra), pro-
viene del encaje de:

León aime quelqu’n [“León ama a alguien”].


Ce quelq’un est Pierre [“Ese alguien es Pedro”].

Esta transformación puede operar sobre diversos constituyentes: C’est hier que j’ai vu León
[“Fue ayer que vi a León”], c’est moi qui ai vu León [“fui yo que vi a León”], C’est León que j’ai vu
[“fue León a quien vi”], etc.

-El énfasis, que se acompaña de una pronominalización y de una dislocación. La transfor-


mación puede operar sobre:
6 Ver “Notes on transitiVity and theme” (Journal of Linguistics), III-l, III-2, IV-2 (1967-68).
7 La traducción de estos ejemplos no significa que exista una equivalencia exacta entre el francés y el español (N. de
la T.).
8 Eléments de linguistique française, Larousse, 1970, p. 184.

53
• el sujeto:
Pierre, il aime León [“Pedro, ama a León”] (familiar)
• el objeto directo:
Paul León l’aime [“A Pablo, León lo ama”]
• el objeto indirecto:
Á Paul, je le lui ai dit [“A Pablo, yo se lo he dicho”]
(variante = j’ y ai dit)
L’argent, je m’en moque [“La plata, me río de ella”]
• un grupo preposicional:
Paris, j’y suis reste’ deux jours [“En París, allí me quede dos días”], etc.

La lengua familiar emplea también una dislocación hacia atrás:


Je l’ai vu, León [“Yo lo vi, a León”].
Je le lui dit, à Paul [“Yo le dije, a Pablo”], etc.

La ubicación del tema es evidentemente indisociable del contexto que es el único que la
justifica o no para tal o cual elemento de la oración.
La transformación pasiva está ligada directamente al problema del tema; en efecto, de ella
resulta la colocación del objeto directo en posición inicial y consecuentemente, su conversión
en tema:
Marie / embrasse León León / est embrasse’ par Marie9
tema rema tema rema

La pasivación plantea sin embargo problemas específicos, relacionados particularmente con


el “agente” del proceso. Obsérvese que la pasivación ofrece dos posibilidades: hacer desaparecer
el agente o destacarlo por medio de una preposición.
La supresión del agente presenta grandes facilidades, pero puede deberse a múltiples causas
(el agente es perfectamente conocido, o desconocido, no se lo quiere mencionar, etc); inversa-
mente, la pasivación puede servir para destacar el agente, sobre el cual se cristaliza lo esencial de
la información que proporciona la oración: Estos logros han sido cumplidos por el pueblo (sobren-
tendido: y no por tal otro agente). La pasiva con agente es, pues, muy diferente de la pasiva in-
completa.
Según Jean Dubois,10 existen igualmente factores sintácticos que favorecen la pasivación:
por una parte, el contexto para evitar ciertas ambigüedades y, por otra, el carácter animado del
sujeto de la oración transitiva. En el primer caso, por ejemplo en lugar de decir: La producción au-
tomotriz crece en Francia. Pero los excesos de la industria pueden debilitar su impulso, se dirá pero su im-
pulso puede ser debilitado..., para acercar su a producción. En el segundo caso, habría una tendencia
a restablecer el orden animado --> inanimado cuando, en la transitiva, el sujeto es un no-anima-
do y el objeto un animado, y no hay un determinante que remita a un elemento precedente del
enunciado: El granero fue destruido por un transeúnte, pero Un transeúnte fue atropellado por un auto.
Consideremos, por ejemplo, estas tres oraciones:
(1) Este país se gobierna bien.
(2) Este país es bien gobernado.
(3) León gobierna bien este país11

9 “María / abraza a León” --> “León / es abrazado por María” (N. de la T.)
10 Grammaire structurale: le verbe. Larousse, Cap. V.
11 Para Halliday, ob.cit.

54
El tipo (1) ha sido abundantemente estudiado, y desde hace mucho tiempo (en relación
con los problemas de modalidad y de transitividad). El tipo (2) es una pasiva incompleta, y (3),
una transitiva directa con “agente” en posición inicial. En los tres casos hay un agente implíci -
to (1), semiimplícito (2), explícito (3). Para Halliday, (1) es una construcción de tipo “orientado
hacia el proceso”: en efecto, la oración deja entender que el país se gobierna bien en virtud de
una cualidad que posee él en sí mismo, sea cual sea el agente que se encargue de él; en cambio,
(3) es del tipo “orientado hacia el agente”, en el sentido de que es la acción de ese agente la que
está en el origen de esa buena administración. El tipo (2), la pasiva, estaría también orientado
hacia el agente, pero mucho más discretamente.
Finalmente, para dejar el problema de las transformaciones y ocuparnos del “agente”,
comparemos estas dos oraciones tomadas de N. Ruwet, a quien seguimos en este punto: 12

(1) Jean-Baptiste a fait plonger Jésus dans l’eau. [“Juan el Bautista hizo sumergirse a Jesús en
el agua”]
(2) Jean-Baptiste a plongé Jésus dans l’eau. [“Juan el Bautista sumergió a Jesús en el agua”]

En los dos casos, Jean-Baptiste es agente, la diferencia entre (1) (causativo) y (2) (transiti-
vo) está relacionada, según Ruwet, con la noción de “conexión directa/indirecta”. En la cone-
xión directa, “la acción expresada por el verbo es concebida como un proceso global, unitario,
particularmente desde el punto de vista temporal”; 13 en cambio, en (1), Jean-Baptiste ha podido
actuar por persuasión, indirectamente... En (2), conexión directa, el objeto directo es interpre -
tado como objeto inerte, pasivo, y no como agente autónomo. Así, se dira: (3) J’ai rentré l’auto au
garage [“He entrado el auto en el garaje”] y no (4) J’ai rentré les invités au salon [“He entrado los
invitados en el salón”].
La oración: Jo a sorti Jim du bar [“Jo sacó a Jim del bar”] supone una acción directa sobre un
Jim convertido en objeto, caso diferente de: Jo a fait sortir Jim du bar [“Jo hizo salir a Jim del
bar”].14 Esto explicaría giros periodísticos como: Le ministre a démissionné son secrétaire d’Etat [“El
ministro ha renunciado a su secretario de Estado”], que supone una coerción directa, o como:
La police a suicidé Stavisky [“La policía ha suicidado a Stavisky”]. 15
Ruwet emite así la hipótesis de que existiría una jerarquía de las construcciones en fun-
ción de ese criterio de la conexión directa, que dejaría más o menos valor “agentivo” indepen-
diente a la segunda FN. La distancia sería mínima, y la conexión, inmediata en FN 1 VFN2 (Jo sort
Jim). FN1 faire FN2 (Jo fait sortir Jim) tendría una posición intermedia. Pero FN faire que [sFN2 VX]
(Paul a fait que Pierre est parti [“Pablo hizo que Pedro se fuera”]) o FN 1 faire en sorte que [sVFN2X]
(Paul a fait en sorte que Pierre est parti [“Pablo logró que Pedro se fuera”]) estarían ligados con
una conexión muy indirecta. ¿Cuál es la relación entre el número de nudos del árbol que sepa -
ran a FN1 de FN2 y la autonomía de FN2?
Todos estos problemas son de una complejidad aterradora, pero el análisis del discurso
haría evidentemente grandes progresos si estos fenómenos todavía muy oscuros encontraran
su explicación en una teoría sintáctica coherente.
12 Théorie syntaxique du français. Seuil, 1972, pp. 126-180.
13 Ibídem. P. 152.
14 En español, verbos como entrar o pasar se comportan de modo semejante: puede decirse entró el auto en el garaje y
no *entré a los invitados en el sala, pero sí entré al nene porque hacia frío o entró a Juan por la fuerza, donde el nene y Juan
se interpretan como objetos pasivos. De la misma manera pasé la mesa de la sala al comedor o pasé a mi secretaria a otra
sección, pero no pasé a los invitados de la sala al comedor. Cf. hice entrar a los amiguitos de mi hijo o me hizo pasar amable-
mente. (N. de la T.)
15 N. Ruwet, ob. cit., p, 155.

55
Segunda parte: perspectiva sociosemiótica

I. INTRODUCCIÓN
El “Circulo de Bajtín” y el lenguaje como práctica social
María Cecilia Pereira

Tal como señalan Cristian Botta y Jean Paul Bronkart (2010), en Rusia (y posteriormente
en la Unión Soviética), los distintos enfoques que adoptan los estudios sobre el lenguaje
durante el primer tercio del siglo XX reposan sobre un conocimiento detallado de los
aportes de otras ciencias humanas y sobre la preocupación común de los lingüistas, se-
miólogos y filósofos de lenguaje por la comprensión del papel que juega la actividad ver-
bal tanto en el funcionamiento psíquico como en la organización social de los seres hu -
manos. Ese carácter interdisciplinario de la investigación condujo a este grupo a estudiar
del lenguaje en uso, su articulación con las prácticas sociales en las que interviene y de
los sentidos que van fijando los signos al ser empleados. Uno de los enfoques desarro-
llados en esos años considera el lenguaje como un “uso interactivo organizado en dis-
cursos cuyas unidades (los signos) tienen la propiedad de fijar las representaciones del
mundo en el momento mismo en que estas se vuelven compartibles o colectivas” (Botta
y Bronkart, 2010:114). Lingüistas soviéticos del denominado “Circulo de Bajtín” (un pe-
queño grupo que reunía, entre otros, a Pável N. Medvédev, Valentín N. Voloshinov y Mijaíl
Bajtín) adoptan, con matices distintos, esta perspectiva sociosemiótica.
Entre ellos, Valentin Voloshinov (1929) se propone estudiar las formas de organización
colectiva de la comunidad humana, los tipos de comunicaciones sociales que posibilitan
esas distintas formas de organización, los modos de interacción verbal y los enunciados
organizados en textos. Desde una posición materialista, Voloshinov sostenía que las sig-
nificaciones construidas en la actividad colectiva se cristalizan en signos y que, en con-
secuencia, se debían analizar los valores adoptados por los signos en las diferentes for-
mas de interacción verbal y en las actividades sociales en que eran empleados. Esta
perspectiva parte de una concepción concreta de la comunicación, donde los signos lin-
güísticos adquieren diversos sentidos al ser usados por sujetos diferentes en situaciones
diferentes. De esta manera, y a diferencia de los planteos de F. de Saussure, no habría
un único significado en correspondencia con un único significante sino diferentes
sentidos en disputa. Esto puede observarse muy claramente en el discurso político,
donde los hablantes pueden emplear las mismas palabras (por ejemplo, democracia, jus-
ticia, seguridad) pero atribuyéndoles distintos sentidos según su posicionamiento políti-
co, social, de clase, etc. De ahí que para esta corriente, el signo es un terreno de lucha
ideológica.
A partir de estas reflexiones, Voloshinov inicia una teorización sobre los géneros del dis-
curso. Más allá de las diferencias que hoy se conocen entre la perspectiva de Bajtín y la
de Voloshinov, estudiaremos el lugar central que ocupa el concepto de género discursivo
para este posicionamiento, los roles sociodiscursivos que los enunciados ponen en es-
cena y los registros de habla que movilizan a partir un célebre artículo de Bajtín “El pro-
blema de los géneros discursivos” (1953), publicado posteriormente en su obra Estética

56
de la creación verbal de 1979. Allí, Bajtín vincula los discursos con las prácticas sociales
e históricas y propone el concepto de género discusivo para caracterizar ciertas regulari-
dades que comparten los enunciados. Por ejemplo, los enunciados propios de la prácti-
ca política pueden compartir rasgos que permitan ubicarlos en los géneros “discurso de
campaña”, “programa de gobierno”, “afiche de propaganda de un partido”, etc… Aun-
que el criterio clasificatorio no sea constante ni homogéneo, los géneros son categorías
a las que apelan cotidianamente los hablantes para referirse a los discursos (“me escri-
bió una carta”, “mandó un correo electrónico”, “envió el telegrama de renuncia). Las
ciencias del lenguaje, por su parte, consideran el género discursivo como una unidad
para el análisis de los discursos sociales, como una institución del habla determinada
social e históricamente que permite caracterizar tanto los enunciados que se producen
en un ámbito o esfera de la actividad social como a la sociedad misma que los produce.
Si se observan estos dispositivos de comunicación desde un punto de vista histórico,
puede decirse que la historia de la sociedad es de algún modo la historia de los gé-
neros discursivos. Dominique Maingueneau (2014) señala que la emergencia, la des-
aparición o la disminución de la presencia de un género constituyen datos centrales para
observar los cambios en el mundo social:

Se puede analizar el pasaje de un género, como los pequeños anuncios matrimo-


niales estereotipados de la prensa escrita, a otro, como el de los sitios de encuen-
tros en Internet que funcionan en las redes sociales. La evolución no es una simple
actualización tecnológica sino que responde a transformaciones profundas que
conciernen al estatuto de la pareja en la sociedad, el rol de ciertos intermediarios
(la prensa, las agencias matrimoniales), la atenuación de la distancia entre lo pú-
blico y lo privado, entre lo sexual y lo sentimental, etc…Los géneros evolucionan
constantemente al compás de los cambios sociales, aun cuando muchas de las eti-
quetas que se emplean para designarlos se mantengan.

(Dominique Maingueneau, 2014: 69 [adaptación])

Además de destacar el carácter histórico de los géneros, el círculo de Bajtín encaró un


estudio sobre el carácter dialógico del lenguaje, según la cual todo enunciado, es decir,
toda secuencia lingüística efectivamente pronunciada por un hablante concreto en cir-
cunstancias concretas, se relaciona con otros enunciados. Un estudioso de las ideas de
Bajtín, Jacques Bres (2013) subraya que la conceptualización del lenguaje como práctica
social permite profundizar en los distintos rasgos del diálogo que se escenifica en su
uso.

En lo que se refiere a la noción de dialogismo […] es un principio que gobierna to-


das las prácticas humanas. En el nivel del lenguaje consiste en la orientación del
discurso, tanto en producción como en interpretación, hacia otros discursos y esto
se manifiesta de manera triple: (1) hacia discursos anteriores […] (2) hacia la res-
puesta que solicita y sobre la que se anticipa; (3) hacia sí mismo.

57
Esta triple orientación se realiza como interacción y tiene por resultado un dialo-
gismo interior, al que Bajtín se refiere con diferentes metáforas: pluralidad de vo-
ces, resonancias, ecos, armonías dialógicas, reflejos de los enunciados de otros en
el propio, que atraviesan el texto en todos los niveles desde los macroestructurales
hasta su microestructura: la palabra.

(Jacques Bres, 2013: 4-5, [Adaptación])

De este modo, la concepción del lenguaje, de los enunciados y de los géneros discursi-
vos que inició el círculo de Bajtín abre las posibilidades para un estudio del enunciado
que atiende a la serie en la que se integra, a la trama histórica voces anteriores con las
que dialoga, a su relación con el posicionamiento desde el que es producido y a las posi-
bles respuestas que busca suscitar. Al decir de Dosse, esto marca la distancia de la con-
cepción de Bajtin con los abordajes estructurales del texto pues “una aproximación se-
mejante discute […] de entrada con el postulado del cierre del texto en sí mismo, la
clausura que le permitiría explicar su estructura” (Dosse, 2004: 70).
A continuación abordaremos la reflexión de Bajtín sobre los géneros discursivos y los es-
tudios sobre la polifonía que partieron de sus aportes.

Bibliografía

Bota, Cristian y Bronckart, Jean Paul, “Voloshinov y Bajtin: dos enfoques radicalmente
opuestos de los géneros de textos y de su carácter”. En: Riestra, Dora (comp.),
Saussure, Voloshinov y Bajtín revisitados. Estudios históricos y epistemológicos,
Buenos Aires, Miño y Dávila, 2010.
Bres, Jacques, “Énonciation et dialogisme: un couple improbable?”. En: Dufaye, Lionel
et Gournay, Lucie (éds). Benveniste après un demisiècle. Regards sur l'énonciation
aujourd´hui, Paris, Ophrys, 2013.
Dosse, François, Historia del estructuralismo. Tomo I, El campo del signo 1845-1966,
Akal ediciones, 2004.
Maingueneau, Dominique, Discours et analyse du discours, Paris, Armand Collin, 2014.
Voloshinov, Valentín, El Marxismo y la filosofía del lenguaje, Buenos Aires, Ediciones Go-
dot, 2009.

