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Alrededor de 1537 surge la tradición del relato de la aparición de la Virgen de Guadalupe. La Virgen
se apareció en 1531 (10 años después de la conquista) a un indio pobre llamado Juan Diego.
Apareció en el cerro Tepeyac, al noreste de la ciudad de México. En ese cerro existió un centro
dedicado a la diosa Tonantzín (que, según Torquemada, significa “Nuestra Madre”) que fuera
destruido por los españoles. En ese cerro nació el pueblo azteca, cuando un colibrí depositó sus
plumas en la tierra del Tepeyac. Luego la cultura azteca pasó por cuatro soles, al final de los cuales
sobrevendría Nahim Olim (la catástrofe final y la destrucción de los aztecas). Seguramente la
conquista fue experimentada, pasadas las primeras resistencias aztecas, como “Nahim Olim”; en
ese momento aparece la Guadalupana.
El obispo de México, Don Juan de Zumárraga, fue informado de la aparición de la Virgen por Juan
Diego; como sello milagroso de su testimonio, Juan Diego abrió su tilma o ayate y el obispo pudo
ver allí grabada la imagen de la Virgen. Una Virgen morena, india, embarazada (ya que tenía una
cinta sobre su vientre, como las mujeres aztecas usaban para señalar su embarazo) y que hablaba
náhuatl. Entonces, el obispo mandó construir un templo sobre el centro de culto azteca. Al poco
tiempo, los aztecas comprendieron que la Virgen era Tonantzín. Y la Iglesia, los españoles, la
presentaron como la Madre de un quinto sol, un sol que se llamaba Jesucristo. Y los aztecas
comenzaron a bautizarse.
Como hemos visto en las líneas anteriores, los españoles instalaron un discurso hegemónico que
aún perdura en nuestros días. El proceso al cual apelaron, es al que se conoce como sincretismo, es
decir, conciliar ideas o pensamientos opuestos. Para ello, se valieron de algunas de las creencias de
los aztecas y las manipularon en pos de la iglesia católica. Lejos de ser una imposición violenta, como
lo fue en gran parte de la conquista, esto se dio gracias al convencimiento y al consenso.
Todo discurso hegemónico se basa en el consenso. Sin embargo, para que este se pueda dar tiene
que haber sociedades conformistas que digan “amen” a lo que se les impone. Evidentemente, los
discursos arteros de las clases hegemónicas son cada vez más difíciles de detectar e impactan de
lleno en los colectivos que esgrimen algún tipo de resistencia. Los aztecas, ante la manipulación que
fueron víctimas, fueron despojados de su cultura y terminaron comulgando con el “enemigo”.
Estas prácticas, en nuestros días, se siguen repitiendo. Aquí, me parece que es fundamental el
apersonamiento de la disciplina Historia Social de la Educación. En primer lugar, en su función de
dar testimonio de hechos anteriores a nuestro tiempo, pero con la pertinencia de no dejar de lado
las construcciones de significado que esbozaron otro tipo de colectivos, no solo los hegemónicos.
Para mí, la comunicación es una construcción social de sentido, y con “social” me refiero a la
importancia del otro. Uno existe porque hay otro. Es por ello que, a mi entender, la disciplina no
puede llamarse meramente Historia de la Educación. El proceso de comunicación es el que va
sentando las bases para las construcciones de sentido de los colectivos en un tiempo determinado.
Este proceso va ir construyendo lo que nosotros conocemos como Historia.