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Para que los jóvenes no se revuelvan contra el sistema, hay que evitar que procreen; y para
evitar que procreen es preciso el control de daños del aborto
Y aún me atrevería a decir que indispensable para el sistema: lo necesita como control de
daños último para sostener sus cimientos, para mantener en pie su edificio de iniquidad. Adam
Smith ya intuyó que cuanto mayor fuese su prole, más imperiosamente reclamaría el
trabajador una subida de su salario, pero sería Thomas Malthus quien defendiese sin ambages
que el mejor modo de evitar que los trabajadores tuviesen demasiados hijos era mantenerlos
en la pobreza. David Ricardo, más brutalmente todavía, llegó a formular la conocida como «ley
de bronce de los salarios», según la cual los salarios tienden «de forma natural» (nótese el
sarcasmo) hacia un nivel mínimo que se corresponde con las necesidades de subsistencia de
los trabajadores; cualquier incremento de los salarios por encima de este nivel –proseguía
David Ricardo– provoca que las familias tengan un número mayor de hijos. Aunque el
economicismo clásico no se atrevió a recomendar la anticoncepción como recurso para lograr
que los salarios tiendan «de forma natural» hacia su nivel mínimo, es evidente que la idea
planea sobre sus teorías como la sombra de un ave carroñera.