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Ana, ejemplo de servicio a Dios

( Lucas 2:36-38 )

INTRODUCCIÓN

¿Qué significa servir a Dios? Significa hacer lo que Él dice porque lo consideramos
sumamente valioso para nosotros, y someternos a Él porque lo consideramos necesario.
Podemos hacer lo que Él dice y someternos a Sus mandatos, con inconformidad, con
miedo, o solo para ser vistos y aplaudidos; ese no es el servicio que Dios desea. Sirvo a Dios
cuando entiendo que lo que hago para Él es un gran privilegio, y no para ser yo reconocido,
sino para que Él sea honrado.

El servicio a Dios no se limita a lo que se hace en el altar o en las Casas de Paz, tampoco se
limita a nuestra actitud cuando venimos a la Iglesia o cuando compartimos de Dios con los
demás. El servicio a Dios implica también la clase de pensamientos, palabras y actitudes
con las cuales yo vivo y hago todo, pues el servicio a Dios abarca toda mi vida, no solo
parte de ella (Col.3:23-24).

El pasaje que leímos del evangelio de Lucas nos muestra un relato muy interesante. Lucas
está lleno de personajes fantásticos, que para muchos pueden pasar desapercibidos, sin
embargo Lucas rescata la vida de ellos y los involucra en el relato de la vida de Jesús. Ese es
el caso de Ana, la hija de Fanuel, de quien podemos aprender como ejemplo de servicio a
Dios. Ella no fue ejemplar por su popularidad, por su juventud o por sus riquezas, sino por
su amor por Dios, su consagración a Él, y la forma en que ella le sirvió.

Ana aparece en escena cuando los padres de Jesús le llegan a presentar al templo en
conformidad a la ley de Moisés (Lc.2:21-24). Allí es donde José y Maria encuentran a
Simeón (Lc.2:25-35) y también allí estaba Ana. En todo en Nuevo Testamento ella solo se
menciona en este pasaje, de donde podemos conocer muchos detalles importantes de su
vida y su servicio a Dios.

I. ¿QUIÉN ERA ANA?

Su nombre, Ana, es el mismo que el de la madre de Samuel (1Sa.1:2) y significa “gracia o


graciosa”, y así como su nombre era ella: una mujer de gracia que anhelaba la promesa del
Mesías que vendría a redimir al pueblo de Israel y que no se cansaba de difundir ese
mensaje a los que esperaban al Salvador.

1) Era una profetisa: El texto no nos dice por qué se la conocía como profetisa. Puede ser
que su difunto esposo hubiera sido profeta. Profetizar significa significa proclamar un
mensaje divino. Cuando los judíos vivían bajo la ley Mosaica había profetas varones, pero
también había mujeres profetisas, como María (Éx.15:20) y como Débora (Jue.4:4). En la
iglesia había profetisas, porque los dones espirituales estaban vigentes. Felipe, por
ejemplo, tenía hijas que profetizaban (Hch.21:8-9).
2) Era hija de Fanuel: Este nombre es idéntico a Peniel, que significa “rostro o apariencia
de Dios”.

3) Era de la tribu de Aser: Aser fue el octavo hijo de Jacob. La tribu de Aser era una de las
doce tribus que conformaba la nación hebrea.

4) Era viuda hacía 84 años: En su condición de viuda, ya tenía 84 años. Calculando la edad
de Ana por los datos que extraemos del texto bíblico, ella realmente era una mujer muy
anciana. Había vivido con su marido durante 7 años antes de quedar viuda y su viudez se
extendía por 84 años. La edad en que las mujeres judías de la época se casaban estaba en
torno a los 12 años, de forma que, sumando todo, nos da una edad aproximada de 103
años. Ella confiaba en Dios plenamente y su cabeza canosa era una corona de honra
(Prov.16:31)

II. ¿QUÉ DISTINGUÍA A ANA?

1) Era una mujer de gran devoción al Señor: Lucas dice que ella “no se apartaba del
templo…” A pesar de su avanzada edad, ella no era una asistente ocasional ni un miembro
de banco sino una adoradora constante y devota. Ella procuró ser una mujer muy útil al
Señor. Lucas enfatiza que ella era muy fiel, que estaba presente en cada servicio, tanto de
noche como de día. Nunca faltaba. Es como diríamos “estaba allí todo el tiempo” o “cada
vez que se abrieron las puertas”. Sin duda, Ana era una mujer que amaba la casa de Dios.
Escogía lo mejor, estar en la presencia de Dios que estar en cualquier otro lugar
(Sal.84:11). Ella sabía que si servía a Dios fielmente, de Él tendría recompensa (Sal.23:6).

