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La locura es nuestra

Profesionalización de la Psiquiatría en Chile


Saberes y prácticas (1826 -1949)
La locura es nuestra
Profesionalización de la Psiquiatría en Chile
Saberes y prácticas (1826 -1949)

Claudia Araya Ibacache

Rosario, 2018
Claudia Araya Ibacache
La locura es nuestra. Profesionalización de la Psiquiatría en Chile. Saberes y prácticas
(1826 -1949). - 1a ed. Rosario : Prohistoria Ediciones, 2018.
252 p.; 23x16 cm. - (Historia & Cultura; 11)

ISBN 978-987-3864-88-9

1. Historia. 2. Psiquiatría. 3. Chile. I. Título.


CDD 616.8909

Composición y diseño: mbdiseño


Edición: Prohistoria Ediciones
Diseño de Tapa: mbdiseño

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HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY 11723

© Claudia Araya Ibacache

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Este libro se terminó de imprimir en Multigraphic, Buenos Aires, Argentina,


en abril de 2018.
Impreso en la Argentina

ISBN 978-987-3864-88-9
Índice

ABREVIATURAS ...................................................................................... 11

PRESENTACIÓN ........................................................................................ 13

INTRODUCCIÓN
Aspectos teóricos de la profesionalización
Período histórico .......................................................................................... 15

PRIMERA PARTE
Disputa de un “campo de saber” .................................................................. 37

CAPÍTULO I
Medicina y modernidad: José de Passamán y Guillermo Blest ................... 39

CAPÍTULO II
Las enfermedades de la mente: entre filosofía y medicina,
José Juan Bruner .......................................................................................... 49

CAPÍTULO III
¿Endemoniada o histérica? Entre religión y ciencia: el caso de
Carmen Marín .............................................................................................. 55

CAPÍTULO IV
Debates científicos en torno al caso de Carmen Marín: frenología,
biografía e histeria. Manuel Antonio Carmona v/s José Juan Bruner .......... 79

CAPÍTULO V
Cuestionamientos a la teoría anatomo-patológica de la histeria:
la electroanestesia de Ramón Araya Echeverría v/s Carlos Sazié y
Augusto Orrego Luco .................................................................................. 93

SEGUNDA PARTE
Creación de una base cognitiva.................................................................... 107

CAPÍTULO VI
La creación del primer curso de enfermedades nerviosas y mentales.
Ramón Elguero y Carlos Sazié .................................................................... 109
CAPÍTULO VII
La consolidación anatómica de la cátedra de enfermedades nerviosas
y mentales: Augusto Orrego Luco ............................................................... 123

CAPÍTULO VIII
Medicalización de la Casa de Orates de Nuestra Señora de los Ángeles:
informes médicos al Estado ......................................................................... 141

CAPÍTULO IX
Entre la consolidación del camino anatómico y el psicoanálisis.
Oscar Fontecilla, la escuela neuro-anatómica y las estrategias de
consolidación profesional: revistas y congresos .......................................... 159

CAPÍTULO X
El triunfo de la psiquiatría somática: Arturo Vivado y las terapias
biológicas de choque .................................................................................... 201

CONCLUSIONES ....................................................................................... 209

BIBLIOGRAFÍA.......................................................................................... 217
Para Germán, Irene y Elisa
ABReViATURAS

RMCH Revista Médica de Chile


AnHistMed Anales de Historia de la Medicina
AUCH Anales de la Universidad de Chile
RPDC Revista de Psiquiatría y Disciplinas Conexas
SPNML Sociedad de Psiquiatría, Neurología y Medicina Legal
PReSenTAciÓn

Verdad es que no hay consideraciones, por gene-


rales que sean, ni lecturas, por mucho que se las
extienda, capaces de borrar la particularidad del
lugar de que hablo y del dominio en que llevo a
cabo una investigación. Esta señal es indeleble.
Michel de Certeau, La operación histórica

C
uál es, en mi caso y para este libro, la “particularidad del lugar del que ha-
blo”. Desde qué espacio y a partir de qué dominio me planteo la necesidad
de indagar en la constitución de la psiquiatría chilena como una especiali-
dad médica legítima para el estado y la sociedad. ¿Bastará con decir que soy chile-
na?, ¿que actualmente Chile se encuentra entre los países con mayores índices de
trastornos mentales en América Latina y que la salud pública se encuentra en una
situación crítica hace ya varias décadas?
He tratado de escribir, de moverme, a partir del malestar que produce una
atención en salud mental cada vez más precarizada y la conformación de una es-
pecialidad médica, como la psiquiatría, cada vez más elitista y somatizada. ¿Es el
malestar un dominio válido para un historiador? Desde mi punto de vista sí porque
me ha permitido conectar los distintos lugares desde los que he emprendido esta
investigación: como historiadora, como usuaria del sistema de salud y como ciu-
dadana chilena.
Pero no se entienda este malestar como una queja. Se trata más bien de una
incomodidad que busca ser explicada. No sólo bajo la perspectiva de la historia
institucional de la especialidad, sino también, y especialmente, desde el desafío
que implica hacer historia de Chile desde márgenes que han sido poco considera-
dos para abordar la constitución del estado, de la república o de los grupos socia-
les. Esa es la propuesta de este libro.
Agradezco a Ana María Stuven por su amistad y por ser mi maestra en el
largo y difuso camino de escribir este libro y a mis amigos historiadores César
Leyton Robinson y Marcelo López Campillay, por compartir conmigo este males-
tar urgente y angustioso por entender nuestro presente.
inTROdUcciÓn

A
diferencia del resto de las especialidades médicas, el proceso de definición
y de legitimación del objeto de estudio de la psiquiatría, no solo ha ocu-
pado gran parte de su desarrollo histórico, sino que además ha impreso a
dicho proceso ciertas particularidades que nos interesa evidenciar para el caso chi-
leno. Los avances en la historiografía médica y sanitaria, principalmente a partir
de la década de 1980 han abierto la puerta a la consideración de la enfermedad y
de la salud como procesos socioculturales factibles de estudiar desde esta pers-
pectiva. Si bien los aportes de Michel Foucault abrieron la puerta a la renovación
historiográfica, no es menos cierto que, como señala Marcos Cueto –para Lati-
noamérica– y Rafael Huertas –para Europa– en muchos casos la potencia de los
conceptos introducidos por Foucault, especialmente los relativos a la biopolítica y
el control social disciplinario, ha llevado a una descontextualización de las inves-
tigaciones locales.1
El estudio de la constitución de la psiquiatría como profesión y como saber
supone un interés tanto en los médicos que la encarnan como en las ideas que
éstos admiten y ponen en circulación.2 Interesa en este sentido su constitución en
relación con el Estado y la sociedad civil; su interacción con los otros médicos y
con sus instituciones anexas, como hospitales y facultades universitarias, su parti-
cipación en un campo de saber en disputa con la medicina y con otras disciplinas,
como la psicología y la filosofía y finalmente las estrategias desplegadas por los
médicos para lograr la legitimación de la psiquiatría como una especialidad mé-
dica.

1 Si bien los nuevos historiadores de la medicina no mantuvieron en general la misma actitud de


censura que críticos culturales como Michel Foucault o Thomas Szasz, fueron sin duda escépticos
respecto a una historia lineal de la medicina basada en los grandes aportes de los médicos. Para una
exposición de la llamada “nueva historia social de la medicina” ver la Introducción de Lindemann,
2001. Para otros aspectos de la renovación historiográfica de la medicina ver Armus, 2002. Para
la renovación de la historiografía médica ver Cueto, 1996. Para la renovación de la historiografía
psiquiátrica ver Huertas, 2012 y 2001.
2 Hasta la década pasada los estudios sobre la historia de la psiquiatría en Chile habían sido aborda-
dos fundamentalmente por médicos psiquiatras. Son, además, con la excepción de los trabajos de
Armando Roa, estudios monográficos que no dan cuenta de los cambios y las continuidades que
ha experimentado la constitución del saber psiquiátrico en nuestro país (Roa, 1952; 1966; 1972;
1974). A partir del cambio de siglo ha habido una renovación de la historiografía psiquiátrica en
Chile. Uno de sus inspiradores es el historiador Pablo Camus Gayán quien en la década de 1990
inició el estudio de la psiquiatría desde la perspectiva historiográfica (1993 y 1993[b]). Continua-
dores de esta renovación han sido los historiadores María José Correa, César Leyton y última-
mente Mariano Ruperthuz y Silvana Vetô, quienes han incorporado nuevos temas desde nuevas
perspectivas (Correa, 2008 y 2013; Leyton y Huertas, 2012; Leyton, Palacios y Sánchez –eds.-,
2015; Vetö, 2015 y 2014; Ruperthuz, 2013.
16 Claudia Araya Ibacache

