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Celebración del Misterio Cristiano – Los tiempos Litúrgicos

Nos dice el Concilio Vaticano II que la Liturgia es fuente y cumbre de la vida eclesial, y
que ella nos impulsa a nosotros, los fieles, a la renovación de la Alianza del Señor con los
hombres en la Eucaristía. De ella mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se
obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo.

Liturgia: del griego leiton ergon, “servicio público”.


Eucaristía: del griego eukhatistia “acción de gracias”, derivado de eukharistos
“agradecido” y éste de kharizomai “yo complazco, me hago agradable”.

La Eucaristía prefigurada

La Eucaristía, aunque lo supera, tiene su contexto y raíces últimas en el Antiguo


Testamento.

Sacrificio de Abel
Es evocado por la carta a los Hebreos (11, 4), donde es presentado como modelo de fe,
en virtud de la cual sus sacrificios fueron aceptados por Dios. En otro pasaje dice también
"Jesús, el mediador de de la Nueva Alianza, y a la sangre purificadora, que habla más
elocuentemente que la de Abel" (Heb. 12, 24). Aquí la comparación se establece entre el
sacrificio propio de Cristo en la cruz y el sacrificio, también personal, de Abel.

Sacrificio de Melquisedec
Gen. 14,17-20, encontramos la figura de Melquisedec, del que se dice que salió al
encuentro de Abraham. El hecho es que la carta a los Hebreos, ve en Melquisedec un tipo
de Cristo (Heb 5, 5-7). Melquisedec por no estar vinculado ni a la ley ni a la descendencia
de Aarón, sin principio ni fin, viene a ser un personaje representativo del nuevo y eterno
sacerdocio de Cristo, aunque lo cierto en que no hace mención de un sacrificio ofrecido
por Melquisedec. Los padres han visto en el pan y vino aportados por Melquisedec la
materia de un sacrificio ofrecido por él y, por tanto, una figura profética.

Sacrificio de Abraham
En el NT, el sacrificio de Abrahán se presenta como tipo del sacrificio de Cristo. San Pablo
alude a él cuando dice: "El que no perdonó a su hijo, sino antes bien lo entregó por todos
nosotros..." (Rom 8,32). Más clara todavía es la alusión de Juan: "Porque Dios amó tanto
al mundo, que entregó a su Hijo único..."(Jn 3,16). Se trata de la misma actitud de
Abrahán, que entrega a su propio hijo a la muerte.

Como todos los pueblos nómades, los pastores israelitas, celebraban cada primavera el
sacrificio de un cordero joven, que lo ofrecían a Dios para obtener fecundidad del ganado.
El rito de este sacrificio incluía dos elementos fundamentales: la aspersión de la sangre
sobre los palos de la tienda
y comer el cordero, acompañado de hierbas amargas propias del desierto y panes
ácimos.
Israel, en un momento de la historia vive un acontecimiento que cambiará el curso de la
historia: la intervención milagrosa de Dios en su favor. (Ex. 12, 1-14)
Según en los designios de Dios, ésta intervención salvífica no estaba destinada a ser un
mero hecho puramente histórico para Israel, sino que sería una realidad vivida por todas
las futuras generaciones: “Este será un memorial para ustedes y lo celebrarán como fiesta
en honor de Yahvé de generación en generación”.
Sin embargo el paralelismo con la fiesta nómada quedaba completamente superada,
porque la Pascua Judía arrancaba de la liberación de Egipto. Esto explica que los
elementos cultuales tengan un simbolismo salvífico: la sangre del cordero significaba la
salvación concedida por Yahvé en aquel momento; las hierbas amargas, la amargura de
la esclavitud, los panes ácimos, la salida precipitada, que impidió su fermentación; los
vestidos puestos, la actitud de marcha.

La Eucaristía como Sacrificio

El Sacrificio estrictamente considerado, se suele definir como: la ofrenda que se hace


sólo a Dios, por medio de un ministro legítimo, de una cosa sensible, destruyéndola o
transformándola en otra, para reconocer y dar testimonio del supremo dominio de Dios
sobre todas las cosas, y expresar nuestro acatamiento.

Se dice ofrenda de una cosa sensible, porque el sacrificio pertenece al culto externo de
Dios.
Por ministro legítimo se entiende persona especial legítimamente delegada para ello.
Se dice sólo a Dios, porque el Sacrificio es propiamente un acto de latría, que a El sólo
se dirige.
Se señala destruyéndola o transformándola, porque no solamente se le debe a Dios el
uso de la cosa, sino la sustancia misma de ella.

Con las palabras reconocer y dar testimonio del supremo dominio de Dios, se expresa el
fin del sacrificio, que es confesar que todo viene de Dios y a El se le debe todo, incluso la
vida humana.

