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(Suanajuatenses.

©vólogo öe
jD. 3 u a n ö e S M o s pe3a.

México.
E u s e b i o ©ómes öe la p u e n t e ,
Editor.

FONDO
RICARDO CQVARRtplAS
H mí flbatria,
E n el iprímec Centenario
öe sn Unbepenöencia.

CAPILLA ALFONSINA H mí Esposa.


BIBLIOTECA UNIVERSITABJA
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H mis "¡hijos.

BIBLIOTÈCA UNlVERsrTARlK
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PRÓLOGO.

¡.ufe ES UNA LEYENDA? U n a relación


de sucesos q u e tienen más de tra-
j j y ^ l dicionales ó maravillosos que de
históricos ó verdaderos.
Y dice un erudito escritor: «Tiene la Le-
yenda gran semejanza con el cuento, estri-
bando la diferencia en que aquél no relata
hechos fraguados en la imaginación del poeta
ó del escritor, sino que se inspira en sucesos
reales de carácter popular, por lo cual toma
á veces de la historia, además del hecho vis-
tosamente fantaseado, los nombres de los per-
sonajes que en ellos intervinieron. Por regla
general, caracteriza á la L e y e n d a su final ma-
ravilloso, y por lo tanto, de grande efecto
para herir la imaginación. P a r a conocer la
índole de u n pueblo, hay que mezclarse con
el vulgo para oír sus leyendas y sus cantares.
Los seres sobrenaturales, los gnomos, las on- y sus mismos dramas «Don J u a n Tenorio,»
dinas, los gigantes, los dragones, las sierpes «El Zapatero y el Rey,» «Traidor, inconfeso y
aladas, las brujas, y sobre todo, el diablo, mártir» y tantos otros, se hizo digno sucesor
tienen continua intervención en las leyendas. de aquel inolvidable Duque de Rivas, que nos
Casi siempre las tradiciones en que éstas se cautiva con el «Conde de Villamediana,» «El
inspiran, 110 son conocidas por u n a nación, cuento de un veterano,» «Un castellano leal,»
sino que se refieren á u n a localidad determi- «Don Alvaro de Luna,» «La Buenaventura,»
n a d a ; un milagro, u n a hazaña olvidada y «Una antigualla de Sevilla,» y sobre todas,
pública, bastan para formarla y á veces se «El Solemne Desengaño,» en q u e magistral-
trasmiten reunidas á un puente, á un manan- mente describe la conversión del Duque de
tial, á una basílica ó á un castillo; en una Gandía en San Francisco de Borja.
palabra, á cualquier paraje ó sitio que por
E n t r e los cultivadores de la Leyenda, yo
su notoriedad en cualquier concepto llama
110 olvido á D. José Joaquín de Mora, ni á
la atención.»
D. Manuel F e r n á n d e z y González, que en
Los literatos de mayor fama en todos los prosa y verso tienen interesantísimas narra-
países han cultivado el género, ó h a n basa- ciones.
do sus producciones en a r g u m e n t o s tomados E n México, no han escaseado los devotos
de las leyendas populares. E n España, y en á tan hermoso género, y en nuestro tiempo
nuestra época, han sobresalido, entre otros descuellan José María Esteva, con «La Mu-
muchos, el D u q u e de Rivas, Espronceda, cu- jer Blanca» y « L a Campana de la Misión ; »
yo « E s t u d i a n t e de Salamanca » es dechado; José María Roa Bárcena, con muchas sobre
H u r t a d o , que sin apelar á lo fantástico, es- asuntos de historia n u e s t r a ; Manuel Ramí-
cribió hermosas tradiciones, relativas casi to- rez Aparicio, q u e inserta varias en su obra
das á grandes poetas del siglo x v n , y el rey «Los conventos suprimidos en México; »Juan
de todos, el genial, el insuperable en este gé- A. Mateos, q u e se ha valido de 110 pocas para
nero, Zorrilla, ha hecho de sus leyendas los sus novelas, dramas y romances; Guillermo
más valiosos florones de su corona poética. Prieto y Manuel P a y n o ; el General Vicente
E n efecto, Zorrillacon suscreaciones «Mar- Riva Palacio, con quien escribí las leyendas
garita la Tornera, » «A buen juez mejor testi- de las calles de México, y otros que no re-
go,» «El Cristo d é l a Vega,» «LaPasionaria,» cuerdo.
Ahora, un inspirado poeta g u a n a j u a t e n s e , Y Lanuza comienza sus leyendas con « La
Agustín Lanuza, abogado distinguidísimo, Ciudad E n c a n t a d a , " en décimas r o t u n d a s y
que ha merecido ser electo Magistrado del
hermosas; continúa con «El Cerro del Me-
T r i b u n a l Superior del Estado donde nacie-
co,» en u n romance galano y fácil, y sigue
ra, ha escrito un bello tomo de leyendas ori-
con «El Cantador,» el jardín risueño donde
ginales de G u a n a j u a t o , la rica tierra que con
conquistó imperecedera fama José Carpió:
tanto interés estudió el Barón de H u m b o l d t ,
y en cuyas entrañas salió, en lejanos tiem- Ora fingiendo querellas,
pos, tanto oro, que desequilibró el comercio ora murmullos de agua,
del m u n d o . humedeciendo los ojos,
Esa ciudad, engarzada en las montañas, anudando las gargantas,
ofrece abundantes veneros de inspiración, al vibrar las roncas cuerdas
que L a n u z a ha sabido aprovechar como na- de su sentida guitarra,
die. con los aires populares
E n su introducción, después de cantar á de las canciones serranas.
los montes, con todas sus maravillas, dice:
*
•SS
Allí estás, G u a n a j u a t o , cuya historia,
T i e n e la esplendidez de t u s riquezas,
E n «El Milagro del P a d r e Serenito,» se
Y revela un pasado de grandezas,
describe un suceso de la rica mina «Valen-
De luchas, de heroísmos y de gloria.
ciana» y en «Pipila,» se pinta con «liras» ar-
moniosas, como l a s d e N ú ñ e z de Arce, el
Cuando ni el polvo de mis huesos quede
rasgo heroico del denodado hijo de Guana-
Que recoja u n a m a n o generosa,
jnato q u e :
Y del olvido en la ignorada fosa
De tu cantor hasta la sombra ruede, Sobre la hercúlea espalda vigorosa
se coloca una losa,
Yo sé lleno de santos regocijos y altivo y temerario, i m p u n e avanza
Que vivirán tu gloria y tu renombre, • bajo una tempestad de proyectiles
Y mientras pueda, grabaré tu nombre que le arrojan á miles
Sobre la tierna f r e n t e de mis hijos. los sitiados, sedientos de venganza.
E n «La Plazuela de los Carcamanes, » se re- vieron expuestas d u r a n t e muchos años, las
cuerda u n drama lleno de interés; en el «Con- cabezas de H I D A L G O , A L L E N D E , J I M É N E Z y
de de la Cadena» se pintan á Flón y á Calle-
AI.DAMA, el poeta se desborda en sentimien-
ja, tales cuales eran, delineando á Allende
to patriótico, y concluye diciendo:
con magistrales rasgos.
E n «El Coche de don Melchor,» se con- para ensalzar el nombre, las proezas,
densa u n a tradición popular m u y sabida; en y tributar admiración y fama,
«El P a c h ó n , » se retrata á u n insurgente, á los que dieron su preciosa vida,
«Encarnación Ortiz,» y con fidelidad se co- por darnos vida y libertad y patria.
pia á A n d r é s Delgado «El Giro,» que en sus
últimos instantes exclamaba: ¡GLORIA! canten los bosques de la América;
¡GLORIA! repita el eco en las montañas;
—Por la patria, hecho pedazos, ¡GLORIA! pregonen los sonoros tumbos
muero, pero 110 me-rindo! de los mares q u e azotan nuestras playas.

Tierna y dulcísima, como dedicada á su que cada corazón santuario sea;


virtuosa y ejemplar m a d r e , e s la leyenda que cada pecho se convierta en ara;
«Nuestra Señora de G u a n a j u a t o , Tradición dadles todo el amor que se merecen;
Histórica» (1557), en q u e concluye diciendo toda la gratitud de vuestras almas!

« T u historia, tus tradiciones,


tus luchas y t u s afanes, E n el primer romance, «Albino García,»
merecen que los poetas se retrata al indómito insurgente de ese nom-
en áureas rimas engarcen, bre y la ferocidad de García Conde, que lo
porque son vivo reflejo fusiló en Celaya, d e s p l e g a n d o un lujo de
de tu pasado gigante, crueldad indescriptible, p u e s hizo mutilar
de tu esplendor, de t u gloria, el cadáver, exponiendo al público la cabeza
de tus hechos inmortales! en la calle de San J u a n de Dios; una mano en
Irapuato y la otra en G u a n a j u a t o , en el cerro
E11 «Las Cabezas de los Héroes,» recuer- de San Miguel.
da que en la Alhóndiga de Granaditas estu- E11 «Las Horcas de Calleja,» L a n u z a pin-
ta al feroz caudillo q u e llegó á Virrey por de Villaseca. «El Diablo en los Ejercicios,»
sus crueldades, y á tres de sus víctimas, F a - referente á nn sucedido curioso que se veri-
bie, Ayala y Chowell. ficó en el Mineral de Rayas con el Padre don
« Las Velas del Padre,» es una leyenda ba- Lucio Marmolejo, estando de ejercitante, y
sada en u n a conseja popular m u y conocida otras muchas que recuerdan asuntos intere-
en G u a n a j u a t o . santes sobre la grandeza de la minería, las
Además de las ya citadas, ha escrito otras costumbres de los antepasados y el despilfa-
m u c h a s , entre ellas, «La L a g u n a d e San- rro que en G u a n a j u a t o produjeron las famo-
gre,» que eso quiere «Yuririapúndaro,» que sas bonanzas.
f u é la capital del reino chichimeca, al cual Por lo expuesto se verá q u e la obra pro-
se atribuye la fundación de la aldea indíge- mete ser m u y interesante, pues descorre ese
na O U A N A S H U A T O . P a r a esto ha consultado velo del pasado que oculta tantas y tan gra-
crónicas relatadas por Basalenque en su «His- tas memorias que yacían sepultadas entre el
toria de San Nicolás Tolentino de Michoa- polvo de las bibliotecas y que se perderían
cán» y la rara y curiosa obra «Tebayda Ame- al correr de los tiempos.
ricana,» q u e existía en el c o n v e n t o de los E n resumen, Agustín Lanuza, ha busca-
Agustinos de Y u r i r i a . « L o s Hospitales,» do en la extensa mina de su inspiración las
cuya fundación se d e b e al gran V a s c o d e vetas áureas que el pueblo ama y que lo ha-
Quiroga, y que f u é el primer templo de G u a - cen sentir, s o l l o z a r y amar el terruño; lo
n a j u a t o . «El Colegio del Estado,» cuna in- cual es á todas luces digno de aplauso en es-
telectual de tantos g u a n a j u a t e n s e s ilustres, tos tiempos, en que se mira con desdén la
q u e se f u n d ó debido á la filantropía de la tierra en que hemos nacido, en que se olvi-
señora doña Josefa Teresa de Busto y Moya dan los sacrificios hechos p o r lograr su in-
y de don Pedro Lascuráin de Retana, quien dependencia, primero, y después la paz de
legó cuatro haciendas d e c a m p o , entre ellas, que disfrutamos ahora, y en que por desgra-
la famosa de Paraugueo, para tan laudable cia, se abandonan los principios de la buena
objeto. «El Señor d e Villaseca» q u e se ve- e s c u e l a , p a r a engolfarse en l o s brumosos
nera en el Mineral de Cata y que es tenido abismos del modernismo, q u e asesina todo
por muy milagroso, habiéndolo traído á Nue- sentimiento, dejando vivo el inarmónico re-
va España, un noble rico español, don Alonso buscamiento de la frase.
Aplaudo con entusiasmo á todo escritor y tradiciones literarias, alzas la bandera blan-
poeta q u e s e consagra á popularizar nues- ca de la pureza, de la fe, del amor á la tie-
tras tradiciones, y f u i de los más fervientes rra en que nacimos, y mereces por eso u n
en encomiar al Maestro Altamirano, cuando lauro que somos los primeros en ceñir á t u
dió á l u z aquel precioso libro, en q u e con frente. No desmayes, sigue por esa hermo-
mano inimitable, nos describe «El Señor del sa senda, que siempre h a b r á corazones que
Sacro Monte,» «Semana Santa en m i pueblo,» te comprendan y te agradezcan la noble la-
«El C o r p u s , » «La Fiesta de los Angeles,» bor de cantar lo propio en bien del r e n o m b r e
«La vida de México,» «Los Espectáculos,» de la patria.
«El Otoño» y «Las Fiestas de Noviembre,» Ojalá que pronto se publique el libro de
«El día de muertos,» «Los I n m o r t a l e s , » y Lanuza para solaz de los más cultos lecto-
sobre todo, «La fiesta de Guadalupe,» que res; entretanto, que G u a n a j u a t o salude al
como dice el Maestro con razón sobrada: «es cantor de sus tradiciones, como E s p a ñ a sa-
el'estudio más completo hasta ahora de los luda al D u q u e de Rivas, á Mora, á H u r t a d o
muchos que se h a n publicado sobre el mis- y á Zorrilla, que glorifican al pasado con sus
mo asunto, y da razón minuciosamente de versos inmortales!
la bibliografía G u a d a l u p a n a , tanto de Espa-
ña como de México, importante bajo todos México, Febrero 12 de 1908.
conceptos.»

P a r a obtener u n a literatura nacional llan- JUAN DE DIOS PEZA.


q u e ocuparse de asuntos nacionales. Los es-
critores y poetas que se consagran á labor
tan noble, son dignos de todo estímulo y de
todo aplauso.
Agustín Lanuza, con su libro «ROMANCES,
TRADICIONES Y LEYENDAS GUANAJUATEN-
SES,» presta un gran servicio á las letras na-
cionales y nos es grato anticiparnos en feli-
citarlo y decirle: Poeta, t ú en medio de este
torbellino q u e amenaza d e s t r u i r nuestras
Introducción.

¡Oh mis viejas montañas de granito,


Que hacia los cielos eleváis enhiestas
Vuestras gigantes y rugosas crestas
Que parecen tocar el infinito!

¡Oh mis queridos y risueños montes,


Que del sol empapados con la lumbre,
Dejáis mirar desde la abrupta cumbre
Amplios y pintorescos horizontes!

¡Qué de tesoros mil en lo p r o f u n d o


De vuestro seno habéis! ¡Qué de caudales
A n t a ñ o derramasteis á raudales
Hasta ser los más célebres del mundo!

¡Cuán umbrosas se miran las cañadas,


Los hondos precipicios, q u é imponentes,
Y, cuán fieros los rápidos torrentes
Que ruedan por las peñas encrespadas!

¡Qué claro es el lucir de vuestra aurora,


Que entre los riscos, vivida descuella,
Y al tramontar el sol, cuán dulce y bella
La luz crepuscular que los colora!
Y, ¡qué vegetación despliega el manto Dádme la lira de épicos bordones
De su verde y finísima esmeralda, Para cantar t u s trágicas contiendas,
Sembrando flores en la agreste falda Y el velo recorrer de tus leyendas,
Que da al paisaje embriagador encanto! Y del polvo sacar tus tradiciones.

¡Quién en rapto de loca fantasía, Quiero de rosas coronar t u s sienes,


Pensara que en extraño hacinamiento, Llevar mi humilde ofrenda á tus altares,
Como en un m a r de rocas turbulento, Y que el pueblo recoja en mis cantares
Tina inmensa ciudad existiría! La ilustre fama que en tu nombre tienes.

¡Quién desde lo alto contemplar creyera Quiero el himno que viva y q u e perdure,
Que de la cima la ciudad arranca, Que tenga eco sin fin en tus montañas,
Y desciende á la hondísima barranca, Y como brilla el oro en t u s entrañas,
Y trepa por el m o n t e y la ladera. Sobre tu cielo azul siempre f u l g u r e .

Y se extiende siguiendo la sinuosa ¡Ah! ¡cuántas veces en lejanos días,


Y escarpada estrechez, cual si volcados., Sobre la cumbre que el espacio toca,
Fuesen los edificios grandes dados T e contemplé sentado en una roca,
Que arrojara la suerte caprichosa. Presa de no sé qué melancolías. . . . !

A h í estás, mi ciudad, que muellemente Y hoy queel tiempo me aparta y la distancia


E n t u argentado lecho te reclinas, De aquel deshecho hogar, donde risueño
Y con los rosicleres de tus minas, Miré cruzar como en radiante sueño
Rica diadema ciñes á t u frente. Las apacibles horas de la infancia,

A h í estás, G u a n a j u a t o , cuya historia ¡Cuánto recuerdo en mi ánima despiertas!


T i e n e la esplendidez de tus riquezas, ¡ Cuántas memorias dulces y queridas,
Y revela un pasado de grandezas, De mi lozana j u v e n t u d , ya idas,
De luchas, de heroísmos y de gloria. Y en mi marchito corazón, ya muertas. . . !
Cuando ni el polvo de mis huesos q u e d e
Que recoja u n a m a n o generosa,
Y del olvido en la ignorada fosa
De tu cantor hasta la sombra ruede,

Yo sé lleno de santos regocijos,


Que vivirán tu gloria y t u renombre,
Y mientras pueda, grabaré tu nombre
Sobre la tierna f r e n t e de mis hijos.

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Xa Cíufcafc E n c a n t a b a .

PRIMERA PARTE.

j£l Sueño.

Sobre la altiva pendiente


de gigantescos barrancos,
cuyos graníticos flancos
son el cauce de u n torrente,
se alza la Bufa imponente,
limitando la cañada
que se llama La Rodada,
y es conseja popular,
que existe en aquel lugar
una ciudad encantada.

Desde el crestón se domina


la llanura del Bajío,
y el extenso caserío
de la población vecina;
mas si la altitud fascina
y causa grande arrebato,
es el paisaje más grato, Mucho tiempo transcurría;
ver entre las verdes lomas, el monte desierto estaba,
como nidos de palomas, y si alguien se aproximaba,
las casas de G u a n a j u a t o . las súplicas desoía;
presa de pavor corría,
*
sobrecogido de espanto,
El vulgo cuenta en verdad, 3' de las rocas en tanto,
q u e cuando en la noche obscura, en las quiebras y en los huecos,
un viandante se aventura se dilataban los ecos
por aquella soledad, de triste y lúgubre llanto.
aparece una deidad
*
de belleza encantadora,
que gime, suplica, llora Del sol el radiante disco,
con acento lastimero, al hundirse en la floresta,
porque la libre el viajero
en oro baña la cresta
de aquel sitio d o n d e mora. del más empinado risco;
y tornando hacia el aprisco,
*
que se oculta en el alcor,
Que en hombros la ha de llevar, seguido por el pastor,
d a n d o de entereza ejemplo, cruza el rebaño, y ante él,
de la Parroquia hasta el templo, camina un viejo lebrel
donde la debe dejar; para cuidarlo mejor.
y ofrece desencantar
una rica población,
poniendo por condición,
De súbito el pastor mira
que no torne la mirada,
que la cumbre gigantea,
a u n q u e s u f r a encarnizada
pesada se bambolea
y tenaz persecución.
y bajo sus plantas gira.
Y si sueña ó si delira,
á comprender no lo alcanza,
porque á medida q u e avanza,
SEGUNDA PARTE.
creciendo su desvarío,
parece q u e en el vacío
aquella cumbre lo lanza.
Xa IDísíón.
*

Negra nube entolda el cielo, Sólo el «Angelus» se oía


y semeja el aquilón, por La fíufa solitaria,
el desacordado són como la triste plegaria
de mil campanas á vuelo. con que se despide el día.
Cubre el horizonte un velo, Mientras, la noche prendía
muere la luz en ocaso, por los campos siderales,
y al t e n u e fulgor escaso las antorchas sepulcrales
q u e la excelsa cumbre toca, de su cielo de zafir,
cree mirar que cada roca como si fuera á asistir
alza u n baluarte á su paso. á suntuosos funerales.

Y sintiéndose invadido Y por el monte riscoso,


por u n vértigo invencible, de los misterios albergue,
cual si de u n filtro terrible donde La Bufa se yergue
hubiese el licor bebido, como un.soberbio coloso,
ante su vista, encendido, al conjuro milagroso
cruza un relámpago rojo, de algún encantado sér,
y sin fuerza y sin arrojo dicen que se suele ver,
para vencer á su suerte, rompiendo el negro capuz,
desplómase al cabo, inerte, la silueta, toda luz,
como un mísero despojo. de seductora m u j e r .
* pero luego se levanta
una h u m a r e d a copiosa,
E n v u e l t a en u n t r a j e leve, que ensolviendo la radiosa
desnudo el mórbido cuello, excelsitud de lo inmenso,
y destrenzado el cabello como la n u b e de incienso,
sobre su espalda de nieve, se disipa presurosa.
con paso tranquilo y breve
*
aquella beldad que hechiza,
entre una n u b e rojiza, De un blanco velo al través,
diáfana, sutil, etérea, surge La Bufa imponente,
como una fantasma aérea, mientras el raudo torrente
blandamente se desliza. pasa besando sus pies.
Torna el silencio después
*
que la visión se ha perdido,
Luego asciende con p r e m u r a , y sólo es interrumpido
febril, jadeante, loca, cuando se llega á escuchar,
de la levantada roca el monótono graznar
de los cuervos en el nido.
por la enhiesta escarpadura.
Y la soberbia figura,
q u e en el cantil suspendida,
sintiendo exhalar la vida,
e n tierno llanto se anega,
parece la S a p h o griega
sobre la Léucade erguida.

No bien la sombra que e n c a n t a


al abismo se d e r r u m b a ,
y grandísono retumba
el gemir de su g a r g a n t a ;
TERCERA PARTE.

Xa IRoca &el ípaetor.

E r a la noche sombría,
d e esas noches otoñales,
en que recios vendábales
soplan con f u e r z a bravia.
La l u n a a p e n a s lucía
sobre el vasto firmamento,
como u n ojo soñoliento,
y a d o n d e estaba el pastor,
lanzaba el débil f u l g o r
de su disco amarillento.

Dulce cántiga, no oída,


cual la voz d e u n a r p a eólica
que vibrase melancólica,
por diestra m a n o t a ñ i d a ,
en las rocas escondida
resonó m u y b l a n d a m e n t e ,
LA ROCA D E L P A S T O R E N LA BUFA y por la enhiesta p e n d i e n t e
del levantado p e ñ ó n ,
se vió cruzar la visión
andando pausadamente.
mas si en la puerta m e dejas
de la Parroquia, al llegar,
Duerme el pastor recostado, te ofrezco desencantar
con indolencia que pasma, una población m u y bella—
cuando la hermosa fantasma y luego la sombra aquella,
llega en silencio á su lado. triste, se puso á llorar.
Un bello cántico alado
puebla el p a r a j e desierto, *
y al oír ese concierto
Sintiendo que se rompía
el pastor, con frenesí,
su corazón en pedazos,
no sabe, al volver en sí,
tomó el pastor en sus brazos
si está soñando ó despierto.
á la dama q u e gemía.
Se reviste de energía,
la noche no le amedrenta;
Quiere huir, pero imposible; mas de pronto experimenta,
oculta m a n o de atleta, que á medida que anda y huye,
f u e r t e m e n t e lo sujeta su fuerza se disminuye
con poder irresistible. mientras la carga se aumenta.
Y al sentir de lo invisible
*
aquella emoción extraña,
u n helado sudor baña E n pos del templo soñado
s u altiva y pálida frente, á donde anhela llegar,
t u r b a el vértigo su m e n t e prosigue sin voltear
y su mirada se empaña. los ojos á n i n g ú n lado.
Su pensamiento obstinado
le hace insensible al temor;
pero percibe el clamor
Pero entre dolientes quejas,
de insultos que lo provocan,
la aparecida exclamó:
golpes de armas que se chocan
— n o te vayas de aquí, 110,
con inusitado ardor.
que me m u e r o si te alejas;
pues casi en el mismo instante,
presa de intenso dolor,
Escucha sonidos vagos
quedóse con estupor
que en la sombra se producen,
en un peñón convertido,
palabras que lo seducen
que entre el vulgo es conocido
con cariñosos halagos.
con el nombre de El Pastor.
Después, denuestos, amagos,
terribles imprecaciones, *
recio trotar de bridones
q u e baten los duros cascos, Si por la montaña obscura
produciendo en los peñascos algún viajero camina,
al ver la roca se inclina
espantosas conmociones.
y u n «Padre Nuestro» m u r m u r a .
* Dobla después con premura
la tortuosa encrucijada,
La Ciudad ambicionada y se pierde en la cañada
m u y próxima se veía, del paraje solo y triste,
y el pastor, ya presentía en donde es fama que existe
el final de su llegada; una Ciudad Encantada.
pero tornó la mirada,
y la m u j e r misteriosa,
cual por fuerza poderosa
de un hechizo estremecida,
quedó luego convertida
en una sierpe monstruosa.

*
í
Y dicen que el caminante
vió desparecer la fiera,
m u c h o antes de que pudiera
seguir su marcha adelante;
lEl Cerro bel flDeco.

i.

F u é en un tiempo G u a n a j u a t o ,
m u y populosa ciudad,
por sus minas, la más rica
que haya existido quizás;
pues dice el Barón de H u m b o l d t ,
—respetable autoridad—
que fabulosas bonanzas,
como no se han visto ya,
produjeron plata y oro
en tan grande cantidad,
que dos tercios del dinero
que llegara á circular,
por el m u n d o , en ese entonces,
fueron de este Mineral.
L a abundancia era un derroche,
pues sin tasa ni compás,
el «buscón» se daba u n lujo
de'acaudalado Nabab.
E r a de verle en domingo,
una fortuna gastar,
vestido de negro paño,
E n una de ellas, por cierto,
ancho sombrero alemán
u n campo se dedicó
con sus toquillas de plata,
á la milagrosa' V i r g e n
y chapetones sin par;
de San Juan, y en la función,
mascada de I n d i a s al cuello,
se dijo misa cantada,-
en la «víbora» un caudal,
pues para ello se arregló,
y, terciado sobre el hombro,
convirtiéndolo en capilla,
un finísimo gabán,
de la mina el socavón.
primoroso, del Saltillo,
A tal acto concurrieron
que era u n a curiosidad.
personas de rango y pró,
No se diga la «señora,»
los «campistas» y hacendados
cuánto garbo en el anclar,
de más representación;
calzado bajo, de raso,
el Juez de minas y «tandas,»
y de encaje el delantal,
el mismo Alcalde Mayor,
rica franela «masona»
y h u b o g r a n d e regocijo
que mirábase brillar,
y solemne procesión;
salpicada de monedas,
con barra y «pico» de plata
«gargantilla» de coral,
el primer golpe se dió,
«zarcillos» con piedras finas,
los «morrongos» alumbraban
«cintillos» de oro, además,
de la mina el interior,
y rebozo «ametalado»
con grandes «hachas de viento»
de suprema calidad,
y con tanta profusión,
luciente como casulla,
que al derramar en las rocas
ó capa archiepiscopal.
radiante y vivo fulgor,
evocaban el fantástico
II. antro del viejo Plutón.
H u b o músicas y salvas.,
E r a costumbre en las minas,
el «pueble» todo acudió,
por piedad ó devoción,
y arreglóse que en memoria
encomendar á algún santo,
de aquella dedicación,
ya u n «tiro,» «campo,» ó «labor.»
, se regalara á la Virgen, con otros de su gavilla,
patrona de la «labor,» había asaltado el convoy,
un cofre con ricas joyas matando á los conductores
de valiosa estimación, de modo infame y traidor,
todas de oro macizo, y lo que era más, ¡sacrilego!
hechas con arte y primor, clamaba la población,
cuajadas de rosicleres, robándose las alhajas
diamantes, y qué sé yo. de la Virgen, ¡cuánto horror!
P r ó x i m a estaba la feria Vanas fueron las pesquisas
de San J u a n , y se acordó, por capturar al ladrón,
que aquel presente, á la Virgen, la mina, pesar en oró,
llevara u n a comisión. al delincuente ofreció;
Los nombrados aceptaron, se hicieron triduos, novenas,
una acta se levantó, el Cura dijo un sermón,
compráronse al fin las joyas y con frase persuasiva
á m u y subido valor, á los fieles exhortó,
y en cofre dorado á fuego, para que no se burlase
el presente se guardó. la Sagrada Ley de Dios,
Cuando todo estuvo listo, conminando á los culpables
partieron en un convoy, con pena de excomunión;
r u m b o á San Juan de los Lagos, y algunos aseguraban
tal como se concertó, que aquel crimen tan atroz,
las personas encargadas merecía los tormentos
de cumplir la comisión. d e la Santa Inquisición.
Algunos días pasaron;
mas el tiempo no tardó,
III.
sin que luego se supiera
con p r o f u n d a indignación, Muchos años transcurrieron
que un capitán de bandidos, de acaecido el suceso,
temible por lo feroz, y comenzó á susurrarse
entre la gente del pueblo,
que en espantoso aquelarre
q u e por las noches ardía,
rondaban en corvos vuelos,
semejante á un fatuo fuego,
produciendo con las alas
en u n lugar apartado,
ensordecedor estrépito.
d o n d e u n peñón se alza enhiesto, Y como para el espíritu,
en la granítica c u m b r e la helada impresión del miedo
del alto Cerro del Meco, da á las imágenes vida
que con sus crestas de cuarzo y agiganta los objetos,
recorta el azul del cielo, las rocas de la m o n t a ñ a
erguido como un gigante con su caprichoso aspecto,
de los prehistóricos tiempos. semejaban á la vista
E s una vulgar creencia, monstruos informes y fieros,
q u e donde arde, h a y dinero, tallados por las callosas
y así, 110 era de extrañarse, y rudas manos del tiempo.
que atraídos por el cebo
de encontrar algún tesoro
en aquel sitio del Meco, IV.
acudieran mil valientes, Habitaba en las «Peñitas,»
de esos que hablan á los muertos, en una casa modesta,
anhelando descubrir y más que modesta, pobre,
la clave de aquel secreto. una familia m u y buena.
Mas sucedía que nadie Tuvo las comodidades
lograr pudiera su intento, que tiene la clase media,
porque al acercarse alguno, - y trabajador y honrado
desaparecía el fuego; f u é siempre el jefe de ella;
se oían ruidos de cadenas pero es lo cierto, que á veces,
que arrastraban por el suelo, y por fatal coincidencia,
blasfemias contra la Virgen, la honradez, por patrimonio,
gritos de rabia, lamentos, sólo tiene la miseria.
y contemplábase alada i N o m b r e de un b a r r i o d e G u a n a j u a t o .
é inmensa legión de espectros,
Cansado de batallar — Compra con eso una reata
aquel hombre, en r u d a brega, grande, resistente, buena,
vencido estaba e n la lucha y te vienes al momento,
terrible por la existencia. que aquí te aguardo en la acera.
U n día de tantos, salió, Aturdido tomó el hombre
como de costumbre era, en sus manos la moneda,
agobiado por el peso y sin vacilar, al p u n t o ,
enorme de su tristeza; entró de «El Sueño» á la tienda.
mas para sí le decía Compró la reata al instante,
con firme voz su conciencia: y saliendo con violencia,
«no desmayes, adelante, vió al misterioso individuo
lucha, t r a b a j a y espera.» q u e lo esperaba en la puerta,
Y trabajó; mas f u é inútil; y siguiólo por «Alonso,»
recorrió calles y tiendas, por «San Diego,» por «Sopeña,»
talleres, mercados, plazas . . . . «San Pedro,» «Sangre de Cristo,»
cruzó por su alma la negra «Puertecito,» sin que hubiera
sombra del crimen, y en t a n t o , entre ambos, palabra a l g u n a . . . .
la pobre familia aquella, la calle estaba desierta,
muriendo estaba de h a m b r e , y al bifucarse el camino
y él, nutriéndose de pena. de «Pastita» y de «La Presa,»
Inconsciente caminaba, tomaron por el primero,
y al pasar por la Plazuela no sin que ccn impaciencia,
de los Angeles, ya noche, sospechara malamente
vió á un hombre de talla esbelta el héroe.de esta leyenda,
que en su porte, revelaba del extraño personaje
ser sujeto de altas prendas. y de su g r a n d e reserva,
I b a á hablarle, cuando al p u n t o pues que era cómplice, acaso,
dijóle aquél con presteza: de u n a criminal empresa
—¿Quieres trabajar? pues toma; que lo lanzaba al abismo,
y le alargó u n a peseta. y jamás la delincuencia
y ténlo en tu mano listo;
m a n c h a d o había su nombre,
abracemos esta roca
su reputación sin mengua,
con la cuerda á un tiempo mismo,
q u e si obscura, tenía el sello
y arrojémosla con fuerza
de u n a honradez verdadera.
hacia un lado del camino.
Hiciéronlo, y descubrióse
V. una oquedad en el piso.
Luego, sacando unos fósforos,
T r e p a n d o por la m o n t a ñ a ,
continuó aquel individuo;
llegaron por fin á un sitio,
— A m á r r a t e la cintura
donde, en el Cerro del Meco,
con la cuerda, tengo bríos,
se alza un peñón de granito.
y puedo bien sostenerte;
L a noche estaba tranquila,
baja y desciende con tino
el cielo m u y claro y limpio,
hasta el fondo de este pozo
cual diamante de Golconda,
y allí harás cuanto te digo:
brillar se miraba Sirio.
encontrarás u n cadáver,
Sólo t u r b a b a el reposo
y en u n rincón, unos cirios,
augusto de aquel recinto,
enciendes éstos al punto,
ese rumor sordo y vago,
y, en pago de tu servicio,
esos extraños ruidos,
puedes tomar cuanto quieras
q u e por la noche se escuchan
de dinero en tu «patío.»
misteriosos é indecisos,
Pero sobre todo, importa
como el arrullo solemne
que saques de aquél recinto
del sueño del infinito.
un cofre que se halla oculto
Después de breve silencio,.
entre el hueco de unos riscos.
el misterioso individuo,
Bajó el otro con denuedo
dirigiéndose á nuestro hombre,
hasta el fondo del abismo,
y viéndolo de hito en hito,
y cumplió, punto por punto,
con voz cavernosa y grave,
su difícil cometido.
así cuentan que le dijo:
Y saliendo bruscamente,
— T o m a esa reata en su e x t r e m o
54- ROMANCES, TRADICIONES