En el caso de la psiquiatría he preferido hablar de profesionalización y no de


especialización porque considero que, a diferencia de otras especialidades médi-
cas, los médicos que a ella se dedicaron debieron demostrar que la naturaleza de
su campo de estudio, es decir la mente, era susceptible de abordarse de la misma
manera que el cuerpo, esto es, desde el conocimiento científico. Siguiendo a Eliot
Freidson, entenderemos por profesión un tipo de organización ocupacional que, en
virtud de su rol dominante en la sociedad, es capaz de transformar, si no crear, la
esencia de su propio trabajo. Y por profesionalización médica al conjunto de pro-
cesos en pugna por obtener legítimamente el monopolio del arte de curar (Freid-
son, 1978: 17). Para Freidson, el estudio de la profesionalización médica debe
atender tanto a los procesos a través de los cuales los grupos médicos adquieren
un “monopolio cognitivo”, como a las estrategias destinadas a promover el “mo-
nopolio de la actividad médica”. En esta segunda dimensión, el de las prácticas,
abordaremos el campo donde operan las estrategias asociativas como corporacio-
nes, sociedades médicas y asociaciones gremiales y en general las “estrategias de
fomento de la identidad grupal” como discursos, rituales, gestos específicos. En
este ámbito, uno de los temas importantes para dilucidar es en qué medida el pro-
ceso de profesionalización se consolida independientemente del establecimiento
de una base adecuada de conocimiento científico.
Según Ricardo González Leandri, el proceso de profesionalización corres-
ponde a uno de los principales principios de organización social del siglo XX. Si el
ideal victoriano valorizaba el “self made man” y la noción del propio esfuerzo, el
ideal profesional puso el énfasis en la figura del experto, que adquiere tal condición
a través del entrenamiento prolongado y la selección por méritos, llevada a cabo,
no por el mercado, sino por el juicio de sus pares. De esta manera, la persuasión
de los clientes, pacientes o empleadores, y, sobre todo, del Estado por parte de los
médicos, de que sus servicios, y por lo tanto su ejercicio exclusivo son indispen-
sables, se convirtió en una de las principales estrategias de profesionalización, aun
cuando la base cognitiva no respondiera a la promesa de curar (González, 1999).
Las principales teorías que han pretendido sistematizar el proceso de profe-
sionalización han mantenido un debate de alcances no sólo teóricos sino también
historiográficos. En términos generales, la discusión ha oscilado entre dos tradi-
ciones antagónicas; una que considera a las profesiones como impulsoras de la
modernidad y garantes de la cohesión social y otra, que critica tanto su inclinación
al monopolio como su pretensión de controlar los medios tecnológicos, amena-
zando así el “funcionamiento democrático de la sociedad” (González, 1999: 56).
En el ámbito de la profesionalización médica, uno de sus principales críticos ha
sido el filósofo austríaco Iván Illich, para quien el desarrollo de las profesiones ha
inhabilitado a los individuos para hacerse cargo, por ejemplo, de su educación y
de su salud (Illich, 1981).
La locura es nuestra 17

La primera tradición, bautizada como funcionalismo, vivió su auge en los


años 50 y 60 del siglo pasado, inspirada en las ideas de Émile Durkheim, soste-
nía que los grupos profesionales contribuyeron a morigerar la ruptura del orden
tradicional a través de una fuerte vinculación social mediada por una intransable
vocación de servicio. Uno de sus representantes destacados fue el historiador bri-
tánico Harold Perkin, quien bajo la influencia del clásico de Karl Polanyi, La gran
transformación: los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, sostuvo
que los grupos profesionales fueron los primeros en denunciar los abusos de la
sociedad industrial, no a través del reemplazo de los sectores hegemónicos sino
atrayendo a las organizaciones sociales hacia sus objetivos (Polanyi, 2003).
La obra de Polanyi, una crítica al liberalismo económico sostiene que, la
sociedad capitalista espontáneamente comienza a protegerse de los excesos de
la economía del “laissez faire” en un proceso de “doble movimiento” donde los
grupos profesionales habrían tenido un papel determinante. Doble movimiento
que se compone por una parte del liberalismo económico que buscaba el estable-
cimiento de un mercado autorregulado y usaba como método el libre comercio;
y la protección social que buscaba la conservación del hombre, de la naturaleza
y de la organización productiva y que contaba con el apoyo de aquellos inmedia-
tamente afectados por la acción nociva del mercado. De hecho, según Perkin, la
eficiencia de los profesionales fue durante mucho tiempo el argumento principal
para justificar la intervención del Estado en la salud pública, la reforma industrial,
la demolición de barrios pobres, la educación estatal, y otras reformas sociales que
anunciaron el estado bienestar (Perkin, 1989).
Una de las críticas que se ha hecho a este enfoque es que aplicado sin mati-
ces puede dejar fuera del análisis la estrecha relación entre la profesionalización
y la consolidación del mercado. Fue precisamente la necesidad de iluminar esta
relación ignorada por Perkin y los funcionalistas, en un escenario de cambios ideo-
lógicos y de irrupción de los estudios culturales en la década de 1970, la que propi-
ció el surgimiento de una nueva corriente que asumió el estudio de las profesiones
como formas de control institucionalizado. Influido por Weber y Marx, el proceso
de profesionalización, al transformarse en el tejido de soporte de la sociedad mo-
derna, es “atrapado en la máquina burocrática como una de sus creaturas” (Weber,
1954: 20).
Uno de los representantes importantes de este enfoque bautizado como
“neoweberiano” o “neomarxista”, es el sociólogo estadounidense Eliot Freidson,
quien comenzó a llamar la atención sobre las estrategias de poder de las elites
para convertirse en profesiones. Freidson es considerado uno de los principales
estudiosos de las profesiones modernas. Su libro, La profesión médica. Un es-
tudio de sociología del conocimiento aplicado se convirtió en la segunda mitad
del siglo pasado en la obra más importante sobre la profesión médica. Centrado
principalmente en la medicina, considera a la profesión como “una ocupación que
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ha asumido una posición predominante en la división del trabajo, de tal modo que
logra control sobre la determinación de la esencia de su propio trabajo” (Freidson,
1978: 15). A diferencia de las ocupaciones, las profesiones son autónomas y auto-
rreguladas, lo que releva la importancia del vínculo entre los grupos profesionales
y el Estado.
Definida como “una posición de control legítimo sobre el trabajo”, la autono-
mía no es absoluta ya que depende de la tolerancia e inclusive de la protección del
Estado y no incluye necesariamente todas las esferas de la actividad profesional.
Define autonomía como “el resultado crítico de la interacción entre el poder po-
lítico y económico y la representación ocupacional, interacción facilitada a veces
por instituciones educacionales y otros dispositivos que convencieron satisfacto-
riamente al Estado de que el trabajo de la ocupación es fiable y valioso” (Freid-
son, 1978: 93). Estudiando contextos políticos diversos, Freidson demostró que
cualquiera sea el sistema ideológico, el Estado deja en manos de los profesionales
el control sobre los aspectos técnicos de su trabajo, que serían por lo demás, la
única esfera de actividad en la que la autonomía debe existir para alcanzar el status
profesional.
Una de las principales continuadoras de la línea de Freidson es la socióloga
Magalli Sarfatti Larson, quien ha estudiado la relación de ciertos grupos profesio-
nales con el Estado, el mercado y el sistema universitario (Sarfatti Larson, 1977).
En su estudio, considerado una renovación de los estudios sobre profesionaliza-
ción, coincide con Perkin en que las profesiones modernas se desarrollaron como
tales a partir de la “gran transformación”, dominada por la reorganización de la
economía y la sociedad en torno al mercado.
El profesionalismo habría surgido en la segunda mitad del siglo XVIII y pri-
mera del XIX, durante la fase competitiva del capitalismo, para posteriormente
convertirse en parte de la ideología dominante del capitalismo avanzado, justi-
ficando las desigualdades en torno al acceso al sistema profesional. Según Sar-
fatti Larson los movimientos de profesionalización del siglo XIX prefiguraron la
reestructuración de la desigualdad social de las sociedades capitalistas contem-
poráneas, esto es, un sistema jerárquico organizado en torno a competencias y
recompensas diferenciadas.
Desde la historiografía se cuestiona que el Estado haya podido asegurar el
monopolio a los grupos profesionales durante la primera mitad del siglo XIX eu-
ropeo, cuando las profesiones comenzaban a organizarse, ya que el esfuerzo del
liberalismo estaba puesto en establecer un sistema de mercado autorregulado. In-
dependiente del carácter que teóricamente se le haya dado al Estado en el proceso
profesionalizante, es innegable la vinculación entre ambos, especialmente en paí-
ses como Chile donde el Estado, como ha demostrado Sol Serrano, fue uno de los
principales impulsores de la profesionalización de la medicina (Serrano, 1994). No
hay que perder de perspectiva que los estudios clásicos sobre profesionalización
La locura es nuestra 19

(Perkin, Freidson, Sarfatti) se basan en las realidades inglesa o estadounidense.


