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FUNDAMENTOS

DE LA

DIGNIDAD HUMANA

Juan Louvier Calderón

2004
INTRODUCCIÓN

A raíz del sacudimiento de las conciencias provocado por


las atrocidades que la humanidad vivió en la década de
los años cuarenta del siglo XX, el tema de la dignidad de
la persona humana brincó a los primeros planos en el
interés de las personas y los pueblos. Al finalizar la
Segunda Guerra Mundial, la constatación de la terrible
realidad vivida en los campos de concentración erigidos
por el régimen nazi, donde la dignidad humana fue
brutalmente violada, llevó a la Organización de las
Naciones Unidas a promulgar en 1948 la «Declaración
Universal de los Derechos Humanos».

En el primer “considerando” del Preámbulo de dicha


«Declaración» se dice: “Considerando que la libertad, la
justicia y la paz en el mundo tienen por base el
reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los
derechos iguales e inalienables de todos los miembros de
la familia humana.” Posteriormente hace nuevamente
alusión a la dignidad humana en varios de sus artículos:
“todos los seres humanos nacen libres e iguales en
dignidad...” (Art. 1°) “...la satisfacción de los derechos
económicos, sociales y culturales indispensables a su
dignidad..” (Art. 22), “una remuneración... que le asegure,
a sí como a su familia, una existencia conforme a la
2
dignidad humana..” (Art.23). Pero curiosamente en
ninguna parte la Declaración señala – y mucho menos
explica- cuál es el fundamento de tal dignidad.

Son muchos otros los documentos, pactos


internacionales, constituciones, etc, que señalan a la
dignidad humana como punto básico de referencia, como
el valor y medida de leyes y normas. 1 Sin embargo, a
pesar de hacer notar la importancia y trascendencia de la
dignidad humana, al igual que la «Declaración» de la
ONU, la gran mayoría de esos documentos tampoco
indican cuál es el fundamento de la dignidad del ser
humano. ¿Será que la dignidad de la persona es un valor
entendido que no requiere mayores explicaciones?

Si es así, entonces ¿por qué nos encontramos con el


hecho de que después de la Declaración de 1948 las
violaciones a la dignidad humana lejos de haber
disminuido siguen siendo un hecho constante en las
sociedades contemporáneas? Pareciera, pues, que la
alusión a la dignidad ha tomado más una categoría
cercana a la demagogia que a la de principio inamovible y
básico sobre el cual cimentar realmente la conducta y
convivencia entre los hombres y entre las naciones.

Si no se explica «en qué» se fundamenta la dignidad,


difícilmente se entenderá «porqué» debe ser respetada.
Es pues sumamente importante dilucidar cuales son los
fundamentos de la dignidad, qué es y en qué consiste.
Las respuestas permiten iluminar tanto a la ética y la
1 Por ejemplo, la Ley Fundamental de la República Federal Alemana, promulgada el 23 de mayo de 1949, fija como
regla de conducta a la dignidad humana y la declara “intangible” para sujetar a los poderes públicos a su respeto y
protección.
3
moral, como a los ordenamientos jurídicos. La relevancia
que ha alcanzado éste tema en los últimos años, ha
llevado a varios filósofos y juristas contemporáneos a
abordarlo desde puntos de vista y perspectivas
diferentes. Muchos de ellos nos dan respuestas sólidas y
contundentes; pero también no falta quien niegue la
existencia de fundamentos, afirmando que es una ilusión
indagar sobre ellos.

Sin pretender disminuir un ápice el valor de las


reflexiones de unos y otros (aún de quienes niegan la
existencia de fundamentos), es conveniente señalar que
desgraciadamente los aportes de todos ellos a un tema
tan importante, han quedado solo entre unos pocos
estudiosos, siendo desconocidos por la mayoría de la
gente; principalmente ello ocurre porque el lenguaje
filosófico-jurídico no es del todo comprensible al común
de las personas, y la densidad de los textos hace que aún
personas sinceramente interesadas en esta cuestión
desistan rápidamente de su lectura.

Con el presente trabajo no pretendo ser original, y mucho


menos pretendo aportar reflexiones nuevas o diferentes;
simplemente me propongo el reto de resumir y señalar de
forma un poco más sencilla, las reflexiones y respuestas
que grandes pensadores de nuestro tiempo han dado a
los fundamentos de la dignidad de la persona humana.

4
CAPÍTULO PRIMERO

DIGNIDAD Y CONDICIÓN DE PERSONA

El concepto de dignidad.
Si buscamos la palabra «dignidad» en dos de los
diccionarios más reconocidos -el Diccionario
Enciclopédico Espasa y en el de la Enciclopedia
Británica- nos encontramos que ambos dicen
prácticamente lo mismo: “Dignidad//Calidad de digno//
Excelencia, realce// Gravedad y decoro de las personas
en la manera de comportarse// Cargo o empeño
honorífico y de autoridad”. Lo anterior casi nada nos
dice sobre la importancia del concepto. Más breve pero
más útil a nuestro propósito, es lo que esos diccionarios
refieren sobre la palabra «digno»: “que merece algo”.

Este “merecer algo”, aunque sea sumamente vago e


insuficiente, apunta ya hacia aquella noción de calidad
superior que Kant señalaba: “Lo que tiene un precio
puede ser sustituido por cualquier cosa equivalente; lo
que es superior a todo precio y, que por tanto, no
permite equivalencia alguna, tiene una dignidad.” 2
Ciertamente por dignidad debemos entender un valor
superior que no tiene precio. Ahora bien en el caso del
ser humano ¿tiene él una calidad, un valor que lo haga
2 Nicola Abbagnano. Diccionario de Filosofía. Ed. Fondo de Cultura Económica, México. Segunda edición en
español, 1989, p. 324. (Cfr. I. Kant. Fundamentación para una metafísica de las costumbres. A. 77)
5
superior? y ¿superior a qué? Y si es así ¿en qué consiste
esa superioridad? Vamos a tratar de responder a estos
interrogantes iniciales.

Por el simple hecho de haber recibido el ser como


humano, cada persona tiene «de por sí» y no
dependiente de factores externos, cualidades esenciales
que no poseen las piedras, las plantas o los animales; es
decir, tiene el valor de ser persona. “Con la palabra
«valor» deseamos indicar una realidad positiva e
intrínsecamente importante, capaz de proveer el
fundamento para una motivación significativa. Los
valores (...) son datos cualitativos encontrables en la
experiencia.”3

¿Ese «valor de ser persona» es superior a todo precio y


no permite alguna equivalencia? Si es así, por el simple
hecho de «ser», cada persona será valiosa (digna) por sí
misma y “merecerá algo”: el respeto a lo que «es». La
dignidad humana no dependerá entonces de algo
extrínseco a la persona, como serían las costumbres, las
leyes, los gobernantes o las opiniones. Para confirmar el
valor de la persona humana y la dignidad intrínseca
correspondiente, vamos a realizar un breve análisis
sobre la experiencia que todos tenemos de nuestras
cualidades específicas; es decir, de lo que nos distingue.

¿Porqué el ser humano es superior a los demás


entes?
Los seres humanos tenemos muchas cosas en común
con los demás «entes» que existen en el mundo visible.
3 Rodrigo Guerra López. Afirmar a la persona por sí misma. Ed. Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
México, 2003, p.100.
6
Al igual que las piedras, nuestro cuerpo también está
compuesto por innumerables elementos tales como
hierro, calcio, fósforo, agua, etc; no en balde el mismo
origen semántico de la palabra «hombre» es «humus»,
«tierra». Pero el hombre es superior a las piedras pues
no sólo existe, sino que además tiene vida; al igual que
las plantas, nace, crece, se reproduce y muere. Sin
embargo el hombre es superior a las plantas en cuanto
que la vida biológica humana además de vegetativa es
sensitiva; al igual que los animales tenemos instintos
(de conservación y sexual) y «sentimos», pues
poseemos sentidos (vista, olfato, tacto, oído y gusto) de
los cuales carecen los vegetales.

Y sin bien muchos animales nos superan en la capacidad


de alguno de los sentidos (por ejemplo, los perros nos
superan en mucho en oído y olfato, y las águilas en
vista) la característica del hombre es tener los sentidos
equilibrados (la vista en los perros es muy deficiente, y
las águilas lo son en el olfato y tacto). Algunos animales
también nos superan en muchas capacidades físicas: las
aves pueden volar, y el hombre no; generalmente los
cuadrúpedos corren mucho más rápido y mayores
distancias que los atletas más destacados; la resistencia
de los animales a las inclemencias del tiempo es
notoriamente superior a la de los hombres. En el orden
físico-material pareciera pues que el ser humano no
tiene ninguna superioridad con respecto a los animales.

Sin embargo, cualquier ser humano es muy superior a


cualquier animal; es más, existe un abismo
infranqueable para el animal. Ese abismo es el espíritu,
7
elemento substancial «no-material» del ser humano y
del cual el animal carece totalmente. ¿Y cómo podemos
saber que el hombre es también espíritu? Por sus
manifestaciones: si el ser humano es capaz de
«manifestar» realidades que no son materiales, es
porque él debe tener un principio igualmente inmaterial.
Los seres carentes de espíritu no pueden manifestar
realidades «no materiales», como son la inteligencia, la
libertad y el amor, pues “nadie puede dar lo que no
tiene”.

El espíritu se manifiesta primero y antes que nada por la


conciencia. El hombre tiene conciencia de sí mismo,
existe y sabe que existe, el animal no. “Al menos yo sé
que soy y solamente el hombre es capaz de este acto de
conocimiento del acto de existir. Decir que el hombre es
capaz de un acto por el cual conoce su propio acto de
existir, equivale a afirmar que el hombre tiene, ante
todo, conciencia del ser; es decir, cierto conocimiento
del propio acto de ser.”4 Además de la conciencia, el
espíritu se hace plenamente manifiesto por la
inteligencia, es decir, la facultad de descubrir la
realidad, facultad que a su vez “ilumina a la facultad
argumentativa (la razón) que discurre bajo su luz”5

Si la inteligencia fuera una realidad material, no sería


posible poner una «distancia» entre ella y los objetos
que conoce “de donde se sigue que, o la naturaleza del
acto que pone al ser como objeto es espiritual o
semejante acto originario jamás podría acontecer; en
4 Alberto Caturelli. Reflexiones para una filosofía cristiana de la educación. Ed. Universidad Nacional de Córdoba.
Córdoba, Argentina, 1982, p. 14.
5 Ibídem, p.156.
8
cuyo caso, el hombre jamás podría haber pensado
(...)“Sin embargo, la conciencia de ser...no es una suerte
de conciencia angélica, sino que conlleva la evidencia
(inmediata) de la propia corporalidad (...) El hombre no
es ni cuerpo, ni espíritu puros, sino la unidad plena de
ambos.”6

Son también espirituales la libertad y el amor,


cualidades íntimamente humanas las cuales
abordaremos más adelante. Así, lo propio del hombre,
lo que hace hombre al hombre, no es su realidad
material y sus capacidades físicas, sino su realidad
espiritual y sus capacidades no materiales. Por ello
negar el espíritu es negar al hombre...y a su dignidad.

“No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad


sobre el universo material y al considerarse no ya como
partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de
la ciudad terrena. Por su interioridad es, en efecto,
superior al universo entero.”7 Desde luego que tal
«interioridad» no se refiere a lo “interior” de nuestro
cuerpo, como es el caso de nuestro estómago o la
médula de nuestros huesos, sino a esa realidad
íntimamente interna que nos permite decir «yo soy»;
realidad del todo evidente porque todos la
experimentamos.

“La persona, en cuanto sujeto, se distingue de los


animales, aun de los más perfectos, por su interioridad,
en la que se concentra una vida que le es propia, su
vida interior. No cabe decir lo mismo de los animales,
6 Ibídem, p. 16
7 Concilio Vaticano II. Gaudium et Spes. 14,2.
9
aunque sus organismos estén sometidos a procesos bio-
fisiológicos parecidos, y ligados a una constitución más
o menos aproximada a la de los hombres (...) En el
hombre, el conocimiento y el deseo adquieren un
carácter espiritual y contribuyen de este modo a la
formación de una verdadera vida interior, fenómeno
inexistente en los animales. La vida interior es la vida
espiritual.”8

“Aún al hablar propiamente de «mi cuerpo» del que «yo


estoy consciente» que «me pertenece» es pertinente
siempre hablar de un centro desde el cual esto se
experimenta y se dice. Este centro es interior y no
puede explicarse cabalmente sin reconocer su
dimensión incorpórea. En efecto, la naturaleza de este
«dentro» incluye lo corpóreo aunque no lo agota.
Definitivamente la existencia de fenómenos como el
pensamiento, la libertad, el amor, la alegría y otros
muchos, no están contenidos en el espacio como lo
están la extensión de un cuerpo, su peso, su color, etc.
El pensamiento, por ejemplo, no puede ser medido
como los cuerpos (...) Más aún, mientras que los cuerpos
al moverse cambian en el lugar y en el tiempo, el
elemento incorpóreo de la interioridad puede cambiar
en el tiempo –hay un antes y un después al «recordar»,
por ejemplo-, pero su movimiento no implica cambio de
posición en el espacio. De esta manera podemos
constatar que existe una dimensión de la interioridad
que posee características que no cumplen las leyes
propias de los cuerpos.”9

8 Karol Wojtyla. Amor y responsabilidad. Ed. Razón y Fe S.A. Madrid, 1969, p.15
9 Rodrigo Guerra López. Op. Cit, p. 86
10
Esta «interioridad» la formula Ortega y Gasset
preguntándose “¿qué es nuestra vida, mi vida?” y
contestando “sería inocente y una incongruencia
responder a ésta pregunta con definiciones de la
biología y hablar de células, de funciones somáticas, de
digestión, de sistema nervioso, etc (...) La vida no es lo
que pasa en mis células, como no lo es lo que pasa en
mis astros.”10

Estructura del Ser Humano


«Cuerpo y alma» o «espíritu y materia», son las formas
del lenguaje común para referirse a la estructura del ser
humano; sin embargo no son pocos los que niegan la
existencia del alma o espíritu, y no aceptan más
realidad que la materia. “Por supuesto, la existencia del
alma humana escapa al conocimiento de nuestros
sentidos. A ella llegamos por el razonamiento, de modo
que su presencia en la actividad humana es innegable y
su manifestación en el mundo no la pueden hacer callar
sino los prejuicios y la superstición. Más aún, lo que
constituye al hombre, -en su ser hombre-, «es
principalmente el alma», que «pertenece a una
categoría de ser esencialmente distinta de la materia y
superior a ella».” 11

En efecto, es poco inteligente negar la existencia del


alma porque no la podamos pesar o medir, como sí lo
podemos hacer con las realidades materiales. Aún más,
10 José Ortega y Gasset. Obras Completas. Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1989, VII 413.
11 Eduardo Rubianes. La Persona Humana. Revista de la P. Universidad Católica del Ecuador, N° 61. Agosto de
1997, p. 24.
11
si el espíritu pudiera ser captado por los sentidos
externos y lo pudiéramos pesar y medir, entonces no
sería espíritu. Sin embargo su existencia real es tan
evidente que aún para negar su existencia es necesario
tener esa realidad «no material» propia del ser humano,
porque tal negación no la puede hacer la piedra, la
planta o el animal. Sólo un ser inteligente –aunque use
incorrectamente esa facultad- está en condiciones de
afirmar “el espíritu no existe”; nos encontramos pues
con la enorme paradoja de que es el espíritu quien
niega la existencia del espíritu.

Nuestra realidad física la captamos por los sentidos, y


podemos saber cuanto pesamos, cuanto medimos, cuál
es el color de nuestra piel, cabello y ojos; podemos
también conocer nuestra realidad interna mediante
análisis de sangre, radiografías, etc. Pero la realidad de
nuestro espíritu no es posible captarla por los sentidos.
No podemos medir ni pesar nuestra conciencia, ni tomar
una radiografía a nuestra libertad, ni determinar el
porcentaje de nuestros afectos. Y conciencia, libertad y
afectos, son mucho más importantes que la estatura, el
color de piel o el porcentaje de colesterol.

“Indagando qué es la persona, qué es el hombre, lo


primero que autopercibimos en el «yo» es una totalidad;
la persona es un todo. Por eso ni las partes, ni las
distintas cualidades ni sus pertenencias son persona,
aunque pertenezcan a la persona (...) La persona no es
el alma ni es el cuerpo, ni es la mente, ni es la libertad,
ni es la conciencia, ni es la dignidad, ni es la existencia,
ni es la sociedad, ni es la circunstancia, ni es la
12
alteridad, aunque todo eso pertenece o puede
pertenecer a la persona: yo existo, yo pienso, yo obro,
yo padezco, yo nací, yo moriré (...) También dan pie a
que a la persona humana se la pueda calificar por cada
uno de esos elementos integrantes (...) y decir que el
hombre es corporal, que es espiritual, que es libre, que
es responsable, que es social, que es político, que es
religioso (...) Pero lo que no es correcto es reducir la
metafísica a biología.” 12

Como en el ser humano se dan cita desde los elementos


más humildes de la materia hasta el espíritu que puede
conocer y amar, no es sencillo ni fácil percibir y
comprender su estructura substancial, pues es obvio
que la persona no es un mero amontonamiento de
partes. Vamos a señalar -cuando menos en sus rasgos
más generales- la unidad substancial que constituye al
ser humano. “La substancia individual, en su definición
más estricta, se predica de una íntima totalidad...y se
hace extensiva a todos los modos y grados de vida,
sean modos espirituales o materiales, sean niveles de
vida vegetativa, sensitiva, racional o puramente
espiritual.”13

Los variados y diferentes elementos, capacidades y


niveles de vida están en íntima relación, y aunque
puedan –y en ciertos casos incluso deban- ser
analizados separadamente (como es el caso de las
ciencias biológicas y médicas), en el ser humano forman
un todo indivisible, una unidad substancial. Por ejemplo,
12 Victorino Rodríguez. Estructura metafísica de la persona humana. Revista Verbo, Madrid, N° 287, septiembre
1990, p. 980-981
13 Miguel Ángel Mirabella. El mundo natural y el mundo humano. Ed. EDUCA, Buenos Aires. 1997, p. 40-41
13
el hombre no siente el hambre como la siente un
caballo, porque el hombre es consciente de tener
hambre. “Lo que se entiende por vida sensorial merece
ser distinguida de la actividad sensorial puramente
animal que el hombre jamás podrá tener, inserta como
está en la racionalidad. Por tanto la primera reflexión
acerca de los sentidos externos consiste en decir que se
trata de funciones naturales, instaladas en los sistemas
sensoriales, pero ordenados y preordenados a la
intimidad consciente por la presencia condicionante de
la racionalidad. Tales potencias corporales tienen
necesariamente objetos externos a si mismas y por ello
puede decirse, por ejemplo, que el hombre no ve sino
con el ojo y por el ojo, pero el ojo no ve, el que ve es el
sujeto que se instala en la intimidad de la visión.”14

Por la armonía de sus partes y por la finura de sus


capacidades, el cuerpo humano, además de estético, es
un prodigio admirable de eficiencia en su acción; la
mano del hombre puede lo mismo tomar una piedra o
una estaca, que un pincel o un bisturí. Pero el cuerpo
humano es mucho más que eso, pues es el único medio
que permite a la persona manifestar su interioridad. Los
pensamientos, decisiones, sentimientos de la persona,
sólo pueden ser manifestados por medio de las
palabras, los gestos o las lágrimas; es decir, por medio
de la corporeidad. Ni puramente biológico –como las
bestias- ni puramente espiritual –como los ángeles-, “el
hombre se instala a horcajadas entre el mundo natural,
en el que se instala y del que participa y el mundo
humano, al que pertenece y al que se ordena.”15
14 Ibídem, p. 41
15 Ibídem, p. 30
14
Capacidades del espíritu humano: la inteligencia
Siendo el hombre un espíritu encarnado, en todo lo que
es propiamente humano participan tanto el cuerpo como
el espíritu. Tal es el caso de la capacidad que tiene el
hombre de conocer la realidad, en la cual primeramente
intervienen los sentidos externos formados por un sin
número de músculos y nervios, así como el cerebro,
centro receptor, sensorial y motor. Pero todos esos
elementos materiales-corporales no son quienes
conocen; quien conoce es la persona en su potencia
espiritual a través de ellos.

El Dr. John C. Eccles, Premio Nóbel en Medicina por sus


investigaciones sobre el cerebro humano, dice al
respecto lo siguiente: “Para nuestra vida personal como
individuos conscientes, el cerebro es necesario, pero no
suficiente. En relación con los procesos cerebrales del
mundo «uno» (los músculos, nervios, etc, de la
corporeidad, ) está el mundo «dos» de la percepción
consciente, el cual incluye un yo personal en la
intimidad de mi ser (...) El componente de nuestra
existencia en el mundo «dos» (el yo consciente) es de
naturaleza inmaterial...”16

Esa «no materialidad» o interioridad espiritual, es


corroborada por otros científicos connotados. El mismo
Dr. Eccles cita: “Wilder Penfield, el gran neurólogo y
neorocirujano, escribió en un libro publicado poco antes
de su muerte: «la base física de la mente es la actividad
del cerebro que en cada individuo acompaña a la
16 John C. Eccles. El cerebro y la mente. Ed. Herder, Barcelona. 1984, p.171- 173 (las cursivas son mías)
15
actividad de su espíritu (...) El espíritu es el hombre que
conocemos, y debe tener continuidad a través de
períodos de sueño y de coma».” 17 Otro gran científico,
el Dr. Jordi Cervós, quien fue catedrático y Director del
Instituto de Neuropatología de la Universidad Libre de
Berlín, dice: “No basta la biología y la bioquímica
cerebral, y mucho menos su fisiología, para explicar la
inteligencia (...) Para los biólogos y bioquímicos (la
fuerza intelectual) nos llega de algo inaprensible y ajeno
al propio cerebro (...) La explicación biológica y
bioquímica de la cerebrización del cerebro es que no hay
ninguna ley física, ni biológica, ni bioquímica, que
explique la inteligencia humana.”18

“La inteligencia se manifiesta, ante todo, como un hecho


(el hecho de ser inteligente), luego por actos
intelectuales y ambos dos suponen la existencia de la
inteligencia como potencia de abstraer, es decir, de leer
dentro de la realidad (intus legere). Y abstracción ( de
ab-trahere, separar) no es otra cosa que la capacidad de
considerar en un objeto un aspecto prescindiendo de
otros. De ahí que digo que algo que me pongo en la
cabeza para protegerme del sol se llame «sombrero»,
prescindiendo del color, tamaño, figura, etc., de cada
sombrero particular.”19

Confundir el cerebro con la inteligencia es semejante a


confundir el violín con la música; ambos se implican
mutuamente, pero no son lo mismo. El materialismo
cree que el violín es la música. “Toda forma de
17 Ibídem, p. 175
18 Entrevista al Dr. Jordi Cervós, publicada en el periódico ABC de Madrid, el 16 de abril de 1982.
19 Alberto Caturelli. Op. Cit, p. 218.
16
concepción materialista de la inteligencia, desconoce en
primer lugar, la inmaterialidad del objeto conocido por el
entendimiento y en segundo lugar, tropieza con la
dificultad de explicar cómo, desde esa intimidad
consciente, el sujeto se conoce a sí mismo en una total
introspección reflexiva”20

La inteligencia es pues una realidad espiritual, y no


material. Para referirnos a ella, en el lenguaje cotidiano
empleamos como sinónimos las palabras
«entendimiento» y «razón», porque ambas se refieren a
la capacidad de conocimiento que tiene el espíritu
humano; sin embargo en sentido estricto, tales palabras
no son sinónimas. “Debe distinguirse el entendimiento
de la razón (intellectus y ratio). El entendimiento es
intuitivo (conciencia de ser y del ser); la razón, en
cambio, es «discursiva».”21

Entendimiento y razón hacen posible que el hombre


pueda conocer los fenómenos e ir más allá de ellos, y
alcanzar la realidad inteligible con auténtica certeza. Por
la inteligencia el hombre no es sólo el ser que se
pregunta por el ser, sino que es capaz de buscar –y
encontrar- respuestas. La ciencia, la técnica y el arte,
son resultado del conocimiento humano logrado por la
razón. Y esto no lo puede hacer ni el más majestuoso de
los planetas.

