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JARRÓN LLENO DE
TIEMPO
Alfonso Moreno González
Capítulo 1: En dos tiempos
Las distancias entre las personas no solo se mide en metros,
también se mide en años. Podemos vivir en el mismo lugar que
nuestros bisabuelos pero son mundos diferentes por ser épocas
distintas. Pero no solo podemos hablar de cambios temporales,
debemos incluir los cambios en las creencias, en las culturas, en
los valores, en la tecnología, en las costumbres, en la vida en sí.
Corría el año 100 a.C., era el período más próspero de la dinastía Han
y gobernaba el emperador Wu. El imperio volvió a recuperar el control
después de una época muy oscura; el periodo de los Reinos
Combatientes, cuyo nombre dice claramente lo que fue, quedó atrás.
Durante su gobierno aumentó el comercio con el oeste, en particular
con Asia Central, lo que inició el desarrollo de la famosa Ruta de la
Seda. La agricultura, los productos manufacturados y el comercio
florecieron; así como los logros intelectuales, artísticos y literarios, lo
que provocó que el imperio extendiera su influencia cultural y política
sobre el sureste de Asia. Cabe destacar que durante esos años se
inventó el papel con pasta de arroz, lo que fomentó la educación y la
escritura.
Emperador Wu
Se podía decir que el imperio de los Han junto con el de los romanos
eran los mayores que existían en ese momento en el mundo conocido.
Mientras que en Roma estaba a unos pocos años de que se formara el
embrión del Cristianismo, el emperador Wu fue el artífice que instauró
el confucionismo, dejando atrás el taoísmo que ya no se adaptaba a la
nueva China. Coincidiendo en el tiempo con el florecimiento del
Budismo que había penetrado en el país, desde la India, a través de la
citada Ruta de la Seda.
El taoísmo establece la existencia de tres fuerzas: el yin (fuerza
pasiva/sutil, femenina, húmeda...), el yang (fuerza activa/concreta,
masculina, seca…) y el tao, o fuerza superior que las contiene. En
cambio los confucianos ven al cosmos como algo armónico que regula
las estaciones, la vida animal, la vegetal y la humana. La creencia se
basa en que el hombre debe estar de acuerdo a lo ordenado por el
Cielo, para ello debe auto perfeccionarse mediante la introspección y
el estudio. Si lo logra desarrolla el “Ren” que se podría traducir por
“buenos sentimientos hacia los demás hombres”.
Confucio
En dicha época había muchos señores que tenían control y poder local
sobre sus territorios. Este era el caso de Liu Yi cuya comarca rodeaba
por el sur el lago Dongting al que alimentaba el río Yangtsé y otros
más pequeños como el Xiang, Zi y Li. Su padre dio su vida por la
unificación que se consiguió durante los años anteriores y le dejó a él
al frente cuando era casi un niño. Las numerosas heridas de guerra le
hicieron mella y murió siendo aún joven. Era pariente lejano del
famoso general Meng Tian que sirvió a la dinastía Qin. Este general,
además de liderar la campaña contra las tribus Xiongnu, participó muy
activamente en la construcción de la famosa Gran Muralla China,
dejando patente cuál era su línea familiar o genética llena de generales
y arquitectos.
Mientras que su padre había heredado los genes militares, él, por el
contrario, era un gran amante de la arquitectura y, sobre todo, la
pintura. Era su sensibilidad junto con su total oposición a los temas
bélicos lo que hizo de él un líder muy querido por la mayoría de sus
vasallos; aunque, como suele pasar, tenía también contrarios en su
propia casa.
Su matrimonio fue concertado por su padre cuando era pequeño, y
cuando conoció a su pretendiente, lejos de odiar a su progenitor por
haberle emparentado de forma obligada, le dio gracias una y mil
veces. Era la chica más hermosa que había conocido y se quedó
prendado de ella en cuanto la vio. Para él era una deidad y tenía un
rasgo que la hacía casi única: tenía un ojo azul y otro verde. Además
de guapa, era muy inteligente y compartía con él la afición a las artes.
Se casaron siendo casi niños y pasaron la adolescencia ya siendo
marido y mujer, lo que supuso que pasaran esas transcendentales
edades, en las que uno se convierte en un embrión de adulto, unidos y
aprendiendo a conocerse a sí mismos y al otro. Incluso vivieron juntos
la muerte del padre de él, lo que supuso que se unieran más si cabe.
Él no habría podido soportar aquella gran pérdida sin la ayuda de su
mujer; ella consiguió llenar el vacío que le dejó.
