Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Aquel mandatario mulato, hijo de extranjeros pero dominicano por costumbre, respondió a la
inquietud del muchacho:
“Procura cambiar de vocación, muchacho, porque los que como tú y yo hemos salido del
horno demasiado quemaos, si estudiamos el latín nos volvemos locos”.
Aquella sentencia discriminatoria salió de lo más lejano de los ancestros del presidente Ulises
Heureaux Level (Lilís), también negro, que siendo hijo de haitiano y una santomeña, gobernó
la República Dominicana con mano de hierro en los últimos 12 años de una segunda
oportunidad.
Historiadores no concuerdan si nació en suelo nuestro, pero él asumió que los padres lo
trajeron al mundo en San Felipe, Puerto Plata, un 21 de octubre de 1845. Josefa Level,
oriunda de Saint Thomas y D’Assas Heureaux Desse, nativo de Haití, procrearon al varón,
entregado en adopción no legal, reconocido después por su progenitor, hasta convertirse en el
“Pacificador de la Patria”, como lo declaró el Congreso Nacional cuando alcanzó la
Presidencia del país.
¿Por qué uno de los presidentes dominicanos del tumultuoso siglo XVlll, el hombre que más
incidió en la creación de una cultura política vernácula clientelista, tuvo un pensamiento
discriminatorio siendo de origen negro?
Su forma de pensar y proceder no era distinta de los coetáneos caudillos militares forjados
después de creada la República. Y esa escasa formación académica y cultural tuvo que ver
con el medio en el que se desarrollaron, que no era otro que haberse forjado en un país del
Tercer Mundo, que se debatía por salir del pre capitalismo de origen, agravado por las
falencias de la potencia colonial conquistadora.
Lilís, en su formación, no atesoró privilegios que a los contemporáneos militares les faltara. Él,
como los demás, fue el producto del atraso cultural y material de la República Dominicana,
favorecido por las aldeanas circunstancias del medio dominicano.
La legión de generales, creídos todos en condiciones para llegar a la Presidencia fue, salvo
raras excepciones, el típico hombre común que desarrolló habilidades para la guerra y
adquirió, en el fragor del combate, el arte de la truculencia para actuar también en la política.
Hay que sondear en los más recónditos espacios de la mente de un hombre como Heureaux
para aproximarse a una respuesta razonable de por qué en las campañas contra los
levantamientos en los que participó, un general de su estatura se hacía acompañar de un
brujo haitiano como asistente, como si se tratara de un amuleto personal.
Hurgando en las anécdotas, testimonios y observando el proceder de los héroes y los insignes
patriotas criollos, nos encontramos con todo tipo de liderazgo.
En ese punto, el historiador británico Andrew Roberts, en su libro “Hitler y Churchill, los
secretos del liderazgo”, describe a los carismáticos como aquellos que “no están arraigados
en ninguna tradición ni se basan en una autoridad institucional; no reconocen constitución
alguna y se apartan por completo de lo que puede ser el poder de un Presidente elegido en el
marco de una democracia”.
El inspirador es aquel que tiene una visión del mundo, de los problemas, capaz de hacer
razonamientos acerca de sus soluciones, pero no pretendería nunca que le otorgasen poderes
autocráticos. Es, sin embargo, un líder con capacidad de enfrentar con resolución los desafíos,
sin postergarlos ni delegar responsabilidades que son de su exclusiva autoridad. “Ser un líder
no es cuestión de amabilidad”, que es buena actitud, dijo alguna vez el primer ministro
australiano Paul Keating. “Para ser un líder- agregó- hay que tener razón y ser fuerte”.
Ulises Heureaux fue un líder carismático, con una inteligencia que superó a los demás de su
generación, pero al propio tiempo no poseyó escrúpulos, y en términos gerenciales fue un
inepto. “El genio tenebroso”, como lo define el historiador Roberto Cassá, fue de un proceder
extraño. Como él, sus padres, eran de piel oscura, pero el caudillo entendía que los “negros” y
los “blancos” pensaban y actuaban distintos.