Por medio de su capacidad intelectual, el ser humano


puede conocer y comprender tanto al mundo que le
rodea, como a sí mismo; por ello también es común
20 Miguel Ángel Mirabella. Op. Cit, p. 73
21 Alberto Caturelli. La Filosofía. Ed. Gredos, Madrid, Segunda edición, 1977, p.102.
17
definir al ser humano como “animal racional”, lo cual es
correcto. Sin embargo es muy importante destacar que
“La racionalidad no se predica del hombre como un
simple adjetivo, adjunto a su animalidad, sino como
definición esencial del acto de naturaleza que la persona
asume y conduce. Por tanto la racionalidad es una
forma de inteligencia, no la más perfecta, gracias a la
cual podemos establecer una relación intencional con el
mundo (...) La racionalidad ha demostrado ser un modo
eficiente de conocimiento, tanto en el seno de los datos
de la experiencia sensible, como en los datos de la
experiencia metafísica que, como primera experiencia,
se ubica antes, durante y después de toda otra forma de
experiencia material o espiritual (...) la racionalidad
dignifica al hombre y jerarquiza su presencia ante el
mundo natural, cuando logra superar el acontecer
sensible que lo manifiesta y llega a lo inteligible que lo
define, quebrando el oscuro materialismo que pretendía
enclaustrarlo.”22

Capacidades del espíritu humano: la libertad


Otra de las evidentísimas manifestaciones del espíritu
humano y de su extraordinaria dignidad es la libertad,
la cual permite al hombre ser el artífice de su propio
perfeccionamiento. A diferencia de los animales, cuyo
actuar se guía exclusivamente por los instintos, el
actuar del ser humano no es meramente instintivo sino
«intencional»; El acto humano es primero una operación
de la inteligencia (que razona y juzga las opciones que

22 Miguel Ángel Mirabella. Op. Cit, p. 62.


18
se presentan) y después una operación de la voluntad
que mueve hacia el bien presentado por la razón.

“El movimiento de la voluntad es imposible si el


conocimiento intelectual no la precede (...) El juicio es,
sin duda alguna, acto de la razón, no de la voluntad. Si
la libertad, por tanto, reside en la voluntad, que es por
su misma naturaleza un apetito obediente a la razón,
síguese que la libertad, lo mismo que la voluntad, tiene
por objeto un bien conforme a la razón”. 23 Esa relación
intrínseca entre inteligencia y voluntad –ambas
capacidades del espíritu- hace que “verdad y libertad, o
bien van juntas o juntas perecen miserablemente”.24

En efecto, cuando la razón “presenta una engañosa


apariencia de bien, y que a él se aplique la voluntad (...)
aún siendo indicio de libre albedrío, como la enfermedad
es señal de la vida, constituye, sin embargo, un defecto
de la libertad”.25 El mal siempre se presenta a la
voluntad como un «bien aparente» para el sujeto que
elige, y nunca como mal; por ejemplo, si un ladrón elige
robar no es porque no vea la maldad de robar, sino
porque piensa que robar le producirá a él un bien,
aunque obviamente no a su víctima. “Un hurto ordinario
no se funda en el acto de preferir el valor del dinero al
carácter sagrado de los derechos de propiedad, sino que
se basa, más bien, en una indiferencia hacia el punto de
vista del valor como tal, que condiciona una indiferencia
hacia el valor de la propiedad y, a la vez, una búsqueda
desenfrenada de lo subjetivamente satisfactorio.”26
23 León XIII. Libertas. 5.
24 Juan Pablo II. Fides et Ratio. 90
25 León XIII. Libertas. 5
26 Dietrich Von Hildebrand. Ética. Ediciones Encuentro, 1997,p.51 (las cursivas son mías)
19
Es así obvio que la elección del mal no corresponde a la
esencia de la libertad, sino a un mal uso de la facultad
de elegir; y a eso se le llama libertinaje, el cual aniquila
la libertad. “Hay dos concepciones de la libertad
humana: libertad para elegir los medios conducentes a
los fines establecidos por la propia naturaleza humana;
o libertad para determinar los fines del hombre,
eliminando el fundamento de la naturaleza. La libertad
de los medios es el ámbito adecuado para el desarrollo
de la convivencia humana. La libertad para determinar
por sí los fines de la existencia es la anarquía universal,
en que cada uno querrá ser superior a sus semejantes
hasta culminar en la victoria del más fuerte, instaurando
la tiranía, natural desembocadura de toda anarquía.”27

No debemos olvidar que la naturaleza humana no es


obra del hombre; la naturaleza humana ha sido dada al
hombre. Por eso puede «elegir los medios», pero no
«determinar los fines» de su propia naturaleza. La
naturaleza que ha sido dada al hombre no es «perfecta»
sino «perfectible», y requiere que sea el mismo hombre
quien la perfeccione y complemente. “Esta unidad
substancial de materia y espíritu, de cuerpo y alma, que
es el hombre, no está acabada, perfeccionada,
terminada (...) Porque hay naturalezas perfectas, como
Dios y como la piedra, que han agotado en el acto que
les es propio, su condición divina y de piedra. En
cambio, hay naturalezas como la de la planta y la del
hombre, que son perfectibles, pues su acto inicial no
agota todas sus potencias (...) Pero cada esencia, cada
27 Pedro Enrique Baquero Lazcano. La Globalización y el Derecho Natural de las Naciones. En La mundialización
en la realidad argentina. Ediciones del Copista. Córdoba 2001, p. 11. (las cursivas son mías)
20
naturaleza, actualiza sus potencias según sea su modo
de ser. El hombre es libre; su perfeccionamiento será,
pues, libre.” 28

Y esta es precisamente una de las mayores razones que


podemos señalar para explicar la grandeza de la
dignidad humana: el que cada ser humano ha recibido
-junto con el ser- la formidable responsabilidad de tener
en sus propias manos la tarea de su realización en
plenitud. El ser humano se sabe libre y también se
siente libre, pero solo será verdaderamente libre cuando
actúe ordenado a esa responsabilidad, y no cuando se
comporte como animal. La libertad es pues un «medio»
y no un «fin». El hombre «no es» libertad, «tiene»
libertad, y la tiene para algo, para perfeccionarse; no
para todo, porque entonces se autodestruye.

Para comprender más plenamente la libertad humana,


es sumamente importante recordar que el actuar del
hombre se lleva a cabo en distintos niveles
interrelacionados (físico, psíquico, metafísico), y que por
tanto es válido distinguir la libertad según sea el nivel
donde se realiza la acción. De éste modo podemos
distinguir la libertad «física» de la «psíquica» y de la
«metafísica», sin olvidar la interrelación existente entre
todas ellas; interrelación que nos permite hablar de la
libertad humana como una sola.

La libertad «física» en el ser humano es ya algo


totalmente distinto al mero movimiento de los animales.
Sobre este último, en el lenguaje común hablamos
28 Ibídem, p. 12
21
impropiamente de un animal “en libertad” para
referirnos a un animal en su estado natural y
diferenciarlo de un animal que está “en cautiverio”. Pero
esa “libertad” no es tal, puesto que el animal se
encuentra siempre fatalmente sometido a las leyes del
instinto y no tiene posibilidad de elegir. Por ejemplo, los
patos “en libertad” no eligen emigrar en invierno un año
al este, y otro al oeste. Llevados exclusivamente por su
instinto, cada año vuelan únicamente al sur y siempre
exactamente a los mismos “santuarios naturales” donde
pueden sobrevivir. El hombre, en cambio, es el único ser
que teniendo en forma simultánea sed y agua, puede
elegir no beber.

La libertad física “es la primera y más elemental forma


de libertad, la del poder hacer tal cosa, de estarme en
un lugar, de andar de un lado a otro. Puede ser que el
hombre no tenga plena libertad física o la haya perdido
por múltiples razones: carencias específicas,
limitaciones biogenéticas, accidentes físicos,
enfermedades, encarcelamiento (...) la libertad física es
limitada y limitable físicamente. Luego no es absoluta
sino limitada, relativa y subordinada a muchos factores
ajenos a la voluntad del sujeto. Conocer nuestra
situación de vivientes sensibles, aceptar el hecho de no
tener alas para volar, sufrir la pérdida de una capacidad
motriz, padecer una enfermedad neurológica o ser
encarcelado por una falta jurídica, representan distintos
momentos en lo que nos consta lo limitada y limitable
que es nuestra libertad física.”29

29 Miguel Ángel Mirabella. Op. Cit, p 135.


22
Luego y por encima de la esfera biológica, el ser
humano tiene una dimensión psíquica que permite a la
persona saberse distinta y objetivar lo externo a ella.
También es en ésta dimensión donde se realiza la vida
afectiva de la persona. Esa intimidad reflexiva conduce
a la persona a una actividad intencional, por la cual se
pregunta y conoce el bien moral. Y la posibilidad de
actuar o no en consecuencia (intención que hace al acto
humano moral o inmoral ) hace evidente la libertad
psíquica.

“Llamamos libertad psíquica a la capacidad de querer o


no querer algo, de adherir o no adherir, de querer esto o
aquello. Esta segunda forma de libertad también es
limitada y limitable en su orden (está limitada por el
bien del mismo modo como la inteligencia lo está por la
verdad). En la vida afectiva, los sentimientos, emociones
y pasiones pueden ser gobernados, ordenados,
soportados, reprimidos pero no suprimidos. Se hace
evidente, entonces, que la libertad psíquica está
preordenada y limitada psíquicamente. Pero sucede
también que es limitable por padecimientos
psicopáticos, por hábitos viciosos adquiridos o por
condicionamientos socio-culturales negativos (...) la
persona humana se sabe libre por su capacidad de
autodeterminarse, pero como se ve, dentro de ciertos
límites”.30

Como la libertad no es un fin en sí misma (si lo fuera


sería solo una palabra vacía, demagógica, y carecería de
sentido), donde alcanza su razón de ser es precisamente
30 Ibídem.
23
en la consecución de su finalidad, que no es otro sino la
plena realización de la persona humana. Y como el ser
humano no se agota en su corporeidad, es en el nivel
metafísico donde la libertad se manifiesta en toda su
grandeza. “Podemos definir la libertad metafísica como
«la posibilidad que tiene y postula para sí todo hombre,
de poder hacer aquello que debe, según su naturaleza,
en vistas a un ideal trascendente y perfectivo». Así
entendida, la libertad metafísica pasa a ser un título de
perfección ontológica, exigencia de un sujeto inteligente
que pretende alcanzar, en la justicia de sus actos, la
mayor perfección operativa que le otorgue un estado de
permanente felicidad.”31

Capacidades del espíritu humano: el amor


El espíritu no tiene «partes» sino «potencias» o
«facultades». “Entre las facultades hay una cohesión e
interdependencia en virtud del alma de la cual emanan
las potencias. Ante todo e inmediatamente, la
inteligencia y la voluntad, luego la cogitativa, la
memoria, la imaginación...”32 De las potencias del
espíritu humano hemos visto ya -aunque sea
someramente- la inteligencia y la libertad.

Sin pretender restar un ápice a la importancia que ellas


tienen, debemos destacar que la potencia más excelsa
del espíritu, la potencia que más lo dignifica y califica,
es la capacidad de amar. De hecho, el sentido último de
la inteligencia y de la libertad es hacer posible el Amor,
ya que sólo se ama lo que se conoce y se valora, y sólo
un ser libre puede dar y aceptar amor. Pero ni la
31 Ibídem, p. 139.
32 Alberto Caturelli. Op. Cit, Reflexiones para...p.197
24
inteligencia ni la libertad solas llevan al ser humano a
realización en plenitud; se puede tener muchos
conocimientos y pocas limitaciones, pero sin amor son
más fuente de degradación que de realización. La
plenitud humana sólo se alcanza en el Amor (con
mayúscula), es decir, en la fuerza del espíritu que lleva
a la persona a salir de sí misma para buscar el bien de
otra persona.

La persona es un ser en relación, y por esa razón la


persona se despliega y se realiza en comunión (común-
unión) con otras. Los vínculos de una verdadera
comunión no pueden reducirse a las meras relaciones
externas y funcionales, las cuales encontramos también
en las abejas, las hormigas y otros animales. Los
vínculos auténticos de comunión son relaciones que
surgen de un reconocimiento mutuo de la dignidad de
cada quien, y que se construyen lo mismo en el plano
afectivo, que en el intelectual y en el práctico. El Amor
no es pues sólo un concepto abstracto, sino la realidad
más profundamente humana; el Amor establece la
relación más grande y noble de las personas entre sí.

El ser humano es capaz de amar porque es persona, es


decir, una substancia individual, singular, que tiene
conciencia de que es ella misma y no otra, por lo cual
puede percibir a otra semejante y relacionarse con ella.
El Amor sólo es posible entre personas y no entre
piedras, plantas o animales. Es en el Amor donde el
valor y dignidad de la persona humana aparece con más
fuerza, por lo que también es aquí donde la misma
palabra «persona» adquiere su mayor relevancia frente
25
a la palabra «individuo». “El término «persona» se ha
escogido para subrayar que el hombre no se deja
encerrar en la noción «individuo de la especie», que hay
en él algo más, una plenitud y una perfección de ser
particulares, que no se pueden expresar más que
empleando la palabra «persona».”33

Superando su etimología (la máscara que usaban los


actores en el teatro griego y que amplificaba su voz), la
palabra “«persona» ha pasado a significar «dignidad» e
incluye dos cosas: autonomía en el ser, y espiritualidad.
Y ambas se realizan en un sujeto singular, único,
existente (...) La persona significa el sujeto singular en
su profunda y total realidad, la misma que designa el
pronombre personal «yo», «tu».”34 Si el «yo» surge de la
conciencia de ser uno mismo, el «tu» surge del percibir
a quien es «semejante» a mi, pero que no es «yo», y
cuyo bien debo procurar.

El refrán popular que dice “el amor es ciego” no es


correcto, pues por lo general obedece a una visión
miope que reduce la relación entre un hombre y una
mujer solo a la dimensión de lo sensible (romanticismo).
Pero el Amor no es exclusivo de la relación hombre-
mujer, pues es extensivo a cualquier relación
interpersonal (padres e hijos, hermanos, amigos, etc.) y
superando el aspecto físico, permite descubrir lo que
realmente hay de valioso en la persona amada. Más allá
del aspecto físico y de los sentimientos que, siendo
importantes, nunca dejarán de ser secundarios pues
siempre serán como la cáscara de la cebolla, mirar al
33 Karol Wojtyla. Op. Cit, p.14
34 Abelardo Lobato. Persona Humana. Artículo publicado en la revista Vertebración. N°. 27, p. 26-27
26
prójimo con amor es descubrir su verdadero valor y
dignidad. Con toda razón Romano Guardini decía que
sólo el amor nos permite ver a otro tal como es.

Desgraciadamente con demasiada frecuencia también


reducimos el Amor (ágape) a un mero «querer» (eros), y
de esa reducción surgen las confusiones. El Amor
(ágape) busca el bien para otro; el querer (eros) busca
el bien para uno mismo. Por eso es legítimo querer las
«cosas» que me pueden proporcionar algún bien; pero
una persona no es una cosa, y por lo mismo nunca será
correcto tratar a una persona como cosa. Por tanto, el
«querer» a una persona sólo será correcto si tal
«querer» es previamente gobernado por el Amor, pues
él evitará que se trate a la otra persona como objeto,
como cosa.

“Manuel Kant formuló este principio elemental del orden


moral en el imperativo: «Obra de tal suerte que tú no
trates nunca a la persona de otro simplemente como un
medio, sino siempre, al mismo tiempo, como el fin de tu
acción». A la luz de estas consideraciones, el principio
personalista ordena: Cada vez que en tu conducta una
persona es el objeto de tu acción, no olvides que no has
de tratarla solamente como un medio, como un
instrumento, sino ten en cuenta del hecho que ella
misma tiene, o por lo menos debería tener, su propio fin.
Así formulado, este principio se encuentra a la base de
toda libertad bien entendida, y sobre todo de la libertad
de conciencia.”35

35 Karol Wojtyla. Op.Cit, p. 22


27
Valor absoluto de cada ser humano
“Tienen razón los pájaros cuando atacan a picotazos,
hasta la sangre, al pájaro que no es como los otros,
porque aquí la especie es superior a los individuos
singulares. Los pájaros son todos pájaros, ni más ni
menos. En cambio, el destino de los hombres no es ser
«como los otros», sino tener cada uno su propia
particularidad.”36 En efecto, Napoleón, Vivaldi y Newton
tuvieron en común la naturaleza humana que los hizo
ser hombres; pero lo que hizo que Napoleón fuera
Napoleón, Vivaldi fuera Vivaldi, y Newton fuera Newton,
sólo pudieron tenerlo cada uno de ellos. Lo mismo
ocurre con cada uno de nosotros: mi «yo» no es
intercambiable con nadie.

“Aún cuando existan muchas personas, cada persona


existe como si ella fuera la única. Veamos esto con más
cuidado: cuando considero a un individuo –digamos una
mosca-, éste individuo se muestra como una realidad
menor que la totalidad de los miembros de su especie.
Aquí es donde aparecen las relaciones cuantitativas
fundamentales referentes a lo más grande o a lo más
pequeño y que pueden ser relevantes en los entes que
son «parte» de un «todo» mayor. Ahora bien, las
personas en cuanto personas no están proprie sujetas a
este tipo de leyes cuantitativas. Evidentemente el
cuerpo puede ser «medido» y los individuos humanos
pueden ser «sumados» o «restados». Sin embargo, para
realizar esto la consideración de la persona se realiza en
función de una formalidad particular –la cantidad- y no
36 S. Kierkegaard. Diario, IX A 80. Citado por Rodrigo Guerra, Op. Cit, p. 147.
28
en función de la persona como tal. La persona es
irreductible a su dimensión cuantificable. Ningún
agregado de personas vale más, es más, «cuenta más»
que una sola.”37

En efecto; personas son los hombres reales que existen,


uno por uno, y no el hombre tomado en abstracto; y
cada persona, una por una, posee por el simple hecho
de que ya «es», una dignidad tan excelsa que debe ser
afirmada por sí misma y no por otra cosa. “Así es como a
partir del descubrimiento de la dignidad como principio
es posible formular una norma primaria para la acción,
la norma personalista de la acción: persona est
affirmanda proper seipsam!, ¡hay que afirmar a la
persona por sí misma¡, nunca hay que usarla como
medio.”38

Lo que constituye la singularidad absoluta de cada


persona no es únicamente la individualidad que hace
que nadie pueda vivir por otro, ni alimentarse o dormir
por otro (lo que también ocurre en la individualidad
animal), sino el hecho de que el alma espiritual de cada
persona subsiste en sí misma y por sí misma. “La
persona incluye una totalidad en el ser, una realidad
completa, a la que nada le falta, y por ello queda
terminada en sí misma y constituye un individuo,
distinto de los demás y clausurado en sí mismo (...) Por
ello la persona resulta un ser singular, bien distinto de
los demás, incomunicable en el ser real que le
pertenece.”39
37 Rodrigo Guerra, Op. Cit, p. 91-93
38 Ibídem, p. 145.
39 Abelardo Lobato, Op. Cit, p. 34.
29
En este sentido es muy importante hacer notar que, por
paradójico que parezca, el punto de partida de toda
comunicación es precisamente la incomunicabilidad
ontológica de la persona, pues, como explica el Dr.
Caturelli, “reconocemos que el problema de la
comunicación supone, por un lado, alguien que es capaz
de comunicar-se y, por otro, alguien a quien comunico
(...) Se dice incomunicabilidad ontológica porque, en
ese plano, la persona no es la otra ni lo otro, tiene sus
propios límites metafísicos; como si dijéramos que
Pedro, como tal, no es Pablo (...) Pedro y Pablo son
incomunicables. De ahí que haya adelantado que, si
existe alguna comunicación, será a partir de aquella
incomunicación ontológica que es su fundamento. En
efecto, la persona, en cuanto individualidad
intransferible, expresa su propia unidad interna que
evidencia su distinción de los demás. Más aún: mientras
la persona sea más una, será más distinta, más sí
misma y no-otra.”40

Tal realidad nos hace ver porqué en algunas


circunstancias, como en la realización de un trabajo, de
una función, se puede sustituir a una persona por otra,
pero no es posible reemplazarla; reemplazables son las
cosas, no las personas. “Cualquiera sea la disposición
natural que posea, la persona no es un haber psico-
físico, ni tampoco sus facultades superiores en funciones
intencionales, sino una existencia novedosa, única e
irrepetible, asomada desde su propia conciencia de ser,
al mundo acontecido. Es precisamente en ese estarse
40 Alberto Caturelli. Op. Cit. Reflexiones para.... p. 67-68.
30
intencional ante el mundo, que la persona humana
recupera la constancia de su propia dignidad como
sujeto subsistente ante, con y sobre toda otra existencia
temporal.”41 La singularidad absoluta de cada persona,
su carácter irrepetible, incomunicable y subsistente del
ser personal, confiere una mayor dimensión a la
dignidad personal.

