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En la pág. 27. al dirigirse contra los que afirman que la «teoría pura
del Derecho y la teoría egológica son poco más o menos !o mismo.
de tal modo que la última no constituye más que un rebrote y des-
arrollo no autónomo de la segunda», dice que «no hay tal cosa,
pues la teoría egológica siempre ha restringido la estricta teoría
pura a un valor de Lógica jurídica formal». Expresado en lengua-
je menos presuntuoso, esto significa que la teoría egológica ha
visto en la teoría pura del Derecho en sentido estricto una Lógica
jurídica formal. La cuestión está en si ha tenido o no razón para
elle. No se comprende que la teoría egológica no pueda ser un
mero rebrote de la teoría pura sólo porque aquélla no haya visto
en ésta, estrictamente considerada, más que un valor de Lógica ju-
rídica formal. Lo que el profesor Cóssio piensa abiertamente es que
la teoría egológica sólo ha tomado de la teoría pura aquellos ele-
mentos que é! considera como de Lógica jurídica formal; pero
que se distingue esencialmente de todo el resto de la teoría pura
del Derecho, la teoría pura del Derecho en sentido amplio. Esto
puede pasar. Pero de ahí se sigue que no es Kelsen - -como dice
Cóssio en la pág. 20 quien «con extraña dualidad epistemológi-
ca insiste en que la teoría pura del Derecho es otra cosa además
de Lógica .. pues Kelsen nunca ha afirmado que la teoría pura
del Derecho sen sólo Lógica; es más bien el profesor Cóssio el
primero en afirmar que la teoría pura del Derecho es sólo Lógica,
pero cuando se defiende contra el reproche de que la teoría ego-
lógica sea un mero rebrote de la teoría pura, tiene que insistir él.
con extraña dualidad epistemológica, en que la teoría pura del
Derecho sólo en sentido estricto es Lógica —una Lógica respecto
de la cual la Egología se encuentra de acuerdo con la teoría pura—;
pero la teoría pura de! Derecho en sentido amplio, de la que la
teoría egológica quiere diferenciarse pulcramente para no apare-
cer como un mero rebrote de la misma, constituye una cosa dis-
tinta de la Lógica.
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cipio «lo que no está prohibido está permitido». Pues hay que
reconocer que toda conducta humana —toda acción u omisión—
que cae dentro del ámbito de validez de un ordenamiento jurídico
positivo, se halla regulada por éste directa o indirectamente; di'
rectamente, cuando está prohibida; indirectamente, cuando no lo
está y, por tanto, en este sentido, se halla permitida. Por eso no
puede hablarse de una conducta humana que no se halle bajo la
regulación del orden jurídico. Yo lo hice, sin embargo, a pesar de
que apliqué el mencionado principio en mi crítica de la teoría de
las lagunas del Derecho. Al rechazar la definición cossiana del De-
recho cerno conducta humana he admitido que puede haber con-
ducta humana que jurídicamente sea del todo indiferente, por no
hallarse regulada por el Derecho. En realidad, este argumento es
insostenible si hay que reconocer que toda conducta humana que
cae bajo el ámbito de validez de un ordenamiento jurídico positi-
vo se halla regulada por éste, indirectamente al menos cuando no
lo está de manera directa. El profesor Cóssio me llamó la atención
sobre esta contradicción y he reconocido que, en este punto, la
teoría egológica tenía razón. Pero yerra el profesor Cóssio si cree
que con eso ha salvado su posición de que el Derecho no es norma
sino conducta humana. Aun dando por cierto que toda conducta
humana está jurídicamente regulada, no es posible identificar el
Derecho con la conducta, porque ésta sólo puede ser el objeto de
la regulación jurídica y, por consiguiente, queda abierta la cues-
tión en torno a lo que el Derecho es y la cuestión acerca de en qué
consiste esta regulación. Y esa es la cuestión fundamental en la
gran antítesis que separa la teoría pura del Derecho de la teoría
egológica.
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danal, o sea del producto del obrar humano (como, por ejemplo,
la estatua creada por el escultor) y el substrato perceptible del ob-
jeto ecológico, que también tiene que ser actividad escultórica per-
ceptible. Y si el substrato perceptible del objeto mundanal es una
<> porción de naturaleza» —lo que no puede ser con arreglo a esta
teoría de la cultura—, también es una porción de naturaleza el subs-
trato perceptible del objeto egológico, el obrar visible del hombre.
El profesor Cóssio parece haber olvidado que antes había afirmado
que el objeto cultural —tanto el mundanal como el egológico— no
tiene un sentido, sino que es un sentido espiritual. ¿Cómo podría ser
una porción de naturaleza el substrato del objeto mundanal, si este
objeto es un sentido espiritual? Siguiendo la vía de esta contra-
dicción llega el profesor Cóssio al siguiente resultado: «la pregun-
ta formulada úene ahora fácil respuesta: el Derecho no es vida
humana objetivada, porque puestos a señalar su substrato percep-
tible no lo encontraremos en ninguna porción de la naturaleza.