2) Era una mujer de oración y de ayunos: Quizás Pablo la tenía en su mente cuando le
escribió a Timoteo (1Ti.5:3-5). Ana es un buen ejemplo para todas las hermanas avanzadas
en años, pueden servir a Dios haciendo suplicas por todos los santos y por la obra de
predicación del evangelio (Ef.6:18-19).

Había un montón de cosas que no podía hacer por Dios y por el pueblo. No podía ser
sacerdote y ofrecer sacrificios sobre el altar, como podían hacer algunos hombres judíos.
No podía tener hijos y educarlos para adorar al Dios verdadero, como podían hacer las
mujeres más jóvenes y casadas. Pero podía entregarse por completo a la oración para que
Dios salvara y bendijera a Su pueblo escogido, y es exactamente lo que hacía.

3) Era una mujer que expresaba su gratitud a Dios a diario: Dice el texto: “Esta
presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios” (v.38a). Todo cristiano debe tener
un corazón lleno de gratitud a Dios, y debe de expresarla por medio de oración y por
medio del servicio fiel (1Tes.5:18). Muchas veces estamos más listos para hacer peticiones
a Dios, o quejarnos por problemas o por lo que no tenemos, y nos olvidamos de agradecer
lo que tenemos.
4) Era una mujer que dada testimonio del niño Jesús: Dice el texto: “y hablaba del niño a
todos los que esperaban la redención en Jerusalén” (v.38b). Ana hablaba del niño porque
lo conoció en el templo cuando sus padres lo llevaron a presentar. Este resultó ser el día
más especial para ella. Había estado esperando para ver al Mesías que Dios había
prometido en las Escrituras durante miles de años. Ella lo reconoció de inmediato, porque
Dios le dio una capacidad sobrenatural para ello. Y, aunque transcurrirían treinta años más
antes de que empezara a predicar el evangelio y a realizar milagros, hasta morir finalmente
en la cruz por los pecadores y surgir de la tumba como el Salvador resucitado, ella estaba
convencida de que Él era aquel que Dios Padre había enviado para salvar a Su pueblo
escogido. Por consiguiente, ella no solo oró y adoró en el templo, sino que también salió a
proclamar las buenas noticias de fe y esperanza. Ella habló de Jesús no solo a unos
cuantos, sino “a todos los que esperaban la redención en Jerusalén”. Ella se esforzaba en
dar a conocer a Jesús, el futuro salvador del mundo.

En Ana encontramos un ejemplo fe perseverante, alguien que se esforzó por predicar a


Cristo. Pablo anima a Timoteo a predicar (2Ti.4:1-2). Que se pueda decir de nosotros,
como Juan dijo de la mujer samaritana (Jn.4:39). Para Ana, su avanzada edad no fue una
excusa, ella conocía muy bien las palabras de David (Sal.92:12-15).

III. ¿QUÉ DESAFÍOS NOS DEJA ANA?

1) No conformarnos al status quo o a las situaciones que tuvimos que enfrentar: Ana era
viuda, sabía lo que era el sufrimiento, pero lo interesante es que no estaba amargada.
Estaba en el templo de Dios, le servía, a pesar de todo, los años no habían producido en
ella resentimiento con su Creador, al contrario, ella procuraba estar cerca del Señor
(Ro.8:28).

El sufrimiento puede producir en nosotros una de dos cosas: o nos hace duros, amargados,
resentidos y rebeldes a Dios, o nos hace más amables, tiernos y compasivos; puede
hacernos perder la fe, o arraigarla aún más en nuestro corazón. Todo depende de lo que
pensemos de Dios: si le consideramos un tirano, seremos unos resentidos; pero si le
tenemos como nuestro Padre, estaremos seguros de que nunca hace que sus hijos
derramen lágrimas innecesarias.