58
“El problema de los géneros discursivos”*
Mijaíl Bajtín
Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI, 1982 (primera edición en español). Selección y adaptación de
Elvia Rosolía

a. Planteamiento del problema y definición de los géneros discursivos


Las diversas esferas de la actividad humana están todas relacionadas con el uso de la len -
gua. Por eso está claro que el carácter y las formas de su uso son tan multiformes como las es -
feras de la actividad humana, lo cual, desde luego, en nada contradice a la unidad nacional de
la lengua. El uso de la lengua se lleva a cabo en forma de enunciados (orales y escritos) concre-
tos y singulares que pertenecen a los participantes de una u otra esfera de la praxis humana.
Estos enunciados reflejan las condiciones específicas y el objeto de cada una de las esferas no
sólo por su contenido (temático) y por su estilo verbal, o sea por la selección de los recursos lé -
xicos, fraseológicos y gramaticales de la lengua, sino, ante todo, por su composición o estructu -
ración. Los tres momentos mencionados -el contenido temático, el estilo y la composición- es-
tán vinculados indisolublemente en la totalidad del enunciado y se determinan, de un modo
semejante, por la especificidad de una esfera dada de comunicación. Cada enunciado separado
es, por supuesto, individual, pero cada esfera del uso de la lengua elabora sus tipos relativa-
mente estables de enunciados, a los que denominamos géneros discursivos.
La riqueza y diversidad de los géneros discursivos es inmensa, porque las posibilidades de
la actividad humana son inagotables y porque en cada esfera de la praxis existe un repertorio
de géneros discursivos, que se diferencia y crece a medida que se desarrolla y se complica la es -
fera misma. Aparte hay que poner de relieve una extrema heterogeneidad de los géneros dis-
cursivos (orales y escritos). Efectivamente, debemos incluir en los géneros discursivos tanto las
breves réplicas de un diálogo cotidiano (tomando en cuenta el hecho de que es muy grande la
diversidad de los tipos del diálogo cotidiano según el tema, situación, número de participantes,
etc.) como un relato (relación) cotidiano, tanto una carta (en todas sus diferentes formas) como
una orden militar, breve y estandarizada; asimismo, allí entrarían un decreto extenso y deta-
*Nota aclaratoria
Trabajo escrito en 1952-1953 en Saransk; fragmentos publicados en Literaturnaia uchioba (1978, núm. 1, 200-219).
El fenómeno de los géneros discursivos fue investigado por Bajtín ya en los trabajos de la segunda mitad de los años
20. En el libro Marksizm i filosofia iazyka (Leningrado, 1929; en lo sucesivo se cita según la segunda edición, 1930; el
texto principal del libro pertenece a Bajtín, pero el libro fue publicado bajo el nombre de V. N. Volóshinov) se apun -
ta un programa para el estudio de “los géneros de las actuaciones discursivas en la vida y en la creación ideológica,
con la determinación de la interacción discursiva" (p. 98) y “partiendo de ahí, una revisión de las formas del lengua -
je en su acostumbrado tratamiento lingüístico" (ídem). Allí mismo se da una breve descripción de los “géneros coti-
dianos" de la comunicación discursiva: “Una pregunta concluida, una exclamación, una orden, una súplica, repre-
sentan los casos más típicos de enunciados cotidianos. Todos ellos (sobre todo aquellos tales como súplica y orden)
exigen un complemento extraverbal, así como un enfoque asimismo extraverbal. El mismo tipo de conclusión de es -
tos pequeños géneros cotidianos se determina por la fricción de la palabra sobre el medio extralingüístico y sobre la
palabra ajena (la de otras personas). [...] Toda situación cotidiana estable posee una determinada organización del
auditorio y, así, un pequeño repertorio de pequeños géneros cotidianos" (pp. 98-99).
Una amplia representación del género como de una realidad de la comunicación humana (de tal modo que los géne -
ros literarios se analizan como géneros discursivos, y la serie de los últimos se define en los límites que comprenden
desde una réplica cotidiana hasta una novela de varios tomos) se relaciona con la importancia excepcional que Baj-
tín atribuía, en la historia de la literatura y de la cultura, a la categoría del género como portadora de las tendencias
“más estables y seculares" del desarrollo literario, como “representante de la memoria creadora en el proceso del
desarrollo literario" (Problemy poetiki Dostoievskogo, 178-179). Cf. un juicio que desplaza las acostumbradas nociones
de los estudios literarios: “Los historiadores de la literatura, lamentablemente, suelen reducir esta lucha de la nove -
la con otros géneros, y todas las manifestaciones de la novelización, a la vida y la lucha de las corrientes literarias.
[...] Detrás del ruido superficial del proceso literario no ven los grandes e importantes destinos de la literatura y del
lenguaje, cuyos motores principales son ante todo las géneros, mientras que las corrientes y las escuelas son apenas
héroes secundarios" (Voprosy literatury i estetiki, 451).
En los años 50-70, Bajtín planeaba escribir un libro bajo el título Zhanri rechi; el presente trabajo representa apenas
un esbozo de aquel trabajo jamás realizado.

59
llado, el repertorio bastante variado de los oficios burocráticos (formulados generalmente de
acuerdo con un estándar), todo un universo de declaraciones públicas (en un sentido amplio:
las sociales, las políticas); pero además tendremos que incluir las múltiples manifestaciones
científicas, así como todos los géneros literarios (desde un dicho hasta una novela en varios to -
mos). Podría parecer que la diversidad de los géneros discursivos es tan grande que no hay ni
puede haber un solo enfoque para su estudio, porque desde un mismo ángulo se estudiarían fe -
nómenos tan heterogéneos como las réplicas cotidianas constituidas por una sola palabra. y
como una novela en muchos tomos, elaborada artísticamente, o bien una orden militar, estan -
darizada y obligatoria hasta por su entonación, y una obra lírica, profundamente individualiza-
da, etc. el hecho de que el problema general de los géneros discursivos jamás se haya plantea-
do. [...] Se han estudiado, principalmente, los géneros literarios. Pero desde la antigüedad
clásica hasta nuestros días estos géneros se han examinado dentro de su especificidad literaria
y artística, en relación con sus diferencias dentro de los límites de lo literario, y no como deter-
minados tipos de enunciados que se distinguen de otros tipos, pero que tienen una naturaleza
verbal (lingüística) común. El problema lingüístico general del enunciado y de sus tipos casi no
se ha tomado en cuenta. A partir de la antigüedad se han estudiado también los géneros retóri -
cos (y las épocas ulteriores, por cierto, agregaron poco a la teoría clásica); en este campo ya se
ha prestado mayor atención a la naturaleza verbal de estos géneros en tanto que enunciados, a
tales momentos como, por ejemplo, la actitud con respecto al oyente y su influencia en el
enunciado, a la conclusión verbal específica del enunciado (a diferencia de la conclusión de un
pensamiento), etc. Pero allí también la especificidad de los géneros retóricos (judiciales, políti-
cos) encubría su naturaleza lingüística común. [...]
De ninguna manera se debe subestimar la extrema heterogeneidad de los géneros discur-
sivos y la consiguiente dificultad de definición de la naturaleza común de los enunciados. Sobre
todo hay que prestar atención a la diferencia, sumamente importante, entre géneros discursi-
vos primarios (simples) y secundarios (complejos); tal diferencia no es funcional. Los géneros
discursivos secundarios (complejos) –a saber, novelas, dramas, investigaciones científicas de
toda clase, grandes géneros periodísticos, etc.– surgen en condiciones de la comunicación cul-
tural más compleja, relativamente más desarrollada y organizada, principalmente escrita: co-
municación artística, científica, sociopolítica, etc. En el proceso de su formación estos géneros
absorben y reelaboran diversos géneros primarios (simples) constituidos en la comunicación
discursiva inmediata. Los géneros primarios que forman parte de los géneros complejos se
transforman dentro de estos últimos y adquieren un carácter especial: pierden su relación in -
mediata con la realidad y con los enunciados reales de otros, por ejemplo, las réplicas de un
diálogo cotidiano o las cartas dentro de una novela, conservando su forma y su importancia co-
tidiana tan sólo como partes del contenido de la novela, participan de la realidad tan sólo a tra -
vés de la totalidad de la novela, es decir, como acontecimiento artístico y no como suceso de la
vida cotidiana. La novela en su totalidad es un enunciado, igual que las réplicas de un diálogo
cotidiano o una carta particular (todos poseen una naturaleza común), pero, a diferencia de és-
tas, aquello es un enunciado secundario (complejo).
[…] El menosprecio de la naturaleza del enunciado y la indiferencia frente a los detalles de
los aspectos genéricos del discurso llevan, en cualquier esfera de la investigación lingüística, al
formalismo y a una abstracción excesiva, desvirtúan el carácter histórico de la investigación,
debilitan el vínculo del lenguaje con la vida. Porque el lenguaje participa en la vida a través de
los enunciados concretos que lo realizan, así como la vida participa del lenguaje a través de los
enunciados. El enunciado es núcleo problemático de extrema importancia. Analicemos por este
lado algunas esferas y problemas de la lingüística.

60
Ante todo, la estilística. Todo estilo está indisolublemente vinculado con el enunciado y
con las formas típicas de enunciados, es decir, con los géneros discursivos. Todo enunciado,
oral o escrito, primario o secundario, en cualquier esfera de la comunicación discursiva, es in -
dividual y por lo tanto puede reflejar la individualidad del hablante (o del escritor), es decir
puede poseer un estilo individual. Pero no todos los géneros son igualmente susceptibles a se -
mejante reflejo de la individualidad del hablante en el lenguaje del enunciado, es decir, no to-
dos se prestan a absorber un estilo individual. Los más productivos en este sentido son los gé -
neros literarios: en ellos, un estilo individual forma parte del propósito mismo del enunciado,
es una de las finalidades principales de éste; sin embargo, también dentro del marco de la lite -
ratura los diversos géneros ofrecen diferentes posibilidades para expresar lo individual del len-
guaje y varios aspectos de la individualidad. Las condiciones menos favorecedoras para el refle-
jo de lo individual en el lenguaje existen en aquellos géneros discursivos que requieren formas
estandarizadas, por ejemplo, en muchos tipos de documentos oficiales, en las órdenes milita-
res, en las señales verbales, en el trabajo, etc. En tales géneros sólo pueden reflejarse los aspec-
tos más superficiales, casi biológicos, de la individualidad (y ordinariamente, en su realización
oral de estos géneros estandarizados). En la gran mayoría de los géneros discursivos (salvo los
literarios) un estilo individual no forma parte de la intención del enunciado, no es su finalidad
única sino que resulta ser, por decirlo así, un epifenómeno del enunciado, un producto comple -
mentario de éste. En diferentes géneros pueden aparecer diferentes estratos y aspectos de la
personalidad, un estilo individual puede relacionarse de diferentes maneras con la lengua na-
cional. El problema mismo de lo nacional y lo individual en la lengua es, en su fundamento, el
problema del enunciado (porque tan sólo dentro del enunciado la lengua nacional encuentra
su forma individual). La definición misma del estilo en general y de un estilo individual en par -
ticular requiere de un estudio más profundo tanto de la naturaleza del enunciado como de la
diversidad de los géneros discursivos.
El vínculo orgánico e indisoluble entre el estilo y el género se revela claramente en el pro -
blema de los estilos lingüísticos o funcionales. En realidad los estilos lingüísticos o funcionales
no son sino estilos genéricos de determinadas esferas de la actividad y comunicación humana.
En cualquier esfera existen y se aplican sus propios géneros, que responden a las condiciones
específicas de una esfera dada; a los géneros les corresponden diferentes estilos. Una función
determinada (científica, técnica, periodística, oficial, cotidiana) y unas condiciones determina-
das, específicas para cada esfera de la comunicación discursiva, generan determinados géne-
ros, es decir, unos tipos temáticos, composicionales y estilísticos de enunciados determinados y
relativamente estables. El estilo está indisolublemente vinculado a determinadas unidades te-
máticas y, lo que es más importante, a determinadas unidades composicionales; el estilo tiene
que ser con determinados tipos de estructuración de una totalidad, con los tipos de su conclu-
sión, con los tipos de la relación que se establece entre el hablante y otros participantes de la
comunicación discursiva (los oyentes o lectores, los compañeros, el discurso ajeno, etc.). El es-
tilo entra como elemento en la unidad genérica del enunciado. Lo cual no significa, desde lue-
go, que un estilo lingüístico no pueda ser objeto de un estudio específico e independiente. Tal
estudio, o sea la estilística del lenguaje como disciplina independiente, es posible y necesario.
Pero este estudio sólo sería correcto y productivo fundado en una constante consideración de
la naturaleza genérica de los estilos de la lengua, así como en un estudio preliminar de las cla-
ses de géneros discursivos. Hasta el momento la estilística de la lengua carece de esta base. De
ahí su debilidad. No existe una clasificación generalmente reconocida de los estilos de la len-
gua. Los autores de las clasificaciones infringen a menudo el requerimiento lógico principal de
la clasificación: la unidad de fundamento. Las clasificaciones resultan ser extremadamente po-

61
bres e indiferenciadas. Por ejemplo, en la recién publicada gramática académica de la lengua
rusa se encuentran especies estilísticas del ruso como: discurso libresco, discurso popular,
científico abstracto, científico técnico, periodístico, oficial, cotidiano familiar, lenguaje popular
vulgar. Junto con estos estilos de la lengua figuran, como subespecies estilísticas, las palabras
dialectales, las anticuadas, las expresiones profesionales. Semejante clasificación de estilos es
absolutamente casual, y en su base están diferentes principios y fundamentos de la división
por estilos. Además, esta clasificación es pobre y poco diferenciada. 1 Todo esto resulta de una
falta de comprensión de la naturaleza genérica de los estilos. También influye la ausencia de
una clasificación bien pensada de los géneros discursivos según las esferas de la praxis, así
como de la distinción, muy importante para la estilística, entre géneros primarios y secunda-
rios.
La separación entre los estilos y los géneros se pone de manifiesto de una manera espe -
cialmente nefasta en la elaboración de una serie de problemas históricos.
Los cambios históricos en los estilos de la lengua están indisolublemente vinculados a los
cambios de los géneros discursivos. La lengua literaria representa un sistema complejo y diná-
mico de estilos; su peso específico y sus interrelaciones dentro del sistema de la lengua litera -
ria se hallan en un cambio permanente. La lengua de la literatura, que incluye también los esti -
los de la lengua no literaria, representa un sistema aún más complejo y organizado sobre otros
fundamentos. Para comprender la compleja dinámica histórica de estos sistemas, para pasar de
una simple (y generalmente superficial) descripción de los estilos existentes e intercambiables
a una explicación histórica de tales cambios, hace falta una elaboración especial de la historia
de los géneros discursivos (y no sólo de los géneros secundarios, sino también de los prima-
rios), los que reflejan de una manera más inmediata, atenta y flexible todas las transformacio-
nes de la vida social. Los enunciados y sus tipos, es decir, los géneros discursivos, son correas
de transmisión entre la historia de la sociedad y la historia de la lengua. Ni un solo fenómeno
nuevo (fonético, léxico, de gramática) puede ser incluido en el sistema de la lengua sin pasar la
larga y compleja vía de la prueba de elaboración genérica. 2
En cada época del desarrollo de la lengua literaria, son determinados géneros los que dan
el tono, y éstos no sólo son géneros secundarios (literarios, periodísticos, científicos), sino tam -
bién los primarios (ciertos tipos del diálogo oral: diálogos de salón, íntimos, de círculo, cotidia-
nos y familiares, sociopolíticos, filosóficos, etc.). Cualquier. extensión literaria por cuenta de
diferentes estratos extraliterarios de la lengua nacional está relacionada inevitablemente con
la penetración, en todos los géneros, de la lengua literaria (géneros literarios, científicos, pe -
riodísticos, de conversación), de los nuevos procedimientos genéricos para estructurar una to-
talidad discursiva, para concluirla, para tomar en cuenta al oyente o participante, etc., todo lo
cual lleva a una mayor o menor restructuración y renovación de los géneros discursivos. Al
acudir a los correspondientes estratos no literarios de la lengua nacional, se recurre inevitable-
mente a los géneros discursivos en los que se.realizan los estratos. En su mayoría, éstos son di -
ferentes tipos de géneros dialógico-coloquiales; de ahí resulta una dialogización, más o menos
marcada, de los géneros secundarios, una debilitación de su composición monológica, una nue-
va percepción del oyente como participante de la plática, así como aparecen nuevas formas de
concluir la totalidad, etc. Donde existe un estilo, existe un género. La transición de un estilo de

1 A. N. Gvozdev, en sus Ocherki po stilistike russkogo iazika (Moscú, 1952, pp. 13-15), ofrece unos fundamentos para cla-
sificación de estilos igualmente pobres y faltos de precisión. En la base de todas estas clasificaciones está una asimi-
lación acrítica de las nociones tradicionales acerca de los estilos de la lengua.
2 Esta tesis nuestra nada tiene que ver con la vossleriana acerca de la primacía de lo estilístico sobre lo gramatical.
Lo cual se manifestará con toda claridad en el curso de nuestra exposición.

62
un género a otro no sólo cambia la entonación del estilo en las condiciones de un género que
no le es propio, sino que destruye o renueva el género mismo.
Así, pues, tanto los estilos individuales como aquellos que pertenecen a la lengua tienden
hacia los géneros discursivos. Un estudio más o menos profundo y extenso de los géneros dis -
cursivos es absolutamente indispensable para una elaboración productiva de todos los proble -
mas de la estilística.
Sin embargo, la cuestión metodológica general, que es de fondo, acerca de las relaciones
que se establecen entre el léxico y la gramática, por un lado, y entre el léxico y la estilística,
por otro, desemboca en el mismo problema del enunciado y de los géneros discursivos.
La gramática (y la lexicología) difiere considerablemente de la estilística (algunos inclusi-
ve llegan a oponerla a la estilística), pero al mismo tiempo ninguna investigación acerca de la
gramática (y aún más la gramática normativa) puede prescindir de las observaciones y digre-
siones estilísticas. En muchos casos, la frontera entre la gramática y la estilística casi se borra.
Existen fenómenos a los que unos investigadores relacionan con la gramática y otros con la es-
tilística, por ejemplo el sintagma.
Se puede decir que la gramática y la estilística convergen y se bifurcan dentro de cual -
quier fenómeno lingüístico concreto: si se analiza tan sólo dentro del sistema de la lengua, se
trata de un fenómeno gramatical, pero si se analiza dentro de la totalidad. de un enunciado in-
dividual o de un género discursivo, es un fenómeno de estilo. La misma selección de una forma
gramatical determinada por el hablante es un acto de estilística. Pero estos dos puntos de vista
sobre un mismo fenómeno concreto de la lengua no deben ser mutuamente impenetrables y no
han de sustituir uno al otro de una manera mecánica, sino que deben combinarse orgánica-
mente (a pesar de una escisión metodológica muy clara entre ambos) sobre la base de la unidad
real del fenómeno lingüístico. Tan sólo una profunda comprensión de la naturaleza del enun -
ciado y de las características de los géneros discursivos podría asegurar una solución correcta
de este complejo problema metodológico.
El estudio de la naturaleza del enunciado y de los géneros discursivos tiene, a nuestro pa -
recer, una importancia fundamental para rebasar las nociones simplificadas acerca de la vida
discursiva, acerca de la llamada “corriente del discurso", acerca de la comunicación, etc., que
persisten aún en la lingüística soviética. Es más, el estudio del enunciado como de una unidad
real de la comunicación discursiva permitirá comprender de una manera más correcta la natura-
leza de las unidades de la lengua (como sistema), que son la palabra y la oración.
Pasemos a este problema más general.

b. El enunciado como unidad de la comunicación discursiva.