Tampoco hay que ignorar que no necesariamente la psiquiatría siguió los mismos
carriles que la profesionalización médica, que es lo que pretendemos analizar aquí.
La medicina habría surgido como profesión erudita con la creación de las
universidades en la Europa medieval. Si bien estas escuelas contribuyeron a sentar
las bases para la identificación de un grupo específico de trabajadores, su débil co-
nexión con las creencias de la población no le permitieron contar con la confianza
pública, condición necesaria para establecer el monopolio del médico universita-
rio. Y aunque tempranamente estos nuevos médicos universitarios se vincularon
políticamente con el Estado a través del apoyo a la práctica de sus servicios entre
la élite, no fue sino hasta fines del siglo XIX, con el desarrollo de una base lo
suficientemente científica que permitiera la obtención de resultados prácticos evi-
dentes y la educación masiva que condujo a que las ideas y el conocimiento del
hombre común se acercaran más a las de la profesión, lo que logró transformarla
en una exitosa profesión de consulta con preeminencia sobre las demás de la mis-
ma índole.
Otro de los aportes significativos de Freidson al estudio de las profesiones es
la identificación de dos de sus problemas centrales: el de la organización social y
de la sociología del conocimiento. El primero se refiere al desarrollo, organización
y mantención de la autonomía profesional; mientras que el segundo alude a la rela-
ción del conocimiento y de los procedimientos profesionales entre la organización
profesional como tal y el mundo profano. La medicina, por su carácter particular
de profesión de consulta, necesita más que el patrocinio estatal para obtener el
control sobre su trabajo. De suerte que, aun cuando el Estado hubiera tenido el
interés de privilegiar a los médicos graduados, para otorgarles el monopolio de su
mercado era necesario que primero fueran capaces de mostrar avances significa-
tivos en la producción y el progreso de los conocimientos médicos, proceso bau-
tizado por Freidson como “negociación de la exclusividad cognitiva” (Freidson,
1978: 24).3
Asumiendo ambos problemas como esenciales para el estudio de la profesio-
nalización de la psiquiatría chilena, en la Primera Parte pretendo dar a conocer las
disputas en torno a la conformación de un nuevo campo de saber. Se analizarán las
ideas y debates acerca de la posibilidad de emergencia de los asuntos de la mente
como un nuevo campo de saber médico. Consideraremos aquí principalmente los
primeros escritos de médicos sobre la locura que surgen en el Chile republicano y
los debates suscitados por el caso de Carmen Marín.
Se espera ver como en Chile, a partir de 1830, comienzan a aparecer los
primeros médicos que se plantean analíticamente el estudio de la mente como

3 En el original, “negotiation of cognitive exclusiveness”. El proceso es inseparable de la produc-


ción y el progreso del conocimiento médico.
20 Claudia Araya Ibacache

separada del cuerpo y como una parcela colonizable por la medicina. Es una eta-
pa interesante porque la misma medicina ha iniciado un proceso de legitimación
pública ante el cuestionamiento de su prestigio social. También comprende el aná-
lisis de la conformación de la cátedra universitaria psiquiátrica, las posiciones de
los médicos respecto a las escuelas psiquiátricas europeas, así como las ideas que
sostienen y las que logran imponer.
En la Segunda Parte nos ocuparemos del primer problema identificado por
Freidson en el desarrollo de la profesión médica, esto es, el de la organización y
mantención de la autonomía profesional. Aun cuando no se puede perder de vista
el hecho de que el desarrollo de una base cognitiva unificada que permitiera el
control del mercado y la autorregulación se dio al mismo tiempo que la búsqueda
del apoyo estatal y dependiendo del mayor o menor compromiso de este patroci-
nio los médicos asumieron el despliegue de estrategias diversas para su conquista.
Entre ellas, las de tipo asociativo, tan exitosas que muchos autores las han identi-
ficado con el mismo proceso de profesionalización.
Diversos autores coinciden en que el asociacionismo médico jugó un rol im-
portante en el proceso de profesionalización; sin embargo, también concuerdan
en que dicho proceso no puede asimilarse completamente al fenómeno asociativo
(Huertas, 2002). En el clásico estudio de George Rosen sobre las especialidades
médicas, se señalan dos tipos de factores (científicos y sociales) que intervienen en
ese proceso, y toma como ejemplo el origen y desarrollo de la oftalmología en Es-
tados Unidos. Al comentar la significación que tuvo en ese desarrollo el nacimien-
to de la Sociedad Oftalmológica Americana, señala que su formación marca un
punto decisivo en el desarrollo de esa especialidad. Puede haber un conocimiento
y unas técnicas especializadas que son utilizadas por los médicos, y sin embargo
no haber una especialidad. Un cierto grupo de personas que trabajan en un campo
limitado de la práctica médica no constituyen una especialidad. Su existencia solo
puede ser reconocida cuando, entre esos médicos, se forman vínculos basados en
intereses similares y en problemas comunes (Rosen, 1972). Abordaremos el estu-
dio del asociacionismo a la manera del historiador Rafael Huertas, es decir, como
parte del desarrollo de una “cultura profesional” destinada a favorecer mecanis-
mos de especialización médica y de incorporación de nuevos miembros al colec-
tivo de especialistas y por lo tanto con un papel relevante en la formación de “una
identidad diferenciadora suficientemente reconocible en el ámbito profesional y
social” (Huertas, 2002: 13). El desarrollo de esta identidad se asocia al despliegue
de mecanismos de inclusión y exclusión profesional que operan en torno a grupos
que comparten un mismo estilo de vida y una “conciencia cultural”, y que mantie-
nen relaciones de carácter ritual, por medio de las cuales arriban a concepciones
comunes acerca de sus objetivos, identidad y honor.
Parte importante del esfuerzo de las asociaciones profesionales por la conso-
lidación de su identidad y el logro de la garantía estatal estuvo puesto en lograr su
La locura es nuestra 21

afianzamiento como comunidad capaz al mismo tiempo de interpretar y responder


a las necesidades de la sociedad y a sus propios intereses como grupo. En este
sentido, he considerado además para el análisis el concepto de “campo” de Pierre
Bourdieu, definido como “una red de relaciones objetivas (de dominación o sub-
ordinación, de complementariedad o antagonismo, etc.)” (Bourdieu, 1995: 342).
Aunque el autor se ha dedicado preferentemente a la literatura, sus reflexiones
sobre los intelectuales son perfectamente aplicables a los psiquiatras.4
Bourdieu establece como uno de los dominios de la historia intelectual el
análisis de las relaciones objetivas que los grupos en competencia ocupan en la
estructura del campo en la búsqueda de legitimidad intelectual (Bourdieu, 1999:
31). Estas relaciones determinarían el surgimiento de un campo de poder que en-
volvería al campo intelectual y lo condicionaría fuertemente, gozando así sólo de
una autonomía relativa. Nos parece en consecuencia que, tanto los mecanismos de
exclusión como el concepto de campo aluden a relaciones de poder, definición de
intereses, estrategias de empoderamiento y compromisos de organización; todos
conceptos útiles para el análisis del proceso de profesionalización de la psiquiatría
que nos ocupa.
Abordaremos la Segunda Parte bajo esos tamices. Esperamos, en consecuen-
cia, analizar tanto las apelaciones al Estado por parte de los médicos especialis-
tas, desde los tempranos alienistas hasta los ya reconocidos como psiquiatras, que
apuntaban a la legitimación de la profesión principalmente por la vía de su orien-
tación a la comunidad, así como las instancias que dan cuenta del asociacionismo
de los psiquiatras chilenos: publicaciones específicas del tema emprendidas entre
1917 y 1949; la Sociedad de Psiquiatría, Neurología y Medicina Legal fundada en
1931 y los distintos congresos científicos que reunieron a los psiquiatras chilenos
durante la primera mitad del siglo XX.
Esta segunda parte se extiende desde las primeras disputas por dirigir la cá-
tedra de enfermedades mentales en la década de 1860 hasta la década de 1940
cuando se imponen claramente las ideas sobre la psiquiatría somática o biológica,
unos años antes de la aparición de los primeros fármacos efectivos para el trata-
miento de las enfermedades mentales. Las reivindicaciones de la enseñanza oficial
de la psiquiatría son una constante a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX
en nuestro país, porque evidentemente para una disciplina que pretende erigirse
como científica, uno de los mecanismos de institucionalización de mayor peso
es la obtención de las credenciales oficiales por parte del Estado, así como de la
legitimación académica.

