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Resumen
Disertaré sobre la realidad moral del hombre sosteniendo la tesis de que éste no puede hallar
más remedio que ajustar sus actos a una realidad física que le viene dada y que, por lo tanto,
su libertad es siempre y sólo libertad-en. A la luz de la reología, es viable hallar un
fundamento real a los comportamientos morales humanos, lejos de todo arbitrario
convencionalismo. Reológicamente puede decirse que, en la constitución propia de lo
humano, se arraiga su comportamiento moral. Así, los comportamientos éticos tampoco
vienen «caídos del cielo» sino que están empotrados en estructuras físicas del hombre, sin
afirmar con esto un naturalismo ramplón. Primero, pues, debe distinguirse lo animal de lo
humano, y entonces tratar de mostrar cómo el hombre es forzosamente moral, es lo que se ha
llamado «moral como estructura». Se muestra, luego, que todo comportamiento
deliberadamente ético («moral como contenido») supone y necesita de este carácter
estructural previo.
Introducción
Disertaré sobre la realidad moral del hombre sosteniendo la tesis de que éste no puede hallar
más remedio que ajustar sus actos a una realidad física que le viene dada y que, por lo tanto,
su libertad es siempre y sólo libertad-en. A la luz de la reología (i.e. filosofía de la realidad),
puede decirse que, en la constitución propia de lo humano, se arraiga su comportamiento
moral. Bajo esa misma luz, eticistas como José Luis López Aranguren, Pedro Laín Entralgo
o incluso Diego Gracia y Adela Cortina han hallado que los comportamientos éticos no
vienen «caídos del cielo» sino que están empotrados en estructuras físicas, contraviniendo al
convencionalismo pero también al naturalismo. Primero, pues, debe distinguirse lo animal
de lo humano, y entonces tratar de mostrar cómo y en qué medida el hombre es forzosamente
moral. Mostraremos, luego, que todo comportamiento deliberadamente ético supone y
necesita de este carácter estructural previo. Llevaré esta disertación por pasos:
I. Distinción entre el animal y el hombre: la inteligencia.
II. Libertad: ajustamiento y justificación.
III. La moral como estructura.
IV. La moral como contenido.
V. La imbricación de la estructura y el contenido; conclusión.
Diego Gracia junto con Zubiri piensan que la primera relación que tiene el hombre con las
cosas no es, por eso, de posesión sino de religación: yo no tengo a las cosas sino que estoy
religado a ellas. “El hombre «posee» cosas porque antes «está poseído» por la realidad”
(Gracia, 1989, 147), este estar poseído es una posesión física, no sólo estoy sitiado en mi
epidermis sino, mejor, poseído por ella. Merced a lo cual uno no debería decir «yo tengo un
cuerpo» o «es mi cuerpo», sino en todo caso que «este cuerpo me tiene» o, más bien, «yo soy
corpóreo» –que es muy diferente. Corporeidad que me delimita a preferir lo incorporable.
Si se quiere, es lo que José Gaos (1980, 99) decía: cada hombre “va existiendo su esencia –
pero sin olvidar que esta esencia que cada cual va existiendo, va decidiendo, recíprocamente,
de su existencia”.19
Retomando. En cuanto que no sentimos pura estimulidad sino realidad, quedamos
libres de responder unívocamente al medio; podemos responder equívocamente, podemos
equivocarnos; la sabiduría popular sabe a bien esto cuando afirma: «el hombre es el único
SIERRA-LECHUGA, Carlos. «Libres a la fuerza» o De la realidad moral del hombre, Madrid:
Conferencia oral para la Asociación Española de Personalismo, 16 de junio de 2018. Documento
en línea en: https://carlossierralechuga.blogspot.com/p/documentos.html p. 8 de 20
animal que tropieza dos veces con la misma piedra». Claro, porque para él la piedra no es un
estímulo-obstáculo sino una realidad-rupestre y, por lo tanto, puede ser abordada desde otras
posibilidades. Pero puesto que nuestra libertad no está absuelta de nuestra estructura física,
tenemos ciertas tendencias que nos llevan a delimitar lo preferible: ir a la misma piedra
habiendo tantas otras. “[La libertad está limitada] por la condición corpórea del hombre. […]
yo sólo puedo actuar libremente cuando mi acción es corporalmente posible”, decía Laín
(1989). En una palabra: las infinitas posibilidades que da la libertad siempre quedan acotadas
por nuestras estructuras físicas,20 y hemos de preferir una a través de un recorrido de
justificación21. He ahí la estructura radical del comportamiento humano, un ajustamiento del
acto a la situación derivado de su congénere inteligencia.22 Entonces aquí justificación
significa ajustamiento y es lo que Zubiri llamaría23 moral como estructura (Aranguren, 1976,
49)24.
En este primer sentido de justificación estructural, el hombre no puede encontrar más
remedio que ajustarse a la realidad; el hombre es necesariamente libre, o como dijera Ortega
es «a la fuerza libre» o como dijera Sartre está «condenado a ser libre»; eres libre velis nolis.
En este sentido, no hay hombres inmorales o amorales,25 pues el ajustamiento no le viene
dado, debe ajustar sus actos a las exigencias de la realidad. Por fuerza actúa para ajustarse,
por fuerza justifica sus acciones. Esto no es como en el estímulo, porque ahí el animal está
por fuerza ajustado; en la realidad, el hombre no está por fuerza ajustado, sino por fuerza
obligado a tener que ajustarse por cuenta propia.