Dignidad ontológica y Dignidad moral


Podemos ahora responder a los interrogantes que nos
planteamos inicialmente. ¿Tiene el ser humano una
calidad que lo haga superior? La respuesta es
contundente; si, realmente el ser humano tiene
intrínsecamente una calidad superior. Y, ¿superior a
qué? A los demás seres de los reinos mineral, vegetal y
animal. ¿En qué consiste esa superioridad? En que la
persona humana, además de existir y vivir, sabe que
existe y busca saber para qué vive; en que es libre para
auto-realizarse y auto-determinarse; en que cada uno es
único e irrepetible; y sobre todo, en que es capaz de
amar. La dignidad humana es realmente sostén de lo
humano, y por ello debe ser respetada a toda costa, so
pena de deshumanizar al mundo.

Por tanto podemos afirmar con absoluta certeza que la


dignidad humana es inconmensurable; que el ser
humano es invaluable y no tiene precio. Esta dignidad
es «ontológica», lo cual quiere decir que la posee cada
ser humano por el simple hecho de serlo,
independientemente de cualquiera de sus propias
características siempre accidentales, como pueden ser
41 Miguel Ángel Mirabella. Op. Cit, p. 54
31
la raza, la estatura, el color de piel, las habilidades y
capacidades físicas o mentales, o el uso que haga de
ellas. Donde hay un ser humano hay dignidad
«ontológica» excelsa, la cual tiene las siguientes
características: Es gratuita, pues nadie hizo nada para
merecerla; nos fue dada con el ser. Es inmutable, no
cambia; no la podemos acrecentar ni disminuir, siempre
será la misma. Es igual en cada persona; la dignidad
ontológica la posee en el mismo grado lo mismo el ser
humano recién concebido que el joven o el anciano, el
hombre más virtuoso que el criminal más despiadado.

Sin embargo, como ya lo hemos visto, por naturaleza la


persona humana es «perfectible» y está ordenada a
desarrollarse y perfeccionarse a sí misma por medio de
su inteligencia y libertad. Hacíamos notar que esta
responsabilidad constituye una de las grandes notas de
la dignidad «ontológica». Precisamente porque el ser
humano es libre, necesariamente cada persona cumplirá
en distinto grado con su responsabilidad de auto-
perfección, por lo que a su dignidad «ontológica»
(gratuita, igual e inmutable) podrá agregar una dignidad
de otras características: una «dignidad moral».

A diferencia de la ontológica, la «dignidad moral» no es


gratuita, no está dada, inicia “de cero” en cada uno y
deberá ser conquistada poco a poco y no sin esfuerzo;
cambia, pues lo mismo puede crecer que disminuir e
incluso desaparecer; es diferente en cada persona, pues
depende del uso que cada quien haga de su libertad. Es
en el orden moral donde podemos hablar de diferencias
en la dignidad de la persona, porque sólo moralmente es
32
diferente el valor que existe entre un hombre de bien y
un criminal, entre una persona trabajadora y un vago
consuetudinario, entre un ser auténticamente libre y un
esclavo de sí mismo.

“El hombre está llamado al desarrollo de su ser


mediante el uso de la libertad. Y para ello se le ha
dotado de una estructura congruente a su destino, es un
ser racional, inteligente y volente, capaz del bien y del
mal. Una de las dimensiones constitutivas del ser
humano es la dimensión moral, la condición ética.
Debido a ello se habla en el hombre de un «sentido
moral» (...) El hombre es un ser moral por su condición
de ser libre, porque es capaz de dirigirse por si solo al
fin.”42 Y es precisamente por su condición de ser libre,
que el hombre es capaz de promover y respetar la
dignidad de «los otros» y la suya propia, o bien es capaz
de atentar contra ella, sin olvidar que nadie puede
atropellar la dignidad de otro sin lastimar a su vez su
propia dignidad.

Podemos concluir el presente capítulo afirmando


categóricamente que el ser humano no es un objeto,
una cosa igual a otras cosas; que cada persona, en
cualquier tiempo, lugar y circunstancia, tiene un valor
intrínseco, digno por el simple hecho de ser, y que esa
dignidad (ontológica) debe ser reconocida y respetada
por todos desde el inicio de la vida de la persona en el
seno materno hasta su natural extinción. Este respeto al
estatuto ontológico de la persona humana obliga a
todos, independientemente de las convicciones
42 Abelardo Lobato. El «sentido moral» en situación de peligro en la cultura contemporánea. Revista Vertebración.
N°. 30, p.4
33
políticas, ideológicas o religiosas que se profesen. Tal es
el mínimo que debe respetarse -y exigirse-, si queremos
que la convivencia entre los hombres y los pueblos sea
realmente HUMANA.

34
CAPÍTULO SEGUNDO

FUNDAMENTO DE LOS DERECHOS HUMANOS Y


FUNDAMENTO DE LA DIGNIDAD

Antes de abordar este tema es imprescindible


establecer la distinción entre dignidad y derechos
humanos, porque si bien son dos realidades
íntimamente ligadas, no son lo mismo. La dignidad es
una realidad anterior a los derechos. Aunque en forma
muy deficiente, la Declaración Universal de los
Derechos Humanos proclamada por la ONU en 1948
hace esta distinción en su “preámbulo” al decir:
“Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el
mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad
intrínseca «y» de los derechos iguales e inalienables de
la familia humana,”. En base a esta distinción
abordaremos primero el tema del fundamento de los
derechos humanos, y posteriormente el del fundamento
de la dignidad.

La terrible experiencia del pasado reciente hace del todo


evidente la enorme importancia y trascendencia que
tiene el tema del fundamento y respeto de los derechos
humanos. Sin embargo, con demasiada frecuencia el
tema es abordado con una gran superficialidad, y lo que
35
es aún peor, entre quienes han buscado fundamentar
los derechos humanos nos encontramos con pensadores
“como Norberto Bobbio (quien) afirmará en 1964 de
manera particularmente contundente que es una
«ilusión» indagar el fundamento de los derechos
humanos (...) para Bobbio toda búsqueda de
fundamento es infundada.”43

El drama que producen posiciones como ésta es que


negando los fundamentos, se termina jugando con el ser
humano. Igualmente es necesario mencionar que
algunas corrientes de pensamiento sí ofrecen
respuestas, pero estas son inconsistentes o cuando
menos insuficientes. Y el más elemental sentido común
nos lleva a afirmar que algo de tanta importancia no
puede fundamentarse en algo vago e impreciso.

Fundamentos que no lo son


La corriente de pensamiento más difundida en el mundo
occidental sobre el fundamento de los derechos
humanos sostiene que éstos tienen su origen en «el
consenso universal», es decir, “en la opinión de todos”,
lo cual quiere decir que los derechos del ser humano
provienen de la opinión de otros hombres. Esa
concepción, propia del positivismo jurídico, se difundió
ampliamente tras la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano, durante la Revolución
Francesa de 1789, que en su artículo sexto señalaba:
“La Ley es la expresión de la voluntad general”. En la

43 Rodrigo Guerra. Op. Cit, p.17


36
actualidad esta versión es sostenida por algunos
pensadores «postmodernos» como Jürgen Habermas.

Pero de ser cierta esta versión no tendría sentido


preguntarse si determinado derecho corresponde a la
dignidad del ser humano, pues desde tal “fundamento”
no sería posible hablar estrictamente de derechos
«humanos», sino solo de derechos «opinables» y por
tanto relativos y sobre todo, «revocables». De hecho,
aceptar que el fundamento de los derechos humanos es
el consenso o la voluntad general –siempre frágil y
cambiante-, es aceptar que simplemente los derechos
humanos no existen como tales.

Otra corriente de pensamiento es el «constructivismo»,


el cual parte operativamente de unos principios
captados por intuición pero que difiere esencialmente
de la concepción del «consenso». El «constructivismo»
“corresponde a la concepción de Ronald Dworkin que,
partiendo de los principios morales según el «modelo
constructivo» de John Rawls, los pone como norma del
arbitrio judicial; pero, basando esta operación no en
objetivos ni en deberes sino en derechos. De ese modo,
supera el positivismo de la concepción del consenso (...)
pero no profundiza en la naturaleza real del hombre, en
todas sus dimensiones y relaciones, sino únicamente en
su libertad y su igualdad.”44

El fundamento en el «Derecho natural»

44 Juan Vallet de Goitysolo. Esbozo de una metodología de los derechos humanos. Verbo N°. 311, p.19

37
En el lenguaje común la palabra «derecho» es equívoca,
pues tiene diferentes significados; por ejemplo, se toma
como sinónimo de «directo» (ir derecho a un lugar), o
bien como lo contrario a «torcido» (un árbol que creció
derecho). Pero el sentido que nos interesa es el referido
al ámbito jurídico, es decir, el ámbito de las relaciones
entre los seres humanos. En éste sentido la palabra
«derecho» designa al orden social justo; por lo mismo, el
derecho será un fenómeno estrictamente humano.

“Cuando hablamos de derecho hacemos referencia a un


orden, esto es, a una disposición determinada de las
personas en sociedad (situaciones y relaciones jurídicas)
y a la conducta social. Como todo orden, el derecho
exige la regla o medida de ese orden, es decir, la ley. El
derecho, sin embargo, no se confunde con la ley, que es
sólo su norma o regla ordenadora.” 45 Aunque sólo es
posible hablar de «derecho» cuando hay relaciones
entre personas, no todas las relaciones humanas son
objeto del derecho, sino únicamente aquellas que tienen
carácter de obligatoriedad. “El derecho se refiere a
relaciones sociales de justicia, esto es, que abarca y se
circunscribe a aquellas leyes y a aquellas relaciones
sociales que tienen por objeto lo mío, lo tuyo, lo suyo,
aquello le es debido obligatoriamente al hombre porque
de un modo u otro es suyo. La idea de justicia es
inseparable de la idea de debitum (lo debido a otro); el
derecho será, pues, aquel orden social que tenga por
objeto lo debido a otro.”46

45 Miguel Sancho Izquierdo y Javier Hervada. Compendio de Derecho Natural. Publicaciones de la Facultad de
Derecho de la Universidad de Navarra. 1980. Vol. I, p.33.
46 Ibídem, p.36-37
38
Conforme a lo anterior, y siendo «la ley» “la regla o
medida” del orden social, y en cuanto existen leyes
«puestas» por el hombre y leyes «dadas» al hombre, en
el derecho nos encontramos con dos vertientes: el
«positivo» y el «natural». “Al conjunto de los
componentes del derecho puestos por el hombre lo
llamamos derecho positivo; y al conjunto de los
componentes del derecho que tienen su origen en la
naturaleza, ha recibido comúnmente el nombre de
derecho natural.”47 Por tanto resulta claro que: “derecho
natural será aquella parte del orden jurídico que
proviene de la naturaleza del hombre.”48

El derecho natural se revela así como verdadero


fundamento de los «derechos humanos». Ciertamente
ello no elimina la necesidad de una legislación positiva
«justa» que defienda y promueva los derechos vitales de
la persona, lo cual obliga a la autoridad política
correspondiente a legislar conforme a sus propias
normas y procedimientos. Pero “es importante no
confundir el fundamento político de un procedimiento
orientado a la actividad legislativa con el fundamento
real de los derechos de la persona como tal.”49

“Los derechos humanos, como algo que «concierne» al


hombre, sólo pueden formularse sobre la base de lo que
el hombre «es». Sólo el previo conocimiento acerca del
ser y la esencia del hombre abre la posibilidad de definir
sus derechos vitales.”50 Y como el hombre «es» una
unidad de cuerpo y espíritu y no un mero
47 Ibídem, p. 42
48 Ibídem, p.53
49 Rodrigo Guerra. Op. Cit, p. 197
50 Helmut Thielicke. Esencia del Hombre. Ed. Biblioteca Herder. Barcelona, 1985, p. 42
39
amontonamiento de partes, una concepción integral de
la persona humana es indispensable para una correcta
formulación de los derechos humanos. En ésta
perspectiva integral nos encontramos con la corriente
de pensamiento que accede y aglutina los primeros
principios de la ley natural, proyectándolos a la realidad
de la naturaleza humana y sus relaciones.

“El paradigma de ésta concepción se halla en Santo


Tomás de Aquino, aunque no empleara la expresión
«derecho» para designar su contenido en sentido
subjetivo. Partiendo de los primeros principios de la ley
natural, correspondientes a nuestras primeras
inclinaciones naturales y racionales, se proyectan sus
conclusiones, próximas y remotas, conjugándolas, en
recíproca interacción, con la consideración de lo justo,
en cada caso, ex ipsa natura rei y secundum aliquid
quod ex ipsa conseguitur (de la naturaleza misma de las
cosas y lo que de ellas se sigue).”51

“Santo Tomás señala tres grandes principios


sintetizadores de los derechos naturales, según se
refieran dichos principios a todos los seres; o solamente
a los seres con vida; o sola y exclusivamente al hombre
(...) Hay un principio común a todo ente y es el de auto-
conservación. Todo ser resiste a su destrucción, desde la
piedra al vegetal; desde el animal al hombre. De allí
surge un primer derecho natural, que corresponde a la
realidad misma del ser humano, y es el derecho a la
vida. De este derecho derivan numerosos derechos,

51 Ibídem.
40
tales como a la integridad física, a la salud, al trabajo, a
la propiedad, etc.

Hay un segundo principio común tan sólo a los vivientes


y es el de perpetuación de la especie. De allí surge un
segundo derecho natural, y es el derecho a la familia,
del cual derivan numerosos derechos, tales como el de
contraer matrimonio, tener hijos, educarlos, etc. Hay un
tercer principio exclusivo del ser humano, en el universo
sensible en que vivimos. Y es el principio de la libertad.
De él deriva el tercer derecho natural y es el derecho a
la libertad, del cual derivan numerosos derechos, tales
como el de la libertad de conciencia, de expresión, de
culto, de prensa, de asociación, de reunión, de
participación política, etc.”52

Estos «primeros principios» de la ley natural que se


manifiestan en las inclinaciones del ser humano (a la
conservación, a la procreación y a la libertad) son pues
un fundamento sólido e inamovible de los derechos
humanos. Es por medio de juicios comparativos como la
razón efectúa el paso de esos principios a los
denominados derechos humanos, independientemente
del lenguaje que se use para expresarlos. Pero así como
los primeros principios dan su fundamento a tales
derechos, también les ponen límites, los cuales, lejos de
debilitarlos, los fortalecen al hacerlos reales y
operativos.

“ Es necesario concebir estos derechos en su justo


significado. El derecho a la libertad, por ejemplo, no
52 Pedro Enrique Baquero Lazcano. La Globalización y el Derecho natural de las Naciones. p. 13-14.
41
incluye evidentemente el derecho al mal moral, como si
se pudiese reclamar, entre otros, el derecho a suprimir
la vida humana, como en el caso del aborto, o el
derecho para usar substancias nocivas para sí o para los
demás. Del mismo modo, no se debería tratar de los
derechos del hombre sin tener en cuenta también sus
deberes correlativos, que traducen con precisión su
propia responsabilidad y su respeto de los derechos de
los demás y de la comunidad. El conjunto de los
derechos del hombre corresponde efectivamente a la
sustancia de la dignidad del ser humano, comprendido
en su integridad y no reducido a una sola dimensión.”53

Objeciones al Derecho natural


Las principales objeciones que se hacen al Derecho
natural provienen de aquellos que dan un significado
parcial e insuficiente del concepto de «naturaleza».
También provienen de considerar que la aceptación de
los postulados del derecho natural, conduce a una
paralización al progreso y desarrollo que el hombre
puede alcanzar por medio de sus realizaciones; así se
toma lo «natural» y «artificial» como mutuamente
excluyentes. “Hoy está de moda rebelarse contra el
derecho natural, despreciarlo. Hay que darse cuenta de
por qué sucede esto. Pienso que el hombre que
espontáneamente rechaza el derecho natural pretende
defender la especificidad de la actividad humana, la
realidad presentada por los actos de la persona.” 54
Analicemos estas dos objeciones.

53 Juan Pablo II. Alocución al Cuerpo Diplomático. 14 de enero de 1980.


54 Karol Wojtyla. Mi visión del hombre. Ed. Palabra. Madrid, 1997, p. 353.
42
Por lo que se refiere a la concepción parcial del concepto
de «naturaleza», “sin duda será el significado que
atribuyen a esta noción los fenomenalistas, pero quizá
también los fenomenólogos. Se puede decir que, desde
su punto de vista, la naturaleza es como el sujeto de
una actualización instintiva. Tiene, por tanto, un
significado más estricto y limitado.” 55 Un ejemplo de lo
anterior sería el del crecimiento del cuerpo de la
persona según las leyes biológicas, pues dicho
crecimiento (actualización) ocurre «en» la persona, pero
no es obra «de» la persona.

“En cambio, la naturaleza, en sentido por así decir


tradicional, en el sentido metafísico, es la esencia de
una determinada cosa, tomada como origen de toda
actualización (...) En este sentido, la naturaleza está
integrada en la persona. Boecio, y con él toda la escuela
tomista, da esta definición de la persona: persona est
rationalis naturae individua substantia (persona es la
substancia individual de naturaleza racional) La
definición del derecho natural es: est participatio legis
aeternae in rationali creatura (la participación de la ley
eterna en la criatura racional) (...) No hay duda de que
al ser racional le corresponde un ordenamiento racional.
A partir de estas afirmaciones elementales se ve que el
derecho contiene no tanto una arbitraria injerencia de la
razón subjetiva en el mundo objetivo, sino más bien una
orientación fundamental hacia un ordenamiento
objetivo. Se trata, por tanto, de un orden de valores.”56

55 Ibídem, p. 354
56 Ibídem. p. 357
43
Lo anterior significa que, siendo el hombre “de
naturaleza racional”, en lo que al hombre respecta, lo
natural en él es actuar conforme a la razón. “Ahora bien,
el hombre actúa en virtud de la razón, y la razón está
abierta «a muchas cosas», puede «tener diferentes
concepciones sobre el bien». Precisamente por eso, el
«caso normal» o lo que se da regularmente (por
ejemplo, el alto índice de abortos o de asaltos) no es un
criterio decisivo para determinar lo bueno y natural.
Sino al revés: sólo el conocimiento del bien mismo nos
puede revelar qué es lo peculiar del hombre, lo normal y
por tanto también natural para él, y en qué consiste, por
tanto, la perfección correspondiente a la naturaleza
humana (...) El concepto «naturaleza humana» no es..el
concepto de un mero fenómeno natural (como el ciclo
de las estaciones) o de una mera teleología (intención
final) de la naturaleza, sino que incluye en sí mismo la
función ordenadora y normativa de la razón. La
«naturaleza humana» sólo es allí donde la razón
perteneciente a esa naturaleza ha ordenado lo
meramente natural de conformidad con la razón (...) Por
paradójico que parezca: para saber qué es la
«naturaleza humana», o para interpretarla
adecuadamente, tenemos que conocer antes lo «bueno
para el hombre»”57

Por lo que se refiere al aparente conflicto entre lo


«natural» y lo «artificial» éste tiene su origen en la
defensa de una libertad mal entendida; en una libertad
ideologizada y por tanto, concebida como ilimitada, por
lo cual se percibe a lo natural como una “amenaza” a la
57 Martin Rhonheimer. La perspectiva de la moral. Ed. Rialp. Madrid, 2000, p.193-194
44
libertad. “Si la consideramos (a la libertad) como no
determinada en absoluto, como una independencia
total, como ausencia de cualquier limitación, entonces,
en esa definición, está contenida, obviamente, la
exclusión de cualquier derecho natural.”58

Ciertamente, como ya señalamos en el primer capítulo


al tocar el tema de las capacidades del espíritu humano,
la libertad es una de los mayores dones que tiene la
persona humana. Pero cuando algo se absolutiza, se
desfonda y se pervierte; y cuanto mayor valor tiene
aquello que se absolutiza y se pervierte, mayor será el
daño que provoca. Por ello absolutizar la libertad no sólo
destruye la libertad real, sino que abre la puerta de par
en par a todo tipo de violaciones contra el orden natural
y contra la dignidad del ser humano, como lo ha
demostrado hasta la saciedad la historia reciente.
Únicamente los hombres, en cuanto dotados de
inteligencia y de libertad tienen la capacidad de tales
violaciones. Los animales jamás han atentado ni podrán
atentar contra la naturaleza, como tampoco jamás
podrán defenderla y cultivarla.

“Pero volvamos a la diferencia entre lo artificial y lo


natural (...) Figuras geométricas de dos dimensiones y
los motores de combustión interna son
artificios...Artificial es aquello cuyo origen está en la
inteligencia (humana) por contraposición a lo puramente
natural, que es lo dado por el nacimiento (...) El
microscopio y el altavoz son instrumentos que potencian
las capacidades de los sentidos (...) Llevemos el caso al
58 Karol Wojtyla. Op. Cit, p. 359
45
extremo: volar en una cápsula espacial. El metabolismo
humano se trastorna gravemente cuando vive fuera de
la atmósfera. Nuestro organismo requiere de la
gravedad terrestre. Viajar al espacio implica llevar a
nuestro cuerpo más allá de su naturaleza física. En aras
de la ciencia, la NASA coloca todo tipo de «muletas» y
«prótesis» a los astronautas. Poco les importa si el
planeta tierra es el hábitat natural del ser humano (...)
Me llama la atención que esto no sea considerado
contra naturam, sino solo «artificial». Si entendemos
«natural» como lo «dado», todo objeto artificial es no-
natural. La neoescolástica apunta, sin embargo, que lo
natural es la teleología (propósito o intención; final de
un trayecto) y no el puro factum (hecho). Los aparatos
de la cápsula espacial no atentan contra la naturaleza,
pues se adecuan a unas tendencias igualmente
naturales.”59

El aparente conflicto entre libertad y Derecho natural


desaparecerá en el momento en que la libertad y la
razón humanas sean apreciadas en todo su valor, pero
subordinadas racional y libremente a la ley natural; ley
que el hombre no legisló, pero que de su acatamiento o
no, depende el respeto a los derechos de las personas.
Como acertadamente señalaba Juan Pablo II, el rechazo
a la ley natural produce dos serios problemas: por una
parte “la difusión entre los creyentes de una moral
fideísta”, y por otra, “falta una referencia objetiva para
las legislaciones, que a menudo se basan solamente en
el consenso social, haciendo cada vez más difícil el que

59 Héctor Zagal. Naturaleza y creación: la falacia naturalista y la ética aristotélica. Libro Anual del ISEE. México.
2003. Vol. 2 N° 5, p. 83-84.
46
se pueda llegar a un fundamento ético común a toda la
humanidad.”60

El Derecho natural: fundamento suficiente para


los derechos humanos, pero insuficiente para la
dignidad humana
Debemos distinguir – y distinguir no es separar- entre la
dignidad que surge de lo que el hombre «es», de los
derechos inherentes a esa misma dignidad. De esta
distinción (de la cual ya hablamos en el inicio del
presente capítulo) surge una pregunta: ¿los derechos
humanos y la dignidad tienen el mismo fundamento o se
fundamentan en algo diferente? Como ya hemos visto,
el derecho natural proporciona el fundamento suficiente
a los derechos humanos, y su acatamiento garantiza el
respeto de los mismos. Pero ¿también el derecho natural
es suficiente fundamento para la dignidad de la persona
humana?

