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El daño moral
En esta ocasión se hará una breve aproximación a ese tópico del que nadie quiere hablar
con suficiente osadía, del que la mayoría se esquiva bajo la excusa del Derecho Positivo
que indica que “la ley no lo regula”, del que los jueces huyen bajo el temor de caer en el
error de resolver aquello que no puede ser resuelto y del que los abogados abusan con el
propósito de incrementar las ventajas pecuniarias que recibirán de parte sus
representados. Se hablará del daño moral, categoría extrapatrimonial que nace y muere
con la sed del patrimonio, concepto reconstruido por la Doctrina y desfigurado por la
práctica judicial.
Sin embargo, Padilla y Velasco ha considerado que “no puede estar de acuerdo en que
el daño moral es diferente del psíquico” (2015, p. 313); y al parecer, es esta
discrepancia la que determina las sucesivas divergencias de opinión que se puedan tener
con el referido autor sobre el “daño” moral. Esto es así porque a criterio de este
colaborador el daño moral y el daño psicológico deben ser diferenciados, no por la
cualidad personal de quien lo sufre o lo provoca, ni por la necesidad de restaurar un
aspecto extrapatrimonial, metafísico o extra–corporal (aspecto subjetivo), sino por las
alteraciones diferenciadas que producen (elemento objetivo), porque una cosa es
provocar una afectación personal sobre la base de categorías morales, y otra es provocar
una afectación personal sobre la base de categorías psicológicas.
La idea de daño
Hay que destacar que es muy importante la aportación que hace Padilla y Velasco, en
cuanto a que en materia de familia el daño moral se deriva de la responsabilidad
subjetiva, despreciando la responsabilidad objetiva que han aceptado en diferentes
ocasiones nuestros juzgados y tribunales para configurar el daño (véase las sentencias
relacionadas por el autor). Tales consideraciones son correctas, porque el simple hecho
de contravenir la ley no es razón suficiente para tener por acreditada la voluntad de
ocasionar un “daño”; lo que equivale a decir que la voluntad de ocasionar un daño
moral no se presume por infringir la ley. Sin embargo, este colaborador no acepta tales
afirmaciones por el hecho de que la ley no indica que el daño moral se configura por
responsabilidad objetiva, como lo ha considerado Padilla y Velasco (2015, p. 300), ya
que la ley no ejerce el monopolio de las obligaciones familiares, sino que el
verdadero germen de los derechos y deberes familiares reside en la estabilidad de las
relaciones familiares, o sea, en el conjunto de comportamientos interpersonales que se
manifiestan en aquellos grupos que se encuentran unidos por vínculos biológicos o
jurídicos mediados por la solidaridad e identidad afectiva, grupos que reciben el nombre
de familias; más no exclusivamente por la ley, ya que ésta simplemente es un título que
legitima las relaciones familiares.
Por lo anterior, decir que las responsabilidades – por ocasionar un daño – se derivan
únicamente por infringir la ley, seria desconocer que determinadas situaciones orbitan
sin ingresar a la zona de control de la ley, o si se prefiere, tienen lugar en una realidad
en la que los preceptos normativos aún no tienen vigor. Así, por ejemplo, el deber de
reconocer a un hijo no es una obligación expresamente determinada por la ley, sino que
se trata de una obligación moral antes que civil, obligación derivada de principios y
valores que permean al ordenamiento jurídico, como la pauta preferente del vinculo
biológico, la responsabilidad familiar, el paradigma de la monogamia y de la
heterosexualidad, por ejemplo. Pero aun así, el Código de Familia contempla la
posibilidad de exigir una indemnización por daño moral en los casos de declaratoria
judicial de paternidad (artículo 148). Hay que tener el cuidado de no confundir el deber
moral de reconocer a un hijo, con el deber legal de indemnizar al hijo y a la madre por
no haber ejercido ese deber moral en el momento oportuno. Además, hay que tener en
cuenta que el daño moral se produce cuando no se reconoce al hijo voluntariamente
y se mantiene esa actitud en el transcurso del tiempo, no en el momento en el que
se declara la paternidad sobre el hijo, pues en este momento aquella obligación
moral confirma su carácter civil. Pero esto no significa que el deber de reconocer al
hijo no haya sido en principio una obligación moral.
Se comprende, pues, que existen casos en los que la ley no puede atribuir obligaciones
precisas a sujetos plenamente determinados, y por lo tanto, no se puede decir que el
“sujeto dañoso” provoca la afectación moral por violar los preceptos de la misma ley.
Entonces, hay casos que el daño se produce por incumplir principios o valores que
permean al ordenamiento jurídico, y no a la ley como tal, según lo predica la
concepción principialista del Derecho. ¿Qué se quiere decir con esto? Se quiere
manifestar que no todas las responsabilidades familiares se derivan necesariamente de la
ley. Desde luego que la ley, en la dimensión del Derecho Positivo, es la principal fuente
de las obligaciones. Así sucede con los cónyuges, que por mandato legal tienen la
obligación de guardar los deberes matrimoniales, y cuyo incumplimiento puede dar
lugar a alguna secuela de daño moral que deba ser jurídicamente tutelada. Pero el
dominio de la legalidad no significa que todas las responsabilidades se deriven de ella, o
que todas las relaciones familiares sean contractuales, como lo ha considerado Padilla y
Velasco, al decir que “las obligaciones que surgen de las relaciones familiares
constituyen responsabilidad contractual, en tanto que nacen de la ley” (p. 309).
Es importante reparar en la forma de cuantificar el daño. Al respecto, hay que decir que
los perjuicios extrapatrimoniales no pueden ser valuados económicamente, pero se
estima el hecho de que es posible estimar “la existencia e intensidad de los mismos,
según el desarrollo actual de las ciencias sicológicas y la medicina” (2015, p. 312). No
obstante ello, a criterio de este colaborador, la forma de cuantificar el daño moral es
diferente de la forma de cuantificar el daño psicológico, porque los parámetros
para ponderarlos son diferentes. Como antes se dijo, el daño psicológico se ciñe a los
esquemas científicos que las disciplinas especializadas en la materia disponen; en
cambio el daño moral, por su relatividad, no puede sujetarse a reglas concretas, sino a
los valores morales que el orden social institucionaliza, y no a los que el individuo
interioriza en particular. Por ello, el daño psicológico debe ponderarse según la
alteración del orden psíquico individual en relación a los parámetros psicológicos y
médicos que se consideran normales; mientras que el daño moral debe subordinarse a la
alteración del orden moral individual en relación a la moral colectiva a la que el grupo
social se subyuga. De esta forma, el daño moral que se ocasiona al hijo por no haber
sido reconocido oportunamente por su padre, no se pondera exclusivamente de acuerdo
a su afectación individual, sino de acuerdo a la afectación individual frente a la moral
colectiva.
Finalmente, resta indicar que los anteriores comentarios se han realizado a raíz del valor
que Padilla y Velasco ha tenido en escribir sobre este tema, dada la poca contribución
académica que existe al respecto, y que lejos de resaltar las discrepancias que puedan
existir, merece la pena ceder a su lectura con el fin de enriquecer la Doctrina nacional y,
desde luego, ampliar la cultura jurídica.
BIBLIOGRAFIA
http://www.enfoquejuridico.info/wp/archivos/4011