Pasaron los siguientes años con el desafío de hacerse cargo del
legado de su padre. Consiguieron que fuera incluso más fructífero que
durante el liderazgo de éste, lo que produjo mucho malestar a los que
querían que fracasara al considerarlo no merecedor de la herencia
recibida. Como su madre murió siendo él solo un bebé y no tenía más
hermanos, había muchos candidatos para intentar usurparle sus
bienes; eran unas verdaderas hienas. Quizás fue el amor que se
conferían lo que les hizo fuertes, germinando en ellos la idea de que
no había ninguna contrariedad insalvable.
Muy, muy lejos de allí, temporalmente hablando, estamos hablando del
año 2002, y también muy lejos de allí, espacialmente hablando, casi en
el perieco de aquel lugar, dado que aproximadamente se encuentra en
el mismo paralelo y en un punto del globo terráqueo diametralmente
opuesto, todavía se masticaba algo de polvo cuyo sabor era muy
amargo y triste. Todavía el olor a humo e incredulidad flotaba en el
aire, lo que hacía que la respiración fuera entrecortada como si se
sollozara. Todavía estaba en las retinas de todos aquella
monstruosidad provocada por quién dice llamarse ser humano.
Nos referimos a New York y en ese año casi todos intentaban volver a
su rutina. Era el caso de aquellos alumnos de pintura que acudieron a
su clase como todas las mañanas. Llegaron al aula antes de que la
profesora apareciera. Ya estaban acostumbrados; casi invariablemente
llegaba tarde. El tener varios empleos hacían que la pobre nunca
llegara a tiempo a ningún sitio; siempre iba con prisas y atiborrada de
papeles, planos, libros y pinceles, pero sin dejar de portar su sonrisa
imborrable.
A la media hora ella apareció corriendo y muy cargada como siempre.
Pidió perdón por el retraso una vez más. Era muy guapa y sus rasgos
eran totalmente orientales, dada su procedencia: China. Su nombre
original era Lui Yin, aunque la llamaban ‘Luiyina’. Todos la perdonaban
porque, además de su belleza, transmitía su naturaleza algo infantil,
con sus torpezas, su sentido del humor sano y sus travesuras que
hacían que la clase fuera muy amena. Incluso varios de sus alumnos
creían estar enamorados de ella; tenía un toque de niña mala y
sensual que les provocaba más de una vez pintarla en su imaginación
en escenas que no vienen al caso. Además, tenía algo inaudito:
padecía de heterocromía, por lo que tenía un ojo verde esmeralda y el
otro azul cielo.
Luiyina nació en China pero, siendo aún un bebé, sus padres
emigraron a Estados Unidos donde se crió y se hizo mujer. Su
educación fue una mezcolanza entre el tradicionalismo oriental, que
sus padres nunca dejaron de inculcarle, y las costumbres occidentales.
Nunca había vuelto donde se encontraban sus ancestros y el deseo de
conocer aquel país le carcomía día a día, aunque este deseo no lo
quiso compartir con nadie. Muchos le preguntaban por ello, dado que
era lo más normal, pero ella contestaba con frialdad que algún día
debería ir al lugar de sus orígenes. Pero lo cierto es que el anhelo que
sentía era inaudito; como si alguien o algo tirara de ella desde allí, lo
que le hacía pensar que su voluntad estaba manejada por la
irracionalidad. Si los demás supieran de este secreto la tomarían por
una excéntrica y no podía permitir que esto pasara, y menos en aquel
momento de su vida: era parte del equipo de uno de los proyectos más
importantes que se iban a acometer en la ciudad de New York. Estaba
trabajando en un bufete de arquitectos que aspiraba a realizar el
proyecto de una de las nuevas torres que se ubicarían en el World
Trade Center, y ella pertenecía al grupo de diseño. Con sus dotes más
que consolidadas y bien conocidas en pintura, además de haber
estudiado Arquitectura, tenía la oportunidad de mostrar al mundo su
trabajo.
No tenía ninguna relación que se pudiera considerar seria. Había
tenido varios amoríos, por llamarlo de alguna manera, que nunca
fructificaron. Y no era porque no tuviera pretendientes, le salían por
cientos dada la atmósfera exótica que la envolvía y que la hacían muy
codiciada por quién la conocía. Además, era muy afable con todos y
todas, muy extrovertida y con ganas de disfrutar de lo que se le
presentaba en el poco tiempo libre que tenía. Asistía a muchas
reuniones de amigos y conocidos, también tenía buena relación con
sus colegas, aunque con ellos nunca dejó que pasara a mayores.
Sabía claramente que ese tipo de relaciones podían perjudicar su
carrera.