4 Respecto a la consideración de los profesionales médicos como intelectuales, Alvin Gouldner


(1980) sostiene que se ha utilizado de forma difusa el término “intelectual”, convirtiéndolo prác-
ticamente en sinónimo de “técnico” o “profesional”. Freidson (1978) señala que el término “pro-
fesional” describe en clave norteamericana, lo que algunos teóricos europeos definen como “inte-
lectual”.
22 Claudia Araya Ibacache

Esta división es tributaria, desde el punto de vista teórico, de los aportes de


Friedson que hemos revisado recientemente; específicamente de su identificación
de dos aspectos fundamentales en la construcción de la profesión médica: el de-
sarrollo de su organización social y la construcción de un saber autónomo. En el
entendido de que las profesiones de carácter consultivo necesitan para obtener su
autonomía, además de una organización patrocinada y legitimada por el Estado,
una base de conocimiento suficiente para ejercer el control de su propia disciplina.
En términos históricos, el libro se extiende desde fines de la década de 1820,
cuando la medicina chilena comenzaba a organizarse académica y profesional-
mente, suscitando debates en torno a los alcances que debía tener aquel proceso
inserto en la modernización del Estado; y mediados de siglo pasado, cuando desde
mi parecer se vincula definitivamente el proceso de profesionalización con la im-
plementación exitosa de la psiquiatría orgánica o somática.5 Respecto al primer
hito, me parece un contexto adecuado la modernización profesional de la medici-
na porque cristalizan en ella una serie de procesos políticos, sociales y culturales
relevantes para este estudio. Uno de ellos alude directamente a la consolidación
republicana y el proceso de secularización. No en vano la organización académica
y profesional de la medicina fue emprendida y patrocinada por el Estado chileno
(Serrano, 1994). Es el contexto además donde surgen los primeros discursos sobre
la locura en Chile.
A partir de la investigación he definido tres “momentos profesionalizantes”
en la psiquiatría chilena, todos vinculados con distintos impulsos modernizantes
del país. La relación se justifica en tanto el surgimiento de las profesiones es un
fenómeno esencialmente moderno y en el caso chileno paralelo a la formación
del Estado. Como no es el sentido de este trabajo complejizar el concepto de mo-
dernidad, intentaremos una conceptualización funcional que nos permita vincular
históricamente algunas características de la modernidad chilena con la profesiona-
lización de la psiquiatría en nuestro país (Larraín, 1996).6
El primer momento que he definido como “profesionalizante” lo sitúo a partir
de los escritos y opiniones del médico José de Passamán sobre la locura y de los
informes médicos del caso de Carmen Marín y los debates que le siguieron. Me
parece que los ribetes que alcanzaron ambas situaciones corresponden, como ha
sostenido Armando Roa, a un despertar de la conciencia científica en Chile res-

5 Una muestra es la creación de la Revista Chilena de Neuro-psiquiatría, en 1949, con ese carácter y
esos objetivos. También ese año asume como profesor titular de la cátedra de psiquiatría el médico
Ignacio Matte Blanco. Dedicado a la difusión del psicoanálisis en Chile, su labor nos permite eva-
luar el carácter que asumió el enfoque psicodinámico y la práctica psicoanalítica en una escuela
dominada por la psiquiatría somática.
6 Para este objetivo considero ilustradoras las ideas de Jorge Larraín acerca de la modernización
latinoamericana. Definida por su carácter esencialmente fragmentario, dinámico y periférico, la
modernidad encuentra en la razón y la ciencia un sentido de lo universal y necesario, lo que releva
el papel que las profesiones tuvieron en la difusión y en la persistencia del discurso modernizante.
La locura es nuestra 23

pecto a los asuntos de la mente o del alma, distinción que aún no era clara, y que
se vincula por cierto a los intentos de modernización política que ciertos sectores
están propiciando desde el Estado. Para Simon Collier, a fines de la década de
1850, la mayoría de la clase política chilena claramente deseaba abrazar la moder-
nidad decimonónica para la cual el liberalismo era el emblema supremo. Pero no
es menos cierto que el liberalismo chileno echó raíces en una sociedad jerárquica
y conservadora, lo que favoreció la imposición del orden por sobre el progreso
(Collier, 2005).
En este temprano escenario de formación de la república y de expansión de
la medicina profesional, surgen las primeras voces en torno al problema de la
locura en la sociedad chilena. En 1828, El Mercurio Chileno publica el ensayo
De la libertad moral del médico español José de Passamán, considerado el primer
escrito psiquiátrico publicado en Chile (Costa [d], 1980). Passamán, traído a Chile
por iniciativa del gobierno liberal de Francisco Antonio Pinto, para modernizar
la medicina, tuvo un largo enfrentamiento con Diego Portales que terminó con
su expulsión del país. La importancia de este asunto para la profesionalización es
que nos permite conocer los discursos iniciales respecto a la naturaleza que debía
tener el estudio de la mente y la influencia que tuvo el Estado en el desarrollo de
estos discursos.
No puede causarnos extrañeza que los primeros debates respecto de los asun-
tos de la mente surgieran en el marco de la consolidación republicana. Basta re-
cordar que la psiquiatría clásica, en la cual se inspiraron las psiquiatrías naciona-
les latinoamericanas, incluida la chilena, surge en el contexto del fin del Antiguo
Régimen, cuando se propiciaba no solo una transformación de la lógica del poder,
sino también una nueva concepción del ser humano, un cambio del estatuto del
individuo que, de la mano del romanticismo, el idealismo y el espiritualismo, pro-
piciaron la introspección y la reflexividad de un yo percibido como problemático.
A pesar de que probablemente fueron médicos londinenses los primeros en
recomendar el aislamiento institucional como cura para los alienados, simbólica-
mente se ha establecido como hito revolucionario y fundacional de la psiquiatría
moderna la liberación de “las cadenas” de los locos del manicomio francés para
varones, Bicêtre de manos del médico Philippe Pinel en 1793, y de su símil para
mujeres, La Salpêtriere, en 1795. Si bien el gesto “liberador” ha cargado a la his-
toria de la psiquiatría francesa de una impronta revolucionaria, se sabe que fue
el director del Hospicio Bicêtre –Jean Baptiste Pussin– quien dio la orden, y que
antes de Pinel, médicos de otras latitudes ya habían desencadenado a sus pacien-
tes. Sobre el caso inglés, se atribuye a William Battie, fundador del Hospital de
St. Luke en Londres, las primeras publicaciones específicas acerca de las virtudes
terapéuticas del manicomio, aproximadamente en 1758. Acerca del papel “libera-
dor” de Pinel, lo que efectivamente hizo el médico francés fue cambiar las cadenas
por camisas de fuerza (Shorter, 1999).
24 Claudia Araya Ibacache