Por este primer sentido de justificación como procurarse el ajustamiento a las
exigencias del mundo, por ser libre en, la realidad humana es estructuralmente moral; decir
«libres a la fuerza» sería lo mismo que decir «la fuerza que lo real imprime sobre la libertad».
Lo que no obsta, sin embargo, para que haya libertad.
Toda acción humana, por tanto, es una costumbre, es mos; si se es hombre se es moral.
Merced a esta irrefragable moralidad, si el hombre viene luego a actuar o no conforme a
normas éticas locales («moral como contenido»), siempre será justamente imputable por sus
actos aun a pesar de que desconozca tales normas. La imputabilidad no se basa en el
conocimiento (de normas), sino en la estructura físicamente moral. Si el hombre no fuera, a
radice, moral, bastaría hacerse el lego o el loco para poder actuar alevosamente. Sin embargo,
Estamos estructuralmente obligados a ser algo, pero «qué» vayamos a incorporar en nosotros
varía en cada caso. De aquí que Aranguren (1976, 56) pueda decir: “La moral consiste no
sólo en el ir haciendo mi vida, sino también en la vida tal como queda hecha: en la
incorporación o apropiación de las posibilidades realizadas. La moral resulta ser así algo
Notas al texto:
1
En general, en la historia de la antropología, el hombre ha sido visto como un animal, muy especial a su modo,
pero animal finalmente. Concedamos esto, pues contravenirlo nos llevaría a otras disertaciones de otro orden,
y no perseguimos más fines que los de hablar del hombre como alguien estructuralmente moral.
Particularmente, me he manifestado «en contra» de entender al hombre primariamente como animal; esto es,
que aunque el hombre sea un animal, no me parece que su animalidad le sea radicalmente primaria, sin que ello
obste para que su realidad sea física. Cfr. Sierra-Lechuga (2015).
2
Este será el telón de fondo que irá cobijándonos durante esta breve disertación. Dice Aranguren (1976, 47):
“La realidad moral es constitutivamente humana; no se trata de un «ideal» sino de una necesidad, de una
forzosidad, exigida por la propia naturaleza, por las propias estructuras psicobiológicas. Ver surgir la moral
desde éstas equivaldrá a ver surgir el hombre desde el animal.” En efecto, el surgimiento de la moralidad desde
la mera realidad animal será exacta y numéricamente lo mismo que el surgimiento del hombre desde el animal.
Por lo demás que no se trata aquí de un surgimiento de orden material, evolutivo, genético, etc., en los sentidos
en que las ciencias experimentales entienden estas nociones. Nótese entonces que poco nos importa si la génesis
de esta moralidad emergente de la animalidad hacia la humanidad es o no un resultado de la evolución biológica
(que podría serlo y de hecho lo es), ese no es nuestro debate; de hecho, puesto que lo frágil del hombre es
siempre objeto primordial de la ética humana (pues en ella uno siempre se ocupa de los más vulnerables), resulta
que la evolución biológica es rigurosamente antiética o la ética es rigurosamente antievolutiva, por así decirlo
(Gracia, 1998). No tratamos, pues, de un surgimiento de este tipo, sino de un surgimiento de orden
constitucional, diríamos clásicamente: un surgimiento esencial. Estamos a nivel filosófico, no científico.
3
En ese nivel, vemos descriptivamente que el hombre no se ajusta al medio, mientras que vemos por otro lado
que el resto de animales en general sí que se ajustan. Frente al frío, un animal puede resguardarse, sobrevivirlo
hibernando, o depender de su pelaje o temperatura, etc.; hay siempre un acoplamiento (de hecho, cuando no,
no está adaptado y muere); pero el hombre, frente al frío, construye un refugio, usa la piel de otro animal para
cubrirse, muda de locación, manipula el fuego, lo deja estar sin más, lo estudia como la ausencia de calor, o
incluso todas esas cosas a la vez deliberadamente. Cuando el medio exige algo, el animal actúa con justeza,
hace esto o aquello; el hombre no, pues podría hacer algo que radicalmente no ajustara con dicha exigencia.
Por ejemplo, a pesar del hambre, el hombre podría hacer una huelga de hambre, motivado incluso por las
hambrunas que quiere denunciar.
4
Y esta diferencia entre el animal y el hombre no es sólo de grado, sino esencial. Basándose en trabajos de
diversos biólogos, especialmente en los de Jennings, Pedro Laín Entralgo (1989) encuentra que la gradación de
lo que zuburianamente se llamaría «formalización estimúlica» va desde la amoeba hasta los primates superiores;
sólo en el hombre hay, aunque evolutivo, un abismo. Las cosas le perturban al hombre realmente.
5
“La respuesta será adecuada si el animal logra establecer entre el medio y su respuesta un equilibrio dinámico
y reversible”. Zubiri (2007, 345).
6
No es que no haya «inteligencia» animal, pero siempre que se habla de ella se le entiende como «facultad de
resolución de problemas»; no se trata aquí de esto.
7
“La realidad con que el hombre tiene que enfrentarse es un carácter de las cosas concretas. La realidad no es
una gigantesca cosa distinta de las demás cosas concretas. El hombre se encuentra enfrentándose con la realidad,
no independientemente de las cosas reales, sino precisamente por el carácter real que tienen esas cosas
determinadas con las cuales el hombre se va enfrentando”. Zubiri (2007, 348).
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Específico es el estímulo, este estímulo de calor, este otro de frío, pero la realidad la decimos tanto del calor
como del frío, sin importar lo específico del calor ni del frío. Ciertamente para la física el frío no tiene realidad;
pero decir tal cosa es esfuerzo de la razón, mientras que en la mera aprehensión el frío es aprehendido realmente.