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Ouroboros - El Eterno Retorno

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MD LOZAR

« ¿Qué sucedería si un demonio... te dijese: Esta vida, tal como tú la vives


actualmente, tal como la has vivido, tendrás que revivirla... una serie infinita de
veces; nada nuevo habrá en ella; al contrario, es preciso que cada dolor y cada
alegría, cada pensamiento y cada suspiro... vuelvas a pasarlo con la misma
secuencia y orden... y también este instante y yo mismo... Si este pensamiento
tomase fuerza en ti... te transformaría quizá, pero quizá te anonadaría también...
¡Cuánto tendrías entonces que amar la vida y amarte a ti mismo para no desear otra
cosa sino ésta suprema y eterna confirmación! » (Die fröhliche Wissenschaft ,
Friedrich Nietzsche).
El Eterno Retorno es una noción de origen mesopotámico según la cual la historia del
mundo se desarrolla de forma cíclica. Después de varios millares de años (“el gran año”),
se vuelve a producir una misma secuencia de acontecimientos, idéntica a la precedente.
Los filósofos griegos denominaron palingenesia a esta visión cíclica, palabra que significa
“nueva génesis”, “nuevo nacimiento” o “regeneración”.

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Los astrónomos babilonios habían descubierto que las revoluciones sinódicas de los
planetas y las revoluciones anuales del Sol y de la Luna, eran submúltiplos de un mismo
período común, “el gran año”, al término del cual el Sol, la Luna y los planetas retoman su
posición inicial con relación a las estrellas fijas. Concluyeron de aquí que la vida del
Universo era periódica; que pasaba eternamente por las mismas fases, de acuerdo a un
ritmo perpetuo. Esta es la idea del Eterno Retorno. El ciclo básico dura 3600 años; el ciclo
de los eclipses se reproduce en 223 lunaciones, es decir 28 años y 11 días; etc. Para
Beroso el Caldeo, sacerdote babilónico del siglo III ANE, el gran año duraba 432000
años. Y el gran año sufría dos cataclismos. El primero, un cataclismo de fuego (una
conflagración), en el solsticio de verano del Universo, coincidiendo con la conjunción de los
planetas en Cáncer; el segundo, un cataclismo de agua, por lo tanto un diluvio, que se
produciría en el solsticio de invierno del Universo, con ocasión de la conjunción de los
planetas en Capricornio.
« Beroso, que interpretó a Belo, atribuye estas revoluciones a los astros y de un
modo tan terminante, que designa la época de la conflagración y del diluvio. “El
globo, dice, se incendiará cuando todos los astros que ahora tienen tan diferente
curso, se reúnan en Cáncer, colocándose de tal manera unos sobre otros, que una
línea recta podría atravesar todos los centros. El diluvio tendrá lugar cuando igual
reunión se verifique en Capricornio. El primero de estos signos rige el solsticio de
invierno; el otro, el de verano. La influencia de los dos es grande, puesto que
determinan los dos cambios principales del año”. Admito también esta doble causa,
porque más de una ha de concurrir a tan extraordinario suceso; pero creo debo
añadir la que los de nuestra escuela hacen intervenir en la conflagración del mundo.
Que el universo sea alma o cuerpo gobernado por la naturaleza, como los árboles y
las plantas, todo cuanto ha de hacer o sufrir, desde su principio hasta su fin, entra
de antemano en su constitución, como en el germen está contenido todo el futuro
desarrollo del hombre. El principio de la barba y de las canas se encuentra en el
niño que no ha nacido aún, existiendo en pequeño e invisible el bosquejo de todo el
hombre y de las edades sucesivas. Así también, en el origen del mundo, además del
sol, de la luna, de las revoluciones de los astros y reproducción de los animales,
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estaba dispuesto el principio de todos los cambios terrestres, como también de este
diluvio, que lo mismo que el invierno y el verano, lo exige la ley del universo.»
Séneca, Cuestiones Naturales, Libro tercero, XXIX.

Heráclito, como todos los pensadores de Jonia (Tales, Anaximandro,…) creía que “la
substancia permanece y sólo cambia su estado” y en que “nada se crea y nada se
destruye” (Aristóteles). Buscaba una armonía que superase las contradicciones que veía
en todas las cosas. Asumió la idea del período, del gran año, estimado en 10800 años
solares.

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Muchos siglos después, el filósofo alemán
Friedrich Wilhelm Nietzsche retomó el
antiguo concepto de Eterno Retorno,
aunque con un nuevo significado que puede
ser interpretado como una simple
experiencia de pensamiento, o bien como
una hipótesis metafísica sobre la naturaleza
de lo real.
Una interpretación ética aportada por Patrick
Wotling podría resumir en grandes líneas la
idea nietzschiana del Eterno Retorno en un
simple precepto: “Vive tu vida de forma que
puedas desear una eterna repetición”
Este concepto está entonces muy alejado de
la idea de resurrección o de reencarnación
presente en algunas religiones. Aunque
Nietzsche no parece creer posible revivir la
propia vida hasta el infinito, señala no
obstante esta perspectiva como una piedra
de toque para valorar la propia existencia.
Así, para numerosos pensadores de finales del XIX en Alemania, una época en la que
reinó el pesimismo, el balance que haría la mayor parte de las personas al final de su vida
bastaría para probar el absurdo de su existencia. Si al llegar nuestra muerte, ésta nos
diese la opción de optar para que, en lugar de diluirnos en la nada, pudiésemos revivir en
sus menores detalles toda la vida que hemos llevado hasta ese momento cíclicamente y
hasta el infinito, podríamos apostar que descartaríamos esta opción (¡otra vez no!)
retornando a la nada, lo que Nietzsche denomina nihilismo incompleto, por oposición al
nihilismo completo que él propone y que identifica al superhombre (Übermensch).