Coincidentemente, el lenguaje médico había comenzado a involucrarse con


el dualismo cartesiano y la relación mente-cuerpo, apareciendo por primera vez
el problema de la mente enferma. Hasta ese momento, ni médicos, ni filósofos
contemplaban esa posibilidad, la locura era siempre asimilada a una enfermedad
del cuerpo. La medicina se abre así a la posibilidad de extender su jurisdicción a
una dimensión que hasta el momento le era ajena: la mental. Así como constatar la
emergencia de discursos públicos sobre asuntos que hasta el momento se mante-
nían en la privacidad de las familias, de las cárceles o de los conventos.
Uno de ellos fue el llamado “caso de Carmen Marín” o “de la endemoniada
de Santiago”, donde se entrelazan una serie de derroteros que empezaba a recorrer
la sociedad chilena de mediados del siglo XIX: el papel de la ciencia en la secu-
larización social, la competencia de los médicos sobre los asuntos del espíritu y
el estudio de éstos en las universidades, la discusión sobre las enfermedades de la
mente y por último, los inicios del proceso de medicalización de la locura y sus
vinculaciones con la profesionalización de la psiquiatría. Entenderemos por medi-
calización, “la imposición del punto de vista del experto, o del profesional, en el
control, la administración y la planificación de la vida, lo que incluye el empleo
del lenguaje médico para la descripción de lo cotidiano” (Lolas, 1997: 14).
Una faceta interesante y poco estudiada de la secularización es aquella que
alude al papel de la medicina en los estados modernos. La medicina actual se
caracteriza por la preeminencia, que viene no del prestigio sino de la autoridad
experta. El conocimiento médico es considerado como autorizado y definitivo y
representa las posiciones oficiales en las políticas sobre los asuntos de la salud y la
enfermedad. Esa posición es análoga a la de las religiones en el pasado cuando el
Estado adscribía al dogma del que eran custodias.
Según Michel Foucault desde la modernidad la locura va a ser conceptualiza-
da y asignada a un espacio específico, el asilo, constituyendo así paradójicamente
un espacio aislado de lo público donde el médico elabora un discurso público y
racional sobre la locura. Para que este aparato de intervención y de transformación
subjetiva tenga lugar, debe emerger la figura del médico moderno como aquel que
concentra todos los poderes alienantes de la moral, la sociedad y la ciencia positi-
va (Foucault, 1976).
Aunque no es parte de la perspectiva de este trabajo, el caso Marín es además
una fuente invaluable para el estudio del discurso médico sobre la mujer y de la
construcción social, cultural y política de la relación entre mujer y locura (Araya,
2006 y 2010). Como ha sostenido Ana María Stuven, el tránsito de las mujeres
hacia lo público se dio en torno a la lucha por la secularización de la sociedad
civil y generó opiniones cruzadas entre representantes del mundo intelectual laico
y de la Iglesia católica. Mientras que ciertos sectores liberales consideraban a las
mujeres como uno de los ejes por los que debía transitar el proceso secularizador
La locura es nuestra 25

de la sociedad chilena, para la Iglesia, debían asumir la defensa de la fe desde sus


roles tradicionales de madre y esposa (Stuven, 2001; Pateman, 1984).
Claramente Carmen Marín representaba una desviación de ese ideal femeni-
no y, con la convocatoria a los médicos, la Iglesia esperaba avalar científicamente
aquello. Sin embargo, y a pesar de que la mayoría de los informes apuntaron a
que los trastornos de Marín no eran materia médica, el caso inició un debate pú-
blico de importancia entre los médicos informantes, respecto a la naturaleza de
los ataques y a la competencia médica sobre ellos (Serrano, 2011).7 Además del
posicionamiento de los médicos en el escenario público, el caso de Carmen Marín
ha sido considerado a partir de los estudios de Enrique Laval en la década de 1950
y de Armando Roa en 1974, como el primer caso psiquiátrico publicado en Chile
(Laval, 1953-1955; Roa, 1974).
Esto porque para los médicos el caso permitía encausar intereses y objetivos
particulares. La medicina chilena se encontraba a mediados de siglo en pleno pe-
ríodo de institucionalización y los médicos, a partir de la creación de la primera
escuela médica nacional en 1833, decididos a transformar lo que socialmente era
visto como un oficio “deplorable”, en una profesión exitosa (Blest, 1983: 125). La
publicación de los debates sobre Carmen era sin duda una oportunidad para impo-
ner en la naciente escuela sus ideas médicas, además de una ocasión inmejorable
para influir en la opinión pública sobre la importancia social de la labor médica.
Además del posicionamiento de los médicos en el escenario público, el caso
de Carmen Marín ha sido considerado a partir de los estudios de Enrique Laval en
la década de 1950 y de Armando Roa en 1974, como el primer caso psiquiátrico
publicado en Chile (Laval, 1953-1955). Particularmente para Roa, la historia de
Marín inaugura la conciencia científica en Chile, aludiendo con eso a los estudios
médicos sobre la mente (Roa, 1974). Aun cuando la primera Casa de Orates de la
República chilena había sido inaugurada cinco años antes de que se hicieran públi-
cos los ataques de Carmen Marín, estaba lejos aún de ser una institución sanitaria
para el tratamiento de las enfermedades de la mente. De hecho, en su origen no
estuvo concebida como una organización de salud sino como una institución cus-
todial bajo la jurisdicción del Ministerio del Interior.
Además de la relación con la libertad política, la razón y la ciencia, estos
primeros casos se vinculan con otra dimensión de la modernidad, generalmente ig-
norada, como es la subjetividad. Para Alain Touraine, por mucho tiempo la moder-
nidad se definió principalmente en función de la razón instrumental, la ciencia y la
técnica, mientras que la subjetividad y la libertad han estado subordinadas a pesar
de ser la mitad de una idea completa de la modernidad. Gladys Swain, historiadora
francesa, es una de las principales representantes de las posiciones alternativas o

7 Sol Serrano sostiene que la iglesia católica chilena tuvo que aceptar que no era el origen de la legi-
timidad política, incorporándose con éxito a la esfera pública moderna como parte de la sociedad
civil. Su principal terror era quedar relegada a la conciencia individual.
26 Claudia Araya Ibacache

complementarias a las posturas de Michel Foucault sobre la historia de la psiquia-


tría, lamentablemente sus estudios no han tenido la misma repercusión que los del
filósofo francés. A diferencia de este último, Swain vincula el primer alienismo
con prácticas ligadas a la dimensión moral de la locura (Touraine, 1994).
Particularmente el escrito de Passamán da luces respecto a un nuevo lenguaje
médico que se abre al sujeto y a la influencia de las condiciones ambientales en
su historia. Sin repercusiones inmediatas en la organización de la medicina repu-
blicana, representa una voz nueva que acompañará el desarrollo histórico de la
psiquiatría chilena. Posteriormente, uno de los informes de mayor peso de los que
se emitieron a raíz del caso de Carmen Marín, el evacuado por Manuel Antonio
Carmona se distinguió de todos los demás precisamente por tomar en cuenta la
biografía de la joven.
Carmona, además de médico era “activista liberal”, responsable del Manifies-
to de Aconcagua donde denuncia la reacción contrarrevolucionaria de la década
de 1830 que, según él, cortó en poco tiempo la serie de “gloriosos progresos” que
venía haciendo la república, echando abajo la Constitución de 1828, “último triun-
fo de la libertad” (Carmona, 1846: 58). En el siglo diecinueve la idea de progreso
estaba ligada a la noción de un proceso evolutivo permanente y asociada a menudo
con el liberalismo político. En el siglo veinte, la idea llegó a ser inevitablemente
más cualificada y con un grado mayor de diferencia en su significado.
Carmona era parte de una corriente “subterránea” de anticlericalismo de me-
diados de ese siglo que buscaba impulsar la consolidación republicana. De esta
manera, no debe sorprendernos que a mediados de siglo XIX surgieran voces que
pusieron al centro de la modernización política y científica al sujeto y desde allí
impulsaran el secularismo. Según Bernardo Subercaseaux, en la segunda mitad
del siglo XIX la educación operó como la principal instancia de secularización
de los mundos simbólicos, propugnando la profesionalidad a través de formas de
conocimiento relativamente independientes entre sí. (Subercaseaux, 1997). Desde
esta perspectiva, me parece que tanto el escrito de Passamán sobre la locura como
el informe de Carmona sobre Carmen Marín y los debates que lo sucedieron, se
pueden considerar como nuevas formas de conocimiento independientes sobre la
mente que buscaron disputarle a la religión el campo en el que había reinado por
varios siglos.
El segundo momento profesionalizante lo he situado entre el último tercio del
siglo XIX y la creación de la cátedra independiente de psiquiatría en la Universi-
dad de Chile en 1927. Hacia fines de siglo la influencia positivista había llevado
el paradigma científico técnico a su máxima expresión lo que se tradujo en “una
mitificación de la objetividad, en desmedro de la vida espiritual y de la dimensión
subjetiva” (Subercaseaux, 1997: 104). Los frustrados intentos por organizar los
nuevos estados latinoamericanos sugerían la aceptación de una filosofía de orden,
capaz de encaminar nuestros países hacia el progreso. El positivismo fue, en cierto
La locura es nuestra 27

