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DESCENSO
Y
ASCENSO
DEL ALMA POR LA BELLEZA
El texto de San Isidoro tiene para mí la virtud de una síntesis. En sus dos
movimientos, comparables a los del corazón 11, nos enseña un descenso y un
ascenso del alma, por la hermosura: es un perderse y un encontrase luego, por
obra de un mismo impulso y de un amor igual. Y el amor es aquí nombrado,
porque lo bello nos convoca y a la belleza el alma se dirige, según el
movimiento amoroso; por lo cual toda ciencia de hermosura quiere llamarse
ciencia de amor. Y como el alma tiende a la dicha, por vocación, y la dicha se
alcanza en la paz y la paz en la posesión amorosa de la Hermosura, la ciencia
de amo quiere llamarse ahora ciencia de la felicidad.
-¿Y que será del hombre, una vez que posea las bellas cosas?
-¿Y qué será del hombre, una vez que posea lo bueno?
San Agustín, con más alto sentido parte de la vocación innata que todos
los hombres manifiestan por la dicha. En el libro décimo de sus Confesiones,
buscando la noción de Dios en el “palacio de la memoria” da justamente con la
noción de la felicidad, y se dice: “La dicha, ¿no es lo que todos quieren y a lo
que todos aspiran? ¿Dónde la conocieron antes, para quererla de tal modo?”.
“Y no solo se trata de mí –agrega-, ni de un corto número de personas: todos,
absolutamente todos quieren ser felices”. Y San Agustín dirige a todos ésta
pregunta:
Los antiguos enseñaban que amar no es poseer tan solo, sino ser
poseído: el amante trata de asemejarse al amado y tiende a substituir su forma
con la forma de lo que ama, en un abandono de sí mismo por el cual el amante
se convierte al amado. El alma posee, por la inteligencia, y es poseída, por el
amor; de ahí que le sea dado descender a lo inferior por inteligencia, sin
comprometer su forma en el descenso; pero la comprometerá si por amor
desciende a las formas inferiores, porque amar es convertirse a lo amado. Por
eso dice San Agustín: “Si amas tierra, tierra eres; si cielo, cielo eres; si a Dios,
Dios eres.” Luego, al apartarse de su forma, el hombre tomará la forma de lo
que ama.
¿Será que las imágenes del mundo nos tienden a un lazo maligno? De
ningún modo, puesto que ya consideramos la belleza de la criatura como el
esplendor de una verdad cuyo dominio implica un bien. Y el lector ha de
preguntarme ahora: ¿Qué verdad y qué bien nos propone la criatura? Los
maestros antiguos enseñaban –diré yo- que no es dado al hombre conocer en
este mundo a la divinidad, como no sea en enigmas y a través de un velo; y
éste saber nos viene de la naturaleza creada, la cual, como dice Jámblico 25,
expresa lo invisible con formas visibles y en modo simbólico. San Dionisio
enseña que el alma, por su moción directa, se vuelve a las cosas exteriores “y
las utiliza como símbolos compuestos y numerosos, a fin de remontarse por
ellas a la contemplación de la unidad”; y San Pablo dice de algunos que su
incredulidad es inexcusable, puesto que “las cosas de Él invisibles se ven
después de la creación del mundo, considerándolas por las obras creadas: aún
su virtud eterna, y su divinidad”26. De todo lo cual se infiere que la criatura nos
propone una meditación amorosa y no un amor, un principio y no un término de
viaje.
Dije ya que por inteligencia el alma posee y que por amor es poseída;
agregué, más adelante, que la criatura nos propone una meditación amorosa y
no un amor, un comienzo y no un final de viaje. El lector que me ha seguido en
el descenso conoce ya la suerte del alma que se reposa en el amor de la
criatura, tomándola como un fin. Diré ahora que, al hacerlo, comete una doble
injusticia con la criatura, exigiéndole, por violencia, lo que la criatura no puede
ni sabe dar; y una injusticia consigo misma, pues al descender amorosamente
hacia las cosas inferiores del alma concluye por someterse a ellas, con lo que
invierte la jerarquía natural y el orden armonioso, en menoscabo de la potestad
que le fue conferida sobre las cosas del mundo visible.
Ahora bien: en cuanto el hombre asuma el señorío que tiene sobre las
cosas y no bien las mida con su vara29 de señor y de juez, la esfinge devolverá
su presa, y le revelará su secreto, por añadidura; “porque las cosas –dice San
Agustín- no responden sino al que las interroga como juez”.
Tal cosa niegan las criaturas: niegan ser el destino del hombre, cuando
el hombre las interroga por su destino; y no se limitan a negarlo, sino que
dicen: “Búscalo más arriba”. Y no sólo nos convidan a un ascenso, sino que se
nos ofrecen, como peldaños, porque las cosas nos llaman, con la voz de su
hermosura, y ese llamado de las cosas trae una intención de bien.
Todo llamado viene de alguien que llama; y las criaturas dicen al que
sabe oír: “somos el llamado, pero no somos el que llama” 37. Y, negándose,
afirman al Llamador: lo afirman en sus nombres; pues dicen a todo el que
contempla su hermosura: Somos bellas, pero no somos la Hermosura que “nos
creó” hermosas. Y al que medita su verdad enseñan: Somos veraces, pero no
somos la Verdad que “nos creó” verdaderas. Y dicen al que gusta de sus
bienes: Somos buenas, pero no somos la Bondad que así “nos creó”. Así
afirman al que llama: lo afirman en sus nombres gloriosos de Hermosura,
Verdad y Bien. Y lo afirman como Principio, llamándole “el que nos creó”; y lo
alaban como Fin, diciendo: Somos el llamado hermoso y no la Hermosura que
llama.
Adán nombró a las criaturas con su nombre verdadero, y como las cosas
se rinden al que sabe nombrarlas, Adán fue el señor de ellas y no descendió
por las cosas que había nombrado 39. Tampoco descenderá el que así las
nombre; pero sólo sabe nombrar el juez, y sólo es juez el que deja de ser
esclavo.
LOS TRES MOVIMIENTOS
DEL ALMA
8
E
N el transcurso de mi glosa el alma cumplió ciertas evoluciones y
movimientos cuya descripción ordenada me conviene ahora. San
Dionisio, después de referirse a los tres movimientos del ángel, dice que
también el alma se mueve con un triple movimiento: el circular, el oblicuo y el
directo:
Explicit. 43
2 2
Se refiere al tópico de la invocación que practicaban los poetas dirigida, entre los griegos, a las
Musas para que los inspiraran y alentaran en sus cantos. “De Aquiles de Peleo, canta, oh Diosa, la
venganza fatal que a los aquivos origen fue de numerosos duelos”, así comienza la Iliada. Y la Odisea:
“Dime, oh Musa, del héroe ingenioso, que después de arrasar la sacra Troya, anduvo tanto tiempo
peregrino”, refiriéndose a Ulises La Edad Media “cristianizó” el tópico de la innovación:
ARGUMENTO 37
1. La Belleza Creada 47
3. El Descenso 67
4. La Esfinge 75
5. El Juez 83
6. El Ascenso 91
9. El Mástil
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