Diferencia entre esta unidad y las unidades de la lengua (palabra y oración)

La lingüística del siglo XIX, comenzando por Wilhelm von Humboldt, sin negar la función
comunicativa de la lengua, la dejaba de lado como algo accesorio; en el primer plano estaba la
función de la generación del pensamiento independientemente de la comunicación Una famo-
sa fórmula de Humboldt reza así: “Sin tocar la necesidad de la comunicación entre la humani -
dad, la lengua hubiese sido una condición necesaria del pensamiento del hombre, incluso en su
eterna soledad".3 Otros investigadores, por ejemplo, los seguidores de Vossler, dieron la princi-
pal importancia a la llamada función expresiva. A pesar de las diferencias en el enfoque de esta
función entre varios teóricos, su esencia se reduce a la expresión del mundo individual del ha-
blante. El lenguaje se deduce de la necesidad del hombre de expresarse y objetivarse a sí mis -
3 W. Humboldt, O razlichii organizmov chelovecheskogo iazyka, San Petersburgo, 1859, p. 51.

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mo. La esencia del lenguaje, en una u otra forma, por una u otra vía, se restringe a la creativi-
dad espiritual del individuo. Se propusieron y continúan proponiéndose otros enfoques de las
funciones del lenguaje, pero lo más característico de todos sigue siendo el hecho de que se su -
bestima, si no se desvaloriza por completo, la función comunicativa de la lengua que se analiza
desde el punto de vista del hablante, como si hablase solo sin una forzosa relación con otros
participantes de la comunicación discursiva. Si el papel del otro se ha tomado en cuenta ha
sido únicamente en función de ser un oyente pasivo a quien tan sólo se le asigna el papel de
comprender al hablante. Desde este punto de vista, el enunciado tiende hacia su objeto (es de -
cir, hacia su contenido y hacia el enunciado mismo). La lengua, en realidad. tan sólo requiere al
hablante -un hablante- y al objeto de su discurso, y si la lengua simultáneamente puede utili-
zarse como medio de comunicación, ésta es su función accesoria que no toca su esencia. La co-
lectividad lingüística, la pluralidad de los hablantes no puede, por supuesto. ser ignorada, pero
en la definición de la esencia de la lengua esta realidad resulta ser innecesaria y no determina
la naturaleza de lenguaje. A veces, la colectividad lingüística se contempla como una especie de
personalidad colectiva, “espíritu del pueblo", etc. y se le atribuye una enorme importancia (por
ejemplo, entre los adeptos de la “psicología de los pueblos"), pero inclusive en este caso la plu-
ralidad de los hablantes que son otros en relación con cada hablante determinado, carece de
importancia.
En la lingüística hasta ahora persisten tales ficciones como el “oyente" y “el que compren-
de" (los compañeros del “hablante"), la “corriente discursiva única", etc. Estas ficciones dan un
concepto absolutamente distorsionado del proceso complejo, multilateral y activo de la comu -
nicación discursiva. En los cursos de lingüística general (inclusive en trabajos tan serios como
el de Saussure),4 a menudo se presentan esquemáticamente los dos compañeros de la comuni-
cación discursiva, el hablante y el oyente, se ofrece un esquema de los procesos activos del dis-
curso en cuanto al hablante y de los procesos pasivos de recepción y comprensión del discurso
en cuanto al oyente. No se puede decir que tales esquemas sean falsos y no correspondan a de -
terminados momentos de la realidad, pero, cuando tales momentos se presentan como la tota-
lidad real de la comunicación discursiva, se convierten en una ficción científica. En efecto, el
oyente, al percibir y comprender el significado (lingüístico) del discurso, simultáneamente
toma con respecto a éste una activa postura de respuesta: está o no está de acuerdo con el dis-
curso (total o parcialmente), lo completa, lo aplica, se prepara para una acción, etc.; y la postu -
ra de respuesta del oyente está en formación a lo largo de todo el proceso de audición y com -
prensión desde el principio, a veces, a partir de las primeras palabras del hablante. Toda
comprensión de un discurso vivo, de un enunciado viviente, tiene un carácter de respuesta (a
pesar de que el grado de participación puede ser muy variado); toda comprensión está preñada
de respuesta y de una u otra manera la genera: el oyente se convierte en hablante. Una com -
prensión pasiva del discurso percibido es tan sólo un momento abstracto de la comprensión to -
tal y activa que implica una respuesta, y se actualiza en la consiguiente respuesta en voz alta.
Claro, no siempre tiene lugar una respuesta inmediata en voz alta; la comprensión activa del
oyente puede traducirse en una acción inmediata (en el caso de una orden, podría tratarse del
cumplimiento), puede asimismo quedar por un tiempo como una comprensión silenciosa (algu-
nos de los géneros discursivos están orientados precisamente hacia este tipo de comprensión,
por ejemplo los géneros líricos), pero ésta, por decirlo así, es una comprensión de respuesta de
acción retardada: tarde o temprano lo escuchado y lo comprendido activamente resurgirá en
los discursos posteriores o en la conducta del oyente. Los géneros de la compleja comunicación
cultural cuentan precisamente con esta activa comprensión de respuesta de acción retardada.

4 F. de Saussure, Curso de lingüística general, Buenos Aires, 1973, p. 57. [N. de E.]

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Todo lo que estamos exponiendo aquí se refiere, con las correspondientes variaciones y com -
plementaciones, al discurso escrito y leído.
Así, pues, toda comprensión real y total tiene un carácter de respuesta activa y no es sino
una fase inicial y preparativa de la respuesta (cualquiera que sea su forma). También el hablan -
te mismo cuenta con esta activa comprensión preñada de respuesta: no espera una compren-
sión pasiva, que tan sólo reproduzca su idea en la cabeza ajena, sino que quiere una contesta-
ción, consentimiento, participación, objeción, cumplimento, etc. (los diversos géneros
discursivos presuponen diferentes orientaciones etiológicas, varios objetivos discursivos en los
que hablan o escriben). El deseo de hacer comprensible su discurso es tan sólo un momento
abstracto del concreto y total proyecto discursivo del hablante. Es más, todo hablante es de por
sí un contestatario, en mayor o menor medida: él no es un primer hablante, quien haya inte-
rrumpido por vez primera el eterno silencio del universo, y él no únicamente presupone la
existencia del sistema de la lengua que utiliza, sino que cuenta con la presencia de ciertos
enunciados anteriores, suyos y ajenos, con las cuales su enunciado determinado establece toda
suerte de relaciones (se apoya en ellos, polemiza con ellos, o simplemente los supone conocidos
por su oyente.) Todo enunciado es un eslabón en la cadena, muy complejamente organizada, de
otros enunciados.
De este modo, aquel oyente que, con su pasiva comprensión, se representa como pareja
del hablante en los esquemas de los cursos de lingüística general, no corresponde al partici-
pante real de la comunicación discursiva. Lo que representa el esquema es tan sólo un momen -
to abstracto de un acto real y total de la comprensión activa que genera una respuesta (con la
que cuenta el hablante). Este tipo de abstracción científica es en sí absolutamente justificada,
pero con una condición: debe ser comprendida conscientemente como una abstracción y no ha
de presentarse como la totalidad concreta del fenómeno; en el caso contrario, puede convertir-
se en una ficción. Lo último precisamente sucede en la lingüística, porque semejantes esque-
mas abstractos, aunque no se presenten como un reflejo de la comunicación discursiva real,
tampoco se completan con un señalamiento acerca de una mejor complejidad del fenómeno
real. Como resultado de esto, el esquema falsea el cuadro efectivo de la comunicación discursi -
va, eliminando de ella los momentos más importantes. El papel activo del otro en el proceso de
la comunicación discursiva se debilita de este modo hasta el límite.
El mismo menosprecio del papel activo del otro en el proceso de la comunicación discursi -
va, así como la tendencia de dejar de lado este proceso, se manifiestan en el uso poco claro y
ambiguo de tales términos como “discurso" o “corriente discursiva", estos términos intencio-
nalmente indefinidos suelen designar aquello que está sujeto a una división en unidades de
lengua, que se piensan como sus fracciones: fónicas (fonema, sílaba, período rítmico del discur-
so) y significantes (oración y palabra).
[...] La falta de una definición terminológica y la confusión que reinan en un punto tan im -
portante, desde el punto de vista metodológico, para el pensamiento lingüístico, son resultado
de un menosprecio hacia la unidad real de la comunicación discursiva que es el enunciado.
Porque el discurso puede existir en la realidad tan sólo en forma de enunciados concretos per -
tenecientes a los hablantes o sujetos del discurso. El discurso siempre está vertido en la forma
del enunciado que pertenece a un sujeto discursivo determinado y no puede existir fuera de
esta forma. Por más variados que sean los enunciados según su extensión, contenido, composi-
ción, todos poseen, en tanto que son unidades de la comunicación discursiva, unos rasgos es-
tructurales comunes, y, ante todo, tienen fronteras muy bien definidas. Es necesario describir
estas fronteras que tienen un carácter esencial y de fondo.

65
Las fronteras de cada enunciado como unidad de la comunicación discursiva se determi-
nan por el cambio de los sujetos discursivos, es decir, por la alternación de los hablantes. Todo
enunciado, desde una breve réplica del diálogo cotidiano hasta una novela grande o un tratado
científico, posee por decirlo así, un principio absoluto y un final absoluto; antes del comienzo
están los enunciados de otros, después del final están los enunciados respuestas de, otros (o si-
quiera una comprensión silenciosa y activa del otro, o, finalmente, una acción respuesta basa-
da en tal tipo de comprensión). Un hablante termina su enunciado para ceder la palabra si otro
o para dar lugar a su comprensión activa como respuesta. El enunciado no es una unidad con -
vencional sino real, delimitada con precisión por el cambio de los sujetos discursivos, y que
termina con el hecho de ceder la palabra al otro, una especie de un dixit silencioso que se perci-
be por los oyentes [como señal] de que el hablante haya concluido.
Esta alteración de los sujetos discursivos, que constituye las fronteras precisas del enun-
ciado, adopta, en diversas esferas de la praxis humana y de la vida cotidiana, formas variadas
según distintas funciones del lenguaje, diferentes condiciones y situación de la comunicación.
Este cambio de sujetos discursivos se observa de una manera más simple y obvia en un diálogo
real, donde los enunciados de los interlocutores (dialogantes), llamadas réplicas, se sustituyen
mutuamente. El diálogo es una forma clásica de la comunicación discursiva debido a su senci -
llez y claridad. Cada réplica, por más breve e intermitente que sea, posee una conclusión espe-
cífica, al expresar cierta posición del hablante, la que puede ser contestada y con respecto a la
que se puede adoptar otra posición. En esta conclusión específica del enunciado haremos hin-
capié más adelante, puesto que éste es uno de los rasgos distintivos principales del enunciado.
Al mismo tiempo, las réplicas están relacionadas entre sí. Pero las relaciones que se establecen
entre las réplicas de un diálogo y que son relaciones de pregunta, afirmación y objeción, afir -
mación y consentimiento, proposición y aceptación, orden y cumplimiento, etc., son imposi -
bles entre unidades de la lengua (palabras y oraciones), ni dentro del sistema de la lengua, ni
dentro del enunciado mismo. Estas relaciones específicas que se entablan entre las réplicas de
un diálogo son apenas subespecies de tipos de relaciones que surgen entre enunciados enteros
en el proceso de la comunicación discursiva. Tales relaciones pueden ser posibles tan sólo en -
tre los enunciados que pertenezcan a diferentes sujetos discursivos, porque presuponen la
existencia de otros (en relación con el hablante) miembros de una comunicación discursiva.
Las relaciones entre enunciados enteros no se someten a una gramaticalización porque, repeti-
mos, son imposibles de establecer entre las unidades de la lengua, ni a nivel del sistema de la
lengua, ni dentro del enunciado.
En los géneros discursivos secundarios, sobre todo los géneros relacionados con la orato-
ria, nos encontramos con algunos fenómenos que aparentemente contradicen a nuestra última
tesis. Muy a menudo el hablante (o el escritor), dentro de los límites de su enunciado plantea
preguntas, las contesta, se refuta y rechaza sus propias objeciones, etc. Pero estos fenómenos
no son más que una representación convencional de la comunicación discursiva y de los géne-
ros discursivos primarios. Tal representación es característica de los géneros retóricos (en sen -
tido amplio, incluyendo algunos géneros de la divulgación científica), pero todos los demás gé -
neros secundarios (literarios y científicos) utilizan diversas formas de la implantación de
géneros discursivos primarios y relaciones entre ellos a la estructura del enunciado (y los gé -
neros primarios incluidos en los secundarios se transforman en mayor o menor medida, por-
que no tiene lugar un cambio real de los sujetos discursivos). Tal es la naturaleza de los géne -
ros secundarios.5 Pero en todos estos casos, las relaciones que se establecen entre los géneros
primarios reproducidos, a pesar de ubicarse dentro de los límites de un solo enunciado, no se

5 Huellas de límites dentro de los géneros secundarios.

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someten a la gramaticalización y conservan su naturaleza específica, que es fundamentalmente
distinta de la naturaleza de las relaciones que existen entre palabras y oraciones (así como en-
tre otras unidades lingüísticas: combinaciones verbales, etc.) en el enunciado.
Aquí, aprovechando el diálogo y sus réplicas, es necesario explicar previamente el proble-
ma de la oración como unidad de la lengua, a diferencia del enunciado corno unidad de la comunica-
ción discursiva.
(El problema de la naturaleza de la oración es uno de los más complicados y difíciles en la
lingüística. La lucha de opiniones en relación con él se prolonga hasta el momento actual. Des -
de luego, la aclaración de este problema en toda su complejidad no forma parte de nuestro pro-
pósito, nosotros tenemos la intención de tocar tan sólo en parte un aspecto de él, pero este as -
pecto, en nuestra opinión, tiene una importancia esencial para todo el problema. Lo que nos
importa es definir exactamente la relación entre la oración y el enunciado. Esto ayudará a vis-
lumbrar mejor lo que es el enunciado por una parte, y la oración por otra.)
De esta cuestión nos ocuparemos más adelante, y por lo pronto anotaremos tan sólo el he-
cho de que los límites de una oración como unidad de la lengua jamás se determinan por el
cambio de los sujetos discursivos. Tal cambio que enmarcaría la oración desde los dos lados la
convierte en un enunciado completo. Una oración así adquiere nuevas cualidades y se percibe
de una manera diferente en comparación con la oración que está enmarcada por otras oracio-
nes dentro del contexto de un mismo enunciado perteneciente a un solo hablante. La oración
es una idea relativamente concluida que se relaciona de una manera inmediata con otras ideas
de un mismo hablante dentro de la totalidad de su enunciado; al concluir la oración, el hablan -
te hace una pausa para pasar luego a otra idea suya que continúe, complete, fundamente a la
primera. El. contexto de una oración viene a ser el contexto del discurso de un mismo sujeto
hablante; la oración no se relaciona inmediatamente y por sí misma con el contexto de la reali-
dad extraverbal (situación, ambiente, prehistoria) y con los enunciados de otros ambientes,
sino que se vincula a ellos a través de todo el contexto verbal que la rodea, es decir, a través del
enunciado en su totalidad. Si el enunciado no está rodeado por el contexto discursivo de un
mismo hablante, es decir, si representa un enunciado completo y concluso (réplica del diálogo)
entonces se enfrenta de una manera directa e inmediata a la realidad (al contexto extraverbal
del discurso) y a otros enunciados ajenos; no es seguida entonces por una pausa determinada y
evaluada por el mismo hablante (toda clase de pausas como fenómenos gramaticales calculados
y razonados sólo son posibles dentro del discurso de un sólo hablante, es decir, dentro de un
mismo enunciado; las pausas que se dan entre los enunciados no tienen un carácter gramatical
sino real; esas pausas reales son psicológicas o se producen por algunas circunstancias exter -
nas y pueden interrumpir un enunciado; en los géneros literarios secundarios esas pausas se
calculan por el autor, director o actor, pero son radicalmente diferentes tanto de las pausas
gramaticales como estilísticas, las que se dan, por ejemplo, entre los sintagmas dentro del
enunciado), sino por una respuesta o la comprensión tácita del otro hablante. Una oración se-
mejante convertida en un enunciado completo adquiere una especial plenitud del sentido: en
relación con ello se puede tomar una postura de respuesta: estar de acuerdo o en desacuerdo
con ello, se puede cumplirla si es una orden, se puede evaluarla, etc.; mientras que una oración
dentro del contexto verbal carece de capacidad para determinar una respuesta, y la puede ad-
quirir (o más bien se cubre por ella) tan sólo dentro de la totalidad del enunciado.
Todos esos rasgos y particularidades, absolutamente nuevos, no pertenecen a la oración
misma que llegase a ser un enunciado, sino al enunciado en sí, porque expresan la naturaleza
de éste, y no la naturaleza de la oración; esos atributos se unen a la oración completándola has -
ta formar un enunciado completo. La oración como unidad de la lengua carece de todos esos