sentido, la respuesta encontrada a esas apetencias e inquietudes. La aplicación de


las ideas positivistas al nuevo medio permitió proponer como fin, y como objetivo,
el progreso. Recordemos que para el mismo Comte el progreso no era otra cosa
que el “desarrollo del orden” (Weinberg, 1998).
Además de las políticas, el positivismo invadió las manifestaciones cientí-
ficas, influyendo en el carácter marcadamente anatómico que tuvo la cátedra en
su origen y desarrollo, al menos hasta los años sesenta del siglo pasado. De esta
manera, la subjetividad, presente en los debates iniciales sobre la creación de un
nuevo campo de estudio, fue ahogada por la expansión del diseño racional de la
modernidad. Pero sin duda que la creación de la cátedra por parte del Estado,
vía Universidad de Chile, permitió legitimar un campo de estudio incipiente y
asegurar un espacio académico tanto para el estudio como para la creación de un
mercado de consultantes. Esto porque la cátedra incluía una clínica del profesor
titular con estudiantes y casos clínicos seleccionados de la consulta anexada tam-
bién a la cátedra.
Pero no fue la cátedra el único derrotero. En este período se desplegaron ade-
más los principales intentos de reforma de la Casa de Orates. En una publicación
de 1801, Pinel, de manera vaga y general da a conocer sus consideraciones acerca
de las bondades curativas que puede acarrear a ciertos pacientes el aislamiento del
resto de los asilados y de sus familias con el objetivo de desarrollar y fortalecer
sus facultades de razonar. Fue sin embargo su colega y coterráneo Jean-Etienne
Esquirol, el encargado de detallar y poner el modelo terapéutico asilar en práctica.
La corriente psiquiátrica iniciada por Pinel y Esquirol se extendió por el mun-
do atlántico durante el siglo XIX. Sus médicos apostaron por la modernización
asilar y participaron en la formulación de una serie de proyectos en ese sentido.
Viajaron a Europa a conocer y a estudiar las realidades de varios países y al regre-
so, su objetivo principal estuvo dirigido a medicalizar el asilo para transformarlo
en una herramienta terapéutica de resorte médico, que es por lo demás la forma de
entender la modernización de la psiquiatría en esa época inserta en el proceso de
medicalización de la locura.
Ambos, la fundación de la cátedra y los proyectos sobre medicalización del
asilo, tienen cabida en el escenario de cambios políticos y sociales que venía pro-
moviéndose en el último tercio del siglo XIX, especialmente durante el gobierno
de José Manuel Balmaceda. En términos políticos en ese período se avanzó sus-
tancialmente en el crecimiento del sector público y en la modernización y des-
centralización del estado con diversos proyectos como el de incompatibilidades
parlamentarias absolutas, incompatibilidades administrativas por razón de paren-
tesco, organización de los poderes del Estado y autonomía provincial y comunal
(Bañados, 2005).8

8 Para Julio Bañados, historiador y cercano colaborador del presidente, Balmaceda fue el estadista
que con mayor perseverancia y audacia emprendió reformas para disminuir las atribuciones del
28 Claudia Araya Ibacache

Además de los aspectos políticos, se considera que Chile a partir de la década


de 1860 había comenzado a experimentar una transición económica desde el viejo
modo de producción colonial al sistema capitalista y que hacia fines de 1880 era
un país en pleno crecimiento y modernización económica.9 Coincidente con la
transición económica que comienza a experimentar Chile a partir de la década de
1860 se produce la explosión de la “cuestión social”. Para el historiador Sergio
Grez, la misma “cuestión social” es otra manifestación de la modernidad en el
mundo occidental (Grez, 1995).
Como nunca antes el gobierno de Balmaceda se hizo cargo de una de las
aristas de la “cuestión social” que ya empezaba a preocupar a importantes sectores
de la sociedad. Para ciertos sectores liberales y gran parte de los médicos, la Be-
neficencia Pública –eje de la institucionalidad sanitaria hasta el momento– repre-
sentaba la mantención del orden social tradicional que impedía abordar desde el
Estado los problemas sanitarios que estaban en el centro de la problemática social
desde el último tercio del siglo XIX.
Fue la deficiente preparación sanitaria frente a la epidemia de cólera que azo-
tó al país desde 1886 la que vino a favorecer el ingreso de los médicos al ejecutivo
y a la administración sanitaria (Salinas, 1983).10 La respuesta dada por la iniciativa
privada y la concepción liberal del siglo XIX para atender la salud pública demos-
traron ampliamente su incapacidad para enfrentar las necesidades del país en este
sentido. Según María Angélica Illanes los médicos lideraron el proceso de reforma
del sistema de caridad en oposición a los sectores liberales de su misma clase ins-
talando un inédito discurso científico sobre los problemas sociales de la población:
“Los médicos se sabían parte del siglo XX, responsables en Chile de la gestación
de modernidad que se jugaba en el positivismo científico… no hay duda de que la

Jefe de Estado, de independizar los poderes públicos, de descentralizar los servicios administrati-
vos, de constituir la autonomía municipal y de implementar obras de carácter reproductivo, como
ser ferrocarriles, caminos, carreteras, muelles, escuelas, establecimientos especiales de instruc-
ción.
9 Las condiciones expansivas para el conjunto de la economía nacional generadas por el auge sali-
trero, y transmitidas al resto de sistema por la vía del Estado significaron la creación de condicio-
nes favorables para el desarrollo manufacturero. Esas condiciones parecen haber sido aprovecha-
das para dar un fuerte impulso al desarrollo industrial por un nuevo sector empresarial capitalista
que se forma a partir de los empresarios manufactureros pioneros de antes de la Guerra del Pacífico
(Martínez R., 1992). Un fenómeno de expansión y transformación de esta intensidad fue producto
de un proceso más amplio de modernización, que estaba ocurriendo tanto en la agricultura como
en otros sectores, en concordancia con el proceso general de modernización y expansión económi-
ca que estaba experimentando el país (Cariola y Sunkel, 1990).
10 Durante la segunda mitad del siglo XIX la organización de la salud se dejó en manos de la acción
privada de la caridad, en parte debido a la política económica del liberalismo. Pero además la
idea de una salud fundada en la caridad privada se presentaba en esta etapa como una expresión
de laicismo, que la concepción liberal quiso reforzar en un período en que se sucedían los agudos
conflictos laico-religiosos.
La locura es nuestra 29

ciencia positiva, más allá de cualquier tienda política, era una postura filosófica a
la que se sentía llamada la civilización moderna” (Illanes, 2010: 24).
La preocupación creciente de los médicos chilenos por los problemas sani-
tarios a partir de 1870 no se relacionó, como en Europa, con un empleo racional
de la mano de obra, sino que más bien se orientó hacia la moralización de los
sectores populares. Los pobres santiaguinos no fueron vistos por la elite política y
económica como trabajadores potenciales desaprovechados, sino como una masa
peligrosa que amenazaba la sociedad. No se llegó a plasmar en Chile una mirada
de los pobres considerados como fuerza de trabajo, quizá por la endeblez del de-
sarrollo capitalista chileno, en una sociedad que era casi un parásito del enclave
salitrero. La mirada moralizadora no alcanzó a conformar un orden consensual
que religara, en términos modernos, la sociedad, al modo como había ocurrido
en la segunda mitad del siglo pasado en las sociedades europeas (Romero, 2007).
Un ejemplo emblemático es la monografía de Augusto Orrego Luco, La cuestión
social, donde reduce el problema a la incapacidad multifactorial de las clases po-
pulares para formar familias de tipo burgués (Orrego Luco, 1884).11
La preocupación por el carácter benéfico de la salud pública impulsará a los
médicos a presionar al Estado para instalar un nuevo sistema sanitario, científico
y racional, con el eje puesto en la participación médica. Para ellos, la moderniza-
ción pasaba necesariamente por su protagonismo en la organización estatal de la
salud pública. Las históricas soluciones desde la caridad comenzaban a aparecer
como poco democráticas, tradicionales y muy limitadas. Para Jorge Larraín, estas
ambigüedades del proceso modernizador, con sus promesas teóricas y exclusiones
prácticas precipitaron la “primera crisis de la modernidad”. A partir de la Primera
Guerra Mundial se inicia un proceso de readecuación de la modernidad en que la
cuestión social asume una importancia fundamental.
Los principios liberales son sometidos a crítica y se piensa ahora que la crea-
ción de un estado de bienestar para todos los ciudadanos y de una economía de
empleo pleno que lo sostuviera son una labor política y social primordial de todo
estado (Larraín, 1996). El primer impulso de cambio provino desde el gobierno
de Balmaceda. Con el propósito manifiesto de cambiarle la cara a la organización
sanitaria, creó el Consejo Superior de Higiene y el Instituto de Higiene, dejando
ambas instituciones en manos de médicos. Le dio al gremio, por primera vez, re-
presentación en el gobierno al nombrar a Federico Puga Borne como ministro de
Justicia e Instrucción Pública.
Se ha dicho que el mandato de Balmaceda inaugura el siglo XX chileno. La
aseveración puede discutirse, pero lo cierto es que las leyes promulgadas dieron
cuenta del interés estatal por abordar científicamente los problemas sanitarios,

