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LA RESURRECCIÓN DE JESÚS.

UNA LECTURA DESDE LOS CRUCIFICADOS DE ESTE MUNDO

OBJETIVOS

Al terminar la unidad el estudiante estará en capacidad de:

Establecer con claridad las consecuencias socio históricas del anuncio de la resurrección en
un continente donde la vida es constantemente amenazada
Explicar porque en América Latina la imagen del Dios de la vida es buena noticia para las
víctimas de la injusticia.
Sustentar con claridad porque el poder de Dios se manifiesta en la cruz.
Elaborar un escrito sobre la resurrección a partir de la lectura anexa.

INTRODUCCIÓN

La resurrección es el misterio central de nuestra fe cristiana. En ella Dios se revela como el Dios de
toda justicia que salva la vida del inocente de la absurdidad de la muerte.

La resurrección es el signo más claro del destino de la humanidad. No estamos destinados a la


muerte, mucho menos a la injusticia y al dolor. Dios es el Dios de la Vida.

La Resurrección de Jesús es acontecimiento y verdad fundamental para la fe cristiana. En el centro


de esa experiencia esta la afirmación de que el resucitado no es otro que el crucificado. Así podemos
hacer que el anuncio sea concreto y no se pierda en reflexiones abstractas o en especulaciones
filosóficas. Además, porque esa es la manera como el Nuevo Testamento la presenta. El resucitado,
cada vez que se presenta ante sus discípulos, muestra las marcas que dejó en Él la cruz (Cfr. Jun 20,
20-21)

Lo anterior, permite recuperar la fuerza de buena noticia que entraña el anuncio de la Resurrección
(Cfr. Hech 2, 36-42). La Resurrección aporta sentido a la búsqueda diaria que muchos hombres y
mujeres realizan. Hay personas que se niegan a asumir la vida como un destino trágico que tiene su
final en la absurdidad de la muerte. Descubrir que Dios no abandona en la muerte a quienes han
hecho de Él la pasión de su vida y comparten con Él su pasión por la humanidad, da a la existencia un
horizonte de esperanza.
EL RESUCITADO ES EL CRUCIFICADO

―Por tanto, sépalo bien todo Israel que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor
y Mesías‖ (Hech 2,36) . Cuando oyeron esto, todos se sintieron profundamente conmovidos, y les dijeron
a Pedro y a los otros apóstoles. Hermanos, ¿Qué debemos hacer?‖ este el contenido del mensaje que
los apóstoles transmiten al pueblo después de la Resurrección de Jesús.

Cuando Jesús fue tomado preso por las autoridades judías, condenado a muerte por el Sanedrín y Poncio
Pilato, sus discípulos lo abandonaron. Cuando estaba en la cruz también tuvo la misma experiencia con
respecto al Padre. Ahí parecía que todo concluía, que todo llegaba a su fin. Por su parte, los discípulos
se encerraron en una casa llenos de miedo (Cfr. Jn 20, 19-31). Algunos desilusionados por todo lo que
había sucedido se marcharon de Jerusalén queriendo olvidar todo lo sucedido (Cfr. Lc 24,13). Cuando las
cosas estaban a punto de derrumbarse definitivamente experimentaron que Jesús estaba vivo.

La Resurrección de Lázaro es un anuncio de la Resurrección de Jesús pero bajo ninguna circunstancia se


asemejan la una a la otra. Lázaro vuelve a la vida para volver a experimentar la muerte. En cambio, la
Resurrección de Jesús es definitiva. Jesús no volverá a experimentar nunca más la muerte. En este
sentido, la Resurrección es un paso hacia la vida definitiva en Dios.

Cada vez que Jesús resucitado aparece en medio de sus discípulos les enseña las manos y el costado (Jn
20,20). De esta manera les da a conocer que el mismo que estuvo crucificado es el que ahora aparece
resucitado. Entre el Jesús de la cruz y el resucitado hay una línea de continuidad que la muerte no es
capaz de romper.