Aunque el derecho natural en cuanto «derecho» tiene


por objeto “lo debido a otro”, y por tanto obliga al
cumplimiento de las «leyes» inscritas en la naturaleza
del hombre (y por eso es suficiente para fundamentar
los derechos humanos), la dignidad trasciende a las
mismas leyes naturales y por ello es que el derecho
natural –aunque defienda la dignidad- no puede
fundamentarla. Ciertamente la dignidad de la persona
es manifiesta por su evidente superioridad natural sobre
las piedras, los vegetales y los animales; pero esa
superioridad es solo una tenue manifestación de la
grandeza de la persona. Dicho de otro modo, la dignidad
60 Juan Pablo II. Discurso a los participantes en la sesión plenaria bienal de la Congregación para la Doctrina de la
Fe. 6 de febrero de 2004. Zenit. ZS 040206
47
humana no es únicamente una superioridad dentro de
un mismo orden, sino que es una superioridad basada
en un orden distinto.

“La realidad es que la persona es esencialmente


distinta de los animales y de las cosas y que, incluso en
aquellas dimensiones en las que pueden parecer más
similares, como las físicas o sensibles, difieren
profundamente. La sensibilidad humana, por ejemplo,
no es una sensibilidad animal que, en un cierto instante,
cuando llega al nivel de lo espiritual, se hace humana;
es humana desde el origen, por su misma constitución.
Y lo mismo ocurre con la tendencialidad y los deseos.
Son cualidades distintas de las de los animales desde el
principio, puesto que éstos se rigen por el instinto
mientras que el hombre se rige en un marco de
inteligencia y libertad que opera ya desde la infancia.” 61

Mientras que un cachorro de león solo podrá llegar a ser


un león, un niño podrá llegar a ser un científico o un
poeta, un militar o un médico, un artista o un técnico, un
santo o un criminal. Esa capacidad que tiene el ser
humano de, en cierto modo hacerse a sí mismo a partir
de lo que se le ha dado, revela sin lugar a dudas que
efectivamente “la persona es esencialmente distinta de
los animales y de las cosas”.

Así pues, es evidente la distinción entre «dignidad» y los


«derechos» inherentes a ella. Tal distinción hace
igualmente evidente que es la dignidad humana el
fundamento, ya no meramente suficiente sino pleno de
61 Juan Manuel Burgos. El Personalismo. Ed. Palabra. Madrid 2000, p.181
48
los derechos humanos. Pero esto significa que el
fundamento de la dignidad de la persona humana
tampoco lo encontramos en el derecho natural; luego
hay que buscarlo en otro lado. Debemos insistir en la
importancia de fundamentar la dignidad del hombre,
pues de lo contrario tarde o temprano se terminará
jugando con el ser humano. Y si para fundamentar los
derechos humanos eliminamos los supuestos
fundamentos del consenso, del positivismo jurídico etc,
con mayor razón debemos desecharlos como
fundamentos de la dignidad.

Otros horizontes de búsqueda


En un horizonte encerrado en el ámbito de lo físico, la
mirada clavada al suelo no nos permitirá encontrar el
fundamento de la dignidad humana, por la sencilla
razón de que ésta no es física; no de-pende de la
naturaleza física de la persona. La dignidad humana no
depende de la salud, fuerza, raza, cultura etc, de la
persona; la tienen lo mismo personas débiles o fuertes,
sanas o enfermas, niños o ancianos, instruidos o
analfabetas. Es necesario pues levantar la mirada a un
horizonte que está más allá de lo físico; es decir, al
horizonte meta-físico. Para ello es necesario eliminar
primero los prejuicios que, a lo largo de los dos últimos
siglos, impuso la mentalidad positivista y cientificista;
mentalidad que ha llevado a un verdadero “eclipse de lo
humano”.

“La causa próxima de esta mentalidad la podemos


encontrar en el tremendo éxito alcanzado por la ciencia
experimental. En efecto, los numerosos logros de la
49
ciencia en campos como la física, la medicina, la
biología, etc., llevaron a una enorme valoración del
método experimental, del conocimiento científico y de
las realidades físicas. Frente a las oscuridades que
presentaban las ciencias humanas, las jergas
ininteligibles de los filósofos idealistas y la continua
discusión de lo que parecía ya sólidamente establecido,
la ciencia experimental aparecía como un saber seguro,
preciso, acumulativo y con unas repercusiones prácticas
increíbles e inesperadas (teléfono, luz eléctrica,
automóvil, aviación, etc.)

Todo esto llevó a muchos a pensar que el método


científico era el único método de conocimiento válido y,
yendo más allá, que las únicas dimensiones que
realmente existían eran las físicas y materiales (...) Se
empezó a considerar que los aspectos de la realidad que
quedaban fuera del alcance de este método eran
entidades ficticias, inventadas por la inteligencia del
hombre, y que no tenían una existencia auténtica.

La teoría de la evolución supuso un apoyo importante


para esta visión puesto que – en su versión radical-
afirmaba que el hombre no era más que un producto de
la evolución a partir de elementos materiales simples de
carácter físico (...) No había en el hombre, por tanto, una
dimensión espiritual ni capacidades espirituales, sino
habilidades con origen en una realidad material más
evolucionada que en las plantas y los animales. Esta
versión radical de la teoría de la evolución condujo, por
otro lado, a un descrédito de la religión, puesto que
«explicaba» de modo científico realidades que para la
50
religión tenían origen sagrado. La religión aparecía así
como un intento por parte del hombre de justificar su
propia ignorancia.”62

El resultado de esa mentalidad cientificista y positivista


fue que –conceptualmente- el ser humano quedó
reducido a un mero conjunto de elementos físico-
químicos. Su inteligencia, su libertad, su afectividad, su
comportamiento no serían sino el resultado de secreción
de hormonas como la oxitocina, vasopresina y
depamina; complejas conexiones físico-químicas del
cerebro que anularían toda responsabilidad en el actuar
humano. Evidentemente para esta mentalidad toda
consideración moral queda descartada, e incluso no ha
faltado quien, como el sociobiólogo E. Wilson afirme que
la ética “es una ilusión con la nuestros genes nos han
engañado por su valor de supervivencia.”63

Esta mentalidad que tan burdamente “tuerce el brazo” a


la ciencia para apuntar conclusiones extra-científicas,
ha sido la principal responsable del “eclipse de lo
humano”, y debe ser superada pues lo que está en
juego no es el prestigio de la ciencia, sino la dignidad de
la persona humana. Y no olvidemos que “un rasgo
esencial de cualquier civilización que merezca ese
nombre es el sentido y el respeto de la dignidad de la
persona humana.”64

62 Ibídem, p.13-14.
63 Citado por Nancy Pearcey en World Magazine. 13 de Marzo 2000.
64 Jacques Maritain. Los derechos del hombre. Ed. Palabra. Madrid, 2001, p.14
51
CAPÍTULO TERCERO

EL HORIZONTE METAFÍSICO DE LA DIGNIDAD


HUMANA

Importancia de la realidad metafísica


52
Sin duda la Capilla Sixtina, esa extraordinaria obra de
arte que es visitada cada día por cientos de personas,
está hecha de piedra, yeso y pintura; pero si los guías
de turistas quisieran explicarla exclusivamente en base
a los datos físico-químicos de sus componentes serían
tachados, cuando menos, de idiotas. Porque la Capilla
es mucho más que piedra, yeso y pintura; y la misma
técnica que se usó para pintarla, siendo algo
importante, tampoco permitiría explicarla. Para
comprender y explicar plenamente la Capilla Sixtina es
totalmente necesario ir más allá de lo físico y
adentrarnos en el espíritu que impulsó a su creador (en
éste caso Miguel Ángel) a pintar lo que pintó. Dicho de
otro modo, para explicar cabalmente la Capilla Sixtina
es necesario ir al horizonte metafísico.

Guardando la distancia que existe entre una obra de


arte -por genial que sea- y el ser humano,
análogamente podemos afirmar que es absurdo
pretender comprender y explicar al hombre mediante el
análisis de sus componentes físicos. Y en el caso de la
dignidad de la persona humana, ni siquiera el análisis
de sus cualidades espirituales es suficiente, pues la
dignidad no de-pende de ellas. La inteligencia y la
voluntad son cualidades espirituales que posee cada ser
humano, aunque sea en potencia (como en el caso de
los recién nacidos), pero estas cualidades sufren
modificaciones, se desarrollan más en unos que en
otros, y si de ellas dependiera la dignidad «ontológica»
tendríamos que afirmar que ésta es igual a la dignidad
«moral»65 y que también se desarrolla o se pierde, lo
65 Cfr. Capítulo primero.
53
cual abriría las puertas para “justificar” la eliminación
de niños, enfermos, ancianos, analfabetas, flojos, etc.

La dignidad humana es «ontológica» precisamente en el


ser de la persona en cuanto tal, por lo que la ontología
de sus facultades, tanto físicas como espirituales, es
secundaria. Por ello, del mismo modo que podemos
afirmar que una persona es más joven que otra, más
alta que otra, más sana que otra, podemos también
decir que una persona es más inteligente que otra, que
una tiene más voluntad que otra, que ha aprovechado
mejor sus dones que otra; pero lo que no podemos
afirmar es que alguna tenga más dignidad que otra sin
atentar contra la misma dignidad. Dicho de otra forma,
la dignidad no es «posterior» al ser, sino «dada» a la
persona desde el momento en que ésta «es» y, por
tanto, no es «producto» de alguna «evolución».

Lo anterior nos lleva necesariamente a una alternativa


que no es posible evitar: o el hombre es un ser
«creado», o efectivamente la dignidad humana es solo
una ilusión carente de cualquier fundamento. Esta
última alternativa, por más que se le disfrace como
“racional”, es despiadadamente inhumana, y la
experiencia del siglo XX ha demostrado las terribles
consecuencias a las que conduce. Por otra parte es del
todo evidente que “nadie puede existir antes de haber
existido; de donde se sigue que la contingencia de todo
ente exige la existencia de la Causa que le confiere el
ser como tal (...) Causa incausada del acto de ser en el
ente. Y tal es Dios. (...) Decir que Dios no existe,
solamente puede «decirse», ya que el solo hecho de
54
poderlo «decir» es consecuencia del originario
descubrimiento del ser en el ente...Luego, solamente se
puede ser ateo porque existe Dios.”66

El gran pensador y humanista francés Gabriel Marcel


advierte: “a partir del momento en que el propio
hombre niega que él sea un ser creado, le asecha un
doble peligro: por un lado, se verá arrastrado – y esto es
exactamente lo que constatamos en el existencialismo
de Sartre- a otorgarse a sí mismo una especie de
aseidad caricaturesca, es decir, a considerarse como un
ser que se hace a sí mismo y que no es sino lo que se
hace; puesto que no existe nadie que pueda colmarlo,
no existe siquiera un don que pueda serle hecho; un ser
tal se presenta como profundamente incapaz de recibir.
Pero, desde otro punto de vista, y ligado a ello, el
hombre se verá igualmente arrastrado a considerarse
como una especie de deshecho de un cosmos por
añadidura impensable como tal – de suerte que le
veremos, a la vez y por las mismas razones, exaltarse y
despreciarse desmesuradamente-.”67 Queda pues por
analizar la alternativa de la creación, la cual nos
conduce a un escenario muy diferente.

“Si introducimos la variable creación en la antropología,


el panorama cambia (...) Esta antropología «creatural»
no pone el acento en la racionalidad ni en la capacidad
de dominar los instintos. La raíz de la dignidad del ser
humano radica en su capacidad de dirigirse a Dios, esto
es, de su libertad. El ser humano es digno porque es
amado por Dios y porque él es capaz de amar a Dios. La
66 Alberto Caturelli. Op. Cit. Reflexiones para... p. 23.
67 Gabriel Marcel. Los hombres contra lo humano. Ed. Caparrós Editores, Madrid, 2001, p. 60
55
iniciativa es divina: creando al ser humano a su imagen
y semejanza lo ha hecho capax Dei (capaz de Dios). La
estructura ontológica, la naturaleza, es secundaria. El
nervio de nuestra dignidad es que Dios nos ama. Por
eso, porque Dios nos ama, es irrelevante si somos
geniales o torpes, carpinteros o políticos, comerciantes
o filósofos (...) Esta condición creatural y no la ontología
de las facultades racionales es el fundamento de la
dignidad.”68 En este escenario «creatural», el hombre es
digno porque es amado por Aquel espíritu infinitamente
perfecto que existe por sí mismo, y de quien todos
recibimos la existencia; y la grandeza de las acciones
humanas radica en que el hombre puede corresponder
al amor de Dios y a la ley que Él nos ha dado.

Sobre esto mismo el cardenal Joseph Ratzinger escribe:


“La vida humana está bajo una protección especial de
Dios, porque cada hombre, por pobre o rico que sea, ya
esté sano, ya enfermo, sea inútil o provechoso, nacido o
nonato, enfermo incurable o rebosante de vida...,porque
cada hombre lleva el aliento de Dios, cada uno es
imagen de Dios. Ésta es la razón más profunda de la
inviolabilidad de la dignidad humana, y en ella se funda,
en fin de cuentas, toda la civilización. Allí donde el
hombre no es considerado como estando bajo la
protección de Dios, y llevando en si mismo su aliento, se
empieza a considerarlo según su valor utilitario. Es el
comienzo de la barbarie, que pisotea la dignidad del
hombre.”69

68 Héctor Zagal. Op. Cit, p. 89-90 (Las cursivas son mías)


69 Joseph Ratzinger. En el principio creo Dios. Edicep, Valencia, 2001, p. 63. Citado por H. Zagal. Op. Cit, p.89
56
La condición creatural del mundo (y del ser humano) es
accesible desde la lógica de un razonamiento riguroso
sobre realidades tales como: el orden inscrito en la
naturaleza (porque no hay orden sin una inteligencia
ordenadora); o las condiciones de contingencia que
tienen todos los seres del universo (todos tienen un
inicio, duran un tiempo y desaparecen), desde los
hombres hasta los planetas y las galaxias. 70 El Dr.
William Phillips al recibir el premio Nobel de física en
1997 “no tuvo reparo en agradecer a Dios el habernos
dado un universo tan hermoso e interesante, digno de
ser explorado.”71 Sin embargo éste método (camino) se
recorre con mucha dificultad, y con frecuencia deriva en
errores como el «panteísmo» (todo es dios) que
confunde la creación con el Creador, o el «deísmo» que
concibe a un creador impersonal, frío y despreocupado
de su obra a la que simplemente dio “la patada inicial”.

Otro camino -más fácil y seguro- es el de la Revelación,


la cual no es sino la manifestación que Dios ha hecho a
los hombres en forma extraordinaria de algunas
verdades necesarias y convenientes para el bien del
género humano, mismas que se encuentran recopiladas
en la Sagrada Escritura. Es en éste camino donde la
Teología nos descubre dimensiones insospechadas a la
mera razón sobre la grandeza de la dignidad humana.
Desde la perspectiva teológica podremos hablar de una
dignidad «natural» y de una dignidad aún mucho
mayor: la dignidad «sobrenatural».
70 Una de las formas en que la Astronomía moderna clasifica a las estrellas es por el color que “delata” su
duración: blancas las más recientes; amarillas las intermedias; rojizas las que están cerca de su extinción. La teoría
del “Big Bang” que busca explicar el origen el Universo, indirectamente hace también referencia a esta condición de
contingencia.
71 Citado por Rafael Pascual. Los científicos y Dios. Revista Ecclesia, octubre-diciembre 2003, p.460
57
La dignidad «natural» de la persona en la
perspectiva teológica
Lo mismo la religión Judía que las Iglesias Protestantes y
la Iglesia Católica, coinciden en señalar que el primer y
más importante aporte de la Revelación sobre la
dignidad del ser humano, es el hecho de haber sido
creado “a imagen y semejanza” del mismo Creador. Es
en el primer libro del Antiguo Testamento, el Libro del
Génesis, donde se afirma: “Creó Dios al hombre a
imagen suya; a imagen de Dios le creó, los creó varón y
hembra” (Gn. 1, 27) ¿Qué significa y qué importancia
tiene esta afirmación?

La Teología atribuye a Dios todas las perfecciones en


toda su plenitud, y por ello afirma que es «infinitamente
sabio», «infinitamente poderoso», «infinitamente
bueno» etc. Además explica que en cuanto Creador, no
ha recibido el ser de nadie sino que Él «es» por sí
mismo, y que los atributos de bondad, sabiduría,
omnipotencia los posee en forma «absoluta» y no
«participada». Pues bien, en la perspectiva de la
Revelación, cada ser humano, uno por uno, ha sido
creado “a imagen y semejanza” de ese Ser que es
poder, sabiduría y bondad infinitos, lo cual le confiere
una dignidad extraordinariamente mayor a la que
podemos deducir de la mera ontología de sus
facultades.

Aunque generalmente las palabras “Imagen y


semejanza” se toman como sinónimos (por lo que
pareciera que hubiesen sido empleados para ratificar el
58
hecho), en el contexto del relato bíblico una y otra
tienen un sentido de complemento y no de sinónimo:
imagen es regalo; semejanza es tarea. «Imagen» se
entiende en el sentido de que la naturaleza espiritual del
hombre tiene también los atributos de inteligencia y
libre voluntad que Dios tiene, aunque en el hombre no
«por sí mismo» sino por regalo, por «participación» del
Ser de Dios. En cambio la «semejanza» se refiere a un
proceso en el cual el hombre, ser perfectible, tiene la
tarea de irse «asemejándose» cada vez más a Dios,
quien es la Perfección misma.

“El hombre, criatura intermedia entre los seres que son


sólo espirituales y los que son sólo materiales, ocupa el
primer puesto en la realidad sensible. En sentido propio
sólo él es semejanza e imagen de Dios, aunque no
perfecta sino imperfecta. La semejanza es gradual y
está en relación con el grado de participación y, por
tanto, de perfección. Primeramente todas las cosas se
asemejan a Dios de un modo generalísimo, en cuanto
sencillamente «son»; en segundo lugar, en cuanto
«viven»; y en tercero, en cuanto «entienden».

Entre las criaturas mundanas, sólo en el hombre, dotado


de inteligencia, actúa el supremo grado de participación,
y goza de una verdadera semejanza específica. Sólo el
hombre, por tanto, puede decirse verdaderamente
imagen de Dios y no sólo vestigio, como lo son los
demás seres. Puede decirse que en esta antropología
teológica el hombre es el centro y vértice del mundo
natural (...) el hombre, la criatura privilegiada de Dios y
verdadera imagen suya, no puede ser entendida en su
59
estructura ontológica a no ser en relación a Dios
mismo.” 72 Por tanto la dignidad del hombre proviene de
la relación Creador-creatura y no de las facultades con
las que el hombre ha sido dotado. Dicho de otro modo,
el hombre es un ser racional y libre porque así lo ha
querido el Amor de Dios que lo creó, y no amado porque
es racional y libre.

“El hombre es imagen de Dios también por la voluntad,


esto es, en cuanto que, dotado de libre albedrío y con
potestad sobre sus actos, es principio de sus
operaciones (...) Pero su inmensa obra cognoscitiva y
operativa no tiene como fin asemejarse a sus
semejantes o al mundo, sino el asemejarse
progresivamente, y siempre imperfectamente, a Dios a
través del ejercicio del entendimiento, cuyo objeto es la
verdad; y del ejercicio de la libertad, cuyo objeto es el
bien.”73

La segunda aportación de la Teología judeo-cristiana


sobre la dignidad «natural» de la persona humana,
también está tomada del Libro del Génesis: el hombre
es “señor de todo el mundo”. El relato de la creación del
hombre dice que, una vez creado el hombre, Dios le dio
una tarea: “Creced y multiplicaos, y henchid la tierra y
enseñoreaos de ella, y dominad a los peces del mar, y a
las aves del cielo, y a todos los animales que se mueven
sobre la tierra” (Gn.1,28).

72 Michele Federico Sciacca. El Principio de Creación, Participación y Analogía. En la revista Verbo, Madrid, N°
139, p. 1198-1199.
73 Ibídem, p. 1200
60
Estas palabras no sólo indican que el hombre es «señor
de todo el mundo» (enseñoreaos, dominad), sino que
toda la creación fue hecha «para» el hombre, y por
tanto, es ante el hombre donde todo lo creado toma
sentido. El Universo entero sin el hombre, sería una
realidad vacía, absurda, sin razón de ser. Especialmente
en estos tiempos de exaltación de la técnica y la
economía, la implicación de esta nota de la dignidad
humana extraída de la Sagrada Escritura adquiere gran
relevancia: las cosas son para el hombre, y nunca el
hombre para las cosas.

La tercera aportación se desprende de las dos primeras:


el hombre es digno porque está «llamado» a participar
eternamente de la misma vida de Dios. Todo el Universo
ha sido creado para que el hombre, «imagen» de Dios,
se sirva de las cosas y pueda alcanzar la plenitud de la
«semejanza» con el Creador, lo cual sólo es posible en
Dios mismo. Luego, el destino del hombre, de todos los
hombres es –si quieren- poder llegar a participar de la
misma vida de Dios.

“El ser humano viene de Dios creador y vuelve a Dios


glorificador (...) La existencia humana, a los ojos de la
fe, es un proceso de Dios hasta Dios, un itinerario que
tiene un punto de partida y un término de destino. Es
todo un círculo. La gran diferencia entre los dos
momentos de un único proceso, es la distinta
responsabilidad del hombre en las dos fases del
itinerario. Mientras la salida es originaria, creativa y
pertenece sólo a Dios, el camino de vuelta es
compartido, el hombre vuelve no sólo porque es atraído
61
de modo misterioso, por la fuerza del fin que arrastra
como el amor, sino porque él, sujeto libre, necesita
cooperar con quien le ha dado la libertad para decidir
por donde volver.” 74

Estas aportaciones teológicas no son una especie de


“agregados” circunstanciales al ser humano que
dependan de convicciones religiosas, sino fundamentos
esenciales de la persona, de todas las personas, las
cuales -independientemente de que sean o no
aceptadas- son las bases más sólidas e inamovibles de
la dignidad «natural» que tiene cada hombre, sea éste
creyente o no. Por tanto estos fundamentos se
circunscriben en la dignidad «ontológica» y tienen sus
mismas características: son gratuitos, inmutables e
iguales en todo ser nacido de mujer.