Siempre le pasaba lo mismo: conocía a un chico, comenzaba la
relación, pero no sentía por él lo que creía debería de sentir para sellar
ese idilio. Después de hacer el amor se sentía vacía. Esa sensación se
repetía una y otra vez, pero no cejaba en el empeño de encontrar a
alguien que hiciera que floreciera ese sentimiento que te brama desde
dentro y cuyo eco rebota infinitas veces, dado que la atenuación que
ejerce tu alma es nula. Si ocurriera eso, sería indicativo de que se
había topado con el que es merecedor de adquirir su corazón tan
ansiado por tantos. Pero como seguía sin ocurrir, buscaba cualquier
escusa para dormir sola sollozando y abrazada a su almohada.
Muchas veces, tras quedarse sumida en sus anhelos, aunque sus
trabajos le requerían que descansara, al no poder conciliar el sueño,
se ponía a pintar; era lo único que le abstraía de su realidad. Le
dedicaba poco tiempo, ya que el agotamiento la vencía, y no podía
dedicarle más que unos minutos. El cuadro que surgía tras su pincel
cada vez tenía más detalles, pero todavía ni siquiera ella misma sabía
todo lo que emergería en aquel lienzo cuando estuviera terminado.
Solo se vislumbraba una pequeña isla cercana a la costa, con unas
montañas al fondo y el cielo azul con algunas nubes.
Capítulo 2: En dos culturas
Los ritos funerarios son variados en función de las religiones y
las culturas de cada lugar. Además, con el paso del tiempo han
ido cambiando al variar esas culturas, y por obligación. Si todos
dispusiéramos de una pirámide, como los antiguos egipcios, para
albergar nuestro cuerpo tras su muerte, estaría el planeta lleno de
ellas. O si todos fuéramos enterrados, la superficie necesaria para
albergar tantas tumbas sería mayor que la necesaria actualmente
para la siembra. Además, en el caso de epidemias lo más
adecuado es la cremación de los cuerpos infectados. Por uno u
otro motivo, el caso es que lo que más predomina en los últimos
tiempos es la incineración y depositar, extender o espolvorear
nuestras cenizas en los lugares donde quisiéramos perdurar para
siempre.
A más de 2000 años y a muchos kilómetros de distancia Liu Yi y su
mujer estaban disfrutando el uno del otro como si vivieran un hermoso
cuento. Su afinidad y su juventud hacían que concibieran casi todas
las cosas juntos o muy juntos, dependía de qué actividad consumaran.
Si a eso le sumamos que el dolor que él sentía por la muerte de su
padre aminoraba día tras día, sobre todo gracias a ella, hacía que su
relación se afianzara más y más. La felicidad que sentían y transmitían
a los que le rodeaban era totalmente tangible y contagiosa, salvo a los
que la desidia les carcomía.
Poco a poco el olor a podredumbre fue anegando el ambiente, fruto de
a quién el bienestar de otros le provoca que su desazón brote y crezca
como las malas hierbas lo hacen en un huerto sin cuidados. Estos eran
los que, habiendo dado su vida por el padre del que, según ellos, era
el envés de sus ideales, creían tener la verdad de su lado pensando
que el oficio de la guerra debería instaurarse aunque fueran tiempos
de paz. Su corazón estaba impregnado de sangre de otros, lo que les
provocaba una adicción a la droga de las batallas y los saqueos. No
podían permitir que su actual señor fuera por el camino de la armonía
y bienestar. Se sentían inútiles e inservibles.
Una noche perpetraron lo que, a su entender, les libraría de esa
sensación que les volvía más humanos, cuando ellos no querían
pertenecer a ese colectivo: ¡iban a matar al hijo de su gran señor!
Utilizaron, de forma coaccionada, al personal de servicio para que
envenenara la bebida en aquella fatídica noche. Pero lo que aconteció
no fue, ni por asomo, lo que ellos habían imaginado en sus mentes
retorcidas y emponzoñadas.
A la mañana siguiente Liu Yi salió corriendo sin ningún sentido ni
dirección, como si estuviera colmado del mayor de los amargores.
Habían envenenado a su mujer: la más bella, la más amada, la más
amiga, la más compañera, la que le complementaba y le unía a la vida.
Iba loco de ira y desesperación, como si su mente fuera invadida por
los ladrones de sueños, ya que éstos se fueron desvaneciendo uno
tras otro; iban pereciendo como las gotas de una gran cascada que se
desintegran contra las rocas.
Estuvo perdido durante dos días en el amplio sentido de la palabra. Se
extravió de todos e incluso de él mismo en lo más profundo de los
territorios inexplorados. Él nunca se había topado con el sinsabor de
perder a una persona tan amada. Había probado la hiel tras la muerte
de su padre pero, ni por asomo, se asemejaba a lo que es perder a un
ser que era parte indisoluble de su esencia. Se sentía como si le
hubieran seccionado la mitad de su cuerpo de una sola estocada. Iba
cojo, manco, tuerto y, lo peor, sin corazón. La mitad del cuerpo del que
le habían despojado era la izquierda.