67
atributos: no se delimita por el cambio de los sujetos discursivos, no tiene un contacto inme-
diato con la realidad (con la situación extraverbal) ni tampoco se relaciona de una manera di -
recta con los enunciados ajenos; no posee una plenitud del sentido ni una capacidad de deter-
minar directamente la postura de respuesta del otro hablante, es decir, no provoca una
respuesta. La oración como unidad de la lengua tiene una naturaleza gramatical, límites gra-
maticales, conclusividad y unidad gramaticales. (Pero analizada dentro de la totalidad del
enunciado y desde el punto de vista de esta totalidad, adquiere propiedades estilísticas.) Allí
donde la oración figura como un enunciado entero, resulta ser enmarcado en una especie de
material muy especial. Cuando se olvida esto en el análisis de una oración, se tergiversa enton-
ces su naturaleza (y al mismo tiempo, la del enunciado, al atribuirle aspectos gramaticales).
Muchos lingüistas y escuelas lingüísticas (en lo que respecta a la sintaxis) confunden ambos
campos: lo que estudian es, en realidad, una especie de híbrido entre la oración (unidad de la
lengua) y el enunciado. La gente no hace intercambio de oraciones ni de palabras en un sentido
estrictamente lingüístico, ni de conjuntos de palabras; la gente habla por medio de enuncia -
dos., que se construyen con la ayuda de las unidades de la lengua que son palabras, conjuntos
de palabras, oraciones; el enunciado puede ser constituido tanto por una oración como por una
palabra, es decir, por una unidad del discurso (principalmente, por una réplica del diálogo),
pero no por eso una unidad de la lengua se convierte en una unidad de la comunicación discur -
siva.
La falta de una teoría bien elaborada del enunciado como unidad de la comunicación dis-
cursiva lleva a una diferenciación insuficiente entre la oración y el enunciado, y a menudo a
una completa confusión entre ambos.
Volvamos al diálogo real. Como ya lo hemos señalado, es la forma clásica y más sencilla de
la comunicación discursiva. El cambio de. los sujetos discursivos (hablantes) que determina los
límites del enunciado se presenta en el diálogo con una claridad excepcional. Pero en otras es-
feras de la comunicación discursiva, incluso en la comunicación cultural complejamente orga-
nizada (científica y artística), la naturaleza de los límites del enunciado es la misma.
Las otras, complejamente estructuradas y especializadas, de diversos géneros científicos y
literarios, con toda su distinción con respecto a las réplicas del diálogo, son, por su naturaleza,
las unidades de la comunicación discursiva de la misma clase: con una claridad igual se delimi-
tan por el cambio de los sujetos discursivos, y sus fronteras, conservando su precisión externa,
adquieren un especial carácter interno gracias al hecho de que el sujeto discursivo (en este
caso, el autor de la obra) manifiesta en ellos su individualidad mediante el estilo, visión del
mundo en todos los momentos intencionales de su obra. Este sello de individualidad que revela
una obra es lo que crea unas fronteras internas específicas que la distinguen de otras obras re-
lacionadas con ésta en el proceso de la comunicación discursiva dentro de una esfera cultural
dada: la diferencian de las obras de los antecesores en las que se fundamenta el autor, de otras
obras que pertenecen a una misma escuela, de las obras pertenecientes a las corrientes opues -
tas con las que lucha el autor, etc.
Una obra, igual que una réplica del diálogo, está orientada hacia la respuesta de otro (de
otros), hacia su respuesta comprensiva, que puede adoptar formas diversas: intención educa-
dora con respecto a los lectores, propósito de convencimiento, comentarios críticos, influencia
con respecto a los seguidores y epígonos, etc.; una obra determina las posturas de respuesta de
los otros dentro de otras condiciones complejas de la comunicación discursiva. de una cierta
esfera cultural. Una obra es eslabón en la cadena de la comunicación discursiva; como la répli-
ca de un diálogo, la obra se relaciona con otras obras-enunciados: con aquellos a los que con-

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testa y con aquellos que le contestan a ella; al mismo tiempo, igual que la réplica de un diálogo,
una obra está separada de otras por las fronteras absolutas del cambio de los sujetos discursivos.
Así, pues, el cambio de los sujetos discursivos que enmarca al enunciado y que crea su
masa firme y estrictamente determinada en relación con otros enunciados vinculados a él, es el
primer rasgo constitutivo del enunciado como unidad de la comunicación discursiva que lo dis-
tingue de las unidades de la lengua. Pasemos ahora a otro rasgo, indisolublemente vinculado al
primero. Este segundo rasgo es la conclusividad específica del enunciado.
El carácter concluso del enunciado presenta una cara interna del cambio de los sujetos
discursivos; tal cambio se da tan sólo por el hecho de que el hablante dijo (o escribió) todo lo
que en un momento dado y en condiciones determinadas quiso decir. Al leer o al escribir, per -
cibimos claramente el fin de un enunciado, una especie del dixi conclusivo del hablante. Esta
conclusividad es específica y, se determina por criterios particulares El primero y más impor -
tante criterio de la conclusividad del enunciado es la posibilidad de ser contestado. O, en términos
más exactos y amplios, la posibilidad de tomar una postura de respuesta en relación con el
enunciado (por ejemplo, cumplir una orden). A este criterio está sujeta una breve pregunta co -
tidiana, por ejemplo “¿qué hora es?" (puede ser contestada), una petición cotidiana que puede
ser cumplida o no, una exposición científica con la que puede uno estar de acuerdo o no (total
o parcialmente), una novela que puede ser valorada en su totalidad. Es necesario que el enun-
ciado tenga cierto carácter concluso para poder ser contestado. Para eso, es insuficiente que el
enunciado sea comprensible lingüísticamente. Una oración totalmente comprensible y conclui-
da (si se trata de una oración y no enunciado que consiste en una oración), no puede provocar
una reacción de respuesta: se comprende, pero no es un todo. Este todo, que es señal de la totali-
dad del sentido en el enunciado, no puede ser sometido ni a una definición gramatical, ni a una
determinación de sentido abstracto.
Este carácter de una totalidad conclusa propia del enunciado, que asegura la posibilidad
de una respuesta (o de una comprensión tácita), se determina por tres momentos o factores
que se relacionan entre sí en la totalidad orgánica del enunciado: 1] el sentido del objeto del
enunciado, agotado; 2] el enunciado se determina por la intencionalidad discursiva, o la volun -
tad discursiva del hablante; 3] el enunciado posee formas típicas, genéricas y estructurales, de
conclusión.
El primer momento, la capacidad de agotar el sentido del objeto del enunciado, es muy di-
ferente en diversas esferas de la comunicación discursiva. Este agotamiento del sentido puede
ser casi completo en algunas esferas cotidianas (preguntas de carácter puramente fáctico y las
respuestas igualmente fácticas, ruegos, órdenes, etc.), en ciertas esferas oficiales, en las órde-
nes militares o industriales; es decir, allí donde los géneros discursivos tienen un carácter es -
tandarizado al máximo y donde está ausente el momento creativo casi por completo. En las es-
feras de creación (sobre todo científica), por el contrario, sólo es posible un grado muy relativo
de agotamiento del sentido; en estas esferas tan sólo se puede hablar sobre un cierto mínimo
de conclusividad que permite adoptar una postura de respuesta. Objetivamente, el objeto es
inagotable, pero cuando se convierte en el tema de un enunciado (por ejemplo, de un trabajo
científico), adquiere un carácter relativamente concluido en determinadas condiciones, en un
determinado enfoque del problema, en un material dado, en los propósitos que busca lograr el
autor, es decir, dentro de los límites de la intención del autor. De este modo, nos topamos ine-
vitablemente con el segundo factor, relacionado indisolublemente con el primero.
En cada enunciado, desde una réplica cotidiana que consiste en una sola palabra hasta
complejas obras científicas o literarias, podemos abarcar, entender, sentir la intención discur-
siva, o la voluntad discursiva del hablante, que determina todo el enunciado, su volumen, sus

69
límites. Nos imaginamos qué es lo que quiere decir el hablante, y es mediante esta intención o
voluntad discursiva (según la interpretamos) como medimos el grado de conclusividad del
enunciado. La intención determina tanto la misma elección del objeto (en determinadas condi -
ciones de la comunicación discursiva, en relación con los enunciados anteriores) como sus lí -
mites y su capacidad de agotar el sentido del objeto. También determina, por supuesto, la elec -
ción de la forma genérica en lo que se volverá el enunciado (el tercer factor, que trataremos
más adelante). La intención, que es el momento subjetivo del enunciado, forma una unidad in -
disoluble con el aspecto del sentido del objeto, limitando a este último, vinculándola a una si-
tuación concreta y única de la comunicación discursiva, con todas sus circunstancias indivi-
duales, con los participantes en persona y con sus enunciados anteriores. Por eso los
participantes directos de la comunicación, que se orientan bien en la situación, con respecto a
los enunciados anteriores abarcan rápidamente y con facilidad la intención o voluntad discur -
siva del hablante y perciben desde el principio mismo del discurso la totalidad del enunciado en
proceso de desenvolvimiento.
Pasemos al tercer factor, que es el más importante para nosotros: las formas genéricas es -
tables del enunciado. La voluntad discursiva del hablante se realiza ante todo en la elección de
un género discursivo determinado. La elección se define por la especificidad de una esfera dis -
cursiva dada, por las consideraciones del sentido del objeto o temáticas, por la situación con-
creta de la comunicación discursiva, por los participantes de la comunicación, etc. En lo sucesi -
vo, la intención discursiva del hablante, con su individualidad y subjetividad, se aplica y se
adapta al género escogido, se forma y se desarrolla dentro de una forma genérica determinada.
Tales géneros existen, ante todo, en todas las múltiples esferas de la comunicación cotidiana,
incluyendo a la más familiar e íntima.
Nos expresamos únicamente mediante determinados géneros discursivos, es decir, todos
nuestros enunciados posen unas formas típicas para la estructuración de la totalidad, relativa-
mente estables. Disponemos de un rico repertorio de géneros discursivos orales y escritos. En
la práctica los utilizamos con seguridad y destreza, pero teóricamente podemos no saber nada de
su existencia. Igual que el Jourdain de Moliére, quien hablaba en prosa sin sospecharlo, noso-
tros hablamos utilizando diversos géneros sin saber de su existencia. Incluso dentro de la pláti -
ca más libre y desenvuelta moldeamos nuestro discurso de acuerdo con determinadas formas
genéricas, a veces con características de cliché, a veces más ágiles, plásticas y creativas (tam -
bién la comunicación cotidiana dispone de géneros creativos). Estos géneros discursivos nos
son dados casi como se nos da la lengua materna, que dominamos libremente antes del estudio
teórico de la gramática. La lengua materna, su vocabulario y su estructura gramatical, no los
conocemos por los diccionarios y manuales de gramática, sino por los enunciados concretos
que escuchamos y reproducimos en la comunicación discursiva efectiva con las personas que
nos rodean.
Las formas de la lengua las asumimos tan sólo en las formas de los enunciados y junto con
ellas. Las formas de la lengua y las formas típicas de los enunciados llegan a nuestra experien-
cia y a nuestra conciencia conjuntamente y en una estrecha relación mutua. Aprender a hablar
quiere decir aprender a construir los enunciados (porque hablamos con los enunciados y no
mediante oraciones, y menos aún por palabras separadas). Los géneros discursivos organizan
nuestro discurso casi de la misma manera como lo organizan las formas gramaticales (sintácti-
ca). Aprendemos a plasmar nuestro discurso en formas genéricas, y al oír el discurso ajeno,
adivinamos su género desde las primeras palabras, calculamos su aproximado volumen (o la
extensión aproximada de la totalidad discursiva), su determinada composición, prevemos su fi-
nal, o sea que desde el principio percibimos la totalidad discursiva que posteriormente se espe-

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cifica en el proceso del discurso. Si no existieran los géneros discursivos y si no los dominára -
mos, si tuviéramos que ir creándolos cada vez dentro del proceso discursivo, libremente y por
primera vez cada enunciado, la comunicación discursiva habría sido casi imposible.
Las formas genéricas en las que plasmamos nuestro discurso por supuesto difieren de un
modo considerable de las formas lingüísticas en el sentido de su estabilidad y obligatoriedad
(normatividad) para con el hablante. En general, las formas genéricas son mucho más ágiles,
elásticas y libres en comparación con las formas lingüísticas. En este sentido, la variedad de los
géneros discursivos, es muy grande. Toda una serie de los géneros más comunes en la vida co-
tidiana son tan estandarizados que la voluntad discursiva individual del hablante se manifiesta
únicamente en la selección de un determinado género y en la entonación expresiva. Así son,
por ejemplo, los breves géneros cotidianos de los saludos, despedidas, felicitaciones, deseos de
toda clase, preguntas acerca de la salud, de los negocios, etc. La variedad de estos géneros se
determina por la situación discursiva, por la posición social y las relaciones personales entre
los participantes da la comunicación: existen formas elevadas, estrictamente oficiales de estos
géneros, junto con las formas familiares de diferente grado y las formas íntimas (que son dis-
tintas de las familiares).6 Estos géneros requieren también un determinado tono, es decir, ad-
miten en su estructura una determinada entonación expresiva. Estos géneros, sobre todo los
elevados y oficiales, poseen un alto grado de estabilidad y obligatoriedad. De ordinario, la vo -
luntad discursiva se limita por la selección de un género determinado, y tan sólo unos leves
matices de entonación expresiva (puede adoptarse un tono más seco o más reverente, más frío
o más cálido, introducir una entonación alegre, etc.) pueden reflejar la individualidad del ha-
blante (su entonación discursivo-emocional). Pero aquí también es posible una reacentuación
de los géneros, que es tan característica de la comunicación discursiva: por ejemplo, la forma
genérica del saludo puede ser trasladada de la esfera oficial a la esfera de la comunicación fa -
miliar, es decir, es posible que se emplee con una reacentuación paródica o irónica, así como
un propósito análogo puede mezclar los géneros de diversas esferas.
Junto con semejantes géneros estandarizados siempre han existido, desde luego, los géne-
ros más libres de comunicación discursiva oral: géneros de pláticas sociales de salón acerca de
temas cotidianos, sociales, estéticos y otros, géneros de conversaciones entre comensales, de
pláticas íntimas entre amigos o entre miembros de una familia, etc. (por lo pronto no existe
ningún inventario de géneros discursivos orales, inclusive por ahora ni siquiera está claro el
principio de tal nomenclatura). La mayor parte de estos géneros permiten una libre y creativa
reestructuración (de un modo semejante a los géneros literarios, e incluso algunos de los géne-
ros orales son aún más abiertos que los literarios), pero hay que señalar que un uso libre y
creativo no es aún creación de un género nuevo: para utilizar libremente los géneros, hay que
dominarlos bien.
Muchas personas que dominan la lengua de una manera formidable se sienten, sin embar-
go, totalmente desamparadas en algunas esferas de la comunicación, precisamente por el he-
cho de que no dominan las formas genéricas prácticas creadas por estas esferas. A menudo una
persona que maneja perfectamente el discurso de diferentes esferas de la comunicación cultu -
ral, que sabe dar una conferencia, llevar a cabo una discusión científica, que se expresa exce-
lentemente en relación con cuestiones públicas, se queda, no obstante, callada o participa de
una manera muy torpe en una plática de salón. En este caso no se trata de la pobreza del voca -
bulario o de un estilo abstracto; simplemente se trata de una inhabilidad para dominar el géne-

6 Estos fenómenos y otros análogos han interesado a los lingüistas (principalmente a los historiadores de lengua)
bajo el ángulo puramente estilístico, como reflejo en la lengua de las formas históricamente cambiantes de etiqueta,
cortesía, decoro; véase; por ejemplo, F. Brunot. [Brunot F., Histoire de la langue française des origines á 1900, 10 tomos,
París, 1905-1943. N. de E.]

71
ro de la conversación mundana, que proviene de la ausencia de nociones acerca de la totalidad
del enunciado, que ayuden a plasmar su discurso en determinadas formas composicionales y es-
tilísticas rápida y desenfadadamente; una persona así no sabe intervenir a tiempo, no sabe co-
menzar y terminar correctamente (a pesar de que la estructura de estos géneros es muy simple).
Cuanto mejor dominamos los géneros discursivos, tanto más libremente los aprovecha-
mos, tanto mayor es la plenitud y claridad de nuestra personalidad que se refleja en este uso
(cuando es necesario), tanto más plástica y ágilmente reproducimos la irrepetible situación de
la comunicación verbal; en una palabra, tanto mayor es la perfección con la cual realizamos
nuestra libre intención discursiva.
Así, pues, un hablante no sólo dispone de las formas obligatorias de la lengua nacional (el
léxico y la gramática), sino que cuenta también con las formas obligatorias discursivas, que son
tan necesarias para una intercomprensión como las formas lingüísticas. Los géneros discursi-
vos son, en comparación con las formas lingüísticas, mucho más combinables, ágiles, plásticos,
pero el hablante tiene una importancia normativa: no son creados por él, sino que le son da-
dos. [...]
El menosprecio de los géneros discursivos como formas relativamente estables y normati-
vas del enunciado hizo que los lingüistas, como ya se ha señalado, confundiesen el enunciado
con la oración, lo cual llevaba a la lógica conclusión (que, por cierto, nunca se ha defendido de
una manera consecuente) de que nuestro discurso se plasma mediante las formas estables y
prestablecidas de oraciones, mientras que no importa cuántas oraciones interrelacionadas
pueden ser pronunciadas de corrido y cuándo habría que detenerse (concluir), porque este he-
cho se. atribuía a la completa arbitrariedad de la voluntad discursiva individual del hablante o
al capricho de la mitificada “corriente discursiva".
Al seleccionar determinado tipo de oración, no lo escogemos únicamente para una oración
determinada, ni de acuerdo con aquello que queremos expresar mediante la oración única, sino
que elegimos el tipo de oración desde el punto de vista de la totalidad del enunciado que se le fi-
gura a nuestra imaginación discursiva y que determina la elección. La noción de la forma del
enunciado total, es decir, la noción acerca de un determinado género discursivo, es lo que nos di-
rige en el proceso de discurso. La intencionalidad de nuestro enunciado en su totalidad puede,
ciertamente, requerir, para su realización, una sola oración, pero puede requerir muchas más. Es
el género elegido lo que preestablece los tipos de oraciones y las relaciones entre éstas.
Una de las causas de que en la lingüística se hayan subestimado las formas del enunciado es la
extrema heterogeneidad de estas formas según su estructura y, sobre todo, según su dimensión
(extensión discursiva): desde una réplica que consiste en una sola palabra hasta una novela. Una
extensión marcadamente desigual aparece también en los géneros discursivos orales. Por eso, los
géneros discursivos parecen ser inconmensurables e inaceptables como unidades del discurso.
Por lo tanto, muchos lingüistas (principalmente los que se dedican a la sintaxis) tratan de en-
contrar formas especiales que sean un término medio entre la oración y el enunciado y que, al mis-
mo tiempo, sean conmensurables con la oración. Entre estos términos aparecen frase (según Kar-
tsevski),7 comunicado (según Shájmatov8 y otros). Los investigadores que usan estos términos no
7 La frase, como fenómeno lingüístico de índole distinta frente a la oración, se fundamenta en los trabajos del lin -
güista ruso –que pertenecía a la escuela de Ginebra y que también participó en las actividades del círculo de Praga–
E. O. Karcevski. La frase, a diferencia de la oración, “no tiene su propia estructura gramatical. Pero posee una estruc-
tura fónica que consiste en su entonación. Es precisamente la entonación la que constituye la frase" (Karcevskij, S.,
“Sur la phonologie de la phrase", Travaux du Cercle linguistique de Prague, 4, 1931, 190). “La oración, para realizarse,
debe adquirir la entonación de frase [...] La frase es la función del diálogo. Es la unidad de intercambio entre los interlocu-
tores" (Karcevskij, “Sur la parataxe et la syntaxe en russe", Cahiers Ferdinand de Saussure, 7, 1948, 34). [N. de E.]
8 A. A. Shájmatov definía la “comunicación" como acto de pensamiento que viene a ser base psicológica de la ora -
ción, eslabón de enlace “entre la psiquis del hablante y la manifestación suya en la palabra a la que se dirige" (Sháj-
matov A. A., Sintaksis russkogo iazyka, Leningrado, 1941, 19-20). [N. de E.]

