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Recuerdos de un perito del Concilio Vaticano II

El Concilio, el Novus Ordo Missae


y las innovaciones litúrgicas sin fin
por el Cardenal Alfons M. Stickler

El Cardenal Alfons Stickler es prefecto emérito de la Biblioteca Vaticana y sus archivos. Actuó como
especialista, como perito, en la Comisión de Liturgia del Concilio Vaticano II. Fue elevado al colegio
cardenalicio por el Papa Juan Pablo II en l985. Este ensayo apareció originalmente en Die heilige
Liturgie (Steyr, Austria: Ennsthaler Verlag, 1997, Franz Breid ed). La presente es una traducción de la
versión en inglés aparecida en diciembre de 1998 en la revista norteamericana "Latin Mass", llevada a
cabo por Thomas E. Woods, Jr., a pedido del propio Cardenal Stickler.

MI FUNCION EN EL CONCILIO - Pido perdón si comienzo con algunas circunstancias personales, pero
lo he considerado necesario para una mejor comprensión del tema que debo abordar. Fui profesor de
Derecho Canónico e Historia de las leyes de la Iglesia en la Universidad Salesiana y, durante 8 años,
desde 1958 a 1966, su Rector. Como tal actué como consultor de la Sagrada Congregación para los
Seminarios y Universidades y, desde las tareas preparatorias para la implementación de los reglamentos
conciliares, como miembro de la Comisión Conciliar dirigida por ese dicasterio. Además, fui nombrado
perito de la Comisión para el Clero.

Poco antes del comienzo del Concilio, el Cardenal Larraona, de quien yo había sido alumno en la
Laterana y que había sido nombrado prefecto de la Comisión Conciliar para la Liturgia, me llamó para
decirme que había sugerido mi nombre para perito de esa Comisión. Objeté que ya me hallaba
comprometido para otras dos, como perito conciliar, sobre todo para la de seminarios y universidades.

Pero él insistió en que un canonista debía participar debido a la significación del derecho canónico en los
requerimientos de la liturgia. Por lo tanto, y asumiendo una obligación que no había buscado, viví la
experiencia del Vaticano II desde el principio.

En general, la liturgia había sido colocada como el primer tópico en el orden de los temas a tratarse. Fui
nombrado en una subcomisión que debía considerar los modi de los primeros tres capítulos y tenía
también que preparar los textos que se llevarían al recinto conciliar para discusión y votación. Esta
Subcomisión consistía de tres obispos –el Arzobispo Callewaert de Gantes, como presidente, el Obispo
Enciso Viana de Mallorca y, si no me equivoco, el Obispo Pichler de Yugoslavia– y de tres peritos: el
Obispo Marimort, el claretiano español Padre Martínez de Antoñana y yo. Pude conocer así, con
claridad, los deseos de los Padres Conciliares así como el sentido correcto de los textos que el Concilio
votó y adoptó.

EL CONCILIO Y EL NUEVO MISAL ROMANO. Podrá comprenderse mi asombro cuando comprobé que,
de muchos modos, la edición final del nuevo Misal Romano no se correspondía con los textos
Conciliares que yo conocía tan bien, y que contenía mucho que ampliaba, cambiaba, y hasta iba
directamente contra las provisiones Conciliares. Como conocía con precisión todo el procedimiento del
Concilio, desde las muchas veces largas discusiones y el proceso de los modi hasta las repetidas
votaciones que llevaban a las formulaciones finales, como también los textos que incluían las
regulaciones precisas para la implementación de la reforma deseada, pueden ustedes imaginar mi
estupor, mi creciente desagrado, y hasta mi indignación, especialmente con respecto a contradicciones
específicas y cambios que necesariamente tendrían consecuencias duraderas. Por esto decidí ir a ver al
Cardenal Gut, quien el 8 de mayo de 1968 había sido nombrado prefecto para la Congregación de los
Ritos, en reemplazo del Cardenal Larraona, quien había renunciado a la prefectura de dicha
congregación el 9 de enero de ese año.

Le solicité una audiencia en su departamento, que me concedió el 19 de noviembre de 1969 (aquí


quisiera hacer notar, incidentalmente, que la fecha de la muerte del Cardenal Gut aparece,
repetidamente, adelantada un año en las memorias del Arzobispo Bugnini : 8 de diciembre de 1969, en
vez de la correcta, de 1970).

Me recibió muy cordialmente, a pesar de que estaba visiblemente muy enfermo, y pude, por así decirlo,
abrirle mi corazón. Me dejó hablar sin interrupción durante media hora, y entonces me dijo que compartía
plenamente mi preocupación. Enfatizó, de todos modos, que la Congregación de los Ritos no tenía la
culpa, ya que el trabajo de reforma en su totalidad había sido efectuado por un Consilium, que había sido
nombrado por el Papa específicamente con ese fin, y para el cual Pablo VI había elegido al Cardenal
Lercaro como presidente y al padre Bugnini como secretario. Este grupo trabajó bajo la supervisión
directa del Papa.

He aquí que el padre Bugnini había sido secretario de la Comisión Conciliar Preparatoria para la Liturgia.
Como su trabajo no había sido satisfactorio –había tenido lugar bajo la dirección del Cardenal Gaetano
Cicognani– no fue promovido a secretario de la Comisión Conciliar. En su lugar fue nombrado Fray
Ferdinando Antonelli OFM (más tarde Cardenal). Un grupo organizado de liturgistas hizo ver a Pablo VI
esta postergación como una injusticia hacia el P. Bugnini, y se las arreglaron para lograr que el nuevo
Papa, que era muy impresionable ante estos procederes, reparara la "injusticia" nombrando al P. Bugnini
secretario del nuevo Consilium responsable de implementar la reforma.
Estos dos nombramientos, del Cardenal Lercaro y del P. Bugnini, para lugares clave en el Consilium,
hicieron posible que se oyeran voces que no habían sido oídas durante el proceso del Concilio y, de la
misma manera, se silenciaran otras que sí lo habían sido. Además, el trabajo del Consilium se llevó a
cabo en áreas de trabajo inaccesibles a quienes no fueran miembros del mismo.

Con el fin de establecer la coincidencia o la contradicción entre las reglamentaciones del Concilio y la
reforma tal cual fue llevada a cabo, veamos brevemente las instrucciones Conciliares más importantes
relativas al trabajo de reforma.