A los sacrificios los podemos denominar en cruentos e incruentos


Los sacrificios cruentos consistían en inmolar animales. Se ofrecían unos en calidad de
holocausto, y eran las más excelentes; otros por el pecado o por el delito, con carácter
expiatorio. Los sacrificios incruentos consistían en ofrecer, no animales, sino materias
sólidas o líquidas. Se los ofrecía en privado y por razones personales, y en público, por
motivos generales.

Sacrificio: del latín sacrum “sagrado, augusto” facere “hacer”, “hacer sagradas las
cosas”.
Holocausto: del griego hólos “entero” y káio “yo quemo”. Holócaustos (sacrificio) en que
se abraza la víctima por entero.

El Sacrificio de la Misa

En la Nueva Alianza sólo hay un sacrificio, del cual eran figura todos los de la Antigua
Alianza, y él sólo cumple todos los fines de aquellos: es el Sacrificio cruento de Cristo en
la Cruz e incruento en el altar; es decir, el Santo Sacrificio de la Misa.
La Misa, por tanto, es el Sacrificio de la Nueva Alianza, en el cual se ofrece a Jesucristo y
se inmola incruentamente por toda la Iglesia, bajo las especies del pan y del vino, por
ministerio del Sacerdote, para reconocer el supremo dominio de Dios y aplicarnos a
nosotros las satisfacciones y méritos de su Pasión.

Entre el Sacrificio de la Misa y el de la Cruz, sólo hay diferencias: en que Jesucristo se


inmoló allí de un modo real, visible, con derramamiento de sangre, y personalmente;
mientras que aquí lo hace en forma invisible e incruenta, bajo las especias sacramentales,
y por ministerio del Sacerdote; allí Jesucristo nos mereció la Redención, y aquí nos aplica
los frutos.

Los fines de la Misa

Toda la Liturgia y principalmente la Misa, se propone estos cuatro grandes fines:

1. Fin latréutico: Toda la Eucaristía es un canto de alabanza al Padre. Nuestra


adoración se dirige a El por medio de Cristo, por medio su sacrificio redentor.

2. Fin Eucarístico: Este sentimiento de acción de gracias está particularmente


expresado en el prefacio, pero en realidad esto no hace sino disponernos a la
perfecta acción de gracias. Darle gracias por los beneficios recibidos. La Misa
realiza de manera excelente el deber de agradecimiento, pues sólo Cristo, en
nuestro nombre, es capaz de retribuir a Dios sus innumerables beneficios.

3. Fin propiciatorio: A través de la santa Misa recibe Dios, de modo infinito y


sobreabundante, méritos que remiten los pecados de vivos y muertos.

4. Fin impetratorio: La Eucaristía es una oración. La plegaria Eucarística tiene el


ritmo de impetración y la petición humilde. Si Dios es Padre en cualquier
circunstancia, lo es mucho más en la Eucaristía, ya que en ella tocamos lo más
hondo de su corazón de Padre al ofrecerle su Hijo. Por ello, por los méritos de
Cristo podemos pedirle a Dios por nuestras necesidades y podemos llamarle
Padre.

Latría: del latín latría “adoración”. Tomado del griego latréia “servicio, culto”.
Propicio: del latín propitius “favorable, benévolo”
Impetrar: del latín impetrare “lograr” “implorar, obtener una gracia”.

El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa


los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto,
tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio
de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y
como alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo sino la
imagen del Cuerpo de Cristo?", dice san Ambrosio (De sacramentis 5,7), y en otro lugar:
"El altar es imagen del Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar" (De
sacramentis 4,7). La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en
numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
«Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu
presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el
Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia
y bendición» (Plegaria Eucarística I o Canon Romano 96; Misal Romano).

En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: O sacrum convivium


in quo Christus sumitur . Recolitur memoria passionis Eius; mens impletur gratia et futurae
gloriae nobis pignus datur ("¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se
celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la
gloria futura!") /(Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona del
«Magnificat» para las II Vísperas: Liturgia de las Horas). Si la Eucaristía es el memorial de
la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados "de gracia y
bendición" (Plegaria Eucarística I o Canon Romano 96: Misal Romano), la Eucaristía es
también la anticipación de la gloria celestial.

Podemos ver que existe un doble movimiento, en donde, el aspecto cultual es de forma
ascendente, el que el hombre se eleva hacia Dios glorificándolo y Santificador es el
aspecto descendente porque por el culto a Dios santifica al hombre.
Cristo es el que da culto al Padre, y nosotros damos culto a Cristo. La presencia de
Nuestro Señor Jesucristo en la liturgia es el que nos comunica la salvación (SC 7), es la
acción de Dios.

Culto de la Iglesia Acción del hombre Ascendente Glorifica


Misterio de la Salvación Acción de Dios Descendente Santifica

A la Liturgia la podemos definir como:

Es la acción sacerdotal de Jesucristo contenida en y por la Iglesia bajo la acción del


Espíritu Santo por medio de la cual actualiza su obra salvífica a través de signos eficaces
dando culto perfectísimo a Dios y comunicando a los hombres la salvación.