Su armonía con el cosmos se estaba resquebrajando, ya que no
entendía lo que el Cielo había ordenado. No comprendía por qué había
enviado semejante mandato. Hasta ese momento había sido recto en
sus acciones, creía tener conocimiento de sí mismo y de los designios
del Señor de lo Alto. Pero nada más lejos de la realidad: en los
momentos en los que la vida te golpea muy duramente es cuando sale
el otro yo, ese que está agazapado como una fiera para saltar sobre su
presa. Son esos momentos de debilidad o enfermedad cuando esa
bestia ataca y clava sus fauces en el cuello de su víctima haciendo que
ésta pierda la conciencia y el sentido. En ese estado puede
zarandearla y hacer con ella lo que le venga en gana. Finalmente,
arrastrándola por el fango y hierbas espinosas, se la lleva a su terreno
para devorarla plácidamente.
Sabía claramente que su mujer había sido víctima de unas manos
traicioneras que querían usurpar su señorío, pero ¿quién guió a dichas
manos? Miraba al Cielo para buscar las respuestas que nunca
encontró orientando la vista tan hacia arriba. Después bajó la mirada y
se dio cuenta que debía de escrutar en los ojos de los que vagaban a
su alrededor para encontrar a los verdaderos culpables; aunque no por
ello se sentía con fuerzas para perdonar al de allá arriba, dado que él
le atribuía la causa raíz del problema. ¿Quién si no inculca a los
terrenales esas actitudes que desembocan en realizar atrocidades
que, a los ojos de los que las padecen, son un sin sentido?
Cuando volvió desharrapado y con el semblante desencajado se fue
directamente a la sala donde se velaba a su amada. Le cambió la
expresión al verla postrada y ya sin vida. Su belleza seguía incólume
aún sin la sangre que su corazón dejó de bombear. Tenía claro que
debía seguir el ritual, no solo por ella, sino por sus familiares y amigos.
Fue a sus aposentos y, tras asearse, se puso la vestimenta de tela
blanca compuesta de lienzo crudo requerida para la ocasión. Después
volvió y, con un ademán, le indicó a la madre de ella que había venido
para tal fatal ocasión que él se encargaría de guardarla durante todo el
velatorio. En ese momento comenzó el ritual: primero se despidieron
de ella sus padres y después los familiares allegados; dado que no
tenía hermanos, le siguieron los amigos de la familia y finalmente los
sirvientes. No miró a nadie a la cara, solo tenía ojos para ella. Ni por
un instante dejó de mirarla, como si quisiera memorizar cada pliegue,
cada poro, cada bello, cada pelo, cada tonalidad de su piel, cada
sombra, cada brillo, cada pequeña imperfección en su perfecta y
armoniosa cara. No escuchaba ni decía nada, ni dormía, ni siquiera
comía ni bebía, incluso parecía que no respiraba. No quería perder ni
un segundo de contemplación.
Llegó el día en el que la pusieron en un ataúd de madera aromática.
Dispusieron a su alrededor velas encendidas, pan, frutas y todo tipo de
manjares. Él la cubrió con una tela blanca, no sin antes bañar su
cuerpo con las últimas lágrimas que todavía le quedaban. Antes de
cerrar el ataúd fue a buscar sus pinceles y pintó sus preciosas
facciones en aquella tela para que su semblante quedara
imperturbable eternamente.
Durante los 15 días siguientes en las que el féretro recibió la visita
nocturna de los sacerdotes de la zona, en las que hacían sacrificios y
la ofrecían oraciones, Liu Yi se encargaba de pintar en papel los
dibujos de todos los bienes y deseos que ella, según él, se merecía
obtener en la otra vida, para después quemarlos. Dispuso unas
cuerdas llenas de collares de cuentas y pidió a gritos, junto al resto,
que ella fuera al cielo.
El día del entierro llegaron gentes de muchos lugares lo que dio a
entender no solo lo importante que era, dada su posición, sino lo
querida que llegó a ser. La procesión fue la más grande que se
conoció hasta donde el horizonte se pierde. Liu Yi contrató a los
mejores músicos para el evento e incluso a lloradores; aunque no
hicieron mucha falta dado que los sollozos regaron todo el sendero. En
cambio él no soltó ni una sola lágrima, debían de habérsele terminado
todas. Tras sepultarla él procedió a plantar un pino que había elegido
especialmente para la ocasión con un gran tronco y dos ramas.