Las instrucciones generales, que conciernen sobre todo a los fundamentos teológicos, están contenidas
principalmente en el artículo 2 de Sacrosantum Concilium. Aquí se establecen primeramente la
naturaleza terreno-celestial de la Iglesia, su Misterio, tal como la liturgia debería expresarlo: todo lo
humano debe estar ordenado y subordinado a lo divino; lo visible a lo invisible; lo activo a lo
contemplativo; el presente a la futura Ciudad de Dios que buscamos. De acuerdo con esto, la renovación
de la liturgia debe ir de la mano con el desarrollo y la renovación del concepto de Iglesia.

El artículo 21 deja asentada la condición previa para cualquier reforma litúrgica: que hay en la liturgia
una parte inmutable, pues fue decretada por Dios, y partes que pueden ser cambiadas, o sea aquellas
que se introdujeron en el curso del tiempo en forma impropia o han probado ser menos apropiadas. Los
textos y los ritos deben corresponderse con la orden establecida en el artículo 2, y por esto pueden ser
mejor entendidos y mejor experimentados por el pueblo. En el artículo 23 aparecen sobre todo guías
prácticas que deben ser seguidas para lograr la correcta relación entre tradición y progreso. Debe
emprenderse una precisa investigación teológica, histórica y pastoral; además, se deben considerar las
leyes generales de la estructura y del sentido de la liturgia, y la experiencia derivada de las reformas
litúrgicas más recientes. Luego, se deja establecido como norma general que la innovación se puede
introducir solamente si un genuino beneficio para la Iglesia lo demanda. Finalmente, las nuevas formas
deben surgir orgánicamente de aquellas ya existentes.

Conviene señalar las normas prácticas para la tarea de la reforma que surgen de la naturaleza didáctica
y pastoral de la liturgia. De acuerdo con el artículo 33, la liturgia es principalmente el culto a la majestad
de Dios, por el cual los creyentes entran en relación con Él por medio de signos visibles que la liturgia
usa para expresar realidades invisibles, signos que fueron elegidos por Cristo mismo o por la Iglesia.
Hay aquí un eco vibrante de lo que el Concilio de Trento ya recomendaba con el fin de proteger su
patrimonio del vacío racionalista e insípido del culto protestante, patrimonio que el Santo Padre en sus
escritos a las iglesias orientales ha caracterizado como su tesoro especial. Este "tesoro especial"
también merece

El Concilio pidió, una y otra vez, que la reforma se


adhiriera a la tradición. Todas las reformas, a
excepción de la post-conciliar, observaron esta regla
básica
ser una fuente de alimento para la Iglesia Católica. Se distingue por ser rico en simbolismo, proveyendo
de esa manera educación didáctica pastoral y enriquecimiento, haciéndolo especialmente adecuado
hasta para la gente más sencilla.

Cuando consideramos que las iglesias Ortodoxas –a pesar de su separación de la roca de la Iglesia– a
través de la expresión simbólica y el desarrollo teológico que continuamente se incorporaron a su liturgia
han preservado las creencias correctas y los sacramentos, toda reforma litúrgica católica debería más
bien aumentar la riqueza simbólica de su forma de culto en vez de disminuirla –a veces hasta
drásticamente–.

En lo que concierne a las guías prácticas para partes específicas de la liturgia –sobre todo para lo
central, el sacrificio de la Misa– es suficiente concentrarse en unos pocos puntos especialmente
significativos para la reforma del Ordo Missae.

Para ello, deben enfatizarse especialmente dos directivas Conciliares. En el artículo 50 se da,
primeramente, la directiva de que en la reforma debe manifestarse más claramente la naturaleza
intrínseca de las varias partes de la Misa y la conexión entre ellas con el fin de facilitar la activa y devota
participación de los fieles.

Como consecuencia, se enfatiza que los ritos deben ser simplificados pero manteniendo al mismo
tiempo fielmente su sustancia, y que ciertos elementos que habían sido duplicados en el curso de los
siglos o agregados de manera no especialmente oportuna, debían ser nuevamente eliminados; mientras
que otros, que habían sido perdidos con el paso del tiempo, serían restaurados en armonía con los
padres Conciliares hasta donde pareciera apropiado o necesario.

EL CONCILIO: ÉNFASIS ESPECIAL EN EL SILENCIO. En lo que concierne a la participación de los


fieles, los varios elementos de compromiso exterior están indicados en el artículo 30, con énfasis
especial en el silencio necesario en los momentos debidos. El Concilio vuelve a esto en más detalle en el
artículo 48, con una nota especial sobre la participación interior, a través de la cual la adoración a Dios y
la obtención de la Gracia, juntamente con el sacerdote que ofrece el sacrificio y los demás participantes,
logra sus frutos.

EL LENGUAJE LITÚRGICO. El Artículo 36 habla del lenguaje litúrgico en general, y el artículo 54 de los
casos particulares de la Misa. Luego de una discusión que duró varios días, en la cual se discutieron los
argumentos a favor y en contra, los padres Conciliares llegaron a la clara conclusión – en total acuerdo
con el Con-cilio de Trento– de que el Latín debía ser mantenido como la lengua del culto para el rito
Latino, aunque eran posibles y aún bienvenidos los casos excepcionales. Volveremos sobre este punto
en detalle.

EL CANTO GREGORIANO. El artículo 116 habla extensamente sobre el canto gregoriano, haciendo
notar que éste ha sido el canto clásico de la liturgia católica desde el tiempo de Gregorio el Grande, y
que como tal debe ser mantenido. La música polifónica también merece atención y estudio. Los demás
artículos del capitulo VI, sobre música sacra, hablan del canto y la música apropiados para la Iglesia y la
liturgia, y enfatiza espléndidamente el importante, ciertamente fundamental, papel del órgano en la
liturgia Católica.

El artículo 107 analiza la reforma del año litúrgico, poniendo énfasis en la afirmación o reintroducción de
los elementos tradicionales y reteniendo su carácter específico. Se enfatiza particularmente la
importancia de las fiestas del Señor y en general del Propium de tempore en la secuencia anual, en el
cual algunas fiestas sagradas debían dejar su lugar para que la completa efectividad de la celebración
de los misterios de la redención no fuera menoscabada.

Por cierto que estas menciones sobre la reforma litúrgica a la luz de la Constitución para la Liturgia no
son completas en lo que concierne a los distintos temas considerados ni a cómo fueron tratados.
Seleccionaré muchos y variados ejemplos que parecen necesarios para llegar a una conclusión
convincente.