La dignidad «sobrenatural» : de «imagen» a «hijo»


Hablar de dignidad «sobrenatural» es hablar de un
orden que está por encima, es decir, «sobre» lo
meramente natural. Es hablar de un orden que
presupone lo natural, no para negarlo o destruirlo, sino
para trascenderlo y elevarlo. Este orden no es posible
deducirlo por medios científicos, pues como explica el
Dr. Caturelli, “No hay en la naturaleza del hombre
ningún elemento que exija o postule, próxima o
remotamente, el orden sobrenatural. La elevación a este
orden (a esta dignidad) es un favor de Dios totalmente
gratuito, que rebasa y trasciende infinitamente las
exigencias de la naturaleza.”75
74 Abelardo Lobato. El Cristianismo y la Promoción de la Dignidad Humana. En Vertebración N° 40, p. 46 (las
cursivas son mías)
75 Alberto Caturelli. La justicia Cristiana. En la revista Verbo, Madrid, N° 227, p.1032.
62
En efecto, es exclusivamente en la Palabra de Jesucristo
recogida en los evangelios, donde podemos conocer la
existencia de una dignidad infinitamente superior a la ya
en sí excelsa dignidad «natural» del ser humano: la
dignidad de ser «hijos de Dios». Tal dignidad es un
regalo que Jesucristo da al hombre con su Encarnación,
Muerte y Resurrección. “En el misterio de Cristo, Dios
baja hasta el abismo del ser humano para restaurar
desde dentro su dignidad”.76 La dignidad «sobrenatural»
es pues también gratuita, pero a diferencia de la
natural, aunque es para todos no es común a todos, ya
que requiere ser libremente aceptada y muchos la
rechazan, tal como dice en sus primeros párrafos el
Evangelio según San Juan: “ Vino a su propia casa, y los
suyos no lo recibieron. Pero a todos los que le
recibieron, que son los que creen en su nombre, les dio
poder llegar a ser hijos de Dios.” (Jn.1,11-12)

“Todo hombre está predestinado a conformarse con el


Hijo, con Jesucristo, y, por esa vía, deificarse, dar la
máxima medida de lo humano. Los Padres griegos y la
teología oriental han desarrollado ese proceso
ascendente del hombre por la gracia como una cierta
«deificatio» del hombre. Sólo Dios puede deificar. Al
hombre se le pide que colabore con la acción de Dios
hasta lograr conformarse con la imagen de Jesucristo.
Ésta es la tarea del hombre, lograr la conformación con
Jesucristo, con su misterio, con su vida, su muerte, su
resurrección.”77 Y la primera e imprescindible acción que
el hombre debe hacer para colaborar con la acción de
76 CELAM. Documento de Puebla. N°. 305
77 Abelardo Lobato. Op. Cit. El Cristianismo....p. 50.
63
Dios es aceptar ser bautizado, pues la vida sobrenatural
se otorga con el Sacramento del bautismo, el cual hace
nacer al hombre a la vida de la gracia: “El que crea y
sea bautizado se salvará; el que no crea se condenará”
(Mc.16,16) El nuevo «nacimiento» que proporciona el
bautismo también requiere «crecimiento»; por eso,
además del bautismo, Jesucristo instituyó otros seis
sacramentos.

Al requerir del concurso de la libertad humana, la


dignidad «sobrenatural» tiene también la característica
de ser cambiante; es decir, en cada persona puede
acrecentarse o disminuir. Aunque el bautismo “imprime
carácter” (otorga para siempre a quien lo recibe la
condición de hijo de Dios) y otorga virtudes para crecer
y perseverar, no elimina la libertad. Ser fiel o no a la
gracia -con sus correspondientes consecuencias en cada
caso- es decisión de cada persona. El hijo puede renegar
de su padre e incluso cometer “parricidio”, pero no deja
de ser hijo.

“El hombre se ha entendido a sí mismo como «homo


viator». Porque si por un lado es un ser que viene a la
existencia, bien constituido en sus líneas esenciales,
bien ensamblado en sus componentes de espíritu y
materia, con su altísima dignidad de ser imagen de Dios,
ser personal desde el primer instante, por otro se
advierte como ser en camino, con un potencial
escondido en su interior, que debe desplegarse en el
tiempo y en el espacio, como semilla que germina y
crece, como caminante que sigue paso a paso la senda
de la vida a través de sus actos en constante relación
64
consigo mismo y con el mundo (...) El hombre, en la
medida en que crece, se dirige hacia la plenitud de sí
mismo (...) desde su ser personal prorrumpe en actos
libres, y a través de ellos consigue nutrirse en cuerpo y
alma. Así crece, da su medida, se realiza o se pierde.” 78

En aparente contradicción con la idea que señalábamos


en el primer capítulo y que dice: “por dignidad debemos
entender un valor superior que no tiene precio”, en la
dignidad «sobrenatural» nos encontramos que si hay un
«precio». Pero es un “precio” de valor infinito que
ningún ser humano puede pagar; sin embargo nos
encontramos con el hecho de que Alguien ya lo pagó por
nosotros: “fuisteis rescatados, no con oro o plata, cosas
corruptibles. Sino con la sangre preciosa de Cristo”
(1P.1,18-19). Por tanto, cada bautizado vale la sangre de
Cristo. Tal es la dignidad «sobrenatural» del cristiano.

La dignidad humana en el Magisterio de la Iglesia


Católica.
Especialmente en los últimos tiempos, el Magisterio de
la Iglesia ha reiterado continuamente el deber de
respetar la dignidad de la persona humana. Tal
insistencia se ha debido más que por un interés teórico
para profundizar en un concepto de tanta importancia,
en la necesidad de mover a la defensa de la dignidad
humana ante la creciente mentalidad de desprecio a las
personas; mentalidad que desgraciadamente se ha
traducido en un sin número de hechos cada vez más
abominables y generalizados como jamás se había
tenido noticia: privación de la libertad a pueblos enteros,
78 Abelardo Lobato. Op. Cit. El Sentido Moral...p.5.
65
campos de exterminio, legalización del homicidio de
bebés, secuestros, terrorismo, etc. Un apretado resumen
de las proclamas del Magisterio de la Iglesia sobre este
tema es el siguiente:

De S.S. León XIII:

- “A Nadie le está permitido violar impunemente la


dignidad humana, de la que el mismo Dios dispone con
gran reverencia, ni ponerle trabas en la marcha hacia su
perfeccionamiento.”79

- “La libertad, don excelente de la Naturaleza, propio y


exclusivo de los seres racionales, confiere al hombre la
dignidad de estar en manos de su propio albedrío y de
ser dueño de sus acciones. Pero lo más importante en
esta dignidad es el modo de su ejercicio, porque del uso
de la libertad nacen los mayores bienes y los mayores
males.”80

De S.S. Pío XII:

- “Quien desea que la estrella de la paz aparezca y se


detenga sobre la sociedad, contribuya por su parte a
devolver a la persona humana la dignidad que Dios le
concedió desde el principio.”81

- En cuanto a la dignidad humana “el varón y la mujer


son absolutamente iguales”.82

79 León XIII. Enc. Rerum Novarum. 30. (1891)


80 León XIII. Enc. Libertas. 1. (1888)
81 Pío XII. Radiomensaje de Navidad Con Sempre. 35. (1943; durante la segunda guerra mundial)
82 Pío XII. Discurso Questa Grande. 7 (1945)
66
- En un mundo sin Dios “la sociedad no es más que una
enorme máquina, cuyo orden es meramente aparente,
porque ya no es el orden de la vida, del espíritu, de la
libertad, de la paz. Como en una máquina, su actividad
se ejercita materialmente, destruyendo así la dignidad y
la libertad humana.”83

- “La dignidad de la persona humana exige, pues,


normalmente, como fundamento natural para vivir, el
derecho al uso de los bienes de la tierra, al cual
corresponde la obligación fundamental de otorgar a
todos, en cuanto sea posible, un propiedad privada.”84

- “Las normas debidas de la libertad y de la dignidad


humana...constituyen el fundamento y la firmeza de la
convivencia civil.”85

De S.S. Juan XXIII:

- “Por grande que llegue a ser el progreso técnico y


económico, ni la justicia ni la paz podrán existir en la
tierra, mientras los hombres no tengan conciencia de la
dignidad que poseen como seres creados por Dios y
elevados a la filiación divina.”86

- “Resulta extraña la negación que algunos hacen del


carácter natural del derecho de propiedad (...) (ya que)
constituye, además, un medio eficiente para garantizar
la dignidad de la persona humana.”87
83 Pío XII. Radiomensaje La Decimaterza. 45. (1952)
84 Pío XII, Radiomensaje Con Sempre. 26. (1942)
85 Pío XII. Enc. Vixdum Vobis. 10. (1945)
86 Juan XXIII. Enc. Mater et Magistra. 215. (1961)
87 Ibídem, 53.
67
Del Concilio Vaticano II :

- “Cuanto atenta contra la vida –homicidios de cualquier


clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio
deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona
humana, como por ejemplo las mutilaciones, las torturas
morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar
la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana,
como son las condiciones infrahumanas de vida, las
detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud,
la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las
condiciones laborales degradantes que reducen al
obrero al rango de mero instrumento de lucro, sin
respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona
humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en
sí mismas infamantes, degradan la civilización humana,
deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son
totalmente contrarias al honor debido al Creador.”88

- “El reconocimiento de Dios no se opone en modo


alguno a la dignidad humana, ya que ésta dignidad tiene
en el mismo Dios su fundamento y perfección.”89

- “Es necesario distinguir entre el error, que siempre


debe ser rechazado, y el hombre que yerra, el cual
conserva la dignidad de persona incluso cuando está
desviado.” 90

88 Constitución Gaudium et Spes. 27. (1965)


89 Ibídem. 21.
90 Ibídem. 28.
68
- “La razón más alta de la dignidad humana consiste en
la vocación del hombre a la unión con Dios.”91

- “No hay ley humana que pueda garantizar la dignidad


personal y la libertad del hombre con la seguridad que
comunica el Evangelio de Cristo, confiado a la Iglesia. El
Evangelio enuncia y proclama la libertad de los hijos de
Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan, en
última instancia, del pecado (cf. Rom.8,14-17); respeta
santamente la dignidad de la conciencia y su libre
decisión; advierte sin cesar que todo talento humano
debe redundar en servicio de Dios y de la humanidad;
encomienda, finalmente, a todos a la caridad de
todos.”92

De S.S. Juan Pablo II :

- “Lo que constituye la trama (...) de toda la doctrina


social de la Iglesia, es la correcta concepción de la
persona humana y de su valor único, porque «el
hombre...en la tierra es la sola criatura que Dios ha
querido por sí misma». En él ha impreso su imagen y
semejanza, confiriéndole una dignidad incomparable (...)
En efecto, aparte de los derechos que el hombre
adquiere por su propio trabajo, hay otros derechos que
no proceden de ninguna obra realizada por él, sino de su
dignidad esencial de persona.”93

- “En ambientes intensamente ideologizados, donde


posturas partidistas ofuscaban la conciencia de la
91 Ibídem. 19
92 Ibídem. 41.
93 Juan Pablo II. Enc. Centesimus Annus. 11. (1991)
69
común dignidad humana, la Iglesia ha afirmado con
sencillez y energía que todo hombre –sean cuales fueren
sus convicciones personales- lleva dentro de sí la
imagen de Dios y merece respeto.”94

- “La dignidad de la persona humana manifiesta todo su


fulgor cuando se consideran su origen y su destino.
Creado por Dios a su imagen y semejanza, y redimido
por la preciosísima sangre de Cristo, el hombre está
llamado a ser «hijo en el Hijo» y templo vivo del
Espíritu.”95

- “La raíz del totalitarismo moderno hay que verla...en la


negación de la dignidad trascendente de la persona
humana.”96

- “La dignidad de la persona humana es un valor


trascendente, reconocido siempre como tal por cuantos
buscan sinceramente la verdad. En realidad, la historia
entera de la humanidad se debe interpretar a la luz de
esta convicción”.97

- “En materia económica el respeto de la dignidad


humana exige en la práctica de la virtud de la
templanza, para moderar el apego a los bienes de este
mundo; de la virtud de la justicia, para preservar los
derechos del prójimo; y de la solidaridad.”98

94 Ibídem, 22.
95 Ibídem, 37.
96 Ibídem, 44.
97 Juan Pablo II. Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz. 1999.N°. 2
98 Juan Pablo II. Enc. Veritatis Splendor. 100. (1993)
70
- Los mandamientos “prohíben siempre y en todo caso
el comportamiento y los actos incompatibles con la
dignidad personal de cada hombre.”99

- “Toda la sociedad debe respetar, defender y promover


la dignidad de cada persona humana, en todo momento
y condición de su vida.”100

- “Respeto a la dignidad humana, a la dignidad de cada


hombre, mujer y niño, a la dignidad que posee todo ser
humano no porque le haya sido adjudicada por los otros
hombres, sino porque la ha recibido de Dios.”101

CAPÍTULO CUARTO

DESVALORIZACIÓN DE LA PERSONA HUMANA

99 Ibídem, 99.
100 Juan Pablo II. Enc. Evangelium Vitae. 81. (1995)
101 Juan Pablo II. Alocución al Presidente de Kenya. 7 de mayo de 1980.
71
Sin la menor duda, una de las causas que más han
influido en el fomento de la espiral de violaciones a los
derechos humanos, es la relativización de la persona, la
cual se traduce obviamente en una desvalorización de la
misma; de ahí al desprecio de la dignidad humana no
hay sino un pequeño paso, el cual es muy fácil de dar. Si
el hombre es solo una cosa, un mero “recurso” que
además es abundante y fácilmente sustituible, ¿porqué
respetar a las personas concretas con las que nos
cruzamos en la vida, sobre todo aquellas que por alguna
razón nos desagradan o que, de alguna manera, pueden
significarnos una molestia? Si a ello le agregamos la
propensión al mal con el que nacemos todos los seres
humanos -propensión que el mundo moderno ha
acentuado significativamente- tenemos elementos
suficientes para explicarnos el porqué del incremento de
las violaciones a los derechos humanos.

En este sentido es muy importante comprender cómo ha


sido el proceso que ha conducido a esa relativización del
valor trascendente de la persona humana. Son los
nombres de tres científicos los que indican las etapas de
ese proceso: Nicolás Copérnico, Charles Darwin y
Sigmud Freud. Pero, salvo el caso de Freud (quien se
vanagloriaba de haber infringido al hombre su “tercera
humillación”), no han sido ellos los responsables de la
degradación del valor de la persona; los responsables
han sido algunos de sus seguidores y divulgadores
quienes, movidos por intereses ideológicos, forzaron la
interpretación de las legítimas teorías científicas para
apurar conclusiones extra-científicas. Esas conclusiones
72
extra-científicas son las que han propiciado la
desvalorización gradual del ser humano.

La primera “humillación” fue la que desplazó el «lugar»


de habitación del hombre como «centro» del Universo,
para hacer de la Tierra sólo un planeta más (Copérnico).
La segunda “humillación” fue el evolucionismo (Darwin),
que privó al hombre de su particular privilegio de haber
sido especialmente creado, relegándole a descendiente
de los simios, lo que le llevó a contemplarse sólo como
un animal más en la larga lista de la evolución; de la
amiba al hombre no habría sino una diferencia de grado.
Y la tercera “humillación” según Freud, se debía a que él
había demostrado al hombre “que no son ni él mismo ni
su libre albedrío los que gobiernan la casa de su
persona, sino que ese dominio corresponde a un
complejo de impulsos inconscientes.”102

La primera humillación: el heliocentrismo


Nicolás Copérnico nació en la Prusia Polaca en 1473,
estudió matemáticas y medicina en la Universidad de
Cracovia y Derecho Canónico en la Universidad de
Bolonia. Fue Canónigo de la Catedral de Frauenberg,
ciudad donde murió en 1543. Su interés en la
astronomía le llevó a realizar estudios que publicó en
1530; en ellos rescató la teoría heliocéntrica (es la tierra
la que gira alrededor del sol) propuesta en la antigüedad
por los pitagóricos, pero ahora sustentada sobre bases
más científicas. La teoría heliocéntrica contradecía el
sistema geocéntrico (es el Sol el que gira alrededor de la
102 Helmut Thielicke. Op. Cit, p.43
73
Tierra) que era la teoría comúnmente aceptada, porque
conforme a lo que ordinariamente experimentamos por
nuestros sentidos, «parece» que la Tierra está quieta y
es el Sol y los planetas quienes se mueven.

Posteriormente amplió los estudios sobre su teoría, y los


dio a conocer en su obra De revolutionibus or bium
coelestium, dedicada al Papa Paulo III y publicada pocos
meses antes de su muerte ocurrida en 1543. Cabe
destacar que Copérnico nunca pretendió “humillar” al
hombre, y que él en lo personal nunca tuvo problema
alguno por exponer la entonces controvertida teoría
heliocéntrica. Los problemas aparecieron setenta años
después, con el célebre caso de Galileo, y el libro de
Copérnico fue entonces incluido por la Iglesia en el
“índice” de libros prohibidos (decreto del 5 de marzo de
1616), porque el heliocentrismo «parecía» que ponía en
entredicho algunos textos bíblicos, como el curso del sol
descrito en la oración de Josué.

Pero Galileo tampoco pretendió “humillar” al hombre, ni


contradecir los textos bíblicos; por el contrario, buscó
más bien conciliar sus teorías científicas con la Sagrada
Escritura, y eso fue lo que le causó problemas con las
autoridades eclesiásticas. En el primer proceso que le
siguió el Tribunal del Santo Oficio (Inquisición) en 1616
“Galileo argumentó bastante bien como teólogo,
subrayando que la Biblia no pretende enseñarnos
ciencia, y se acomoda a los conocimientos (científicos)
de cada momento, e incluso mostró que en la Tradición

74
de la Iglesia se encontraban precedentes que permitían
utilizar argumentos como los que él proponía.”103

En esos tiempos la ciencia experimental se encontraba


en estado embrionario y no disponía de los medios
adecuados para comprobar la teoría heliocéntrica, la
cual era vista casi por todos como un absurdo, pues
contradecía la experiencia sensible que nos hace ver al
sol moviéndose. El cardenal Roberto Belarmino le había
escrito a Galileo que utilizara el heliocentrismo sólo
como una hipótesis científica sin meterse con
argumentos teológicos, pero Galileo no hizo caso de
éste consejo y queriendo conciliar la hipótesis de
Copérnico con la Biblia, abordó cuestiones teológicas.

Ese actuar de Galileo fue contraproducente: “en una


época de fuertes polémicas teológicas entre católicos y
protestantes, estaba muy mal visto que un profano
pretendiera dar lecciones a los teólogos, proponiendo
además novedades un tanto extrañas.”104 El resultado
fue que La Inquisición incluyó en “el Índice” el libro de
Copérnico; señaló que el heliocentrismo era una teoría
«falsa» (pero nunca la calificó como «herética», pues el
geocentrismo nunca fue dogma de fe) y le prohibió a
Galileo seguirla defendiendo. Galileo obedeció, pero
estaba convencido que el decreto de 1616 se basaba en
un equívoco y que cuando se pudiera demostrar la
teoría heliocéntrica se podría hacer un escándalo
aprovechable por los adversarios de la Iglesia (y se
puede decir que tuvo “boca de profeta”), por lo que
trató de solucionar ese equívoco.
103 www.aciprensa.com/controversias/galileo.htm
104 Ibídem.
75
Mientras tanto Galileo perfeccionó el telescopio
inventado por el holandés Lippershey que ampliaba solo
tres veces los objetos observados, logrando ampliarlos
treinta y dos veces. Con su telescopio (instalado en la
residencia del cardenal Bandim) Galileo descubrió los
satélites de Júpiter y las manchas solares. Basado en
estos descubrimientos y en el hecho de que el cardenal
Barberini -su amigo y admirador- fue elegido Sumo
Pontífice (tomó el nombre de Urbano VIII), Galileo
decidió retomar la difusión del heliocentrismo. Lo hizo
escribiendo una obra escrita como un «diálogo» (y así lo
tituló) entre tres personajes, uno de los cuales llamado
Simplicio sostenía el geocentrismo, mientras que otro,
Salviati, defendía el heliocentrismo; obviamente
Simplicio perdía todas las discusiones.

Con el permiso eclesiástico del Maestro del Sagrado


Palacio Fray Niccolo Riccardi, el Diálogo fue impreso en
Florencia en 1632. En ese tiempo Europa estaba
convulsionada por la “Guerra de los Treinta Años” que
enfrentó a las naciones católicas con las protestantes, y
el Papa Urbano VIII “se veía especialmente obligado a
evitar cualquier cosa que pudiera interpretarse como no
defender la fe católica de modo suficientemente
claro.”105 Esta situación fue aprovechada por varios
adversarios personales a quienes Galileo, con su pluma
mordaz, había ridiculizado en varias ocasiones; ellos
denunciaron que el Diálogo contenía afirmaciones
heréticas. Urbano VIII nombró una «comisión» que

105 Ibídem.
76
examinara el texto, la cual dictaminó que el asunto
fuera enviado al Tribunal del Santo Oficio.

La Inquisición citó a Galileo para que se presentara en


Roma ante ese tribunal durante el mes de octubre de
1632, pero debido a su precaria salud, Galileo se
presentó hasta febrero de 1633. Durante todo el
proceso, Galileo vivió en la casa del embajador de
Florencia, excepto 17 días en que estuvo alojado en las
habitaciones del fiscal de la Inquisición. En su defensa,
Galileo argumentó recta intención y exhibió la carta del
cardenal Belarmino; sin embargo, el 22 de junio el
Tribunal dio su sentencia: lo conminó a abjurar de su
posición sobre el movimiento de la Tierra, lo condenó a
prisión y prohibió su Diálogo.

Ese mismo día Galileo abjuró delante de la


Congregación, pero el Papa conmutó la pena de cárcel
por la de arresto en la confortable Villa Medici, en la que
estuvo confinado únicamente doce días, pues el 6 de
julio se le permitió regresar a su casa en la ciudad de
Siena. En diciembre se trasladó de su casa en Siena a
otra también de su propiedad situada en las afueras de
Florencia, donde vivió hasta su muerte ocurrida en
1642; sus restos fueron depositados en la iglesia de
Santa Croce en Florencia. En ningún documento de la
época aparece la famosa frase “y sin embargo se
mueve” que supuestamente Galileo pronunció tras su
abjuración; “ y sin embargo” alguien la puso en sus
labios cien años después. No hay duda de que en el
caso de Galileo las autoridades de la Iglesia se
extralimitaron en sus atribuciones, pero de ningún modo
77
esto significa que la pretensión de la Iglesia fuera
“mantener a la gente en la ignorancia”, ni que ésta sea
“enemiga de la ciencia”, como algunos dolosamente
afirman.