Heureaux era un político hábil, de una destreza instintiva, que de ser un muchacho de
educación elemental, que recibió instrucción de disciplina laboral en la panadería de Tomás
Paredes en Puerto Plata, saltó a ser lugarteniente o asistente de la espada de la
Restauración, general Gregorio Luperón. Tras convertirse en casi indispensable para Luperón,
su compueblano, pasó a jefe militar que usaba esa fuerza para poner al enemigo al servicio de
sus intereses personales.
“De faltarle una de estas dos condiciones -dice Juan Bosch- las de político sagaz y jefe militar
audaz, habría sido imposible que el país hiciera el tránsito del pre capitalismo al capitalismo,
en su primera etapa, sin pagar un alto costo de vidas”.
“El resultado fue que las personas perspicaces llegaron a la conclusión de que, aunque el
verdadero depositario del poder era el presidente Heureaux, el líder, Luperón, era
corresponsable de sus actuaciones, lo que disminuyó su prestigio. Este, en definitiva, tardó en
captar que Heureaux construía su propia plataforma con el fin de desplazarlo”, narra el
historiador Cassá. Llegamos a la conclusión, pues, de que Lilís en el liberalismo fue un ave de
paso.
En una mente con tantos prejuicios, insatisfacciones provocadas por el medio, resentimiento y
autoestima desequilibrada, la lealtad, la gratitud, la dignidad humana y el decoro no son
valores que podía exhibir un Presidente que llegó a fusilar a sus más leales colaboradores
para dar riendas sueltas a sus apetencias personales.
Por su origen, y forzado por las circunstancias, la vida le negó mejor ventura. Perfiló actitudes
revanchistas, traicionó su militancia liberal, adquirió poder y desde él persiguió a sus
opositores para sumarlos o hacerlos fusilar; compró voluntades y gobernó de forma
autocrática.
Sin ruborizarse dividió y redujo el Partido Azul, mal gestionó el país, dio escasa participación a
figuras de la organización en la que militó, pero abrió las puertas a gente destacada de otras
organizaciones. Hizo de la administración pública un negocio del que disponía para
favorecerse y gratificar a los suyos.
Sin embargo todos sus biógrafos les reconocen inteligencia, astucia y disciplina en las tareas
militares y políticas. Tenebroso, ambicioso, cruel e inculto, pero de una presencia impecable.
Sus rasgos son descritos por historiadores dominicanos y extranjeros que han escudriñado la
trayectoria de Ulises Heureaux Level (Lilís). De sus días descalzo en Puerto Plata hasta su
asunción a la Presidencia de la República, pasaron muchos acontecimientos, en los que el
gallardo guerrero esculpió una personalidad única.
“Evidencia de esta actitud (de indiferencia) fue el episodio de la muerte de su madre: estando
en el apogeo del poder omnímodo, se le avisó que se encontraba moribunda, y sorprendió a
los acompañantes al decirles que no iría a Puerto Plata para verla puesto que no era médico”.
Ese salvajismo y la evidente falta de sentimiento, Heureaux no solo la iba a demostrar con su
progenitora. Su ascenso en la vida política y militar se lo debió, en gran medida, al apoyo y
protección que le ofreció la espada de la Restauración, general Gregorio Luperón.
A pesar de no tener una elevada formación educativa, pues para él no era indispensable,
según afirma el historiador Roberto Cassá, Heureaux hablaba inglés y francés (su padre era
hijo de un francés radicado en Haití), pero aduce que “se limitó a adquirir los rudimentos
culturales necesarios para ascender”.
No extraña, pues, que en las precarias circunstancias de la época donde el mal ejemplo de la
traición en la actividad política era el pan nuestro, que Heureaux proyectara un perfil sumiso,
colaborador y diligente ante el hombre que le extendió la mano para que se levantara, pero
una vez se alzó con el poder, desató su verdadero espíritu e intenciones.
