me entregan poemas en cuartillas dobladas. Al final de la clase, a oscuras y en celada, temerosos de que algún compañero pueda decir nada.
Son versos íntimos
a veces banales sentimientos quizá nimios pero para ellos importantes en esos años de descubrimiento que se irán para siempre tras los cañaverales. Cuentan tristes realidades y sueños de almohada, elogio del cuerpo y escrutinio del alma. Versos íntimos, digo, que nunca comunicaran ni a sus propios padres ni a su propia amada.
Y gracias a aquellos poemas de un día
esbozados en hojas arrancadas he llegado a tener una idea clara de lo que debe ser la poesía.
La poesía no es para exhibirla
en grandes salones y ante gente prosaica; con falsas declamaciones y en traje de gala. No. La poesía es para vivirla o al menos para soñarla; para sentirla para entenderla para saborearla; para curar las heridas para leerla en voz baja; para repetirla y luego olvidarla