Tras darle sepultura se hizo el banquete al que asistieron los más
allegados con la idea de mostrar la alegría con la que querían que
fuera recibida ella en la otra vida. Liu Yi no podía manifestar ninguna
alegría y, para que no fuera truncado el recibimiento de su esposa allá
donde fuera, decidió irse del evento no sin antes coger un afilado
cuchillo que ocultó debajo de su ropaje. Se dirigió hacia donde ahora
descansaba su mujer y, después de permanecer arrodillado durante
unos largos minutos sobre la tierra todavía caliente, se acercó al pino y
se dispuso a quitarle la corteza o peri dermis de la parte superior del
tronco, a unos pocos centímetros debajo de donde se desdoblaba en
dos ramas. Tras alcanzar la xilema o parte leñosa del tronco sacó el
cuchillo muy lentamente y, con gran maestría y mucha delicadeza,
empezó a tallar algo en el árbol.
Capítulo 6: El taxista y el puente
¿Te han contado alguna leyenda o mito? ¿Qué tienen de real y de
imaginario? Creo que algunas leyendas están basadas en hechos
reales, pero que el paso del tiempo, tras pasar de boca en boca,
las han ido transfigurando de tal forma que solo queda la esencia
de la realidad. Está claro que dependiendo de por cuáles bocas
han pasado las mismas se transforman más o menos. Todas las
personas que cuentan algo que les ha pasado les dan su toque
personal en función de su forma de verlo o interpretarlo. Hay
personas más parcas en detalles y a otras, en cambio, se les
desboca la imaginación, poniendo en las historias que cuentan
más o menos de su propia cosecha, lo que hace que se
transgreda lo acontecido.
Liuyina, tras vestirse rápidamente, bajó y cogió el taxi libre que estaba
parado en frente de su portal como si la estuviera esperando a ella a
esas horas de la madrugada. Tras pensar que sería una casualidad le
indicó que fuera rápido al Puente de Brooklyn. Llevaba el jarrón
cubierto en una pequeña manta y lo apretaba hacia sí fuertemente,
como si pretendiera que no se escapara al creer que tenía vida propia.
También quería evitar el deseo de volver a mirarlo para paladear las
imágenes que en él aparecían.
Las calles estaban casi desiertas y el taxista podía transitar sin
problemas. Al fijarse en él se dijo: “¿Otra casualidad?”; era de origen
chino y esbozaba una gran sonrisa, que se le amplió al mirar durante
un instante el bulto que intentaba esconder. Lo que más le llamó su
atención fueron sus ojos vivaces y muy negros. Tenía la sensación que
aquel hombre, al que era la primera vez que veía y, por supuesto, no le
conocía de nada, supiera del objeto de aquel viaje nocturno y lo que
portaba oculto envuelto en la manta.
– Bonita noche – dijo el taxista sin apartar la vista del frente y sin
perder su sonrisa perenne. – La noto algo nerviosa y tensa. ¿Está
enferma? ¿La puedo ayudar en algo?
– No, muchas gracias. Por cierto, ¿le puedo hacer una pregunta? –
Liuyina no creía en las casualidades y la curiosidad la invadió: – ¿De
dónde es? ¿Lleva mucho aquí?
– Está claro que no espera la respuesta de una pregunta y vuelve a
preguntar. No tengo problema en contestar: soy de origen chino, como
mi cara muestra claramente. He viajado muchísimo. Aquí llevo poco
tiempo, pero el suficiente para conocer sus calles y a sus gentes –.
Parecía muy sincero y ella no tenía por qué dudar. – ¿Y usted?
– Vine aquí cuando era una niña y nací en la provincia de Hunan,
¿usted la conoce?
– Por supuesto, estuve allí hace muy poco y creo que voy a tener que
volver en breve. Tengo un negocio allí que tengo que ultimar. Tiene
unos parajes muy hermosos. Pero no soy de allí. La puedo decir que
soy de muchos sitios y de ninguno en particular.
– Entiendo, las personas que viajan tanto no disponen de tiempo para
echar raíces.
– Exactamente, yo no podía haberlo expresado mejor –. Poco a poco
fue aminorando la marcha porque llegaba a su destino. – ¿Dónde la
dejo? El puente es muy largo.
– ¡Justo aquí¡ En la rampa Ari Halberstam – el nombre se puso en
honor del joven que murió allí cuando solo tenía 15 años; fue
asesinado en un ataque terrorista perpetrado por un libanés en 1994.
El terrorista abrió fuego contra su furgoneta que circulaba por el
puente; ésta iba ocupada por un grupo ortodoxo judío al que el joven
pertenecía.