La teoría heliocéntrica no tuvo evidencia plena sino


varias décadas después cuando, en 1679, Isaac Newton
pudo comprobar la “ley de la gravitación universal”. Tal
comprobación dio la razón a Galileo y también permitió
el surgimiento de la física moderna; pero el problema no
se encuentra en el progreso de la ciencia sino en el
hecho de que, con la comprobación del heliocentrismo,
muchos hayan pretendido “humillar” al hombre
haciéndolo ver sólo como “una mota de polvo en medio
de una polvareda”. Sin embargo no debemos perder de
vista que la dignidad del ser humano no radica en la
posición que guarden los planetas.

No deja de ser significativo que en el final del siglo XX la


ciencia física halla elaborado el “principio antrópico” 106
el cual dice: “Aunque nuestra situación en el Universo no
es necesariamente central, es necesariamente
privilegiada en algún grado”. El físico John A. Wheeler
explica: “No es únicamente que el hombre esté
adaptado al universo. El universo está adaptado al
hombre. ¿Imagina un universo en el cual una u otra de
las constantes físicas fundamentales sin dimensiones se
alterase en un pequeño porcentaje en uno u otro
sentido? En tal universo el hombre nunca hubiera
existido. Este es el punto central del principio
106 Propuesto por el físico Brandon Carter durante los trabajos de la Unión Astronómica Internacional en 1974, y
retomado por Stephen Hawking en su libro Historia del Tiempo; Del big bang a los agujeros negros. Ed. Crítica,
Barcelona 1988.
78
antrópico.” Por su parte, Stephen Hawking lo formula
así: “Vemos el universo de la forma que es, porque si
fuera diferente no estaríamos aquí para observarlo”.

El hecho de que el planeta Tierra no sea el centro


«físico» del Universo, pero sí el punto en el cual que han
dado cita tantas variables fundamentales que ha hecho
posible la vida- y especialmente la vida humana- ¿no es
un privilegio que rebasa en mucho la centralidad física?
Entonces ¿dónde queda la supuesta “humillación”
copernicana que Copérnico jamás pretendió inflingir al
hombre?

La segunda humillación: el evolucionismo


Charles Darwin (1809-1882 ) es el personaje más
conocido en torno a la teoría del evolucionismo, al grado
que muchos toman como sinónimos las palabras
«darwinismo» y «evolucionismo». Sin embargo Darwin
no fue el autor de la hipótesis evolucionista, pues varios
hombres de ciencia como William Wells, Robert
Chambers y Geoffrey Saint Hilarie, le precedieron en
ella. Pero la explicación sistematizada que Darwin hizo
en sus obras El Origen de las Especies (1859) y El
Origen del Hombre (1871) fue la más acabada y
sugerente, por lo que se le situó como el mejor
exponente de la teoría evolucionista. Posteriormente
Georges Louis Buffon y Thomas Henry Huxley la
difundieron con éxito por todo el mundo.

Pero a diferencia de la teoría heliocéntrica que en


relativamente poco tiempo fue plenamente
comprobada, la hipótesis del evolucionismo ha
79
encontrado en el desarrollo científico más objeciones
que elementos de comprobación, lo cual no ha sido
obstáculo para que se difunda como si la evolución
fuera un hecho plenamente comprobado. El Dr. Jordi
Cervós, Director del Instituto de Neuropatología de la
Universidad de Berlín afirmaba en 1982: “La teoría
evolucionista ha quedado sin demostrar y casi ningún
hombre de ciencia la sostiene ya.”107 El Dr. Colm
Patterson, investigador del Museo Británico de Historia
Natural, señaló en una conferencia dictada el 5 de
noviembre de 1981 en el Museo Americano de Historia
Natural de la ciudad de Nueva York 108, que la hipótesis
evolucionista es más una cuestión de fe que de
conocimiento científico, pues “parte de intuiciones no
verificables ni directa ni indirectamente”. “S.L.
Washburn, profesor de Antropología física en la
Universidad de California (Berkeley), hace notar que «la
mayoría de los problemas referentes a la evolución
humana siguen sin resolverse» y que «nuestras ideas
sobre la evolución humana se basan en datos a veces
muy poco fidedignos».”109

Al margen de su inconsistencia científica, el


evolucionismo ha sido usado como “arma” ideológica
para descalificar y ridiculizar el relato bíblico sobre la
creación y así “humillar” al hombre: éste no procede de
Dios sino de los primates. Y fueron especialmente las
iglesias protestantes de los Estados Unidos quienes
“recogieron el guante” aceptando la incompatibilidad
entre «evolucionismo» y «creacionismo». Sin embargo el
107 Entrevista en ABC, Madrid, 16 de abril de 1982.
108 cfr. www.sedin.org/propesp/X0067_04.htm
109 Revista Scientific America. 1978. Citado por Mariano Artigas. Las Fronteras del Evolucionismo. Ed. Palabra,
Madrid, 1992, p. 57.
80
Magisterio de la Iglesia Católica sí considera compatible
el evolucionismo con la fe. El Papa Pío XII escribió: “El
Magisterio de la Iglesia no prohíbe (...) la doctrina del
evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo
humano en una materia viva y preexistente –pues las
almas nos manda la fe católica sostener que son
creadas inmediatamente por Dios-.”110 Más
recientemente Juan Pablo II afirmó: “En su encíclica
Humani Generis mi predecesor Pío XII ya había afirmado
que no había oposición entre la evolución y la doctrina
de la fe sobre el hombre y su vocación, con tal de no
perder de vista algunos puntos firmes.”111

Lo anterior quiere decir que una posible evolución del


cuerpo humano no estaría en contradicción con el texto
bíblico, el cual enseña que Dios creo al hombre en dos
momentos bien diferenciados: el primero corresponde al
cuerpo, el cual fue formado “del barro de la tierra”, es
decir, de materia previamente creada; y ese “barro”
pudo haber pasado por un proceso evolutivo. El segundo
momento es cuando a ese “barro” (que pudo haber sido
un primate, y por tanto sólo “barro”) Dios le infunde el
espíritu: “le inspiró en el rostro un soplo de vida” (Gn.
2,7). Éste segundo momento escapa obviamente del
ámbito de la ciencia experimental y de la hipótesis
evolucionista y es el que –como advierte Juan Pablo II-
no debe ser perdido de vista.

“Hasta hace unas décadas se pensaba que el


creacionismo y el evolucionismo eran inconciliables.
Luego se ha visto que eso es falso: creación y evolución
110 Pío XII. Encíclica Humani Generis. 29. (1950)
111 Discurso a la Asamblea Plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias. 22 de octubre de 1996.
81
responden a cuestiones totalmente distintas y
pertenecen a niveles totalmente diferentes de la
realidad y del conocimiento (...) la evolución presupone
algo que cambia y se desarrolla, la creación muestra por
qué y para qué existe eso que puede cambiar y
evolucionar. Expresándolo de otro modo: que un ser es
creado significa que ha recibido su realidad por la
eficiencia radical de otro, bien en un estadio definitivo,
bien en un estadio potencial con capacidad de
evolucionar; y el evolucionismo precisa (aunque no lo ha
podido demostrar) que lo ha recibido en un estadio
potencial.”112

Como salta a la vista, el evolucionismo en sí mismo no


constituye ninguna “humillación” al ser humano. La
pretendida “humillación” proviene de la miope y
malintencionada visión ideológica del materialismo
biologista (como el de Jean Piaget) que intenta reducir lo
humano a lo biológico. Y esa visión -según la cual no hay
diferencia esencial entre la amiba y el hombre- es la
que prevalece en no pocos programas escolares y
medios de comunicación, con el lamentable resultado de
la desvalorización de la persona humana.

Podemos afirmar sin la menor duda, que esa mentalidad


del materialismo evolucionista fue precisamente una de
las principales causas (no la única), que llevó a la
ideología nazi a cometer los “actos de barbarie
ultrajantes para la conciencia de la humanidad”
denunciados en el Preámbulo de la Declaración de la
ONU. Si la persona humana no es sino el “producto” más
112 Eduardo Rubianes. La Persona Humana. Artículo publicado en Revista de la Pontificia Universidad Católica del
Ecuador, N° 61, Agosto de 1997, p. 22.
82
desarrollado del proceso evolutivo, y en ese proceso
juega un papel primordial la ley de la “selección
natural”, ¿porqué no eliminar a las “razas inferiores” a
fin de que la “raza superior” pueda imprimir sus
características a la humanidad futura? La eliminación de
“los inferiores” sería simplemente una «ayuda» a la
“selección natural”.

Los siniestros nombres de decenas de campos de


concentración como Buchenwald, Dachau, Auschwitz, y
las atrocidades inhumanas cometidas en ellos, son ya
ampliamente conocidas; pero esos hechos
corresponderían solo a una parte del proceso de
“ayuda” a la “selección natural”: el de la eliminación de
los supuestamente “inferiores”. En cambio es casi
desconocido lo que los nazis hicieron respecto a la otra
parte del proceso, es decir, la que corresponde a la
“ayuda” a la “raza superior”. Jacques Delarue, un policía
profesional francés, ex-cautivo de los nazis, y quien
dedicó diez años de su vida a investigar la organización
y métodos empleados por la temible Gestapo (la Policía
Política nazi), nos habla de esta parte desconocida del
proceso de ayuda a la selección natural:

“El sistema de Himmler (Kurt Heinrich Himmler, Jefe de


la Gestapo) obtendrá su remate con la creación del
Lebensborn –fuente de la vida- , especie de yeguada
humana a base de chicas seleccionadas por sus
caracteres nórdicos perfectos, que se traían para
procrear al margen de toda unión legal, con individuos
S.S. (las tropas de élite del Partido Nazi), igualmente
escogidos según los mismos criterios. Los niños nacidos
83
de estas uniones, fruto de una eugenesia dirigida,
debían pertenecer al Estado, y su educación sería
asumida en escuelas especiales. Teóricamente estaban
destinados a formar la primera generación del nazi puro,
moldeado ya en embrión. El hundimiento del régimen no
permitió a los nazis llevar más lejos esta experiencia. No
obstante, ya habían nacido unos cincuenta mil niños de
esta especie de sementales. Su nivel intelectual es
actualmente inferior, y de una manera notoria, al nivel
medio. Presentan un porcentaje de débiles mentales
cuatro o cinco veces más elevado que el normal. Los
eugenesistas nazis ignoraban (...) (que) la ideología y la
biología no pueden reemplazar al amor maternal.”113

La tercera humillación: el freudismo


Después de haber reducido al hombre solo a su esfera
biológica, la siguiente “humillación” consistió en
eliminar la diferencia cualitativa - incluso en lo
biológico- entre el hombre y los animales, y reducirlo a
un mero manojo de energías instintivas,
predominantemente sexuales. Como apuntábamos
anteriormente, el autor de esta “tercera humillación” fue
Sigmund Freud, a quien se le llama “el padre del
psicoanálisis.”

Sigmund Freud (1856-1939) nació en la ciudad de


Freiberg, Moravia, cuando esta región pertenecía al
Imperio Austro-Húngaro. Siendo muy niño su familia se
trasladó a vivir a Viena –capital del Imperio-, donde
Freud vivirá casi toda su vida. En esa ciudad estudió
medicina, graduándose en 1881; empezó a ejercer su
113 Jacques Delarue. La Gestapo. Ed. Bruguera. Barcelona, 1972, p.96
84
profesión de médico en la especialidad de psiquiatría, lo
que le llevó a buscar la causa de las enfermedades
psíquicas, especialmente la neurosis. Sus reflexiones
culminaron en el desarrollo de su “teoría sobre el
inconsciente”, misma que revolucionó tanto la
psiquiatría como la psicología.

Según la teoría de Freud, la represión de los instintos,


especialmente el sexual, es la causa de la neurosis,
entendiendo como «represión» el desplazamiento de la
energía instintiva (la líbido) desde la zona de la
conciencia hasta el inconsciente, donde queda
arrinconada. “La temprana sexualidad infantil, que al
comienzo aparece difusa y sin limitaciones –Freud la
divide en las fases oral, anal y fálica-, se torna en ese
periodo fálico hacia la madre como el primer objeto de
amor. Pero allí se encuentra por primera vez un frontera
en la rivalidad del padre, que se impone mediante
preceptos y con la amenaza de castigos. Esa primera
pérdida de un objeto amoroso conduce a un trauma
anímico, al «complejo de Edipo» (...) Así, pues, (según
Freud) al comienzo de la formación de la personalidad
hay un complejo, un primer conflicto con el hombre
exterior.”114

Por eso en la visión freudiana, el hombre será solo un


«animal desgraciado», en cuanto que sus instintos, la
presión de la libido condicionada biológicamente,
estarían “reprimidos” por la cultura, la educación y la
religión, es decir, por las obras del espíritu que dan
sentido a la vida humana. Con mucho acierto Karl
114 Helmuth Thielicke. Op. Cit, p. 458.
85
Jaspers dice que Freud ve “a menudo con extraordinaria
agudeza lo que surge por la represión de la sexualidad,
pero que jamás se pregunta acerca de lo que surge con
la represión del espíritu”.115 Y lo que ocurre con la
represión del espíritu es la pérdida del sentido de la
vida; es decir, la cancelación de lo específicamente
humano.

La “humillación” que Freud se jactaba de haber


propinado al hombre con su “psicología sin alma” llevó
al extremo la desvalorización del ser humano, pues
como afirma Thielicke, “Sólo se puede calificar de
perversión el que Freud asegure que aquello que
convierte al hombre en hombre –su estar proyectado
hacia un sentido- represente un indicio de
enfermedad”116 En efecto; como ser consciente de su
propia existencia, la salud mental de la persona humana
está íntimamente ligada a la cuestión sobre “el
significado concreto de la vida de cada individuo en un
momento dado”117. Viktor Frankl -famoso psiquiatra,
también graduado en Viena y judío como Freud- 118
afirma: “sólo en la medida en que el hombre se
compromete al cumplimiento del sentido de su vida, en
esa misma medida el hombre se autorrealiza”. 119 Pero si
tener o buscar el sentido de la vida es visto no como
medida de autorrealización, sino como causa de
enfermedad, efectivamente estamos entonces ante una

115 Karl Jaspers. Allgemeine Psychopathologie. Citado por H. Thielicke, Op. Cit, p. 460
116 Op. Cit, p. 462.
117 Viktor E. Frankl. El Hombre en busca de sentido. Ed. Herder, Barcelona, 1991, p.107
118 Por la condición de judíos de ambos, tras la anexión de Austria al Tercer Reich en 1938, Freud huyó a Londres,
donde murió en 1939, mientras que Frankl fue enviado a diversos campos de concentración, incluyendo Auschwitz,
siendo uno de los sobrevivientes del Holocausto. Viktor Frankl murió en Viena en 1997 a los 92 años de edad.
119 Viktor Frankl, Op. Cit, p. 109
86
de las mayores perversiones posibles acerca de la
imagen del hombre.

El mismo Frankl detalla algunas de las consecuencias


de la pérdida del sentido de la vida y el inevitable vacío
existencial que tal pérdida acarrea: “...el vacío
existencial se manifiesta enmascarado con diversas
caretas y disfraces. A veces la frustración de la voluntad
de sentido se compensa mediante una voluntad de
poder, en la que cabe su expresión más primitiva: la
voluntad de tener dinero. En otros casos, en que la
voluntad de sentido se frustra, viene a ocupar su lugar
la voluntad de placer. Ésta es la razón de que la
frustración existencial suele manifestarse en forma de
compensación sexual y así, en los casos de vacío
existencial, podemos observar que la libido sexual se
vuelve agresiva.”120

Por su parte, el psicoanálisis freudiano se convirtió en


“alguien que habla más allá de una conciencia humana,
una especie de perfecto y aséptico cirujano de la
intimidad de otro, munido (dotado) de una propia y
consagrada salud mental que, a su vez, un otro se
encargó de confirmarla. Es así como (...) se pretende
señalar como contaminadas todas las ciencias humanas
e incluso el mismo lenguaje, para terminar reduciendo
todo conocimiento acerca del hombre al conocimiento
neurológico, psiquiátrico y psicológico que se tenga de
él (...) Esta visión parcializada del hombre (...) ha llevado
a considerar a la salud humana como sinónimo de salud
biológica, y a la salud psíquica como una anhelada
120 Ibídem, p. 106
87
situación de asepsia anticontaminante respecto de los
mitos religiosos, de las éticas culpógenas, de los
convencionalismos sociales. Este «saludable» viviente
humano (...) es, en verdad, un monstruo psicópata
capaz de obrar con todo sadismo y ejecutar todo tipo de
violencia contra aquello que sea considerado opuesto a
sus designios liberadores.”121

El pansexualismo freudiano ha sido factor destacado en


el incremento de violaciones de carácter sexual, que son
también violaciones a los derechos humanos. Pero
también la teoría freudiana, que ve en el padre a un ser
negativo, a un ser en rivalidad con su hijo, un ser
abusivo que se impone mediante preceptos y castigos,
ha sido un factor importante en la pérdida de la imagen
del padre, con las funestas consecuencias que el célebre
psicoanalista y profesor de la Universidad de Trieste,
Claudio Risé, describe en su más reciente libro: Il Padre,
l´assente inaccettabile (El Padre, el ausente
inaceptable). 122

Dice el Dr. Risé que en la primera fase de la vida somos


totalmente dependientes de nuestra madre, quien
atiende todas nuestras necesidades primarias. En
cambio, la imagen del padre surge con el despertar de
la conciencia, y es la que transmite la identidad y el
sentido de pertenencia, es decir, con todo lo que tiene
que ver con el sentido de la vida. Lo normal es que tanto
la imagen de la madre como la del padre se den al hijo
simultáneamente, y éste reciba un influjo armonizado y
equilibrado. Pero la peculiaridad de la atmósfera
121 Miguel Ángel Mirabella. Op. Cit, p. 67
122 Edizione San Paolo, Roma, 2002.
88
educativa que se fue generando a lo largo del siglo
pasado, (con la significativa contribución del freudismo)
fue la de ir eliminando «la figura del padre» con los
siguientes resultados:

El modelo dominante, desequilibrado y sin armonía es


un modelo fundado sobre el interés y el principio del
placer, lo cual implica necesariamente un bloqueo de la
maduración personal. Nadie sabe quién es realmente, ni
mucho menos para qué vive; es el modelo del «eterno
adolescente» que claudica de sus deberes y
responsabilidades, pero que sabe exigir muy bien sus
derechos. Esta dinámica –dice Risé- crea un mundo de
hedonistas, de inseguros, incapaces de asumir sus
deberes como seres humanos; y los mismos padres se
han convertido en «padres traidores», pues ellos
mismos presentan una “medalla sin reverso”: la medalla
de la facilidad, sin el reverso de la medalla de la
dificultad. Padres que traicionan y rechazan a los hijos
que han engendrado.

“La perversión de la imagen del hombre (...) consiste


esencialmente en que para Freud el hombre queda de
algún modo biseccionado de su relación con el tiempo:
el psicoanálisis lo fija en su pasado. «La relación con el
futuro, igualmente importantísima para el desarrollo
humano, no encuentra (por el contrario) una
consideración parecida», según advierte con toda razón
el psiquiatra Friedrich Brasch. Esa relación con el futuro
(...) representa una cualidad específicamente humana.
El animal no tiene futuro. La referencia humana al
porvenir, en cambio, es indisoluble de la pregunta sobre
89
adónde se me quiere llevar y adónde quiero ir. Está, por
consiguiente, íntimamente ligada a la cuestión del
sentido.” 123

La cancelación del sentido convierte a la persona


humana en un ser «sin sentido», lo que lleva a ver la
vida –la propia y la de los demás- como un absurdo. Esta
perspectiva es otra causa de una total desvalorización
de la persona, lo cual conduce fácilmente al desprecio
de sus derechos. A lo anterior debemos agregar que hoy
incluso en nombre de la dignidad se atenta contra ella.
Éste es el caso de quienes promueven el homicidio de
los seres humanos en el seno materno alegando evitar
una vida “indigna” para los bebés no deseados, o
quienes en nombre de una muerte “digna” promueven
el homicidio de ancianos o enfermos. Quienes rechazan
el aborto y la eutanasia son presentados como sádicos
retrógradas que se complacen en el sufrimiento de niños
y ancianos; así hoy resulta que, para algunos, proteger
la vida humana es signo de retraso, y aniquilarla signo
de progreso.

123 Helmut Thielicke. Op. Cit, p. 463.


90
CAPÍTULO QUINTO

LA ESPIRAL DE VIOLACIONES A LOS DERECHOS


HUMANOS

Positivismo jurídico y derechos humanos


El 18 de octubre de 1945, en la ciudad alemana de
Nüremberg dieron inicio los célebres “juicios” a veintidós
líderes nazis que habían sido capturados tras el
derrumbe del Tercer Reich. Los cargos que enfrentaban
los acusados fueron cuatro: 1.- Crímenes contra la paz
2.- Crímenes contra la humanidad 3.- Crímenes de
guerra 4.-Por conspiración para cometer los actos
criminales anteriormente señalados.

Un Tribunal Militar Internacional conformado por cuatro


jueces (un estadounidense, un soviético, un inglés y un
francés) presidieron las 216 sesiones de los juicios, y el
1° de octubre de 1946, el Tribunal emitió su veredicto:
tres acusados fueron absueltos, cuatro fueron
condenados a penas entre 10 y 20 años de prisión, tres
91
fueron condenados a cadena perpetua, y doce fueron
condenados a muerte.

Pero desde la primera sesión todos los acusados se


declararon inocentes alegando, sin excepción, que
habían actuado conforme a las leyes vigentes en
Alemania y siempre “obedeciendo órdenes”. Por su
parte los jueces y fiscales no podían remitirse a alguna
ley «positiva»124 que aquellos criminales hubieran
violado; salvo en el cargo de “crímenes de guerra”
donde la “Convención de Ginebra” señalaba algunas
leyes sobre la guerra que deberían acatar los
beligerantes. Luego entonces los líderes nazis que
ordenaron el brutal exterminio de millones de seres
humanos ¿estaban jurídicamente libres de castigo, o,
como alegaron, eran incluso inocentes?

“El principio jurídico penal «nulla poena sine lege» (no


hay pena sin ley) amenazaba con poner en tela de
juicio la competencia judicial del proceso de Nüremberg.
De hecho no existía ningún código en que estuvieran
prohibidos el genocidio, la eutanasia para los «tarados
mentales» y los «pogroms» contra los judíos (...) Y fue
precisamente esta necesidad jurídica concreta la que
suscitó el problema de si no existirían unas leyes
eternas y no escritas –aquellas leyes que ya reclamaba
la Antígona de Sófocles- cuya sentencia fuera aquí
competente.