Para este escritor norteamericano -de juicio independiente-, por las venas de Heureaux no
corría ni una gota de sangre dominicana. “...Y este hecho-dice Welles- fue causa de la
modificación de la Constitución durante la Presidencia de su predecesor, el padre Meriño
(Fernando Arturo), que establecía que solo los dominicanos de nacimiento y de padres
dominicanos podían aspirar a la Presidencia. Sin embargo, es posible, también, que haya
nacido en la isla de San Thomas, y no en Puerto Plata como él afirmaba”.
Fue un “fiel” soldado que se convirtió en sombra del general Gregorio Luperón, el liberal líder
del Partido Azul que llevó a cabo la gesta para restaurar la soberanía del pueblo dominicano.
Fue por influencia de Heureaux que Meriño, un sacerdote de condiciones excepcionales como
orador, firmó una disposición presidencial, el “Decreto de San Fernando”, con el que se
pasaba por el paredón a todo aquel ciudadano que tomara las armas para conspirar.
Sin advertirlo, Luperón había propiciado su propia competencia, y así lo describe Roberto
Cassá en su libro “Personajes dominicanos”: “De manera sinuosa, desde su proconsulado
capitaleño, el extraño cibaeño de tez oscura se ganó la confianza de muchos. Sus dotes lo
perfilaron como un garante del orden, punto que tenía la máxima connotación en ese
momento, puesto que en las ciudades todo el mundo estaba conteste de que urgía, como
condición para el progreso, la pacificación absoluta del país, sin importar los procedimientos ni
las consecuencias que acarrease”.
Cuando el presidente Fernando Arturo de Meriño enfrentó la primera rebelión que intentó
tumbarlo, encabezada por el general Braulio Álvarez, el pico de oro venido de los púlpitos,
echó mano de Heureaux para sofocar la afrenta, tarea que el general hizo con prontitud y
eficacia.
Luperón no advirtió lo que se gestaba en la interioridad de aquel hombre, que Sumner Welles
lo describe: “Las actividades que desplegó Heureaux como ministro de Meriño, bien podían,
sin embargo, haber hecho vacilar a los que estaban a punto de llevarlo a la Presidencia, aun
cuando carecieran de visión profética. Fue Heureaux quien ejecutó el notorio decreto que el
Presidente fue llevado a promulgar, apodado por el sarcasmo popular como el Decreto de San
Fernando, ordenaba aquella disposición que todos los que fueran sorprendidos con las armas
en las manos, sufrirían la pena de muerte”. Y así Heureaux cooperó para enturbiar la imagen
del gobierno del arzobispo Fernando Arturo de Meriño.
Destierro, encierro o entierro eran las tres palabras que aplicaba Heureaux a sus contrarios
políticos, al decir de nuestro entrevistado.
JDB. El carácter individual de Ulises Heureaux adquiere contornos definidos en un hábitat muy
específico, la sociedad dominicana posterior a la proclamación de la República. Una sociedad
eminentemente rural y de mentalidad aldeana. Fragmentada en tres regiones distintas y
distantes geográficamente, que parecían países diferentes, aislado el país del resto del
mundo, y en plena guerra dominico-haitiana. Debió escuchar, de niño, las historias sobre la
lucha por el sostenimiento de la independencia nacional y las hazañas de los caudillos
militares de la época. Era ya adolescente, cuando sobrevino la anexión a España y en su
pueblo natal, Puerto Plata, fue testigo de las hazañas de algunos dominicanos que repelieron
la presencia de las tropas españolas en territorio dominicano, lo que sin duda estimuló el
arrojo y las aptitudes de ese joven de extracción humilde, que deambulaba por las calles en
procura de su sustento, y que, como muchos jóvenes de su época, entrevió su futuro en la
actividad guerrillera, primero contra el extranjero, y luego contra quien se interpusiera en su
camino para obstaculizar sus propósitos.
RN. ¿Tuvo que ver con su origen extranjero y su abandono en los primeros años de su
infancia?