convulso, aterrado, lívido,


escuchó aquestas palabras VI
del extraño aparecido: Allá en un año remoto
— P u e s bien; ahora ya puedo —que no es posible recuerde —
ir á descansar tranquilo; preparando estaba el Cura
para el ocho de Diciembre,
en San J u a n , u n a g r a n fiesta
religiosa, m u y solemne;
pues la Virgen, la patrona
de esa ciudad jalisciense,
en aquel día recibe
las mil ofrendas que siempre,
de lugares apartados,
van á llevarle los fieles.
E n una noche ya próxima
á la fiesta de Diciembre,
Presentóse al Señor Cura
una persona decente,
y entregándole una carta,
ve á San Juan, lleva este cofre
le dijo en términos breves:
y j u n t o con este escrito,
—Padre, un deber imperioso
entrégalo al Capellán
hace que á vos me presente,
de la Iglesia . . . . y dió u n gemido,
vengo á traerle este cofre
cual si le hubiesen clavado
que no sé lo que contiene.
un p u ñ a l agudo y frío
El Cura leyó la carta,
rompiéndole las entrañas . . . .
que en borrosos caracteres,
y envuelto en u n remolino
hallábase concebida
de chispas, descendió súbito
de la manera siguiente:
al fondo del precipicio.
«En una lejana edad,
hubo un famoso bandido,
que f u é de todos temido —¿Quién duda de tu justicia,
por su audacia y su maldad. quién d u d a de ella, Señor?
Referiros, en verdad, Por los siglos de los siglos,
sus crímenes, largo fuera; hasta la consumación,
y para él, si viviera, prevalecerán tus leyes,
castigo no existiría, tus enseñanzas de amor,
luego se le mataría; y, al César lo que es del César,
llamóse «Pillo Madera.» 1 como á Dios, lo que es de Dios.
«Un convoy de los mejores, Estrechando entre sus brazos
cruzaba u n día el camino; al enviado, continuó:
asaltólo el asesino —Bien merece gloria eterna
y m a t ó á los conductores. quien se porta como vos;
Mas, para colmo de horrores, esta carta es de un bandido
en ese acto consumó que ha m u c h o tiempo murió
u n sacrilegio, robó robándose las alhajas
estas alhajas q u e véis . . . . que aquí me entregáis, señor.
su nombre, no preguntéis, Son ex-votos, que una mina
ese bandido, f u i yo.» de G u a n a j u a t o m a n d ó
á nuestra bendita Virgen
patrona de una labor,
E l buen cura, poseído
y por tan piadoso acto,
de la más viva emoción,
una bonanza se dió
al continuar la lectura
rindiendo frutos riquísimos,
de la carta, prorrumpió:
con «leyes» de alto valor.
En nombre, pues de la Virgen,
i E l t e r r i b l e b a n d i d o l l a m a d o «Pillo M a d e r a » q u e con Pie-
d r a y P a r e d e s r o b a b a las c o n d u c t a s d e p l a t a . Como á éstos úl- recibid mi bendición,
timos l o s h a b ' a n ejecutado, escapando Madera, esto motivó q u e
en las c a n c i o n e s p o p u l a r e s d e e n t o n c e s se c a n t a r a la s i g u i e n t e
y por el alma del muerto,
copla: roguemos ambos á Dios.
«El señor S a n t a M a r í a
t i e n e q u e h a c e r u n a casa,
y a piedra y paredes tiene,
adei a s ó l o le l a h a .
Y desde entonces se cuenta,
entre la gente del pueblo,
que todas las noches arde
semejante á u n fatuo fuego,
en u n lugar apartado,
d o n d e un peñón se alza enhiesto,
Cantabor
en la granítica cumbre
del alto Cerro del Meco,
que con sus crestas de cuarzo, TRADICIÓN HISTÓRICA.

recorta el azul del cielo,


erguido como un gigante
de los prehistóricos tiempos.
José Carpió, «El Cantador,»
1 8 9 8 . según nos cuenta la fama,
vivió, se dice, á mediados,
de la edad décima octava.

F u é su cuna muy humilde,


tan humilde como honrada,
y por blasón el trabajo
I ostentó siempre su casa.

Su padre, que era minero,


desde al despuntar el alba,
con su «manojo» á la mina
iba todas las mañanas;

y bajaba por el «tiro»


de la mina á las entrañas,
porque era de aquella clase,
heroica, fuerte, abnegada,
Y desde entonces se cuenta,
entre la gente del pueblo,
que todas las noches arde
semejante á u n fatuo fuego,
en u n lugar apartado,
d o n d e un peñón se alza enhiesto,
Cantabor
en la granítica cumbre
del alto Cerro del Meco,
que con sus crestas de cuarzo, TRADICIÓN HISTÓRICA.

recorta el azul del cielo,


erguido como un gigante
de los prehistóricos tiempos.
José Carpió, «El Cantador,»
1 8 9 8 . según nos cuenta la fama,
vivió, se dice, á mediados,
de la edad décima octava.

F u é su cuna muy humilde,


tan humilde como honrada,
y por blasón el trabajo
I ostentó siempre s u casa.

Su padre, que era minero,


desde al despuntar el alba,
con su «manojo» á la mina
iba todas las mañanas;

y bajaba por el «tiro»


de la mina á las entrañas,
porque era de aquella clase,
heroica, fuerte, abnegada,
Los años volaron presto,
del pueblo g u a n a j u a t e n s e ,
que el tiempo rápido pasa,
que en otras épocas gratas,
dejando sólo un osario
hizo q u e f u e r a esta tierra
de recuerdos en el alma.
la tierra de las bonanzas.
Y cuando todo era gozo
Al regresar por las noches y contento en la morada
el padre de Carpió, á casa, de aquel constante operario
todo era júbilo y fiesta trabajador y sin tacha,
y contento y algaraza;
se vino un «cielo» en la mina,
pues José, que era de bello y de u n a manera trágica,
carácter, desde la infancia, murió el padre de José
mostró afición decidida dejándolo en la desgracia.
para el canto y la guitarra.
n.
Y, pulsando el instrumento
Por las torcidas callejas,
con habilidad y gracia,
por las desiguales plazas,
al són de las roncas cuerdas
lo mismo en el alto cerro
dulces cantos entonaba.
q u e en la p r o f u n d a cañada,

E r a , cual suele decirse, de la ciudad primorosa


la alegría de la casa; que G u a n a j u a t o se llama,
tan pronto como los ecos era Carpió, «El Cantador,»
de sus canciones vibraban, el ave de las montañas.

Para ganarse la vida,


los vecinos acudían
por todas partes andaba,
á escucharlo sin tardanza,
entonando tristes cantos,
ancianos, niños, m u j e r e s
al compás de su guitarra.
y las doncellas más guapas.
cuando escucharse solía
su voz candeciosa y clara,
así atacando las graves,
como las notas más altas;

ora fingiendo querellas,


ora m u r m u r i o s del agua,
humedeciendo los ojos,
anudando las gargantas.

al vibrar las roncas cuerdas


de su sentida guitarra,
con los aires populares
de las canciones serranas.

E s el poder de la música
tan grande, tanto avasalla,
que á los más rudos espíritus
los conmueve y los ablanda.

Y, sin querer, las pupilas


E l , en el centro del corro
anúblanse con las lágrimas,
que la gente le formaba,
se agitan los sentimientos
asomándose las mozas más dulces dentro del alma.
á las puertas y ventanas,

Es asombroso en el pueblo
era el deleite del pueblo,
la facilidad bien rara,
era el cantor de la fama,
con que retiene y repite
doquiera se le veía,
cualquier cántico ó sonata.
doquiera se le admiraba,
Y por eso de José, Llegó á estar la mina en frutos
las bellas y tristes cántigas, con buenas «leyes» de plata,
silbaban los arrapiezos y m u y buenas cantidades
por las calles y las plazas, obtuvo Carpió en sus rayas.

Su patrón, que sorprendía


popularizando más en él, la fe y la constancia
de aquél su cantor la fama, ( e n las labores de minas
que de tiempo atrás corría más que en otras, necesarias),
del vulgar aplauso en alas.
dióle un «campo,» que solícito,
y con empeño labraba,
Pero como todo muere, y c u a n d o menos lo espera,
todo vuela y todo acaba, encontróse una bonanza.
f u é extinguiéndose de Carpió
Y a rico, abarcó negocios,
la voz armoniosa y clara.
logrando pingües ganancias,
y construyó, según dicen,
P a r a ganarse la vida, u n «zangarro» q u e se hallaba
ya el cajito no le bastaba,
y se decidió resuelto de la Ciudad á la puerta,
como jefe de su casa, sobre la planicie vasta,
do f o r m a n abruptos cerros
bella y p r o f u n d a hondonada.
á t r a b a j a r en las minas
con empeñosa constancia, José vivió allí dichoso
recordando de su padre beneficiando la plata
aquella honradez sin tacha. y el oro q u e nuestras minas,
e n riquísima abundancia,

El trabajo Dios lo premia produjeron por entonces


y lo bendice y lo ensalza, y aun hoy en su seno g u a r d a n ,
pues de José los afanes dentro las preciosas vetas
pronto colmó la abundancia. de estas vírgenes montañas.
III. Donde el rumor del trabajo
constantemente reinara,
Murió José; y el «zangarro»
en los pesados arrastres,
que á su costa levantara,
y del molino en las mazas,
á la m a r g e n del arroyo
y j u n t o á su propia casa, después viéronse tan sólo
galeras abandonadas,
vino á poderosas manos en cuyas rotas techumbres
q u e después edificaran los murciélagos rondaban.
la g r a n d e y famosa hacienda
de beneficio de platas, Apenas en pie quedaron
arcos derruidos, pilastras,
q u e por tradición, sin d u d a , á donde el vulgo refiere
era por todos llamada que José Carpió llegaba
con el mismo sobrenombre
q u e á Carpió le diera fama; á entonar, como en u n tiempo,
sentidas y dulces cántigas,
pero al estallar la guerra al són de las roncas cuerdas
de la Independencia santa, de su llorosa g u i t a r r a .
cuando se t o m ó la A l h ó n d i g a
de Granaditas, se narra,
IV.

q u e audaz p e n e t í ó la plebe Luengos años transcurrieron;


á saco en tiendas y casas, y aquella planicie vasta,
destruyendo c u a n t o p u d o por m u c h o tiempo quedóse
y á la gente asesinándola. inculta y abandonada.

Incendióse el edificio Después el A y u n t a m i e n t o


de la hacienda; destrozáronla, hizo en época lejana,
y quedó una gran f o r t u n a u n jardín donde la incuria
en la noria s e p u l t a d a . en breve posó sus plantas.
ROMANCES, TRADICIONES

en d o n d e revolotean
H o y q u e el Progreso, esa fuerza, con bulliciosa algazara,
esa ley, esa palanca, y en apretados enjambres,
á cuyo impulso los pueblos los tordos y las urracas.
y las naciones avanzan,
T i e n e prados que parecen
ha tenido en G u a n a j u a t o
de terciopelo esmeralda,
abiertas, sus blancas alas,
bordados con arabescos
ese jardín es u n parque
de flores de especies varias.
delicioso, q u e engalanan

con sus aromas, los cedros, en que alternan los myosotis


f o r m a n d o en sus calles amplias, y las violetas moradas,
del u n o y del otro lado y los p e r f u m a d o s lirios
artísticas balaustradas. y las margaritas blancas.

T i e n e un lago diminuto
sobre cuyas verdes aguas,
cisnes de negro plumaje,
como góndolas resbalan.

Y en el paraje florido,
que á la ciudad engalana,
se cita lo más granado
de caballeros y damas.

Tiene bellos surtidores, Allí los traviesos niños


que con sus cristales bañan juegan y corren y saltan,
de los álamos y fresnos y allí va también el pueblo,
las tupidas enramadas, la gente desheredada,
7 0 Y L E Y E N D A S GUANAJUATENSES

de la cual salió aquel hombre


que por calles y por plazas,
entonando dulces cantos,
al compás de su guitarra,

de cantador tierno y hábil


logró entre todos la fama,
y que al través de los tiempos
la tradición le guardara.

Y hoy el pintoresco sitio Pipila.


donde estuvo su morada, A L EXIMIO LITERATO Y DISTINGUIDO POETA
en memoria de su nombre SR. LIC. D . JOAQUÍN D . CASASÚS.

de '•'•El Cantador» se le llama.


I.
Sobre el alto talud de una colina,
que á la ciudad domina
y en el estrecho valle se adelanta,
reliquia de los tiempos coloniales,'
sus muros colosales,
Granaditas espléndida levanta.

II.

A modo de gigante fortaleza,


toda amplitud, grandeza,
del genio de Tresguerras gloria y brillo,
la Alhóndiga recuerda en su estructura,
la ciclópea figura
de legendario y medioeval castillo.
7 0 Y L E Y E N D A S GUANAJUATENSES

de la cual salió aquel hombre


que por calles y por plazas,
entonando dulces cantos,
al compás de su guitarra,

de cantador tierno y hábil


logró entre todos la fama,
y que al través de los tiempos
la tradición le guardara.

Y hoy el pintoresco sitio Pipila.


donde estuvo su morada, A L EXIMIO LITERATO Y DISTINGUIDO POETA
en memoria de su nombre SR. LIC. D . JOAQUÍN D . CASASÚS.

de '•'•El Cantador» se le llama.


I.
Sobre el alto talud de una colina,
que á la ciudad domina
Y en el estrecho valle se adelanta,
reliquia de los tiempos coloniales,'
sus muros colosales,
Granaditas espléndida levanta.

II.

A modo de gigante fortaleza,


toda amplitud, grandeza,
del genio de Tresguerras gloria y brillo,
la Alhóndiga recuerda en su estructura,
la ciclópea figura
de legendario y medioeval castillo.
III.
E s el Real de Santa Fe, que un día,
A ú n míranse en sus ángulos de piedra, por la inmensa valía
con estupor que arredra, del oro de sus minas, n u n c a extinto,
cuatro escarpias de hierro ennegrecidas: de m u y noble y leal Ciudad gozara,
de los héroes que Patria nos legaron, la distinción preclara,
once años ¡ay! g u a r d a r o n por cédula del Rey Felipe Quinto.
las sangrientas cabezas suspendidas.

IV.

Hechos criba; mas fuertes y seguros,


están los viejos muros,
testigos de las épicas hazañas,
y, en torno de la f r e n t e del coloso, F i r m a d e l Rey F e l i p e Q u i n t o ,
t o m a d a d i l e c t a m e n t e del T i t u l o d e Ciudad c o n c e d i d o p o r él
se extiende majestuoso á Guanajuato.
y dilatado cerco de m o n t a ñ a s .

V.
Desde que resonaron los clamores
Desde el tosco remate de granito, del Grito de Dolores,
vuelto al cielo infinito, don J u a n Antonio Riaño, el Intendente,
del Mineral contémplase bordando noble varón, y de saber no escaso,
las agrias peñas de color bermejo, seguía paso á paso
de casas un cortejo la, marcha del ejército insurgente.
q u e va por entre montes desfilando.
Vili. XI.

Activo y perspicaz, su pensamiento, De dos razas el choque irresistible,


comprendió en el momento, magnífico, terrible;
que la revolución de Independencia, del Verbo-Libertad la r o j a l u m b r e
cual formidable tempestad bravia, caldeando la sangre de las venas,
su f u r i a abatiría f u n d i e n d o las cadenas
sobre la Capital de la Intendencia. de secular y odiosa servidumbre.

IX. XII.

La plaza sin estar fortificada;


Y él, militar valiente, denodado,
la Ciudad consternada,
celoso magistrado,
su desastre, sin d u d a , presintiendo;
de su deber con la intuición preclara,
quedóse ante el embate del destino, expuestos de la guerra á los reveses
cuantiosos intereses,
como viejo marino,
retando á la tormenta cara á cara. ¿qué hacer en ese lance tan tremendo?

XIII.
X.

A n t e conflicto tal, el Intendente,


Por un lado, la ola bramadora,
m a n d ó resueltamente
soberbia, anolladora,
de las huestes de Hidalgo hacia adelante llevar á Granaditas todo el oro
por otro, todo un pueblo de mineros, de las Cajas del Rey; resistiría
audaces, altaneros, allí; se lo exigía
en actitud hostil y amenazante* su honor, su investidura, su decoro.
XIV. XVII.

Los ricos españoles le siguieron; Del p u n t o que ve al Norte, el ancha p u e r t a


al f u e r t e i n t r o d u j e r o n quedó tan sólo abierta,
cuanto en sus casas de valor había: y ya en la fortaleza improvisada,
joyas, b a r r a s de plata, cereales, en su. aposento, grave, pensativo;
sus enormes caudales. pero resuelto, altivo,
Riaño, en tanto, su obra proseguía. Riaño esperó. ¡La suerte estaba echada!

XV. XVIII.

Hizo que se g u a r d a r a n provisiones, Era el veintiocho de Septiembre. El día


pertrechos, municiones, con limpidez lucía
y convirtió en reducto atrincherado sobre el paisaje pintoresco y grato
la Albóndiga, m a n d a n d o q u e marchasen, de este suelo de auríferas entrañas,
y q u e en ella quedasen, dorando las montañas
toda la tropa y paisanaje armado. de la. que f u é opulenta t > u a n a j u a t o .

XVI. . XIX.

De Cata y Mendizábal las enhiestas Y era el año de diez, año de gloria


y pedregosas cuestas para la patria historia,
m a n d ó parapetar, y de igual suerte, en que un humilde Cura, con fe ingente
la calle de Pocitos, pues que dentro, en los destinos de su pueblo esclavo,
como ocupando el centro alzóse audaz y bravo
de aquella posición, quedaba el fuerte. para hacer á ese pueblo independiente.
XX. XXIII.

Jamás, desde q u e en busca de riquezas E x p u s o á Riaño su misión, y luego,


rompieron las cortezas entregándole un pliego,
de estos montes, osados capitanes, con inquietud leyólo el I n t e n d e n t e ,
que de allende el Atlántico vinieron y al concluir, á Camargo le expresaba,
y á A n á h u a c sometieron que antes necesitaba
tras gigantesca lucha de titanes, conocer el acuerdo de su gente.

XXI. XXIV.

El indio de las minas, el forzado, Sobre la amplia terraza del coloso,


hambriento, fatigado, el jefe valeroso,
de sus r u d a s faenas bajo el yugo, frente á sus tropas q u e formado había.,
jamás oyó en sus duelos sumergido, cual poseído de p r o f u n d a pena;
más voz, que el restallido pero con voz serena,
del látigo i n f a m a n t e del verdugo! un oficio leyó que así decía:

XXII. XXV.

Con los ojos vendados, aquel día, «Las numerosas fuerzas que comando,
con noble bizarría, en mi persona hallando
para cumplir el delicado encargo un protector resuelto y decidido
de su jefe, y en son de parlamento, que á la Nación le sirva de atalaya,
llegaba al aposento al paso por Celaya
de Riaño, un militar: era Camargo. Capitán General m e han elegido.»
XXVI.
XXIX"
«Todos los pueblos por donde he cruzado,
así lo h a n confirmado - Y o no tengo temor; la suerte afronto,
y se han unido á mí; en consecuencia, y mi vida estoy pronto
el benéfico plan que me conduce, á perder defendiendo mis pendones;
es uno: se reduce pero antes quiero oiros, consultaros,
á proclamar la augusta Independencia!» y no sacrificaros
frlp
á mis particulares convicciones.
Iti É
tri Í ! XXVII.
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1 XXX.
u. i¡!>í !¡u
!
ufl n i 1 ' «Ennombre, pues, de mi Nación, sostengo
1 I I su libertad; y vengo Todos enmudecieron. Un caudillo,
f lili sólo á intimaros rendición. Conmigo, Bernardo del Castillo,
si os sometéis de grado, buenamente, - ¡ V e n c e r ó sucumbir! con rudo acento
trato hallaréis clemente; a nombre de los suyos manifiesta;
si no, os destruiré como enemigo.» y —¡Viva el Rey!—contesta
la gente de Berzábal al momento.

XXVIII.
XXXI.
—Como lo véis, el Intendente expuso,
(entre airado y confuso), Entonces dió á Camargo, el I n t e n d e n t e ,
m u c h a es la gente que acompaña al Cura, escrita, la siguiente
3' si acaso trajese artillería, contestación: «Que no reconocía
la derrota sería Por Capitán, sino al Virrey nombrado,
para nosotros, mucho más segura. y su honor de soldado
luchar hasta morir se lo exigía.»
XXXII. XXXV.

Mientras, Hidalgo, intrépido avanzaba Hacia el fuerte se miran descargadas,


y á Camargo encontraba terribles granizadas
por l a cañada d e Marfil; mas viendo de innumerables piedras; y entretanto,
la respuesta d e Riaño, embravecido, como volcán que en erupción se agita,'
como león herido, la Alhóndiga vomita
á G r a n a d i t a s lánzase tremendo. haces de lumbre, produciendo espanto.

XXXIII.
XXXVI.

Descuella el sol en el zenit. Hirviente, Ya las .huestes, irguiéndose altaneras,


c u a l rápido torrente asaltan las trincheras,
q u e salta por enhiestas cortaduras, y Riaño, al observar el movimiento,
las numerosa« huestes se avecinan, para i n f u n d i r valor á los sitiados,
y m u y pronto dominan un grupo de soldados
d é l a Alhóndiga en torno, las alturas. toma, y allí dirígese violento.

XXXIV.
XXXVII.

15ÍO h a y u n poder que su poder sujete; Regresa, y de la Alhóndiga á la entrada,


n i formidable ariete, 'oh, suerte infortunada!
ni recio e m p u j e que su e m p u j e venza- »na bala le hiere de soslayo;
mas los d e Riaño, impávidos y fieros, la roja sangre anubla su pupila,
descargan los primeros un instante vacila,
sobre la m u l t i t u d . La lid comienza. y cae cual roble que desgaja el rayo
XXXII. XXXV.

Mientras, Hidalgo, intrépido avanzaba Hacia el fuerte se miran descargadas,


y á Camargo encontraba terribles granizadas
por l a cañada de Marfil; mas viendo de innumerables piedras; y entretanto,
l a respuesta d e Riaño, embravecido, como volcán que en erupción se agita,
como león herido, la Alhóndiga vomita
á G r a n a d i t a s lánzase tremendo. haces de lumbre, produciendo espanto.

XXXIII.
XXXVI.

Descuella el sol en el zenit. Hirviente, Va las.huestes, irguiéndose altaneras,


cual rápido torrente asaltan las trincheras,
q u e salta por enhiestas cortaduras, y Riaño, al observar el movimiento,
l a s numerosa? huestes se avecinan, para i n f u n d i r valor á los sitiados,
y m u y pronto dominan 1111
g r « p o de soldados
d e l a Alhóndiga en torno, las alturas. toma, y allí dirígese violento.

XXXIV.
XXXVII.

Tío h a y u n poder que su poder sujete; Regresa, y de la Alhóndiga á la entrada,


ni formidable ariete, ¡oh, suerte infortunada!
n i recio e m p u j e que su empuje venza; »na bala le hiere de soslayo;
mas los de Riaño, impávidos y fieros, la roja sangre anubla su pupila,
descargan los primeros un instante vacila,
sobre la multitud. La lid comienza. y cae cual roble que desgaja el rayo
XXXVIII.

Métenlo en brazos: vélo don Gilberto


su hijo, y clama: —¡Muerto!
¡Oh, padre de mi amor! al fin caíste,
víctima de tu pecho generoso,
luchando valeroso,
y con el mismo honor con que viviste!

XXXIX.

— ¡Yo t u desgracia soportar no puedo!


profiere,—y con denuedo,
de los frascos de azogue convertidos
en mortíferas bombas, se apodera,
y los lanza hacia, afuera
exhalando espantosos alaridos.

XL.

De la pesada fortaleza entonces,


gira sobre los gonces
y se cierra al instante el ancha puerta;
pero de Riaño a n t e el cadáver frío,
inmenso vocerío
á todos los sitiados desconcierta.
XLI. XLIV.

Quién al mirar al asaltante fiero, - ¡ T r a i c i ó n ! ¡Traición! enardecida r u j e ;


los sacos de dinero y con soberbio e m p u j e ,
por las ventanas, imprudente arroja; i n t e n t a penetrar; ¡pero es e n vano!
Quién m a n d a á gritos con terrible ira, contra los m u r o s choca, se atropella,
mientras el otro expira así como se estrella
d a n d o á los vientos su mortal congoja. indómito en la costa, el Océano.

XLII. XLV.

Pero el desorden por instantes cre'ce. /Pipila, de tu arrojo necesita


A nadie sé obedece. la Patria!—así le grita
Quién la bandera blanca enarbolando, Hidalgo, á u n o del pueblo, con b r a v u r a .
propone rendición, mientras estalla —¿Te atreves á incendiar la puerta?—clama;
el bote de metralla y aquél al p u n t o e x c l a m a :
á centenares de hombres destrozando. — ¡Vaya que si la quemo, P a d r e Cura!

XLIII. XLVI.

La muchedumbre, ciega de coraje, De Hidalgo al imperioso llamamiento,


á modo de oleaje en crítico momento,
que en tormentoso mar el viento azota, surge Pipila heroico en la pelea;
hacia el f u e r t e con ímpetu se lanza, á una próxima tienda se encamina,
y mientras más avanza, toma ocote y resina,
más se agita, se encrespa y se alborota, y e m p u ñ a osado la incendiaria tea.
XLVII. L.

Sobre la hercúlea espalda vigorosa, Lo que adentro pasó f u é indescriptible,


se coloca « n a losa, aterrador, horrible,
y audaz y temerario, impune avanza pues ávida la plebe de saqueo,
bajo una tempestad de proyectiles, hacia el fuerte también se precipita,
q u e le arrojan á miles frenética se agita,
los sitiados, sedientos de venganza. y prorrumpe en confuso clamoreo.

XXVIII. LI.

N a d a h a y que le contenga ni reprima, Aves, blasfemias, por doquier se escuchan;


tiene algo que sublima les contendientes luchan;
al genio, con su mágico atavismo. sobre el botín la plebe se abalanza,
Subyugado por rudas emociones, y ruedan por el suelo, confundidos,
es de esos corazones vencedores, vencidos,
templados al calor del heroísmo. en medio del fragor de la matanza.

XLIX. LII.

Llega t r i u n f a n t e hasta la puerta. Luego, Y ahí están de la Alhóndiga en los muros,


préndele vivo fuego, indelebles, seguros,
y crujen las maderas incendiadas; y vivos rastros de sangrientas manos
en confuso tropel, la muchedumbre, de los que en brava lid lucharon fieros:
se arroja entre el vislumbre por su Rey, los iberos,
que lanzan las siniestras llamaradas. y por su libertad, los mexicanos.
LUI.

¡Oh, Pipila/ ¿qué importa que tu nombre


aún se dude? El renombre
que tienes por tu hazaña esclarecida,
vive, y ha de vivir eternamente,
mientras tu pueblo aliente
íTIMlaoro bel Jpafcre Sereníto.
sobre esta Patria, u n átomo de vida!

i.

Lector, escucha esta historia


que un minero me contó,
y que ha muchos años, }'0
la conservo en mi memoria.

Cuantos el caso curioso


han oído relatar,
dicen q u e f u é singular,
y por ende, prodigioso.

La gente, tal relación


comenta de varios modos;
pero no le encuentran todos
natural explicación.
LUI.

¡Oh, Pipila! ¿qué importa que tu nombre


aún se dude? El renombre
que tienes por tu hazaña esclarecida,
vive, y ha de vivir eternamente,
mientras tu pueblo aliente
íTIMlaoro bel Jpafcre Sereníto.
sobre esta Patria, u n átomo de vida!

i.

Lector, escucha esta historia


que un minero me contó,
y que ha muchos años, }'0
la conservo en mi memoria.

Cuantos el caso curioso


han oído relatar,
dicen q u e f u é singular,
y por ende, prodigioso.

