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La Grandeza

Grande sólo es aquél que se siente igual a los otros, dado que lo
más grande que tenemos es aquello que compartimos con todas
las personas. Aquél que siente eso grande en su interior y lo
reconoce, se sabe grande y al mismo tiempo se siente unido a
todas las demás personas. Si lo reconoce en su interior, lo
reconoce al mismo tiempo en todas las demás personas y se
sabe y se siente igual a ellas. Por eso también puede admitir sin
inhibiciones esa grandeza en sí mismo, ya que no lo eleva por
encima de los otros, lo coloca a la par. De esa manera confirma a
los demás la grandeza de ellos, y ellos le confirman la grandeza
de él. Ama a los demás en su grandeza y es amado por los demás
por la grandeza de él. Así, esa grandeza une a todas las personas
con humildad y amor.

Aquél que se eleva por encima de otros, pierde la conexión con


ellos. Se retira de ellos y ellos se retiran de él. Por esa razón ese
envanecimiento conduce a la soledad. Y hace que se desconfíe.
Aquél que se enaltece debe temer que los demás lo rechacen,
que secretamente estén a la espera de que se precipite desde
esas arrogantes alturas hasta volver a ser igual a ellos. Si,
secretamente él mismo espera su caída, porque su alma no
aguanta ese enaltecimiento a lo largo del tiempo. Finalmente
comete errores que para los de afuera resultan incomprensibles
pero que están en sintonía con su alma. La grandeza que se
eleva por encima de los demás no la aguantamos durante mucho
tiempo. Las otras personas tampoco la aguantan mucho tiempo.

Pero también aquél que se rebaja y se ubica por debajo de las


demás personas pierde la conexión con ellas. Ellas perciben la
exigencia en ese tipo de humildad y la negación de hacer lo que
es adecuado para la grandeza humana.

La verdadera grandeza es exigente pero de una manera que hace


bien. Porque así como reconoce a los otros, también pretende
ese reconocimiento por parte de ellos. Esa exigencia beneficia a
todos. Une allí donde la exigencia enaltecida o la exigencia que
niega las grandes acciones separan.

Sin embargo, parte de la grandeza es también que en mí


reconozca lo singular que me ha sido regalado, y que al mismo
tiempo reconozca en cada una de las demás personas lo que es
singular a ellas. Por ese motivo, lo singular también es algo que
todas las personas tienen en común, y une en lugar de separar.
Porque también lo singular está al servicio del todo. Por eso,
incluso allí donde parece diferente, en el todo, esa singularidad
es igual a cada una de las otras singularidades.

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