Esa experiencia de que Jesús estaba vivo se constituyó para los discípulos en una certeza. Dios estaba
reivindicando la vida y praxis de Jesús de Nazareth; la muerte no ha podido con Él. La Resurrección
confirma el valor y la veracidad de su vida.

2. EL TRIUNFO DE LA JUSTICIA DE DIOS

El acontecimiento de la Resurrección de Jesús se convirtió rápidamente, por la predicación de los


apóstoles, en un acontecimiento conocido más allá de las fronteras de Israel. Poco a poco la cruz y la
Resurrección se fueron convirtiendo en símbolos de identidad y de destino del ser humano. Ambas
realidades asumieron el anhelo de inmortalidad y de esperanza que acompañan el caminar humano. La
Resurrección de Jesús se convirtió en la esperanza contra la muerte.

A partir de la experiencia de la Resurrección cambia el contenido de la predicación de los apóstoles.


Jesús anuncia el advenimiento del Reino de Dios y los apóstoles anuncian a Jesús como cumplimiento
del Reino. La Resurrección es presentada por los apóstoles en los siguientes términos: "Ustedes, por
mano de los paganos, lo mataron en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la
muerte" (Hech 2,24; Hech 3, 13-15; 4,10; 5,30; 10,39; 13,28 ss). Este anuncio da una importancia
relevante a la Resurrección de Jesús y a la intervención de Dios. Ambas cosas van inseparablemente
unidas.

En la predicación de la Resurrección de Jesús hay un dato que llama profundamente la atención: el


anuncio de la Resurrección desata agresividad en las autoridades judías. Queda entonces planteada la
pregunta: ¿Por qué la noticia de la Resurrección desata ira y persecución por parte de los judíos? ¿Qué
carga tiene el anuncio de la Resurrección que ante ella no pueden permanecer indiferentes las
autoridades judías?
La respuesta se encuentra en ese matiz que los apóstoles dan a su anuncio: ―Él que ustedes mataron
crucificándolo Dios lo resucitó‖ (Hech 2, 22-24). La Resurrección no es anunciada en abstracto sino como
un signo de la justicia de Dios.

Ese Jesús del que hablan los apóstoles en su predicación como alguien que está vivo por el poder de Dios
fue el que predicó la venida del Reino, el que denunció y desenmascaró a los poderosos, el que fue
perseguido, condenado a muerte y ejecutado, el que mantuvo su fidelidad y obediencia a la voluntad de
Dios hasta la muerte. Ese hombre fue declarado el santo, el justo, el autor de la vida (Hech 3,14 ss). Su
vida, su muerte y su Resurrección se convirtieron en el símbolo de la justicia de Dios.

3. ESPERANZA PARA LOS CRUCIFICADOS

Durante muchos años se ha criticado la experiencia de fe del pueblo latinoamericano porque siempre se
ha identificado con el dolor y el sufrimiento. De hecho, para muchos pueblos es más importante como
celebración el viernes santo que el sábado santo. La experiencia cristiana ha sido una experiencia
identificada y asimilada al dolor. Es así como muchos han identificado el cristianismo como una invitación
a la resignación.

La Resurrección rompe con los esquemas de dolor y Resurrección que se han instaurado en la conciencia
creyente de muchos cristianos. Hablar de Resurrección es hablar de esperanza, si los beneficiarios de
este anuncio son los crucificados de la historia. Si hay Resurrección hay posibilidad de vida para todos y
la muerte deja de ser el destino definitivo del ser humano.

Cuando se habla de Resurrección se está hablando de esperanza para los crucificados. Sólo experimenta
la Resurrección quien ha vivido la cruz. Se establece entonces una relación entre Resurrección y
crucificados semejante a la que existe entre Reino de Dios y pobres. La correspondencia entre
Resurrección y crucificados no desuniversaliza la esperanza de todos los seres humanos.