La gente, tal relación


comenta de varios modos;
pero no le encuentran todos
natural explicación.
Y, hablando p u n t o por p u n t o
De sus pupilas el brillo,
de cómo el hecho pasara,
velaba el negro capuz,
dicen que la historia es r a r a
las manos llevando en cruz
y hay milagro en el asunto.
ocultas dentro el manguillo.
*
*
Averiguar 110 h e podido
F u é de los tristes, consuelo;
si es verídico el relato;
por su vejez, respetado;
pero ello es q u e en G u a n a j u a t o
por su caridad, amado;
h u b o u n Padre m u y querido.
por sus virtudes, modelo.
*
*
El tosco sayal de lana
U n a ocasión, al cruzar
de color azul, vestía:
de «El Truco» la calle estrecha,
el fraile pertenecía
1111 descreído sospecha
á la Orden Franciscana.
por el vacilante andar,
*

Bajo aquella vestidura,


que aquel anciano bendito
cuentan, que por sacrificio,
se halla ebrio, y con desdén,
llevaba grueso cilicio
exclama:—«allá, ten con tén,
ciñéndole la cintura.
viene el P a d r e Serenito.»
*
*
Y del hábito al través,
Sin inmutarse el anciano,
ricos y pobres veían
con humildad y cordura,
q u e unas sandalias cubrían,
al pasar j u n t o á él m u r m u r a :
ya medio rotas, sus pies.
—«Que Dios le perdone, hermano.»
II.
—«Yo le deseo todo bien;
Por el «tiro» de la m i n a
su decir es inaudito;
se escucha sordo r u m o r ,
pues el Padre Serenito
luego, el administrador,
no viene aquí «tén con ten.»
que hay algo grave, adivina.
*

Cambia el otro su arrogancia


Mineros manda al momento
y se conturba, al pensar,,
á una «labor» que se explota;
cómo lo p u d o escuchar
bajan, y al punto se nota
el Padre, á t a n t a distancia.
terrible derrumbamiento.

*
Y ve con aturdimiento Allá en los antros obscuros,
q u e el fraile, al doblar la esquina, las luces van y se agitan,
como u n a sombra camina y los operarios gritan
sin tocar el pavimento. exhalando mil conjuros.

Y cuando tal cosa advierte, Sofocante polvareda


se imagina con espanto, apenas deja mirar,
si el clérigo será un santo, y se escucha el rebotar
ó la imagen de la muerte. de alguna peña q u e rueda.

* *

T e m p r a n o , por la mañana, Un «contracielo» ha caído;


cruza del monte el sendero, y ve el «pueble» con asombro,
pues dicen q u e era minero que bajo de tanto escombro,
de la rica Valenciana. mucha g e n t e ha perecido.
*
Arriba se oyen lamentos,
Y comprenden al instante,
todo es llanto y confusión;
q u e bajo el derrumbe, oculto,
abajo, queda un montón
pero aun vivo, está sepulto
de cadáveres sangrientos.
un minero agonizante.
*

Arriba, madres y esposas;


¡La situación es horrible!
los hijos en la orfandad;
No hay un resquicio, u n a entrada;
abajo, en la obscuridad,
la roca es g r a n d e y pesada.
cien escenas espantosas.
¿Moverla? eso es imposible.

*
Aquí, de un hombre se mira
Debe estar el hombre inerte;
el cráneo despedazado;
pero vuelven á escucharlo;
se oye el iay! del mutilado
¡Santo Dios! ¿cómo librarlo
y el estertor del que expira.
de las garras de la muerte?

*
De pronto, en ese lugar,
El q u e sepultado está
una débil voz se escucha,
como la de alguien que lucha tiene que morir sin duda,
y hace esfuerzo por gritar. de la manera más ruda:
por el hambre y sed quizá.
¿r-

Y los que exploran adonde


De aquel infeliz minero
se distingue aquel r u m o r ,
óyese la voz clamar
llaman, y con estupor,
y por piedad implorar
doliente voz les responde.
«Un padre; porque me m u e r o . . . ! »
F u é del pueblo bendecido;
por su h u m i l d a d , admirado;
por su vejez, respetado;
por sus virtudes, querido.

Tiene en Dios sus esperanzas;


j u n t o s con él, alumbrando,
dos «morrongos» van cantando
fervorosas alabanzas.

Su presencia en tal lugar


suceso grave atestigua;
Parroquia de Valenciana. llega el fraile, se santigua,
manda al «pueble» retirar.

De la rica Valenciana Y de la antorcha al fulgor,


por el «tiro,» cauteloso, del monte por la ancha grieta,
b a j a n d o va u n religioso fantástica la silueta
de la Orden Franciscana. se mira del confesor.

E n todo accidente serio Al sitio que se le indica


que en las minas ocurrió, se acerca, en él se coloca,
solícito se le vió y al que está bajo la roca,
cumpliendo su ministerio, s u presencia significa.
*

Llama, inquiere con tesón, "Y cuando tal cosa advierto,


y luego, con voz doliente, me imagino con espanto,
escucha del penitente si será el clérigo un santo
esta triste confesión: ó el alma en pena de un muerto.

—«Padre,—le dice,—una vez, «Hoy, que próximo á expirar,


al mirar á un sacerdote, en este sitio me véis,
le lancé afrentoso mote os ruego me perdonéis. . . . ! »
con impiedad y altivez.» —Dios le ha de perdonar.

*
*

«Pero no me explico yo, «Ahorrando todos los días,


cómo viniendo distante he reunido con empeño,
aquel Padre, en el instante, dentro de u n saco pequeño,
mis palabras escuchó. escasas economías.»

«Cuando j u n t o á mí pasaba, «Esa alforja llevo aquí


sin inmutarse el anciano, de
que Dios le perdone, hermano, mi cuello suspendida,
p u d e oír que m u r m u r a b a . » cuando yo exhale la vida,
tened compasión de mí!»
*

«Luego, con g r a n d e sorpresa, «Mi cadáver e x h u m a d ,


y turbado el pensamiento, quitadme la alforja, oh, Padre,
sin tocar el pavimento, y entregádsela á mi madre,
miro que el P a d r e atraviesa.» se lo ruego por piedad, . . ! »
*

Arriba, el sol, el ambiente,


la vida, la libertad;
abajo, en la obscuridad,
sepulto está el penitente.

IV. '

Cuando el penitente dijo T r e s días pasados van


esta postrera expresión, después del d e r r u m b e fiero,
dió el fraile la absolución y, por salvar al minero,
y aquella roca bendijo. los otros luchando están.

Retiróse. Y entretanto Mas aquél, desesperado,


q u e en silencio caminaba, bajo la roca anfractuosa,
de sus pupilas rodaba halla salida tortuosa
en gruesas gotas el llanto. para 1111 «campo» abandonado.

>1=

Y de la antorcha al fulgor, A tientas, esfuerzos mil


entre la l u m b r e rojiza, hace por salvar su vida;
parece que se desliza y se arrastra en su guarida
la sombra del confesor. medroso, como el reptil.
*
*

Tiene en Dios sus esperanzas, ¿Qué hará allí? Su desventura


y lo van acompañando ha de aumentarse quizás;
dos «morrongos,» entonando lo que ha "hecho, nada más,
fervorosas alabanzas. es cambiar de sepultura.
*
A
por el «campo» abandonado
Que si á Valenciana b a j a se pierde en la sombra densa,
por una inculta «labor» sin zozobras, pues que piensa
a u n el minero mejor, que el otro estará extraviado.
encuentra allí su m o r t a j a .
* *

Se interna, prosigue, avanza;


Los que se han visto perdidos con su mecha el campo escruta;
dentro de aquellos arcanos, más todo negro en su r u t a
de hambre devoran, sus manos, lo mira. . . . ¡No hay esperanza!
y hasta los propios vestidos.
*

Clama, se inquieta, maldice


E n tanto, el «pueble,» afanoso, su situación tan atroz. . . .
en su noble empresa está — D a m e luz; oye una voz
incansable, y no se da que entre las sombras le dice.
un momento de reposo.
*

Suspenso se queda. Y cuando


La situación no le arredra; vuelve á arriba la cabeza,
y con empeño y porfía, con el que busca tropieza,
trabajando noche y día,
quien lo está, fijo, mirando.
logra al fin romper la piedra.
*
*
Y se imagina impaciente,
Luego, un «morrongo» atrevido, presa de gran emoción,
m u c h a c h o audaz y valiente, si será sólo ilusión
de aquella minera gente de su vista ó de su mente.
que en el peligro ha nacido,
¡Él es. . . ! Su atención concentra;
la antorcha arrima, y al verlo,
apenas puede creerlo,
sano y salvo allí lo encuentra. £ 1 Gonbe be la Cabena.
¡ i

* rt'^"™11 Y es conseja entre la gente,


que cuando el hombre salió, i.

-"1 4]¡»ir
JISlM' su salvación refirió
El veintitrés de noviembre
de la m a n e r a siguiente:
del gloriosísimo año
<
de mil ochocientos diez,
¡ C-S al derramar en ocaso
Que por milagro inaudito
I |i¡ la lumbre del sol poniente
n u n c a pudo perecer;
el último de sus rayos,
pues de comer y beber
el toque de generala
le dió el Padre Serenito.
y el tañido acompasado
de la campana mayor

i de la Parroquia, anunciaron
á los habitantes todos
de la heroica G u a n a j u a t o ,
I < I que Calleja el Brigadier,

I ¥ de brillante fuerza al mando,


en Molineros se hallaba
con su ejército acampado.
Allende, Aldama, Jiménez,
los mariscales de campo
Abasolo, Arias, Ocón,
¡Él es. . . ! Su atención concentra;
la antorcha arrima, y al verlo,
apenas puede creerlo,
sano y salvo allí lo encuentra. 181 Gonfce be la Cabena.
¡ i

* rt'^"™11 Y es conseja entre la gente,


que cuando el hombre salió, i.
-"1 4]¡»ir
JISlM' su salvación refirió
El veintitrés de noviembre
de la m a n e r a siguiente:
del gloriosísimo año
<
de mil ochocientos diez,
¡ C-S al derramar en ocaso
Que por milagro inaudito
I |i¡ la lumbre del sol poniente
n u n c a pudo perecer;
el último de sus rayos,
pues de comer y beber
el toque de generala
le dió el Padre Serenito.
y el tañido acompasado
de la campana mayor

i de la Parroquia, anunciaron
á los habitantes todos
de la heroica G u a n a j u a t o ,
I < .1 que Calleja el Brigadier,

I ¥ de brillante fuerza al mando,


en Molineros se hallaba
con su ejército acampado.
Allende, Aldama, Jiménez,
los mariscales de campo
Abasolo, Arias, Ocón,
por Rancho Seco, arrollándolo,
y otros insurgentes bravos,
no sin que antes de marchar
á la sazón se encontraban
á Valenciana, en su tránsito,
defendiendo á G u a n a j u a t o ,
tomara las posiciones
pues desde al llegar, Allende
de Higuerilla, Leona y Pánuco,
parapetóse, m a n d a n d o ,
en d o n d e los insurgentes,
á don Casimiro Chowell,
en la defensa obstinados,
á Fabie y á Rafael Dávalos,
se batieron con bravura
p a r a que hicieran barrenos
cual heroicos espartanos.
en los cerros escarpados
Mientras, por la Yerbabuena,
q u e d o m i n a n la cañada
Flón, con s u fuerza avanzando,
de Marfil, pues que si acaso
allanaba de Marfil
penetraban los realistas
los cerros fortificados.
por el p u n t o designado,
Y al caer aquella tarde,
sin salida se quedaban,
se hallaba al fin dominando
y entonces, desde lo alto,
el Conde de la Cadena
sobre ellos derrumbarían
el alto cerro llamado
u n a lluvia de peñascos.
de San Miguel, que limita
El ejército realista,
por el S u r , á G u a n a j u a t o .
al rayar el veinticuatro,
Calleja llegado había
marchó en columna cerrada
á Valenciana entretanto,
por Marfil; pero informado
y Allende, al verse perdido,
Calleja, por Marañón,
en lance tan angustiado,
de que el sitio del asalto
ordenó la retirada;
se encontraba en su trayecto
comprendiendo q u e tal acto,
con barrenos preparado,
si le era m u y doloroso,
dividióse en dos columnas:
era también necesario.
dió de la derecha el m a n d o
Sólo un g r u p o de insurgentes
á Flón, el famoso Conde
siguió en su puesto luchando,
de la Cadena, y en tanto,
pues el «Defensor de América,»
Calleja avanzó con brío
grueso cañón colocado
sobre la escarpada cima II.
de la m o n t a ñ a de «El Cuarto,» Después de partir Allende,
al Conde de la Cadena, como á las tres de la tarde,
en San Miguel artillado, u n negro platero, Diño,
le lanzaba con arrojo viendo ya que inevitable
los últimos metrallazos. era la derrota, puesto
F u é la lucha encarnizada, que todos los asaltantes
fueron grandes los estragos, arrollaban á su paso
indomable la energía hasta el último baluarte,
que ambas f u e r z a s desplegaron. concibió, presa de rabia,
A l ' t e r m i n a r la pelea, el proyecto más i n f a m e
los muertos, desparramados, que la h u m a n a inteligencia
en todas partes mirábanse haya podido formarse.
por las quiebras y barrancos, Enardeciendo á la plebe,
lo que mostraba sin duda recorrió plazas y calles,
lo terrible del asalto, y díjole que Calleja
la obcecada resistencia á todos los habitantes,
que opusieron los sitiados. iba á pasar á cuchillo,
Nuestros pobres insurgentes, en tal empresa ayudándole,
con piedras, lanzas y palos, los españoles que estaban
cayeron al fin vencidos de la Alhóndiga en la cárcel.
por la fuerza del contrario. Que por tanto, era preciso
Mas con su valor heroico, para evitar el desastre,
á la Historia le mostraron, matar á los españoles
cómo en su puesto sucumben y de ese modo vengarse.
y luchan los mexicanos. Enfurecida la plebe,
dióle oídos al instante,
y se lanzó á Granaditas
con un ímpetu salvaje.
P e n e t r ó en el edificio, La ciudad sobresaltada
y blandiendo los puñales, por crímenes tan infames,
doscientos y tantos f u e r o n parece que presentía
víctimas de su barbarie. otra más negra catástrofe.
Los asesinos traían Sólo turbaba el silencio
tintos los rostros en sangre, de la noche, en ese instante,
y completaban su obra el rodar de las cureñas
despojando á los cadáveres. de cañones formidables,
T e r m i n a d a esa hecatombe el marchar de los soldados
tan atroz, tan espantable, por las solitarias calles.
la m u c h e d u m b r e salía
precipitada á las calles,
sobre los hombros llevando III.
el f r u t o de su pillaje
y ensangrentados aún Al otro día, Calleja
en las manos, los puñales. y Manuel Flón, descendieron
Empero, tan cruel escena de las a b r u p t a s montañas,
que apenas puede narrarse, cual dos chacales hambrientos.
pues no se comprende cómo No bastándoles aún
la maldad á tanto alcance, la sangre de tantos muertos,
pronto, m u y pronto tendría ambos jefes ordenaron
u n a venganza cobarde, q u e se tocara á degüello.
sirviéndole el salvajismo F r a y José Belaunzarán
más tremendo, de remate. sale entonces de San Diego,
E n la misma noche supo y e m p u ñ a n d o un crucifijo,
Calleja, el terrible lance; habla á Flón con voz de trueno:
apenas algún curioso — i Por Cristo crucificado,
por la ventana asomándose, señor, —dice, —contenéos!
mostraba el terror y el miedo ese pueblo es inocente,
pintados en el semblante. no tiene culpa ese pueblo,
«á menos de su valor,
si así fuere, fugitivo
«que los entregaran luego.»
vagaría por los cerros. '. . .
E n tanto, el mismo Calleja
Suspended la orden dada,
hizo cumplir el decreto,
por Cristo, señor, lo ruego,
aun armas de mero lujo
á quien tendréis que dar cuenta
en sus manos recibiendo.
al finalizar los tiempos.- . . . !
Y dicen q u e se apropió
Oyó el Conde estas palabras,
espadines de g r a n mérito,
más que con ira, con miedo,
con e m p u ñ a d u r a s de oro
y, quedando confundido,
y con piedras de alto precio;
revocó el feroz decreto.
habiendo quien asegure
Entonces Flóti y Calleja,
que h u b o de enviarlos á México
en ese mismo momento,
en pago de unas alhajas
llegaron hasta las Casas
q u e á la Virreina la hicieron. 1
Consistoriales, y dieron
u n bando en q u e prevenían,
( t a n sólo por. gracia al pueblo),
«que bajo pena de m u e r t e IV.
«se entregara el armamento,
A u n quedaba reservado
«delatando á los adictos
para la severa historia,
«á todos los insurrectos:
consignar entre sus páginas
«que el que saliera á la calle,
una escena más odiosa,
«sin tener permiso previo,
en la que verán sin d u d a
«multa, ó doscientos azotes
las generaciones pósteras,
«sufriría sin remedio:
«qué el corrillo que formaran
i Dice D o n C a r l o s M a r í a d e B u s t a m a n t e en su « C u a d r o
«tres personas, al momento, Histórico,» T . I . , p á g . 103: « N i a u n los regidores, alcaldes y
demás e m p l e a d o s , p u d i e r o n e s c a p a r s u s e s p a d i n e s : ya se ve, el
«á balazos quedaría
caso e r a t o m a r las e m p u ñ a d u r a s de oro, p o r q u e p o r lo d e m á s ,
«por los realistas disuelto: eran u n o s a s a d o r e s ; asi es q u e e n M é x i c o , la esposa de Calleja
e n t r e g ó u n a g r a n porción de a l h a j a s d e este m e t a l , m a c h a c a d a s ,
«que los que hubieran comprado al patrón V e r a , m o n t a d o r d e d i a m a n t e s , á cambio de u n a s «pio-
«de plata y oro los tejos, chas.»
lo que costó á nuestra Patria comprendería al instante
su libertad redentora. q u e u n a pasión horrorosa
Desde al arribar Calleja subyugaba aquél su espíritu
á la Ciudad con sus tropas, con ferocidad indómita.
u n pánico indescriptible Don Manuel Gómez Pedraza,
reinaba en las gentes todas. yendo al frente de su tropa,
Multitud de prisioneros, penetró en el edificio
sin distinción de personas, con sesenta ó más personas,
fueron encerrados luego que por orden de Calleja,
en las trojes de la Alhóndiga. pusiéronse á s u custodia,
E l Conde de la Cadena, para entregarlas al Conde
desde las primeras horas quien esperaba en la Alhóndiga.
del veintiséis instalóse El Conde m a n d ó en el acto,
en aquella mansión lóbrega. con festinación pasmosa,
E r a el Conde, un español, que recluyeran á todos
de triste apariencia sórdida, los presos, en las masmorras.
sexagenario, iracundo, E n seguida los sacaban
de faz obscura y rugosa; á un pasillo, y sin demora,
d e ojos penetrantes, fieros, eran fusilados luego
de mirada altiva y torva, tras confesión perentoria.
cubiertos por unas cejas Gómez, Dávalos, Ordóñez,
largas, pobladas, canosas. y otras notables personas,
Cruzaba los corredores fueron allí ejecutados
de la ensangrentada Alhóndiga, de u n a manera afrentosa.
ocultando entrambas manos L,as continuadas descargas
de la casaca en las bolsas. retumbaban en las bóvedas,
Y cualquiera que mirase se amontonaban las víctimas -
su marcha inquieta, nerviosa, una cayendo tras otra.
el rostro ardiendo en venganza, E n tanto, el menguado Conde,
convulso el odio en su boca, en medio de aquella atmósfera
de sangre h u m a n a impregnada Sábelo el Conde y ordena
y del h u m o de la pólvora, á Pedraza, la recoja,
dejaba ver en sus ojos, lo que ejecuta al instante
fieros, de mirada torva, saliendo con una escolta.
el más execrable t r i u n f o Llega al punto designado
de su venganza diabólica, por el preso, y sin demora,
cual si recrease el oído pónese á buscar la plata
á cada descarga hórrida, encontrándola, y recógela;
como si f u e r a insensible, pero al regresar, dos jóvenes
como si f u e r a de roca. se le a p r o x i m a n , y á solas,
le dicen que necesitan
hablar al Conde en persona.
Acompañan á Pedraza
al interior de la Alhóndiga,
A poco tiempo de aquella y aquél, dále presto al Conde
hecatombe aterradora, cuenta y razón de su obra.
trozos de sesos, de cráneos, Este, leyendo un papel
mirábanse en las baldosas. 110 oír el parte denota,
F u é preciso descombrar y despide al subalterno
el pavimento, á esa hora, con una seña imperiosa.
para continuar tan sólo La presencia de los jóvenes
en la mortífera obra. Pedraza comunicóla;
Las palpitantes entrañas pero el Conde, sin alzar
de las víctimas gloriosas, del papel, su vista torva,
se sacaban en bateas, —«¡Que los fusilen!»—le dice
causando impresiones hondas. con u n a calma que asombra;
—Oculta, le dice un preso pero Pedraza, escuchando
al oficial de la tropa— tal sentencia, le interroga,
está una porción de plata —¿A los jóvenes, señor?
dentro de una casa próxima. Entonces, con f u r i a indómita,
alzando el C o n d e los ojos,
clava en él su vista torva,
—«¡Que los fusilen!»—replica
c o n voz e s t r i d e n t e y r o n c a .

M o m e n t o s d e s p u é s caían j£l pachón.


r o d a n d o p o r las baldosas,
los c u e r p o s d e los dos jóvenes,
víctimas propiciatorias . . . ! "(Romance Ibístóúco.

E s f a m a q u e en G r a n a d i t a s , I.
m o n u m e n t o de la historia,
c u a n d o en las noches, la l u n a E r a E n c a r n a c i ó n Ortiz
b a ñ a el patio d e la A l h ó n d i g a , «El P a c h ó n , » así llamado,
c r u z a por u n pasadizo, un valeroso i n s u r g e n t e ,
con m a r c h a i n q u i e t a , nerviosa, u n guerrillero serrano,
ocultando entrambas manos quizá d e los m á s gloriosos
d e la casaca en las bolsas, y de los m á s d e n o d a d o s
del C o n d e d e la C a d e n a q u e p r o d u j e r a esta tierra
la e s p a n t a b l e y fiera sombra, querida de Guanajuato,
evocando los r e c u e r d o s en cuyos f e c u n d o s senos
d e la h e c a t o m b e m o n s t r u o s a , héroes mil se a m a m a n t a r o n ,
en la q u e v e r á n sin d u d a , vertiendo su noble s a n g r e
las generaciones pósteras, d e la P a t r i a en holocausto.
L o q u e costó á n u e s t r a P a t r i a O r i u n d o d e S a n Felipe,
su libertad r e d e n t o r a . era «El Pachón» de esos brav
q u e primero d a n la vida
que rendírsele al contrario.
Al frente de sus dragones Y sorprenden al Pachón
jinete en brioso caballo, y á sus aguerridos bravos,
ora cruzando en la sierra sin armas, sin municiones,
vericuetos empinados, hambrientos, de fuerza faltos,
atravesando torrentes, y, creyendo bien segura
descenciendo á los barrancos; , su presa, jamás pensaron,
ora en escarpadas cimas, ser testigos de u n a escena
ora por montes y llanos, que recordarla da pasmo.
rendido por la fatiga, Ortiz, al verse cogido,
por el hambre y el cansancio; monta en su brioso caballo,
mas indomable, afanoso, y mientras q u e lo persiguen
fiero, audaz y temerario; cerrándole todo paso,
astuto en las emboscadas, llega al imponente borde
en los movimientos, rápido,
y con terrible p u j a n z a
arrojándose al asalto,
vencedor en cien combates
los realistas le miraron,
luchar por la independencia
de este suelo mexicano.
F u é su centro favorito,
«La Mesa de los Caballos,»
do las tropas virreinales
batirlo nunca lograron;
pero, una vez, la fortuna
fuéle adversa: los contrarios,
la única entrada del monte
que defendió tantos años, de un hondísimo barranco,
consiguen cruzar, y al p u n t o , y más grande y más intrépido
dan un golpe inesperado. que un don Pedro de A l varado,
alza á su corcel la rienda,
y el noble bruto da un salto
al fondo del precipicio. . . II.
y brinca y va rebotando, Desde que vibró en Dolores
y desciende y más desciende la voz augusta de Hidalgo,
por aquel plano inclinado, que le dió sér á la Patria
entre los riscos y zarzas y libertad al esclavo;
pedazos de piel dejando. desde que en pos de sus huellas,
¡Imposible detenerse . . . ! como un cortejo de astros,
á cada instante más raudo, en el azul anchuroso
f'L es como débil arena del A n á h u a c , irradiaron
'* 1¡-- que arrastra torrente rápido, las legendarias figuras
|t V como el curso del destino, de los Morelos y Bravos;
* .g; fatal, incoercible, trágico. i en cuántas sangrientas luchas
La contera de su lanza los insurgentes domaron
«El Pachón" apoya á saltos la siempre altiva cerviz
I en las rocas, porque "pueda del fiero león hispano!
su ímpetu calmar un t a n t o ; Pero también, ¡cuántos mártires,
y llega al fin hasta el fondo, cuánto esfuerzo, cuánto estrago,
I«*! cuántas lágrimas vertidas,
sin hacerse el menor daño, c u á n t o afrentoso cadalso!
cual si de u n a pieza fuesen Once años pasado habían . . .
' •• 3 el jinete y el caballo. once larguísimos años
Mientras, los otros contemplan de aquel batallar constante,
desde arriba, estupefactos, de aquel e m p u j e titánico;
al valiente guerrillero, y aun en su postrer reducto,
fl al Pachón, que es de esos bravos, de fuerza y vigor 110 escaso,
que primero dan la vida el ejército realista
que rendírsele al contrario. i
se conservaba obstinado.
Bustamante, sobre México,
parte veloz como el rayo
al frente de los heroicos cae por las balas realistas
dragones de G u a n a j u a t o con el pecho acribillado;
cuyo jefe era «El Pachón,» mas con la gloriosa f r e n t e
el guerrillero serrano; ceñida de frescos lauros.
y con astucia y con brío, Y cuando el jefe supiera
un movimiento da en falso de «El Pachón,» tan noble rasgo,
y repliega á los realistas al dar su preciosa vida
al pueblo de Atzcapotzalco. de la Patria en holocausto,
A la entrada de la plaza como postumos honores,
manda á Endérica en el acto, que perduran más que el mármol,
con una pieza de á ocho, mandó formar á las tropas
disparar á tiro rápido. y dispuso en aquel acto,
Y en medio de la tormenta que «revista de presente»
que se descarga en el campo, pasara el grande soldado.
y de los nutridos fuegos
con que contesta el contrario,
sucumben los artilleros,
el cañón, hecho pedazos,
sin cureñas y sin muías,
queda revuelto entre el fango.
«El Pachón,» entonces grita
á los suyos: — ¡Presto, vamos;
porque el cañón es primero
que nuestra vida! ¡A salvarlo!
Hacia el cañón se abalanza
con los dragones serranos,
y haciendo en aquel instante
un esfuerzo temerario,
cuando la pesada pieza
pretende sacar «á lazo,»
161 Cocbe be Don fl&dcbor.

{Tradición popular.

Í.

E s la n o c h e m u y obscura;
nubes pesadas y gruesas,
el alto cielo e n t o l d a n d o ,
cual a n c h a s cortinas negras,
el d i á f a n o r e s p l a n d o r
ocultan de las estrellas,
y á la ciudad q u e d o r m i t a
envuelven con s u s tinieblas.
De t e n a z y fina lluvia,
q u e persistente gotea,
se ven los d o r a d o s hilos
c r u z a r en oblicuas hebras,
al través d e los cristales
de u n a v e n t a n a q u e deja
á medio abrir, como un c u a d r o
de luz m o r t e c i n a y t r é m u l a .
Nadie que la vió se explica es que antes de dar las doce '
cómo alumbrar puede aquella de la noche, al sitio llega
luz que á deshora se advierte un elegante c a r r u a j e
en la ventana entreabierta, que se detiene á la puerta .
y que alguien está velando de la entrada de la casa,
sin duda alguna demuestra, y que entonces, con cautela,
y nadie dicho misterio de la ventana se mira
descubrir tampoco acierta. que se cierran las maderas:
De mil diferentes modos mientras que abajo, en la calle,
el suceso se comenta, obscura, sola, desierta,
y trae en el vecindario piafando están impacientes
asustadas á las viejas, dos frisones de piel negra,
y á esa gente timorata que pegados al vehículo,
y supersticiosa, de esa. animosos gorbetean,
que del otro mundo, dice, y con los herrados cascos
que vienen almas en pena: l u m b r e sacan de las piedras.
pues q u e la dicha ventana, E inmóvil, como una estatua,
que iluminada se observa el auriga m u d o espera,
á deshora de la noche, sosteniendo f u e r t e m e n t e
pertenece á una vivienda las bridas que los s u j e t a n .
m u y antigua, abandonada, No bien se oye de las doce
y que tiene á piedra y mezcla, la campanada primera,
v sin inquilino alguno, cuando gira en el cerrojo
cerradas todas sus puertas. de aquella casa en la puerta,
Quién de u n crimen, que se fragua pesada llave, y al punto,
oculto en las sombras, piensa: larga, aguda, lastimera,
quién asegura que allí como el eco pavoroso
se hace «cachuca» moneda: de horrible y p r o f u n d a queja,
pero lo más raro aún rechina en su duro gozne
que del «espanto» se cuenta. una hoja de la puerta;
El tal vehículo alcanza
sale de ahí un embozado
vertiginosa carrera,
violento, tras sí la cierra,
y dejando en el trayecto
y en el lujoso c a r r u a j e
como una infernal estela,
con festinación penetra.
ante la absorta mirada,
El auriga con la fusta
desaparece y se aleja,
recio azote al tiro pega,
volviendo á quedar la calle,
y, veloz como el relámpago,
obscura, sola, desierta . . .
parte el coche con presteza,
El «espanto» da motivo
rebotando por las calles,
á innumerables consejas;
y con tal ruido, que altera
las devotas, á sus santos
de los vecinos el sueño,
favoritos se encomiendan,
y sorprendidos despiertan;
cuélganse al pecho reliquias,
acuden á los balcones,
encienden benditas velas,
á las ventanas y puertas,
y el misterioso suceso
y miran q u e á todo escape
de mil modos se comenta,
por las calles atraviesa,
y las niñas se desmayan
un coche que tira un tronco
y se atolondran las viejas,
de frisones de piel negra,
y para calmar los ánimos,
que van arrojando chispas
y para ahuyentar las penas,
por ojos, fauces y orejas,
se hace entrar en «ejercicios»
y q u e un acre olor de a z u f r e
á varones 3' á doncellas;
á su r a u d o paso dejan.
á los padres de familia
Y miran dentro del coche,
se les exhorta y apremia
entre una fosforescencia,
que vayan al tribunal
embozado personaje,
santo de la penitencia;
que recatándose, muestra
pues el que en gracia de Dios
bajo el ala del sombrero,
suele estar, según se reza,
dos pupilas, rojas, fieras,
los demonios de su cuerpo
que con brillo inusitado
y de su espíritu a h u y e n t a .
y dando terror, llamean.
II. y con fuertes capitales,
en León, una g r a n tienda.
Refieren las tradiciones,
Al morir, u n o de aquéllos,
q u e en una lejana época,
dejando fortuna inmensa,
(sin que fuere necesario
y teniendo á don Melchor
citar el año y la fecha),
como un hombre de conciencia,
en la susodicha casa al hacer su testamento
de que trato en mi leyenda, lo nombró como albacea;
habitó por muchos años y dispuso que á la clase
u n tal don Melchor, que era menesterosa, se dieran,
acaudalado minero, todos los cuantiosos bienes
hombre ya de edad provecta, de que constaba su herencia.
q u e por los muchos negocios El ejecutor, celoso
q u e manejaba, se cuenta, del cargo que se le hiciera,
era persona de alta á los pobres repartía
posición y de influencia; el dinero, á manos llenas;
pues no sólo en G u a n a j u a t o , y por eso á todas horas,
ciudad rica y opulenta, de don Melchor la vivienda,
en la Metrópoli misma, henchida de pordioseros
y otras varias intendencias, los curiosos la contemplan.
gozaba de nombre y fama Pronto, entre el vulgo, esparciéronse
por lo pingüe de su hacienda. las más absurdas consejas,
E n los múltiples asuntos y no faltó quien dijese
y gestiones financieras que era infiel el albacea,
en que intervino, mostraba pues repartido no había
honradez á toda prueba; ni la mitad de la herencia.
y m a n t u v o relaciones Y que como se agolparan
mercantiles, m u y estrechas, de don Melchor á las puertas,
con dos españoles ricos innumerables mendigos,
que giraban por su cuenta, pidiendo con insistencia,
que del cuantioso legado mas, por otra parte, vénse
su justa parte les dieran, todos los semblantes mustios,
para ahuyentarlos, refieren á la vacilante lumbre
las populares consejas, de las ceras, que en profuso,
que don Melchor ordenaba, por la ancha nave esparcidas,
que del balcón les vertieran lanzan sus destellos lúcidos,
jarras con agua caliente, bordando una red de oro
y de su opípara mesa en los vitrales y m u r o s .
que se tirasen los restos Dos bronces del campanario
con la. mayor diligencia, doblan con toques agudos
á fin de q u e ni un m e n d r u g o y plañideros, llamando
percibiese la miseria. al oficio de difuntos
en h o n r a de don Melchor
que ha partido de este mundo.
Llega el oficiante al ara,
III.
y poseído de m u c h o
recogimiento, al hacer
E n el templo parroquial
su oblación por el d i f u n t o
hay escogido concurso
quédase suspenso, tiembla
de caballeros y damas
siente en la g a r g a n t a un nudo,
que visten severo luto.
y levantando las manos
De los altares y bóvedas,
al cielo, exangüe, convulso,
de las columnas y muros,
aquestas palabras 03'e,
penden negros atavíos,
q u e con acento profundo,
y en el centro, vése un túmulo
parecen salir del antro
que g r a d u a l m e n t e se eleva misterioso de un sepulcro:
sobre pedestal seguro, —«Es en vano que roguéis
circundado de blandones por mi alma, si no p u r g o
con gruesos cirios. El l u j o con el eterno tormento,
es la nota que domina los males que hice en el m u n d o .
el imponente conjunto;
de la casa donde a n t a ñ o
Cualquiera prez fuera inútil,
habitaba don Melchor,
cualquiera tormento, nulo,
1111 elegante c a r r u a j e
y en prueba de q u e en ardientes
que i b a tirado por dos
y terribles llamas sufro
negros frisones, que echando
por mis pecados, y n u n c a
chispas de rojo fulgor
en su fuego me consumo,
por las fauces y los ojos,
tendedme la mano, oh padre. . .»
cruzaba la población
y el clérigo siente al p u n t o
conduciendo un alma en pena,
cual si le hubiesen vertido
y la gente dió y tomó,
algún líquido sulfúreo
que era el famoso vehículo
que le quemara la diestra;
El Coche de Don Melchor.
pero advierte con gran susto
que de tan terrible llaga
no conserva rastro alguno.
T a n inaudito suceso
grande confusión produjo,
y la gente comentaba
que obtener perdón 110 pudo,
el que cumplir como bueno
en esta vida 110 supo. §
IV.
tlM Í ill
De entonces acá refiere

III 13 f
una vieja tradición:
que en p u n t o de dar las doce
de la noche en el reloj
de la Parroquia, mirábase
ill • !

iffHi.•• 1[>
1
»15
partir rápido y veloz,
i
it.
J¡? IIi
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Río d e L t r m a .

albino (Barcia.