– Iba a pedirle un favor, si me lo permite –. No sabía exactamente el
motivo, pero aquel taxista le dio suficiente confianza para pedirle algo:
– Tengo que hacer una cosa importante en el puente; ¡tranquilo, no
voy a hacer ninguna locura! Después volveré a mi casa: ¿podría
esperarme durante unos minutos? A estas horas no creo que
encuentre otro taxi. Le prometo que seré rápida; si lo hace tendrá una
gran propina.
– Por supuesto que la esperaré. No lo dude ni por un momento – y le
guiñó un ojo.
De Jet Lowe - Library of Congress, Prints and Photograph Division, Historic American
Engineering Record: HAER NY,31-NEYO,90-79, Dominio público,
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=172169
Se apeó del taxi y contempló la grandiosidad de aquella obra
arquitectónica. Fue toda una proeza de ingeniería cuando se construyó
entre 1870 y 1883. Fue el puente colgante más grande del mundo
(mide 1825 metros de largo) y el primero suspendido mediante cables
de acero Además, las torres que lo sostienen a ambos lados fueron las
estructuras más altas del hemisferio occidental. Hoy es un símbolo de
New York.
Caminó unos cuantos metros por el solitario puente; eran ella y el
puente, al igual que la primera vez que lo cruzaron tras su
construcción: fue Emily Warren la que protagonizó ese histórico
suceso. Su esposo, Washington Roebling, sucedió a su padre al morir
de tétanos tras un accidente, Jonh Augustus Roebling, quién diseño y
comenzó su construcción. Una enfermedad del primero denominada
“enfermedad de los buzos” o síndrome de descompresión causada por
su trabajo en los pozos de cimentación hizo que ella, tras estudiar
unas pequeñas nociones de ingeniería, diera las instrucciones que
recibía de su marido enfermo a sus ayudantes y trabajadores sobre el
terreno.
Siguió andando y le vino a la memoria la segunda parte de la leyenda
del hombre que talló la hermosa imagen de su amada sobre el tronco
de aquel milenario y único árbol. Recordaba cada una de las palabras
que le recitó su primo, que ahora estaría, quizás, pensando en ella. Se
dijo que la vida es cruel a veces, hace que nos enamoremos de quién
no nos corresponde, haciéndonos sufrir sobremanera sin motivo
alguno ni aparente. En cambio, a quién tiene suerte de ser
correspondido, por un motivo u otro, puede truncársele el amor
provocándole un sufrimiento mucho mayor. Aún así, con ese riesgo, la
mayoría de las personas siguen esperanzadas de encontrar lo que
buscan.
“Los días le pasaron muy lentamente al principio –. Las palabras de
su primo sonaban como un suave susurro junto a su oído. – El gran
señor perdió las ganas de vivir y, tras aplicar justicia con sus propias
manos contra los que le habían provocado semejante dolor, su alma
no encontró descanso alguno; todo lo contrario, parece ser que
después de cortar todas aquellas cabezas se sintió muchísimo más
apesadumbrado si cabe.
Tras meditar durante varias semanas su mente parece que se perturbó
de tal manera que empezó a hacer multitud de cosas sin ningún
sentido. Entre ellas, la que más transcendió fue la que le llevó a
convocar a todos para transmitirles un deseo inenarrable al principio,
dado que lo intentó ocultar. Los rumores que todos creyeron ciertos
decían que lo que quería era volver a ver y hablar con su esposa ya
sepultada.
A quién consiguiera semejante hazaña le llenaría de riquezas, pero
quién osara intentarlo y no lo consiguiera él mismo le decapitaría en
presencia de todo el mundo. Debido a que la recompensa era tan
suculenta incitó a muchos para que lo intentaran, por lo que rodaron
multitud de cabezas al no conseguir nadie algo tan inhumano.
Hasta que un día se presentó ante él un falso mago, como le llamaron
desde entonces, para intentar hacer realidad su sueño. Nadie sabe
con certeza lo que ocurrió, pero lo cierto es que, después de su visita,
tanto el señor como el mago desaparecieron.
El final de la leyenda tiene dos versiones: la primera de ellas aboga por
hacer creer que el mago hizo que éste muriera plácidamente para que
estuviera con su hermosa esposa toda la eternidad y, dicen, que ahora
yacen juntos a los pies del pino. La otra, en cambio, cuenta que el
mago cumplió su deseo devolviendo a la vida a su amada mujer. Tras
ello huyeron juntos donde nadie les conociera para alejarse de
rumores y habladurías lo que, sin duda, haría de su segunda
oportunidad una gran pesadilla.”.
Todavía recordaba la cara que se le quedó tras oír aquella peculiar
historia de amor cuyo final era doble y abierto a especulaciones.