La Iglesia y la liturgia crecen y se desarrollan juntas, pero siempre de modo que lo terreno se organice
en torno a lo celestial. La misa viene de Cristo; fue adoptada por los apóstoles y sus sucesores como
también por los Padres de la Iglesia. Se desarrolló orgánicamente con el mantenimiento consciente de
su substancia. La liturgia se desarrolló conforme a la Fe que está contenida en ella; por esto podemos
decir con el Papa Celestino I, en sus escritos a los obispos Galicanos en el año 422: Legem credendi
lex statuit supplicandi: la liturgia contiene y, en formas adecuadas y comprensibles, expresa la Fe. En
este sentido, el contenido de la liturgia participa del contenido de la Fe misma y, ciertamente, contribuye
a protegerla. Nunca se ha visto, entonces, en ninguno de los ritos cristianos católicos, una ruptura, una
creación radicalmente nueva – a excepción de la reforma post-conciliar. Pero el Concilio pidió, una y otra
vez, que la reforma se adhiriera a la tradición. Todas las reformas, comenzando con Gregorio I, a lo largo
de la Edad Media, durante el ingreso a la Iglesia de los pueblos más dispares con sus variadas
costumbres, observaron esta regla básica.

Esta es, incidentalmente, una característica de todas las religiones, incluidas las no reveladas, que
prueba que un apego a la tradición es común a todo culto religioso, y por lo tanto es algo natural.

No es sorprendente, por lo tanto, que cada brote herético de la Iglesia Católica haya generado una
revolución litúrgica, como es claramente reconocible en el caso de los protestantes y anglicanos;
mientras que las reformas efectuadas por los papas y particularmente estimuladas por el Concilio de
Trento y llevadas adelante por el Papa San Pío V, como de las de San Pío X, Pío XII y Juan XXIII, no
fueron revoluciones, sino meramente correcciones insignificantes, alineamientos y enriquecimientos. No
debía introducirse nada nuevo, como el Concilio dice expresamente refiriéndose a la reforma deseada
por los Padres Conciliares, salvo que lo demandara el bien genuino de la Iglesia.

MULTIPLICIDAD PRÁCTICAMENTE ILIMITADA. Hay varios ejemplos de lo que la reforma post-conciliar


de hecho produjo, sobre todo, en su mismo corazón, el radicalmente nuevo Ordo Missae. El nuevo
introito de la Misa asegura un lugar destacado a muchas variantes, y por medio de posteriores
concesiones a la imaginación de los celebrantes con sus comunidades, ha ido llevando a una
multiplicidad prácticamente ilimitada. De cerca le sigue el Leccionario, al cual volveremos en conexión
con otro asunto.

EL OFERTORIO, UNA REVOLUCIÓN. Luego de esto viene el Ofertorio, el cual, en sus textos y
contenido, representa una revolución. Ya no aparece como el antecedente del sacrificio sino, solamente,
como una preparación de los dones, con sentido evidentemente humanizado, lo que nos impresiona
como artificioso del principio al fin. En Italia fue llamado el sacrificio de los coltivatori diretti, esto es, de la
poca gente que aún cultiva personalmente sus pequeñas parcelas de tierra, mayormente antes y
después de su ocupación principal. Debido a los grandes medios técnicos a disposición de la agricultura,
que hoy sólo se pueden obtener por vía de la industria, para la producción del pan se utiliza muy poco
trabajo del hombre. Desde la arada hasta la cosecha de la cual proceden los granos de trigo son
necesarias muy pocas manos humanas. La substitución de la ofrenda de los dones para el sacrificio por
realizarse es más bien un desafortunado y anacrónico simbolismo que escasamente puede reemplazar
los varios elementos simbólicos genuinos que fueron suprimidos.

Se hizo también tabula rasa con los gestos altamente recomendados por el Concilio de Trento y
solicitados por el Concilio Vaticano II, como también muchas Señales de la Cruz, besos al altar y
genuflexiones.

EL SACRIFICIO. El centro esencial, la acción sacrifical en sí misma, sufrió un perceptible desvío hacia la
Comunión, habiendo sido el Sacrificio de la Misa en su totalidad transformado en una comida
Eucarística, mientras que en la conciencia de los creyentes los componentes integrantes de la Comunión
reemplazaron al componente esencial del acto transformador del sacrificio. El cardenal Ratzinger
también ha determinado expresamente, en referencia a las más modernas investigaciones dogmáticas y
exegéticas, que es teológicamente falso comparar la comida con la Eucaristía, lo que ocurre
prácticamente siempre en la nueva liturgia.

Con esto el terreno queda preparado para otro cambio esencial: en lugar del sacrificio ofrecido por un
sacerdote ungido como alter Christus viene la comida comunitaria de los fieles convocados bajo la
presidencia del sacerdote. La intervención de los cardenales Ottaviani y Bacci persuadió al Papa de
trastocar la definición que confirmaba este cambio en el Sacrificio de la Misa, por lo que fue ¨destruida¨
por orden de Pablo VI. La corrección de la definición, de todos modos, no resultó en ningún cambio en el
propio Ordo Missae.

CELEBRACIÓN VERSUS POPULUM. Estos cambio del corazón del Sacrificio de la Misa fueron
confirmados y estimulados por la celebración versus populum, una práctica que anteriormente había sido
prohibida y que era una marcha atrás de toda la tradición de celebración hacia el Este, en la cual el
sacerdote no era la contraparte del pueblo sino más bien alguien que actuaba in persona Christi, bajo el
símbolo del sol naciendo en el Este.

LA FÓRMULA DE CONSAGRACIÓN DEL VINO Y EL MISTERYUM FIDE. Es pertinente señalar un


cambio muy serio en la fórmula de la consagración del vino en la Sangre de Cristo: las palabras
Mysterium fidei fueron eliminadas, e insertadas luego como una exclamación en conjunto con el pueblo,
todo un golpe para la "actuosa participatio".