JDB. No me parece que su ascendencia extranjera pueda ser una de las causas de su
carácter como hombre recio, tosco, sagaz, y, lo más importante, audaz. Sabía cuándo actuar y
asestar el golpe letal a sus contrarios. En este sentido, no improvisaba ni solía actuar
festinadamente. Es probable que la circunstancia de crecer solo, sin el calor paterno ni
materno, contribuyera a moldear su carácter de manera agresiva, pues desde temprana edad
se vio en la necesidad de gestionar sus propios medios de subsistencia en un medio, como la
Puerto Plata de entonces, en que precisamente no abundaban las oportunidades de
superación personal y social, especialmente para quien carecía de recursos para
proporcionarse una educación a la altura de las circunstancias.
RN. ¿Cree usted que Heureaux actuó con espíritu de traición contra Luperón? Si fue así, ¿por
qué fue Luperón muy confiado en delegarlo a Santo Domingo para que lo representara?
JDB. Siempre se ha dicho, con razón, que Lilís, en cierto sentido, fue hechura de Luperón.
Particularmente creo que éste reconoció en Lilís dotes de audacia y de valor que no
abundaban en el medio, y lo utilizó para acometer diferentes misiones que resultaron exitosas.
Lilís, al igual que el propio Luperón, se forjaron como soldados y patriotas en la guerra
restauradora. Ambos fueron producto de esa sociedad estancada, rural y aldeana a la que me
he referido. Y ambos, especialmente Luperón, fueron exponentes del fenómeno sociológico
conocido como caudillismo. Luperón, el caudillo, se rodea de un Estado Mayor, tiene hombres
que lo admiran, respetan, y siguen sus órdenes y su ejemplo de soldado aguerrido y de
probado valor. Entre los seguidores de Luperón está Lilís, puertoplateño igual que él, en quien
el primero confía. No necesariamente Lilís actuó con premeditación frente a Luperón. Lo que
sucedió, a mi entender, es que Lilís también tenía madera de caudillo, de hombre nacido para
mandar, y Luperón, al parecer, no se percató de esa realidad.
RN. ¿Cómo califica usted la propensión de Heureaux de fusilar a sus contrarios, incluso
amigos suyos? ¿Qué rasgo de su personalidad incidía en esta actitud?
JDB. Hay que tener presente que la Segunda República (1865-1916) fue el período de los
caudillos y caciques militares que dominaron el escenario político. Cada jefezuelo tenía su
ejército particular, y por cualquier “quítame esta paja” se originaba una revuelta que, dada la
fragmentación regional del país porque se carecía de vías de comunicación terrestre que
unificara al Sur, al Este y al Norte, por lo general se derrocaba al presidente de turno, o éste
lograba aplacar las revueltas fusilando, encarcelando o desterrando a sus contrarios. Podría
decirse que era la norma. Así que Lilís, al que no podía apresar, lo deportaba o lo fusilaba.
Alguien, al describir esas fórmulas típicas de los dictadores latinoamericanos frente a sus
adversarios, sostenía que ellos solían aplicar la siguiente fórmula: el destierro, el encierro o el
entierro.
No cabe dudas de que Lilís perfeccionó su instinto criminal durante el bienio del padre Meriño
(1880-1882) cuando ocupó la cartera de Guerra y Marina, y le correspondió aplicar el célebre
Decreto de San Fernando.
Una pincelada sobre Lilís. Como ilustración, me permito citar aquí un fragmento sobre la
personalidad de Lilís del doctor Américo Lugo que figura en el prólogo del libro de anécdotas
de Víctor de Castro titulado Cosas de Lilís: “Y este hombre extraordinario a todos engañó, a
todos venció, a todos gobernó con ilimitada autoridad. Partidos destruyó, pacificó aterrando,
sofocó el pensamiento, que es la niñez de la acción, aherrojó la acción, que es la victoria de la
mente, y por todas partes impuso su fuero, su criterio, su capricho, sus instintos, sus pasiones,
estableciendo finalmente un centralismo monstruoso en que el senado, los tribunales, la plaza
pública, la escuela, el hogar mismo, todo cayó bajo el argivo y briareo control presidencial;
aunque presidente no fue, que el nombre no suele ser sino la máscara de la realidad, sátrapa
sí, un Ciro, Cambises o Artagerges, acaso el más completo y curioso de América y sin duda
uno de los más notables por su capacidad política, por su autoridad personal, por su don de
gente, por su heroica naturaleza, por su fortaleza casi sobrehumana, por el sello mismo de
grandeza que puso a sus crímenes.”
