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HORA

S ANTA

SANTA MARÍA MAGDALENA


San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.

Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.


Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.
 Se lee el texto bíblico:

L
ectura del Evangelio según San Lucas 7, 36-42
En aquel tiempo, Uun fariseo le rogaba que fuera a comer con él y,
entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer
que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba
comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de
perfume y, 38 colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle
los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los
cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo
había invitado se dijo: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer
es la que lo está tocando, pues es una pecadora». Jesús respondió y le dijo:
«Simón, tengo algo que decirte». Él contestó: «Dímelo, Maestro». «Un
prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro
cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos
le mostrará más amor?».
SANTA MARÍA MAGDALENA
Diligebat Jesus... Mariam
“Jesús amaba a María Magdalena” (Jn11, 5)
Santa María Magdalena era la amiga privilegiada de Jesús. Le servía con
sus bienes y le acompañaba por todas partes. Honró magníficamente con
sus oblaciones la sacratísima humanidad de Jesús. Tenía gusto especial
en orar a sus pies contemplándole en silencio; todos estos títulos le dan
derecho a considerarla como patrona y modelo de adoración y del
servicio que se debe a Jesús sacramentado. Estudiemos a santa María
Magdalena: su vida está llena de las mejores enseñanzas.
I.- Jesús amaba a María, a María su hermana y a Lázaro: a María
especialmente. Sin duda que amaba a los tres, pero sentía especial afecto
por María.
Aunque Jesús nos ame a todos, tiene, no obstante, sus amigos
predilectos, y permite que nosotros los tengamos también en nuestro
Señor. La naturaleza y aun la gracia misma necesita de ellos. Todos los
santos han tenido amigos de corazón y ellos mismos han sido los más
tiernos y desinteresados amigos.
Magdalena fue, antes de su conversión, una pecadora pública.
Poseía todas las cualidades de cuerpo y de alma, juntamente con todos
los bienes de fortuna a propósito para llegar a los mayores excesos. Y ella
se dejó llevar. El Evangelio la rebaja hasta decir que fue una pecadora
pública. Tan grande llegó a ser su degradación, que Simón el fariseo tuvo
por una deshonra que ella hubiese entrado en su casa. Hasta llegó a
dudar del espíritu profético de Jesús viendo cómo la toleraba a sus pies.
Mas esta pobre pecadora, una vez conseguido el perdón de sus culpas,
remonta su vuelo hasta la cumbre de la santidad. Veamos cómo.
II.- Lo que más detiene a los grandes pecadores impidiéndoles que se
conviertan, es el respeto humano. No podría perseverar en el bien –dicen–
y no me atrevo a acometer una empresa en la que me sería imposible
continuar. Y se detienen desalentados.
No obró así la Magdalena; sabe que Jesús está en casa de Simón y no
vacila. Se dirige directamente a Jesús y hace confesión pública. Se atreve a
penetrar en una casa de la que se le hubiere despedido ignominiosamente
si alguien la hubiese conocido al entrar en ella. A los pies de Jesús no
profiere una sola palabra, pero su amor habla muy alto. Los pintores la
representan con los cabellos sueltos y descuidados y con los vestidos
poco arreglados; pero estos cuadros son puro parto de la imaginación;
eso no hubiese sido digno ni de Jesús ni del arrepentimiento de ella.
Va derechamente a Jesús... sin equivocarse. ¿Dónde lo ha conocido? ¡Ah...,
el corazón que está enfermo sabe muy bien encontrar al que le ha de
curar y consolar!
María no se atreve a levantar la vista para mirar a Jesús, ni dice una
palabra: tal es el carácter del verdadero arrepentimiento, como se ve en el
hijo pródigo y en el publicano.
El pecador que mira de frente a Dios, a quien ha ofendido, le insulta.
María llora y con sus cabellos enjuga los pies de Jesús, que ha regado con
sus lágrimas. Ahí está su puesto, a los pies de Jesús.
Los pies pisan la tierra, y ella conoce que no es más que polvo de un
cadáver. Los cabellos, vanidad que el mundo adora, son en sus manos un
trapo: allí permanece postrada esperando la sentencia. Ella oye las
murmuraciones de los envidiosos, de los apóstoles y de los demás judíos
que no honraban sino la virtud aplaudida y triunfante. Ellos no amaban a
Magdalena, la cual les da a todos una lección. Todos habían pecado, pero
nadie había tenido el valor para pedir perdón públicamente. ¡El mismo
Simón, prototipo del orgullo y de hipocresía, se indigna! Mas Jesús
defiende a Magdalena. ¡Qué palabras de rehabilitación: se le han
perdonado muchos pecados porque ha amado mucho! “Ve en paz –le dice
el Salvador–, tu fe te ha salvado” (Lc 7, 47. 50).