72
tienen un concepto unificado acerca de lo que representan, porque en la vida de la lengua no les
corresponde ninguna realidad determinada bien delimitada. Todas estas unidades, artificiales
y convencionales, resultan ser indiferentes al cambio de sujetos discursivos que tiene lugar en
cualquier comunicación real, debido a lo cual se borran las fronteras más importantes que ac-
túan en todas las esferas de la lengua y que son fronteras entre enunciados. A consecuencia de
esto se cancela también el criterio principal: el del carácter concluso del enunciado como uni -
dad verdadera de la comunicación discursiva, criterio que implica la capacidad del enunciado
para determinar una activa posición de respuesta que adoptan otros participantes de la comu -
nicación.
A modo de conclusión de esta parte, algunas observaciones acerca de la oración (regresa -
remos al problema con más detalles al resumir nuestro trabajo).
La oración, en tanto que unidad de la lengua, carece de capacidad para determinar directa
y activamente la posición responsiva del hablante. Tan sólo al convertirse en un enunciado
completo adquiere una oración esta capacidad. Cualquier oración puede actuar como un enun -
ciado completo, pero en tal caso, según lo que se ha explicado, la oración se complementa con
una serie de aspectos sumamente importantes no gramaticales, los cuales cambian su naturale -
za misma. Pero sucede que esta misma circunstancia llega a ser causa de una especie de aberra-
ción sintáctica: al analizar una oración determinada separada de su contexto se la suele com-
pletar mentalmente atribuyéndole el valor de un enunciado entero. Como consecuencia de esta
operación, la oración adquiere el grado de conclusividad que la vuelve contestable.
La oración, igual que la palabra, es una unidad significante de la lengua. Por eso cada ora -
ción aislada, por ejemplo: “ya salió el sol", es perfectamente comprensible, es decir, nosotros
comprendemos su significado lingüístico, su posible papel dentro del enunciado. Pero es abso-
lutamente imposible adoptar, con respecto a esta oración, una postura de respuesta, a no ser
que sepamos que el hablante expresó con ello cuanto quiso decir, que la oración no va precedi -
da ni le siguen otras oraciones del mismo hablante. Pero en tal caso no se trata de una oración,
sino de un enunciado pleno que consiste en una sola oración: este enunciado está enmarcado y
delimitado por el cambio de los sujetos discursivos y refleja de una manera inmediata una rea -
lidad extraverbal (la situación). Un enunciado semejante puede ser contestado.
Pero si esta oración está inmersa en un contexto, resulta que adquiere la plenitud de su
sentido únicamente dentro de este contexto, es decir dentro de la totalidad de un enunciado
completo, y lo que puede ser contestado es este enunciado completo cuyo elemento significan-
te es la oración. El enunciado puede, por ejemplo, sonar así: “Ya salió el sol. Es hora de levan -
tarnos.” La comprensión de respuesta: “De veras, ya es la hora.” Pero puede también sonar así:
“Ya salió el sol. Pero aún es muy temprano. Durmamos un poco más.” En este caso, el sentido
del enunciado y la reacción de respuesta a él serán diferentes. Esta misma oración también
puede formar parte de una obra literaria en calidad de elemento de un paisaje. Entonces la
reacción de respuesta, que sería una impresión artística e ideológica y una evaluación, única-
mente podrá ser referida a todo el paisaje representado. En el contexto de alguna otra obra,
esta oración puede tener un significado simbólico. En todos los casos semejantes la oración vie-
ne a ser un elemento significante de un enunciado completo, elemento que adquiere su sentido
definitivo sólo dentro de la totalidad.
En el caso de que nuestra oración figure como un enunciado concluso, resulta que adquie -
re su sentido total dentro de las condiciones concretas de la comunicación discursiva. Así, esta
oración puede ser respuesta a la pregunta del otro: “¿Ya salió el sol?" (claro, siempre dentro de
una circunstancia concreta que justifique la pregunta). En tal caso, el enunciado viene a ser la
afirmación de un hecho determinado, la que puede ser acertada o incorrecta, con la cual se

73
puede estar o no estar de acuerdo. La oración, que es afirmativa por su forma, llega a ser una
afirmación real sólo en el contexto de un enunciado determinado.
Cuando se analiza una oración semejante aislada, se la suele interpretar como un enuncia -
do concluso referido a cierta situación muy simplificada: el sol efectivamente salió y el hablan -
te atestigua: “ya salió el sol"; al hablante le consta que la hierba es verde, por eso declara: “la
hierba es verde". Esa clase de comunicados sin sentido a menudo se examinan directamente
como ejemplos clásicos de oración. En la realidad, cualquier comunicado semejante siempre va
dirigido a alguien, está provocado por algo, tiene alguna finalidad, es decir, viene a ser un esla -
bón real en la cadena de la comunicación discursiva dentro de alguna esfera determinada de la
realidad cotidiana del hombre.
La oración, igual que la palabra, posee una conclusividad del significado y una conclusivi -
dad de la forma gramatical, pero la conclusividad de significado es de carácter abstracto y es
precisamente por eso por lo que es tan clara; es el remate de un elemento, pero no la conclu-
sión de un todo. La oración como unidad de la lengua, igual que la palabra, no tiene autor. No
pertenece a nadie, como la palabra, y tan solo funcionando como un enunciado completo llega a
ser la expresión de la postura individual de hablante en una situación concreta de la comunica-
ción discursiva. Lo cual nos aproxima al tercer rasgo constitutivo del enunciado, a saber: la ac -
titud del enunciado hacia el hablante mismo (el autor del enunciado) y hacia otros participantes
en la comunicación discursiva.
Todo enunciado es un eslabón en la cadena de la comunicación discursiva, viene a ser una
postura activa del hablante dentro de una u otra esfera de objetos y sentidos. Por eso cada enun-
ciado se caracteriza ante todo por su contenido determinado referido a objetos y sentidos. La se-
lección de los recursos lingüísticos y del género discursivo se define ante todo por el compromiso
(o intención) que adopta un sujeto discursivo (o autor) dentro de cierta esfera de sentidos. Es el
primer aspecto del enunciado que fija sus detalles específicos de composición y estilo.
El segundo aspecto del enunciado que determina su composición y estilo es el momento ex-
presivo, es decir, una actitud subjetiva y evaluadora desde el punto de vista emocional del ha -
blante con respecto al contenido semántico de su propio enunciado. En las diversas esferas de
la comunicación discursiva, el momento expresivo posee un significado y un peso diferente,
pero está presente en todas partes: un enunciado absolutamente neutral es imposible. Una ac-
titud evaluadora del hombre con respecto al objeto de su discurso (cualquiera que sea este ob-
jeto) también determina la selección de los recursos léxicos, gramaticales y composicionales
del enunciado. El estilo individual de un enunciado se define principalmente por su aspecto ex -
presivo. En cuanto a la estilística, esta situación puede considerarse como comúnmente acepta -
da. Algunos investigadores inclusive reducen el estilo directamente al aspecto emotivo y eva-
luativo del discurso.
¿Puede ser considerado el aspecto expresivo del discurso como un fenómeno de la lengua
en tanto que sistema? ¿Es posible hablar del aspecto expresivo de las unidades de la lengua, o
sea de las palabras y oraciones? Estas preguntas deben ser contestadas con una categórica ne -
gación. La lengua como sistema dispone, desde luego, de un rico arsenal de recursos lingüísti-
cos (léxicos, morfológicos y sintácticos) para expresar la postura emotiva y evaluativa del ha-
blante, pero todos estos medios, en tanto que recursos de la lengua, son absolutamente neutros
respecto a una valoración determinada y real. La palabra “amorcito", cariñosa tanto por el sig -
nificado de su raíz como por el sufijo, es por sí misma, como unidad de la lengua, tan neutra
como la palabra “lejos". Representa tan sólo un recurso lingüístico para una posible expresión
de una actitud emotivamente valoradora respecto a la realidad, pero no se refiere a ninguna
realidad determinada; tal referencia, es decir, una valoración real, puede ser realizada sólo por

74
el hablante en un enunciado concreto. Las palabras son de nadie, y por sí mismas no evalúan
nada, pero pueden servir a cualquier hablante y para diferentes, e incluso contrarias valoracio -
nes de los hablantes.
Asimismo, la oración como unidad de la lengua es neutra, y no posee de suyo ningún as -
pecto expresivo: lo obtiene (o más bien, se inicia en él) únicamente dentro de un enunciado
concreto. Aquí es posible la misma aberración mencionada. Una oración como, por ejemplo, “él
ha muerto", aparentemente incluye un determinado matiz expresivo, sin hablar ya de una ora-
ción como “¡qué alegría!" Pero, en realidad, oraciones como éstas las asumimos como enuncia-
dos enteros en una situación modelo, es decir, las percibimos como géneros discursivos de co-
loración expresiva típica. Como oraciones, carecen de esta última, son neutras. Conforme el
contexto del enunciado, la oración “él ha muerto" puede expresar un matiz positivo, alegre, in-
clusive de júbilo. Asimismo, la oración “¡qué alegría!" en el contexto de un enunciado determi -
nado puede asumir un tono irónico o hasta sarcástico y amargo.
Uno de los recursos expresivos de la actitud emotiva y valoradora del hablante con res-
pecto al objeto de su discurso es la entonación expresiva que aparece con claridad en la inter-
pretación oral.9 La entonación expresiva es un rasgo constitutivo del enunciado. 10 No existe
dentro del sistema de la lengua, es decir, fuera el enunciado. Tanto la palabra como la oración
como unidades de la lengua carecen de entonación expresiva. Si una palabra aislada se pronun-
cia con una entonación expresiva, ya no se trata de una palabra sino de un enunciado concluso
realizado en una sola palabra (no hay razón alguna para extenderla hasta una oración). Existen
los modelos de enunciados valorativos, es decir, los géneros discursivos valorativos, bastante
definidos en la comunicación discursiva y que expresan alabanza, aprobación, admiración, re-
probación, injuria: “¡muy bien!, ¡bravo!, ¡qué lindo!, ¡qué vergüenza!, ¡qué asco!, ¡imbécil! “,
etc. Las palabras que adquieren en la vida política y social una importancia particular se con -
vierten en enunciados expresivos admirativos: “¡paz!, ¡libertad", etc. (se trata de un género dis-
cursivo político-social específico). En una situación determinada una palabra puede adoptar un
sentido profundamente expresivo convirtiéndose en un enunciado admirativo: “¡Mar! ¡Mar!"
gritan diez mil griegos en Jenofonte.11
En todos estos casos no tenemos que ver con la palabra como unidad de la lengua ni con el
significado de esta palabra, sino con un enunciado concluso y con su sentido concreto, 12 que
pertenecen tan sólo a este enunciado; el significado de la palabra está referido en estos casos a
determinada realidad dentro de las igualmente reales condiciones de la comunicación discursi-
va. Por lo tanto, en estos ejemplos no sólo entendemos el significado de la palabra dada como

9 Desde luego la percibimos, y desde luego existe como factor estilístico, en la lectura silenciosa del discurso escrito.
10 La entonación expresiva como la expresión más pura de la evaluación en el enunciado y como su indicio cons -
tructivo más importante se analiza detalladamente por M. Bajtín en una serie de trabajos de la segunda mitad de la
década de los años 20. “La entonación establece una estrecha relación de la palabra con el contexto extraverbal: la
entonación siempre se ubica sobre la frontera entre lo verbal y lo no verbal, de lo dicho y lo no dicho. En la entona-
ción, la palabra se conecta con la vida. Y ante todo es en la entonación donde el hablante hace contacto con los
oyentes: la entonación es social par excellence" (Volóshinov, V. N., “Slovo v zhizni i slovo v poezii", Zvezda, 1926,
núm. 6, 252-253). Cf. también: “Es precisamente este ‘tono' (entonación) lo que conforma la 'música' (sentido gene -
ral, significado general) de todo enunciado. La situación y el auditorio correspondiente determinan ante todo a la
entonación y a través de ella realizan la selección de las palabras y su ordenamiento, a través de ella llenan de senti-
do al enunciado entero" (Volóshinov, V. N., “Konstrutsia vyskazyvania", Literaturnaia uchioba, 1930, núm. 3, 77-78).
[N. de E.]
11 Jenofonte, Anábasis. [N. de E.]
12 En Marksizm i filosofia iazyka, el sentido concreto del enunciado se determina terminológicamente como su
“tema": “El tema del enunciado en la realidad es individual e irrepetible como el enunciado mismo [...] El significa -
do, a diferencia del tema, representa todos los momentos del enunciado que son repetibles e idénticos a sí mismos
en todas las repeticiones. El tema del enunciado es en realidad indisoluble. El significado del enunciado, al contrario,
se descompone en una serie de significados que corresponden a los elementos de la lengua que lo conforman" (101-
102). [N. de E.]

75
palabra de una lengua, sino que adoptamos frente a ella una postura activa de respuesta (con -
sentimiento, acuerdo o desacuerdo, estímulo a la acción). Así, pues, la entonación expresiva
pertenece allí al enunciado, no a la palabra. Y sin embargo resulta muy difícil abandonar la
convicción de que cada palabra de una lengua posea o pueda poseer un “tono emotivo” un
“matiz emocional", un “momento valorativo", una “aureola estilística", etc., y, por consiguien-
te, una entonación expresiva que le es propia. Es muy factible que se piense que al seleccionar
palabras para un enunciado nos orientamos precisamente al tono emotivo característico de
una palabra aislada: escogemos las que corresponden por su tono al aspecto expresivo de nues-
tro enunciado y rechazamos otras. Así es como los poetas conciben su labor sobre la palabra, y
así es como la estilística interpreta este proceso (por ejemplo, el “experimento estilístico" de
Peshkovski).13
Y, sin embargo, esto no es así. Estamos frente a la aberración que ya conocemos. Al selec-
cionar las palabras partimos de la totalidad real del enunciado que ideamos, 14 pero esta totali-
dad ideada y creada por nosotros siempre es expresiva, y es ella la que irradia su propia expre-
sividad (o, más bien, nuestra expresividad) hacia cada palabra que elegimos, o, por decirlo así,
la contamina de la expresividad del todo. Escogemos la palabra según su significado, que de
suyo no es expresivo, pero puede corresponder o no corresponder a nuestros propósitos expre-
sivos en relación con otras palabras, es decir con respecto a la totalidad de nuestro enunciado.
El significado neutro de una palabra referido a una realidad determinada dentro de las condi -
ciones determinadas reales de la comunicación discursiva genera una chispa de expresividad.
Es justamente lo que tiene lugar en el proceso de la creación lingüística con la realidad concre -
ta, sólo el contacto de la lengua con la realidad que se da en el enunciado es lo que genera la
chispa de lo expresivo: esta última no existe ni en el sistema de la lengua, ni en la realidad ob -
jetiva que está fuera de nosotros.
Así, la emotividad, la evaluación, la expresividad, no son propias de la palabra en tanto
que unidad de la lengua; estas características se generan sólo en el proceso del uso activo de la
palabra en un enunciado concreto. El significado de la palabra en sí (sin relación con la reali-
dad), como ya lo hemos señalado, carece de emotividad. Existen palabras que especialmente
denotan emociones o evaluaciones: “alegría", “dolor", “bello", “alegre". “triste", etc. Pero estos
significados son tan neutros como todos los demás. Adquieren un matiz expresivo únicamente
en el enunciado, y tal matiz es independiente del significado abstracto o aislado; por ejemplo:
“En este momento, toda alegría para mí es un dolor (aquí la palabra “alegría" se interpreta
contrariamente a su significado).
No obstante, el problema está lejos de estar agotado por todo lo que acaba de exponerse.
Al elegir palabras en el proceso de estructuración de un enunciado, muy pocas veces las toma -
mos del sistema de la lengua en su forma neutra, de diccionario. Las solemos tomar de otros
enunciados, y ante todo de los enunciados afines genéricamente al nuestro, es decir, parecidos
por su tema, estructura, estilo; por consiguiente, escogemos palabras según su especificación
genérica. El género discursivo no es una forma lingüística, sino una forma típica de enunciado;
como tal, el género incluye una expresividad determinada propia del género dado. Dentro del
género, la palabra adquiere cierta expresividad típica. Los géneros corresponden a las situacio-

13 El “experimento estilístico" que consiste en la “invención artificial de variantes estilísticas para un texto" fue un
artificio metodológico aplicado por A. M. Peshkovski para el análisis del discurso literario (Peshkovski, A. M., Vopro-
sy metodiki rodnogo iazyka, lingvistiki i stilistiki, Moscú-Leningrado, 1930, 133). [N. de E.]
14 Al construir nuestro discurso, siempre nos antecede la totalidad de nuestro enunciado, tanto en forma de un es -
quema genérico determinado como en forma de una intención discursiva individual. No vamos ensartando palabras,
no seguimos de una palabra a otra, sino que actuamos como si fuéramos rellenando un todo con palabras necesarias.
Se ensartan palabras tan sólo en una primera fase del estudio de una lengua ajena, y aun con una dirección metodo -
lógica pésima.