Incluso, fue bajo la administración de Lilís que se inició en República Dominicana la injerencia
norteamericana, primero en el aspecto financiero (a través de la San Domingo Improvement
Company) y luego en el plano político de dominación que se expresó materialmente a partir de
1916 tras la ocupación militar del país por los Infantes de Marina de los Estados Unidos.
Crónicas del tiempo: Ulises (Lilís)
Heureaux Level (4)
Ulises Heureaux Level influyó de modo determinante entre los líderes de su generación y en
los que surgieron después. Sus huellas prevalecen en la cultura política criolla y su
personalidad echó raíces en la idiosincrasia del pueblo dominicano . El método de gobernar
como expresión de su recio carácter, entre otros factores no menos importantes, tiene que ser
analizado desde la perspectiva del fenómeno político que fue, que supo conjugar una serie de
cualidades, escudriñadas por historiadores, ensayistas, comunicólogos y estudiosos de la
conducta.
Heureaux, siendo de extracto social bajo, sin instrucción académica y nulo roce social que le
permitiese a temprana edad adquirir las herramientas para superar sus debilidades, demostró
ser el caudillo más astuto de finales de ese siglo, además del más sanguinario. La historiadora
y catedrática de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, Mu-Kien A. Sang, escribió
de su personalidad y pensamiento, que luego editó como libro el Instituto Tecnológico de
Santo Domingo (Intec), 1987, bajo el título “Ulises Heureaux, biografía de un dictador”. En
nuestro propósito de seguir hurgando en el perfil sicológico de este emblemático personaje,
interactuamos con la doctora Mu-Kien:
MKAS. “...Fue indiscutiblemente una de las figuras políticas más sobresalientes en República
Dominicana durante los dos últimos decenios del siglo XlX, resultando no solo del apoyo
recibido de un sector importante de la clase dominante, sino también por sus cualidades
personales: inteligencia, valentía, liderazgo y capacidad de gobernar. Estas cualidades le
permitieron vencer las hostilidades políticas y los inmensos obstáculos que se le presentaban.
Desde sus primeras actividades en la vida política nacional, Heureaux se destacó como un
verdadero soldado, dispuesto siempre a cumplir con las misiones asignadas. Así lo demostró
en las postrimerías de la Guerra de la Restauración, contando apenas con 20 años. Su
destacada participación en esa lucha fue gratificada primero con el título de “Restaurador”,
otorgado a aquellos soldados que lucharon contra el invasor, y luego designado como
teniente. Ganada la guerra contra España, el líder de la gesta, Gregorio Luperón, hizo de
Heureaux uno de sus más fieles y cercanos colaboradores. Juntos participaron, hacia 1869,
en la invasión del buque El Telégrafo en contra del régimen de Buenaventura Báez. Juntos
también combatieron a Cesáreo Guillermo en 1878. Derrocado éste, los Azules asumieron el
poder, y Heureaux, que apenas tenía 28 años de edad, fue nombrado Ministro”.
MKAS. “Un juicio certero fue el de Pedro Francisco Bonó, quien al mismo tiempo que veía en
Heureaux al hombre inteligente, capaz, prudente, militar afortunado y valiente, captaba en él
un apetito de poder “.
En 1882, los políticos observadores coinciden en reconocer que las cualidades personales de
Heureaux le permitían configurarse como uno de los líderes más connotados no solo del
Partido Azul, sino de todo el país.