IRomaitce Ibiatórfco.

A m i r e s p e t a b l e y buen a m i g o
el S r . L i c . D. Indalecio O j c d a .

I.

A orillas del a n c h o cauce,


do en apariencia t r a n q u i l o
c o r r e el caudaloso L e r n i a
e n t r e robustos sabinos;
poblada de h e r m o s o s h u e r t o s
de limeros exquisitos,
e m e r g i e n d o de las f r o n d a s
de saucedales floridos,
porque á su valor ingénito,
se alza, por decirlo así,
su sagacidad y brío,
en el centro del Bajío,
adunaba una estrategia
(extensa y fértil llanura
«sui gèneris» al batirlos,
cuyo suelo es feracísimo),
burlando la disciplina
una ciudad que era antaño,
de los jefes más peritos.
c o n j u n t o de pueblecillos
La «reata,» dicen que era,
indígenas, que entregados
de sus medios ofensivos
de las tierras al cultivo,
el más terrible, pues que,
lograron f u n d a r la Villa
al f r e n t e del enemigo,
de Salamanca, por título
destacaba dos jinetes,
del Virrey Gaspar de Zúñiga,
que caminaban unidos,
ha m u y cerca de tres siglos.
los extremos de una reata
E n uno de los hogares
llevando en las sillas fijos.
de aquel pintoresco sitio,
Y abriéndose r a u d a m e n t e ,
arrullada por las brisas
cuando se hallaban á tiro,
y los murmurios del río,
con la cuerda bien tendida,
mecióse la humilde cuna
veloces cual torbellino,
del gran guerrillero Albino,
derribaban del contrario
valiente entre los valientes,
las filas, siendo seguidos,
jefe osado y activísimo,
por otros y otros jinetes,
que cuando estalló la guerra
que con ímpetu bravio,
de Independencia, solícito,
sembraban en los realistas
en torno suyo reunió
el pavor y el exterminio.
un p u ñ a d o de aguerridos,
Ya el nombre del guerrillero,
que como él, en el manejo
del bravo insurgente Albino,
del caballo, eran muy listos.
era célebre por todo
Y llegó el «manco» García,
el anchuroso Bajío.
(como llamaban á Albino),
Cuan presto lo derrotaban
á ser de los españoles
en un punto, en otro sitio,
con justa razón temido;
ordenóle á García Conde
presentábase al instante
que sin demora emplease
con fuerza mayor y brío,
cuantos esfuerzos pudiera
siempre audaz, siempre temible,
con el fin de exterminarle.
en u n batallar continuo,
A Iturbide y á Negrete,
desbaratadas sus tropas;
el Brigadier, al instante,
pero jamás sorprendido.
m a n d ó que lo persiguieran
Y así que se le hostigaba
hasta no lograr su alcance;
sin dejarle ni un respiro,
y en tanto que los dos jefes
hacia el Valle de Santiago,
luchaban por encontrarle,
su baluarte favorito,
Albino, enfermo, en camilla,
íbase rompiendo bordos
sobre el campo de combate,
de los vallados, q u e henchidos
por excusadas veredas
con las aguas destinadas
y bosques impenetrables,
para el riego de los trigos,
con sagacidad burlaba
desbordábanse en los campos
de García Conde los planes:
i n u n d a n d o los caminos,
porque sin ilustración,
é interceptaban el paso
hombre rudo é ignorante,
al ejército enemigo.
sus naturales talentos
Y mientras, cobraba aliento
en la milicia, eran grandes,
fuera de todo peligro,
y era capaz de batirse
para volver á la carga
con expertos generales.
más vigoroso y activo.
Pero u n a noche, Iturbide,
camina con r u m b o al Valle,
en donde se hallaba Albino
sin esperar un ataque;
encuentra en p r o f u n d o sueño
Cansado el Virrey Venegas á los insurgentes, y hace
de saber que en tanto lance que más de ciento cincuenta,
el famoso guerrillero con inaudita barbarie.
saliera siempre triunfante,
en el acto se fusilen de Capitán General,
después de un bravo combate; y, fingido todo eso,
mas con exclusión de Albino, demuestra que el regocijo
de quien logra apoderarse, es infamante y burlesco.
y á García Conde lo lleva, Mas no parte de la masa
como una prueba palpable, noble y sensata del pueblo,
de q u e en la reñida lucha que aclamó Generalísimo
él ha salido t r i u n f a n t e . á Hidalgo, f r e n t e á su ejército.
N o , viene de García Conde,
que olvidado de su puesto,
de su honor y su decoro
III.
de soldado y caballero,
f r a g u ó el odioso padrón
E n las calles de Celaya
de ignominia, el más sangriento,
nótase gran movimiento,
para recibir tan sólo
cual si á celebrarse fuera
á un valiente prisionero. . . . !
un t r i u n f o , pero siniestro.
Por entre la m u c h e d u m b r e
Las salvas de artillería
que absorta y muda contémplalo,
despiertan vibrantes ecos,
se mira cruzar á un hombre,
y las alegres campanas
y todos claman: ¡El reo!
repican á todo vuelo.
E s Albino, que cargado
Están las tropas realistas
de cadenas, bajo el peso
formando valla; á lo lejos,
de su desgracia, al patíbulo
de los clarines y parches
camina firme, resuelto.
se escuchan los sones bélicos
N o .saciado García Conde
q u e baten marcha de honor
con su mofa, no contento,
con grave y marcial acento.
tiene la infelicidad
Por todas partes se miran
de insultar al prisionero,
g r u p o s de gente del pueblo,
quien con altivez y digno,
porque se prepara g r a n d e ,
al ver que insultan á un muerto,
solemne recibimiento
lanza á Conde una sonrisa al Virreinato infundióle,
de lástima y de desprecio. por libertar á la Patria
dándole su sangre noble
y demostrando á la historia
IV. con el brillo de sus dotes,
cómo sucumben los héroes
Y cae el ocho de junio con la firmeza del bronce.
de mil ochocientos doce,
destrozado por las balas
del infame García Conde,
el guerrillero insurgente
Albino, terror y azote,
en el inmenso Bajío,
de los jefes españoles.
Y mutilan el cadáver,

¥
según los usos feroces,
de aquellos tiempos de lucha, - >

de venganzas y de horrores.
Separada la cabeza
de Albino, el cruel García Conde,
de Celaya en una c a l l e '
ordena que se coloque;
u n a mano en I r a p u a t o
para escarmiento se pone,
y en G u a n a j u a t o la otra
I" T
queda clavada en un poste
de San Miguel eu el cerro. . . . !
Tal era el pavor que el nombre
del gran Albino García

i La ü e San J u a n de Dios.
Xa Ipla3itela be los Carcamanes.

3Lcgen&a histórica.

Don D o m i n g o Montero d e E s p i n o s a ,
Prepósito q u e f u é del g r a n convento
De S a n Felipe N e r i , ' la espantosa
Historia refirió que á mi vez c u e n t o .

Y a u n q u e después q u e la n a r r ó se lia escrito


Tal crónica, sin m u c h o s pormenores,
Yo, como la h e sabido, la trasmito
Para que 110 la olviden mis lectores.

H a y 110 lejos del c e n t r o u n a Plazuela,


De San José á la iglesia, algo c o n t i g u a ,
Donde existe u n a casa q u e revela
Ser por su a r q u i t e c t u r a , m u y a n t i g u a .

1 H o y t e m p l o d e la C o m p a ñ í a .
*

Como en lances de amor, frecuentemente,


E n el siglo pasado allí vivieron
El dar un paso mal, vale lo mismo
Por el año de tres, dos alemanes
Que resbalar por rápida pendiente
Que eran socios, y á quienes les pusieron
Sin remedio, hasta el fondo de un abismo,
Por apodo vulgar «Los Carcamanes.»
*
*
Arturo, haciendo de su dicha alarde,
P u e s como K a r k m a n era el apellido
Cuando sintió de su razón el peso,
De uno de dichos socios, 110 os asombre
Quiso retroceder; pero era tarde,
Q u e el extraño vocablo, convertido
Porque en aquella red estaba preso.
Fuese, por corruptela, en sobrenombre.
*
*
Preso sí, que la pérfida de Luisa,
A r t u r o (así el más joven se llamaba),
(Tal era el nombre de la hermosa i n g r a t a ) ,
El vuelo audaz de su pasión inclina
Le infiltró con la miel de su sonrisa
A una hermosa morena á la q u e amaba
Ese veneno del placer que mata.
Y era del barrio aquel, guapa vecina.
*

¡Pobre! Ignoraba A r t u r o , desgraciado,


T a n seductora fué, que sólo al verla,
Que al par que Luisa en él, amor enciende,
Prendaba corazones á millares;
A Nicolás, el socio de su amado,
Mas, ¡ay! que aquella perla, era una perla,
Caricias mil, impúdica, le vende.
Asaz perdida en procelosos mares.

Sugestiva, hechicera, tentadora, Y en tanto de ilusiones se coronan


E n una noche, entre amorosos lazos, Y en áscua ardiente s u pasión inflaman,
A A r t u r o le tendió la red traidora A A r t u r o doblemente le traicionan,
De sus impuros y nefandos brazos. Porque su honor y su amistad i n f a m a n .
*

Pero un día, al salir de su aposento, E s Don Arturo, que fingiendo un viaje,


Arturo, j u n t o al quicio d e la puerta, Sale de casa, y sin hacer reproche
Tirada ve que está en el pavimento A Nicolás, por su tremendo ultraje,
Y quizá por descuido, una cubierta. Se aleja entre las sombras de la noche.

R o m p e el nema, y el pliego que contiene


Por los roedores celos instigado,
Curioso lee; de súbito lo estruja; Contra el amigo que la paz le roba,
Un grito va á exhalar; mas se contiene; A su mansión regresa, y con cuidado,
L a cólera en su rostro se d i b u j a . Ocúltase en el fondo de su alcoba.

* *

Y mientras más lo mira y lo repasa, Ya llega el alba con tranquilo paso;


Más con febril agitación se irrita, E n la morada lóbrega y sombría,
Puesto q u e allí, dentro su misma casa, Penetra apenas el fulgor escaso
La perjura, el traidor, se han dado cita*
De la dudosa claridad del día.

Al sentir de los celos el horrible Y cuando Luisa marcha hacia la calle,


Y punzante aguijón, loco se lanza Arturo, al verla, asáltala violento,
Sin rumbo ni concierto; mas terrible Y á señas, intimándole que calle,
Combina todo un plan de atroz venganza. La captura y la encierra en su aposento.

* *

Bajo un cielo de junio, encapotado, Vacilante, colérico, espantoso,


Que del bello Escorpión oculta el brillo, Se agita un huracán dentro de su alma,
Cruza por la Plazuela un embozado Y cual tigre que acecha cauteloso,
A la indecisa luz de u n farolillo. V a á donde duerme Nicolás en calma.
*
*
Así Arturo, sintiendo que le oprimen
Y certero sobre él, la arma homicida De cruel remordimiento los excesos,
Descarga al punto con feroz despecho. Ante la enormidad del doble crimen,
¡No despierta aquél m á s . . . ! p o r q u e sin vida, Se levanta la tapa de los sesos.
Y en sangre tinto, queda sobre el lecho. *

*
Del suicida f u é t i l la desventura,
Después, torvo el mirar, agrio el semblante, Que conforme á los cánones y al uso,
Sale A r t u r o de allí, ciego, convulso, E n sagrado, negarle sepultura,
Requiere con f u r o r daga p u n z a n t e La justicia eclesiástica dispuso.
Que airado empuña con nervioso pulso.

*
Firme, como avanzado centinela,
E n c u e n t r a á Luisa, trémula, angustiada, Evocando el recuerdo de aquel drama,
Que lívida de horror, puesta de hinojos, Aun mírase la casa en la Plazuela
Perdón implora en lágrimas bañada, Que de v.Los Carcamanes» se le llama.
Y casi exhaustos de llorar sus ojos.

N o oye A r t u r o sus ruegos ni sus preces,


Ni á contenerlo la infeliz acierta;
Porque le h u n d e la daga tantas veces,
Cuantas bastaron á dejarla muerta.
*
*

Y como en brega formidable y ruda,


Allá en la espesa lobreguez del monte.
El boa constrictor fiero se anuda
Y ahoga entre sus garras al biscnte,
W v"V^~V~V~V"V~V~'vv V~V VV V V"V~V~\' v V V"
I I ! I I I I II I I í I I 1 I I I I I II I I

X a s Iborcas be Calleja.

"Romance fbístórico.

I.

A i r a d o , fiero, i m p o n e n t e ,
presá d e i n d ó m i t a ira,
está el Brigadier Calleja
en su m o r a d a s o m b r í a .
De u n e x t r e m o al o t r o e x t r e m o
c r u z a con m a r c h a i n t r a n q u i l a ,
y en la actitud y en el gesto
q u e en su s e m b l a n t e se m i r a ,
en los b r u s c o s a d e m a n e s
con q u e sin cesar se agita,
alborotado el cabello,
con la faz descolorida,
Plazuela d e " L o s C a r c a m a n e s . '
y s i n i e s t r a m e n t e torva
la m i r a d a en las pupilas,
d e n o t a q u e á su alma i n n o b l e
odio terrible d o m i n a ,
y q u e su cerebro asaltan
espesas s o m b r a s fatídicas;
que siendo m u c h a la g e n t e
porque á f u e g o y sangre quiere
que mi castigo reciba,
que G u a n a j u a t o sea víctima
y no bastando la horca
de la feroz hecatombe
que para ello se d e s t i n a ;
consumada en Granaditas.
y que en la Plaza Mayor
E n ancho sitial de cuero,
constantemente se mira,
f r e n t e á una mesa maciza,
se haga venir carpinteros
en donde está un crucifijo
cuantos se hallen, y que aprisa,
en medio de dos bujías,
se levanten tantas horcas
el Notario de Cabildo
cuantas plazuelas registra
recibe y traza de prisa,
la ciudad: en el Ropero,
las órdenes draconianas
Mexiamora, Compañía,
que su amo y señor le dicta.
San Diego, San J u a n 1 San Roque,
— P a r a escarmiento de todos,
Baratillo, Granaditas,
es mi voluntad—escriba—
San F e r n a n d o , y además,
que si en la calle el cadáver
otras tantas queden listas
de algún europeo, víctima
en cada una de las plazas
de cobarde asesinato
de las principales m i n a s .
se encuentra, al punto, precisa
— E s t á n , Señor, vuestras órdenes
que se aprehendan en el acto
prestas para ser cumplidas.
cuantos en aquella habitan,
—¿Concluísteis?—Si tal . — E n t o n c e s
todos los cuales serán
volvéos á Granaditas;
diezmados, y á los que elija
decidle á Flón, que á la gente
la suerte, sin remisión
que allí tuviere aprehendida,
han de pagar con su vida.
tras breve declaración
Y para que sea notorio
que asistiendo vos, reciba,
el .escarmiento, y permita
proceda inmediatamente
que la m u l t i t u d contemple
á diezmarla, pues precisa
cómo el crimen se castiga,
m a n d o y ordeno también,
en nombre de la justicia, H o y P l a z u e l a ile S a n F r a n c i s c o .
en las partes más recónditas,
que en esta noche, en la horca,
se recatan y se ocultan
vaya á expiar su felonía.
con el favor de las sombras;
Así Calleja el infame,
porque saben de Calleja
de una manera inaudita,
el proceder, y medrosas,
con la maldad más perversa,
tratan de ponerse á salvo;
q u e da pavor, q u e horroriza,
mas conseguirlo 110 logran,
en el nombre de la ley,
pues la brutal soldadesca
de la a u t o r i d n d realista,
rompiendo puertas, se arroja
da rienda suelta á los odios
como famélica turba,
q u e en su alma de hiena anidan,
y en sus garras aprisiona
y á gritos le están pidiendo
á cuantos puede, y por eso,
venganza, que no justicia.
los vecinos se alborotan,
y por todas partes crece
II. el espanto y la zozobra.
Con los niños en los brazos
Reina un p r o f u n d o silencio, van y vienen las esposas,
una calma aterradora; las u n a s , con tristes ayes,
están desiertas las calles, ¡piedad! ¡compasión! imploran,
está la noche m u y lóbrega; y en los hogares maltrechos
van en todas direcciones yacen en silencio otras,
los alguaciles y rondas; desoladas, abatidas
aquí, al instante capturan, por el llanto y la congoja.
adentro de la Parroquia, Y mientras á cada instante
á José Francisco Gómez á Granaditas, las tropas,
á quien intendente nombra en los cuerpos de patrulla
Hidalgo; y también á Ordóñez llevan cientos de personas,
del cuerpo de los patriotas. hasta repletar con ellas
Acullá en un barrio prenden las estancias de la Alhóndiga,
á multitud de personas, en las plazuelas, los g r u p o s
que encerradas de sus casas
de carpinteros, redoblan que con tan siniestra pompa,
sus esfuerzos, y los golpes ascendieron al cadalso
de los martillos denotan en esa noche espantosa,
que aquella gente se encuentra cuyo recuerdo en la mente
en su labor empeñosa, del pueblo, nunca se borra,
levantando los patíbulos, porque con rasgos de sangre
porque urgido y sin demora, quedó grabado en la historia.
quiere saciarse Calleja
con su sanguinaria obra.
•Como la Plaza Mayor III.
está situada en la h o n d a A u n después de los estragos
depresión de u n a barranca, de aquella tremenda noche,
y en torno suyo se agolpan en todo el siguiente día
á manera de anfiteatro se ven más ejecuciones.
y dominándola, todas N o hay un vecino siquiera
las casas que se levantan que á s u ventana se asome;
en los declives y lomas; como u n hálito de m u e r t e
recortando de la noche se esparce en los altos montes,,
las densas y obscuras sombras, y las aves de rapiña
á la luz amarillenta en corvos vuelos recorren
de las lúgubres antorchas, por el espacio, en acecho
se miran pasar las víctimas de los cadalsos, en d o n d e
custodiadas por las tropas; suspendidos los cadáveres,
y en medio de tal escena rígidos, yertos, deformes,
de perdurable memoria, presentan un cuadro tétrico
se oyen los tristes lamentos, de maldades y de horrores.
las voces desgarradoras, Mas no saciado Calleja
con q u e aquellos infelices con sus venganzas, dispone
impetran misericordia. q u e traigan del campamento-
T r e i n t a y dos f u e r o n las víctimas á tres distinguidos jóvenes,
q u e h a l l á n d o s e prisioneros,
h a n pasado aquella n o c h e
de la ciudad á e x t r a m u r o s ,
y m a n d a se les a h o r q u e
en el cadalso, q u e e n f r e n t e
de G r a n a d i t a s se p o n e .
l£l (Bíro.
Resueltos, bravos, altivos,
con firme y sereno porte,
a v a n z a n los prisioneros IRomance histórico.
en m e d i o de los sayones.
Erais, vosotros, oh, Fabie, I.
t ú t a m b i é n , A v a l a noble,
y t ú el preciado tesoro ¿Quién i g n o r a las h a z a ñ a s
d e los e s t u d i a n t e s jóvenes, c u l m i n a n t e s d e aquel indio,
tú, el g ü a n a j u a t e n s e ilustre, del terrible A n d r é s Delgado
el preclarísimo Chowell, al q u e llamaban «El Girod?
predilecto de las ciencias, ¿Quién al evocar los hechos
en q u i e n t o d o s reconocen, de aquel i n s u r g e n t e invicto,
del saber y del t a l e n t o no se halla d e noble orgullo
las m á s relevantes dotes. y admiración poseído,
El q u e dejó en V a l e n c i a n a al ver en ese su e s p í r i t u
s u s vetas y sus labores, todo vigor, f u e r z a y brío,
y al f r e n t e de todo u n pueblo la e n c a r n a c i ó n p u r a y s a n t a
d e mineros, g r a n d e , noble, del m á s g r a n d e patriotismo,
al servicio de la Patria p a r a caer en la l u c h a ,
su acero y su s a n g r e pone, m u e r t o ; pero no vencido?
y m u e s t r a del heroísmo Y el bravo A n d r é s , era d e esos,
en los sublimes t r a n s p o r t e s , r u d o ; m a s de i n g e n i o vivo,
cómo se q u e b r a n t a n grillos d e carácter indomable
y c ó m o y u g o s se r o m p e n ! y perspicaz por instinto;
so pretexto que el contrario
apenas contaba el joven
no hallase en ellas auxilio.
sus floridos veinticinco,
P é n j a m o , el Valle, que fueron
y ya como veterano
víctimas de tal desvío,
e n la campaña aguerrido,
el nombre odioso de T o r r e s
de otras tantas cicatrices
nunca h a n echado en olvido.
mostraba su cuerpo el brillo.
T a n f u n e s t o llegó á ser
E n la guerra de guerrillas,
aquel hombre, y tan malquisto,
diestro, y como pocos, listo,
que sus propios oficiales,
desconcertaba al contrario
entre ellos, el audáz «Giro,»
con ímpetu decisivo.
resolvieron deponerlo
Y tales eran su arrojo
del m a n d o de que era indigno,
y actividad al batirlo,
eligiendo en lugar suyo
q u e daba terror y espanto
para tan noble servicio,
á los cuerpos enemigos.
al coronel J u a n de Arago,
Siendo á la vez, generoso,
valiente, experto y activo.
y como soldado, digno,
La J u n t a de los patriotas,
rechazaba de su jefe
en presencia del conflicto,
los procederes inicuos,
á Arago, de comandante
pues dicho jefe era aquel
general, expidió el título,
«Padre Torres,» del Bajío,
y al crüel y odiado Torres
famoso por sus crueldades,
hubo de darle el retiro.
por su necio despotismo,
q u e hasta de los mismos suyos
convirtióse en asesino,
y que más que un contendiente, II.
llegó á ser 1111 foragido,
que recorriendo el país, No bien de su nombramiento
sin concierto ni plan fijo, tuvo noticias Arago,
incendiaba poblaciones á Torres, sin más demora,
de modo infame, inaudito, hubo que notificarlo;
pero éste, q u e era altanero, expertos como jinetes,
suponiéndose humillado, por su arrojo, temerarios.
colérico respondióle Y del caudaloso L e r m a
que era ilegal dicho acto, pasa «El Giro» al otro lado',
y en consecuencia, negábase á los rebeldes ataca
á obedecerlo. E n t r e t a n t o violento como el relámpago
para evitar la efusión y m u y en breve consigne
de sangre, el prudente Arago, sin esfuerzo, derrotarlos.
a u n q u e de sobra sabiendo Torres se mira perdido,
del «Padre» y sus partidarios huye, dejándole el campo,
las pérfidas intenciones, y apenas puede salvarse
después de bien meditarlo, de caér entre sus manos,
resolvió conferenciar debido á la ligereza
con T o r r e s en S u r u m u a t o . de su fogoso caballo.
Los dos jefes se aproximan
al sitio ya prefijado,
y á una y otra ribera
III.
del río Lerma quedan ambos
el resultado final
La segur de los virreyes
de la entrevista esperando.
aun no embotaba su filo,
P o n e T o r r e s moratorias,
doquier t r o n c h a n d o cabezas
y valiéndose de engaños,
de patriotas y caudillos,
sólo intenta ganar tiempo
doquier destruyendo pueblos,
en espera de soldados.
ciudades, villas, cortijos,
Mas ante tal actitud
y aquí y acullá sembrando
irreconciliable, A r a g o
desolación y exterminio.
decide batirlo, ordena
Pero aun no estaban exhaustas
al «Giro» lo haga en el acto
las f u e n t e s del patriotismo,
con sus valientes dragones
do la Libertad bebiera
los del Valle de Santiago,
en sus cristales purísimos,
de la redención de un pueblo más éste, rompiendo el cerco
ese bálsamo divino. que se le opone, m u y listo,
Y así como cuando sopla y m u y audaz, h u y e á escape
en un hogar casi extinto, por horribles precipicios.
alguna violenta racha, Logran al fin alcanzarlo
el f u e g o se hace más vivo, las fuerzas del enemigo
así en otros renacía y con ellas traba indómito
con más ardimiento y brío, un combate m u y reñido;
el noble a f á n de inmolarse pues luchando cuerpo á cuerpo
en aras del heroísmo, con el alférez Castillo,
por conservar el honor s u f r e terrible lanzada,
de la Patria, salvo y limpio. el heroico y bravo «Giro,»
Y á pesar de los desastres saca el arma d e su herida,
sin interrupción sufridos, y con el acero mismo,
de t a n t a s persecuciones se arroja sobre el contrario
y de incontables suplicios, hiriendo á tres enemigos.
los osados guerrilleros —Ríndete, infame, le gritan;
del ya célebre Bajío, y aquél les contesta altivo:
entre los q u e descollaba —«¡Por la Patria, hecho pedazos,
el m u y valeroso «Giro,» muero; pero no me rindo!»
con denuedo combatían
quedando en la liza invictos.
E m p é ñ a s e Bustamante
en echarle garra al «Giro»
que se oculta en la barranca
de «Laborcilla,» en un sitio,
do las águilas bravias
cavan en la roca el nido,
v allí las tropas realistas '
encuentran al fugitivo;
Ie —- • '

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it:
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^•i . . . . . .
ffiueetra S e ñ o r a be (ruanajuato.

Gra&icfón histórica.
(1557.)

L A MKMORIA DE MI E J E M P L A R M A D R E , LA S E Ñ O R A
DOÑA FRANCISCA R O M E R O DE LANUZA.

I.