2) La edad o nuestro trasfondo, nunca será una excusa para no servir al Señor: Ana
pasaba de los 100 años de edad. Era anciana, pero no había perdido la esperanza ni el
deseo de ser útil en las manos del Señor. No debemos resignarnos, ni estancarnos, Dios
puede obrar en nosotros y renovar nuestras fuerzas (Is.40:28-31). Las situaciones que
atravesamos querrán llevarse la esperanza que hemos abrigado, querrán tenernos
resignados y sin deseos de seguir. También en esto depende de lo que pensamos de Dios:
si creemos que es distante y desinteresado, podremos caer en la desesperación; pero si
creemos que Él está interesado en nosotros y que nada escapa de Su control, estaremos
seguros de que lo mejor está todavía por venir, y que por Él somos más que vencedores
(Ro.8:35-39).
3) El servicio a Dios nunca se separa de la adoración y comunión: Ana nunca dejaba de
adorar a Dios. Pasaba todo el tiempo en la casa de Dios y con el pueblo de Dios. El Señor
nos ha dado a Cristo Vive como nuestra amada congregación, y nos privamos de un tesoro
incalculable cuando descuidamos el congregarnos para adorar a Dios, cuando descuidamos
los eventos, cultos y demás convocaciones que como Iglesia tenemos (Sal.27:4; Sal.122:1;
Heb.10:25).

Ana no solo llegaba el templo, sino que también servía en el templo. Estaba involucrada en
las cosas de Dios. Lo peor que podemos hacer cuando estamos viviendo una situación de
prueba en nuestra Fe, es alejarnos de la iglesia y dejar de servirle a Dios. Cuando nuestros
músculos espirituales se encuentran activos, Dios se encarga de ayudarnos, estar con
nosotros, y darnos las salidas a nuestras angustias.

4) El servicio a Dios requiere comunión con Dios: Ana nunca dejaba de orar. Servir en la
iglesia es importante, pero si lo hacemos sin oración, no tendremos fruto (Sal.55:17). Un
cristiano sea cual sea la situación a la que se enfrente debe hacerlo de rodillas (1Tes.5:17).
La oración nos conecta con el único ser que puede darnos la fuerza para seguir adelante,
nos enfoca en Jesús y nos ayuda a expresar nuestros sentimientos con nuestro creador.

Recordemos que Dios está dispuesto a escucharnos, nuestro dolor es Su dolor también, Él
pone su mano en nuestro hombro aún cuando no lo sentimos plenamente (Is.41:9-10).
Ana día tras día se mantenía en contacto con el que es la fuente de toda fuerza, y en cuya
fuerza se perfecciona nuestra debilidad, por eso Dios la premió con ver al Mesías que tanto
habían esperado los Judíos.

5) Si servimos a Dios, necesitamos del Espíritu Santo: En el mismo momento en que llegó
Simeón al templo, impulsado por el Espíritu Santo, en ese momento también estaba Ana.
Era una mujer que vivía constantemente en la presencia del Señor, sobre quien reposaba
el Espíritu Santo, razón por la cual tenía palabras para hablar y edificar, para consolar y
animar. Necesitamos del poder del Espíritu Santo para servir al Señor, para ser testigos
fieles (Hch.1:8). Necesitamos del Espíritu Santo para hablar a otros de Cristo, así lo
confirman tantos relatos en el libro de los Hechos (Hch.4:13, 4:31; 14:3; 19:8). Pablo
también lo confirma, cuando él pide que oren en el Espíritu y velemos en oración, para que
podamos habler a otros con denuedo (Ef.6:19-20).

CONCLUSIÓN

Ana nos recuerda que Dios se merece un servicio con excelencia, Él se merece que le
sirvamos con temor reverente, que le sirvamos con todas nuestras fuerzas, con los días
que nos quedan y con las capacidades y dones que Él ha depositado. No dejes que tu
corazón se enfríe, no apagues el fuego que ha sido depositado en ti. No permitas que tu
relación con Dios y el servirle, pasen a ocupar un lugar secundario en tu vida. Tomemos el
ejemplo de Ana y vivamos vidas consagradas a Dios, vidas que se destaquen por ser vidas
de oración y de servicio a Él.

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