Para afianzar otras cualidades resaltantes en él, Mu-Kien cita al entonces cónsul francés en
República Dominicana, Alphonse Garrus, que definió a Heureaux como uno de los políticos
más inteligentes y capaces con que contaba el país: “Hombre probado como conciliador,
enérgico, patriota, firme defensor de su partido, de sus derechos, consecuente con sus
amigos, leal a su patria, que sabrá defenderla de toda amenaza con valor y dignidad”.
Para esta investigadora, la imagen en torno a la figura del dictador traspasa el marco de sus
contemporáneos. Los historiadores, añade Mu-Kien, que se han ocupado del estudio de su
figura resaltan la imagen de hombre valiente y líder consumado. Y cita a Emilio Rodríguez
Demorizi que lo define como “mozo de fortuna, inteligente y valeroso”, en tanto que Américo
Lugo lo califica como “un hombre extraordinario que a todos engañó, a todos venció con
ilimitada autoridad”. Mu-Kien hace alusión a la siguiente frase de Heureaux: “El deseo de
adquirir infunde en los corazones las mismas pasiones que el deseo de gobernar”.
RN.- ¿Y cómo logra Heureaux que su liderazgo sobreviva por tanto tiempo a pesar de su
origen social?
Ulises Heureaux fue ante todo un conocedor de la política práctica, de la realidad de su país.
Fue, en resumen, un hombre de Estado.
MKAS. “Como hombre de Estado, que ostentó el poder durante largos años, conocía en
detalle los privilegios y las dificultades que se presentan. Y sus expresiones lo definen de
cuerpo entero cuando afirmó: ‘Comprendo perfectamente hasta qué punto debe u. encontrarse
mortificado. Sin embargo, esas son las espinas del poder y por esa razón es que para
manosear la política se necesita siempre vestir la mano cuando no de un guante de hierro al
menos de uno que tenga escamas para resistir a las ponzoñas de los malos intencionados’.
El dictador aprendió en la práctica que en la actividad política, cada cosa engendra su
contraria. Según Heureaux, para ejecutar una acción es necesario conocer en detalle los
elementos de la situación, de la realidad y, más aún, de la acción misma; es decir, para
exponerlo en conceptos actuales, conocer la coyuntura política”.
MKAS. “Era un hombre de Estado, un político pragmático que tenía un claro conocimiento de
sus objetivos, acciones y alianzas.
Mu-Kien, para ejemplificar su punto de vista, apela a Harry Hoetink, sociólogo holandés y
estudioso de la historia del Caribe, autor de “El pueblo dominicano, 1850-1900”, donde señala
que la dictadura de Heureaux se caracterizaba porque: 1) “En el pensamiento de Heureaux,
como típico dictador criollo, apenas cabían principios ideológicos”. 2) “Veía la actividad política
como artesanía, el aparato político como un artefacto de trabajo, la estructura política como un
total delicado, pero estático...” y 3) “El papel del Parlamento en la dictadura criolla estaba de
acuerdo con el carácter no ideológico, artesanal del sistema político”.
No hay lugar a discusión: Ulises Heureaux Level impuso su autoridad a través de la influencia
que ejerció sobre sus subalternos por sus cualidades de líder, combinadas con su fuerte
carácter y espíritu guerrero, pero sobre todo por una coyuntura política: la necesidad que tenía
el pueblo dominicano de una figura que le garantizara la paz.
A principios del siglo XlX, durante y posterior a la revolución de los esclavos en Haití, en las
dos partes de la isla se registró una disminución significativa de las poblaciones. Cuando
cesaron las guerras en los dos territorios de La Hispaniola, empezó a registrarse un
crecimiento demográfico en el Este y el Oeste.
En la década de los ochenta de ese siglo, el territorio dominicano estaba dividido en seis
provincias (Santo Domingo, Azua, El Seibo, Santiago, La Vega y Espaillat) y los distritos de
Puerto Plata, Samaná, Montecristi, Barahona, San Pedro de Macorís y Pacificador (que la
componían, a su vez, las comunes de San Francisco de Macorís, Villa Rivas y los cantones de
Cabrera y Castillo), conforme a la nueva Constitución política promulgada por Ulises Heureaux
Level el 12 de junio de 1896.