C u a n d o los bravos muslimes,


g u e r r e r o s d e altiva raza,
t r a s de animosas contiendas
i n v a d i e r o n á la E s p a ñ a ,
conservábase de a n t a ñ o
una Virgen veneranda,
q u e era la j o y a del pueblo
d e S a n t a F e de G r a n a d a .
Los piadosos g r a n a d i n o s ,
r e c e l a n d o q u e la audacia
de los h i j o s d e M a h o m a
á la i m a g e n p r o f a n a r a ,
quisieron á todo t r a n c e
d e un desacato librarla,
o c u l t á n d o l a en el f o n d o
d e u n a cueva s u b t e r r á n e a .
IO
Porque jamás consintiera la Virgen quedó olvidada,
la piadosa fe cristiana, y el siglo décimo sexto
ver á su reina y señora, en sus anales no guarda,
de la audaz morisma esclava. cómo llegó á descubrirse
Y allí, en aquél antro obscuro, joya de estima tan alta,
sola, triste, abandonada, sin caer bajo el dominio
ajena de toda pompa, de las huestes musulmanas.
desnuda de toda gala,
sin escuchar de los fieles
las fervorosas plegarias,
II.
sin que acariciar llegase
su frente la luz del alba,
Los pueblos conquistadores,
ni como en mejores días,
por dondequiera q u e pasan,'
el bronce de las campanas
según lo muestra la historia
en torno de Ella, á los hijos
con sus sabias enseñanzas,
de su amor, los congregara,
imponen á los vencidos
mientras que la Media L u n a
cuanto es propio de su raza:
posó en Santa F e la planta,
sus leyes y sus costumbres,
por el polvo de ocho siglos
su religión y su habla.
cubierta fué; pero intacta,
Ya Cortés, el fiero H e r n a n d o ,
incorruptible, la misma
al conquistar el Aná'huac,
q u e cuando la sepultaran,
donado había un tesoro
sobrevivir p u d o al cabo
á la corona de España,
de u n a clausura tan larga,
alcanzado con el brío
venciendo la acción del tiempo
y el arrojo de sus armas;
que todo destruye y mata:
pero m u c h o más grandiosa,
poder, imperios, riquezas,
más digna de nombre y fama,
dichas, glorias, esperanzas!
f u é aquella labor gigante,
ímproba, tenaz y ardua,
Centuria tras de centuria. del heróico misionero
180 ROMANCES, TRADICIONES Y L E V E N D A S GUANAJUATENSES

venido á la tierra indiana, Cuando la sepulta Virgen


que humilde, pobre, descalzo, f u é de la cueva sacada,
cruzó por estas comarcas, era el César Carlos Quinto
sin pedir repartimientos, señor de la Nueva España,
sin buscar riquezas vanas; y de tan lejanos m u n d o s
sin más lecho que las rocas y tan extensas comarcas,
de las sierras escarpadas, que jamás en sus dominios,
sin más albergue que un árbol, su lumbre el sol apagara.
y sin empuñar otra arma, E n t r e ellos, era presea
que la de su inteligencia, en la rica Nueva España,
su saber y su palabra, la opulenta G u a n a j u a t o ,
logró aprender de los indios venero de oro y de plata,
aun las lenguas más extrañas, cuyas ingentes riquezas
y con su genio y paciencia cautivaron al monarca,
dominó toda u n a raza, y al Mineral ofrecióle,
no del arcabuz temible como g r a n merced y gracia,
con la mortífera bala, de la milagrosa Virgen
ni con la acerada p u n t a mandarle-la efigie santa,
del estoque y de la daga, que a n t a ñ o fuera el orgullo
sino con la luz bendita y la gloria de G r a n a d a .
del saber y la enseñanza,
que rompe las lobregueces
p r o f u n d a s de la ignorancia,
y -la sed de los espíritus
abreva en sus linfas claras.
Poco después, cuando el César
¡Varones por siempre ilustres,
Carlos Quinto, despechado
varones de eterna fama;
de 110 poder abarcar
tú, «Motolinia,» tú, G a n t e ,
todo el m u n d o con su mando,
tú, Valencia, tú, Las Casas!
triste, enfermo, retraído,
abdicó, y sus desengaños
venido á la tierra indiana, Cuando la sepulta Virgen
que humilde, pobre, descalzo, f u é de la cueva sacada,
cruzó por estas comarcas, era el César Carlos Quinto
sin pedir repartimientos, señor de la Nueva España,
sin buscar riquezas vanas; y de. tan lejanos m u n d o s
sin más lecho que las rocas y tan extensas comarcas,
de las sierras escarpadas, que jamás en sus dominios,
sin más albergue que un árbol, su lumbre el sol apagara.
y sin empuñar otra arma, E n t r e ellos, era presea
que la de su inteligencia, en la rica Nueva España,
su saber y su palabra, la opulenta G u a n a j u a t o ,
logró aprender de los indios venero de oro y de plata,
aun las lenguas más extrañas, cuyas ingentes riquezas
y con su genio y paciencia cautivaron al monarca,
dominó toda u n a raza, y al Mineral ofrecióle,
no del arcabuz temible como gran merced y gracia,
con la mortífera bala, de la milagrosa Virgen
ni con la acerada p u n t a mandarle-la efigie santa,
del estoque y de la daga, que a n t a ñ o fuera el orgullo
sino con la luz bendita y la gloria de G r a n a d a .
del saber y la enseñanza,
que rompe las lobregueces
p r o f u n d a s de la ignorancia,
III.
y 4 a sed de los espíritus
abreva en sus linfas claras.
Poco después, cuando el César
¡Varones por siempre ilustres,
Carlos Quinto, despechado
varones de eterna fama;
de no poder abarcar
tú, «Motolinia,» tú, G a n t e ,
todo el m u n d o con su mando,
tú, Valencia, tú, Las Casas!
triste, enfermo, retraído,
abdicó, y sus desengaños
f u é á esconder en el silencio y el Virrey L u i s de Velasco,
y la soledad del claustro, que una expedición partiese
al Rey Felipe Segundo camino de G u a n a j u a t o ,
su hijo, le dió el encargo y así quedase cumplida
de cumplir con la promesa la promesa del rey Carlos.
que le hiciese á G u a n a j u a t o . T r a s de fatigas sin cuento,
Dicho Rey dió á u n caballero en un trayecto tan largo,
aristócrata, y de rango, por empinadas veredas
la misión de conducir y por caminos m u y ásperos,
á N u e v a E s p a ñ a el regalo; la comitiva formada
y confiriéndole el título de nobles y de vasallos,
(entonces m u y señalado), con don Perafán al frente,
de Juez, S u p e r i n t e n d e n t e arribó á un punto cercano
de minas en G u a n a j u a t o , que llaman la Yerbabuena,
embarcóse el caballero donde todos acamparon.
rumbo á las I n d i a s marchando. E r a avanzada la noche;
estaba el cielo enlutado,
Don P e r a f á n de Rivera en la bóveda sombría,
se llamaba el cortesano, no fulguraban los astros;
por su origen, granadino, doquiera pavor, tinieblas,
de ilustre familia vástago, envolviendo con su manto,
y pariente del Marqués de las agrestes montañas,
de T a r i f a , don F e r n a n d o los gigantescos picachos.
A f á n de Rivera Enríquez, Aquí, la elevada cumbre,
D u q u e de Alcalá, con cargo acullá, el p r o f u n d o tajo;
en la bella Andalucía todo lobreguez. Entonces
de Mayor Adelantado. era el rico G u a n a j u a t o ,
Luego que A f á n de Rivera un primoroso diamante
llegó á México, acordaron de altas sierras circundado,
el Arzobispo y la Audiencia, donde los robustos pinos
el lugar donde se asienta
y los robles centenarios, la histórica G u a n a j u a t o ,
la vegetación exúbera en medio de aquellos bosques
en los fragosos peñascos, tupidos y solitarios,
prestaba al bello c o n j u n t o la ruta perdió . . . . quedóse
un indescriptible encanto, con los suyos extraviado;
pues la población seguía y estando allí, sin más templo
las curvas de los barrancos, que el cielo infinito, bajo
diseminadas las casas los olorosos follajes
por laderas y collados, de los robles centenarios,
sobre las bruscas pendientes mandó colocar la Virgen
y en las cañadas, formando sobre un tambor, y alumbrado
tan pintoresco paisaje por dos hachas, así hablóle
y arrobador espectáculo, ambas rodillas hincando:
que el pincel más ingenioso — «Señora, tú que venciste
no consiguiera trazarlo. del m u n d o falaz é ingrato
Esa exuberancia puso el olvido en que te tuvo
á exploradores, en claro, por tristes y luengos años;
que en América existían tú, que la acción destructora
de oro y plata ricos mantos, de los siglos, has domado,
no tan sólo en las entrañas y fuiste allá en mi G r a n a d a
de los montes despoblados, fe y amor, consuelo y faro;
como en G r a n a d a la N u e v a tú, que eres luz para el ciego
ó allá e n los Andes peruanos, y para el q u e sufre, bálsamo,
sobre cuyas calvas crestas, b r ú j u l a y puerto seguro
q u e cubren niveos penachos, para el infelice náufrago;
el bello sol de los Incas tú, que al través de los mares,
prende sus purpúreos rayos. del «Mar Estrella,» has surcado,
para ser la soberana
Don P e r a f á n , que ignoraba de ese rico G u a n a j u a t o ,
en sitios para él extraños,
sé mi norte, sé mi guía cruzar dos blancas palomas
en este trance apurado; por el claro azul del cielo:
condúceme á tu destino, y tomándolas por guía,
acógeme con tu amparo, su mismo rumbo siguiendo,
por ti abandoné mis lares, doblaron de las m o n t a ñ a s
por ti crucé el océano, los escarpados senderos,
y de todas las tormentas y llegar á G u a n a j u a t o
de vida y m a r m e has salvado!» á la postre consiguieron.
Al punto, á la milagrosa
Virgen, llevaron á un templo
IV. q u e al Hospital de los indios
estaba entonces anexo,
Cuando el sol. al otro día, y era sólo una capilla,
filtraba en haces de fuego santuario humilde, modesto,
la tibia luz de sus rayos, que al Colegio del Estado
por entre el follaje espeso sirvióle, a n d a n d o los tiempos.
de las añosas encinas Desde entonces fué, la Virgen
y los pinos corpulentos; muy amada por el pueblo
y los pájaros salvajes guanajuatense, que en Ella V
se despertaban risueños, reconcentró sus afectos;
desatando mil torrentes y en cuantas calamidades
de armonías y gorjeos; á la Ciudad afligieron,
cuando al saltar entre guijas ora en la escasez de lluvias,
la crencha del arroyuelo, ora en los grandes siniestros
dejaba un polvo de perlas causados por epidemias
sobre los h ú m e d o s pétalos ó por combates sangrientos;
de silvestres margaritas cuando en el siglo dieciocho 1
y mirtos color de fuego; i «A la m e d i a n o c h e del 9 d e e n e r o d e 1784, d i c e D. M a -
nos cuentan los que lo saben, nuel O r o z c o y B e r r a , se oyó un r u i d o s u b t e r r á n e o s e m e j a n t e al
d e 1111 c a r r o p e s a d a m e n t e c a r g a d o sobre un suelo e m p e d r a d o ,
que los extraviados vieron t e r m i n a n d o con un f u e r t e estallido. Los h a b i t a n t e s se a l a r m a -
y en el pasado, se oyeron 2
V.
fuertes ruidos subterráneos
q u e causaban ronco estrépito, i Oh, pueblo g u a n a j u a t e n s e ,
cual si todas las montañas, pueblo heroico, grande, noble,
crujieran en sus cimientos, ceñiste imperial c o r o n a 3
á la Virgen se acudía á tu veneranda imagen,
por el aterrado pueblo y rico y valioso cetro
y era de suntuosas fiestas en su m a n o colocaste.
y veneración objeto. Un regio manto has prendido,
Y dice una tradición con perlas y con brillantes,
q u e es constante en nuestro pueblo, encasquillados en oro
que en mil ochocientos once, de los mejores quilates,
cuando atacar pretendieron, á los hombros de tu Reina
la ciudad desguarnecida, que ha vivido invulnerable,
numerosos guerrilleros y aún vive, desafiando
la miraron resguardada en sus egregios altares,
por u n formidable ejército, las tormentas de los siglos
y en medio de él, á la Virgen, y el polvo de las edades.
por cuyo e x t r a ñ o suceso, Yo tus creencias respeto
la < banda de Generala" y admiro tu fe constante;
colocaron en su pecho. me seducen tus leyendas
como encantado miraje.
ron y h u y e r o n d e la p o b l a c i ó n , sin l l e v a r s e la m u c h a c a n t i d a d
T u historia, tus tradiciones,
d e b a r r a s d e p l a t a q u e h a b í a en l a s h a c i e n d a s de beneficio.»—
Dic. de H i s t o r i a y G e o g r a f í a , T . I I I , p á g s . 720 y 721.—N. d e l A. t u s luchas y t u s afanes,
2 E s t e m i s m o f e n ó m e n o se o b s e r v ó e n los afíos d e 1859 y
merecen que los poetas
1874, e n c o m e n d a n d o el g o b i e r n o el e s t u d i o d e l caso, a l s a b o
s e i s m ó l o g o g u a n a j u a t e n s e I n g . D . J u a n N . C o n t r e r a s , q u i e n in-
f o r m ó , q u e c o m o el f e n ó m e n o e s t a b a c i r c u n s c r i t o á la s i e r r a , en
3 D o n J u a n d e Dios F e r n á n d e z d e S o u s a , en un p e r g a m i n o
un radio d e m á s de diez l e g u a s , m u y r e t i r a d o del c e n t r o , y co-
i m p r e s o e n M é x i c o el a ñ o de >764, r e f i r i é n d o s e al c u l t o t r i b u t a -
m o c a s o d e h a b e r r e s p i r a d e r o s , é s t o s se v e r i f i c a r í a n en las «do-
m a s , » e s t a n d o G u a n a j u a t o á m á s d e d o s mil m e t r o s s o b r e el ni- d o á la V i r g e n d e G u a n a j u a t o , d i c e : y c o m o á fu R e y n a ,
vel del m a r , n o h a b r í a e r u p c i ó n d e l a v a s i n c a n d e s c e n t e s , s i n o le p u f i e r o n en la c a b e z a de tiempo inmemorial acá, u n a C o r o n a
lodo, g a s e s ó a g u a c a l i e n t e , c o m o p a s ó e n Q u i t o , en los A n d e s i m p e r i a l d e o r o , t r i b u t o d e f u s m i n a s , a v a l o r a d a en fu c a u d a l
d e l P e r ú y en el J o r u l l o . - N . d e l A. por fu fineza y m a g n i t u d . » — N . DEI. A.
en áureas rimas engarcen,
porque son vivo reflejo
de tu pasado gigante,
de tu esplendor, de tu gloria,
de tus hechos inmortales!

Julio de 1902.

X a s Cabe3as be los Ibéroes.

A mi e s l i m a d o y fino a m i g o ,
el S r . D r . D . Cornelio L a r i o s .

4 Luminosos espectros del martirio,


gigantes de la historia y de la Fama,
que levantáis el majestuoso vuelo
de la inmortalidad sobre las alas;

y os cernís más allá de los cristales


de las nevadas cumbres del Análiuac,
do fragoroso el rayo se pasea
y se remonta soberana el águila!

Esforzados varones que en un día,


fieros surgisteis en la lid osada,
e m p u ñ a n d o la enseña de los libres
por redimir de su abyección al paria!
Sombras augustas del excelso Hidalgo, Y no comprendo cómo ese heroísmo
de Allende, de Jiménez y de Alda/na, víctima p u d o ser de crueldad tanta,
que sois la encarnación g e n u i n a y p u r a que hubo manos sacrilegas é impuras
del deber, del honor y de la Patria! que aun muertos, oh dolor, os profanaran

Apóstoles de pronto convertidos Al brotar en mi m e n t e los recuerdos


en gladiadores de soberbia talla, de la epopeya aterradora y trágica,
á cuyo aliento despertó p u j a n t e de Granad i tas en los rotos ángulos,
del g r a n C u a u h t é m o c la indomable raza, pendientes miro aún las cuatro escarpias,

y así, transfigurados en caudillos do suspendieron en aciagos días,


y héroes t a m b i é n , ' l a sangre derramada de tosco hierro las infames jaulas,
por vosotros, f u é el óleo con que ungiera que por más de dos lustros encerraron
su frente, la sublime Democracia! vuestras nobles cabezas venerandas.

¡Ay! Cuando torno triste el pensamiento Y me parece ver sobre la puerta


hacia las sombras de la edad pasada, de la vetusta Albóndiga, grabada,
y turbado mi espíritu, medita la sangrienta inscripción, en l a q u e «insignes»
en los violentos choques, en las ansias «fascinerosos,» sin rubor llamaran,

de esa labor audaz y prodigiosa, á los q u e fueron vivos luminares


de esa magnífica y sublime Iliada, de justicia, de amor y de esperanza,
que empieza en la Parroquia de Dolores paladines y mártires gloriosos
y expira en los cadalsos de C h i h u a h u a , de la inviolable libertad h u m a n a .

más grandes os contemplo, y más admiro Yo he visto en horas de quebranto y duelo,


vuestra virtud y abnegación sin mancha, de nuestra historia al recorrer las páginas,
virtud y abnegación que más se avivan, surgir entre divinas claridades,
que crecen más mientras los tiempos p a s a n . ante las muchedumbres aterradas,
¿Do hallar la lira que eternice y cante,
aquellos vuestros cráneos carcomidos,
aquellas vuestras frentes soberanas, oh genios; vuestras ínclitas hazañas?
que tan grandes ideas incubaron, ¿Dónde encontrar los mágicos cinceles
á pedazos caer, de aliento .exhaustas; ni el bronce en que esculpir vuestras estatuas?

• i

y vacías las cuencas, do irradiase Mas yo sé que tenéis 1111 m o n u m e n t o


el ardiente fulgor de las miradas, de perdurable vida en nuestras almas;
que chispeó con lumbre de relámpagos yo sé que nuestros hijos, en vosotros,
al vibrar el clarín en la batalla. hallarán 1111 ejemplo, una enseñanza.

Y vi en los labios ateridos, yertos, de lo que es el deber, de que la gloria


sólo en las cumbres del dolor se cuaja,
congelado el acento de la Patria;
como en los cielos tormentosa n u b e
el que dijo á las turbas: ¡Levantáos,
que se deshace en tempestad de lágrimas!
muertas primero, q u e vivir esclavas!

Y esas vuestras reliquias, que debieron Sabrán que son la adversidad, la lucha,
en urnas de oro y de marfil guardarlas, la fe, el valor, la prueba, la constancia,
los y u n q u e s en que al golpe del destino,
allí las azotaron las tormentas
y fueron por los soles calcinadas; toda la vida universal se f r a g u a .

Que el q u e quiera escalar la a b r u p t a cumbre,


allí desmoronáronse, abatidas
tiene por fuerza q u e sangrar las plantas,
del vendabal por las furiosas ráfagas,
y que la sed de la Verdad, tan sólo
y en la picota vil, escarneciólas
con hiél acerba se mitiga y calma.
De Calleja del Rey la negra infamia !

¡Ah! ¿Cómo no he d e amar mi patrio nido? Y refieren los criollos de esta tierra,
' ¿cómo 110 he de querer estas montañas que en las tranquilas noches consteladas,
donde nací, si el sacrosanto polvo • envuelto en blanca y vaporosa veste,
de nuestros padres en su seno guardan? 1111 ángel cariñoso se acercaba
á do pendieron en aciagos días,
de tosco hierro las infames jaulas,
dejando en cada cráneo de los héroes
frescas coronas de laurel y palmas,

para ensalzar el nombre, las proezas,


y tributar admiración y fama,
X a s IPelas t>el pafcre
á los que dieron su preciosa vida,
por darnos vida y libertad y patria!
Xegentm popular

¡Gloria! canten los bosques d é l a América;


¡Gloria! repita el eco en las montañas;
¡Gloria! pregonen los sonoros t u m b o s I.
de los mares que azotan nuestras playas!
L a superstición es hija
de la ignorancia, y no en balde,
Que cada corazón, santuario sea; ha sido origen de m u c h a s
que cada pecho se convierta en ara; consejas extravagantes.
dadles todo el amor que se merecen, La imaginación del vulgo,
toda la gratitud de vuestras almas! fantástica, inagotable,
con los hechos más sencillos,
más claros y naturales,
ha zurcido mil leyendas

*
y mil cuentos espantables,
á propósito del nombre
de una plaza ó de una calle,
de un callejón ó de 1111 cerro,
ó cualquier otro paraje,
d o n d e á media noche, dicen,
que algún alma en pena sale.
á do pendieron en aciagos días,
de tosco hierro las infames jaulas,
dejando en cada cráneo de los héroes
frescas coronas de laurel y palmas,

para ensalzar el nombre, las proezas,


y tributar admiración y fama,
X a s IDelas t>el pafcre
á los que dieron su preciosa vida,
por darnos vida y libertad y patria!
Xegentia popular

¡Gloria! canten los bosques d é l a América;


¡Gloria! repita el eco en las montañas;
¡Gloria! pregonen los sonoros t u m b o s I.
de los mares que azotan nuestras playas!
L a superstición es hija
de la ignorancia, y no en balde,
Que cada corazón, santuario sea; ha sido origen de m u c h a s
que cada pecho se convierta en ara; consejas extravagantes.
dadles todo el amor que se merecen, La imaginación del vulgo,
toda la gratitud de vuestras almas! fantástica, inagotable,
con los hechos más sencillos,
más claros y naturales,
ha zurcido mil leyendas

*
y mil cuentos espantables,
á propósito del n o m b r e
de una plaza ó de una calle,
de un callejón ó de 1111 cerro,
ó cualquier otro paraje,
d o n d e á media noche, dicen,
que algún alma en pena sale.
para hacer revelaciones
II.
de fabulosos caudales,
que sepultados se encuentran En la m u y antigua hacienda
desde remotas edades. de beneficiar metales,
O bien se t r a t a de b r u j a s , que f u é «Santiago de Rocha,»
viejas horribles é infames, y después de «Rocha Grande;»
que secuestran á los niños donde el «lavadero» nuevo
y que les c h u p a n la sangre. construvérase más tarde,
O de algún «zorro» hechicero, hubo antaño una Capilla
que con inmundos brevajes, en que culto llegó á darse
logra el amor de una joven á un vetusto crucifijo
para el desdeñado amante. que en la «Casa Rui» guardábase,
Nos hablan de encantamientos como preciosa reliquia
de palacios y ciudades, de otras eras venerables.
á cuya entrada hay cavernas, A ese Cristo, le llamaban
dédalos inextricables, de «La Caridad» enantes,
resguardados por dragones, y fué, s e g ú n lo refieren
por endriagos y gigantes. las consejas populares,
De esos pueriles relatos, m u y milagroso, entre muchas
por sencillos, agradables, de aquellas toscas imágenes,
con q u e el sueño de la infancia que el Rey Felipe S e g u n d o
arrullaron nuestros padres; á la Nueva España enviase.
de esas hermosas leyendas
de esos cuentos populares,
De la iglesia de mi cuento,
que surgen en la memoria
era capellán 1111 Padre
como borroso paisaje,
cuyo nombre 110 conserva
he tomado el episodio,
la tradición; mas se sabe,
que sin brillo ni realce,
<iue una pavorosa noche,
en desaliñados versos
de esas noches estivales,
p e r m i t i d m e q u e os lo narre.
en que estaba la tormenta
muy p r ó x i m a á desatarse; tan largo y penoso el viaje!
en que del viento las rachas El camino, con la lluvia
casi descuajan los árboles, se encontrará intransitable.
y en los cielos se vislumbra
E s t á bien; si me despacha
con lívidas claridades
y muere sin confesarse
la viva luz del relámpago,
el enfermo, me descargo
y el t r u e n o asorda los aires,
en usted, y usted lo sabe,
al capellán presentóse
q u e yo no quiero que venga
un hombre de h u m i l d e clase,
después el d i f u n t o á hablarme,
pidiendo con m u c h a urgencia,
ni atrapar con Dios ó el diablo
para un enfermo muy grave
más responsabilidades.
que se encontraba en S a n t a Ana,
—Ave, María; blasfemas.
auxilios espirituales.
— N o blasfemo; pero . . . el Padre
E n t e r a d o del asunto,
quedó un instante suspenso,
mas con desconfianza, el Padre,
penetró sin replicarle,
— n o puedo, di jóle al otro—
m a n d ó ensillar su caballo,
ir, cual queréis, al instante.
y m u r m u r a n d o una «Salve,»
E n Santa A n a hay confesor;
tomó los sagrados óleos
id por é l . — E s que ayer tarde
y en ancha capa embozándose,
salió para G u a n a j u a t o
—vamos—le dijo.—Salieron,
y a u n 110 regresa.—Buscadle.
y p u d o entonces mirarse
Quizá haya v u e l t o . — N o tal;
que al fulgurar 1111 relámpago
a u n q u e lo busque, es en balde;
con lívidas claridades,
dicen q u e se f u é á «retiro»
en las sombras se perdieron
y es fácil que se dilate
el i m p o r t u n o y el fraile.
lo menos u n a semana.
Con que ya veis — E s muy tarde,
y á mi pesar, imposible
III.
ir por esos andurriales.
E s tan obscura la noche, Pasan aullando los vientos
cual si fuesen tristes ayes;
tasca el freno y se despeña
del cielo las cataratas
por el voladero Caen
los fieros vórtices abren,
y rugiendo estrepitosa, jinete y cabalgadura
la tempestad se deshace. en las rocas destrozándose,
El caudaloso torrente mientras el bravo torrente,
rueda bramando en su cauce, cruza rugiendo en su cauce,
v se retuerce y encorva y se retuerce v encorva
sus escamas ondulantes; sus escamas ondulantes.
aquí socava montañas,
acullá, troncos abate,
inunda fértiles campos,
H u b o muchos comentarios
miserables chozas barre,
del suceso, sin que nadie
y avanza, avanza:sin t r e g u a ,
pudiera saber qué suerte
como corcel, que salvaje,
cupo al desdichado Padre,
sintiera constantemente
pues se perdió en el misterio
el punzador acicate.
Iban con r u m b o á Santa Ana con su nombre, su cadáver;
los nocturnos caminantes, pero como cierto tienen
por una difícil senda las consejas populares,
que cruza entre peñascales, q u e en el lugar en que el clérigo
do faldeando «Cerro Gordo.» se despeñó, al derramarse
hay un barranco espantable; los óleos sobre la roca,
cuando u n g r u p o de bandidos dejaron como señales,
q u e allí en acecho ocultábanse, dos blancas huellas, que el vulgo,
de concierto con el otro toma por cirios q u e arden,
que en busca salió del P a d r e , y por eso dicen todos
asáltanlo de improviso, q u e son Las I e/as de! Padre.
y sin defensa ni escape,
intenta volver la grupa,
y el caballo, encabritándose.
£ 1 ¿Diablo en los Ejercicios.

»-••'•».i":
XegenDa Del d i n e r a l De IRagas.

I. i l

Piense el lector lo q u e g u s t e
sobre este caso e s t u p e n d o ,
:; I
iír'íH
q u e en el Mineral d e R a y a s r!
:• . i
ocurrió en l e j a n o t i e m p o , ti,i:
. y q u e voy á referirle
sin hacer n i n g ú n comento,
en m a l f o r j a d o r o m a n c e
de h u m i l d e s y r u d o s versos.
X o le q u i t o ni le p o n g o
al relato, nada nuevo,
q u e si bien las tradiciones
d e a l g ú n curioso suceso, r"
se desfiguran y m e n g u a n
en boca del vulgo, creo
q u e no acontece lo m i s m o
si el q u e relata los hechos,
es p e r s o n a d e conciencia,
de ilustración y criterio. al cabo de algunos años,
Y tal sucede en el caso regresó al hogar paterno.
con este acontecimiento, Y f u é tanto el entusiasmo
que refirió un literato y tan ardiente su celo,
y sacerdote de mérito, que con otros minoristas,
en llano y fácil estilo, sus antiguos compañeros,
y dándole un tono serio, levantó, según refieren,
sin q u e yo afirme ni niegue de San Miguel en el cerro,
si es leyenda, historia ó cuento. pequeña iglesia, en que había
como en los mejores templos,
cálices, palios bordados,
Desde que pisó las aulas,
y blandones y ornamentos.
F u é Lucio un niño modelo,
No faltaba allí la misa,
de precoz inteligencia,
ni el «Corpus» ni el «Jubileo,»
de tan claro talento,
la «tercia» y los. «maitines,»
tan constante en el estudio
y en el púlpito severo,
y á las letras tan afecto,
el sermón q u e predicaba
que sobresalió bien pronto
aquel Bossuet en pequeño,
de todos sus compañeros,
el seminarista Lucio,
y la estimación captóse
orador de g r a n d e s vuelos.
de los más doctos maestros.
Un día, prestes y diáconos,
H i j o de rica familia,
al Seminario volvieron,
de prosapia y abolengo,
menos Lucio, quien quedóse
enviósele al Seminario
sin auditorio y sin templo.
de Yalladolid, por cierto,
Entonces caminó de rumbo
m u y reputado entre todos
en pos de horizontes nuevos,
los planteles de aquel tiempo.
y al plantel de la P u r í s i m a '
La carrera de eclesiástico
entró á estudiar el Derecho.
abrazó con m u c h o empeño,
y al recibir la tonsura,
i E l Colegio del E s t a d o , q u e s e l l a m ó d e la P u r í s i m a , e n
según el ritual severo, aquella é p o c a .
De vuelta de vacaciones,
con gran sorpresa supieron
II.
todos los seminaristas,
q u e era Lucio otro sujeto:
¡Cuán obscuro es el destino
porque en vez de usar sotana
del hombre, de este Proteo,
y acanalado sombrero,
q u e como el hijo de Tetis
con chistera y con levita
se transforma, y con el tiempo.
lo miraban de paseo,
lanza audaz la inteligencia
hablando de las «Partidas,»
en pos de ideales nuevos,
«Las Pandectas» y «El Digesto.
sin que substraerse pueda
á la corriente del medio,
— ¡Colgó los hábitos Lucio! pobre guijarro impelido
todas las gentes dijeron; á mares hondos, sin término . . . !
mas de la verdad del caso Pero vamos al relato,
á fe que 110 andaban lejos; y ya 110 filosofemos:
porque Lucio, dedicóse Lucio, al cabo, arrepentido,
al Foro con noble empeño, hubo de tornar al templo;
y el título de abogado y á una «tanda de ejercicios,»
obtuvo con lucimiento.
ingresó, por fin, resuelto.
De la Cátedra Sagrada
Mas antes de que prosiga,
ya no j u s t ó en el torneo
0I1, caro lector, mi cuento,
y olvidó los Santos Padres,
es preciso que recuerde
la S u m m a y el Evangelio.
el lugar de los sucesos,
E11 la tribuna política
y que desborde la lira
desató el potente verbo,
sus más vibrantes arpegios,
cual otro Dantón hablóle
evocando la grandeza
de libertades al pueblo,
del Mineral opulento,
de los Derechos del hombre,
que en mil quinientos cincuenta
de la Patria, del Progreso . . .
descubrió un humilde arriero.
F u é «Rayas:» su nombre debe La sola Mina de Rayas
á J u a n de Raya, que u n tiempo, produjo de España al Reino,
explotó la «Yeta Madre» un tesoro: ¡diez y siete
millones de duros pesos/

Del Marqués los sucesores


fueron como él, espléndidos,
pues Don Vicente Manuel
costeó la mitad del templo
de la hermosa Compañía,
que es del arte un monumento.
De la Presa de la Olla
levantó el dique soberbio,
y en el Mineral de «Rayas»
gastó un caudal, construyendo
la primorosa Capilla
de calados arabescos,
que cual la bella Giralda
elevándose á los cielos,
surge como fiel testigo
con gran f o r t u n a , obteniendo
de la piedad de otros tiempos,
el oro q u é estas montañas
entre las desiertas ruinas
g u a r d a n en sus ricos senos.
del Mineral opulento,
Mas cuando llegó la mina
que por sus grandes riquezas
á su mayor apogeo,
f u é asombro del m u n d o entero.
f u é en poder de Sardaneta
y Legaspi, el tercer dueño,
llamado el Marqués de Rayas,
inteligente minero,
H o y , en la opuesta ladera,
más noble que por su título,
y casi enfrente del templo,
por su corazón benéfico.
de la «Casa de Ejercicios»
¡En las casas de «retiro»
se contemplan los cimientos. vaya que es u n caso nuevo!
Y f u é allí donde pasaron ¡Si la Reina Catalina,
los extraordinarios hechos, creyendo á su hijo muerto,
á Lucio, el protagonista y que de Madrid llegaba,
de este intrincado suceso. 110 quiso siquiera verlo!
¡Si el Padre Alonso Rodríguez,
á quien se ordenó exprofeso
III. que hablara con sus parientes
«dos palabras,» m u y discreto,
U n a tarde, ya muy tarde, bajó hasta la portería
pues estaba oscureciendo, sin osar siquiera verlos
u n misterioso individuo ni levantar la cabeza,
presentósele al portero. sólo les dijo: «¡Laus Deo!»
—Con u n o de los «hermanos,» E s , por lo tanto, imposible
dijo el e x t r a ñ o sujeto— q u e éntre aquí ese caballero;
m e importa hablar de un asunto mas si el Superior lo manda . .
m u y urgente, grave y serio. que él lo ordene y lo obedezco.
—Avisaré al «celador;» El Superior, informado,
m u y aturdido el portero resolvió:—Si el caso es serio,
le contestó. id, y decidle al «hermano»
q u e yo en libertad le dejo.
— P u e s avise
que de G u a n a j u a t o vengo
y es preciso que ahora mismo No bien avisóse á Lucio
hable al «hermano.» El portero que se le buscaba, luego,
dióle cuenta al «celador» se negó r o t u n d a m e n t e
del caso tan estupendo. á hablar con el caballero;
—¿Qué dices?—aquél pregunta pero éste, sin inmutarse,
haciendo mil aspavientos:
y en sus pretensiones, terco,
—-¿Hablar á un «ejercitante»?
insistió en que su negocio
¡Es escandaloso esto!
era importante y secreto; que en G u a n a j u a t o . esa noche,
y en recados y recados, iba á dar rico minero.
f u é el escándalo en aumento, Jamás en su vida, Lucio
viéndose obligado Lucio había visto á ese sujeto,
á recibirlo. ¡Qué aprieto! que saludó cortesmente,
Mas ¿en q u é lugar lo haría? y tomó en seguida asiento,
¿en q u é celda, en q n é aposento? hablando con elocuencia
¿en pasillos? ni pensarlo; al buen Lucio, en estos términos:
¿en la iglesia? m u c h o menos. —Bien está que cuando el hombre
— P u e s que pase al refectorio— cansado del mundo, enfermo,
dijo Lucio ya molesto. con el corazón marchito
por desengaños y duelos,
E n t r ó al fin el personaje; busque en el claustro un refugio
era un hombre corpulento, donde olvidar sus tormentos,
de fascinantes miradas, d o n d e ocultar sus tristezas
de barba y cabello crespos. y sus cidpas y sus yerros;
Correctamente vestía, pero vos sois joven, rico,
sin llevar en el sombrero ilustrado, de talento,
en el calzado y el traje, ¿qué hacéis aquí? estos lugares
el más leve desaseo; oprimen el alma, yertos
lo que con mucha extrañeza dejan nuestros corazones,
notó Lucio en el momento, matan nuestros sentimientos;
pues de G u a n a j u a t o á «Rayas» hacen timorato y débil
es m u y polvoso el trayecto, al más robusto cerebro,
y sin embargo, el incógnito, y al espíritu le cortan
elegante hasta el extremo, sus más atrevidos vuelos.
bien pudiera presentarse ¡Esta noche nos convida
como el mejor caballero, al placer! Un baile espléndido
en el brillante sarao nos brinda con sus halagos,
de aristocrático centro. nos transportará á los cielos .
¡Cuántas m u j e r e s divinas, Y volviéndole la espalda
cuántos ojos hechiceros al importuno sujeto,
deslumbrantes como soles, ' se salió del refectorio
nos q u e m a r á n con s u fuego! en ese mismo momento.
¡Cuántos cimbradores talles,
No supo más; pero el caso
cuántos labios rojos, frescos,
f u é q u e atónitos, perplejos,
m u r m u r a r á n al oído
quedáronse «ejercitantes»
de amor, sublimes acentos. . .
y celador y portero,
Conque vamos, pues, al baile,
porque al extraño individuo
mi buen Lucio, gozaremos;
salir de allí 110 le vieron.
dejad pueriles escrúpulos,
Gran escándalo y gran susto
nada temáis, resolvéos.
originó este suceso,
A tantas insinuaciones,
porque en G u a n a j u a t o y «Rayas»
que trastornaban el seso,
todas las gentes dijeron,
en vano Lucio oponía
que en la «Casa de Ejercicios,»
mil excusas y argumentos.
u n extraño caballero
Entonces el personaje
cambió de p l a n . — P u e s hablemos que era el «Diablo,» quiso á Lucio
con claridad. ¿Qué os detiene? llevarse hasta los infiernos.
Decidme, ¿queréis dinero?
soy rico, soy poderoso, Yo 110 sé, lector querido,
tengo en el m u n d o buen puesto. si el asunto es ó no cierto;
Tomad os regalo este oro, mas, cual la historia lo dice,
1111 hombre, cual vos, de genio, así exacto lo refiero.
110 merece estar cohibido Y si alguno me tachare
entre las garras. . , .—¡Silencio! de supersticioso y crédulo,
dijo Lucio—si es acaso que con su pan se lo coma,
éste el asunto, resuelvo tal como lo sé, lo cuento.
q u e lo doy por terminado
y me retiro. Hasta luego.
%os Ibospítales.