Hoy muchos seres humanos que mueren diariamente crucificados. La cruz sigue siendo una realidad
presente en nuestro mundo. La injusticia estructural cobra nuevas víctimas cada día y la economía del
mercado exige cada vez más el sacrificio de víctimas inocentes en las relaciones económicas. La
Resurrección de Jesús cubre la realidad de muerte en la que a diario viven millones de seres humanos
de esperanza.

La Resurrección de Jesús se convierte cada día en el símbolo universal de esperanza para todos aquellos
que de una forma u otra experimentan la crucifixión en sus vidas. Cuando la muerte tiene calidad de
crucifixión la Resurrección le da sentido a ésta. La esperanza cristiana es una respuesta al absurdo y al
sin-sentido en el que la injusticia quiere sumergir al ser humano

4. LA CREDIBILIDAD DEL PODER DE DIOS A TRAVÉS DE LA CRUZ

Los crucificados de la historia esperan la salvación. Esa salvación ha de venir necesariamente de Dios.

¿Cómo creer en la posibilidad de una intervención de Dios cuando la lógica que mueve al mundo es
precisamente contraria a su voluntad? ¿Cómo esperar en Dios cuando la historia ha sido desfavorable a
los pobres y crucificados de la historia? Las promesas por sí solas no crean la esperanza ni hacen creíble
la intervención de Dios. Estas cosas nos ponen ante el reto de confesar la capacidad de Dios "dar vida a
los muertos y llamar a la existencia a lo que no existe" (Rom 4,17).

La impotencia de Dios frente al mal aparece en la cruz de Jesús. ―Si es el Mesías que se salve a sí mismo‖
(Cfr. Lc 23,35) ¿Cómo puede salvar la vida del pobre el Dios, que en la cruz de Jesús, no fue capaz de
salvarse a sí mismo? La respuesta es la siguiente: la impotencia de Dios en la cruz es la máxima expresión
de su cercanía a los pobres y de que hace suyo su destino. Dios, en la cruz de Jesús, comparte con los
que sufren los horrores de su sufrimiento. Él se hace cercano al ser humano que sufre; de esta manera
se consuma el misterio iniciado en la Encarnación.

La cruz dice que nada puede intervenir en la autocomunicación de Dios a los seres humanos. Si Dios
permaneciera distante, su intervención a favor de los crucificados sería un discurso abstracto e
históricamente ambiguo. En esta cercanía Dios revela su amor más profundo. La cruz se convierte pues
en lenguaje de amor de Dios hacia los seres humanos que padecen las consecuencias de la injusticia. En
la cruz Dios está autocomunicando su amor.

Jesús es el don del amor de Dios. Cuando esta donación se logra captar la cruz tiene sentido; ella no es
lo definitivo. El ser humano tiene posibilidades de ser y de construirse más allá de lo que le destruye. La
presencia de Dios en la cruz certifica la esperanza de la transformación de la muerte en vida, del llanto
en júbilo, de la destrucción en generación. La presencia de Dios en la cruz es la señal de que todo puede
ser transformado en Él. Si eso es así entonces la esperanza tiene cabida en la vida del ser humano.

5. EL SEÑORÍO DE JESÚS EN EL PRESENTE: LA PERSONA NUEVA Y LA TIERRA NUEVA

Si Jesús es constituido en la Resurrección Señor de vivos y muertos entonces los seres humanos que
creen y esperan en él tienen la posibilidad de ser seres nuevos, transformados, en virtud de la fe en el
resucitado. Esos hombres y mujeres nuevos expresan su condición en la forma como se asumen sus
relaciones y en las condiciones de vida que son capaces de crear.
La transformación del ser humano pasa por la angustia de la muerte. Nadie transforma su vida si antes
no pasa por la experiencia de muerte que causa el abandono de las viejas estructuras de vida que le han
acompañado hasta el momento.
Cuando las personas creen lograr una nueva condición sin tener presente al crucificado se autoengañan
y corren el riesgo de darle a su vida un rumbo anticristiano. Cuando esto sucede las personas puede
asumir una de estas perspectivas: por un lado, se desencarnan de la historia y se abandonan a la suerte;
es decir, caen en una especie de estado febril que les convierte en cristianos exaltados. Por el otro lado,
se puede llegar a mirar la vida y la historia desde arriba, con lo cual las personas tienden a asumir
actitudes autoritarias y dogmáticas e incluso persecutorias.