¿Qué dice expresamente la investigación histórica que el Concilio ordenó como previa a la realización de
cualquier cambio? Que esas palabras datan de las primeras tradiciones de la Iglesia Romana que nos
son conocidas, que nos fueron transmitidas por San Pedro. San Basilio, quien a través de sus estudios
en Atenas estaba ciertamente familiarizado con la tradición occidental, dice a propósito de las fórmulas
de todos los sacramentos, que no habían sido escritas en las bien conocidas sagradas escrituras de los
apóstoles y sus sucesores y discípulos, con motivo de la disciplina de secreto que entonces imperaba,
por lo cual los más sagrados misterios de la Iglesia no debían estar al alcance de los paganos. Dice
expresamente, como todos los testigos del cristianismo que participan de la misma convicción, que
además de las enseñanzas escritas que nos fueron entregadas, tenemos otras que in mysteria tradita
sunt y que datan de la época de los apóstoles; dice que ambas tienen el mismo valor y que nadie debe
contradecir ninguna de las dos. Como un ejemplo, cita expresamente las palabras por las cuales el pan
Eucarístico y el Cáliz de Salvación son consagrados. ¿Cuáles de los santos nos las han entregado
escritas?
Santo Tomás dice que las palabras ¨mysterium fidei¨
vienen de tradición divina

Todos los subsiguientes períodos de la historia testimonian expresamente sobre esta herencia histórica
en la fórmula de la Consagración Eucarística: el sacramentario gelasiano –el misal más antiguo de la
Iglesia Romana– contiene en el códice vaticano en el texto original las palabras ¨mysterium fidei", y no
como una adición posterior.

La gente siempre se ha preguntado sobre el origen de estas palabras. En 1202, Juan, arzobispo emérito
de Lyons, preguntó al papa Inocencio III, cuyos conocimientos litúrgicos eran bien conocidos, si uno
debía creer que las palabras del canon de la Misa que no provienen de los evangelios fueron
transmitidas por Cristo y los apóstoles a sus sucesores. El Papa respondió en una larga carta de
Diciembre de ese año que debemos creer que estas palabras que no están en los Evangelios fueron
recibidas de Cristo por los apóstoles y de ellos pasaron a sus sucesores. El hecho de que esta decretal
(incluida en la colección de cartas decretales de Inocencio III y que fueron compiladas por Raimundo de
Peñafort por orden del Papa Gregorio IX) no fuera excluida como lo fueron otras, prueba el prolongado
valor otorgado a esta afirmación del gran Papa.

Santo Tomás habla largamente sobre este tema en la Summa Theologiae III, q. 78,art. 3, que trata de las
palabras de la consagración del vino. Explicando la arcana necesaria disciplina de la antigua Iglesia, dice
que las palabras ¨mysterium fidei¨ vienen de tradición divina, que fue entregada a la Iglesia por los
apóstoles, haciendo especial referencia a 1 Cor. 10(11) -23 y a 1 Tim. 3-9. Un comentarista se refiere a
DD Gousset en la edición de 1939 de MARIETTI : ¨sarebbe un grandissimo errore sostituire un´altra
forma eucharistica a quella del Missale Romano ... di sopprimere ad esempio la parola aeterni e quella
mysterium fidei che abbiamo dalla tradizione¨. También el Concilio de Florencia, en la bula de unión con
los Jacobitas, añade expresamente la fórmula de la consagración en la Santa Misa, que la iglesia
Romana ha usado siempre fundándose en la enseñanza y autoridad de los apóstoles Pedro y Pablo.

Uno se extraña de la manera supremamente desdeñosa con la que el Cardenal Lercaro y el P. Bugnini
prescindieron de la obligación de emprender una investigación histórica y teológica detallada en el caso
de un cambio tan fundamental. Si semejante cosa tuvo lugar a este respecto, ¿cómo habrán cumplido
esta obligación fundamental antes de hacer otros cambios?

La Eucaristía no es sólo el misterio único de nuestra fe, es también un misterio perdurable, del que
siempre debemos permanecer conscientes. Nuestra vida eucarística de todos los días requiere un
intermediario que abrace completamente este misterio – sobre todo en la edad moderna, en la cual la
autonomía y autoglorificación del hombre moderno se resisten a todo concepto que vaya más allá del
conocimiento humano, que le recuerde sus limitaciones. Cada concepto teológico se transforma para él
en un problema, y la liturgia, especialmente como soporte de la fe, se vuelve permanentemente objeto
de desmistificación, esto es, de humanizarla al punto de hacerla absolutamente comprensible. Por esta
razón, la desaparición de mysterium fidei de la fórmula eucarística se convierte en un símbolo poderoso
de desmitologización, un símbolo de la humanización de lo central del culto divino, la Santa Misa.

ACTUOSA PARTICIPATIO. Con esto, llegamos a varias falsas interpretaciones -e igualmente falsas
implementaciones- de una demanda central de los reformadores: una ferviente, activa participación de
los fieles en la celebración de la Misa. El principal propósito de su participación es lo que el Concilio dice
expresamente: el culto a la majestad de Dios (esto no excluye la posibilidad de que la participación
también sea activada dentro de la comunidad).

Sobre todo, esta actuosa participatio fue solicitada como resultado de la apatía frecuentemente
lamentada de los que asistían a misa en el período preconciliar. Si de la misma resulta un hablar y hacer
sin fin, que permite a todos volverse activos en forma del bullicio y animación que son propios de toda
asamblea humana, hasta los momentos más sagrados del encuentro eucarístico con el Dios-Hombre se
transforman en los más hablados y distraídos. El misticismo contemplativo del encuentro con Dios y su
culto, sin decir nada de la reverencia que debería acompañarlo, muere instantáneamente: el elemento
humano mata al divino, y llena el alma de vacío y desilusión.

EL IDIOMA DEL CULTO. Aquí se debe mencionar un punto más, un decreto del Concilio no solamente
mal entendido sino también completamente negado: el idioma del culto. Estoy muy al tanto de la
discusión. Como experto en la comisión para los seminarios, me fue confiada la cuestión de la lengua
latina. Demostró ser breve y concisa, y luego de larga discusión se la llevó a una forma que satisfacía los
deseos de todos los miembros y estaba lista para ser presentada en el aula Conciliar. Entonces, en una
inesperada solemnidad, el Papa Juan XXIII firmó la Carta Apostólica Veterum Sapientiae sobre el altar
de San Pedro. De acuerdo a la opinión de la comisión, eso hacía superflua la declaración del Concilio
sobre el latín en la Iglesia (en ese documento se pronunció no sólo sobre la relación entre la lengua
latina y la liturgia, sino sobre todas sus otras funciones en la vida de la Iglesia.)

Mientras el tema de la lengua de culto era discutida en el aula Conciliar durante varios días, seguí el
proceso con gran atención, como también las varias redacciones de la Constitución para la Liturgia hasta
la votación final. Aún recuerdo muy bien cómo luego de varias propuestas radicales un obispo siciliano
se puso de pie e imploró a los padres que permitieran que la cautela y la razón reinaran en este punto,
porque de otro modo habría el peligro de que toda la Misa se celebrara en la lengua del pueblo, lo
provocó que toda el aula estallara en sonoras risas.