(1565.)

I.

Estaba mediando apenas


el siglo décimo sexto,
c u a n d o era la N u e v a E s p a ñ a
teatro d e mil sucesos,
q u e por lo graves, tenían
m u y c o n m o v i d o este suelo,
s e m b r a n d o rencillas y odios
e n t r e nobles y pecheros.
Cortés, d o n H e r n a n d o , había
ido á Castilla, violento,
á contestar las d e m a n d a s
q u e en c o n t r a sm r a pusieron
los m i s m o s conquistadores,
por capítulos diversos.
Y á la sazón g o b e r n a b a
d e la N u e v a E s p a ñ a el reino,
Ñ u ñ o de Guzmán. que obtuvo
del Rey, poderes extensos,
para hacer con cuatro Oidores sugerido por Gonzalo
perpetuos repartimientos. Salazar, Factor del Reino;
Don Alonso de P a r a d a y f u é que jamás hiciera
y también su compañero ningunos repartimientos,
don Francisco Maldonado, lo q u e incitó la codicia
á poco tiempo murieron; de ricos y encomenderos;
quedando tan sólo al frente pero, en cambio, los Oidores
con don Ñ u ñ o , en el gobierno, y don Ñ u ñ o , convinieron
los Oidores Delgadillo en dar muchas encomiendas
y J u a n Ortiz de Matienzo. á sus criados y á sus deudos,
con las cuales obtenían
T a n pronto como la Audiencia crecidos emolumentos.
tomó posesión del puesto, M u y agitados andaban
á las ciudades y villas los asuntos del gobierno,
se convocó en el momento, porque el Factor Salazar
ordenando q u e m a n d a r a n en la i^udiencia movió pleito
procuradores á México, contra Cortés, designándole
con las memorias exactas con m u y despectivos términos,
de los indígenas pueblos que dejaban su conducta
entre los cuales se liarían y su honor, harto maltrechos.
los dichos repartimientos. E n los estrados se hallaba
un togado de abolengo:
N o bien los procuradores era J u a n de Altamirano,
a n t e don Ñ u ñ o estuvieron, q u e de Cortés personero,
le demandaron al punto se presentaba en la Audiencia
para informar en derecho.
que obedeciera el decreto;
Y al oír que Salazar
más aquél, á mil intrigas
se desataba en denuestos,
dando oídos, sin recelo,
llamando á Cortés, tirano,
hubo de aceptar al cabo
traidor, desleal, artero,
de Delgadillo un consejo
Altamirano, nervioso, que promueva su derecho
se levantó de su asiento, contra los conquistadores
y quitándose el bonete, que con el Marqués vinieron..
suplicó á la Audiencia, luego, Ceballos puso la queja
que á Salazar ordenase y los resultados, presto
más compostura y respeto; se hicieron sentir: prendidos
porque el Marqués don H e r n a n d o quedaron más de trescientos,,
era honrado y caballero. castigándolos con multas
Como Salazar siguiera y con penas de destierro.
hablando en tono incorrecto, Prosiguieron las demandas,
no pudo ya Altamirano entabláronse otros pleitos
reprimir la ira, y ciego, contra Cortés y los suyos,
desnudando de la vaina y proceso tras proceso
agudo puñal de acero, se acumuló, provocando
al Factor matado hubiera, el general descontento.
si en ese mismo momento, Y e n tanto, á los pobres indios,,
no lo abrazaran don Ñ u ñ o sin el menor miramiento,
y Delgadillo y Matienzo. como á bestias los trataban
don Ñ u ñ o y sus compañeros,,
Entonces á Altamirano pues marcábanles el rostro
mandólo la Audiencia preso, con vil y candente hierro;
y se p r o d u j o un escándalo y en Pánuco, según dice
que cundió por todo México. un historiador ibero,
Continuaron los Oidores á tantos indios herraron,
haciendo mil atropellos, que á durar Ñ u ñ o en el puesto,,
y vino secretamente en breve se despoblara
un tal Ceballos, diciendo de la Nueva E s p a ñ a el reino. 1
que reclamaba u n a herencia E n vez de estar en estrados
de que H e r n a n d o había dispuesto,
i Bernal D í a z . — C o n q u i s t a d e la N u e v a E s p a ñ a . T . I I , p á -
y le aconseja á don Ñ u ñ o gina 397.
los Oidores, en bureos, y como Oidores, don Vasco
en banquetes y amoríos de Quiroga, hombre benéfico,
se gastaban todo el tiempo. con Salmerón, Maldonado,
Delgadillo traficaba y con don Francisco Ceynos.
en el comercio de siervos, La Audiencia f u é recibida
y en beber y en «echar suertes» con gran regocijo en México,
ocupábase Matienzo. pues se anularon las cédulas
Y con don Ñ u ñ o , á ocasiones, de malos repartimientos,
los tres, estando en el juego, ya 110 h u b o venta de esclavos
derrochaban en apuestas, y se quebraron los hierros;
y sin tasa, los dineros. y las encomiendas hechas
á favoritos y deudos,
por los antiguos Oidores,
II.
quedaron ya sin efecto.
Llegaron al R e y de E s p a ñ a
acusaciones sin cuento,
denunciando con probanzas III.
tan escandalosos hechos; Ñ u ñ o de G u z m á n , por cartas
y el Rey y el Consejo de Indias que de Castilla vinieron,
mandaron en el momento, antes de llegar la Audiencia,
residenciar á don Ñ u ñ o al punto salió de México,
y á Delgadillo y Matienzo, y se dirigió á Jalisco,
y que en su lugar, vinieran arrancando de los pueblos
hombres de saber y rectos, á centenares de indígenas
á formar la nueva Audiencia que incorporaba á su ejército.
que funcionara en el Reino. E n su camino, clon Ñ u ñ o ,
A don Sebastián Ramírez por Michoacán, conociendo
Fuenleal, Obispo electo que de innúmeros tesoros
de Santo Domingo, envióse era el Rey Caltzontzi dueño,
á presidir el gobierno, como éste no le colmara
á don Ñ u ñ o los deseos, y los guió por la senda
por la f u e r t e suma de oro del deber, con sus consejos.
q u e le pidió, en el tormento
m a n d ó q u e se le q u e m a r a n Interesado en su suerte,
f u n d ó asilos y colegios,
los pies, y con saña, luego,
y m a n d ó q u e en la Provincia
al desdichado monarca
extensa de su gobierno,
de la horca suspendieron,
se f u n d a r a n «hospitales»
sin tener otro delito
para los niños y enfermos,
q u e defender su derecho.
y q u e hubiera u n a Capilla
anexa á cada uno de ellos.
IV. E n cumplir tan sabias órdenes
f u é G u a n a j u a t o el primero,
E r a el César Carlos Quinto
dependiente de la Diócesis
tan g r a n d e cual justiciero;
de don Vasco, en aquel tiempo;
porque al saber de don Ñ u ñ o
mas como eran los indígenas
el atroz comportamiento,
que poblaban estos centros,
á don Vasco de Quiroga,
de muy diferentes tribus
varón de virtud modelo, y numerosas, por cierto,
de saber y de conciencia, cuatro capillas en breve,
y de carácter enérgico, para los indios se hicieron.
- « V a s , - le dijo,—á Nueva España F u é la de los mexicanos
á gobernar ese Reino, la Capilla del Colegio,
no como Juez, como Obispo.» y la de los otomíes
Don Vasco aceptó, y cumpliendo quedó oculta en los soberbios
la provisión del monarca, m u r o s de «La Compañía»
vino y dió sabios acuerdos. cuando edificóse el templo.
F u é para los pobres indios E n donde hoy está la iglesia
u n padre a m a n t e y benévolo, de San José, construyeron
enseñóles nuevas artes, la de los indios mazahuas;
los confortó con su ejemplo,
y aquel santuario modesto sin mancha, puro, el recuerdo
que llaman «Los Hospitales,» de don Vasco de Quiroga,
á los tarascos les dieron. de aquél varón santo y bueno,
Prestaron los hospitales benefactor de los indios,
servicios grandes, inmensos, mentor ilustre y egregio,
cuando la espantosa peste cuyo nombre, G u a n a j u a t o
del «Matlazahuatl,» cundiendo evoca al mirar el templo,
por toda la Nueva E s p a ñ a q u e f u é la primer Parroquia
como terrible flagelo, q u e tuvo este rico suelo.
azotó á la raza indígena
dándole u n golpe tremendo;
porque la historia refiere 1
q u e de esa plaga murieron,
más de dos millones de indios,
sembrando pavor y duelo.

V.

H o y , oculto en las quebradas


de estos montes pintorescos,
"se ve de «Los Hospitales»
surgir el humilde templo,
entre los verdes n a r a n j o s
y olorosos limoneros,
lanzando su torrecilla
como u n a saeta al cielo.
Allí perdurable vive,

1 El P . A l e g r e d i c e q u e f o n la f u n d a c i ó n d e los h o s p i t a l e s
o r d e n a d a p o r D . V a s c o d e Q u i r o g a , se h i c i e r o n s e n t i r m e n o s en
G u a n a j u a t o los e s t r a g o s d e la p e s t e . — N . DEL A.
Mineral de " C a t a . '

ti:

j£l S e ñ o r be IDíllaseca.

Gra&íción Ibístóríca.
(1545).

I.

M Es. la f e p a r a las almas,


soplo q u e a n i m a y alienta,
q u e al p e n s a m i e n t o d a bríos
y al corazón entereza.
E s u n astro d e la mente;
pero d e luz tan intensa,
q u e m i e n t r a s m á s nos a l u m b r a ,
con s u s destellos nos ciega.
N o m i d e la fe tropiezos;
a c o m e t e h o n d o s problemas;
no h a y para su vuelo, abismos, que impartió con sus riquezas,
para su empuje, barreras. por su talento y virtudes
Los más g r a n d e s de la historia y sus costumbres austeras.
sólo han t r i u n f a d o por ella; Ese noble se llamaba
en su ideal han creído, Alonso de Villaseca,
los ha salvado su creencia. hombre de adusto carácter;
E n las más altas conquistas, pero de ejemplares prendas.
con q u e audaz el hombre sueña, A u n q u e se meció su cuna
en los asuntos más serios, en la mayor opulencia,
en las más á r d u a s empresas, no tuvo apego en la vida
ha sido la fe el baluarte ni al fausto ni á las riquezas.
en donde todo se estrella: Cifró toda su ventura
celos, ambiciones, odios, en hacer obras benéficas,
rencores, envidias, penas. y en los negocios de minas
L a fe salvó á la heroína alcanzó fortuna inmensa.
que figura en mi leyenda; T r a s de aquel semblante rígido
mas no siendo el caso, artículo y aquella r u d a apariencia
de fe, para tu conciencia, q u e mostraba don Alonso
bien puedes, lector amado, en su trato y sus maneras,
comentarlo como quieras; se ocultaba generosa
yo sólo relato el hecho, un alma siempre dispuesta
si lo dudas, no lo creas. para el bien, u n noble pecho
tan blando como la cera.
Nunca se vió á la desgracia
II. llamar en vano á las puertas
de tan insigne filántropo;
Dicen a n t i g u a s historias
y en premio á tantas larguezas,,
que en mil quinientos cuarenta,
su corazón bondadoso
hubo un noble toledano
nunca buscó recompensa,
que f u é célebre en América,
pues juzgaba cual lisonja
por los muchos beneficios
d é l a gratitud las muestras.
m a n d ó traer de la E s p a ñ a
Los pobres en él veían
tres Cristos, á sus expensas:
u n a s a n t a providencia;
u n o lo donó á Ixmiquilpan
un firme sostén las viudas,
donde su f o r t u n a hiciera,
un dulce amparo las h u é r f a n a s .
3' otro á las famosas minas
G r a n d e s colegios y asilos
del Real de Zacatecas.
se f u n d a r o n con sus rentas,
y aplicó crecidas sumas
E r a el ocho de septiembre
para dotes de doncellas.
de mil quinientos ochenta,
cuando á Dios entregó el alma
it Así gozó don Alonso Alonso de Villaseca.
'IE de la estimación sincera,
"i IW Y al morir el potentado
1
31
de aquella que no se compra
con dinero y con bajezas.
ordenó á sus albaceas,
que se remitiese á «Cata»
¡1 o;:. Y contaba de los pobres el Cristo que allí veneran.
I1 | n [i rf'- con la voluntad completa, La muerte de don Alonso
porque en su intachable vida, produjo gran condolencia;
Hi los años y la experiencia, m a n d ó el Virre}', que al cadáver
lit cuando frecuentó la corte, solemnes honras se hicieran;
l e dieron patentes pruebas, pues en un grave t u m u l t o
de que es raro el poderoso que h u b o en México, se cuenta,,
cuya protección no encierra q u e á no salir don Alonso
sanidades y egoísmo, con criados de sus haciendas,
calculadas conveniencias: y contener de la plebe
que la amistad de los grandes los excesos y violencias,
sólo desengaños deja, el Virrey y los oidores
y que oro es lo q u e oro vale, en grave apuro se vieran.
y lo demás. . . . son simplezas! Esto movió á los Ministros
Piadoso como n i n g u n o , del Rey, en correspondencia,.
con fe ardiente, verdadera, tributarle á don Alonso,
por su intervención benéfica, A n t e la tosca escultura
justos honores debidos de aquel Cristo de tez negra,
á sus excelentes prendas.
Se hizo traer de Ixmiqüilpan
el cuerpo, en u n a litera,
y se le hicieron en México
las más suntuosas exequias,
oficiando el Arzobispo
Pedro Moya de Contreras.
Y los más encopetados
d e la corte y de la Audiencia,
tuvieron á honor m u y alto
m
llevar el féretro á cuestas.
IS llilÉI
1

m•
¡Sil" '
Ilic
I III.

Más de treinta años pasaron


sin q u e el mandato cumplieran
del testador, y á la postre,
s e g ú n la historia lo muestra,
lili en mil seiscientos dieciocho,
Jiffjí uno de los albaceas,
¡llÉi de don Alonso heredero,
J|. j
(cuyo nombre no conserva
fe la tradición), t r a j o á «Cata»
" E l S e ñ o r d e V i l l a s e c a , " q u e s e v e n e r a e n la m i n a d e " C a l a , "
Guanajuato.

el Cristo que allí se encuentra


y al que llaman desde entonces
modelado en u n a pasta
«El Señor de Villaseca.»
de cartón, engrudo y cera,
nos dicen los que lo saben,
que iba á orar Marta la bella, Marta, unida en matrimonio
y á llevarle en las mañanas con un minero, León Peña,
u n ramo de flores frescas, amaba á otro, sentía
pidiéndole que u n milagro por él atracción inmensa.
como g r a n merced le hiciera. C u a n d o al hogar regresaba
de Marta el esposo, aquella
E r a Marta de la F u e n t e p u g n a b a por ocultarle
una linda «galereña,» en vano, su indiferencia.
de negros y ardientes ojos Pero León sorprendía
q u e miraban con terneza. algo en las pupilas negras
Un sol de encantos brillaba de Marta la infiel, y á veces
sobre su f r e n t e morena, reprimiendo su impaciencia,
y sus encendidos labios cuando el reproche acudía;
tan rojos y frescos eran, pero sin tener la prueba,
como la carnosa p u l p a por la frente del minero
de almibaradas cerezas. cruzaba n u b e sangrienta,
Su talle lo envidiarían y quedaba pensativo
los juncos y las palmeras, y taciturno León Peña;
su andar las movibles ondas, en tanto Marta, llorando,
sus blancos dientes las perlas, sin levantar la cabeza,
y las sombras de la noche fingiendo amor, le decía:
el ébano de sus trenzas. —¡Si son cosas que tú inventas. . . !

¿Qué milagro le pedía


al «Señor d e Villaseca» Así se fueron pasando
cuando le llevaba flores días, semanas enteras,
Marta, la linda morena? y de León se tornaban
Misterios que el alma oculta* las dudas, en hondas penas.
hondas pasiones, sujetas No inquirió; pero su pecho
por el deber, ese potro se agitaba con violencia;
q u e á la maldad a t o r m e n t a . porque punza más la herida
que hace en el alma una afrenta. le dice con voz m u y tierna:
Marta, u n día, aprovechando —Voy á llevarle estas flores
de León la corta ausencia, al «Señor de VillaSeca.»
suponiendo que se hallaba Con la p u n t a de la daga
entregado á sus faenas, alzó León la servilleta,
se levantó de m a ñ a n a contemplando con asombro
m u y hacendosa y contenta, que rebosaba la cesta,
hizo u n opíparo almuerzo cuajada de lindas flores,
que colocó en una cesta blancas, perfumadas, frescas.
cubriéndola con bordada A n t e tan raro prodigio,
y preciosa servilleta. s e g ú n dice la leyenda,
hizo Marta juramento,
Y echando la cesta al brazo,
que mientras ella viviera,
y m u y feliz y risueña,
flores nunca faltarían
salió, camino del monte
al «Señor de Villaseca.»
en pos de su amada p r e n d a .
L a primaveral m a ñ a n a
estaba tibia, serena,
y al ir doblando, la hermosa,
de la m o n t a ñ a la cuesta,
cuando menos lo imagina,
cara á cara á León encuentra.
—¿A d ó n d e vas? irritado,
I
León le interroga al verla—
¿Qué llevas ahí? ¿Qué es eso?
Pronto; responde, contesta.
Y sacando en el instante,
de su cinto, daga fiera,
al punto en que loco de ira
clavársela a Marta intenta,
alzando aquella los ojos,
361 Colegio bel iSstafco.

IRelato b í s t ó r í c o s o b r e su origen.
C1732 3.
R e s p e t u o s o h o m e n a j e al s a b i o
h i s t o r i a d o r , señor D o c t o r Don
Agustín Rivera.

I.

¡Oh, mi q u e r i d o Colegio,
c u n a intelectual de t a n t a s
celebridades q u e han dado
h o n o r y gloria á la P a t r i a !

¡Poco de ciencia y de vida,


q u é intenso f u l g o r d e r r a m a s
en la n o c h e d e los tiempos
con t u s lumínicas ráfagas!
Nectario d o n d e la ardiente t o r n a buscando un abrigo
j u v e n t u d , con locas ansias, cabe de tu sombra grata,
liba la miel del estudio como las medrosas aves
del libro en las bellas páginas. cuando la tormenta brama.

¡Nido de los sueños de oro, Al través de un blanco velo


de las ilusiones blancas, q u e dora la luz del alba,
de los afectos más puros sttrgir tu silueta miro,
que perduran en el alma! imponente, soberana,

¡Qué m u c h o que esta mi lira esfumándose en las sombras


evoque en r u d a s estancias, de las edades pasadas,
de tu brillante pasado así como se contempla
la imperecedera f a m a ' á la orilla de la playa,

¡Qué m u c h o q u e yo le r i n d a del faro la esbelta torre


p l e i t o - h o m e n a j e á la santa que gigante se levanta,
virtud de tus fundadores, de los espumosos mares
q u e cual limpio sol irradia! sobre la comba azulada.

Si todo aquel que ha nutrido Reflejo de aquellos siglos


su pensamiento en tus aulas, en que naciste, 110 extraña,
un imborrable recuerdo que en un saturado ambiente
de g r a t i t u d te consagra. de misticismo brotaras,

Si todo aquel que en las horas Cuando el dominio de América


del m u n d o , negras, amargas, dióle á los Reyes de E s p a ñ a
cuando el frío desencanto la Santa Silla Apostólica
le hiere con m a n o helada, para imperar en Anáhuac,
f u é tan sólo la conquista Violando de los caciques
u n medio, del cual usaran la hospitalidad más franca,
para d i f u n d i r sus creencias iban sembrando exterminio
los católicos monarcas. por doquiera que p a s a b a n . 1

Y todas las prevenciones H a s t a las gradas del trono


de aquel poder emanadas, llegaron quejas amargas,
y las q u e el Consejo de I n d i a s que un sin n ú m e r o de abusos
al mismo tiempo dictara, y violencias denunciaban.

tendieron constantemente Y vivirán para siempre,


á extirpar la fe idolátrica imborrables y sin mancha,
entre los pueblos indígenas,
los abnegados esfuerzos,
dándoles la fe cristiana.
la heroica y firme constancia,

Para lograr esas miras, de Montesinos, de Córdova,


cónvirtióse Nueva España, y del insigne Las Casas,
en cubil d e encomenderos q u e al R e y Carlos Quinto hicieran
de ambiciones no saciadas; tender aquí las miradas,

y en vez de instruir al indio y obtener mil providencias


en las religiosas prácticas, benéficas, del monarca,
aventureros infames para un pueblo que vivía
lucraron con carne h u m a n a . como infortunado paria.

El trabajo de los criollos i Refiere el h i s t o r i a d o r L a s Casas: q u e en C h o l u l a i n t i m ó


sin miramiento explotaban, el c o n q u i s t a d o r al c a u q u e q u e hiciera v e n i r cinco ó seis m i l in-
dios d e c a r g a p a i a c o n d u c i r v í v e r e s y objetos, y h a b i e n d o con-
pues p a r a ellos no eran hombres c u r r i d o m á s de ciento, los a p r i s i o n a r o n con grillos y c a d e n a s y
tan sólo bestias de cargas. los q u t m a r ó n vivos a t a d o s á un palo — O b r a s d e L a s C a s a s . T .
I. p á g . 134.—N. DHL A.
E n t r e los desnudos pechos
hasta los risueños lagos
de aquella g e n t e bizarra,
d o n d e se f u n d ó el A n á h u a c ,
y los de los castellanos
en cenizas convertido
cubiertos con férrea malla,
quedó para siempre. . . ! N a d a

interpuso el misionero
su saber y su palabra, conserva de esos anales
sus ejemplares virtudes la h u m a n i d a d . . . . F u e r a insana
y su abnegación sin tacha. la intención del que quisiera
rehacer obra tan rara.

Mas, ay, q u e también cayeron


por la nueva fe exaltada, E n vano el sabio procura,
los ídolos y los dioses con sus audaces miradas,
que el conquistado adoraba. rebuscar en el pasado
el origen de las razas.

Derrumbáronse los templos


de Cozutnel, Zempoala, El pasado sólo es polvo,
y el famoso de Texcoco, y de la historia m u n d a n a ,
envuelto quedó en las llamas. el hombre sólo conoce
algunas dispersas páginas.
Y sobre u n montón de ruinas,
vertió el indio acerbas lágrimas,
al contemplar hechas polvo
sus creencias y sus aras.
II.

E l precioso manuscrito Franciscanos y dominicos,


donde la historia constaba, y otras órdenes monásticas,
de la inmigración indígena para las Indias enviaron
desde el Septentrión del Asia, los castellanos monarcas.
Abarcaron la política,
Y entre todas las misiones la historia, las matemáticas,
venidas á Nueva España, las lenguas m u e r t a s y vivas,
se notó la de jesuítas las literaturas clásicas.
por su saber y constancia.

Dirigieron las conciencias


A pie, con m u c h a pobreza,
de grandes y de monarcas,
desde las remotas playas
y con sus predicaciones
de Veracruz, hasta México,
dominaron á las masas.
hizo el jesuíta su marcha.

G u a n a j u a t o era u n a Villa,
E m p r e n d i ó por todas partes
q u e disfrutando de fama,
u n a activa propaganda,
por los inmensos tesoros
y por doquiera colegios
que sus minas derramaban,
y conventos levantaba.

de los Reyes de Castilla


Así los tiempos pasaron,
pronto atrajo las miradas,
y f u n d i é r o n s e las razas,
y fueron nobles los ricos
y el conquistador, al criollo,
mineros de esta comarca. 1
le dió sus creencias, su habla.

C u a n d o el R e y Felipe Quinto
Sus leyes, fueron las lej'és
nuevas nupcias concertaba
q u e el Consejo de Indias d a b a t
con Isabel de Farnesio,
y sus usos y costumbres
él Virrey, D u q u e de Arias,
los de las huestes hispanas.

i Conforme á las Reales Ordenanzas de Minería de N u e v a


Entonces, en ambos m u n d o s ,
E s p a ñ a , el R e y c o n c e d i ó á los q u e se d e d i c a b a n a l l a b o r í o d e
los jesuítas imperaban; m i n a s , las m e r c e d e s y p r i v i l e g i o s c o n c e d i d o s á los m i n e r o s d e
Castilla y d e l P e r ú , y e n f a v o r d e la M í n e r í a s e e s t a b l e c i ó t a m -
era su poder, inmenso,
bién el p r i v i l e g i o d e N o b l e z a . — N . DEL A.
su ciencia, p r o f u n d a y vasta.
le mandó, como presente
q u e u n a noche, q u e en la Iglesia
u n a vajilla de plata,
Parroquial, la ilustre dama,
y otras joyas primorosas
á místicas devociones
que G u a n a j u a t o le enviaba.
de «ejercicios,» se entregaba;

Y como f u e r a costumbre
aparecióse en el pulpito,
de los iberos monarcas,
vistiendo negra sotana,
con rangos y preeminencias
la figura de u n jesuíta
corresponder esas dádivas,
que elocuente predicaba,

á don Francisco de Busto


increpando con dureza
y Moya, minero de alta
á toda la gente vana,
representación, y Alcalde
por el m u c h o despilfarro
que en esta Villa mandaba,
que hiciera de las bonanzas.

de Marqués de San Clemente


Y que f u é tan persuasiva
le dió el título el monarca,
é insinuante su palabra,
y le nombró Caballero
en pro de los beneficios
del orden de Calatrava.
inmensos de la enseñanza,

Doña Josefa Teresa


que, conmovido h o n d a m e n t e
era del Marqués, hermana,
el corazón de la dama,
noble también, rica y viuda
un colegio de jesuítas
de don Gonzalo de A r a n d a .
resolvió que se f u n d a r a .

Y , cuentan vetustas crónicas,


Y cedió para el objeto,
por antiguas, olvidadas,
de su habitación la casa,
pues la piqueta del tiempo
bajo cuyo techo había
todo demuele y arrasa,
con cariño conservada,
u n a preciosa colmena E l Marqués de San Clemente,
q u e cuando cambió de casa, también el Marqués de Rayas,
h u b o de llevar consigo y don Francisco Iramátegui,
la m u y benéfica dama. y don José de Licéaga.

La abeja, ese hermoso insecto Todos, m u y ricos mineros,


de tenues y ágiles alas, sus caudales aprestaban,
es símbolo de venturas, y ordenaron que en sus minas
de trabajo y de constancia. u n a cesta se llenara

Y al morir la ilustre dueña con los más preciosos frutos


de aquel colmenar, es fama, y emplearlos en la fábrica
que las abejas tornaron del importante Colegio
al techo donde habitaban. cuya erección proyectaban.

Y allí se f u n d ó el Colegio, El Provincial, J u a n de Oviedo,


se dió la primera cátedra, al mirar largueza tanta,
ese panal tan fecundo al Virrey don J u a n de Acuña
en donde el saber se labra. le remitió sin tardanza,

Otros preclaros varones, un memorial ajustado


de gran f o r t u n a y prosapia, á la oblación tan preclara,
con donaciones espléndidas que por su conducto hacían
secundaron á la dama. los nobles de esta comarca.

F u e r o n don Pedro Bautista Accedió Felipe Quinto,


Lascuráin de R e t a n a , expidiendo por real gracia,
quien cuatro fincas de campo u n a cédula importante
para el Colegio legara. en pro de la noble causa.
Y dispuso que al Colegio Empero, los expulsados,
110 se le pusieran trabas, las exaltaciones calman,
y q u e Virreyes y Oidores y salen ocultamente
y prelados le a y u d a r a n . abandonando su casa.

Por cerca de cuatro lustros


III.
quedan cerradas las aulas,
¡Cuán mudable es la fortuna! y se administran sus fondos
El tiempo todo lo cambia; por la Mitra michoacana.
y lo que ayer f u é grandeza,
hoy es polvo, es humo, es nada! La J u n t a de aplicaciones
el viejo plantel restaura
C u a n d o el R e y Carlos Tercero y forma u n cuerpo docente
lanzó al m u n d o su pragmática, de maestros de g r a n fama.
expulsando á los jesuítas
de toda la Nueva España;
P e d r o Regil de Velasco,
al redoblar los tambores, llamado el D u q u e de Estrada,
y, ante las tropas formadas, como Rector del Colegio
hizo oír el pregonero por vez primera se encarga;
la voluntad del monarca.
y brillan por sus talentos
Al publicarse la orden, y su ilustración m u y vasta,
se suscita g r a n d e alarma, los Rojas y los Diosdados,
y el pueblo g u a n a j u a t e n s e los Reales y los Mangas.
en indignación estalla.