76
nes típicas de la comunicación discursiva, a los temas típicos y, por lo tanto, a algunos contac -
tos típicos de los significados de las palabras con la realidad concreta en sus circunstancias tí-
picas. De ahí se origina la posibilidad de los matices expresivos típicos que “cubren" las pala-
bras. Esta expresividad típica propia de los géneros no pertenece, desde luego, a la palabra
como unidad de la lengua, sino que expresa únicamente el vínculo que establece la palabra y su
significado con el género, o sea con los enunciados típicos. La expresividad típica y la entona -
ción típica que le corresponden no poseen la obligatoriedad de las formas de la lengua. Se trata
de una normatividad genérica que es más libre. En nuestro ejemplo, “en este momento, toda
alegría para mí es un dolor", el tono expresivo de la palabra “alegría" determinado por el con-
texto no es, por supuesto, característico de esta palabra. Los géneros discursivos se someten
con bastante facilidad a una reacentuación: lo triste puede convertirse en jocoso y alegre, pero
se obtiene, como resultado, algo nuevo (por ejemplo, el género del epitafio burlesco).
[...] En cada época, en cada círculo social, en cada pequeño mundo de la familia, de amigos
y conocidos, de compañeros, en el que se forma y vive cada hombre, siempre existen enuncia -
dos que gozan de prestigio, que dan el tono; existen tratados científicos y obras de literatura
publicística en los que la gente fundamenta sus enunciados y los que cita, imita o sigue. En
cada época, en todas las áreas de la práctica existen determinadas tradiciones expresas y con-
servadas en formas verbalizadas; obras, enunciados, aforismos, etc. Siempre existen ciertas
ideas principales expresadas verbalmente que pertenecen a los personajes relevantes de una
época dada, existen objetivos generales, consignas, etc. Ni hablar de los ejemplos escolares y
antológicos, en los cuales los niños estudian su lengua materna y los cuales siempre poseen
una carga expresiva.
Por eso la experiencia discursiva individual de cada persona se forma y se desarrolla en
una constante interacción con los enunciados individuales ajenos. Esta experiencia puede ser
caracterizada, en cierta medida, como proceso de asimilación (más o menos creativa) de pala-
bras ajenas (y no de palabras de la lengua). Nuestro discurso, o sea todos nuestros enunciados
(incluyendo obras literarias), están llenos de palabras ajenas de diferente grado de. “alteridad"
o de asimilación, de diferente grado de concientización y de manifestación. Las palabras ajenas
aportan su propia expresividad, su tono apreciativo que se asimila, se elabora, se reacentúa por
nosotros.
Así, pues, la expresividad de las palabras no viene a ser la propiedad d e la palabra misma
en tanto que unidad de la lengua, y no deriva inmediatamente de los significados de las pala-
bras; o bien representa una expresividad típica del género, o bien se trata de un eco del matiz
expresivo ajeno e individual que hace a la palabra representar la totalidad del enunciado ajeno
como determinada posición valorativa.
Lo mismo se debe decir acerca de la oración en tanto que unidad de la lengua: la oración
también carece de expresividad. Ya hablamos de esto al principio de este capítulo. Ahora sólo
falta completar lo dicho. Resulta que existen tipos de oraciones que suelen funcionar como
enunciados enteros de determinados géneros típicos. Así, son oraciones interrogativas, excla-
mativas y órdenes. Existen muchísimos géneros cotidianos y especializados (por ejemplo, las
órdenes militares y las indicaciones en el procese, de producción industrial) que, por regla ge -
neral, se expresan mediante oraciones de un tipo correspondiente. Por otra parte, semejantes
oraciones se encuentran relativamente poco en un contexto congruente de enunciados exten-
sos. Cuando las oraciones de este tipo forman parte de un contexto coherente, suelen aparecer
como puestas de relieve en la totalidad del enunciado y generalmente tienden a iniciar o a con-

77
cluir el enunciado (o sus partes relativamente independientes. 15 Esos tipos de oraciones tienen
un interés especial para la solución de nuestro problema, y más adelante regresaremos a ellas.
Aquí lo que nos importa es señalar que tales oraciones se compenetran sólidamente de la ex-
presividad genérica y adquieren con facilidad la expresividad individual. Estas oraciones son
las que contribuyeron a la formación de la idea acerca de la naturaleza expresiva de la oración.
Otra observación. La oración como unidad de la lengua, posee cierta entonación gramati -
cal, pero no expresiva. Las entonaciones específicamente gramaticales son: la conclusiva, la ex-
plicativa, la disyuntiva, la enumerativa, etc. Un lugar especial pertenece a la entonación enun-
ciativa, interrogativa, exclamativa y a la orden: en ellas tiene lugar una suerte de fusión entre
la entonación gramatical y lo que es propio de los géneros discursivos (pero no se trata de la
entonación expresiva en el sentido exacto de la palabra). Cuando damos un ejemplo de oración
para analizarlo solemos atribuirle una cierta entonación típica, con lo cual lo convertimos en
un enunciado completo (si la oración se toma de un texto determinado, lo entonamos, por su -
puesto, de acuerdo con la entonación expresiva del texto).
Así, pues, el momento expresivo viene a ser un rasgo constitutivo del enunciado. El siste-
ma de la lengua dispone de formas necesarias (es decir, de recursos lingüísticos) para manifes-
tar la expresividad, pero la lengua misma y sus unidades significantes (palabras y oraciones)
carecen, por su naturaleza, de expresividad, son nuestras. Por eso pueden servir igualmente
bien para cualesquiera valoraciones, aunque sean muy variadas y opuestas; por eso las unida -
des de la lengua asumen cualquier postura valorativa.
En resumen, el enunciado, su estilo y su composición se determinan por el aspecto temáti-
co (de objeto y de sentido) y por el aspecto expresivo, o sea por la actitud valorativa del ha -
blante hacia el momento temático. La estilística no comprende ningún otro aspecto, sino que
sólo considera los siguientes factores que determinan el estilo de un enunciado: el sistema de
la lengua, el objeto del discurso y el hablante mismo y su actitud valorativa hacia el objeto. La
selección de los recursos lingüísticos se determina, según la concepción habitual de la estilísti-
ca, únicamente por consideraciones acerca del objeto y sentido y de la expresividad. Así se de-
finen los estilos de la lengua, tanto generales como individuales. Por una parte, el hablante,
con su visión del mundo, sus valores y emociones y, por otra parte, el objeto de su discurso y el
sistema de la lengua (los recursos lingüísticos): éstos son los aspectos que definen el enunciado,
su estilo y su composición. Esta es la concepción predominante.
En la realidad, el problema resulta ser mucho más complejo. Todo enunciado concreto
viene a ser un eslabón en la cadena de la comunicación discursiva en una esfera determinada.
Las fronteras mismas del enunciado se fijan por el cambio de los sujetos discursivos. Los enun -
ciados no son indiferentes uno a otro ni son autosuficientes, sino que “saben" uno del otro y se
reflejan mutuamente. Estos reflejos recíprocos son los que determinan el carácter del enuncia-
do. Cada enunciado está lleno de ecos y reflejos de otros enunciados con los cuales se relaciona
por la comunidad de esfera de la comunicación discursiva. Todo enunciado debe ser analizado,
desde un principio, como respuesta a los enunciados anteriores de una esfera dada (el discurso
como respuesta es tratado aquí en un sentido muy amplio): los refuta, los confirma, los com-
pleta, se basa en ellos, los supone conocidos, los toma en cuenta de alguna manera. El enuncia-
do, pues, ocupa una determinada posición en la esfera dada de la comunicación discursiva, en
un problema, en un asunto, etc. Uno no puede determinar su propia postura sin correlacionar-
la con las de otros. Por eso cada enunciado está lleno de reacciones -respuestas de toda clase
dirigidas hacia otros enunciados de la esfera determinada de la comunicación discursiva. Estas
15 La primera y última oración de un enunciado generalmente son de naturaleza especial, poseen cierta cualidad
complementaria. Son, por decirlo de alguna manera, oraciones de vanguardia, porque se colocan en la posición limí-
trofe del cambio de sujetos discursivos.

78
reacciones tienen diferentes formas: enunciados ajenos pueden ser introducidos directamente
al contexto de un enunciado, o pueden introducirse sólo palabras y oraciones aisladas que en
este caso representan los enunciados enteros, y tanto enunciados enteros como palabras aisla-
das pueden conservar su expresividad ajena, pero también pueden sufrir un cambio de acento
(ironía, indignación, veneración, etc.). Los enunciados ajenos pueden ser representados con di-
ferente grado de revaluación; se puede hacer referencia a ellos como opiniones bien conocidas
por el interlocutor, pueden sobreentenderse calladamente, y la reacción de respuesta puede
reflejarse tan sólo en la expresividad del discurso propio (selección de recursos lingüísticos y
de entonaciones que no se determina por el objeto del discurso propio sino por el enunciado
ajeno acerca del mismo objeto). Este último caso es muy típico e importante: en muchas ocasio-
nes, la expresividad de nuestro enunciado se determina no únicamente (a veces no tanto) por
el objeto y el sentido del enunciado sino también por los enunciados ajenos emitidos acerca del
mismo tema, por los enunciados que contestamos, con los que polemizamos; son ellos los que
determinan también la puesta en relieve de algunos momentos, las reiteraciones, la selección
de expresiones más duras (o, al contrario, más suaves), así como el tono desafiante (o concilia-
torio), etc. La expresividad de un enunciado nunca puede ser comprendida y explicada hasta el
fin si se toma en cuenta nada más su objeto y su sentido. La expresividad de un enunciado
siempre, en mayor o menor medida, contesta, es decir, expresa la actitud del hablante hacia los
enunciados ajenos, y no únicamente su actitud hacia el objeto de su propio enunciado. Las for -
mas de las reacciones-respuesta que llenan el enunciado son sumamente heterogéneas y hasta
el momento no se han estudiado en absoluto. Estas formas, por supuesto, se diferencian entre
sí de una manera muy tajante según las esferas de actividad y vida humana en las que se reali -
za la comunicación discursiva. Por más monológico que sea un enunciado (por ejemplo, una
obra científica o filosófica), por más que se concentre en su objeto, no puede dejar de ser, en
cierta medida, una respuesta a aquello que ya se dijo acerca del mismo objeto, acerca del mis-
mo problema, aunque el carácter de respuesta no recibiese una expresión externa bien defini -
da: ésta se manifestaría en los matices del sen- de la expresividad, del estilo, en los detalles más
finos de la composición. Un enunciado está lleno de matices dialógicos, y sin tomarlos en cuen -
ta es imposible comprender hasta el final el estilo del enunciado. Porque nuestro mismo pensa-
miento (filosófico, científico, artístico) se origina y se forma en el proceso de interacción y lu-
cha con pensamientos ajenos, lo cual no puede dejar de reflejarse en la forma de la expresión
verbal del nuestro.
Los enunciados ajenos y las palabras aisladas ajenas de que nos hacemos conscientes como
ajenos y que separamos como tales, al ser introducidos en nuestro enunciado le aportan algo
que aparece como irracional desde el punto de vista del sistema de la lengua, particularmente,
desde el punto de vista de la sintaxis. Las interrelaciones entre el discurso ajeno introducido y
el resto del discurso propio no tienen analogía alguna con las relaciones sintácticas que se esta-
blecen dentro de una unidad sintáctica simple o compleja, ni tampoco con las relaciones temá-
ticas entre unidades sintácticas no vinculadas sintácticamente dentro de los límites de un
enunciado. Sin embargo, estas interrelaciones son análogas (sin ser, por supuesto, idénticas) a
las relaciones que se dan entre las réplicas de un diálogo. La entonación que aísla el discurso
ajeno (y que se representa en el discurso escrito mediante comillas) es un fenómeno aparte: es
una especie de transposición del cambio de los sujetos discursivos dentro de un enunciado. Las
fronteras que se crean con este cambio son, en este caso, débiles y específicas; la expresividad
del hablante penetra a través de estas fronteras y se extiende hacia el discurso ajeno, puede ser
representada mediante tonos irónicos, indignados, compasivos, devotos (esta expresividad se
traduce mediante la entonación expresiva, y en el discurso escrito la adivinamos con precisión

79
y la sentimos gracias al contexto que enmarca el discurso ajeno o gracias a la situación extra -
verbal que sugiere un matiz expresivo correspondiente). El discurso ajeno, pues, posee una ex-
presividad doble: la propia, que es precisamente; la ajena, y la expresividad del enunciado que
acoge el discurso ajeno. Todo esto puede tener lugar, ante todo, allí donde el discurso ajeno
(aunque sea una sola palabra que adquiera el valor de enunciado entero) se cita explícitamente
y se pone de relieve (mediante comillas): los ecos del cambio de los sujetos discursivos y de sus
interrelaciones dialógicas se perciben en estos casos con claridad. Pero, además, en todo enun-
ciado, en un examen más detenido realizado en las condiciones concretas de la comunicación
discursiva, podemos descubrir toda una serie de discursos ajenos, semicultos o implícitos y con
diferente grado de otredad. Por eso un enunciado revela una especie de surcos que represen-
tan ecos lejanos y apenas perceptibles de los cambios de sujetos discursivos, de los matices dia -
lógicos y de marcas limítrofes sumamente debilitadas de los enunciados que llegaron a ser per -
meables para la expresividad del autor. El enunciado, así, viene a ser un fenómeno muy
complejo que manifiesta una multiplicidad de planos. Por supuesto, hay que analizarlo no ais-
ladamente y no sólo en su relación con el autor (el hablante) sino como eslabón en la cadena de
la comunicación discursiva y en su nexo con otros enunciados relacionados con él (estos nexos
suden analizarse únicamente en el plano temático y no discursivo. es decir, composicional y es-
tilístico).
Cada enunciado aislado representa un eslabón en la cadena de la comunicación discursiva.
Sus fronteras son precisas y se definen por el cambio de los sujetos discursivos (hablantes),
pero dentro de estas fronteras, el enunciado, semejantemente a la mónada de Leibniz, refleja el
proceso discursivo, los enunciados ajenos, y, ante todo, los eslabones anteriores de la cadena (a
veces los más próximos, a veces -en las esferas de la comunicación cultural- muy lejanos).
El objeto del discurso de un hablante, cualquiera que sea el objeto, no llega a tal por pri-
mera vez en este enunciado, v el hablante no es el primero que lo aborda. El objeto del discur-
so, por decirlo así, ya se encuentra hablado, discutido, vislumbrado y valorado de las maneras
más diferentes; en él se cruzan, convergen y se bifurcan varios puntos de vista, visiones del
mundo, tendencias. El hablante no es un Adán bíblico que tenía que ver con objetos vírgenes,
aún no nombrados, a los que debía poner nombres. Las concepciones simplificadas acerca de la
comunicación como base lógica y psicológica de la oración hacen recordar a este mítico Adán.
En la mente del hablante se combinan dos concepciones (o, al contrario, se desmembra una
concepción compleja en dos simples) cuando pronuncia oraciones como las siguientes: “el sol
alumbra", “la hierba es verde", “estoy sentado", etc. Las oraciones semejantes son, desde lue-
go, posibles, pero o bien se justifican y se fundamentan por el contexto de un enunciado com -
pleto que las incluye en una comunicación discursiva como réplicas de un diálogo, de un artí -
culo de difusión científica, de una explicación del maestro en una clase, etc.), o bien, si son
enunciados conclusos, tienen alguna justificación en la situación discursiva que las introduce
en la cadena de la comunicación discursiva. En la realidad, todo enunciado, aparte de su objeto,
siempre contesta (en un sentido amplio) de una u otra manera a los enunciados ajenos que le
preceden. El hablante no es un Adán, por lo tanto el objeto mismo de su discurso se convierte
inevitablemente en un foro donde se encuentran opiniones de los interlocutores directos (en
una plática o discusión acerca de cualquier suceso cotidiano) o puntos de vista, visiones del
mundo, tendencias, teorías, etc. (en la esfera de la comunicación cultural). Una visión del mun -
do, una tendencia, un punto de vista, una opinión, siempre poseen una expresión verbal. Todos
ellos representan discurso ajeno (en su forma personal o impersonal), y éste no puede dejar de
reflejarse en el enunciado. El enunciado no está dirigido únicamente a su objeto, sino también
a discursos ajenos acerca de este último. Pero la alusión más ligera a un enunciado ajeno con -

80
fiere al discurso un carácter dialógico que no le puede dar ningún tema puramente objetual. La
actitud hacia el discurso ajeno difiere por principio de la actitud hacia el objeto, pero siempre
aparece acompañando a este último. Repetimos; el enunciado es un eslabón en la cadena de la
comunicación discursiva y no puede ser separado de los eslabones anteriores que lo determi-
nan por dentro y por fuera generando en él reacciones de respuesta y ecos dialógicos.
Pero un enunciado no sólo está relacionado con los eslabones anteriores, sino también
con los eslabones posteriores de la comunicación discursiva. Cuando el enunciado está en la
etapa de su creación por el hablante, estos últimos, por supuesto, aún no existen. Pero el enun -
ciado se construye desde el principio tomando en cuenta las posibles reacciones de respuesta
para las cuales se construye el enunciado. El papel de los otros, como ya sabemos, es sumamen -
te importante. Ya hemos dicho que estos otros, para los cuales mi pensamiento se vuelve tal
por primera vez (y por lo mismo) no son oyentes pasivos sino los activos participantes de la co -
municación discursiva. El hablante espera desde el principio su contestación y su comprensión
activa. Todo el enunciado se construye en vista de la respuesta.
Un signo importante (constitutivo) del enunciado es su orientación hacia alguien, su pro-
piedad de estar destinado. A diferencia de las unidades significantes de la lengua -palabras y
oraciones- que son impersonales, no pertenecen a nadie y a nadie están dirigidas, el enunciado
tiene autor (y, por consiguiente, una expresividad, de lo cual ya hemos hablado) y destinatario.
El destinatario puede ser un participante e interlocutor inmediato de un diálogo cotidiano,
puede representar un grupo diferenciado de especialistas en alguna esfera específica de la co-
municación cultural, o bien un público más o menos homogéneo, un pueblo, contemporáneos,
partidarios, opositores o enemigos, subordinados, jefes, inferiores, superiores, personas cerca-
nas o ajenas, etc.; también puede haber un destinatario absolutamente indefinido, un otro no
concretizado (en toda clase de enunciados monológicos de tipo emocional) -y todos estos tipos
y conceptos de destinatario se determinan por la esfera de la praxis humana y de la vida coti -
diana a la que se refiere el enunciado. La composición y sobre todo el estilo del enunciado de-
penden de un hecho concreto: a quién está destinado el enunciado, cómo el hablante (o el es -
critor) percibe y se imagina a sus destinatarios, cuál es la fuerza de su influencia sobre el
enunciado. Todo género discursivo en cada esfera de la comunicación discursiva posee su pro -
pia concepción del destinatario, la cual lo determina como tal.
El destinatario del enunciado puede coincidir personalmente con aquel (o aquellos) a
quien responde el enunciado. En un diálogo cotidiano o en una correspondencia tal coinciden-
cia personal es común: el destinatario es a quien yo contesto y de quien espero, a mi turno, una
respuesta. Pero en los casos de coincidencia personal, un solo individuo cumple con dos pape-
les, y lo que importa es precisamente esta diferenciación de roles. El enunciado de aquel a
quien contesto (con quien estoy de acuerdo, o estoy refutando, o cumplo su orden, o tomo
nota, etc.) ya existe, pero su contestación (o su comprensión activa) aún no aparece. Al cons-
truir mi enunciado, yo trato de determinarla de una manera activa; por otro lado, intento adi -
vinar esta contestación, y la respuesta anticipada a su vez influye activamente sobre mi enun-
ciado (esgrimo objeciones que estoy presintiendo, acudo a todo tipo de restricciones, etc.). Al
hablar, siempre tomo en cuenta el fondo aperceptivo de mi discurso que posee mi destinatario:
hasta qué punto conoce la situación, si posee o no conocimientos específicos de la esfera comu -
nicativa cultural, cuáles son sus opiniones y convicciones, cuáles son sus prejuicios (desde mi
punto de vista), cuáles son sus simpatías y antipatías; todo esto terminará la activa compren-
sión-respuesta.con que él reaccionará a mi enunciado. Este tanteo determinará también el gé-
nero del enunciado, la selección de procedimientos de estructuración y, finalmente, la selec-
ción de los recursos lingüísticos, es decir, el estilo del enunciado. Por ejemplo, los géneros de la