11 La cuestión social corresponde a la recopilación y reedición de una serie de artículos de Augusto


Orrego Luco publicados en 1884 en el periódico La Patria de Valparaíso.
30 Claudia Araya Ibacache

promoviendo la profesionalización médica y abonando el camino para la tran-


sición entre el estado liberal y el estado asistencial benefactor. El estado asumía,
pues, un papel decisivo, y se reconocía el fracaso del antiguo sistema caritativo,
individualista y privado. Aún más, junto con reconocerlo, lo impulsaban a asociar-
se en un proyecto que le garantizaba adecuados beneficios. El liberalismo utópico
e ilustrado cedía de este modo lugar a otra forma de capitalismo (Salinas, 1983).
La ciencia aparecía entonces como el recurso principal para el logro de esos
objetivos, y los médicos, como el centro de la solución de los problemas sociales.
Respecto al papel de los alienistas en este proceso modernizador emprendido por
los médicos, si bien asumieron un discurso bastante similar, distintas circunstan-
cias tanto mundiales como locales impidieron que se transformaran en protago-
nistas, asumiendo generalmente el papel de antagonistas de la posición del Estado
respecto a la asistencia psiquiátrica.
Diversos investigadores han sostenido que el surgimiento de los estados na-
cionales se relaciona directamente con el desarrollo científico de los mismos. Para
Gregorio Weinberg en cambio, en los países latinoamericanos, la ciencia no fue
capaz de articularse con la estructura productiva ni se vio enfrentada a desafíos
teóricos importantes, lo que se tradujo en una “debilidad intrínseca” causante de
esta no correspondencia entre la consolidación de los estados nacionales y la na-
cionalización de la ciencia, al menos para el período de 1860-1930 (Weinberg,
1998: 37-38).
Un ejemplo claro es que la Casa de Orates, a diferencia del resto de las ins-
tituciones de salud, después de las reformas sanitarias de Balmaceda, continuó
dependiendo de la Junta de Beneficencia. Constantemente los alienistas del Mani-
comio buscaron el apoyo del Estado, enfrentándose en diversas ocasiones con los
administradores de la caridad. Y si bien se consiguieron ciertos avances mientras
gobernó Balmaceda, la posición de los psiquiatras ante el Estado estuvo atravesa-
da por las dificultades propias de una disciplina que comenzaba recién a recorrer
su camino de profesionalización, lejos aún de medicalizar los espacios sanitarios
psiquiátricos y con un discurso científico que tenía fuertes visos de retórica y es-
casa legitimación pública. Sin dejar de considerar como factor relevante que las
urgencias públicas de salud estaban copadas por las enfermedades infecciosas.
Estos aplazamientos constantes de los proyectos modernizadores de la asis-
tencia mental extendieron el discurso modernizador decimonónico, basado en la
tradición ilustrada que concebía el progreso como utopía y a la sociedad como una
obra humana perfectible de ser alcanzada por medio de la racionalidad científico-
técnica, hasta los años 30 del siglo XX chileno y latinoamericano. Ante la impo-
sibilidad de la ciencia de derrotar la enfermedad se apuesta ahora por controlar
científicamente los factores sociales que la producen. Este discurso propio de la
segunda mitad del siglo XIX europeo, inseparable de las ciencias y las técnicas
La locura es nuestra 31

aplicadas a la industria, se proyectó hasta el siglo XX latinoamericano porque


nada de eso se había producido (Romero, 2004).12
La medicina social que se impone en esos años se transforma en una utopía
porque basa su discurso y su desarrollo –al alero del Estado-, en la posibilidad de
acabar con las enfermedades mejorando las condiciones que las originan: haci-
namiento, desnutrición, malas condiciones laborales, deficiente urbanización, y
otras. Surgen las ligas que luchan por derrotar las enfermedades sociales a la ma-
nera de verdaderas “cruzadas” o “batallas”.
El tercer momento profesionalizante de la psiquiatría corresponde a este pe-
ríodo de los años 30 del siglo veinte cuando, luego de la creación de la cátedra y de
los fracasos de las iniciativas por modernizar la institución asilar, los psiquiatras
emprendieron la tarea de legitimarse socialmente y afianzarse como grupo profe-
sional, desarrollando una serie de estrategias tendientes a fortalecer la cultura pro-
fesional psiquiátrica a través del asociacionismo en diversos planos. Entre las más
importantes se encuentran la fundación de la Sociedad de Psiquiatría, Neurología
y Medicina Legal, la Revista de Psiquiatría y Disciplinas Conexas y las Primeras
Jornadas Neuro-psiquiátricas del Pacífico. Esta tarea de legitimación social se ligó
con un discurso político nacionalista y latinoamericanista que apostaba por el pro-
greso científico y por la superación de la inferioridad económica y social de los
pueblos del continente.
Era tal el entusiasmo por el progreso en todas sus facetas, que incluso llegó
a plantearse la posibilidad de poner fin a las enfermedades mentales en un esce-
nario de superioridad moral, como se estimaba era el de América Latina por esos
años.13 Los psiquiatras esperaban ocupar el lugar que según ellos les correspondía
en ese proceso. El discurso se vuelve retórico y postula un único posible progreso
social y político basado en la ciencia, paradójicamente desde una disciplina como
la psiquiatría que continuaba, y lo hará por varios años más, siendo especulativa
en la conceptualización de su base cognitiva, uno de los aspectos centrales de la
legitimación social de una profesión de consulta como es la medicina y todas sus
especialidades derivadas.
Los congresos científicos latinoamericanos, que se habían comenzado a su-
ceder en el continente desde principios de siglo, no sólo levantaron un discurso
nacionalista frente a Europa, sino que también intentaron posicionarse en un esce-
nario que comenzaba a ser hegemonizado por Estados Unidos. Para ello, además

12 Al decir de José Luis Romero, la utopía del progreso fue para Latinoamérica, mejor que un mode-
lo, un espejo donde era imposible no buscar mirarse; importando los productos que eran fruto del
progreso, primero, y constituyendo luego los sistemas para posibilitar esa incorporación de manera
sólida y definitiva.
13 De acuerdo a Jorge Larraín, en América Latina ha existido siempre una conciencia de identidad
articulada con las identidades nacionales. Es muy frecuente que se pase de lo nacional a lo latino-
americano y viceversa. Esta identidad latinoamericana surge como realidad cuando las identidades
nacionales se definen en función de “otros” no latinoamericanos.
32 Claudia Araya Ibacache

de sustentar un discurso científico-social, se dieron un tipo de organización que


