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Durante la década de los ochenta, los escritores alemanes se han lanzado a la reconquista de la

profundización estética y conceptual que la Nueva subjetividad había menospreciado en favor de la experiencia.
Hay que decir, no obstante, que ya algunas obras de los setenta habían asumido la dificultad inherente al cultivo
de una literatura realmente subjetiva, sin limitarse a reflejar aproblemáticamente determinadas experiencias vit
antifascista. Los nombres de Brecht y de Becher, que ya habían descollado antes de la guerra, son nuevamente los
únicos dignos de ser reseñados. Johannes R. Bechdécada, sin embargo, la postergó en favor de la narrativa, cuyo
tema fundamental es la dificultad de las relaciones de la pareja actual, enmarcadas en una sociedad enajenante
cuya visión es fruto del desencanto —casi obsesivo— de su autor. Entre su producción narrativa debemos recordar
Parejas, transeúntes (Paare, Passanten, 1981) y El joven (Der Jungen, 1984), donde nuestra época es contemplada
problemáticamente no sólo porque no se entienda a sí misma, sino porque es incapaz de hacerlo dada su
deliberada ignorancia de sus condiciones. Lo cotidiano ocupa también un lugar preferente en la producción de
Alexander Kluge (n. 1932): su meticuloso detallismo responde a su deseo de mostrarnos tal condensación de la
realidad, que ésta llegue a inquietar y alucinar al lector, por más que el autor sazone el conjunto con notas de
humor morboso. También Herbert Achternbusch —cineasta además de escritor, como Kluge— pretende dinamizar
sus relatos con un estilo personal y fantástico, aunque sobresale más por su despreocupado anticonvencionalismo,
que lo ha puesto en el ojo de mira de la «oficialidad», y por su rechazo de todo lo heredado, sinónimo, según él,
de represión. Al hilo de esta última observación, debernos recordar la trilogía Estética de la resistencia (Ästhetik
des Widerstands, 1975-1981), de Peter Weiss (véase el Epígrafe 3.c.), ambiciosa novela que participa del ensayo y
que nos ofrece toda una teoría del arte como forma de resistencia al poder establecido. Trazada autobiográficamer
(1891-1958) encaró la realidad sin renunciar a la tradición y, conjugando clasicismo y sencillez popular,
reclamó la necesidad de un giro social y político en la Alemania de transición. Bertolt Brecht sigue en la
posguerra la línea de su producción poética anterior, caricaturizando y satirizando los peligros del fascismo
enmascarado en el capitalismo y en el liberalismo. Por otro lado, Peter Huchel (1903-1981), que en los años
veinte había cultivado una poesía bucólica sobria y sencilla, reviste durante estos años el paisaje de los tonos
sombríos que le quedaron como experiencia de la guerra. El mundo natural pasa a ser entonces en su obra un
lugar de podredumbre y estancamiento, descompuesto por la acción del hombre y de la técnica (tema y tonos que
Huchel se llevará consigo a Alemania occidental cuando abandone la RDA).

ales. Un buen ejemplo lo tenemos en la novela de Nicolas Born La cara invisible de la historia (Die
erdabgewandte Seite der Geschichte, 1976), cuyo protagonista se nos va construyendo de forma dialéctica y crítica,
intentado plasmar en su historia las dudas, lo.c.), que ya en 1978 abjuró del determinismo histórico con
Hundimiento del Titanic (Entergang der Titanic), relato en verso nacido de su experiencia en Cuba y en donde la
figura emblemática del poderoso barco le sirve para expresar el naufragio de sus ideales de progreso. A partir de
entonces, y en obras como La furia de la desaparición (Die Furie des Verschwindens, 1980), Enzensberger se ha
refugiado en la ironía, característica ya de sus primeras producciones, para expresar su radical disconformidad
con todo.

Pero la trayectoria de Enzensberger es muy personal; el tema predominante entre los últimos líricos de
la RFA es el de la destrucción ecológica como síntoma del deterioro de las relaciones humanas interpersonales y
ambientales. Los tonos y formas de

s tanteos y la problemática de la vida, que constituyen, en definitiva, la verdadera materia narrativa.


Ya a principios de los ochenta publica su novela Perseguidos por la suerte (Verfolgte des Glücks, 1982) Karin
Reschke, quien reconstruye desde la ficción narrativa los móviles del suicidio en 1811 de Henriette Vogler, por
quien buscó también la muerte el romántico Heinrich von Kleist. La clave se encuentra, en este caso, en el hallazgo
de un diario a partir del cual la protagonista se encuentra a sí misma y puede, como narradora, remodelar la
vida de esta mujer olvidada por la historia.

En una línea muy distinta se instala la producción de los más recientes narradores de la RFA, entre
quienes predomina la tendencia a potenciar la imaginación y la fantasía hasta límites perturbadores. El
resultado es una novela donde nuestro mundo adquiere formas y proporciones inusitadas y que subraya la
enajenación de la sociedad actual. Quizás el mejor de estos narradores sea Botho Strauß (n. 1944), que había
iniciado su producción como dramaturgo en los años setenta —su pieza La farsa de Kalldeway (1981) es la de
mayor éxito—; a mediados de esa ente, la novela es el relato de la generación que la Alemania progresista hubiese
deseado, y cuyo fracaso se debe a su disolución en el fascismo.

Precisamente la desilusión de los intelectuales de izquierdas es el tema recurrente de las últimas obras
poéticas de Hans Magnus Enzensberger (véase el Epígrafe 3

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