Por lo tanto, nunca pude comprender cómo el Arzobispo Bugnini pudo escribir, a propósito de la
transición radical y completa del latín prescripto al uso exclusivo de la lengua vulgar en el culto, que el
Concilio había dicho prácticamente que la lengua vernácula en toda la Misa era una necesidad pastoral
(op. cit., pp 108-121; estoy citando del la edición original italiana).

Por el contrario, puedo atestiguar el hecho que, de acuerdo a la redacción de la Constitución Conciliar
sobre esta cuestión, tanto en la parte general (art. 36) como en las reglamentaciones especiales para el
Sacrificio de la Misa (art. 54) los padres conciliares mantuvieron una acuerdo prácticamente unánime,
sobre todo en la votación final: 2152 votos a favor y sólo 4 en contra. En mi investigación para el decreto
conciliar sobre el idioma latino, caí en cuenta de la opinión concurrente de la entera tradición: hasta el
Papa Juan XXIII, todos los esfuerzos en contrario encontraron una actitud claramente contraria.
Consideremos en particular la afirmación del Concilio de Trento, sancionada con anatema, contra Lutero
y el Protestantismo, de Pío VI contra el Obispo Ricci y el Sínodo de Pistoya; y del Papa Pío XI, que juzgó
el lenguaje de culto de la Iglesia como "non vulgaris ". Y aún esta tradición no es solamente una cuestión
de ritual, a pesar de que ése sea el aspecto enfatizado siempre; más bien, es importante porque la
lengua latina actúa como una cortina reverente contra la profanación (en lugar de la iconostasis de los
orientales, detrás de la cual tiene lugar la anaphora) y por el peligro de que, a través de la lengua vulgar,
todo el acto de la Misa pueda ser profanado, como de hecho ocurre hoy en día. La precisión de la lengua
latina, además, hace justicia a los contenidos didácticos y doctrinales de la liturgia en forma única,
protegiendo la verdad de la ofuscación y la adulteración. Finalmente, la universalidad del latín representa
y sostiene la unidad de toda la Iglesia.

PRO MULTIS. Por su importancia práctica, me gustaría adentrarme con ejemplos en las dos razones
recién mencionadas. Un buen amigo me hace enviar el Deutsche Tagepost regularmente. Siempre leo
la penúltima hoja, en la que el equipo editorial, muy laudablemente, da a los lectores la oportunidad de
expresar puntos de vista opuestos en cartas al editor. Una serie continua de dichas cartas se refería en
detalle al "pro multis" del texto latino de la consagración y con su traducción como "por todos". Una y otra
vez se referían a la filología, la que muchas veces se transforma en el amo en lugar de ser meramente la
ayudante de la teología. Monseñor Johannes Wagner dice en su "Liturgiereformerinnerugen" (1993)
que los italianos fueron los primeros en introducir esta traducción, a pesar de que él hubiera preferido la
traducción literal de "muchos". Desafortunadamente, nunca he visto recurrirse a un argumento de primer
orden contenido en el Catecismo Romano Tridentino, que es a la vez teológicamente decisivo y
pastoralmente de extrema importancia. Allí la distinción teológica está claramente enfatizada: el "pro
omnibus" indica la fuerza que la Redención tiene "para todos". Si uno toma en consideración, de todos
modos, el fruto que resulta de esa salvación a los hombres, la Sangre de Cristo no es efectiva para
todos, sino más bien para "muchos", esto es, para aquellos que aprovechan sus beneficios. Es correcto
entonces aquí no decir para "todos", puesto que en este pasaje se habla solamente de los frutos del
sufrimiento de Cristo, que alcanzan sólo a los elegidos. Se puede aquí encontrar aplicación para lo que
el apóstol dijo en Heb. 9 : 28, que Cristo se sacrificó una sola vez por los pecados de ¨muchos¨, y la
distinción de Cristo mismo : "Oro por ellos; no oro por el mundo, sino por aquellos que Tú me diste,
porque te pertenecen". Todas estas palabras de la consagración contienen muchos secretos que los
pastores deben reconocer a través del estudio y con la ayuda de Dios.

No es difícil ver aquí verdades pastorales de extraordinaria importancia presentes en los contenidos
dogmáticos de la lengua de culto latina, que inconscientemente (o también conscientemente) quedan
cubiertos por una traducción impropia.

UNA DESGRACIA PASTORAL. EL ABANDONO DEL LATÍN COMO LENGUA DEL CULTO. Una
segunda y más grande fuente de desgracia pastoral, nuevamente contra la voluntad explícita del
Concilio, resulta de abandonar el latín como lengua de culto. El latín juega un rol de lenguaje universal
que unifica el culto público de la Iglesia sin ofender ninguna lengua vernácula.

Reviste mayor importancia hoy, en un tiempo en que el desarrollo del concepto de Iglesia encandila a
todo el Pueblo de Dios, del único cuerpo Místico de Cristo, resaltado en otro lugar de la reforma.

Al introducir el uso exclusivo de la lengua vernácula, la reforma deja fuera de la unidad de la Iglesia a
varias pequeñas iglesias, separadas y aisladas. ¿Dónde está la posibilidad pastoral para los católicos, a
través de todo el mundo, de encontrar su Misa, para vencer diferencias raciales a través de una lengua
común de culto, o por lo menos, en un mundo cada vez más pequeño, poder simplemente rezar juntos,
como lo pide explícitamente el Concilio ?¿Donde está ahora la factibilidad pastoral de que un sacerdote
ejerza el acto más altamente sacerdotal –la Santa Misa–- en todas partes, sobre todo en un mundo
donde faltan sacerdotes?
Uno no puede sorprenderse cuando descubre que en
cada parroquia parece regir un Ordo diferente