Se transforma quien sigue el camino de Jesús hacia su Resurrección. Él llegó a ser Señor porque renunció
a sí mismo y se humilló hasta someterse a la muerte en cruz (Cfr. Flp 2, 6-8). Lo anterior nos dice que,
Jesús llegó a ser Señor después de vivir un proceso de fidelidad a Dios y a su voluntad hasta el punto de
no importarse a sí mismo con tal de que Dios conservará la primacía en su vida. Quien participa en la
Resurrección de Jesús se hace un ser nuevo después de hacer en su vida el proceso que Jesús realizó en
la suya.

Ese proceso es denominado como abajamiento. Los rasgos característicos de ese anonadamiento son:
la encarnación en el mundo de los pobres, salir en su defensa, denunciar y desenmascarar a los
poderosos, asumir su destino y asumir la cruz. Lograrlo es vivir ya como resucitados. En Palabras de San
Pablo se trata de "hacerse hijos en el Hijo" (Gál 4, 4-5; Ef 1, 5; Rom 8, 15)

6. UNA PALABRA FINAL A LA IGLESIA

Anunciar la Resurrección no es, muchas veces, una tares fácil para la comunidad creyente. La Resurrección
sin el crucificado resulta abstracta e incomprensible; pierde fuerza y novedad histórica. Cuando se habla
de Resurrección se está haciendo referencia directa al amor de Dios que no deja en manos de la muerte
a quienes creyendo y esperando en Él dan su vida para que su Reino se haga presente en la historia; para
que en el mundo haya justicia y vida abundante para todos.
Anunciar la Resurrección es hablar de un futuro posible para quienes ven en el seguimiento de Jesús una
realización de sus existencias. Sólo así es más soportable el escándalo y la locura de la cruz. Además,
porque el ser humano puede descubrir que el camino de Jesús hace la propia vida más significativa y
verdadera, que el Reino es también una realidad concreta e histórica y no solo trascendente.
Participa de la Resurrección de Jesús quien ha estado en la cruz de Jesús. Esta afirmación paradigmática
permite concretar la experiencia cristiana. Sabe de la Resurrección de Jesús quien lo ha visto clavado en
la cruz. Acepta vitalmente la Resurrección de Jesús quien conoce las cruces reales de la historia y asume
un compromiso para que éstas desaparezcan del horizonte de sentido de las personas. Dios es el Dios de
la vida y si su Hijo sufrió en la cruz es para que no hayan más cruces, ni crucificados ni crucificadores. La
Resurrección es el destino del ser humano no el sufrimiento. Quien comprende esta realidad sabe que las
cruces de la historia son una negación del misterio de la Resurrección y, por ende, del amor mismo de
Dios. La fe en la Resurrección se celebra cuando la vida de los que sufren se transforma.

Se aprende a hablar del resucitado cuando se está junto al crucificado y los crucificados de la historia.
También así se aprende a suscitar esperanza y se enseña a vivir desde ya como resucitados. Quien puede
esperar con más anhelo la Resurrección que la víctima del mal y de la muerte; esa posibilidad comienza a
ser posible cuando la pasión, muerte y Resurrección de Cristo se celebran y se anuncian con una praxis
coherente. Desde los crucificados de la historia, sin pactar con sus cruces, es desde donde hay que
anunciar la Resurrección de Jesús. En ellos está hoy presente Jesús; en el servicio a ellos se hace hoy
presente el señorío de Jesús.

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