La gloria de Dios es el resplandor que emana de su
persona, el aura cegadora de todas sus perfecciones. Esta gloria, comparable a un fuego devorador (Éx. 24:17), anonada, abate e inspira temor, respeto y adoración; el hombre no puede ver la gloria real de Dios y seguir vivo (Éx. 33:18, 20, 22). Así, todos aquellos que han tenido un encuentro con el Señor reciben algo de ella.