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He
enunciado, pues, un deber. ¿Por qué el deber de participar? En primer lugar
hemos de hablar de un deber, porque los cristianos están llamados a santificar
todas las realidades terrenas, gestionando y ordenando según Dios los asuntos
temporales (Cfr CONC. VATICANO II, const. Lumen gentium, 31) . Es una vocación
divina, un mandato imperativo de Cristo en palabras de Camino2, que procede
del carácter bautismal.
Pero además de cuanto acabamos de decir, hay una importante razón, que da
urgencia y prioridad a la cristianización de la vida pública. Por más que tantas
veces parezca que la política tiene su esfera de influencia en materias ajenas a la
salvación de las almas (el índice de inflación, las obras públicas, los impuestos o
la salud), la realidad es que –para bien y para mal– la acción política tiene una
poderosa influencia en la creación de ambientes sociales que propician la
extensión entre la ciudadanía de determinadas formas de entender el hombre y
el mundo –la cosmovisión, o Weltangschauung que dicen los alemanes– y del
ideario y comportamiento morales.