En el plano ético, este punto de vista es contrario al adoptado por el hinduismo y por el
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budismo (samsara). En estas corrientes espirituales, el sabio busca liberarse del ciclo de
los renacimientos sucesivos; busca la paz, el reposo, y, de alguna forma, la muerte (el
nirvana). Nietzsche, por el contrario, exalta la lucha, al igual queHeráclito; disfrutar de
buena salud, estar lleno de vigor, es estar listo para combatir y para afrontar el sufrimiento,
frente a los que buscan el reposo, enfermos, que no quieren vivir más, El tiempo que
importa no está en el futuro sino en el presente, importa la vida tal cual la conocemos.
Nietzsche era filólogo de formación y conocía por ello muy bien la filosofía antigua cuando
escribió su primera obra en 1872, El nacimiento de la tragedia. Descubrió no obstante el
Eterno Retorno en agosto de 1881 en Sils-Maria, en Suiza:
«Yo quiero contar ahora la historia de Zaratustra. La concepción fundamental de la
obra, la idea del Eterno Retorno, esa fórmula suprema de la afirmación más alta a la
que se puede llegar, es de agosto de 1881. Se encuentra expuesta sobre una hoja de
papel con esta inscripcion: "A 6.000 pies por encima del hombre y del tiempo." Ese
día bordeaba yo el lago Silvaplana a través del bosque y me detuve junto a una roca
formidable que se alza en forma de pirámide no lejos de Surlei. Fue entonces
cuando me vino esa idea.» Ecce Homo.
Para Heidegger la obra deNietzsche“Así
habló Zaratustra” (escrita en 1884),
tomada en su conjunto, constituye la
segunda comunicación de la doctrina del
Eterno Retorno. En su obra “Nietzsche”,
Heidegger explica el significado de la
figura de Zaratustra: « al crear Nietzsche
a Zaratustra crea al pensador y a ese
hombre diferente que, frente al hombre
que ha existido hasta el momento
inicia la tragedia al trasladar el espíritu
trágico al ente mismo. Zaratustra es el
pensador heroico y, puesto que está
configurado de este modo, todo lo que
piense tendrá que estar configurado
también como lo trágico, es decir,
como el supremo Si al No más
extremo. El fundamento de la figura de
este héroe es el pensamiento del
eterno retorno, incluso cuando no se
habla expresamente de él...»
De acuerdo a lo expuesto por Heidegger: « El hombre que ha existido hasta el
momento no es capaz de pensar efectivamente esa doctrina; tendría que ser llevado
más allá de sí y transformado en superhombre. El super (Über), en el sentido de
“más allá de” (Über-hinaus), está referido a un hombre totalmente determinado, que
solo resulta visible con esa determinación si va más allá de si mismo hacia un
hombre transformado. Ese hombre que hay que superar es el hombre actual y al
mismo tiempo, visto desde el hombre que lo supera, es decir, desde el nuevo inicio,
el último hombre…»
En la “parte tercera” de “Así habló Zaratustra” se halla uno de los fragmentos
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fundamentales del tema, recogido en "De la visión y del enigma":
« ¡Mira ese Portón! ¡Enano!, seguí diciendo; tiene dos caras. Dos caminos convergen
aquí; nadie los ha recorrido aún hasta su final. Esa larga calle hacia atrás dura una
eternidad. Y esa larga calle hacia adelante es otra eternidad. Se contraponen esos
caminos; chocan derechamente de cabeza. Y aquí, en este portón, es donde
convergen. El nombre del portón está escrito arriba: “Instante”. Pero si alguien
recorriese uno de ellos cada vez y cada vez más lejos, ¿crees tú enano, que esos
caminos se contradicen eternamente?»
«Todas las cosas derechas mienten, murmuró con desprecio el enano. Toda verdad
es curva, el tiempo mismo es un círculo».

El Ouroboros es un símbolo que representa a una serpiente o a un dragón que se muerde


la cola. Es muy antiguo y aparece en varias culturas en distintos continentes. La
representación más antigua conocida es egipcia y data de dieciséis siglos antes de nuestra
era.
Las primeras representaciones figuradas se remontan a la XVIII dinastía, encontrándose
ejemplos en una de las capillas doradas de Tutankamón.
El ouroboros simboliza un ciclo de evolución cerrado sobre sí mismo. Aúna las ideas de
continuidad, de autofecundación y, en consecuencia, de eterno retorno.

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«El mito del eterno retorno viene a decir, per negotionem, que una vida que
desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece
de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror,
esa elevación o belleza nada significan». Esto es, la carga más pesada, aquella que
Nietzsche llamó “idea del eterno retorno”, es «la imagen de la más intensa plenitud
de la vida». La insoportable levedad del ser, Milan Kundera.

«Las invenciones de la filosofía no son menos fantásticas que las del arte». Jorge
7/8
Luis Borges.

[…]
si los sueños y ensueños
son como ritos
el primero que vuelve
siempre es el mismo
[…]
Señales, Mario Benedetti

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