EL LECCIONARIO DE TRES AÑOS, UN CRIMEN CONTRA LA NATURALEZA. En la Constitución


Conciliar no se habla en ninguna parte de la introducción de un leccionario de tres años. A través de esto
la comisión de reforma se hizo culpable de un crimen contra la naturaleza. Un simple año calendario
hubiera bastado para todos los deseos de cambio. El Concilium pudo haberse mantenido dentro de un
ciclo anual, enriqueciendo las lecturas con tantas y tan variadas posibilidades de elección como
quisieran sin alterar el curso normal del año. En cambio, fue destruido el viejo orden de lecturas, y fue
introducido uno nuevo, con una gran carga y gasto en libros, en los que se podían instalar tantos textos
como fuera posible, no solamente del mundo de la Iglesia sino –como se practicó ampliamente– del
mundo profano. A parte de las dificultades pastorales por parte de los filigreses para comprender textos
que necesitan exégesis especiales, resultó ser una oportunidad –que fue aprovechada– para manipular
los textos retenidos con el fin de introducir nuevas verdades en lugar de las viejas. Pasajes
pastoralmente impopulares –frecuentemente de significación teológica y moral fundamentales– fueron
simplemente eliminados. Un clásico ejemplo es el texto de 1 Cor. 11 :27-29: aquí, en la narración de la
institución de la Eucaristía, ha sido dejada fuera continuamente la seria exhortación final sobre las
graves consecuencias de recibirla impropiamente, aún en la fiesta de Corpus Christi. La necesidad
pastoral de ese texto vista la actual recepción de la comunión sin confesión y sin reverencia es obvia.

Los desatinos que se pueden cometer con las nuevas lecturas, especialmente en sus palabras
introductorias y conclusivas, son ejemplificados por la nota de Klaus Gamber al final de la lectura del
primer domingo de Cuaresma del Ciclo A, que habla de las consecuencias del Pecado Original :
¨Entonces los ojos de ambos se abrieron y supieron que estaban desnudos¨. Luego de lo cual la gente,
ejerciendo su vívida y activa participación debe contestar: ¨Demos gracias a Dios¨.

Yendo más allá, ¿por qué era necesaria la alteración de la secuencia de las fiestas sacras? Si algún
cuidado era necesario era aquí, por interés pastoral y conciencia del apego del pueblo a las fiestas de
sus Iglesias locales, cuyo desarreglo temporario tenía que tener una muy mala influencia en la piedad
popular. Los que implementaron la reforma litúrgica parecen no haber sentido la menor conmiseración
con estas consideraciones, a pesar de los artículos 9, 12, 13 y 37 de la Constitución para la liturgia.

SENTENCIA DE MUERTE PARA LAS MELODÍAS GREGORIANAS. Unas breves palabras deben ser
dichas aún sobre las reglamentaciones conciliares sobre música litúrgica. Nuestros reformadores
ciertamente no compartían los grandes elogios por el canto gregoriano que expresaban más y más los
observadores seculares y los entusiastas. La abolición radical (sobre todo por la creación de nuevas
partes corales para la Misa) del Introito, Gradual, Tracto, Alleluia, Ofertorio, Comunión (y esto
especialmente como una oración especial de la comunidad), a favor de otras de duración
considerablemente mayor, fue una sentencia de muerte silenciosa para las maravillosas y variables
melodías gregorianas, con la excepción de las simples melodías del las partes fijas de la Misa, a saber el
Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus/ Benedictus, y Agnus Dei, y esto sólo para unas pocas misas. Las
instrucciones del Concilio sobre la protección y respaldo a este antiguo canto de la Iglesia se
encontraron en la práctica con una epidemia fatal.

EL ÓRGANO. El tan apreciado instrumento de la Iglesia, el órgano, experimentó un destino similar con la
abundante sustitución de instrumentos, cuya enumeración y caracterización dejaré a vuestra rica
experiencia personal, con la única observación de que han preparado el camino para la entrada de
elementos diabólicos en la música de la Iglesia.

LA "CREATIVIDAD", OTRA ABIERTA VIOLACIÓN DEL CONCILIO. La laxitud permitida para innovar
representa un último tema importante en este listado de elementos prácticos de la reforma. Esa laxitud
está presente en el Orden de la Misa en su original latino. Entre los varios órdenes nacionales, el Orden
Alemán de la Misa sobresale por mostrar muchas más concesiones de este tipo. Prácticamente elimina
el estricto, absoluto edicto de art. 22, &3, de la constitución Conciliar, que dice que nadie, ni
siquiera un sacerdote, puede de su propia autoridad agregar, saltear o alterar nada. Las
violaciones durante todo el proceso de la Misa que están levantándose más y más contra este edicto del
Concilio, están siendo la causa de un desorden resonante, que el viejo Ordo Latino, con su tan
lamentada rigidez, impidió tan exitosamente. El nuevo garante del orden contribuye así al desorden, y
uno no puede, entonces, sorprenderse cuando una y otra vez descubre que en cada parroquia parece
regir un Ordo diferente.

CRÍTICAS A LA REFORMA. Con eso hemos llegado a las públicas, aunque limitadas, críticas sobre la
reforma de la Misa. El propio Arzobispo Bugnini las expone con destacable honestidad en las páginas
108 - 121 de sus memorias de la reforma, sin poder refutarlas. En sus memorias y en las de Monseñor
Wagner, la inseguridad del Concilium sobre las reformas que tan apresuradamente llevaron a cabo es
obvia. También aparece allí poca sensibilidad

Crítica desvastadora del Cardenal Daneels, primado de Bélgica: la liturgia


transformada en un verdadero "happening"

hacia las previas investigaciones ¨teológicas, históricas y pastorales¨ ordenadas por el Concilio como
necesarias antes de cualquier alteración. Por ejemplo, la experta capacidad de Monseñor Gamber, el
historiador de liturgia alemán, fue completamente ignorada. El apuro incomprensible en que se dio forma
a la reforma y en que fue hecha obligatoria causó que obispos influyentes que estaban todo menos
apegados a la tradición, lo reconsideraran. Un monseñor que había acompañado al Cardenal Döpfner
como secretario a Salzburgo para sancionar una resolución de los obispos de habla alemana para la
activación del Nuevo Ordo de la misa en sus países me contó que el Cardenal estaba muy reticente en
su viaje de retorno a Munich. En ese momento expresó brevemente su miedo de que un asunto pastoral
tan delicado hubiera sido tratado con tanto apuro.