Todo el Antiguo Testamento y los sacramentales del Nuevo Testamento, la Iglesia lo llama
ex opere operantis y a los Sacramentos se los denomina ex opere operato.

Ex opere operato indica el modo objetivo de obrar en los sacramentos: infunden la gracia
en el sujeto «en virtud de la acción sacramental cumplida debidamente, en virtud y por
autorización divina.

Ex opere operantis en virtud del ministro o del sujeto agente, en virtud de su acción.

Por eso, la validez del sacramento no puede hacerse depender de la fe o de la santidad


del ministro o del sujeto.

De todas formas, lo que pretende es resaltar la causalidad salvífica exclusiva de Dios. Se


necesita ciertamente la respuesta de la fe dada por el sujeto, pero ésta ocupa un segundo
plano respecto a la acción de Dios. Por lo demás, el concilio de Trento afirma que los
sacramentos confieren ex opere operato la gracia que significan a todos los que no se
oponen a ello (DS 1606). Por tanto, es necesaria la disposición del sujeto en la recepción
del sacramento para tener la gracia del Señor Si las disposiciones son insuficientes, no se
recibe la gracia, sino eventualmente el carácter u otro efecto permanente (res et
sacramentum).

Tiempo Litúrgico

En el Año Litúrgico, se encuentran los diferentes Tiempos Litúrgicos, los cuales nos
muestran el desarrollo de la Historia de la Salvación. La Iglesia celebra por entero el
misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su última y definitiva venida (Parusía).
Por tanto, el año litúrgico es una realidad salvífica, es decir, recorriéndolo con fe y amor,
Dios sale a nuestro paso ofreciéndonos la salvación a través de su Hijo Jesucristo, único
Mediador entre Dios y los hombres.

El Año Litúrgico tiene dos ciclos:


Ciclo temporal cristológico: en torno a Cristo.
Ciclo santoral: dedicado a la Santísima Virgen y los Santos.

El ciclo temporal cristológico se divide en dos:


El Ciclo de Navidad, que va desde Adviento hasta Epifanía
El Ciclo de Pascua, que se inicia el Miércoles de ceniza hasta Pentecostés.

¿Por qué la Pascua año a año cambia de fecha? ¿Cómo determinamos el Tiempo
Litúrgico?

La Pascua es una fiesta que varía de año a año en relación con nuestros calendarios,
pues está basada en el calendario Judío que se guía por la luna. El día central para
calcular la Pascua y la cuaresma es el día de la Resurrección del Señor. Para saber la
fecha de la cuaresma y su inicio, el miércoles de ceniza, debemos contar 40 días hacia
atrás desde el domingo anterior al domingo de Resurrección (domingo de ramos o de
palmas). Después del domingo de Resurrección se cuentan 40 días hasta la Ascensión
(aunque la fiesta se celebra el Domingo siguiente); una semana después de la Ascensión
se celebra Pentecostés (aunque bíblicamente ocurre a los 50 días de la Resurrección).

La Iglesia Católica quiso ya desde un principio, conmemorar la muerte de Jesús el mismo


día que lo relatan los evangelios. Ha sido tradición en los judíos celebrar su pascua
sirviéndose del calendario lunar; por supuesto en la época de Jesús, la pascua se regía
por los ciclos de la luna. Partiendo de esto, el calendario de Semana Santa, se obtiene a
partir del día de la Resurrección, que es el domingo siguiente a la luna llena del mes de
Nissan (el mes de los judíos) que corresponde a los días entre el 22 de marzo y el 25 de
abril. Dicho de otra manarea, este día es el domingo después de la primera luna llena de
primavera (la primavera, por lo general, comienza el 21 de marzo).
Partes Litúrgicas de la Santa Misa añadidas en los primeros siglos

Papa Pontificado
San Pedro 67 Instituyó la oración del “Padre Nuestro”.
San Anacleto 76-88 Prescribió la forma de los hábitos eclesiásticos.
San Clemente 88-97 Empieza a usar en las ceremonias religiosas la palabra
“Amén”.
San Alejandro 105-115 Dispone que la hostia fuera exclusivamente con pan
ácimo.
San Sixto 115-125 Dispone que el corporal del cáliz fuera de lino. Estableció
que se cantase el Trisagio antes de la Misa.
San Telésforo 125-136 Compuso el Himno “Gloria in Excelsis Deo”.
San Pío 140-155 Se le atribuye la fecha de la celebración de la Pascua el
Domingo después del plenilunio de Marzo.
San Aniceto 155-166 Confirmó definitivamente la celebración de la Pascua en
Domingo, según la tradición de San Pedro.
San Ceferino 199-217 Introdujo el uso de la patena.
San Ponciano 230-235 Ordenó el canto de los Salmos y la recitación del
“Confiteor Deo”. Empieza a usar el saludo “Dominus
Vobiscum”.
San Félix 269-274 Comienza a enterrar a los mártires bajo el altar.

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