De hecho la acusación del fiscal señaló que ciertas leyes


fundamentales, que protegen la humanidad del hombre,
124 Se entiende por ley “positiva” aquella que es “puesta” (promulgada) por la autoridad legítimamente constituida.
92
son ya vigentes cuando se perpetra la acción, de tal
modo que ciertamente conservan su valor siempre y en
todo tiempo. En cierto modo se trata ahí de unos
axiomas (principios evidentes) de la humanidad, a los
que se opondrían los crímenes contra esa misma
humanidad. Y ésa fue, en efecto, la clave con que el
tribunal de Nüremberg justificó su competencia para
castigar los crímenes cometidos.”125

En un intento de llenar tan evidente «laguna» del


derecho positivo internacional, el 10 de diciembre de
1948 la Organización de las Naciones Unidas proclamó
la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”.
Pero la «Declaración» de la ONU no estaba «creando» o
«inventando» los derechos humanos proclamados;
simplemente los estaba «reconociendo» ya que -como
tuvieron que aceptar los fiscales de Nüremberg- existen
ciertas leyes fundamentales...que conservan su valor en
todo tiempo y lugar.

Los “Juicios de Nüremeberg” evidenciaron pues al


«positivismo jurídico»; es decir, la filosofía jurídica que
«reduce» el derecho únicamente a las leyes positivas y
se niega a reconocer la existencia de las leyes
«naturales», las cuales dan origen al «derecho natural».
“Hans Kelsen (1881-1973) es sin dudas el pensador
contemporáneo que más significativamente abandera el
iuspositivismo, (o positivismo jurídico) es decir, la teoría
que busca presentar al derecho como una estructura
formal que se explica como jurídica desde sí misma sin
acudir a elementos sociales empíricos, comprensiones
125 Helmut Thielicke. Op. Cit, p. 40-41.
93
éticas o creencias religiosas.”126 Siguiendo la lógica del
positivismo, los criminales juzgados en Nüremberg por
la eliminación de millones de personas, eran inocentes.

Primero «deberes»; después «derechos»


La relación de una persona con otra u otras, constituye
la esencia del Derecho; sin embargo, para poder hablar
de «derechos» es necesario hablar primero de
«deberes», pues en toda relación humana por cada
derecho que se pueda señalar, existe previamente un
deber correlativo que es necesario satisfacer. Por
ejemplo: el padre de familia tiene el deber de educar a
sus hijos, y de ese deber deriva el derecho de educarlos;
el trabajador tiene el deber de trabajar, y de ese deber
deriva el derecho de cobrar su salario. Es el
cumplimiento de los deberes lo que hace que los
derechos sean una realidad y no una palabra vacía.

Lo anterior no quiere decir que necesariamente sea el


mismo sujeto quien deba primero cumplir un deber para
adquirir su derecho correlativo; esa obligación puede
perfectamente recaer en otro o en otros. Podemos ver
esto en el caso de los “derechos de los niños” y la gran
difusión que se hace de ellos: derecho a vivir
saludablemente, derecho a ser educados, derecho a ser
respetados etc. La difusión y publicidad de los “derechos
de los niños” contrasta fuertemente con su
incumplimiento. Por ejemplo, es un hecho innegable que
cada día son más los niños que viven en la calle
careciendo de atención médica, de educación, de
126 Rodrigo Guerra. Op. Cit, p. 160 (las cursivas son mías)
94
respeto etc. De nada sirve proclamar a los cuatro
vientos que los niños “tienen derechos”, mientras nadie
recuerde a los adultos ( padres, maestros, vecinos,
autoridades etc.) los «deberes» que tienen con respecto
a los niños. Si hay tantos «niños de la calle» que viven
en condiciones no solo indignas, sino además
terriblemente injustas con su condición de «niños», es
porque por cada uno de ellos hay algunos adultos
(principalmente sus padres) que no han cumplido con su
deber de alimentarlos, educarlos, respetarlos, etc.

“La actual escuela inglesa analítica del lenguaje


mantiene abierto un proceso de acusación a la
expresión moderna de los derechos del hombre, a los
que califica de vacíos de sentido. Hablar de derecho
(right), dicen que no tiene sentido sino cuando esta
palabra corresponde a una obligación (a duty)
efectivamente sancionada. Por eso califica de mal
construido el lenguaje de los derechos del hombre
(human rights talk).”127

“Poseer un derecho sólo tiene significación concreta si


existe por lo menos una persona física o moral
susceptible de violar ese derecho o que tiene el deber
de satisfacerlo. Hablar de los derechos de Robinson
Crusoe en su isla no tendría ninguna significación
concreta. Este solitario hubiese estado contento de
haber encontrado un manual de cultivos o de cría de
ganado, pero no habría sabido qué hacer con la
Declaración de derechos del hombre. No se puede,
pues, hablar de derechos propiamente dichos si no
127 Juan Vallet de Goytisolo. Esbozo de una metodología de los derechos humanos. Verbo, Madrid, N° 311, p 21
95
existe por lo menos una persona física o moral que
tenga el deber de satisfacerlos o de respetarlos.

Si nos colocamos en el punto de vista de la lógica


abstracta, decir que el hombre tiene derecho a la
propiedad o decir que tiene el deber de no robar es lo
mismo. Los siete mandamientos de la Ley de Dios con
respecto al prójimo podrían haber sido enunciados de la
manera equivalente: -Los padres tienen derecho de ser
honrados y asistidos por sus hijos. –El hombre tiene
derecho a la vida. –Toda persona casada tiene derecho a
la fidelidad de su cónyuge. –El hombre tiene derecho a
la propiedad. Etc. Pero el Decálogo no ha hablado de
derechos (...) no se habla nunca de derechos, sino de
deberes. La razón por la cual Dios ha procedido así es
evidente: si, en efecto, hablar en términos de derechos
y hablar en términos de deberes es lógicamente
equivalente, no ocurre lo mismo si nos colocamos en el
punto de vista psicológico.

Cuando un derecho es violado hay necesariamente dos


actores: por ejemplo, el que roba y el robado. El ladrón
tiene un papel activo, el robado sólo hace soportar. Si se
quieren evitar los robos, es a los ladrones a los que hay
que dirigirse y no a los robados. Con realismo, Dios se
dirigía a los ladrones y les decía: «no robéis». Los
autores de las dos declaraciones de derechos del
hombre han preferido dirigirse a los robados diciéndoles:
ustedes tienen el derecho a no ser robados.”128

128 Michel Martin. El fracaso de los derechos del hombre. Verbo, Madrid. N° 188, p 1036-1038
96
En efecto; en la “Declaración de los derechos del
Hombre y del Ciudadano” proclamada por la «Asamblea
Nacional» durante la Revolución Francesa (1789), no hay
más referencia a un «deber» que el señalado en el
artículo 13, donde indica el «deber» de contribuir al
sostenimiento de la fuerza pública y de los gastos del
gobierno. Y en la “Declaración Universal de los Derechos
Humanos” proclamada por la Asamblea General de las
Naciones Unidas en 1948, encontramos también la
ausencia de un señalamiento sobre los deberes
correspondientes a los derechos proclamados, con la
excepción de dos vagas referencias: “Todos los seres
humanos...«deben» comportarse fraternalmente los
unos con los otros” (Art.1°), y “Toda persona tiene
«deberes» (no indica cuáles) respecto a la comunidad”
(Art.29-1).

La omisión del señalamiento de los «deberes» es


especialmente grave en todo lo referente a la dignidad
de la persona humana. “Evidentemente cuando
afirmamos que la dignidad de la persona «es inviolable»
no queremos decir que no pueda ser violada sino que no
debe ser nunca violada. Cuando decimos que las
personas poseen derechos frente a otras personas,
podemos descubrir, si nos fijamos con atención, que
esto significa que las personas tienen deberes para con
los «otros como yo». La experiencia del «deber» se
funda sobre el «reconocimiento» de la persona del
«otro» como sujeto con dignidad.”129

129 Rodrigo Guerra. Op. Cit, p. 149


97
Breve panorama histórico-jurídico de los derechos
humanos
En el siglo VIII antes de Cristo, el griego Hesíodo tuvo
que enfrentar la violencia brutal de su hermano,
holgazán y sin escrúpulos, pero que supo sobornar a los
jueces para apoderarse de toda la herencia de sus
padres. Hesíodo compuso una obra poética (Los trabajos
y los días) en la que, por el anhelo de liberarse de la
injusticia, se preguntaba por un ordenamiento
fundamental del universo que permitiera medir la
perversión del derecho positivo, es decir, de las leyes
legisladas por los hombres. Y aunque el lenguaje de los
derechos humanos fue desconocido por la antigüedad
griega, vislumbró la existencia del derecho natural.
Posteriormente Aristóteles analizó el derecho y afirmó
que éste es una relación, una proporción entre las
personas que tienen, por un lado, una común
naturaleza, y por otra, puestos desiguales en cada
grupo social.

“Históricamente, el contenido de algunos de los hoy que


hoy denominamos derechos humanos (...) se
reclamaban y muchas veces se obtenían para grupos
concretos de hombres, en su respectivo contexto
histórico (...) que eran consignados en cartas o fueros
(...) De este tipo fueron: el contenido del núcleo
constitucional de los Usatges de Barcelona, proclamados
a fines de la primera mitad del siglo XII; las garantizadas
por Alfonso IX en las primeras cortes de Castilla y León,
en 1188; la Carta Magna inglesa, comprometida por
Juan Sin Tierra con sus barones; la constitución pactada
98
por Pedro el Grande con las cortes de Barcelona en 1283
(...) Terminológicamente, en estas cartas o fueros (...) no
se proclamaban derechos de los súbditos sino deberes
del rey.”130 Por lo que se refiere al Derecho Romano, éste
señala que “la concepción clásica de la rerum natura
(las cosas naturales) era considerada en la divinarum et
humanarum rerum notitiae (el conocimiento de las
cosas divinas y humanas), previa para la iusti et iniusti
scientia (ciencia de lo justo y de lo injusto), conforme la
definición de la jurisprudencia que nos ha sido
transmitida por Ulpiano (Dig. 1,1,10,1).”131

Durante las primeras décadas de la exploración y


conquista de América, la denuncia que los misioneros
hicieron a la Corona Española de los abusos cometidos
contra los naturales por muchos conquistadores, suscitó
en España un debate teológico-jurídico del cual, bajo el
nombre de “Derecho de Gentes” surgió el Derecho
Internacional Público. Fueron los teólogos de la
Universidad de Salamanca (especialmente Francisco de
Vitoria) quienes, defendiendo puntualmente la dignidad
humana de los indígenas, formularon los contenidos
básicos de muchos de los hoy llamados derechos
humanos.

“Hubo algunas voces confundidas que negaron


humanidad al indígena, pero prevaleció ampliamente al
respecto, la racionalidad y la evidencia que reconocía en
cada indio a un ser humano, y por lo tanto, a una
persona a un centro unitario de derechos y deberes (...)
Por eso, Francisco de Vitoria, que tiene el mérito de ser
130 Juan Vallet de Goytisolo. Op. Cit, p.15-16
131 Ibídem, p.29
99
un admirable sintetizador de las polémicas posiciones
de la época, cierra la cuestión diciendo puntualmente
que los españoles son prójimos de los indios. Por lo
tanto, los indios son prójimos de los españoles: todos
comparten la común condición de tener la misma
naturaleza corporal-espiritual del hombre.”132

Posteriormente, la ideología liberal, a partir del «Bill of


Rights» proclamado el 13 de febrero de 1689 y de una
concepción marcadamente individualista del ser
humano, empezó a hablar de los derechos humanos
bajo el término de “garantías individuales”. Esta
ideología influyó notablemente en la Constitución de los
Estados Unidos de América, promulgada el 17 de mayo
de 1787, pero sobre todo se hizo presente en el
documento más famoso e influyente surgido de la
Ilustración: la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano, promulgado por la «Asamblea Nacional»
francesa el 26 de agosto de 1789. A éste documento se
debe la generalización del término «derechos del
hombre». Finalmente, y como lo hemos ya señalado, la
violación sistemática a la dignidad de millones de seres
humanos y los horrores cometidos en Europa por el
régimen nazi, llevó a la Asamblea General de las
Naciones Unidas a proclamar, el 10 de diciembre de
1948, la «Declaración Universal de los Derechos
Humanos», la cual se compone de un preámbulo y
treinta artículos.

Aunque la «Declaración» de la ONU ha sido un


desmentido al «positivismo jurídico» que ha dejado de
132 Pedro Enrique Baquero Lazcano. Vitoria y las Naciones Unidas. Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. N° 1, Vol II, 1993.
100
lado a la justicia, no tiene obligatoriedad jurídica; esa es,
entre otras, una de las razones no sólo de su
incumplimiento sino del hecho que, desde 1948, los
mismos crímenes del régimen nazi hayan sido
superados en número y crueldad.

Situación de los derechos humanos en Francia


después de la Declaración de 1789
El preámbulo de la Declaración francesa de 1789 decía
que el propósito de la misma era “que las aspiraciones
futuras de los ciudadanos...puedan tender siempre a
mantener...la felicidad general.” Independientemente de
lo acertado o no de los derechos proclamados, a lo largo
de sus diecisiete artículos no existe ninguna referencia a
las obligaciones y deberes que -ciudadanos y gobierno-
debieran cumplir para mantener no ya “la felicidad”,
sino las condiciones mínimas que hicieran posible un
verdadero respeto a la dignidad de los franceses.

La “época del terror” que ensangrentó a Francia, fue


inaugurada proclamando los “derechos del hombre y del
ciudadano”. Pero la mitificación romántica que se ha
hecho de la Revolución Francesa ha minimizado -cuando
no ignorado totalmente- el terror revolucionario,
planeado y dirigido por el “Comité de Salud Pública”
conformado por la misma «Asamblea Nacional». La
“época del terror” produjo en pocas semanas más de
cuarenta mil victimas, despojó injustamente de sus
bienes a muchos otros, y obligó a miles más a huir de su
nación.

101
“El artículo 10 de la Declaración de 1789 declaraba que
nadie debía ser molestado por sus opiniones, aun
religiosas. Tres años no habían transcurrido que se
empezó a guillotinar a los que eran sospechosos de no
ser republicanos. Al año siguiente se ejecutó a los que
«no haciendo nada contra la libertad, no habían, sin
embargo, hecho nada por ella» (ley de los sospechosos
del 17 de septiembre de 1793). Los «grandes
antepasados» empezaron entonces a guillotinarse entre
ellos.”133 Así, el hecho concreto es que, mientras la
Asamblea proclamaba los «derechos del hombre», las
cabezas cercenadas de miles de seres humanos
( hombres y mujeres; nobles y plebeyos, e incluso
revolucionarios; con fortuna o sin ella; culpables e
inocentes) eran mostradas públicamente y paseadas en
picas a una multitud que se regocijaba con ese
sangriento espectáculo.

Situación de los derechos humanos en el mundo


después de la Declaración de 1948
Los resultados obtenidos tras la Declaración de la ONU
no han sido diferentes, con la salvedad de que la
Declaración de 1789 estaba circunscrita a Francia, y la
de la de 1948 dice abarcar a “los pueblos de las
Naciones Unidas”. El hecho concreto es que las
violaciones a los derechos proclamados ya no se
contaron en miles sino en millones. La Declaración
Universal de la ONU dice en su preámbulo que “los
Estados Miembros se han comprometido a asegurar, en
cooperación con la Organización de las Naciones Unidas,

133 Michel Martin. Op. Cit, p. 1033.


102
el respeto universal y efectivo a los derechos y
libertades fundamentales del hombre”.

Pero la Unión Soviética, uno de los cuatro “Estados


Miembros” más influyentes (esos que hasta la fecha
tienen “derecho de veto” y un asiento vitalicio en el
Consejo de Seguridad), desde 1917 había establecido la
violación sistemática de todos y cada uno de los
derechos proclamados. Lejos de dar marcha atrás, a
partir de 1948 el dictador José Stalin extendió las
violaciones sistemáticas de los derechos humanos a
todos los pueblos que cayeron bajo el dominio de la
URSS. El «GULAG»134 superó incluso el número de
víctimas y vejaciones de los campos de exterminio
nazis, pues cerca de treinta millones de personas
perecieron en esas prisiones políticas cuya existencia
negaban las autoridades soviéticas.

Alexander Soljenitzyn -teniente del Ejército soviético


durante la Segunda guerra mundial- estuvo ocho años
(de 1948 a 1956) confinado en uno de esos campos que
“no existían”. Su experiencia la relata en su libro
“Archipiélago Gulag”, el cual le mereció el Premio Nóbel
de literatura de 1970. En esa obra Soljenitzyn narra las
condiciones inhumanas y las torturas que vio y sufrió,
así como los crímenes que llevaron a la antigua Unión
Soviética a superar con creces los “actos de barbarie
ultrajantes para la conciencia de la humanidad”
denunciados por la ONU en la Declaración de 1948.

134 GULAG son las siglas en ruso para la “Dirección General de Campos de Concentración”.
103
La extensión de esos “actos de barbarie ultrajante” a
Europa oriental, China, Cuba y el Sudeste asiático, ha
sido motivo de innumerables investigaciones; una de las
más recientes y ampliamente documentada está
plasmada en una obra redactada por seis investigadores
provenientes de distintos ambientes.135 Es
impresionante el número de víctimas que produjeron las
vejaciones de esos regímenes: 80 millones en China, 2
millones en Camboya, etc, pero la frialdad de los
números difícilmente revela la inhumanidad vivida por
tantos pueblos en la segunda mitad del siglo XX.

Alexander Soljenitzyn escribe al respecto: “Así, pues, son


muchos los fusilados: miles al principio, cientos de miles
después. Dividimos, multiplicamos, nos lamentamos,
maldecimos. Y, sin embargo, se trata de números, de
cifras que estremecen, que aterrorizan, que se olvidan
más tarde. Pero si alguna vez los familiares de los
fusilados llevaran a una editorial las fotografías de todos
los ajusticiados y la editorial hiciera con ellas un álbum
fotográfico, varios volúmenes de ellos, entonces,
podríamos, al pasar una hoja detrás de otra, obtener de
la última mirada de los ojos cerrados para siempre, algo
muy útil para los que hemos continuado con vida. Esta
lectura, casi sin letras, grabaría huellas eternas en
nuestros corazones.”136

Sin embargo, la violación a los derechos humanos no ha


sido prerrogativa exclusiva de los regímenes marxistas.
Aunque en número mucho menor, también regímenes
135 Stéphane Courtois, Nicolas Werth, Jean Louis Panné, Andrzej Paczkoski, Karel Bartosek y Jean Louis
Margolin. El Libro Negro del Comunismo, Editado en castellano por Espasa-Planeta en 1998.
136 Alexander Soljenitzyn. Casi sin letras. 5 de marzo de 2003. www.lainsignia.org/2003/marzo/cul_013.htm
104
latinoamericanos llamados “de derecha” han realizado
muchas violaciones y atrocidades en nombre de una
política llamada “de seguridad nacional”, la cual surgió
en los años setenta como reacción ante la acción de los
grupos guerrilleros ¡ que igualmente cometían
innumerables violaciones a los mismos derechos! Otros
regímenes que también en forma sistemática han
cometido un gran número de violaciones a los derechos
humanos, son los que surgieron en varias naciones
africanas tras el fin del colonialismo europeo en ese
Continente. Baste recordar el inhumano régimen en
Uganda del brutal dictador Idi Amín (sobre el que
pesaron incluso acusaciones de canibalismo), causante
de más de medio millón de víctimas en el periodo
comprendido entre 1971 y 1979.

Y en no pocas de las naciones democráticas del llamado


“primer mundo”, el derecho humano más básico e
inalienable que es «el derecho a la vida» es violado
cotidianamente bajo el amparo de las mismas
autoridades civiles, pues en varias de esas naciones hoy
se han proclamado “leyes” que han hecho “legal” el
aborto. Desde luego que quienes han legalizado el
aborto y quienes propugnan por su extensión, se niegan
a aceptar que abortar sea un homicidio, a pesar de la
evidencia de la ciencia que hoy puede saber si un
embrión de una semana es varón o mujer. Para justificar
el aborto, sus promotores alegan que no hay un ser
humano hasta que el óvulo fecundado no haya anidado
en el útero; o que no hay un ser humano mientras el
cerebro no esté formado; o hasta que no tenga figura
humana; o hasta que no sea dado a luz; o.... El hecho es
105
que quienes promueven el aborto se abrogan el
“derecho” de determinar arbitrariamente cuando un ser
humano es humano, y cuando no lo es.

“Este nuevo ser (el embrión humano) no es la simple


suma de los códigos genéticos de los padres. Es un ser
con un proyecto y un programa nuevos, que nunca
antes ha existido y no se repetirá jamás. Este programa
genético –genoma- absolutamente original, individua al
nuevo ser, que ahora en adelante se desarrollará según
ese genoma (...) El desarrollo cuantitativo y diferencial
del embrión es un perfecto continuo , no hay saltos
cualitativos o mutaciones sustanciales, sino una
continuidad, por la cual el embrión humano se desarrolla
en un hombre adulto y no en otra especie.” 137 Dicho de
forma más sencilla, si en el vientre materno no hay un
ser humano, no lo habrá nunca.

El Dr. Bernard Nathanson, uno de los médicos que más


luchó en favor de la legalización del aborto en los
Estados Unidos, y que durante varios años dirigió una
clínica donde personalmente practicó más de cinco mil
abortos (por lo que él mismo se proclamaba “el rey del
aborto”), en una conferencia que dictó en febrero de
1981 en Camberra, Australia, afirmó: “una vez que se
me hizo absolutamente claro, por medio de esta
tecnología (se refería al ultrasonido, en ese tiempo
recién aplicado a las ciencias médicas) que el feto
respira y duerme en un muy definido ciclo de sueño, y
que responde a distintos sonidos... que reacciona al
dolor, que tiene las percepciones que usted o yo
137 Ramón Lucas. Antropología y problemas bioéticos, p. 68-69. Citado por E. Forment. Estatuto ontológico del
embrión. Espíritu. LI (2002), p. 257
106
tenemos, se me hizo cada vez más claro el hecho
ineludible que el feto es uno de nosotros, uno de nuestra
comunidad, una vida, una vida que debe protegerse (...)
Es la revelación más importante y creo que a través de
los años (...) se convertirá en el factor más importante
para detener la matanza.”138

Desde 1981 el Dr. Nathanson trabaja para revertir las


inicuas leyes que legalizan el asesinato de bebés, pues
como él afirma: “La ciencia médica me dice ahora que
el feto es un persona humana. Dramáticamente tengo
que reconocer que el feto no es un trozo de carne; es un
paciente.” Cuando España estaba por votar las leyes
que hoy permiten el aborto en esa nación, el célebre
agnóstico y biólogo francés Jean Rostand afirmó en
Madrid: “Existe un ser humano desde la fecundación del
óvulo. El hombre, todo entero, está en el óvulo
fecundado. Está, todo entero, con todas sus
potencialidades...Por lo tanto, todo aborto es sin duda
un pequeño asesinato. Esta sociedad expurgada, más
robusta, más saludable y más agradable de contemplar,
esta sociedad en la cual la piedad no tendrá lugar, esta
sociedad sin deshechos, sin rebabas, donde los
normales y los fuertes se beneficiarán de todos los
recursos que hasta ahora se han prodigado para los
anormales y los débiles, esta sociedad que reviviría en
España y haría felices a los discípulos de Nietzsche, no
estoy seguro de que aún pudiera merecer el nombre de
sociedad humana.”