Tres años después de votada la Constitución, de manera insólita, Heureaux hizo un pacto
secreto el 18 de agosto de 1898, mediante el cual le concedía todos los poderes al Papa,
León Xlll, para resolver “soberanamente” todo lo relativo a los límites fronterizos con Haití.
El Sumo Pontífice rechazó las tentativas lilisistas por “dejar sin resolver cuestiones de alta
importancia y de grave interés para los países y por consiguiente no responde al objeto de una
plena pacificación”.
Alegó también León Xlll que “era una cuestión jurídica que podría ser resuelta por un
jurisconsulto”; aparte de la negativa papal, comisiones mixtas de trabajo constituidas para tal
efecto, fracasaron también en su labor porque los representantes haitianos se negaron a
reconocer el río Pedernales como línea divisoria, pues trataban de establecer otra diferente,
por lo que el 17 de febrero de 1899, esto es nueve meses antes de que fuera asesinado el
presidente Heureaux, cesaron las conversaciones. La solución permanente de este conflicto
no iba a quedar resuelto definitivamente hasta el año 1936.
Conservadurismo y Liberalismo
Este pensamiento conservador dominicano tiene su origen en los cambios sociales y políticos
provocados por dos revoluciones: la francesa (1789-1793) y la haitiana, así como otros
acontecimientos, como la incidencia de la invasión de Jean Pierre Boyer desde 1822-1844.
Heureaux, cuando fue enviado por Gregorio Luperón a representar su gobierno a Santo
Domingo, estuvo claro de que ésa era la oportunidad de atenazar el poder, de modo que
identificó de inmediato los integrantes de los grupos económicos en la Capital en los que se
apoyaría para su ascenso a la Presidencia.
De acuerdo con la tesis del profesor universitario Raymundo González, “en el siglo XlX hay
una débil estructuración del pensamiento conservador, esto es, como conjunto ideológico
legitimador de una visión del país o de una forma de ejercicio de poder, por ello cuando lo
necesita se ve obligado a tomar prestado del pensamiento liberal formas y motivos”.
González entiende que “los pensadores liberales, por su lado, tampoco confiaban enteramente
en la capacidad del pueblo de convivir en paz y mantener el orden, ya que su ejercicio político
más común era practicado en la forma de montoneras, la ‘guerra civil’ permanente que
enfrenta a los caudillos y el gobierno, que para Bonó (Pedro Francisco) era, en su fondo,
expresión de la lucha del campo que se defendía de la explotación de la ciudad.
Y con eso tuvo que lidiar no solo Heureaux, sino todos aquellos líderes dominicanos del pre y
postmodernismo. El investigador dominicano José G. Guerrero advierte en este punto lo
siguiente:
El viaje desde el puerto de Santo Domingo, de donde partió tras ser sacado de un solitario
calabozo de la Fortaleza para llevarlo hasta aquella remota comunidad, constituía para él un
bálsamo, una mejor opción.
La humedad en los muros, el goteo por una fisura en la pared, y el tintinar de las llaves del
carcelero cuando éste se acercaba a colocarle una vasija conteniendo alimento, era su
realidad día tras día en aquella ergástula con olor a orina fermentada.
Generoso Eugenio de Marchena pagaba con su encierro en el calabozo “El Aljibe” la negativa
a retirar su candidatura a la presidencia de la República en las elecciones de 1892, como
habían hecho los demás, persuadido él de que Ulises Heureaux Level no presentaría su
postulación para la primera jefatura del Estado, como prometió.
Cuando la goleta arribó al muelle azuano, Heureaux hizo que el recluso, su antiguo hombre de
confianza, fuera montado “al pelo” en el caballo, que con los cascos derribaba cactus y
guasábaras en una carrera presurosa hasta Las Clavellinas.
Ese cantón fue el mismo donde un 19 de marzo, 48 años antes, acampó uno de los
regimientos fusileros dominicanos que hizo añicos la expedición haitiana en la batalla heroica
de Azua.