VALIDEZ DOGMÁTICA Y JURÍDICA DEL NOVUS ORDO. Con el fin de evitar cualquier malentendido,
quisiera enfatizar que nunca he puesto en duda la validez dogmática o jurídica del Novus Ordo Missae, a
pesar de que en el orden jurídico me han asaltado serias dudas en vista de mi intenso trabajo con los
canonistas medievales. Ellos tienen la opinión unánime de que los papas pueden cambiar cualquier cosa
con la excepción de lo que prescriben las Sagradas Escrituras, o lo que concierne a las decisiones
doctrinales del más alto nivel tomadas previamente, y el status ecclesiae. No hay perfecta claridad con
respecto a este concepto. El apego a la tradición en el caso de cosas fundamentales que han influído en
forma concluyente sobre la Iglesia en el curso de los tiempos, ciertamente pertenece a este status fijo,
inmutable, del que el Papa no tiene derecho a disponer. El significado de la liturgia para el íntegro
concepto de la Iglesia y su desarrollo, que fue también enfatizado por el Concilio Vaticano II como
inmutable en su naturaleza, nos lleva a creer que de hecho debería pertenecer al status ecclesiae.

OTRAS CRÍTICAS. Debe decirse de todos modos que estos excesos lamentables, que sobre todo son
consecuencia de las discrepancias entre la Constitución Conciliar y el Novus Ordo, no ocurren cuando la
nueva liturgia es celebrada reverentemente, como es el caso siempre, por ejemplo, que el Santo Padre
ofrece la Misa. Igualmente no puede escapar a los expertos en la antigua liturgia, qué gran diferencia
existe entre el corpus traditionem que estaba vivo en la vieja Misa, y el Novus Ordo inventado, en
decidida desventaja para el segundo. Pastores, académicos y fieles laicos lo han notado, por supuesto; y
la multitud de voces opositoras aumentó con el tiempo. Por esto el propio Papa reinante, en su Carta
Apostólica Domiicae Cenae del 24 de febrero de 1980, con respecto al misterio y al culto eucarístico,
señaló que las cuestiones concernientes a la liturgia, sobre todo a la Eucaristía, jamás debían ser
ocasión para dividir a los católicos y amenazar la unidad de la Iglesia; se trata ciertamente, dijo, ¨del
sacramento de la piedad, el símbolo de la unidad, y el vínculo de la caridad¨.

En su carta apostólica con motivo del vigésimo quinto aniversario de la aprobación de la Constitución
para la Sagrada Liturgia el 4 de diciembre de 1963, que fue publicada el 4 de diciembre de 1988, luego
de elogiar la renovación en la línea de la tradición, el Papa trata sobre la aplicación concreta de la
reforma: señala las dificultades y los resultados positivos, pero también detalla las aplicaciones
incorrectas. También dice expresamente que es el deber de la Congregación para el Culto Divino
proteger los grandes principios de la liturgia católica, como se manifestaron y desarrollaron en la
Constitución para la Liturgia, y tener presentes las responsabilidades de las conferencias episcopales y
de los obispos

El Cardenal Ratzinger, protector de la Fe (y del culto conexo a ésta) más cercano al Papa, ha hecho
repetidos comentarios sobre la reforma litúrgica post-conciliar y ha sometido sus problemas teológicos y
pastorales a una crítica constructiva, con singular profundidad y claridad. Les recuerdo solamente el libro
¨La Fiesta de la Fe¨ (1981), el prólogo a la traducción francesa del breve y básico libro de Klaus Gamber,
y finalmente las referencias en sus libros recientes, ¨Sal de la Tierra¨ y su autobiografía ¨Mi vida¨, ambos
publicados en 1997.

Entre los obispos de habla alemana, el responsable de la liturgia en la conferencia episcopal austríaca
señaló en 1995 que el Concilio no había intentado una revolución sino una reforma de la liturgia que
fuera fiel a la tradición. En cambio, dijo, un culto de espontaneidad e improvisación carga con parte de la
culpa de la tendencia declinante del número de asistentes a Misa.

Por último, el Primado de Bélgica, Cardenal Daneels, que ciertamente no puede ser tomado por
retrógrado, ha sometido toda la reforma a una crítica devastadora: ha habido un giro de 180 grados,
dice, en la transición de una obediencia a las rúbricas, a su libre manipulación, con lo cual uno mismo
hace uso de la liturgia con el fin de transformar el servicio y el culto a Dios en una asamblea creativa del
pueblo, un verdadero ¨happening ¨, un discurso en que el individuo quiere representar un rol en lugar del
Hijo de Dios, Jesucristo, en cuya casa es un invitado. El deseo del hombre por comprender el servicio,
dice Daneels, no debería conducir a una creatividad humana subjetiva, sino a una penetración en los
misterios de Dios. Uno no tendría que explicar la liturgia, sino vivirla como una ventana a lo invisible.
Cuando descendemos a rangos más bajos en la escala de los hijos de Dios, encontramos

Max Thurian: la celebración contemporánea frecuentemente toma la


forma de un diálogo en el cual no hay lugar para la
oración, la contemplación y el silencio

aún entre los miembros del Concilium un colega Me gustaría agregar brevemente como referencia
indicado como crítico por el Arzobispo Bugnini: rencia ecuménica, dos experiencias de las Igle-

el P. Louis Bouyer, quIen no ha permanecido en sias Orientales. Durante su visita a fines del

silencio desde entonces. Concilio, representantes del Patriarcado de

Constantinopla dijeron en conversaciones per-

En Italia, la crítica contundente ¨The Torn Tunic¨ (1967) por el escritor laico de bajo perfil Tito Casini, con
un prólogo del Cardenal Bacci, hizo sensación. Lentamente más y más grupos de laicos, a los que
pertenecían muchos intelectuales de alto nivel, se organizaron en movimientos nacionales, sobre todo en
Europa y América del Norte, y se conectaron en Europa y más allá en la organización internacional Una
Voce; los problemas de la reforma fueron también discutidos en periódicos, entre los que sobresale el
alemán Una Voce Korrespondenz. En un resumen característico, el canadiense Precious Blood Banner
de octubre de 1995 dice que cada vez se ve con más claridad que lo radical de los reformadores post-
conciliares no consistió en renovar la liturgia católica desde sus raíces, sino en arrancarla de su terreno
tradicional. No reelaboró el rito romano, como se le pidió que hiciera en la Constitución para la Liturgia
del Vaticano II, sino que lo desarraigó.