Prefirió no decantarse por ninguno de los dos finales, dado que los dos
le parecían increíbles e imaginarios. No dejaba de ser una leyenda y
ahora tenía entre manos un objeto que le hacía dudar de lo que era o
no real. Incluso seguía pensando que aquello debería de ser un sueño;
pero, aún siendo así, tenía que cumplir con su cometido que no era
otro que deshacerse del jarrón.
Se acercó a una de las barandillas y, aunque estaba prohibido, escaló
sobre ella para poder desprenderse de aquel objeto que le nublaba la
realidad. No sin esfuerzo consiguió encaramarse lo suficiente para
tener casi medio cuerpo por encima de aquellas rejas metálicas.
Desenvolvió el jarrón, lo cogió con ambas manos y se dispuso a
dejarlo caer. El efecto de la gravedad haría su trabajo y facilitaría a que
se hundiera en el fondo de aquellas aguas. Pero al intentar soltarlo
comprobó que sus manos se habían quedado adheridas al misterioso
jarrón. Era como si estuviera impregnado con el mejor de los
pegamentos y no podía desprenderlas de su superficie. De pronto
sintió como si el jarrón pesara cientos de toneladas lo que hizo que
callera junto con él.
En ese mismo instante, una especie de remolino se formó en el agua,
dejando un hueco en su interior por el que el jarrón y ella se
introdujeron. Aquel agujero no solo estaba creado en el agua, sino que
proseguía a través del lecho marino, lo que provocó que se deslizara
por él a una velocidad asombrosa sin ningún tipo de rozamiento.
Tras desaparecer el jarrón junto con ella por aquel hueco, poco a poco,
el agujero del lecho marino se cerró y el remolino formado en el agua
fue desapareciendo. Todo quedó tranquilo y en silencio, las olas iban y
venían como siempre lo habían hecho y el fastuoso puente se quedó
totalmente vacío, en él solo se oía el ligero aullido del viento.
Capítulo 7: El reencuentro
¿Se te ha hecho realidad algún sueño que creías imposible? Si no
es así, ¿te crees merecedor de él? ¿Lo ansías de tal manera que
serías capaz de hacer cualquier cosa por conseguirlo? Si tu
respuestas son afirmativas puede que, aunque todavía no se ha
materializado, tu sueño se cumpla. No desesperes.
Allí estaban en aquel islote Liu Yi, sus tres leales acólitos y el mago;
siguiendo las directrices de éste último, debían permanecer impasibles
y tranquilos. Corría una ligera brisa que hizo que se produjeran unas
diminutas olas en la superficie del lago. Era el día y la hora que había
predicho pero nada ocurría. Llevaban varias horas y el entusiasmo, la
expectación y las esperanzas se tornaban una a una en decepción,
pesadumbre y desinterés. Habían llegado los cinco en una pequeña
barca que habían varado al norte de la pequeña isla tras los pequeños
arbustos que eran la única vegetación que lo poblaba, según
indicación expresa del mago. Éste no decía nada, seguía inalterado y
simplemente esperaba como si estuviera acostumbrado a que el
tiempo pasara sin descanso ante sus ojos durante toda la inmensa
eternidad.
De repente distinguieron a lo lejos una especie de remolino que se
estaba formando en las claras pero profundas aguas azuladas.
Parecía como si se hubiera abierto el único sumidero del asombroso
lago y por él se empezara a vaciar inexorablemente. Pero en lugar de
vaciarse ocurrió todo lo contario: algo emergió por el centro de aquel
torbellino de agua. Estaba lejos y no podían distinguir exactamente de
qué se trataba, pero lo cierto era que, tras salir lo que fuere a la
superficie, el remolino se convirtió instantáneamente en un
espectacular géiser que, durante unos segundos, provocó que un gran
chorro de agua a presión se precipitara hacia el cielo, alcanzando casi
los cien metros de altura. Los cuatro se quedaron estupefactos ante
aquella visión; incluso empezaron a tener algo de temor: sabían que la
fuerza de la naturaleza es imposible de parar si ésta se lo propone. Liu
Yi, por su parte, aunque no disimuló su pavor, se mantuvo firme dado
que su corazón sentía que su deseo estaba a punto de cumplirse.
Entonces comprobaron que lo que surgió de aquellas aguas parecía
una persona que se acercaba surcando las aguas impulsada por una
fuerza sobrenatural. Iba dejando tras de sí un desmedido surco en el
agua debido a la gran velocidad que llevaba. La espuma que formaba
no les permitía apreciar de quién se trataba hasta que estuvo
suficientemente cerca: intuyeron que era una mujer que a duras penas
podía mantener la cabeza por encima del agua e iba asida al mágico
jarrón que un día se esfumó en su presencia. Los cuatro abrieron los
ojos estupefactos y con cara de innegable asombro.