Mucho antes de comenzar a despuntar como líder, este presidente, de origen extranjero y
extracción social cuasi indigente, sabía de sus extraordinarias cualidades y limitaciones.
Heureaux estuvo consciente desde que ascendió a un puesto público sobre la importancia
que, en medio de las turbulentas circunstancias políticas y económicas del país, él, más que
cualquiera de sus coetáneos, estaba llamado a dirigir los destinos de la nación.
–En esta ocasión –dijo alguna vez Heureaux– creo firmemente que mi humilde persona es una
necesidad para la paz, digo esto porque estoy persuadido de que ni el gral. Luperón ni
ninguna otra entidad política tiene a su disposición los elementos tanto de paz como de
turbulencia que puedo disponer y, convencido de lo primero, porque soy el que manejo la
política del país y hasta cierto punto conozco la opinión de los hombres importantes de toda la
República, no necesito hacer ninguna profesión de fe para dispensarles la confianza que ellos
buscan. Eso lo pronunció en 1888, ya consagrado como caudillo.
Cuando pensaba así, Ulises Heureaux Level no era arrogante ni presumido. En 1886 ya había
vencido a Casimiro Nemesio de Moya, tildado éste por Tulio M. Cestero en su novela “La
Sangre” como un hombre de “... atractivo talante, laborioso e inteligente”. A los Moya, como a
muchos otros, Heureaux también los venció.
A los 30 años se había ganado el respeto de su mentor, general Gregorio Luperón, del resto
de los generales, de la emergente clase dominante capitalista de la industria azucarera y de la
propia población.
Aquel día, Heureaux arribó a Las Clavellinas en un brioso caballo tan negro como él. Vestía
atuendo de campaña, un sombrero panamá y pantalones de dril. Entregó las riendas del
animal a un asistente militar. Bajo un árbol, esperaban amarrados el joven Carlos Báez y otros
sospechosos de emboscar y asesinar al general Joaquín Campos, delegado de Lilís en Azua.
-Llévenlo con los demás- habría ordenado el Presidente. El 22 de diciembre de 1893 fue
fusilado el hombre avezado, inteligente y laborioso que negoció para Heureaux el primer
empréstito con la compañía holandesa Westendorp. Con su muerte, terminaron los
caprichosos “paseos” que el dictador le ofrecía a su excolaborador en el barco.
De Marchena fue sacrificado en Las Clavellinas no solo porque se había atrevido a sostener
una candidatura a contra pelo de Heureaux, sino por una segunda razón: el hecho de que fue
partidario de la aplicación de un plan para reformar el sistema financiero dominicano con el
apoyo de las potencias europeas.
Heureaux buscaba la buena voluntad de los Estados Unidos, nación que trabajaba para
ampliar y fortalecer su influencia en América Latina, una coyuntura que usó a su favor en un
conflicto internacional que se complicó con la presencia de dos buques franceses en las
costas dominicanas.
Cuenta Sumner Welles en “La Viña de Naboth” que de uno de los buques de guerra franceses
descendió el almirante Abel de Libran, que de inmediato se trasladó al Palacio Nacional a
exigirle al presidente Heureaux, en no buen tono, que el dinero tomado del banco por una
orden de la Suprema Corte de Justicia, que favoreció al mandatario, fuera depositado a
resguardo de una tercera potencia, bajo custodia de su Consulado.
“Yo sí creo en ella, y estoy convencido de que el negro desciende de los monos, y usted sabe,
almirante que cuando un mono agarra una cosa jamás la suelta”.
Hábil, antojadizo, despiadado. “...Un aventurero procaz; un aparecido siniestro del lodo de las
revoluciones”, fue la definición que Eugenio Deschamps le escribió en una misiva del 28 de
octubre de 1893. Así dirigió el país Ulises Heureaux Level: fusilando, encerrando y
desterrando a quienes se le opusieron, un arquetipo de la intolerancia y del abuso de poder.