El Derecho es conducta, vida humana viviente, objeto egológico."
Puesto que la «vida objetivada» y su substrato no pueden ser una
porción de naturaleza, porque pertenecen a la cultura y no a la
naturaleza, resulta completamente infundada la afirmación de que,
por no ser naturaleza, el Derecho no es tampoco vida objetivada
y, por tanto, objeto mundanal. Como es del todo infundada la
afirmación subsiguiente de que, por no ser objeto mundanal, el
Derecho es un objeto egológico. Si el Derecho es cultura, como
afirma el profesor Cóssio, necesariamente tiene que consistir, con
arreglo a la teoría de la cultura sustentada por él mismo, no úni-
camente en un obrar, en una conducta, en un objeto egológico.
sino en el obrar y en el producto de este obrar, el objeto mun-
danal. Pero es precisamente lo que el profesor Cóssio trata de evi-
tar, aun a riesgo de incurrir en una flagrante contradicción y a
pesar de que ello constituye la inevitable consecuencia de su teo-
ría de la cultura: confesar que el Derecho no es sólo un hacer,
sino también su resultado, o con otras palabras, no sólo un acto,
sino también la norma creada en este acto.
Su como afirma el profesor Cóssio, el Derecho es sólo «conduc-
ta», o sea un obrar y no también un producto específico de este
obrar, es o tiene —como expresamente tiene aquél que confesar-
lo— un «substrato perceptible»; y si como objeto cultural tiene
un substrato perceptible, no se comprende por qué razón ha sos-
tenido Cóssio -contradiciendo su anterior afirmación-- que el
objeto cultural no tiene, sino que es un sentido espiritual, lo que
equivale a decir que no puede ser un substrato perceptible. En
el transcurso de nuestro análisis veremos por qué la teoría egoló-
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se no sólo como conducta del órgano, sino como obrar del hom-
bre cuya conducta es prohibida por la norma. En efecto, el pro-
fesor Cóssio dice más tarde (pág. 39) que la teoría egológica ha
afirmado desde siempre que el concepto de norma «íntegra el ob-
jeto montado por ella, de suerte que la norma, en cuanto sentido,
es inmanente a la conducta». Esto debe entenderse en el sentido
de que la norma es inmanente a la conducta que regula. Ahora
bien, del acto de posición normativa puede decirse que la norma
le es imánente como sentido, pero esto sólo podrá afirmarse de la
conducta regulada por la norma si se interpreta como un «obrar uni-
tariamente común» el acto de establecer la norma y la conducta
regulada por la norma. Si la norma es inmanente a la conducta
regulada por ella, con una simple intuición de esta conducta se
captará el Derecho regulador de la misma. A esto precisamente
es a donde va a parar la teoría egológica.
Puesto que el hombre vive en sociedad, toda conducta humana
puede ser impedida por cualquier otro. Haciendo referencia a esta
posibilidad de impedimento, no se dice nada, o únicamente se dice
sino que la conducta humana se realiza en sociedad. En rigor, lo
que se dice es que tiene que tratarse precisamente de conducta hu-
mana. Pues también la conducta de un animal puede ser impedida
por otro animal. No existe diferencia alguna, desde el punto de
vista de una consideración enderezada a la posibilidad de un im-
pedimento, entre el hecho de que un hombre impida o no a otro
transportar un libro y el hecho de que un perro impida o no a otro
roer un hueso. Y en todo caso, haciendo referencias a la posibi-
lidad de impedimento de una conducta, nada se ha dicho relativo
al Derecho. Pues aun diciendo —cosa que no hace el profesor
Cóssio— que el Derecho regula la conducta de un hombre que
puede ser impedida por la conducta de otro, sólo se habría dicho
que el Derecho regula la conducta social; pero esto también lo hace
la moral. Y entonces, el Derecho es cabalmente la regulación de
esta conducta, no la misma conducta impedible por otro, o sea,
la conducta social. Surge entonces la cuestión: qué es el Derecho,
la cuestión de en qué consiste la regulación jurídica de una con-
ducta humana impedible. Haciendo referencia a la impedibilidad
de la conducta de un hombre por la de otro, el profesor Cóssio no
ha contestado ni remotamente a estas preguntas. Sin embargo, es
lo que afirma, pues continúa diciendo: «Esta es la consideración
de la conducta en su interferencia intersubjetiva de acciones posi'
bles, que la constituye en el objeto del conocimiento jurídico cuan-
do, sobre tal base, quiero concebirla conceptualmente. Así queda
deslindado intuitivamente el ámbito total del Derecho sin haber
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