Impide q u e se ejecuten Mas tarde, la heroica lucha


los decretos del monarca, por la Independencia, estalla,
y ocultando á los jesuítas, y se abandonan los libros
queda la orden burlada. para salvar á la Patria.
De la insurrección los ecos '
sólo escuchan las montañas,
y México se convierte
en un campo de batalla.

Y consta en u n manuscrito,
que por precioso se g u a r d a ,
que el año de veinticuatro
de la centuria pasada,

expidió el primer Congreso


de esta E n t i d a d Soberana,
u n a ley, asaz curiosa,
cuya exposición rezaba:

«Que careciendo el Gobierno


«de las s u m a s necesarias,
«para impartir á los jóvenes
«la ilustración adecuada;

«á todos los habitantes


«del Estado, se ordenaba,
«que de cada cajetilla
«dos cigarros se sacaran,

«para invertir los productos


«en el sostén de las cátedras,
«en pagar á los maestros
«y fomentar la enseñanza.»
Erigido con los fondos
q u e el Gobierno destinara,
desde entonces, al Colegio,
del Estado se le llama.

Morir puede el caro nido


q u e dió sér á nuestras almas;
pero morir nunca pueden
ni su gloria ni su fama.

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Xa X a g u n a be S a n g r e .
XegeiiOa
Histórica I>e Quanasbuato g De H>urir(apíin&aro

A MI ESTIMADO
Y F I N O A M I G O , KL C O N C I E N Z U D O Y E R U D I T O H I S T O R I A D O R ,
SR. LIC. D . G E N A R O GARCÍA,
DIRECTOR DEL M U S E O NACIONAL.

Rasgad las sombras de la cripta hueca


Y registrad los senos d e olvido. . . .
¿Do está Chalcbiutlanet el chichimeca.
Mitl, el cultor d e dioses, d o se ha ¡do?
NETZAHUALCOYOTL.

I.

QUANASHUATO.

E n v u e l t o s e n t r e las s o m b r a s
d e las edades lejanas,
en c u a n t o al obscuro f o n d o
del pasado, el h o m b r e abarca,
surgen los vivos recuerdos
de u n a legendaria raza,
q u e en la noche de los siglos,
h u n d e sus r o b u s t a s plantas.
F u é la raza chichimeca,
la m á s indómita y brava
de todas las que poblaron virgen, hermosa, inhollada,
el vasto imperio de A n á h u a c . cuyo p r o f u n d o silencio
Antes que doblar la.frente sólo á intervalos turbaba,
y que vivir humillada, el fiero rugir del «puma,»
bajo el ominoso y u g o y del huracán las rachas
de Acolhuatzin el monarca, y los cantos de las aves
prefirió vagar errante y el rumor de las cascadas.
por selvas y por montañas,
teniendo por sólo abrigo Y aquí f u é donde los hijos
las cavernas escarpadas,
de la chichimeca raza,
d o n d e las salvajes fieras
en P a x t í t l a n encontraron
albergue á su prole daban.
u n lugar para su estancia;
porque según lo refieren
Entonces ¿qué era esta tierra antiguos sabios, es fama,
en cuyas h o n d a s entrañas, que vagando los indígenas
mil recónditos tesoros de «El Meco» por la montaña,
oculta en sus venas áureas? advirtieron un peñasco
¿Qué era este suelo prolífico que afecta en formas m u y claras,
circundado de montañas, la simbólica figura
q u e como ingentes colosos de u n a gigantesca «Rana.»
en formidable batalla,
Y el Agorero, explicando
crispando los recios músculos,
la maravilla encontrada,
los anchos torsos enarcan?
dijo:—«Es la diosa, es el n u m e n ,
E r a u n a fragosa sierra
émulo del gran Itzáquatl,
de altos pinos coronada
que Mitl, el re}' poderoso,
y de p e r f u m a d o s robles
ordenó que se adorara,
y de encinas centenarias;
y forjó en oro macizo
ostentando esa grandeza, <
y recamó de esmeraldas.»
imponente, soberana,
de la N a t u r a salvaje, Y dicen los que lo saben,
que la aldea que formaran
en torno de aquel peñasco Tzintzuntzan, Texcoco, Pátzcuaro
los chichimecas, es fama, y Yuriria, lo proclaman;
que se llamó Quanashuato, pues si en los bosques tenían
voz de la lengua tarasca, hermosas piezas de caza,
que significa en romance: rica y abundante pesca
«lugar montuoso de ranas.» 1 en los lagos encontraban.
Buscaron los chichimecas
otras regiones más amplias,
del anchuroso «Bajío»
II. en las fértiles comarcas;
y encaminando sus pasos
YURIRIAPUNDARO.
á la cadena volcánica,
que desde el Valle de Yuriria
Todas las tribus indígenas, sus conos-truncados alza,
pobladoras del Anáhuac, á orillas del cráter-lago
siguiendo las tradiciones que ahora «La Alberca» le llaman, 1
d e sus jefes y monarcas, fundaron Yuririhapihida.ro,
á orillas de las lagunas capital de la comarca,
risueños pueblos fundaban:

i F r a y Balthassar d e Medina, en un p e r g a m i n o impreso en tengan su origen en el idioma d e la respectiva vecina; y la


M é x i c o el a ñ o d e 1682, titulado «Chronica d e la Provincia d e q u e hoy forma el E s t a d o d e Guanajuato, era, cabalmente,Jio
San Diego,» á la p a g . 257, dice: Su n o m b r e «Quanashuato,» es frontera e n t r e los chichimecas y los tarascos. E s esto t a n t o más
•del i d i o m a y nación d e los tarascos, q u e quiere dezir: «Cerro natural en el caso que nos ocupa, c u a n t o q u e los tarascos aven-
•de ranas;» p o r q u e los a n t i g u o s hallaron en aquel sitio una pie- tajaban en m u c h o á sus vecinos en ciencia é ilustración; y, p o r
d r a d e la figura y forma d e una R a n a ; y como los Yndios Genti- lo mismo, n a d a tiene d e particular q u e fueran ellos quienes, á
les idólatras eran Agoreros, d e lss acasos, y accidentes hacían veces, d a b a n nombre á diversos objetos y pueblos d e sus colin-
misterio y culto diabólico á sus Ydolos.» —N. DEL A. d a n t e s . Así vemos que, 110 sólo la entonces pobre aldea d e
Guanajuato, sino la misma capital ch chimeca, Y u r i r i a p ú n d a -
El Pbro. D. Lucio Marmolejo en sus «Efemérides G u a n a -
ro, deriva también su n o m b r e del tarasco. . . .»—N. DEL A.
juatenses,» edición d e 1883, T . I. pag. 122, dice: «Llama la
atención d e muchos q u e el n o m b r e de esta aldea («Quanashua- 1 Entonces no existía lo q u e hoy se llama L a g u n a d e Yuri-
to»), se derive del tarasco, y no del idioma q u e hablaban sus ria, pues ésta es un lago artificial posterior á la conquista q u e
habitantes; p e r o e s t o no es una cosa r a r a y sin ejemplo, pues d e Yuriria hicieron los agustinos, y q u e formó F r a y D i e g o d e
n o es remoto e n c o n t r a r , aun en países d e E u r o p a , en pun- Chávez, con el objeto d e r e g a r la hacienda d e San Nicolás d e
t o s fronterizos de a l g u n a nación, nombres d e poblaciones q u e los Agustinos y d e m á s haciendas c o m a : c a n a s . — N . DEL A.
millares de roncas voces
donde imperó largos tiempos que extraños cantos exhalan.
aquella atl ética raza Llevan nobles y caciques,
de hombres ágiles, membrudos, regias túnicas y capas
de obscuras melenas lacias, con el brillante p l u m a j e
de tez de b r u ñ i d o bronce de los «tzintzunes» bordadas.
y de aquilinas miradas, Sobre los cascos de cuero,
que antes que doblar la f r e n t e flotan las plumas gallardas
ante extranjeros monarcas, del irisado «quetzali,»
vagó nómade, plantando del «cardenal» escarlata,
sus tiendas en la montaña, las de los áureos faisanes
bajo las tupidas frondas y las niveas de las garzas.
de las sierras milenarias. Las flautas y caracoles
agudos sonidos lanzan,
y vibran los «teponaxtles»
con bélica resonancia.
III.
E n medio de los cantores,
Del «Padre Sol,» á los rayos, y ceñidas con guirnaldas,
se miran en las aljabas, las innumerables víctimas
de «tzinapu» agudas flechas con resignación avanzan.
y las temibles macanas. Llega al fin, la m u c h e d u m b r e
Una m u l t i t u d creciente h a s t a la piedra sagrada,
llega del dios hasta el ara, d o n d e habrá de consumarse
y el fiero «Tloque Nahuaque» u n a hecatombe que espanta.
de la boca desmedrada, El anciano sacerdote
abre sus fauces enormes de la cabellera larga,
sedientas de sangre h u m a n a . d e la negra vestidura
Con olorosas resinas y manto color de grana,
z a h u m a n del dios la cara, e m p u ñ a el cuchillo de «itztli,»
y como el mar agitado, el desnudo pecho raja,
rumorosas se levantan,
y sacando de la víctima, y á la Villa, desde entonces,
palpitante a ú n , la entraña, Yuririhapúndaro llaman,
en holocausto la ofrenda pues que Laguna de sangre
del dios temible ante el ara. decir quiere esta palabra. 1
Y en tanto q u e suena el «huehuetl, 8
mil acentos así c a n t a n : i . F r a y M a t í a s de E s c o b a r , e n s u « T h e b a y d a A m e r i c a n a , » -
p á g . 444, d i c e : « M u c h o s p e n s a r o n , q u e el h a v e r sido el s u e l o d e
—¿Dónde está «Chalchiutlanet,» este Pueblo, palestra d e Marte, en que virtió tanta sangre quanta.
d ó n d e está el g r a n d e monarca? f u é n e c e s a r i a p a r a i n u n d a r s u t e r r u í l o , f u é lo q u e le g r a n g e ó el.
n o m b r e d e « Y u r i r i h a p ú n d a r o , » q u e e s lo m e s m o , q u e «laguna-
iay! de sus huesos, ni el polvo d e s a n g r e . » P e r o lo c i e r t o es, q u e lo q u e le d a el r e f e r i d o n o m -
b r e , es v n a L a g u n a , t e n d r á p o c o m a s d e L e g u a en s u c i r c u i t u
flota en el cielo de A n á h u a c .
i n m e d i a t a á s u p o b l a s i o n . E s t a t i e n e el c o l o r r o j o ó s a n g u i n e o .
E s t r a d i c i ó n h a v e r s i d o esta l a g u n a , en la q u e a r r o j a b a n los cuer-
it p o s s a c r i f i c a d o s á los I d o l o s , q u i z á p o r e s t a c r u e l d a d , «se tifió
TW

8
I¡¡n Corren los fecundos ríos
y las fuentes y las aguas,
d e s a n g r e el a g u a : » q u e si a y s a n g r e e n la t i e r r a q u e p i d a a l Cie-
lo j u s t i c i a c o n t r a v n a c r u e l d a d , en las a g u a s h a d e h a v e r sangre-

11
:id
IS i y allá en la m a r desaparecen
tambien, que clame y pida venganza.»

E l P a d r e B a s a l e n q u e , e n s u « H i s t o r i a d e la P r o v i n c i a de-
al vaivén de las borrascas. N i c o l á s T o l e n t i n o de M i c h o a c a n , » T o m o 1, C a p í t u l o X I I , p á -
iii iff g i n a 253, h a b l a n d o d e la f u n d a c i ó n del C o n v e n t o d e Y u r i r i a , se
f e x p r e s a así: « S i g u i e n d o el o r d e n , q u e l l e v a m o s , de r e f e r i r p r i -
m e r o el P u e b l o y sitio d o n d e se f u n d ó el C o n v e n t o , d i g o , q u e
¡Ay! El poder, la f o r t u n a , e s t e P u e b l o se l l a m a « Y u r i r i a p ú n d a r o , » q u e q u i e r e d e z i r « L a -
g u n a d e s a n g r e , » p o r q u e s e f u n d ó en s u s p r i n c i p i o s a l r e d e d o r
la dicha, la gloria, pasan d e v n a L a g u n a c u y a r e d o n d e z d e b e s e r v n a l e g u a c o r t a , y su
como el fuego, como el h u m o a g u a n o e s s a n g r e , s i n o a g u a , q u e t i e n e v n c o l o r t u r b a d o , y 110
c l a r o e s t a n d o en la L a g u n a , q u e s a c a d a f u e r a , m a s c l a r a es d e
que el Popocatépetl lanza. . . . ! lo q u e ella p a r e c e . T i e n e v n a cosa a d m i r a b l e e s t a L a g u n a q u e
110 s e le h a l l a f o n d o e n m e d i o , y su a g u a n u n c a m e n g u a ni c r e c e
n i d e f u e r a se c e b a d e o t r a s a g u a s q u e le e n t r e n s i n o e s la del
Y se apagaron los cánticos, cielo. A h a v í d o a ñ o , q u e la L a g u n a g r a n d e (la q u e hizo F r . Die-
g o d e C b á v e z ) , se h a s e c a d o t o t a l m e n t e , y e s t a 110 m e n g u a c o s a .

11111
Bfcifra
y la sangre derramada,
corrió, corrió sin medida,
Su a g u a n o e s d e p r o v e c h o p a r a c o s a v i v i e n t e d e d e n t r o ni d e
f u e r a . Al r e d e d o r s e p l a n t a c a ñ a y se d a b i e n . D i z e n a l g u n o s ,
q u e allí h e c h a b a n l o s c u e r p o s q u e s e s a c r i f i c a b a n á s u s Dioses,,
y su profusión f u é tanta, d e s t o n o ay e s c r i t o , sola t r a d i c i ó n . » — N . DEL A .

que en polvosos pergaminos, L a s a n t e r i o r e s c i t a s 110 l a s he v i s t o en n i n g u n a d e las m u -


c h a s o b r a s q u e he c o n s u l t a d o , r e l a t i v a s á la historia a n t i g u a d e t
viejos cronistas enarran, E s t a d o d e G u a i í a j u a t o . — N . DEL A .
que con la sangre vertida,
rojas quedaron las aguas,
Jfrap Sntonío.

XegenDa histórica Del ex=convento De la


Ipurisima Concepción De Celaga.

(SIGLO XVII).

I.

De Mallorca en los bosques r u m o r o s o s ,


Oculta e n t r e los árboles pomposos,
Y de P a l m a la bella n o distante,
A d o n d e el mar M e d i t e r r á n e o envía
S u s saludables brisas, a r r o g a n t e
A l z a s u s toscos m u r o s la abadía.

II.

E s el p a r a j e a m e n o y solitario;
Del t e m p l o en el vetusto c a m p a n a r i o
T i e n e n s u s nidos Cándidas palomas;
S o m b r a le d a n a l m e n d r o s seculares,
E l h u e r t o vides y d o r a d a s p o m a s
Y p e r f u m a d o a m b i e n t e los p i n a r e s .
III. VI.

N o llega allí de la m u n d a n a vida Y a la luz de la tarde, moribunda,


N i el más leve r u m o r . T o d o convida Del ancho cielo en la extensión p r o f u n d a .
A la meditación en ese asilo: Incierta y t e n u e claridad derrama;
La soledad del campo, el fértil suelo, Se esfuman los contornos de las cosas,
Del claustro el existir dulce y tranquilo, E invade lentamente el panorama
La selva, el mar, el horizonte, el cielo L a legión de las sombras misteriosas.

IV. VII.

C u a n d o en las bellas tardes del verano Las torres, dominando el caserío,


Esconde el sol detrás del Océano Como la arboladura de un navio,
La enrojecida lumbre de su disco, Esbeltas se levantan á lo lejos;
Del monasterio aquel, triste y desierto, Y Vésper, melancólica y tranquila,
La venerable sombra de un francisco E n c a n t a con los pálidos reflejos
Atravesar se mira por el huerto. Que desprende su diáfana pupila.

V. VIII.

E n el ocaso, vagas é indistintas, De súbito, la voz clara y brillante


Ligeras nubes de violadas tintas, De una campana, se escuchó distante..
V a n como esquifes por un m a r de oro; —«Ave, María,»—dijo el religioso.
Y al rayo postrimer que el sol envía, Con santa devoción. Quedó suspenso,.
Desgránase en las frondas u n tesoro E n tanto el toque de oración, undoso,.
Volvió á sonar por el espacio inmenso..
De mágica y luciente pedrería.
IX. XII.

Y levantando al cielo la mirada, Se perfila en el claro firmamento


Con la faz descompuesta y trastornada, La gigante silueta del convento.
A la luz del crepúsculo indecisa, Allí otorgué mis votos. Imponentes
El m o n j e estremecióse derepente, Los Padres Franciscanos, en el coro
E n tanto que u n a ráfaga de brisa Miro en mi derredor. Dulces torrentes.
Pasó besando su anchurosa frente. Lanza la voz del órgano sonoro.

X.
XIII.

— E s verdad, es verdad. . . Así solía


E n perfumadas ondas el incienso,
Venir aquí en mi juventud,—decía.
De la cúpula asciende por lo inmenso;.
Contaba sólo diez y siete años, Y, libre ya de los impuros lazos,
Y á las estrictas reglas sometido, Que me ataron al siglo y la vida,
Alejado del mundo y sus engaños Miré de Cristo los sangrientos brazos
Amaba este silencio y este olvido. Mostrándome la tierra prometida.

XI.
XIV.

Esta fuente, este huerto, esta palmera


Desde entonces, en santa penitencia,
A cuya sombra á reposar viniera,
E n constantes vigilias y abstinencia,
Los mismos son. Aquella, la ventana
Transcurrieron mis noches y mis días,.
De m i celda, do en éxtasis piadoso, Y siempre que en la Cátedra Sagrada
M e sorprendió la luz de la m a ñ a n a Contra el vicio clamé, nuevo Isaías,
E n otro tiempo para mí dichoso. Vibró mi voz cual f u l g u r a n t e espada..
XV. XVIII.

Y f u i rey de los pulpitos de Europa; Mas también de tu e m p u j e en el exceso,


Bebí la gloria en desbordante copa, E r e s f u e r t e palanca de progreso
Y los ruidosos triunfos me embriagaron; Y de prosperidad en las naciones;
Y estimado de doctos y seglares, Y contra la atonía, en cruda guerra,
De mi fama los ecos resonaron Mueves la h u m a n i d a d á las acciones
Allá, detrás de los revueltos mares. Más grandes y sublimes de la tierra.

XVI. XIX.

¡Vanidad! ¡Vanidad! delirio sumo ¿Quién construyó ciudades populosas


Q u e sólo te alimentas con vil h u m o . . ! Y levantó pirámides grandiosas
T u tósigo trastorna y enloquece, Y pórticos radiantes de ornamentos,
Ofusca las más altas facultades; É hizo murallas, puentes y canales,
T ú , como airado mar que se enfurece, Obeliscos, estatuas, monumentos,
Tienes también soberbias tempestades. Y suntuosas y magnas catedrales?

XVII. XX.

El éxito te i n f u n d e ansias supremas, ¿Quién incitó á la ignara m u c h e d u m b r e


I n c a u t a mariposa que te quemas Por llegar del poder hasta la cumbre?
Deslumhrada del m u n d o por el brillo. Y , ¿quién, desatentado, á la f o r t u n a
T e atrae la luz, la obscuridad te mata. Persiguió con tesón de polo á polo?
Eres sólo de ensueños u n castillo ¿Quién blasonó la alteza de su cuna?
L a vanidad, la vanidad tan sólo. . . . !
Que la brisa más leve desbarata.
XXIV.
XXI.
M u y lejos de mis lares, donde baña
Avanzaba la noche. Blanca luna, La ardiente costa de la Nueva E s p a ñ a
Serena y esplendente cual n i n g u n a , El Atlántico mar, mi barca u n día
Su vaporosa clámide tendía; Me condujo con otros misioneros,
Y en las orlas de plata de su manto Y construí con celo y energía
Salpicado de estrellas, esparcía U n convento que f u é de los primeros.
Sobre el paraje, embriagador encanto.

XXV.
XXII.
E n aquellas espléndidas regiones
Las copas de las palmas arrogantes, Mi palabra exaltó los corazones;
Cual bellos abanicos de diamantes Y, con la magia de mi verbo osado,
Do prendiera la luna niveos ampos, H u b e de s u b y u g a r á un pueblo entero;
Se agitaban mecidas por el viento. Más prosélitos hice que un cruzado,
Reinaba inmensa paz sobre los campos, Más victorias obtuve que un guerrero.
P r o f u n d a soledad en el convento.

XXVI.
XXIII.
Porque es irresistible, sin disputa,
U n intenso pesar al religioso Más que el imperio de la fuerza bruta,
Debía conmover; pues silencioso Para domar los pueblos y las almas,
Largo tiempo quedó; mas, reanimado, El poder de la h u m a n a inteligencia,
Como si de un letargo resurgiera, Y valen más que las sangrientas palmas
Dijo:—¡Venid, fantasmas del pasado,
Del guerrero, los triunfos de la ciencia.
F r a y Antonio Linaz aquí os espera! 15
XXVII. XXX.

Así de F r a y Antonio por la mente, Con la obsesión tenaz de febril sueño,


Cruzaban en tropel, rápidamente, Dentro mi corazón, con loco empeño,
Recuerdos mil de su agitada historia Su virginal figura estaba impresa;
girando en espantoso torbellino, Siempre fiel á mi laclo, noche y día;
Cuando uno de ellos, de fatal memoria, ¿Intentar apartarla? ¡Vana empresa!
E n h o n d a pena á sumergirle vino. Como mi propia sombra me seguía.

XXVIII. XXXI.

— ¡ N u n c a la olvidaré! ¡Nunca!—decía. M u y lejos y m u y cerca. ¡Cruel tortura!


N e g r a toca de marco le servía Al borde estaba de una sima obscura
Al óvalo impecable de su cara; L u c h a n d o con esfuerzo giganteo.
Dulces brillaban sus amantes ojos, Mi espíritu libraba cruda guerra:
E r a su tez de mármol de Carrara, Muy cerca de mi amor y mi deseo,
F i n o s sus labios á la par que rojos. M u y lejos de mis votos en la tierra!

XXIX. XXXII.

¡Cuántas veces la vi, pálida, bella, Yo estaba enamorado. Yo sentía


Surgir allá como lejana estrella Que el hábito mis carnes oprimía,
E n el nublado cielo de mi vida! Que era de ardiente hierro mi cilicio,
Casta visión del alma soñadora. De púas aceradas mi flagelo,
Si c u a n t o más distante, más querida, Y hallaba el mal á mi dolor propicio,
Cuanto m á s imposible, tentadora!' É indiferente á mi congoja el cielo.
, Dice el cronista: « H a b í a o c a s i o n e s en q u e en r e j a s d e t r a s en la música.» C r ó n i c a de t o d o s los Colegios d e P r o p a g a n -
m o n j a s , se g a s t a b a n , m e j o r d i r é se p e r d í a . , t a r d e s e n t e r a s a l t e r - d a F i d e d e N u e v a E s p a ñ a . — F r . I s i d r o Félix de E s p i n o s a . — N
n a n d o F r . A n t o n i o cánticos facetos, con a l g u n a s relig.osas d.es- D E L A.
XXXIII. XXXVI.

Calló el monje. Su lívido semblante


Vosotros, los q u e váis desesperados
E n t r e las manos ocultó u n instante;
Por el mundo siguiendo infortunados
Y temiendo del cielo los enojos,
U n a alada visión, u n a quimera
—Señor—dijo—¡piedad! ¡piedad! Y en tanto
Que h u y e á la vez q u e vuestro paso avanza,
Que caía postrándose de hinojos,
Los q u e en la lid de la existencia'ñera,
Se desbordaba en abundoso llanto.
Os debatís sin fe, sin esperanza;

XXXVII.
XXXIV.

¡Amor, divino amor! Naturaleza


Los que á las voces del deber sujetos
Sólo vive por ti. Si cuando empieza
Tenéis que contener, mudos, secretos,
La estación de las bellas floraciones
Les sollozos del alma; y comprimidos,
Todo palpita y surge y se estremece
Sintiendo que os agota hondo desmayo,
Movido por intensas vibraciones,
Ahogáis en vuestro pecho los latidos,
E s que á t u acento mágico obedece.
Próximos á estallar cual vibra el rayo;

XXXVIII.
XXXV.

Yo m e hallaba en la edad grata y florida


Comprenderéis qué tempestad r u g i e n t e
E n que á amar la natura nos convida,
Encrespaba sus olas en mi mente, -
Y q u é dolor sin nombre, sin segundo, E n que como torrente desbordado
Desapiadado, el corazón me hería, Se agitan las pasiones dentro el seno,
Lento, mortal, desgarrador, profundo, Y, ¿quién pudo jamás, desatentado,
Cual si fuera el dolor de la agonía. Poner al corazón trabas ni freno?
* XXXIX. XLII.

Aquella noche en que la vi en las rejas, A medida que rápido avanzaba,


Cuando escuchaba mis ardientes quejas A n t e mi vista con f u r o r giraba
T r é m u l a de emoción, aun más radiosa U n a t u r b a de espectros, delirante.
Que del cielo los astros encendidos, Del tránsito crucé por la desierta
Sor Clara de los Angeles, la hermosa, Y J ó b r e g a extensión, y jadeante,
T r a s t o r n ó mi razón y mis sentidos.' L l e g u é á mi celda y e m p u j é la puerta.

XL. XLIII.

Mas, icuán caro pagué m i atroz delito! Sin poder reprimir el sobresalto,
¡Maldito aquel instante, sí, maldito, E n el lecho caí de vigor falto;
E n que torpe caí ! porque a ú n ahora Cerré los ojos; pero, de repente,
Que mis pupilas la vejez empaña, Pavoroso, con grave resonancia,
De cruel remordimiento, aterradora, El rumor de unos pasos, claramente,
La fatídica sombra me acompaña. P u d e escuchar adentro de m i estancia.

XLI. XLIV.

Sobrecogido del terror más grave, Me incorporé. Y entonces, ¡suerte impía!


Violento h u í por la espaciosa nave. A la trémula luz de u n a bujía
Silbaba el viento con e x t r a ñ a s notas, Que el obscuro recinto iluminaba,
Y su triste gemir me parecía, Esparciendo su débil refulgencia,
Que desde el fondo de las t u m b a s rotas U n a m a n o encontré que me apartaba
U n misterioso acento me traía. L a cortina del lecho con violencia.
i El mismo cronista citado, hablando de Fray Antonio Li- s u v a n i d a d ; y a u n q u e 110 era con m a n i f i e f t o efcandalo, 110 p o d i a
n a s , en la p á g i n a 114, <Hce: « V e r d a d e s q u e m a n t u v o a l g u n a es- fer fin n o t a d e l o s q u e m i r a n las cofas co los ojos limpios A la
pecial c o r r e s p o n d e n c i a con cierta Religiofa en e f t o s t i e m p o s d e luz del cielo.»—N. DEI. A.
XLV. XLVÍI.

Quise apurar m i negro desengaño, Mi vista se nubló; vacilé un poco;


Y luego contemplé para m i daño, ¿Era un sueño? ¿un delirio? ¿estaba loco?
Q u e inmóvil, cabizbajo, misterioso, N o lo sé, 110 lo sé . . . . ; mas sin que pueda
Con el semblante mustio, amarillento. Explicarlo, con rudo paroxismo,
F r e n t e á mí se encontraba silencioso
Rodé en el pavimento como rueda
U n m o n j e mallorquín de mi convento.
U n a pesada roca en el abismo. . . . !

XLVI.
XLVIII.
Y con la voz confusa y alterada
Por la emoción, le interrogué; mas nada H a n corrido los años, F r a y Antonio;
M e contestó. Y como audaz quisiera Y así como en la cueva de Trifonio,
La clave descubrir de su secreto, Si algún osado joven pretendía
Vi que la faz del m o n j e sólo era Penetrar sus misterios, con espanto,
La de un horrible y mísero esqueleto. 1 Descarnadas imágenes veía,
x C o m o el i n c r é d u l o lector p u d i e r a s u p o n e r q u e e s t o e s pu- Símbolos del dolor y el desencanto;
ra f a n t a s í a del a u t o r , c o p i a r é t e x t u a l m e n t e lo q u e dice el mis-
m o c r o n i s t a F r a y I s i d r o Félix de E s p i n o s a . « E s t a n d o u n a 110-
. che ( F r a y A n t o n i o ) en fu C e l d a d e l C o n v e n t o ele la P. Concep-
ción de C e l a y a , al ir c o n c i l l a n d o el s u e ñ o , oyó u n o s p a v o r o f o s ble, en s u s « M e x i c a n o s D i s t i n g u i d o s , » p á g i n a 153, dice: «Con li-
pafos, q u e hicieron eco en los r e t r e t e s d e l c o r a z o n ; y 110 bien g e r e z a i m p e r d o n a b l e , hija d e la i g n o r a n c i a m á s v u l g a r , h a n ca-
d e f p i e r t o , al q u e r e r h a c e r c a p a z d e l s u c e s o , s i n t i ó q u e con vio- •ificado a l g u n o s d e ridículos c r o n i c o n e s Henos d e c o n s e j a s y á r i -
lencia le c o r r í a n la c o r t i n a q u e t e n í a en el c a n c e l de la c a m a : y d a s y m o n ó t o n a s v i d a s d e frailes, e s a s c r ó n i c a s sin las q u e s e r í a
a b r i e n d o m a s los ojos p a r a a p u i a r t o d o el d e f e n g a ñ o , vió, a u n - imposible p e n e t r a r en el i n t r i n c a d o l a b e r i n t o d e n u e s t r a a n
q u e p o s e í d o d e h o r r o r e s , á la efeasa luz q u e m i n i s t i a b a v n a can- t i g u a historia. E11 cambio, h o m b r e s v e r d a d e r a m e n t e d o c t o s ,
d e l a , e n la m a n o d e v n a t r i f t e figura de la m u e r t e , á vn esque- q u e h a n e m p l e a d o los m e j o r e s a ñ o s d e su v i d a e n el e s t u d i o y q u e
leto en f o r m a d e d i f u n t o . R e p a r ó e f p e l u z n a d o el cabello, q u e el n o se d e j a n llevar ni del espíritu d e secta ni d e las preocupacio-
rostro e r a u n a d e s n u d a c a l a v e r a , el h á b i t o q u e t r a í a p o r m o r t a - n e s d e los d e m á s , h a n h a l l a d o en e s a s c r ó n i c a s los t e s o r o s q u e
j a , d e la m i s m a t e l a c e n i c i e n t a d e q u e se v i s t e n los religiosos d e b u s c a b a n y h a n u t i l i z a d o t a n t a s y tan i m p o r t a n t e s n o t i c i a s
la S a n t a P r o v i n c i a d e M a l l o r c a , con v n a s e c a m a n o t e n i e n d o la q u e 110 h a n t e n i d o e m b a r a z o en p r o c l a m a r q u e sin ellas, 110 les
l u z e n c e n d i d a y c o n la o t r a s u s p e n s a la c o r t i n a . » — N . DEL A. h a b r í a s i d o d a d o t r a z a r con sólidos f u n d a m e n t o s u n a sola p á g i -
E l S r . F r a n c i s c o Sosa, r e p u t a d o l i t e r a t o é h i s t o r i a d o r nota- n a » - N . D E L A.
XLIX.