81
literatura de difusión científica están dirigidos a un lector determinado con cierto fondo aper-
ceptivo de comprensión-respuesta; a otro lector se dirigen los libros de texto y a otro, ya total -
mente distinto, las investigaciones especializadas, pero todos estos géneros pueden tratar un
mismo tema. En estos casos es muy fácil tomar en cuenta al destinatario y su fondo apercepti-
vo, y la influencia del destinatario sobre la estructuración del enunciado también es muy senci -
lla: todo se reduce a la cantidad de sus conocimientos especializados.
Puede haber casos mucho más complejos. El hecho de prefigurar al destinatario y su reac -
ción de respuesta a menudo presenta muchas facetas que aportan un dramatismo interno muy
especial al enunciado (algunos tipos de diálogo cotidiano, cartas, géneros autobiográficos y
confesionales). En los géneros retóricos, estos fenómenos tienen un carácter agudo, pero más
bien externo. La posición social, el rango y la importancia del destinatario se reflejan sobre
todo en los enunciados que pertenecen a la comunicación cotidiana y a la esfera oficial. Dentro
de la sociedad de clases, y sobre todo dentro de los regímenes estamentales, se observa una ex -
traordinaria diferenciación de los géneros discursivos y de los estilos que les corresponden, en
relación con el título, rango, categoría, fortuna y posición social, edad del hablante (o escritor)
mismo. A pesar de la riqueza en la diferenciación tanto de las formas principales como de los
matices, estos fenómenos tienen un carácter de cliché y externo: no son capaces de aportar un
dramatismo profundo al enunciado. Son interesantes tan sólo como ejemplo de una bastante
obvia pero instructiva expresión de la influencia que ejerce el destinatario sobre la estructura-
ción y el estilo del enunciado.16
Matices más delicados de estilo se determinan por el carácter y el grado de intimidad en-
tre el-destinatario y el hablante, en diferentes géneros discursivos familiares, por una parte, e
íntimos por otra. Aunque existe una diferencia enorme entre los géneros familiares e íntimos y
entre sus estilos correspondientes, ambos perciben a su destinatario de una manera igualmen -
te alejada del marco de las jerarquías sociales y de las convenciones. Lo cual genera una since-
ridad específica propia del discurso, que en los géneros familiares a veces llega hasta el cinis -
mo. En los estilos íntimos esta cualidad se expresa en la tendencia hacia una especie de fusión
completa entre el hablante y el-destinatario del discurso. En el discurso familiar, gracias a la
abolición de prohibiciones y convenciones discursivas se vuelve posible un enfoque especial,
extraoficial y libre de la realidad.17 Es por eso por lo que los géneros y estilos familiares pudie-
ron jugar un papel tan positivo durante el Renacimiento, en la tarea de la destrucción del mo-
delo oficial del mundo, de carácter medieval; también en otros períodos, cuando se presenta la
tarea de la destrucción de los estilos y las visiones del mundo oficiales y tradicionales, los esti-
los familiares adquieren una gran importancia para la literatura. Además, la familiarización de
los estilos abre camino hacia la literatura a los estratos de la lengua que anteriormente se en-
contraban bajo prohibición. La importancia de los géneros y estilos familiares para la historia
de la literatura no se ha apreciado lo suficiente hasta el momento. Por otra parte, los géneros y
estilos íntimos se basan en una máxima proximidad interior entre el hablante y el destinatario
del discurso (en una especie de fusión entre ellos como límite). El discurso íntimo está compe-
netrado de una profunda confianza hacia el destinatario, hacia su consentimiento, hacia la de -
licadeza y la buena intención de su comprensión de respuesta. En esta atmósfera de profunda
confianza, el hablante abre sus profundidades internas. Esto determina una especial expresivi -

16 La entonación es sobre todo la que es especialmente sensible, siempre está dirigida al contexto.
17 Al construir nuestro discurso, siempre nos antecede la totalidad de nuestro enunciado, tanto en forma de un es -
quema genérico determinado como en forma de una intención discursiva individual. No vamos ensartando palabras,
no seguimos de una palabra a otra, sino que actuamos como si fuéramos rellenando un todo con palabras necesarias.
Se ensartan palabras tan sólo en una primera fase del estudio de una lengua ajena, y aun con una dirección metodo -
lógica pésima.

82
dad y una sinceridad interna de estos estilos (a diferencia de la sinceridad de la plaza pública
que caracteriza los géneros familiares). Los géneros y estilos familiares e íntimos, hasta ahora
muy poco estudiados, revelan con mucha claridad la dependencia que el estilo tiene con res -
pecto a la concepción y la comprensión que el hablante tiene de su destinatario (es decir, cómo
concibe su propio enunciado), así como de la idea que tiene de su comprensión de respuesta.
Estos estilos son los que ponen de manifiesto la estrechez y el enfoque erróneo de la estilística
tradicional, que trata de comprender y definir el estilo tan sólo desde el punto de vista del con -
tenido objetiva) (de sentido) del discurso y de la expresividad que aporte el hablante en rela -
ción con este contenido. Sin tomar en cuenta la actitud del hablante hacia el otra y sus enun -
ciados (existentes y prefigurados), no puede ser comprendido el género ni el estilo del
discurso. Sin embargo, los estilos llamados neutrales u objetivos, concentrados hasta el máxi-
mo en el objeto de su exposición y, al parecer, ajenos a toda referencia al otro, suponen, de to-
das maneras, una determinada concepción de su destinatario. Tales estilos objetivos y neutra-
les seleccionan los recursos lingüísticos no sólo desde el punto de vista de su educación con el
objeto del discurso, sino también desde el punto de vista del supuesto fondo de percepción del
destinatario del discurso, aunque este fondo se prefigura de un modo muy general y con la abs-
tracción máxima en relación con su lado expresivo (la expresividad del hablante mismo es mí-
nima en un estilo objetivo). Los estilos neutrales y objetivos presuponen una especie de identi-
ficación entre el destinatario y el hablante, la unidad de sus puntos de vista, pero esta
homogeneidad y unidad se adquieren al precio de un rechazo casi total de la expresividad. Hay
que apuntar que el carácter de los estilos objetivos y neutrales (y, por consiguiente, la concep-
ción del destinatario que los fundamenta) es bastante variado, según las diferentes zonas de la
comunicación discursiva.
El problema de la concepción del destinatario del discurso (cómo lo siente y se lo figura el
hablante o el escritor) tiene una enorme importancia para la historia literaria. Para cada épo -
ca, para cada corriente literaria o estilo literario, para cada género literario dentro de una épo-
ca o una escuela, son características determinadas concepciones del destinatario de la obra li-
teraria, una percepción y comprensión específica del lector, oyente, público, pueblo. Un
estudio histórico del cambio de tales concepciones es una tarea interesante, importante. Pero
para su elaboración productiva lo que hace falta es la claridad teórica en el mismo plantea -
miento del problema.
Hay que señalar que al lado de aquellas concepciones y percepciones reales de su destina-
tario que efectivamente determinan el estilo de los enunciados (obras), en la historia de la lite-
ratura existen además las formas convencionales y semiconvencionales de dirigirse hacia los
lectores, oyentes, descendientes, etc., igual como junto con el autor real existen las imágenes
convencionales y semiconvencionales de autores ficticios, de editores, de narradores de todo
tipo. La enorme mayoría de los géneros literarios son géneros secundarios y complejos que se
conforman a los géneros primarios transformados de las maneras más variadas (réplicas de
diálogo, narraciones cotidianas, cartas, diarios, protocolos, etc.). Los géneros secundarios de la
comunicación discursiva suelen representar diferentes formas de la comunicación discursiva
primaria. De allí que aparezcan todos los personajes convencionales de autores, narradores y
destinatarios. Sin embargo, la obra más compleja y de múltiples planos de un género secunda -
rio viene a ser en su totalidad, y como totalidad, un enunciado único que posee un autor real.
El carácter dirigido del enunciado es su rasgo constitutivo sin el cual no existe ni puede existir
el enunciado. Las diferentes formas típicas de este carácter, y las diversas concepciones típicas
del destinatario, son las particularidades constitutivas que determinan la especificidad de los
géneros discursivos.

83
A diferencia de los enunciados y de los géneros discursivos, las unidades significantes de
la lengua (palabra y oración) por su misma naturaleza carecen de ese carácter destinado: no
pertenecen a nadie y no están dirigidas a nadie. Es más, de suyo carecen de toda actitud hacia
el enunciado, hacia la palabra ajena. Si una determinada palabra u oración está dirigida hacia
alguien, estamos frente a un 'enunciado concluso, y el carácter destinado no. les pertenece en
tanto que a unidades de la lengua, sino en tanto que enunciados. Una oración rodeada de con-
texto adquiere un carácter destinado tan sólo mediante la totalidad del enunciado, siendo su
parte constitutiva (elemento).18
[…] Cuando se analiza una oración aislada de su contexto, las huellas del carácter destina-
do y de la influencia de la respuesta prefigurada, los ecos dialógicos producidos por los enun -
ciados ajenos anteriores, el rastro debilitado del cambio de los sujetos discursivos que habían
marcado por dentro el enunciado -todo ello se borra, se pierde, porque es ajeno a la oración
como unidad de la lengua. Todos estos fenómenos están relacionados con la totalidad del enun-
ciado, y donde esta totalidad sale de la visión del analista, allí mismo dejan de existir para éste.
En esto consiste una de las causas de aquella estrechez de la estilística tradicional que ya he -
mos señalado. El análisis estilístico que abarca todas las facetas del estilo es posible tan sólo
como análisis de la totalidad del enunciado y únicamente dentro de aquella cadena de la comu-
nicación discursiva cuyo eslabón inseparable representa este enunciado.

18 Este estilo se caracteriza por una sinceridad de plaza pública, expresado en voz alta; por el hecho de llamar las
cosas por su nombre.

84
Interacción de voces: polifonía y heterogeneidades
Mariana di Stefano y María Cecilia Pereira

Las preguntas que han orientado la reflexión sobre la polifonía son las siguientes:
• ¿Qué voces se manifiestan en un enunciado?
• ¿El enunciador marca la presencia de otras voces en su enunciado o hay una pre-
sencia disimulada?
• ¿Cómo son introducidas esas voces en el discurso?
• ¿Qué relaciones mantiene el enunciador principal con esas voces que deja oír en
su enunciado?
• ¿En qué tradición discursiva se inscribe la interacción de voces que presenta un
enunciado?
• ¿Qué función cumplen esas voces en el enunciado?

La presencia de múltiples voces en los discursos fue estudiada por distintos autores,
desde perspectivas teóricas diferentes. Desde la perspectiva enunciativa, Oswald Du-
crot se interesó por observar cómo participa la polifonía de la “puesta en escena” discur-
siva a través de la cual el hablante realiza una acción, en relación con sus interlocutores
y su contexto, y orienta hacia una conclusión argumentativa que responde a sus inten-
ciones. Desde esta perspectiva, destaca que las voces diferentes presentes en un enun-
ciado están asociadas a puntos de vista que pueden mantener una relación de coorien-
tación o de oposición al punto de vista del locutor (o enunciador principal).
Según Ducrot, la polifonía es:
“la puesta en escena en el enunciado de voces que se corresponden con puntos de vista
diversos, los cuales se atribuyen -de un modo más o menos explícito- a una fuente, que
no es necesariamente un ser humano individualizado.”

Desde la perspectiva del Análisis del Discurso, la presencia de múltiples voces en el


interior de un discurso es interpretada a la vez como una huella del fenómeno de “hete-
roglosia”, que había señalado Mijail Bachtin, y como una huella de la regulación del inter-
discurso en la producción discursiva, que habían señalado M. Foucault y M. Pêcheux.
Bachtin llamó “heteroglosia” a la multiplicidad de formas del uso del lenguaje asociadas
a las distintas esferas de la praxis social, de las que los sujetos se apropian para hablar.
Para Bachtin, hablar es siempre hacerlo a partir de las palabras de otros, ya que el sujeto
adquiere capacidad de comunicarse verbalmente en situaciones concretas en la medida
en que se apropia y adapta a su propia intención lo que otros han dicho a lo largo de la
historia en situaciones diversas.
El hablante, dice Bachtín, no va a buscar las palabras al diccionario antes de hablar: el
hablante va a buscar las palabras a la boca de los demás, que ya hablaron en otros con-
textos. En este sentido, para él, la palabra de un hablante es parcialmente ajena, porque
85
lo que dice ya fue dicho por otros. La idea de heterogeneidad contenida en el concepto
de “heteroglosia” remite a la idea de que todo enunciado deja oír los ecos de distintos
sujetos sociales, inscriptos en distintos espacios sociales, en distintos momentos históri-
cos y en distintas ideologías.
El “interdiscurso” remite al conjunto de reglas de una formación discursiva y al conjunto
de discursos que la componen. Para el Análisis del Discurso, el sentido de un discurso
debe considerarse a partir de su relación con el interdiscurso, es decir en relación con
los discursos de la propia formación discursiva y también con los ajenos. En este senti-
do, el interdiscurso no es algo exterior a un discurso particular ni un marco que lo contie-
ne, sino una presencia central que define las posibilidades de producción de un discurso
y su identidad frente a los otros. Es en esa relación en la que se define también la inte -
racción de voces.
Según Jaqueline Authier-Revuz, inscripta en la perspectiva del Análisis del Discurso, la
presencia de múltiples voces en un enunciado se manifiesta a través de dos formas:

• La heterogeneidad constitutiva de la enunciación (concepción de M. Bachtin de


heteroglosia)
• La heterogeneidad mostrada: el enunciador muestra parcialmente en su enun-
ciado la heteroglosia; indica que algunas palabras las ha tomado de otro enuncia-
dor. Como no muestra toda la heteroglosia, la heterogeneidad mostrada constitu-
ye una representación de la constitutiva en el enunciado, construida por el
enunciador principal o locutor. De este modo, el yo representa su autonomía; se
diferencia de los otros y construye su propia identidad. Por eso la heterogeneidad
es también designada como alteridad, ya que deja ver al otro por oposición al yo.

1. Formas prototípicas de la heterogeneidad o alteridad mostrada

Son los llamados discursos referidos, es decir, discursos que remiten al discurso de otro.
Permiten identificar un discurso citante y un discurso citado, aunque los límites entre uno
y otro varían en cada caso:
a) Discurso Directo
b) Discurso Indirecto
c) Discurso Indirecto Libre

a) Discurso Directo (DD)


• Encadena dos acontecimientos enunciativos: una enunciación citante (la del enuncia-
dor principal) y una enunciación citada (la palabra del otro), diferenciando claramente
una de otra y restituyendo palabras textuales de la citada. Para diferenciar ambas voces
utiliza comillas, a veces luego de dos puntos, y utiliza un verbo introductorio (verbo de
decir), que puede aparecer en distintas posiciones.

86
• Es el discurso citante quien debe explicitar las referencias de la palabra citada, cuyo
grado de precisión varía según los géneros y los enunciados.
Ejemplos de DD:
- Ejemplo de discurso académico (ensayo) en que se explicita quién es el responsable de
la palabra citada, se usa un verbo de decir en posición anterior a la palabra citada, dos
puntos y comillas:
Maingueneau (1991: 11) afirma: “Cuando hoy se habla de una ‘lingüística del discurso’ perci-
bimos que se designa así […] a un conjunto de investigaciones que abordan el lenguaje”. La
característica común de estas investigaciones es que colocan en primer plano la actividad de
los sujetos hablantes, la dinámica enunciativa, la relación con un contexto social, etc.
No hay duda de que las investigaciones retóricas se inscriben, desde el margen de la discipli-
na, en este horizonte de pensamiento.
Plantin, Ch. (2000) La argumentación, Barcelona: Ariel.

Cuando la cita excede las tres líneas, las marcas difieren. Se emplea un sangrado mayor
y se suprimen las comillas:
Maingueneau (1991: 11) afirma:
De hecho, cuando hoy se habla de una ‘lingüística del discurso’ percibimos que se designa así
no una disciplina que tendría un objeto bien determinado, sino un conjunto de investigacio-
nes que abordan el lenguaje colocando en primer plano la actividad de los sujetos hablantes,
la dinámica enunciativa, la relación con un contexto social, etc.
No hay duda de que las investigaciones retóricas se inscriben, desde el margen de la discipli-
na, en este horizonte de pensamiento.
Plantin, Ch. (2000) La argumentación, Barcelona: Ariel.