138 Conferencia publicada en DOCA, N°. 93, abril 1983, p. 19-20.


107
La «legalización del aborto» por el derecho positivo de
muchas naciones no elimina el hecho que el aborto sea
objetivamente un homicidio cometido contra el ser
humano más indefenso, y con las agravantes de una
total premeditación, alevosía y ventaja. Paradójicamente
hoy la Organización de las Naciones Unidas, que nació
para defender el derecho a la vida, se ha convertido en
uno de los principales promotores del aborto en el
mundo bajo el eufemismo de “salud reproductiva”.

Podemos tomar como un resumen de la situación actual


de los derechos humanos, el mensaje que, con motivo
del XXV aniversario de la Declaración de la ONU, Juan
Pablo II dirigiera el 10 de diciembre de 1978: “Uno se ve
obligado a constatar divergencias...entre las
significativas declaraciones de las Naciones Unidas y el
aumento masivo, a veces, de violaciones de derechos
humanos en todos los sectores de la sociedad y del
mundo...¿Quién puede negar que hoy en día hay
personas individuales y poderes civiles que violan
impunemente derechos fundamentales de la persona
humana, tales como el derecho a nacer, el derecho a la
vida, el derecho a la procreación responsable, al trabajo,
a la paz, a la libertad y a la justicia social? ”

Deseos legítimos y falsos derechos.


Además del silencio sobre los deberes, el lenguaje usado
en la Declaración de la ONU de 1948, aunque no llega a
la tontería de prometer el aseguramiento de “la
felicidad” como lo hizo la Declaración francesa de 1789,
favorece la ambigüedad sobre los derechos, lo cual
conduce a proclamar falsos derechos que, en su
108
consecuencia más dramática, ha llevado a muchos a
exigir como “derechos” actos que son contrarios a los
verdaderos derechos, como es el caso de los supuestos
“derechos” al aborto, a la homosexualidad y a la
eutanasia.

Un ejemplo de la ambigüedad del lenguaje de la


Declaración de la ONU es su artículo 25 que dice: “Toda
persona tiene derecho a un nivel de vida suficiente para
asegurar su salud, su bienestar, de él y de su familia...”
Siendo lo anterior del todo deseable, al respecto surgen
varios cuestionamientos: ¿qué es un nivel de vida
suficiente y cuál su bienestar? ¿el bien-estar de un
habitante del amazonas y de uno de la estepa siberiana
les llevará a exigir su “derecho” al aire acondicionado o
a la calefacción?

“Algunas necesidades del hombre son imperativas, tales


como comer, vestirse, tener alojamiento, etc. Su
satisfacción es un derecho. Pero la satisfacción de otras
necesidades es solamente deseable. Ciertamente, la
satisfacción de estas necesidades puede, a menudo, ser
reclamada legítimamente, pero no en nombre del
derecho. Pero como el progreso técnico ha dado
posibilidades, desconocidas antes, para satisfacer
ciertas necesidades (y ha creado bastantes más),
resulta que, bajo la influencia de almas generosas o
demagógicas, se ha reclamado como derecho la
satisfacción de necesidades, muchas de las cuales no
podían ni siquiera sospechar nuestros padres (...) Es
evidente que cuando se multiplican los derechos,
transformando ciertas satisfacciones en derechos, se
109
crea poco a poco una confusión entre los derechos y las
necesidades. Se abre así la vía a una escalada de
reivindicaciones ilimitadas (...) Todos los días, o casi
todos, se oye reivindicar nuevos derechos (...) Los
músicos han pedido que sea precisado el «derecho a la
cultura» inscrito en la Declaración de la ONU, indicando
que este derecho comprenda también el derecho a la
instrucción musical.”139

“Cuando se reivindican derechos que ningún particular


ni empresa tienen la posibilidad de satisfacer, entonces
los reivindicantes se dirigen lógicamente hacia la
Sociedad, hacia el Estado, al que ahora se considera
como una providencia capaz (no se sabe cómo) de
satisfacer todas las necesidades (...) el Estado sería
responsable de todo y suministraría todo (...) La
experiencia (de setenta años de socialismo en la mitad
del planeta) enseña que una sociedad así (no llega a
otra cosa) que a una generalización de la miseria y la
violación institucionalizada de todos los derechos del
hombre proclamados por la ONU.”140

Sin embargo y a pesar de ello, no debemos olvidar –


como acertadamente señala Michel Villey- que “los
derechos humanos son «operativos», que son útiles a
los abogados de excelentes causas, que protegen de los
abusos del gobierno y de la arbitrariedad del «derecho
positivo». Si fuera posible borrarlos de nuestro
vocabulario, sería necesario reemplazarlos por otra

139 Michel Martin. Op. cit, p. 1039-1040


140 Ibídem, p. 1040-1041
110
expresión menos inadecuada. Ignoramos cual. Ese es
nuestro problema.”141

¿Porqué el mundo contemporáneo vive una


espiral de violaciones a los derechos
humanos?
Los preámbulos de la Declaración de 1789 y de la
Declaración de 1948, coinciden ambos en señalar que la
causa principal de las violaciones se encuentra en “la
ignorancia” que el hombre tiene de sus derechos. Pero
esta razón es falsa e incluso ridícula; si fuera cierta
podríamos decir: los actos de barbarie cometidos en los
campos de concentración nazis se debieron a que los
judíos ignoraban que tenían derecho a vivir y a ser
respetados. Igualmente podríamos decir que si los
cubanos no pueden salir de su País si no es arriesgando
la vida en frágiles balsas, es porque ignoran que tienen
derecho “a salir de cualquier país, incluso el propio...”,
como lo proclama el artículo 13 de la Declaración de la
ONU.

Es obvio que la causa de la violación de los derechos


humanos y “los actos de barbarie ultrajante” que ha
vivido la humanidad es otra muy diferente. Tras cada
violación cometida existe un “alguien”, una persona,
que no ignora los derechos sino que desprecia la
dignidad de los otros. Y aunque la propensión al mal con
el que todos los hombres nacemos es la causa primera
del desprecio por la dignidad, ésta propensión ha sido
141 Citado por Juan Vallet de Goitysolo. Op.Cit, p. 23.
111
acentuada –incluso desbocada- por la relativización que
el mundo moderno ha hecho de lo que el hombre «es».

112
CAPÍTULO SEXTO

URGENCIA DE EDIFICAR UNA CULTURA DE


RESPETO A LA DIGNIDAD HUMANA

La anticultura del desprecio


Como ya lo hemos venido apuntando, la más dramática
herencia que el siglo XX hizo a los tiempos
subsiguientes consistió en el desprecio a la dignidad
humana; desprecio manifestado en la violación
sistemática de los derechos humanos de millones de
personas. Este hecho evidentísimo contrasta
fuertemente con el legítimo y extraordinario progreso
científico y tecnológico alcanzado en ese mismo siglo. El
balance de esta paradoja es tan sencillo como terrible:
el progreso material no hizo más humana la vida de las
personas y las sociedades, sino todo lo contrario; y ello
no por culpa del progreso de la ciencia y la técnica sino
porque ese desarrollo, lejos de ser acompañado de un
progreso espiritual, fue simultáneo a la negación del
espíritu y el olvido de Dios.

Nunca como en el siglo XX se hizo tan evidente que el


desprecio a Dios, más temprano que tarde, se
113
transmuta en desprecio a la dignidad humana. “No hay
que maravillarse de que el desarrollo de la sociedad, los
grandes descubrimientos de la ciencia, de la técnica, de
la informática, si no van acompañados de un auténtico
sentido religioso, reduzcan al hombre a la nada, a un
número del conjunto, a un esclavo.”142

Los horrores del siglo XX no se circunscribieron


exclusivamente a la aniquilación de millones de seres
humanos en las acciones bélicas como el bombardeo
indiscriminado de ciudades durante las guerras
mundiales; aún más grave fueron tantos hechos de
desprecio premeditado a la dignidad. Esto es lo que
Gabriel Marcel llama “las técnicas del envilecimiento”
sobre las cuales escribe: “en sentido estricto, entiendo
por técnicas de envilecimiento el conjunto de
procedimientos llevados a cabo deliberadamente para
atacar y destruir, en individuos que pertenecen a una
categoría determinada, el respeto que de sí mismos
pueden tener y, ello, a fin de trasformarlos poco a poco
en un deshecho que se aprehende a sí mismo como tal
y al que, a fin de cuentas, no le queda sino desesperar
de sí mismo, no sólo intelectualmente, sino
vitalmente.”143

Lo anterior pudiera parecer una exageración, pero


desgraciadamente no es así, como lo prueban algunos
testimonios que el propio Marcel cita: “Los alemanes,
escribe la Sra. Jacqueline Richet a propósito de
Ravensbruck, (un campo de concentración) intentaban
envilecernos por todos los medios. Explotaban todas las
142 Paul Poupard. Dios y la libertad. Ed. EDICEP. Valencia, 1997, p. 24.
143 Gabriel Marcel. Op. Cit, p.44
114
cobardías, excitaban todas las envidias y suscitaban
todos los odios. Era necesario esforzarse día a día para
conservar la propia integridad moral (...) Después de
haber dado horribles detalles sobre cómo habían sido
las letrinas en el campo de Auschwitz, la Sra. Lewinska
escribe: «¡ Y entonces comprendí! Comprendí que no
era desorden ni falta de organización, sino que, muy al
contrario, lo que había presidido la instalación del
campo era una idea bien madurada, consciente. Se nos
había condenado a perecer en nuestra propia suciedad,
a ahogarnos en el lodo, en nuestros excrementos; se
pretendía rebajar, humillar en nosotros la dignidad
humana, borrar de nosotros toda huella de humanidad,
convertirnos en bestias salvajes, inspirarnos el horror y
el desprecio de nosotros mismos y de nuestro entorno»
(...) Con perfecto conocimiento de causa, a los seres
humanos se les inoculaba el bacilo de la depravación
(...) Pero lo que sigue dejándonos confusos es pensar
en los innumerables agentes de ejecución que, a pesar
de todo, se han necesitado para hacer realidad esa
idea. Por añadidura, sabemos de sobra...que esos
agentes de ejecución no eran todos, ni con mucho, de
raza alemana.”144

Ciertamente el empleo de esas “técnicas” no fue un


hecho aislado y limitado al régimen nazi, sino que,
como una epidemia, de un modo u otro brotaron y se
generalizaron por muchas partes; incluso hubo quienes
se adelantaron a los nazis. Viktor Kravchenko, un alto
funcionario de la industria militar soviética, denunció en
1946 las técnicas que en la Unión Soviética se
144 Ibídem, p. 45
115
emplearon sistemáticamente contra todos los
trabajadores. Entre ellas estaban: el “stajanovismo” que
imponía altísimas cuotas de producción y que permitía
al régimen acusar de “saboteador” a quienes no las
cumplían; el “libro de trabajo” que registraba hasta un
retardo involuntario del trabajador y que para él
constituía una cadena invisible imposible de romper;
etc. Todo ello acompañado de la obligación de alabar
públicamente estas técnicas “como prueba del
crecimiento de la clase trabajadora”. Dice Kravchenko:
“las víctimas no sólo debían aceptar sus cadenas
«voluntariamente», sino que además debían hacerlo
«con entusiasmo». No era suficiente que aguantaran el
azote, era preciso que besaran la correa o que gritaran ¡
hurra ¡ ” 145

Con cuanta razón Gabriel Marcel afirma: “Hemos partido


de lo que en las técnicas de envilecimiento hay de más
deliberado y más sistemático, del objeto de estas
técnicas: envilecer una categoría de seres- y esto, a lo
ojos de los mismos seres. Es fácil ver que el recurso a
semejantes técnicas sólo es posible en un mundo en el
que los valores universales son sistemáticamente
pisoteados; y no nos entretengamos en pensar aquí en
el bien en sí, en la verdad en sí (...) sino en esos mismos
valores tomados en su alcance referencial, es decir, en
cuanto confieren a la existencia humana su dignidad, la
dignidad propia de toda existencia humana. En este
orden de cosas, y lo destacaré de pasada, me parece
totalmente imposible negarle a Nietzche (se refiere a su
tesis «Dios ha muerto») una responsabilidad al menos
145 Viktor Kravchenko. Escogí la libertad. La vida personal y política de un alto funcionario soviético. Ed. Libertad.
México 1947. Vol. II, p. 486.
116
indirecta en los horrores cuyos testigos hemos sido y
aún somos. ”146

Por un entendible pero no justificable deseo de olvidar,


muchos piensan que esas situaciones son cosa del
pasado, aunque este sea reciente. Pero no es así; las
causas que provocaron los horrores del siglo que acaba
de concluir no solo siguen vigentes, sino que incluso se
han visto acrecentadas por un factor que, si bien no es
nuevo, se había mantenido siempre marginal en la vida
de las sociedades, pero hoy es preponderante en ellas.
Ese “nuevo” factor es la indiferencia.

La amenaza de la indiferencia
Los antiguos griegos, especialmente los estoicos, daban
distintos significados a la indiferencia (llamada también
adiáfora), como sería el caso de “todo aquello respecto
de lo cual no se siente deseo ni repulsión, por ejemplo,
el hecho de que los cabellos de la cabeza o las estrellas
se encuentren en números pares”147 Pero trasladada a
cuestiones más vitales e importantes, como serían los
de justicia o injusticia, bondad o maldad, verdad o
mentira, la in-diferencia se convierte en una gravísima
amenaza. “La anti-cultura más amenazante hoy es la
indiferencia frente al declive de la libertad (...) «el más
grave desastre que puede amenazar a un pueblo no es
la humillación militar, es la indiferencia de sus
miembros a la forma de su porvenir».”148

146 Gabriel Marcel. Op. Cit, p. 59


147 Nicola Abbagnano. Diccionario de filosofía. Ed. Fondo de Cultura Económico. México, 1989. p. 22
148 Paul Poupard. Op. Cit, p. 24-25.
117
En cualquier tema revestido de alguna importancia, la
in-diferencia, el no-diferenciar, será signo de estupidez,
pues como acertadamente explica Michel F. Siacca, la
estupidez consiste en no reconocer límites: “ Sólo el
hombre es estúpido porque sólo el hombre es
inteligente. No hay en sentido propio una estupidez del
cuerpo y de los sentidos, y no hay animales estúpidos
(...) Donde está el límite, allí está el signo de la
inteligencia; donde el límite es negado, está el signo de
la estupidez: del lado de la inteligencia están la cultura
y los sentimientos más altos, del otro, la incultura y las
pasiones más bajas”149

En efecto, no hay animales estúpidos ni piedras


estúpidas; sólo el ser inteligente puede ser estúpido, y
lo será en la misma medida en que no sepa reconocer
límites, y no en la medida de su ignorancia. “La
estupidez no se ha de confundir con la «ignorancia»,
que es el «no saber» o el «no tener ciencia»; más aún,
la conciencia de nuestra ignorancia es inteligencia
madura y vigilante, es «docta» y también «sabia»
ignorancia, ya que es «doctrina» profunda el «conocer
que no se sabe», y es «sabiduría» auténtica el
reconocer tanta ignorancia y obrar en consecuencia (...)
La estupidez no puede llamarse ignorancia incluso
porque no ve y no comprende porque no quiere,
«montada» como está por la malicia.”150

Desde luego que sería estúpido pretender construir un


aeroplano basándose en las ciencias médicas y no en
las físicas, o pretender investigar la vida de los
149 Miguel F. Sciacca. El oscurecimiento de la inteligencia. Ed. GREDOS. Madrid, 1973, p. 34
150 Ibídem, p. 59
118
microbios con un telescopio. Obviamente en casos así el
fracaso sería inmediato y obligaría a diferenciar los
límites de cada ciencia y de cada instrumento. Pero
referida a realidades tan vitalmente humanas como lo
es el sentido de la vida o la dignidad, la indiferencia
ciertamente tendrá una gran dosis de «malicia» y las
consecuencias serán siempre funestas. El fracaso no
quedará en un aparato o un microbio sino en la
convivencia entre los seres humanos.

Además de ser una manifestación de un espíritu


profundamente egoísta, la indiferencia sobre la dignidad
de la persona humana fatalmente se convierte en una
actitud de desprecio al prójimo: me es indiferente si
existe o no, si tiene o no que comer, si está sano o
enfermo, etc. La indiferencia desestabiliza peor que el
odio. Fuera de su propio egoísmo, al indiferente nada
importante le interesa; todo le vale lo mismo porque
para él nada vale. Tal es la «malicia» de la estupidez
que señala Sciacca.

Esta in-diferencia es alimentada especialmente por la


manipulación ideológica del evolucionismo de corte
materialista, manipulación que incluye un bombardeo
incesante de ideas tales como la «inteligencia de los
animales», «el derecho de los animales», e incluso «la
liberación de los animales». Así se busca anular la
diferencia abismal que existe entre el hombre y la
bestia. Pero éste absurdo no es únicamente frente al
animal; la in-diferencia llega hoy también con respecto
al hombre y la máquina. Gabriel Marcel advierte: “El
Occidente ha creado una sociedad semejante a la
119
máquina. Obliga a los hombres a vivir en el seno de
esta sociedad y a adaptarse a las leyes de la máquina.
Cuando los hombres se parezcan a las máquinas hasta
el punto de identificarse con ellas, entonces no quedará
ya hombre sobre la tierra.” 151 Sin duda, la anticultura de
la indiferencia ha sentado sus reales en las sociedades
contemporáneas.

Conclusión
Revertir el proceso del “eclipse de lo humano” es hoy,
quizá, el problema más urgente que enfrentan las
sociedades en el inicio del tercer milenio, y para ello es
indispensable fomentar el desarrollo de una verdadera
cultura de respeto a la dignidad de la persona humana.
En la construcción de esta cultura tiene especial relieve
la obligación de afirmar las diferencias entre el hombre
y los demás seres. No debemos olvidar que la tentación
originaria a nuestros primeros padres consistió,
precisamente, en pretender eliminar la diferencia entre
ellos y Dios: “seréis como dioses” (Gn. 3,5). El hombre
no es Dios ni ángel, pero tampoco bestia ni máquina; el
hombre es hombre, nada más y nada menos.

La cultura del respeto requiere también del


reconocimiento de los principios del derecho natural, ya
que “una concepción auténtica del derecho natural,
entendido como tutela de la eminente e inalienable
dignidad de todo ser humano, es garantía de igualdad y
da contenido verdadero a los «derechos del
hombre».”152 Los elementos objetivos de la ley natural
151 Gabriel Marcel. Op. Cit, p. 172.
152 Juan Pablo II. Discurso a los participantes en la VII asamblea general de la Academia pontificia para la vida. L
´Osservatore Romano, 8 de marzo de 2002,p.9
120
(siempre al alcance de toda recta razón) deben estar en
la base de las leyes positivas, pues cuando “el derecho
positivo... toma del derecho natural sus principios
fundamentales...se pueden elaborar normas jurídicas
equitativas, evitando así que estas últimas sean pura
arbitrariedad o simple abuso de autoridad.” 153 La
vigencia del derecho natural en un justo y verdadero
«estado de derecho» dará un mínimo de garantías para
que la dignidad humana de cada persona sea
respetada.

Sin embargo poniendo los pies sobre la tierra, y en base


a la experiencia vivida en el último siglo, podemos
afirmar categóricamente que la eliminación de la
indiferencia y la afirmación de la vigencia del derecho
natural, a pesar de la importancia que revisten no es
suficiente. El problema es de tal gravedad que requiere
de un remedio en profundidad y realmente eficaz. Este
remedio es únicamente el retorno a Dios. “Entonces se
reencontrará de nuevo que la grandeza del hombre no
está en la miserable autonomía de un enano que se
proclama único señor, sino en el hecho de que su ser
deja transparentar la más alta sabiduría, la verdad
misma. Entonces se pondrá de manifiesto que el
hombre es tanto más grande en cuanto más crece en él
la capacidad de ponerse a la escucha del profundo
mensaje de la creación, del mensaje del Creador.” 154

153 Juan Pablo II. Mensaje con ocasión del séptimo centenario de la muerte de San Ivo Hélory. 13 de mayo de
2003
154 Joseph Ratzinger. Dificultades ante la fe en la Europa de hoy. Revista Communio. Mayo-junio 1991. p. 272

121
ÍNDICE
Introducción..................................p.

Capítulo primero...........................p.
DIGNIDAD Y CONDICIÓN DE PERSONA
El concepto de dignidad
¿Por qué el ser humano es superior a los demás entes?
Estructura del ser humano
Capacidades del espíritu humano: la inteligencia
Capacidades del espíritu humano: la libertad
Capacidades del espíritu humano: el amor
Valor absoluto de cada ser humano
Dignidad ontológica y dignidad moral

Capítulo segundo.......................... p.
FUNDAMENTO DE LOS DERECHOS HUMANOS Y
FUNDAMENTO DE LA DIGNIDAD
Fundamentos que no lo son
El fundamento en el Derecho natural
Objeciones al Derecho natural
El Derecho natural, fundamento suficiente para los
derechos humanos, e insuficiente para la dignidad
humana
Otros horizontes de búsqueda

Capítulo tercero............................ p.
122
EL HORIZONTE METAFÍSICO DE LA DIGNIDAD HUMANA
Importancia de la realidad metafísica
La dignidad natural de la persona en la perspectiva
teológica
La dignidad sobrenatural: de imagen a hijo
La dignidad humana en la Doctrina Social de la Iglesia

Capítulo cuarto..............................p.
DESVALORIZACIÓN DE LA PERSONA HUMANA
La primera humillación: el heliocentrismo
La segunda humillación: el evolucionismo
La tercera humillación: el freudismo

Capítulo quinto.............................p.
LA ESPIRAL DE VIOLACIONES A LOS DERECHOS
HUMANOS
Positivismo jurídico y derechos humanos
Primero deberes; después derechos
Breve panorama histórico-jurídico de los derechos
humanos
Situación de los derechos humanos en Francia después
de la Declaración de 1789
Situación de los derechos humanos en el Mundo
después de la Declaración de 1948
Deseos legítimos y falsos derechos
¿Porqué el mundo vive una espiral de violaciones a los
derechos humanos?

Capítulo sexto............................p. 49
URGENCIA DE EDIFICAR UNA CULTURA DE RESPETO A LA
DIGNIDAD HUMANA
La anticultura del desprecio
123
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