Y al salir, en su rostro se p i n t a b a
L a escena q u e a t e r r a d o presenciaba,
Y q u e a p a g a n d o en su a l m a el a r d i m i e n t o
De la edad juvenil y el e x t r a v í o ,
T a n sólo le d e j a b a por t o r m e n t o ,
T e d i o , desolación, vejez, hastío;

L.
Xa 3 u r a fcel IRe^.

AL INTELIGENTE Y ERUDITO HISTORIADOR


Así yo, al volver de mi letargo, SB. D . LUIS GONZÁLEZ OBREÜÓN.
( T r i s t e r e c u e r d o p a r a siempre a m a r g o
Q u e mi ser estremeces h o n d a m e n t e ) ,
V i del sol á los f ú l g i d o s destellos. (25 &e O í c í e m b r e &e 1790).
R u g o s a y m u s t i a d e dolor mi f r e n t e ,
Blanca mi barba, y b l a n c o s mis cabellos.
Del pueblo la i n m e n s a g r e y
Con júbilo se a p r e s u r a ,
LI. P a r a celebrar la J u r a
De don Carlos C u a r t o el R e y .
Y m a n d a d e I n d i a s la L e y ,
Dijo el m o n j e . Y con voz entrecortada,
Q u e en solemne procesión,
E s a f r a s e q u e d ó cristalizada
S e lleve el Real P e n d ó n
E n sus rígidos labios. Pavorosa
H a s t a el sitio m á s galano,
L a sombra se e x t e n d i ó por la abadía. . . .
Do se h a g a del Soberano
L a l u n a agonizaba silenciosa,
L a a u g u s t a proclamación.
Del m a r en la p r o f u n d a lejanía.
XLIX.

Y al salir, en su rostro se p i n t a b a
L a escena q u e a t e r r a d o presenciaba,
Y q u e a p a g a n d o en su a l m a el a r d i m i e n t o
De la edad juvenil y el e x t r a v í o ,
T a n sólo le d e j a b a por t o r m e n t o ,
T e d i o , desolación, vejez, hastío;

L.
Xa 3 u r a fcel IRe^.

AL INTELIGENTE Y ERUDITO HISTORIADOR


Así yo, al volver de mi letargo, SB. D . LUIS GONZÁLEZ OBREGÓN.
( T r i s t e r e c u e r d o p a r a siempre a m a r g o
Q u e mi ser estremeces h o n d a m e n t e ) ,
V i del sol á los f ú l g i d o s destellos. (25 &e O í c í e m b r e &e 1790).
R u g o s a y m u s t i a d e dolor mi f r e n t e ,
Blanca mi barba, y b l a n c o s mis cabellos.
Del pueblo la i n m e n s a g r e y
Con júbilo se a p r e s u r a ,
LI. P a r a celebrar la J u r a
De don Carlos C u a r t o el R e y .
Y m a n d a d e I n d i a s la L e y ,
Dijo el m o n j e . Y con voz entrecortada,
Q u e en solemne procesión,
E s a f r a s e q u e d ó cristalizada
S e lleve el Real P e n d ó n
E n sus rígidos labios. Pavorosa
H a s t a el sitio m á s galano,
L a sombra se e x t e n d i ó por la abadía. . . .
Do se h a g a del Soberano
L a l u n a agonizaba silenciosa,
L a a u g u s t a proclamación.
Del m a r en la p r o f u n d a lejanía.
Cuatro estatuas gigantescas
* Representan cual Vestales,
Alborozada despierta Las virtudes cardinales,
La Ciudad de Santa F e , Y el bello recinto exornan:
Y de cada hogar se ve Símbolo de las que adornan
E n g a l a n a d a la puerta. A las personas Reales.
Con regio blasón cubierta
*
La casa del noble está;
Y de aquí para acullá, M u y airosa, desde lejos,
Llena de entusiasmo ardiente, Se contempla la fachada,
U n a m u l t i t u d creciente Que luce u n a gran portada
Por las calles viene y va. Con primorosos espejos.
Pueblan del sol los reflejos
* L a azulada inmensidad,
Todo es l u j o y esplendor; Y ondea con magestad
El oro se ha derrochado; U n pabellón donde brilla,
U n magnífico tablado El escudo d e Castilla
Se alza en la Plaza Mayor. Y el de Armas de la Ciudad.
Y s u r g e deslumbrador
Bajo un cielo de turquí,
P u d i e n d o admirarse allí, No menos esplendoroso,
E n magistrales pinturas, F r e n t e al dieguino convento,
De los Reyes las figuras, Se levanta un m o n u m e n t o
Bajo un dosel carmesí. M u y artístico y hermoso.
E n c o n j u n t o caprichoso
* Que exalta la fantasía,
Míranse alfombras turquescas, Contémplanse en armonía.
Y danle brillo al local, H e r r a m i e n t a s y atributos
Cornucopias de cristal Y los riquísimos frutos
Henchidas de flores frescas. Que ostenta la Minería.
V a n en desfile triunfal,
* L i n a j u d o s caballeros,
Reyes de A r m a s y Maceros,
Con igual magnificencia
Militares superiores,
Que la de aquellos lugares,
E l Cuerpo de Regidores
L a s Casas Capitulares
Y guardia de alabarderos.
Deslumhran por su opulencia.
Del Rey la ilustre ascendencia
*
Los frisos del muro abarca,
Y en cada lienzo se marca E n balcones y azoteas,
La efigie correcta, fiel, H a y mil gentes apiñadas;
Con que dió vida el pincel Matronas aderezadas
Con magníficas preseas.
A tanto ilustre monarca.
Lucen hermosas libreas
Los pajes y los lacayos,
*
Y van nobles y vasallos,
F r e n t e al Cabildo se agita
Alguaciles y corchetes,
L a multitud delirante,
E n gran desfile, jinetes
E n espera del instante
E n arrogantes caballos.
Anhelado de la cita.
Y es de oirse cómo grita,
*
Cómo bulle sin cesar,
Semejando al atronar De las músicas al son,
El viento, su vocerío, Atrayendo las miradas,
Que r u j e h u r a c á n bravio Por las calles entoldadas
Discurre la procesión.
O ronco m u r m u r a el mar.
Y llamando la atención,
*
E n t r e aceros y armaduras,
Y costosas vestiduras.
Sobre un corcel sin igual,
Flota el Real E s t a n d a r t e
De alzada y garboso tranco,
E n que la mano del arte
Armado de p u n t a en blanco,
Trazó ricas bordaduras.
Marcha el Alférez Real.
Y procedióse á arrojar
Medallas de oro y de plata,
Al arribar al tablado A l pueblo, en memoria grata
De la Plaza Principal, De J u r a tan singular.
E n dorado pedestal
Quedó el P e n d ó n colocado. *
Y luego que h u b o reinado
E l silencio entre la gente, E n la casa del Marqués
El Alférez, gravemente, De Rayas, con opulencia,
Dejó su asiento, avanzó, Sirvióse á la concurrencia
T o m ó el Pendón y exclamó Un gran «refresco» después.
O r n a el salón u n pavés,
Por tres veces claramente:
Que de los nobles decoro,
*
Se ostenta como u n tesoro,
—«Castilla y esta Ciudad Y en la mesa hay mil primores
De S a n t a F e y Real de M i n a s De helados, pastas y flores
De G u a n a j u a t o vecinas, E n azafates de oro.
Por la augusta Magestad
De su Rey, á quien piadoso,
*
Dios le guarde venturoso!»
Y tremolando el P e n d ó n Las músicas armoniosas
De Castilla y de León, Lanzan acordados sones;
Surgió un «¡viva!» estrepitoso. Como un áscua. los salones
Brillando están. Las hermosas
* Lucen joyas primorosas
Al p u n t o en que se cumplieron Y visten con gentileza,
Los decretos soberanos, Y son gala de nobleza
De los Reyes castellanos Y de sus pompas caducas,
Las efigies descubrieron. Las empolvadas pelucas
S u s lenguas de bronce hicieron Con que adorna su cabeza.
Las campanas resonar,
*
E n tan solemne ocasión,
Bellas cortinas de grana
El Conde, brillantemente,
Y deslumbrador topacio,
Quiso al Rey, hacer patente
Cuelgan del rico palacio
Su lealtad y su adhesión.
Del Conde de Valenciana
Y mientras en su mansión,
Suceso tan distinguido,
Celebran con pompa y ruido
Las clases acomodadas,
Con loas y «encamisadas»
E s t á el pueblo divertido.

¡Tiempos de feliz memoria,


E n que, con vanos anhelos,
Cifraron nuestros abuelos
T o d o su orgullo y su gloria!
H o y han pasado á la historia;
P e r o del pueblo la grey,
Al obedecer la ley
Que su monarca dictó,
El recuerdo conservó
De aquella Jura del Rey.
P a l a c i o q u e f u i del C o n d e d e V a l e n c i a n a .

M o n u m e n t o que engalana
A nuestra Ciudad natal,
Que á T r e s G u e r r a s inmortal,
Como dijo un vate, hiciera,
L o mismo q u e á J u a n de Herrera
el espléndido Escorial.
Xa Calle bel ttruco.

i.

Diego Busto y Penal ver,


De humilde, a u n q u e honesta c u n a ,
Oriundo de Santander,
Desde joven vino á hacer
A Nueva E s p a ñ a f o r t u n a .

Contaba con un pariente


Riquísimo, en G u a n a j u a t o ,
De quien, siendo dependiente,
T u v o generosamente
Familiar y fino trato.

F u é de Diego el protector,
Don Pedro de Carbajal,
E n minas emprendedor,
Y con asidua labor
Adquirió grande caudal.
* *

Al comercio consagrado P a d r e tierno y bondadoso,


E l b u e n ibero, vivía, L a idea constante y fija
Como era usanza, educado Que alteraba su reposo,
E n u n régimen marcado E r a encontrar u n hermoso
De severa economía. Porvenir para su hija.

Llegó á tener influencia; ¿Qué haría cuando él muriera,


Y , a u m e n t a n d o su tesoro, Sin amparo, sin respeto?
Gastaba en su residencia, Rica, hermosa y joven era;
Si no lujo, sí decencia, Mas, ¿cómo lograr pudiera
Comodidad y decoro. De su ventur a el secreto? -

* *

Desde temprano enviudó, Que su fortuna le daba


Y por compañera fiel, Nombre, honor, en sociedad,
Sólo e n su h o g a r le quedó Cierto; mas, ¿él ignoraba
U n a hija á quien llamó Que el dinero no labraba
Con este nombre: Isabel. N u n c a , la felicidad?

* *

Y f u é para él, prenda cara, M u y al contrario; creía


E n la que con vivo anhelo, E n sus horas de tristeza,
T o d a su dicha cifrara, Que si alguno amor rendía
Sin que jamás intentara A Isabel, se prendaría
volver al nativo suelo. De ella no, de su riqueza.
*

T a n tenaz presentimiento
A Isabel, amando ciego,
L e agobiaba por su mal. Dijo al p u n t o de morir:
¿Recluirla en u n convento? — Q u e no intentes, te lo ruego,
¿Mandarla á España? ¡oh tormento! Casarte tú. . . ; pero luego
F u e r a su golpe mortal. Y a no pudo concluir.

* *

Y sin hallar solución Quiso Isabel, mas en vano,


A problema tan extraño, Escuchar en la agonía
E n su triste situación, La última voz del anciano;
Roíanle el corazón Pero yerta halló su mano
L a d u d a y el desengaño. Y su boca e x a n g ü e y fría.

%
Y exhalando horrible grito,
Viejo, enfermo y abatido,
Del dolor en los excesos,
Sin ver alivio en su suerte,
Cubrió aquel rostro marchito
Pesimista convencido.
Con u n raudal infinito
Sólo anhelaba el olvido
De lágrimas y de besos.
E n las sombras de la muerte.

* II.
De don Pedro la dolencia
E x p i r a n t e en su reinado
E n breve se exacerbó,
Estaba Carlos Segundo,
Y con tal recrudescencia,
Dan débil cuan desgraciado,
Que el fulgor de su existencia
A quien llamó el «hechizado,.»
P r o n t a m e n t e se extinguió.
Por su fanatismo, el mundo.
*

L a E s p a ñ a se debatía
Miró cundir su impotencia,
S i n paz, gobierno ni norte,
De América al coloniaje.
• E n espantosa anarquía;
Donde con gran insolencia,
Del R e y un j u g u e t e hacía
Llegaba hasta la demencia
Con sus intrigas, la Corte.
El más atroz bandidaje.

*
Y aquel poder soberano,
De piratas chusma e x t r a ñ a
Y aquellas g r a n d e s conquistas
Pudo hallar el campo abierto
Del imperio castellano,
E n costas de Nueva España,
Rodaban bajo la mano
Y de Veracruz, con saña,
D e «austriacos» y «nithardistas.»
Penetró á saco en el puerto.

Al pobre Rey acosaban


Y la turba foragida,
E x t r a v a g a n t e s ideas,
Sin patria, freno, ni ley,
E a s guerras le aniquilaban,
Se hizo á la vela, atrevida,
Y sus Estados mermaban
Dejando así «mal ferida»
L a s potencias europeas.
La autoridad del Virrey.

*
Y la que en lejano ayer,
Y llegó á miseria tal,
E n los mares y en la tierra
Invencible llegó á ser, Madrid, en esos momentos,
A l humillar el poder Que hasta la guardia real
De las naves de Inglaterra, Se alimentaba m u y mal
Con sobras de los conventos.
E r a la «tanda,» brillante
Mas, como el Rey pretendiera
Feria, de m u c h a importancia
Nuevas nupcias concertar
P a r a todo comerciante,
Con Doña Ana de Baviera,
E n que el oro deslumbrante
Y el tesoro no pudiera
Corría con abundancia.
Tales gastos erogar,
*

E n el naipe, los mineros


Por cédula demandaba
Despilfarraban tesoros;
Auxilios á G u a n a j u a t o ,
Y operarios y pecheros
Y cuando así lo ordenaba,
Se gastaban los dineros
El Conde de Galve estaba
E n gallos, juegos y toros.
Al f r e n t e del Virreinato. *

Llegóse en la «tanda» á ver,


La orden se pregonó
U n tráfico inusitado,
E n esta opulenta Villa,
Y tan grande h u b o de ser,
Y al de Galve se le envió.
Que f u é preciso extender
La suma que se donó
A las calles el mercado.
Al monarca de Castilla.

I *
Como en una comerciara
E n tanto, en el Mineral,
Gran cantidad de «fuereños,»
Todo el m u n d o está de fiesta;
De los de Guadalajara,
Y , derrochando 1111 caudal,
De ahí que se le llamara
U n a «tanda,» sin igual,
La de los «gualajareños.»
A solemnizar se apresta.
*
*
Y cuenta la tradición,
T r a b a j a d o r , diligente,
Que en esa calle sombría,
Diego á la sombra vivió
E x c i t a n d o la ambición, De don Diego su pariente,
E n vetusto caserón Quien, no como dependiente,
Un juego de «truco» había.
Sí como hijo, lo trató.
*
*
Y a u n q u e el tiempo todo arrasa,
El pueblo q u e todo ve Y de su dicha se u f a n a
Y escudriña lo que pasa, Diego en el hogar aquél,
Refiere que aquella casa Donde, desde edad t e m p r a n a ,
Testigo de un drama fué. E l cariño de una hermana,
Hallar pudo, en Isabel.

III. *

Dice un antiguo refrán, Cual toda criolla, nacida


Que el amor y la fortuna De América bajo el sol,
J u n t o s por el m u n d o van, E r a Isabel, recogida,
Y si la mano se dan, Hacendosa y m u y querida.
No tienen defensa a l g u n a . Por el joven español.

* *

Y dice un adagio eterno


Y aquel t r a t o sin segundo,
Que enseña á bien dirigir
Noble, ingenuo, seductor,
De la familia el gobierno,
Al dejar don Pedro el mundo,.
«Muéstrale tu casa al yerno
E r a ya u n amor profundo,
Y él no tardará en venir.»
Vivo, intenso, abrasador.
* A

Los dardos del niño ciego ¡Qué inmensa paz! ¡Qué alegría
Blanco hicieron á la par E n ese hogar sosegado!
E n esas almas de fuego, ¡Quién á suponer vendría,
Y á Isabel llevó don Diego Que en breve se tornaría
A las gradas del altar. E n espantoso nublado!

*
*
¡Triste condición h u m a n a
Y tan bien se comprendieran Que no se sacia jamás. . . !
E n ese su a m a n t e nido Si la dicha está cercana,
E n que dichosos vivieran, ¿A qué en lucha estéril, vana,
Cual dos tórtolas que hubieran Ir buscando más y más. . . ?
E n el mismo árbol nacido.

* IV.

Ella le dió su ternura, E s de noche; Diego tarda;


Su abnegación, su bondad, Isabel recelo cobra;
Y él, cifró toda ventura E n vano espera y aguarda
E n rendirle á Isabel pura, Y siente que la acobarda
H o n o r , trabajo y lealtad. Inexplicable zozobra.

* *

Y estaba el cariño aquél Y no hay esperanza alguna


De su grandeza en la flor, Que le dé consuelo ya;
Cuando la bella Isabel Brilla en los cielos la luna,
Dióle á su esposo fiel Y ella, cerca de la cuna,
U n lindo f r u t o de amor. Velando impaciente está.
*

E n alas de las barajas,


A veces, j u n t o á la reja
Corre un albur y otro albur;
De su alcoba, se aproxima,
Pierde dinero y alhajas,
Oye u n r u m o r q u e se aleja,
Y luego innúmeras «cajas»
Y no halla acento ni queja
El insaciable t a h ú r .
Que su t o r t u r a reprima.

*
*

Cuando más acalorado


O implorando con fervor,
A su vil pasión se entrega,
V a de Cristo a n t e la cruz,
Habla á Diego u n embozado
Do enclavado el Redentor,
Secretamente, y turbado,
Muestra el semblante al fulgor
De u n a mortecina luz. Aquél le responde^—¡Juega!

Hecho ese pacto infernal,


Ideas abrumadoras,
F u é una carta de otra en pos. . . .
Cruzan su m e n t e violentas,
—Jugásteis, don Diego, mal;
Sombrías, aterradoras. . . .
¿Y m e cumpliréis?—Si, tal.
Y así transcurren las horas,
Os lo cumplo. ¡Vive Dios!
Y pasan lentas, m u y lentas.

—¿Vamos?—Vamos: le responde
E n tanto, en el caserón,
El que la apuesta ganó;
Donde aquel «truco» existía,
La faz en su embozo esconde,
Cegado por la ambición,
Y ambos se dirigen donde
Los ducados á montón
La triste Isabel quedó.
Derrocha Diego en la orgía.
*

Al llegar hasta la puerta.


Y con voz entrecortada,
Febricitante, convulso,
Que casi el llanto le ahoga,
Qué hacer don Diego no acierta;
—Pero, ¿qué es esto? turbada,
Mas, hallándola entreabierta,
R u g i e n d o desesperada,
La e m p u j a con firme pulso.
A don Diego le interroga.

*
*

Isabel, con alegría,


—Yete, Isabel, vete luego.
Corre presurosa, abraza
Con ese hombre sal de aquí;
A su don Diego, á porfía;
—Pero, ¿qué estás loco, Diego?
Y éste, con altanería, — N o estoy loco; es que en el juego
Bruscamente la rechaza.
T e he apostado, y. . . . te perdí.

*
' *

El intruso, con premura, Cuitada Isabel, pretende


Suelta con garbo el embozo, Buscar refugio al instante;
Y es de ver cómo f u l g u r a Mas Diego se desatiende,
Su espantosa catadura Y cobarde f u g a emprende
Con satánico alborozo. Loco, ciego, delirante.

* *

Pierde Isabel la color, La dama, al ver que el marido-


Como presa de un hechizo, La abandona sin temor,
Y , en medio de su pavor, Lanzando horrible gemido,
Contempla con g r a n d e horror Se desploma sin sentido
Al extraño advenedizo. A los pies del jugador.
*

Y c u a n d o éstej audaz p r o c u r a
Asirla y g a n a r la p u e r t a ,
B u r l a n d o su d e s v e n t u r a ,
N o logra acción tan i m p u r a , j£l Clarín be ©rbenes.
P o r q u e Isabel está m u e r t a .

* "Romance histórico.

Y á la calle do en vil t r a m a ,
E n s u e r t e i n f a m e se echó
E l h o n o r de aquella d a m a , I.
S e g ú n nos c u e n t a la f a m a ,
E s u n a olvidada historia
De El Truco se le llamó.
la q u e á referiros voy,
la d e u n a h u m i l d e heroína,
la de u n bravo c a m p e ó n ,
raro ejemplo de entereza,
d e arrojo, audacia y valor,

*
q u e á combatir por la P a t r i a
con d e n u e d o se lanzó,
sin q u e obstáculos p u s i e r a n
á su noble inclinación,
ni lo corto d e sus años,
ni de su sexo el p u d o r .
Heroína infortunada
q u e a u n obscura vives hoy,
o c u l t a n d o t u s tristezas
con santa resignación.
*

Y c u a n d o éstej audaz p r o c u r a
Asirla y g a n a r la p u e r t a ,
B u r l a n d o su d e s v e n t u r a ,
N o logra acción tan i m p u r a , j£l Clarín be ©rbenes.
P o r q u e Isabel está m u e r t a .

* "Romance histórico.

Y á la calle do en vil t r a m a ,
E n s u e r t e i n f a m e se echó
E l h o n o r de aquella d a m a , I.
S e g ú n nos c u e n t a la f a m a ,
E s u n a olvidada historia
De El Truco se le llamó.
la q u e á referiros voy,
la d e u n a h u m i l d e heroína,
la de u n bravo c a m p e ó n ,
raro ejemplo de entereza,
d e arrojo, audacia y valor,

*
q u e á combatir por la P a t r i a
con d e n u e d o se lanzó,
sin q u e obstáculos p u s i e r a n
á su noble inclinación,
ni lo corto d e sus años,
ni de su sexo el p u d o r .
Heroína infortunada
q u e a u n obscura vives hoy,
o c u l t a n d o t u s tristezas
con santa resignación.
Y LEYENDAS GUANAJUATENSES 321

y, desde entonces, «Patricio,»


Pobre, anciana, desvalida,
todo el mundo le llamó.
ya sin fuerzas ni vigor,
Un muchacho de la fábrica,
sin tener en este m u n d o -
que era de buen corazón,
después de tu grande acción,
otra egida que el trabajo
n i otro amparo más que Dios!

II.

E n la Perla de Occidente,
en esa linda región,
emporio de la hermosura,
del talento y del valor,
de u n oficial que era listo
en manejar el cañón,
y u n a bella tapatía
con quien aquél se casó,
f u é Patricia Villalobos
el f r u t o de tal unión.
Y estaba la pobre chica
de la infancia aun en la flor,
cuando, h u é r f a n a de madre,
Patricia Villalobos.
abandonada quedó.
P a r a ganar el sustento al ver en su compañero
con sacrificio y honor, á un honrado luchador,
á una fábrica de fósforos condolido de su suerte
á trabajar ingresó; hospitalidad le dió-
mas para ocultar su sexo, Allí, «Patricio» entregaba
vistióse como varón, á su noble protector,
Mas,—no te apures—le dijo
el jornal que consiguiera el buen Coronel, desde hoy,
p a r a su manutención; tú serás un hijo mío;
pero el P a d r e del chicuelo ánimo, pues, y valor!
q u e en su casa le albergó, No f u m e s la m a r i h u a n a ,
era u n hombre de muy d u r a no juegues, no bebas, yo
y terrible condición. te he de dar en todas partes
Una m a ñ a n a , q u e estaba mi apoj-o y mi protección.
violento y de mal h u m o r , A poco tiempo, á la guerra,
así dicen que á «Patricio» para Colima salió
con aspereza le habló: tocando el clarín «Patricio»
—Mira, muchacho, en mi casa, en el valiente escuadrón.
no puedo tenerte, 110, ¡Cuántos trabajos pasaba
de los huérfanos el padre por conservar su pudor,
es el Gobierno, y no yo. aquel flamante corneta
A que te enseñen á hombre, que por la Patria luchó!
en este momento voy, Pronto los marciales toques
y tomando de l'a m a n o de la Ordenanza aprendió,
á «Patricio,» le llevó y, como clarín de órdenes
á un Coronel que mandaba . del General Comonfort,
el aguerrido escuadrón contra de I i a r o y Tamariz
«Lanceros de G u a n a j u a t o , » frente á Puebla se batió.
d o n d e luego lo afilió.
¡Pobre «Patricio»! ¡Qué sustos Y luchando cuerpo á cuerpo,
cuando por cajas pasó! con temerario valor,
gruesas y a b u n d a n t e s lágrimas envuelto quedó «Patricio»
derramaba con dolor; de balas en un turbión.
y fueron tales sus quejas Y dicen que al ver su arrojo
y su congojada voz, el General Comonfort,.
que de aquel jefe excitaron — ¡No te creí tan valiente!
la más viva compasión. con entusiasmo exclamó.
Y L E Y E N D A S G U ANAJ UA TENSES 32")

al f r e n t e de T a c u b a y a
—Como un héroe te has batido
sirviendo de guarnición,
y eres «cabo» desde hoy.
y al q u e la gente de entonces
E l t r i u n f o con sus laureles
«Eos Matutinos,» llamó.
al General coronó;
U n a mañana, un chiquillo
pero el infeliz «Patricio,»
presentósele al Mayor
que luchando cual león,
pidiéndole que una plaza
los fieros botes ele lanza
le diera en el escuadrón:

I
con su sable se quitó,
en vez de obtener su ascenso, era el osado «Patricio,»
como justo galardón, el corneta desertor.
graves y horribles martirios Y 110 bien entre las filas
le llenaban de temor, del regimiento se halló,
pues los soldados querían t u v o que poner á prueba
con u n a insistencia atroz, nuevamente su pudor.
probar q u e el bravo corneta ¡Qué d é afanes! ¡Qué de luchas!
era mujer, no varón. ¡Qué de tormentos sufrió!
«Patricio,» al verse acosado, para burlar de los suyos
exclamaba con f u r o r : la curiosa indiscreción!
—¡Pasan sobre mi cadáver; —«Patricio» es mujer—decían
pero no me rindo, no! los soldados al Mayor;
Y sin encontrar remedio mírele usted las orejas
á su triste situación, agujereadas. Quedó
en aquella misma noche el pobre chico, azorado
del cuartel se desertó. y temblando de pavor,
;; y como Se le observara

con tenaz obstinación,


—es que de u n cacerolero
II.
dice el muchacho—hijo soy,
y como él usaba aretes,
Con el General Doblado
también me los.puse yo.
un regimiento quedó
E n ése mismo momento ofrecióle abiertamente
se le abalanza u n «tambor," generosa protección
pero «Patricio" resiste, y con las nobles H e r m a n a s
y con desesperación, de la Caridad la envió.
toma una piedra y la estampa Eos arreos militares,
en la frente á su agresor. Patricia, con gran dolor,
Entonces todos intentan hubo de olvidar; mas nunca
sujetarlo; mas, veloz, p u d o quitarse el «schacó.»
corre hasta el cuerpo de guardia Y por esto, algún soldado,
loco de angustia y terror, q u e para su curación
y d a n d o gritos exclama: en el Hospital se hallaba
—¡Capitán, preso me doy; de Belem, le p r e g u n t ó
esos hombres m e hacen daño, á Sor Remigia Salinas
socórrame usted, por Dios! con picaresca intención:
Supo el suceso Doblado, —Madre, ¿es usted General?
presa de viva emoción, —¿Por qué, hijo? contestó.
é interrogando al chicuelo — P o r q u e usted trae á su lado
si era m u j e r , contestó: al clarín de Comonfort.
—Mi General, se lo digo
en reserva, sí lo soy.
E n la campaña he luchado
III.
frente al enemigo; yo
he sido el clarín de órdenes
¡Oh los héroes ignorados
del General Comonfort
cuya cuna se meció
y m e seduce y me encanta
en las sombras del silencio,
vestirme como varón.
la miseria y el dolor!
Y refieren q u e Doblado,
De que os premié y os bendiga
sorprendido del valor
la Patria, cuán dignos sois,
con que la heroica Patricia
vosotros, los que lucliásteis
por la libertad luchó,
con sublime abnegación,
\

que sólo por campamento


bajo del ardiente sol,
tuvisteis alguna encina
ó a l g ú n abrupto peñón HÑTXDXGE1
donde reclinar las sienes,
en tanto que con amor Págs.
os coronaba la gloria PRÓLOGO 9
con su vivido arrebol. INTRODUCCIÓN 23
La Ciudad Encantada 29
Que en sus anales, la Patria
E l C e r r o del Moco 43
os conserve con honor, El C a n t a d o r 59
que cante vuestras proezas Pipila 71
E l M i l a g r o del P a d r e S e r e n i t o 91
la lira, con tierno son,
El C o n d e de la C a d e n a 107
y que el pueblo, al recordaros El P a c h ó n 121
con gratitud, con amor, E l Coche d e Don M e l c h o r 129
Albino G a r c í a 141
para siempre, vuestros nombres
l,a Plazuela de los C a r c a m a n e s '5!
los guarde en su corazón! L a s H o r c a s de Calleja . 159
l6
El Giro 7
N u e s t r a S e ñ o r a de G u a n a j u a t o '77
L a s c a b e z a s d e los héroes '9'
L a s Velas del P a d r e . <97
E l Diablo e n los Ejercicios 205
Los Hospitales 221
FIN. E l S e ñ o r d e Villaseca 233
líl Cclegio d e l E s t a d o 245
L a L a g u n a de S a n g r e 263
Kray A n t o n i o 271
2
La J u r a d e l Rey 93
L a C a l l e Del T r u c o 30t
E l Clarín d e O r d e n e s 3>9
\

que sólo por campamento


bajo del ardiente sol,
tuvisteis alguna encina
ó a l g ú n abrupto peñón HÑTXDXGE1
donde reclinar las sienes,
en tanto que con amor Págs.
os coronaba la gloria PRÓLOGO 9

con su vivido arrebol. INTRODUCCIÓN 23


La Ciudad Encantada 29
Que en sus anales, la Patria
E l C e r r o del Moco 43
os conserve con honor, El C a n t a d o r 59
que cante vuestras proezas Pipila 71
E l M i l a g r o del P a d r e S e r e n i t o 91
la lira, con tierno son,
El C o n d e de la C a d e n a 107
y que el pueblo, al recordaros El P a c h ó n 121
con gratitud, con amor, E l Coche d e D011 M e l c h o r 129
Albino G a r c í a >41
para siempre, vuestros nombres
l,a Plazuela de los C a r c a m a n e s i5!
los guarde en su corazón! L a s H o r c a s de Calleja . . 159
l6
El Giro 7
N u e s t r a S e ñ o r a de G u a n a j u a t o '77
L a s c a b e z a s d e los héroes 191
L a s Velas del P a d r e . >97
E l Diablo e n los Ejercicios 205
221
Los Hospitales
FIN. E l S e ñ o r d e Villaseca 2
33
2
El Cclegio d e l E s t a d o 4S
26
L a L a g u n a de S a n g r e 3
2
Kray A n t o n i o 7<
2
La J u r a d e l Rey 93
L a C a l l e Del T r u c o 30i
E l Clarín d e O r d e n e s 3'9

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