respondía a criterios geopolíticos. De hecho, las Jornadas Neuropsiquiátricas del
Pacífico, organizadas por Chile en su primera versión, nacieron en respuesta a las
reuniones homónimas organizadas por los países del Atlántico.
Bajo esas condiciones y ante tamañas expectativas el discurso psiquiátrico
se vuelve triunfalista en lo que respecta al fin de la enfermedad, pero bastante
pragmático en relación a su consolidación profesional. A partir de los años 30, con
logros terapéuticos casi inexistentes y con escasa influencia en el Estado, los psi-
quiatras despliegan una serie de estrategias asociativas destinadas a publicitar sus
avances, legitimarse ante el Estado y la sociedad y fortalecer su identidad como
médicos especialistas en el ámbito de la mente. Sus objetivos son similares a los
del resto de los médicos, pero mientras estos últimos logran a partir de esa década
instalar el tema de la medicina social y comienzan a construir un sistema de segu-
ridad sanitaria consensuada, los médicos psiquiatras continúan siendo a los ojos de
la sociedad y de sus pares, las “cenicientas” de la medicina, al decir del psiquiatra
Arturo Vivado, uno de sus principales líderes académicos.
Así, en un nuevo escenario definido por el fin de la Segunda Guerra Mundial,
la hegemonía norteamericana y el fracaso del discurso nacionalista latinoameri-
cano basado en la ciencia y el progreso, el discurso dominante de la psiquiatría
chilena comienza a reducirse principalmente a sus aspectos científicos y tecnoló-
gicos. Desde mediados de la década de 1940 y hasta la víspera del descubrimiento
de los primeros fármacos efectivos en el tratamiento de ciertas enfermedades psi-
quiátricas, va a encausarse claramente por la senda de las terapias somáticas y la
psiquiatría biológica.
Atendiendo a este recorrido histórico y a ciertos aspectos teóricos de la pro-
fesionalización, esta investigación se aborda considerando tres procesos relacio-
nados con la profesionalización psiquiátrica. En primer lugar, la medicalización
de la locura, que implica tanto la disputa del campo de la enfermedad mental con
otros saberes que habían generado discursos y prácticas en ese sentido, como la
creación de una base cognitiva propia que le de autonomía y legitimidad al nuevo
saber. En segundo lugar, el despliegue de estrategias de profesionalización dirigi-
das a conseguir que médicos especializados se apropien de este campo de saber y
de su práctica asistencial. Y finalmente la modernización de los espacios sanitarios
propiciada por los médicos, que pretende fundamentalmente el tránsito del Mani-
comio Nacional desde una institución de orden social a otra de carácter sanitario.
Los resultados se presentan en dos secciones. En la Primera Parte se analiza
“La medicalización de la locura”, el aspecto ya señalado, esto es, la “Disputa de
un campo de saber”. En “Disputa de un campo de saber” se analiza los incipientes
debates en torno al estudio de la mente y los derroteros que se siguieron a partir de
allí para estructurar una base cognitiva consensuada y moderna, que es la ruta que
se sigue en “Creación de una base cognitiva”, la Segunda Parte. Ésta comprende
La locura es nuestra 33

las vicisitudes y debates en torno a las ideas que se impusieron y las figuras en
torno a las cuales se estructuró finalmente una psiquiatría nacional, si es que es
posible hablar en esos términos.
También en la Segunda Parte se analizan las “Estrategias de profesionaliza-
ción”, entendidas como tácticas desplegadas por los médicos –psiquiatras o no–
tendientes primero a la medicalización de los trastornos mentales, a modernizar
los espacios sanitarios y las herramientas terapéuticas y luego a consolidar a la
psiquiatría como una especialidad médica, constituyéndose en un grupo profe-
sional con identidad propia. En este último aspecto, el de la conformación de un
grupo profesional con identidad propia, se incluye las instancias características
del asociacionismo médico como son las publicaciones científicas y los congre-
sos médicos. Como puede apreciarse el estudio no es cronológico sino temático,
pero se pretende que cada parte lo sea. Demás está decir que ambos procesos, la
creación de la base cognitiva y las estrategias de profesionalización no son dimen-
siones susceptibles de dividirse y que lo que así aparece en los resultados es solo
con fines analíticos.
Las tesis principales apuntan en primer lugar a que, si bien el proceso de
profesionalización de la psiquiatría chilena se vincula progresivamente con la idea
de la somatización de la locura, no es menos cierto que en la disputa del campo
cognitivo hubo voces que abogaron por la existencia de factores subjetivos en la
definición de las enfermedades mentales. Posteriormente, a pesar de la inclusión
de la psicología dinámica en el debate, la naturaleza somática que debía tener
la especialidad predominó en los discursos y en las prácticas de los principales
líderes del proceso, al menos hasta mediados de los años 50 del siglo pasado, vin-
culando directamente la faceta racionalista y cientificista de la modernidad con la
profesionalización del alienista. Las voces contrarias fueron apartadas y acusadas
en general de pseudocientíficas.
La creación de la cátedra autónoma de psiquiatría en la Universidad de Chile
en 1927 no logró desprenderse del origen neurológico que tuvo el primer curso
de enfermedades mentales y nerviosas que, a la larga, le dio origen. Este carácter
inicial no se verá cuestionado a pesar de ciertos intentos por reivindicar teorías
psicodinámicas. En este sentido nos atrevemos a decir que la introducción del
psicoanálisis en la academia se realizó, con resistencias, fundamentalmente des-
de una dimensión científica. En este mismo ámbito, la creación de una cátedra
de psiquiatría no se acompañó de la emergencia de una psiquiatría “nacional”,
sino que su organización tuvo inspiración francesa y alemana, sin desmedro de
que en los años 30 del siglo veinte se hicieran intentos por organizar psiquiatrías
latinoamericanas que se posicionaran al mismo nivel que las escuelas europeas o
norteamericana.
El desmedrado desarrollo científico del país y el escaso incentivo desde el
Estado hacia la asistencia de la salud mental, definieron que la organización de la
34 Claudia Araya Ibacache

escuela psiquiátrica se hiciera en torno a figuras carismáticas, que habían estudia-


do en Europa y que ocupaban por diversas razones situaciones de liderazgo entre
sus pares. Los debates se organizaron y se definieron por profesores que habían
adquirido posiciones de poder al interior de la Universidad de Chile.
Considero que el éxito relativamente rápido del modelo de profesionalización
médica y el papel impulsor que jugó el Estado en ese proceso influyeron notoria-
mente en el carácter que asumió la profesionalización psiquiátrica. Así lo indican
dos de los ejes que siguió: la somatización de la locura y la apelación constante al
Estado para hacerse parte en el proceso. En este sentido, la preocupación e inter-
vención del Estado en la legitimación del alienista y posteriormente del psiquiatra,
obedeció a particularidades propias de una especialidad que no muestra resultados
inmediatos ni sigue derroteros claramente científicos a pesar del discurso oficial
instalado por los psiquiatras.
A lo largo del período estudiado y de los momentos que hemos llamado como
“profesionalizantes”, mediados del siglo XIX, cambio de siglo, y década de 1930,
alienistas y psiquiatras se esforzaron por modernizar su campo de estudio y los es-
pacios sanitarios correspondientes, apelando al Estado para que les proporcionara
las herramientas para posicionarse en los campos académico y asistencial como
actores autorizados. Los logros académicos se anticiparon y se beneficiaron de la
modernización sanitaria emprendida por el gobierno de Balmaceda y de las carac-
terísticas personales de figuras académicas destacadas; mientras que los avances
en la modernización asistencial siguieron un camino más complejo e intrincado
ya que estuvieron supeditados a cambios ideológicos y políticos a nivel nacional.
Paralelamente se desarrollaron estrategias tendientes a reafirmar una iden-
tidad de grupo caracterizada por la búsqueda constante de la excelencia a través
de reuniones científicas periódicas, de invitaciones a profesores extranjeros, de
publicaciones periódicas tempranas, de formación de redes latinoamericanas y de
cuestionamientos constantes a los intentos por introducir ideas “especulativas”
que atentaran contra el sólido edificio de la psiquiatría “científica” que buscaban
construir.
Sin embargo, a fines de los años 40 del siglo pasado los psiquiatras, a pesar de
las deficiencias terapéuticas y de los intentos fracasados de modernización de los
espacios sanitarios, habían logrado establecerse como actores legítimos del arte de
curar los trastornos de la mente. Con éxito o no, se desempeñaban sin cuestiona-
mientos en el manicomio nacional y en sus consultas adosadas como los únicos
profesionales autorizados para ello, organizaban congresos de nivel continental
patrocinados por el Estado, estaban asociados en un organización académica-gre-
mial y desde allí elevaban demandas al Estado que, con mayor o menor resultado,
no les impedían ser reconocidos como voz autorizada. Esto porque el Estado les
otorgó las credenciales necesarias para legitimar su base cognitiva. En este sentido
La locura es nuestra 35

la profesionalización psiquiátrica se conquista antes que el saber de muestras de


éxito terapéutico.

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