No añade: no peques más, como dijo a la adúltera, más humillada por
haber sido sorprendida en el crimen que arrepentida por haber ofendido
a Dios. La Magdalena no necesita esta recomendación: su amor da a Jesús
la certeza de la firmeza de su propósito. ¡Qué absolución tan hermosa y
conmovedora! Magdalena tiene una contrición perfecta. Cuando vayáis a
los pies del confesor uníos a la Magdalena, y que vuestra contrición, como
la suya, sea más efecto del amor que del temor.
La Magdalena se retiró purificada con el bautismo del amor, y con su
humildad llegó a ser más perfecta que los apóstoles. Ahora con este
ejemplo despreciad a los pecadores, si os atrevéis. Un instante es
suficiente para hacer de ellos grandes santos. ¡Cuántos de estos grandes
santos han sido buscados por Jesucristo cuando se hallaban encenagados
en sus pecados, como, por ejemplo, san Pablo, san Agustín y tantos otros!
La Magdalena les abre el camino: supo llegar hasta el corazón de Jesús,
porque partió desde muy abajo y se humilló profundamente. ¿Quién
podría ya desesperar?
III.- Después de su conversión, la Magdalena va a entrar en el amor activo.
Esta es una gran lección. Muchos de los convertidos se detienen allí.
Quieren permanecer en la paz de una buena conciencia guardando los
mandamientos. No se atreven a seguir a Jesús y acaban por volver a caer.
El hombre no puede vivir de lágrimas y suspiros.
Habiendo destruido los ídolos de vuestro corazón, que constituían
vuestra vida, es necesario que algo los substituya y este algo no puede ser
sino el vivir de la vida de Dios. ¿Que estáis arrodillados a los pies de
Jesús? Bien; pero luego Él se levanta: seguidle y marchad con Él. Ved a la
Magdalena cómo va a seguir a Jesús y ya no se apartará de Él jamás. La
volveréis a encontrar a sus pies escuchando sus palabras y meditándolas
en su corazón. Esta es la gracia peculiar de su vida; su lenguaje es la
oración, la plegaria y el amor. Sigue a Jesús y practica las virtudes de que
le da ejemplo en sus diversos estados de vida. La conversión que se limita
al sentimiento no es duradera; María toma parte en todas las vicisitudes
de la vida de Jesús.
Durante sus viajes, ella le proporciona lo que necesitaba para su
subsistencia y para la de sus apóstoles. Jesús va con frecuencia a casa de
sus amigos de Betania y come con ellos: Él, en cambio, les concede el
alimento de las gracias del amor. Cada vez que Jesús se presenta allí,
María cae rendida a sus pies y se entrega a la oración.
Marta se siente aguijoneada por la envidia. Lo mismo les pasa a aquéllos
que creen que de todos los estados de la vida uno sólo es bueno y una
sola la manera de vivir. Todos los estados son buenos y, por consiguiente,
el que habéis elegido es bueno: guardadlo y no despreciéis los demás.
Marta, trabajando por Jesús, hace bien, pero hizo mal mostrándose celosa
de su hermana. Jesús, como sabéis, le respondió defendiendo a
Magdalena. Es mejor oír su voz que ocuparse en preparar el alimento. Así
ocurre que las vocaciones de vida activa suelen quejarse de las almas
contemplativas: “Sois inútiles –dicen–; venid a ejercitar la caridad
trabajando en favor de nuestros hermanos”; pero Jesús hace la defensa
de ellas en este pasaje. Pues qué, ¿no hay que ejercitar también la caridad
con Jesucristo pobre y abandonado en su Sacramento?
La Magdalena oye este diálogo y no responde palabra a las quejas de su
hermana: se encuentra bien a los pies del Salvador y allí continúa.
Otro carácter del amor activo de Magdalena es el sufrimiento: sufre con
Jesucristo. Sin duda que había conocido con anticipación la muerte de su
Maestro, porque la amistad no tiene secretos, y si Jesús la reveló a sus
apóstoles, tan rudos y groseros... ¿cómo la había de ocultar a la
Magdalena?
Ved cómo le hace sufrir su amor. Magdalena aventaja en valor a los
hombres... sube hasta el calvario, deja a su familia muy amada por seguir
a Jesús hasta el final de su pasión, y la vemos con María santísima a los
pies de la cruz. El evangelio la nombra expresamente, que bien había
merecido esta distinción. ¿Y qué hace allí? Ama y sufre con Jesús. El que
ama quiere participar de la vida de su amigo, sea ésta la que fuere. El
amor funde en una sola dos vidas, dos existencias. La Magdalena no está
en pie, porque recuerda que ha sido pecadora y que debe estar
arrodillada. Solamente María permanece en pie inmolando a su querido
hijo..., a su Isaac.
La Magdalena espera allí hasta después de la muerte de Jesús.
Al amanecer del primer día de la semana vuelve al mismo sitio. No se
olvida que Jesús está sepultado y quiere todavía sufrir y llorar. El
evangelio encomia el celo y la magnificencia de los presentes de las otras
mujeres; de Magdalena, sólo habla de las lágrimas. ¡Esta es la heroína
cristiana! Magdalena más que todos los demás santos nos hace ver la
necesidad de la misericordia divina.

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