Poco antes de su muerte, el bien conocido prior de Taizé, Max Thurian, un converso al catolicismo que
fue antes calvinista, expuso su visión de la reforma en un largo artículo titulado "La liturgia como
contemplación del Misterio" en "L´Osservatore Romano" (27-28 de mayo de 1996, pág. 9). Luego de una
comprensible expresión de elogio al Concilio y a la Comisión de Liturgia, que se suponía que producirían
los frutos más admirables, dice expresamente que la celebración contemporánea frecuentemente toma
la forma de un diálogo en el cual no hay lugar para la oración, la contemplación y el silencio. El constante
contrapunto entre los celebrantes y los fieles aísla a la comunidad en sí misma. Una celebración
saludable, por otra parte, que otorga al altar una posición privilegiada, conduce el deber del celebrante,
esto es, orientar a todos hacia el Señor y a adorar Su presencia, lo cual está representado en los
símbolos y realizado en el Sacramento. Esto transmite a la liturgia ese soplo contemplativo sin el cual se
transforma en una torpe discusión religiosa, una vacía actividad comunal y una especie de parloteo.

Thurian hace una cantidad de propuestas personales a la autoridad para el caso de una revisión de los
¨Principios y Normas para el uso del Missale Romanum¨ (se ve que él alimentaba la esperanza de que
eso fuera posible) , que demuestran claramente su insatisfacción con los principios actuales. Bajo el
título de ¨El sacerdote en el Servicio de la Liturgia¨, hace una serie de críticas distinguidas de la presente
situación, que comparten prácticamente todos los severos reproches de esta reseña y que merecen un
examen individual ...

sonales que no entendían porqué la Iglesia Romana insistía en cambiar la liturgia; no se debería hacer
semejante cosa. La Iglesia Oriental, dijeron, debió el mantenimiento de su fe a su fidelidad a la tradición
litúrgica y al sano desarrollo de ésta. También oí cosas similares de miembros del Patriarcado de Moscú,
que atendieron a la comisión Vaticana de Historia durante el Congreso Histórico Internacional de Moscú
en 1970.

Dos significativos informes más, del mundo de la gente común y menos educada, que expresan de la
mejor manera el genuino sensus fidei de los hijos de Dios: dos jóvenes boy scouts de diez y doce años
de la zona de Siena, que asisten a la llamada Misa Tridentina los sábados, basándose en el privilegio
otorgado por el obispo de Siena, a mi pregunta intencionada de cuál misa les gustaba más, contestaron
que desde que asistían a la antigua ya no disfrutaban de la nueva.

Un granjero, anciano y sencillo, que proviene de la zona pobre de Molise, me dijo espontáneamente que
él solamente va a la misa tridentina de las seis de la mañana porque considera que el cambio en la
liturgia es un cambio de la Fe que él quiere mantener.

Mons. Klaus Gamber, un sobresaliente experto que ya he mencionado, ha publicado informes


estrictamente académicos, sobre todo su resumen "La Reforma de la Liturgia Romana", que fueron más
o menos silenciados por la literatura oficial especializada, pero están siendo redescubiertos ahora por su
penetrante claridad y visión interior. Llegó a la conclusión de que hoy estamos ante las ruinas de una
tradición de 2000 años, y que se teme que como resultado de las incontables reformas la tradición esté
sometida a una confusión tan vandálica que puede ser difícil revivirla. Uno casi no se atreve a preguntar
si luego de este desmantelamiento podrá venir una reconstrucción del viejo orden.

ESPERANZAS. Aún así, no se debe perder la esperanza. En cuanto al desmantelamiento, vemos cómo
se refleja con respecto a las órdenes dadas por el Concilio. Éstas dicen: no puede introducirse ninguna
innovación a menos que lo demande el real y cierto beneficio de la Iglesia, y eso luego de precisa
investigación teológica, histórica y pastoral. Sobre todo, cualquier cambio debe ser hecho de tal manera
que las nuevas formas surjan orgánicamente de las ya existentes. Si esto sucedió o no, mis recuerdos
pueden dar solamente un panorama limitado. Deberían mostrar, de todos modos, si los requerimientos
teológicos y eclesiológicos esenciales se cumplieron en la reforma, por ejemplo, si la liturgia, y sobre
todo su corazón, la Santa Misa, ordena lo humano a lo divino y subordinando lo primero a lo último, hace
lo mismo con lo visible respecto a lo invisible, lo activo a lo contemplativo, el presente a la eternidad por
venir; o si la reforma, por el contrario, ha frecuentemente subordinado lo divino a lo humano, el misterio
invisible a lo que es visible, lo contemplativo a la participación activa, la eternidad por venir al mundano
presente humano. Pero precisamente el siempre claro reconocimiento de la situación real refuerza la
esperanza de una posible reconstrucción, la que el Cardenasl Ratzinger ve en un nuevo movimiento
litúrgico que resucite la verdadera herencia del concilio Vaticano a un nueva vida ("La mia Vita", 1997,
pág. 113 ).

UNA PERSEPECTIVA RECONFORTANTE. Termino con una perspectiva reconfortante: el Santo Padre
reinante, Juan Pablo II, con la sensibilidad pastoral que lo distingue, manifestó su preocupación en un
llamado de 1980 sobre los problemas que el cambio de liturgia creaban en la Iglesia Católica, pero no
recibió respuesta de los obispos. Fue por eso que decidió, y ciertamente no a la ligera, emitir en 1984 un
indulto apostólico para todos los que se sintieran apegados a la vieja liturgia, por las razones que he
enfatizado y, sobre todo, porque las innovaciones litúrgicas, lejos de decrecer, continúan su escalada.
Tuvo un éxito pastoral muy limitado porque fue enviado lógicamente a los obispos, en condiciones
restringidas y librado a sus criterios.

Luego de la consagración no autorizada de obispos por el Arzobispo Lefebvre, ciertamente con la


intención de evitar la extensión de un cisma, emitió el 2 de julio de l988 un nuevo motu proprio, Ecclesia
Dei adflicta, en el que no solamente aseguraba a los miembros de la Sociedad San Pío X deseosos de
reconciliarse en la Fraternidad de San Pedro la posibilidad de permanecer fieles a la antigua tradición
litúrgica, sino que además dio a los obispos un privilegio muy generoso, que debía colmar los legítimos
deseos de los fieles. Recomendó especialmente a los obispos que imitaran su generosidad hacia los
fieles que se sienten apegados a las formas fijas de la liturgia y disciplina antiguas, y estableció que se
debe respetar a todos aquellos que se sientan apegados a la antigua tradición litúrgica.

El texto –comprendido esta vez muy generosamente por los obispos– nos da confianza justificada de
que el Papa, en sus esfuerzos por restablecer la unidad y la paz, no solamente no retardará, sino más
bien continuará por la senda que nos muestra en los números 5 y 6 del motu proprio, con el fin de
promover la legítima reconciliación entre la tradición indispensable y el desarrollo debido a los tiempos.

© MISA LATINA

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