Estas marcas de la heterogeneidad mostrada varían históricamente e incluso pueden ser


diferentes según las comunidades académicas de origen.*

- Ejemplo de discurso periodístico (crónica) en el que se explicita quién es el responsable


de la palabra citada, se utilizan comillas y verbo de decir en posición posterior a la pala-
bra citada, separado de esta por coma:
"Venimos a plantear la unidad detrás de estas políticas que tienen un impacto positivo a ni-
vel social, económico y productivo en nuestras provincias que lleva adelante la Presidenta",
dijo Scioli en declaraciones a la prensa al ingresar a la sede del PJ Nacional de Matheu 130.
La Nación, 30/09/2013

b) Discurso Indirecto (DI)


El enunciador utiliza diversos marcadores para diferenciar su voz de la citada. La pala-
bra del otro es reformulada, de modo que se pierde nitidez acerca de dónde comienza y
termina la palabra de cada uno y se pierde la enunciación original de la palabra citada.
Los marcadores más frecuentes son:
• X dijo que
• Según X / Para X / a juicio de X,

*Para consultar la normativa académica, puede recurrir a:


http://www.escrituraylectura.com.ar/semiologia/normativa.php
87
• Al parecer / se dice que
• Uso del condicional

Ejemplos de DI:
- El uso de uno u otro marcador, o el uso combinado de estos, pueden marcar mayor o
menor distancia de la voz citada:
Según fuentes próximas, el Tribunal de Cuentas prepara un informe crítico sobre la Secreta-
ría de Transporte. (Diario Clarín)

Podría reformularse de los siguientes modos:


El Tribunal de Cuentas prepara un informe sobre la Secretaría de Transporte que, se dice,
sería más bien crítico.

El Tribunal de Cuentas estaría preparando un informe crítico sobre la Secretaría de Trans-


porte.

El presidente del Tribunal de Cuentas sostuvo que en breve se dará a conocer el informe so-
bre la Secretaría de Transporte.

Ejemplos de formas híbridas que combinan DD y DI:


• DI + Islotes textuales:
El gobernador bonaerense Daniel Scioli encabeza la reunión del Consejo Nacional del Parti-
do Justicialista que, según afirmó, fue convocada para mostrar "la unidad" del peronismo
detrás de la presidenta Cristina Kirchner y en "respaldo de los candidatos" del Frente para
la Victoria.
La Nación, 30/09/2013
• Alternancia DD/DI
El gobierno de Mauricio Macri planteó ante el Consejo Federal de Educación la necesidad de
ampliar a 17 esas 10 orientaciones originales. Similar reclamo hicieron las provincias de Sal-
ta y de Mendoza. Aún no se ha dado una respuesta al pedido, aunque se encuentra en estu -
dio en una comisión especial de ese ente que agrupa a todos los ministros de Educación del
país.
Al igual que en todo el período en que se mantuvieron ocupadas las escuelas por parte de los
estudiantes, ayer el jefe de gobierno porteño reiteró su rechazo a esa modalidad de protesta.
"El sistema de tomas aleja a los alumnos y a los padres de las escuelas públicas", afirmó Mau-
ricio Macri durante el programa de televisión Almorzando con Mirtha Legrand. Insistió en mar-
car que el diálogo con los estudiantes "sigue abierto" para lograr superar el conflicto que
afecta el normal dictado de clases y elogió al ministro de Educación, Esteban Bullrich: "Es el
ministro más dialoguista de toda la historia".
La Nación, 30/09/2013

c) Discurso Indirecto Libre


El locutor habla con palabras de otro enunciador, que reproduce en parte en forma textual
y en parte en forma indirecta. El locutor adopta un punto de vista externo sobre el discurso
del enunciador citado. Combina DD y DI, no tiene marcas propias y no puede ser identifi-
cado fuera de contexto. No son claros los límites entre las voces citante y citada.
88
Ejemplo:
María salió al balcón. ¡Qué alegría! Hoy todo estaba preparado y por fin podía instalarse.
En este ejemplo, el locutor observa desde afuera lo que María hace y dice, y lo cuenta.
Para ello, recurre por momentos al DD (“¡Qué alegría! Hoy todo”), pero sin aviso pasa al
DI (los tiempos verbales son la marca de este: “estaba”, “podía”).

2. Otras formas de la heterogeneidad o alteridad mostrada

Son casos en los que el enunciador muestra una heterogeneidad que puede deberse a
otra lengua, otro registro u otro discurso. Se considera que en estos casos lo que el
enunciador muestra es una “ruptura de la isotopía estilística” que rompe el estilo do-
minante del enunciado, ya sea porque introduce otra lengua, o porque utiliza expresiones
propias de otros registros (formas más o menos formales, coloquiales o especializadas
en el uso del lenguaje, según el destinatario), ya sea porque recurre a un léxico propio de
determinadas teorías, ideologías o comunidades discursivas. Es importante destacar que
mientras para la perspectiva enunciativa, lo importante es observar los puntos de vista
asociados a las lenguas, registros o discursos puestos en contacto en el enunciado, para
el Análisis del Discurso además de ese aspecto polifónico, se trata de analizar cómo está
operando el interdiscurso en ese enunciado, en el que se marcan determinados elemen-
tos como una ruptura del estilo, apreciación que puede ser o no compartida por sus des-
tinatarios o por el resto de los hablantes. Es decir, al AD le interesa ver qué representa -
ción construye el enunciador sobre el estilo homogéneo y sobre los elementos que
producen su ruptura. La ruptura de la isotopía estilística puede presentarse:

a) marcada a través de comillas o de bastardillas.


Ejemplos:
- Los fideos están al dente.

El uso de la bastardilla revela una inscripción en un interdiscurso que, al menos en deter-


minados contextos comunicativos, señala la expresión “al dente” como ajena y como ín-
dice de la valoración de la italianidad en relación con las pastas. Así, este enunciador
considera que con la expresión “al dente” está usando una lengua distinta a la que venía
utilizando y ajena a la de la comunidad en la que está interactuando y por ello la marca
de algún modo, para comunicar a su destinatario su apreciación. En términos de Authier-
Revuz, son casos en que el enunciador “vuelve sobre sus propias palabras y negocia
con la heterogeneidad constitutiva de su discurso” y por ello pone una marca (en este
caso, la bastardilla), en función de las representaciones que tiene sobre sus interlocuto-
res y sobre la situación en que se encuentra.

- En la Sección Espectáculos, el diario Página/12 publicó:

89
SÁBADO, 14 DE MARZO DE 2015
Z A Z E N E L L U N A PA R K , C O N C A N C I O N E S PA R I S I N A S Y D E
TO D A S U C A R R E R A

Encanto de una voz que sabe emocionar


Aunque tuvo que superar problemas de sonido y le costó hacer entrar en cli-
ma al público, Isabelle “Zaz” Geffroy supo poner en juego su carisma y, sobre
todo, la calidad interpretativa necesaria para abordar clásicos de la chanson y
no naufragar en el intento.

En este caso, el diario marca con comillas “Zaz”, el sobrenombre de la artista. De este
modo el enunciador indica una ruptura estilística ya que el interdiscurso en el que se ins -
cribe lo orientaría en este género (la crítica de espectáculos) a hacer una referencia a los
artistas más precisa y formal, a través de sus nombres y apellidos, mientras el sobre-
nombre sería un modo informal de nombrarlos. Lo que marca la comilla, en este caso, es
una ruptura por registro.
Pero nótese que mientras marca la heterogeneidad producida por el sobrenombre (“Zaz”)
no marca la palabra “chanson”, pese a que se trata de un término que pertenece a otra
lengua. Desde el AD, este es un ejemplo de heterogeneidad constitutiva: se habla con
palabras de otros, como es en este caso la palabra utilizada por los franceses para de -
signar un género musical, que es naturalizada e indiferenciada de la palabra propia por
este interdiscurso. Todo enunciador señala algunas heterogeneidades como tales en su
enunciado, en función de sus representaciones sobre el género que está usando, sus
destinatarios, su finalidad, entre otros. Al no marcar la palabra “chanson”, este enuncia-
do sugiere que se trata de un término ya incorporado en la lengua que habla la comuni-
dad discursiva del diario.

Hay que destacar que la ruptura estilística puede darse también al introducir términos
formales en un discurso íntegramente informal, o términos en variedad estándar del es-
pañol en discursos en los que predomina otra variedad (regional, dialectal, sociolectal,
cronolectal, u otra), ya que la norma discursiva que predomina en un discurso no neces-
ariamente es coincidente con la norma estándar. Por ejemplo, en el tango Cambalache,
hay una ruptura de la isotopía estilística por registro, debida a la presencia de términos
como “problemático” y “febril”:
…siglo veinte cambalache, problemático y febril/ el que no llora no mama y el que no afana
es un gil /Dale nomás…

Al igual que en el ejemplo de “chanson”, la falta de marcación de la heterogeneidad, ex-


plicable en el tango, en parte por la oralidad, permite tomar este ejemplo como un caso
de heterogeneidad constitutiva: el enunciador del tango habla a través de palabras di-
chas por otros en contextos diversos y no señala la alteridad.

90
b) En otros casos, puede no haber comillas ni bastardillas pero se marca la ruptura a tra-
vés de una referencia explícita del enunciador sobre sus palabras, a través de un comen-
tario.
Ejemplos:
- Los fideos están al dente, como dicen los italianos.

- Para usar una expresión grosera, es un kilombo.

- El modelo, como dice el kirchnerismo.

- En el Curso de Lingüística General encontramos, así, lo que debe ser reconocido como una
contradicción, en el sentido materialista del término.

3. Formas de la heterogeneidad integrada o formas de la alusión

Según Ducrot, el enunciado en algunos casos muestra en su enunciación voces super-


puestas. El enunciado alude en forma implícita a otras voces. Por eso, estas formas son
llamadas también formas de la alusión:

a) Negación:
Tipos de negación:
• Negación polémica: opone el punto de vista de dos enunciadores antagónicos.
Corresponde a la mayoría de los enunciados negativos.
Ejemplos:
- La justicia actualmente no es democrática.

- Semiología no es un filtro.

• Negación descriptiva: presenta un estado de cosas que no necesariamente se


opone a un discurso adverso. Si bien siempre hay que considerar el contexto de produc-
ción del enunciado, se trata de casos en los que la carga polémica es ínfima.
Ejemplo:
-No hay una nube en el cielo.

• Negación metalingüística: contradice los términos utilizados en un enunciado


previo. Permite cuestionar el empleo de un término o de un grupo de palabras en virtud
de alguna regla sintáctica, morfológica, social que se manifiesta, implícita o explícita-
mente, en el enunciado correctivo posterior.
Ejemplos:
- Juan se ha ido al laburo.

-No, no se ha ido al laburo. Se ha ido al trabajo

91
b) Ironía:
- ¡Qué hombre encantador!
(Expresión de una mujer ante una situación en la que un hombre maltrata y
agrede a su esposa)

c) Concesión:
- Aunque se han logrado grandes avances en estos años, falta todavía bastante para una dis-
tribución justa de la riqueza.

A partir de conectores adversativos, como aunque o pese a que, se introduce otra voz
que es la responsable de lo que allí se afirma. Esta forma suele llamarse concesión retó-
rica, ya que el enunciador principal trae esa otra voz a su enunciado, le concede cierto
grado de verdad, pero inmediatamente después hace una aserción que limita o refuta
esa palabra aludida.

d) Presuposición:
- En un mundo marcado por la interconexión y la velocidad, lo que puede ponernos en difi-
cultades es lo nuevo, lo desconocido.

Lo primero es lo supuesto (se presenta como evidencia y se sustrae a la impugnación), y


lo 2do. es lo admitido, es una aserción sometida a eventuales objeciones. La polifonía
está dada por la presencia de 2 enunciadores: el que es responsable de lo presupuesto
(la voz de la doxa, de la opinión común) y el que se hace cargo de lo expuesto.

- La inflación sigue subiendo.

En este caso, lo presupuesto es que antes de esta enunciación la inflación ya había subi-
do, lo cual se atribuye a una voz cuya palabra no se pone en duda.

-Es linda pero inteligente.


- Es varón pero sensible.

En estos casos lo presupuesto es otra voz, cuya conclusión es relativizada por otra voz
que introduce un caso que se aparta de lo que esa voz considera lo normal: “Las lindas
son tontas”, “Los varones son insensibles/ rudos /fríos”.
Desde la perspectiva del AD, el juego polifónico es analizado a partir de la intervención
del interdiscurso que lo produce, en este caso el discurso machista.

e) Intertextualidad:
Es otra forma de alteridad integrada, definida por G. Genette. Refiere a la relación de co-
presencia entre dos o más textos, por la presencia efectiva de uno en otro. Se puede dar
por cita, plagio o alusión.
- Lo que el viento se llevó
(Titular de Página/12, al día siguiente de un tornado)

92
- Muerte en Buenos Aires
(Título de film que alude a Muerte en Venecia, film de Luchino Visconti y novela de Thomas
Mann).

4. Enumeración de las formas de la heterogeneidad mostrada


a través de comillas o bastardillas

Según Authier –Revuz, tanto las comillas como las bastardillas:


• Son un llamado de atención del enunciador hacia su enunciatario, pero dejan a
este la tarea interpretativa. “Son un hueco, una falta que hay que llenar interpreta-
tivamente.”
Maingueneau agrega:
• Suelen usarse, unas u otras, con sentidos similares, aunque algunos espacios so-
ciales regulan en mayor medida un uso diferenciado.
• Los espacios más regulados, instalan usos obligatorios, especialmente de las co-
millas.

a) Comillas: usos y funciones frecuentes


• Citas directas, palabras o islotes textuales.
• Ruptura de la isotopía estilística (palabras extranjeras, cambio de registro)
• Función metalingüística (“Gato” tiene cuatro letras)
• Toma de distancia, reserva de un locutor respecto de otra voz (este uso es pre-
ferencial respecto de la bastardilla).

b) Bastardilla. Usos y funciones frecuentes


• Palabras extranjeras (se la prefiere a las comillas en medios gráficos y escritos
académicos).
• Cambio de registro.
• Para destacar ciertas unidades, que en el discurso académico suelen ser concep-
tos.
• Función metalingüística.

93
Ejercitación
• Analice el uso de comillas y bastardillas en los textos que siguen.
• Vuelva sobre las preguntas iniciales, planteadas en la página 67, y respóndalas a partir
del análisis realizado en el punto anterior.

Texto 1:
Fue demasiado largo el litigio con los que no entraron en los canjes de deuda, los holdouts o
como los llaman desde el gobierno los "fondos buitre". (…)
Si insistimos en no pagar, las opciones son muy peligrosas. La primera que se podría verifi -
car si no se llegara a un acuerdo con los holdouts antes, podría ocurrir el 30 de junio. Si no les
pagamos a ellos antes, los "fondos buitre" podrían embargar el pago en el banco y, por la
cláusula de cross-default, entraríamos en una cesación de pagos, situación que sería muy
mala para el país.
Orlando Ferreres, “La negociación, la mejor opción que tenemos”, en La Nación, 18/06/2014.

Texto 2:
Dediqué varios artículos entre 1987 y 1992, y un libro (1992) a tratar de explicar por qué, en
mi opinión, es tan errado hablar de "tipos de textos". La unidad "texto" es demasiado com -
pleja y heterogénea como para presentar regularidades lingüísticamente observables y codi-
ficables, por lo menos en este nivel de complejidad. Es por esta razón que, a diferencia de la
mayoría de mis predecesores anglosajones, propuse situar los hechos de regularidad llama-
dos "relato", "descripción", "argumentación", "explicación", y "diálogo" en un nivel menos
elevado en la complejidad composicional, nivel que propuse llamar secuencial. Las secuencias
son unidades composicionales más complejas que los períodos, (…)
Un texto con secuencia dominante narrativa está generalmente compuesto de (…)
Jean-Michel Adam, Linguistique textuelle. Des genres de discours au textes. París,
Nathan, 1999.

Bibliografía

ARNOUX, Elvira (1986): "La Polifonía", Cuadernillo La Enunciación, Cátedra de Semiología,


Ciclo Básico Común, UBA.
AUTHIER-REVUZ, Jaqueline (1984): "Hétérogénéité(s) énonciative(s)", Langages Nº 73.
DUCROT, Oswald (1984): El decir y lo dicho, Buenos Aires, Hachette.
MAINGUENEAU, Dominique (2009): Análisis de textos de comunicación, Buenos Aires, Edi-
ciones Nueva Visión.

94
Actividades
Lea las notas publicadas en los N° 2 y 4 del periódico comunista-anárquico La voz de la
mujer y responda a las consignas siguientes.

1. ¿Cuáles son los géneros discursivos que aparecen en el N°2 del periódico La voz de la
mujer? ¿Encuentra diferencias con los géneros incluidos en La Protesta? ¿Cuáles?

2. Caracterice la instancia enunciativa de las notas y las escenas de habla que constru-
yen a partir del análisis de la deixis personal.

3. Analice las modalidades de enunciación y de enunciado en las notas del N° 2.

4. Sintetice el esquema enunciativo básico del N° 2 del periódico.

5. Analice la representación del espacio y del tiempo en las notas del N°2.

6. Analice los subjetivemas que representan discursivamente al hombre y a la mujer.

7. Analice la polifonía en las notas leídas. ¿Quiénes son citados? ¿Qué finalidades cum-
plen las citas?

8. Analice el empleo de la negación polémica en las notas del N° 1 del periódico.

9. Analice el empleo de la ironía y el juego enunciativo que supone.

10. Caracterice la instancia enunciativa de la nota “La más grande de las conquistas” pu-
blicada en el n° 4 del periódico. ¿Encuentra diferencias en la construcción del enuncia-
dor y del enunciatario entre esta nota y las del N° 1? ¿Cuáles?

11. Compare los rasgos del enunciador y del enunciatario en el periódico La Protesta con
los que presenta La Voz de la mujer en las notas leídas. ¿Qué rasgos comparten? ¿Cuá-
les son las diferencias?

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