A medida que se acercaba aminoraba de velocidad y, cuando estuvo
suficientemente cerca, Liu Yi se echó al agua para rescatarla. En ese
instante el jarrón se desprendió de sus manos y, levitando, se posó en
las de su dueño que, con gran maestría, como si lo hubiera hecho
miles de veces, lo introdujo en su sucio saco y después lo cerró.
Él la sacó portándola en sus brazos hasta la orilla. Ella se abrazó a su
cuello y apretó su cara fuertemente contra la de él con la sensación de
que le conocía desde hacía miles de años. Sus fuertes y tensos brazos
la estaban salvando de una vida sin rumbo e insulsa; sentía como si
renaciera de nuevo y empezara a regenerarse desde dentro.
La dejó en la orilla y la miró como si la conociera de siempre y fuera la
mayor de las extrañas a la vez. Su cuerpo, su pelo y su cara eran casi
idénticos a los de su amada, pero sentía que su interior se hubiera
renovado por completo. Tras mirarle a los ojos: uno azul y otro verde,
confirmó que su esencia era la misma y le trasladaban verdadero
amor, el mismo que le transmitían los suyos a ella. Entonces se
fundieron en un beso, pero no un beso cualquiera, era un beso
atemporal que se propagó por todo el espacio.
El recóndito deseo de Liu Yi, aunque escabroso para unos y del todo
irracional para cualquier persona cuerda, era poder volver a abrazar
una sola vez más a su amada y despedirse de ella como se merecía.
Fue tan rápido el desenlace que ese debe le roía vorazmente desde lo
más profundo de su ser. Sintió como si lo que debería de haber dicho y
hecho le hubiera generado en su interior una gangrena que
inexorablemente se propagaba y lo carcomía completamente. No
pensó en aquellos últimos minutos con ella que iba a ser la última
oportunidad que tendría. Sabía que eso le habría pasado a incontables
personas, pero él no se resignó a dejar de intentarlo. Y ahora estaba
inmerso en la profundidades del mar de la felicidad, su deseo se
estaba cumpliendo más allá de lo imaginable para cualquier ser
racional. A partir de ahora, al volver a tenerla junto a él, le diría
continuamente hasta la extenuación qué sentía y se lo demostraría con
hechos palpables e irrefutables que no podría vivir, ni por un instante,
esta nueva vida sin ella a su lado y demostraría sinceramente lo que la
amaba. Todo eso, y más, se lo diría y lo haría inagotablemente como si
fuera la última, para cuando realmente fuera así. Le habían dado una
nueva oportunidad y no la malgastaría por nada ni por nadie. Además,
la defendería con su propia vida hasta la extenuación.
Quizás hubiera otros tan agraciados como él o quizás no. Podría no
haber transcendido otro caso como el suyo por mantenerlo en el mayor
de los secretos como haría él. Así todos los que pasaban por
circunstancias semejantes creerían que son los únicos. Eso nunca ni
nadie lo sabrá. Sus tres compañeros le guardarían sus secretos. Los
conocía y confiaba en ellos, a cambio les dejaría como herencia su
señorío a partes iguales.
Entonces miró al harapiento mago que no dejaba de sonreír
burlonamente y se preguntó: “¿Cuántos habrán corrido mi misma
suerte al toparse con aquel falso mago portador de semejante jarrón?”.
No quiso preguntar nada a aquel pintoresco personaje, ni de dónde
venía ni dónde iba, ni tampoco de cuándo venía y qué futuro visitaría.
Liuyina, por su parte, sin dejar de abrazar fuertemente al que
consideraba el amor que siempre buscó, miró por encima de su
hombro y se fijó en el resto de figuras que estaban allí presentes. Su
expresión cambió bruscamente al fijarse en la cara del que estaba más
cerca de ellos. El mago la miró con su sonrisa perenne y le guiñó uno
de sus ojos vivaces y muy negro mientras la decía: “Te dije que te
esperaría, y aquí estoy”. Ella le devolvió la sonrisa, después de lo que
le había ocurrido ya no le sorprendía nada ni nadie, se abalanzó sobre
él para darle un abrazo y le dijo al oído: “Gracias”.
El portador del jarrón lo acarició introduciendo suavemente su mano en
el saco. Pensó que aquel etéreo jarrón lleno de tiempo y viajero del
espacio había vuelto a cumplir con su cometido con creces y había
conseguido hacer felices a quién se lo merecía. Nunca, nada ni nadie
le confundiría, sabía los sueños y deseos de todos nada más mirarles.
EPÍLOGO
"Ten cuidado con lo que deseas y con la fuerza que lo haces, el jarrón
está lleno de tiempo y le sobra para quien verdaderamente se lo
merece".
FIN