Maturana lo emocional y razonable en la convivencia
Juan Rodes Publicado: 31 octubre, 2011
Humberto Maturana, pensador y científico chileno, considera que los conceptos y afirmaciones que aceptamos sin reflexionar porque todos los aceptan, son como las anteojeras que les ponen a los caballos para que no se asusten con los vehículos que se les adelantan. Son muchos los conceptos que aceptamos con naturalidad sin pensarlos y que proporcionan bases erradas a nuestro pensamiento; sin embargo, creemos que lo que nos distingue de los otros animales es que somos seres racionales y lo aceptamos con naturalidad sin pensarlo como tantos otros con- ceptos claros sólo en apariencia. Decir que la razón caracteriza a lo humano es una anteojera porque no nos deja ver la impor- tancia de nuestras emociones y las desvaloriza considerándolas como algo animal que niega lo racional. El declararnos seres racionales nos hace vivir en una cultura que desvaloriza las emo- ciones para no permitirnos comprender el entrelazamiento de la razón y la emoción que cons- tituye nuestro diario vivir. No nos damos cuenta de que todo sistema racional tiene un fundamento emocional. Las emo- ciones, explica Maturana, no son lo que corrientemente llamamos sentimientos. Desde el punto de vista biológico lo que connotamos cuando hablamos de emociones son disposiciones corpo- rales dinámicas que definen los distintos dominios de acción en que nos movemos. Cuando uno cambia de emoción, cambia de dominio de acción. Maturana explica cómo comprender esas disposiciones corporales dinámicas que definen los distintos dominios de acción en que nos movemos. Para ello basta con que pensemos en el estado de ánimo que queremos reflejar cuando decimos a alguien: “Yo hoy no estoy para eso”. Es algo bastante común en la práctica, pero lo negamos, porque insistimos en que lo que define nuestra conducta humana es ser racionales. También sabemos que cuando estamos en un cierto estado de ánimo hay cosas que podemos hacer y cosas que no podemos hacer. Esos estados emocionales nos permiten aceptar como válidos ciertos argumentos que no aceptaríamos bajo otro estado emocional. Comprendemos además que lo dicho con enojo tienen una potencia, un valor o una importancia distinta de lo que se dice con serenidad y equilibrio; no porque una cosa dicha con enojo sea menos racional que una dicha con calma, sino “porque su racionalidad se funda en premisas básicas distintas, aceptadas a priori desde una perspectiva de preferencias que el enojo define”. Así, dice Maturana, todo sistema racional se constituye en la práctica con premisas aceptadas a priori desde cierta emoción. Biológicamente, explica, las emociones son disposiciones corporales que determinan o especi- fican dominios de acciones. Si meditamos sobre cómo reconocemos nuestras propias emocio- nes y las de los otros, vemos cómo se distinguen las distintas emociones haciendo alguna apre- ciación del dominio de acciones en que se encuentra la persona o haciendo una apreciación de su gesticulación y expresiones faciales. Las emociones son un fenómeno propio del reino ani- mal. Todos los animales las tenemos. Nosotros hablamos, explica Maturana, como si lo racional fuese un fundamento trascendental de validez universal, independiente de lo que nosotros hacemos como seres vivos. Eso no es así. Todo sistema racional se funda en premisas fundamentales aceptadas a priori, aceptadas porque sí, aceptadas porque a uno le gustan, aceptadas porque uno las acepta simplemente desde sus preferencias. Y eso es así en cualquier dominio, ya sea el de las matemáticas, el de la física, el de la química, el de la economía, el de la filosofía, o el de la literatura. “Todo sistema racional se funda en premisas o nociones fundamentales que uno acepta como puntos de partida porque quiere hacerlo y con las cuales opera en su construcción. Las distintas ideologías políticas también se fundan en premisas que uno acepta como válidas y trata como evidentes puntos de partida porque quiere hacerlo. Y si uno esgrime razones para justificar la adopción de esas premisas, el sistema racional que justifica esas razones se funda en premisas aceptadas porque sí, porque uno consciente o inconscientemente así lo quiere.” Maturana explica que hay dos tipos de discusiones entre las personas. Unas causadas por desacuerdos que se resuelven con facilidad, como cuando uno dice que dos por dos es igual a cinco y otro lo corrige diciéndole que dos por dos son cuatro. Uno acepta, tal vez pide excusas por el error y no pasa nada. En discusiones así no pasa nada porque los desacuerdos tienen un fundamento lógico al aplicar ciertas “premisas operacionales” que las dos partes aceptan. “Nunca nos enojamos cuando el desacuerdo es sólo lógico, es decir, cuando el desacuerdo surge de un error al aplicar las coherencias operacionales derivadas de premisas fundamentales acep- tadas por las personas en desacuerdo. Pero hay otras discusiones en las cuales nos enojamos y es el caso de todas las discusiones ideológicas; esto ocurre cuando la diferencia está en las premisas fundamentales que cada uno tiene”. Los desacuerdos basados en premisas fundamentales traen remezones emocionales porque los participantes en el desacuerdo viven su desacuerdo como amenazas existenciales recíprocas. Los desacuerdos en las premisas fundamentales son situaciones que amenazan la vida ya que otro le niega a uno los fundamentos de su pensar y la coherencia racional de su existencia. Por eso existen disputas que jamás se van a resolver, a no ser que se cambie el plano en que se plantean. Maturana ofrecía el ejemplo de la guerra en Irlanda del Norte, diciendo que no tenía solución, a menos que un acto declarativo sacara a ambos bandos del espacio religioso donde, dentro de los fundamentos de una creencia, se negaban los fundamentos de la otra, para llevarlos a un dominio de mutuo respeto. Explica Maturana que no basta con que se reúnan a conversar los bandos oponentes desde la tolerancia al error del otro. Si lo hacen así, terminarán peleándose, porque ambos bandos están defendiendo sistemas que, aunque coherentes en sí, tienen premisas fundamentales diferentes que se excluyen mutuamente, y que sus cultores aceptan o rechazan, no desde la razón sino desde la emoción. Las premisas fundamentales de una ideología o de una religión se aceptan a priori y, por lo tanto, no tienen fundamento racional. Más aún, si uno llega a proponer un argumento racional para escoger estas u otras premisas, reclamando para su sistema ideológico un fundamento ra- cional, uno lo hace ciego al hecho de que las premisas fundamentales últimas que fundamentan la racionalidad del argumento convincente, las aceptamos a priori. Por lo tanto no podemos pretender una justificación trascendente para nuestro actuar al decir: “esto es racional”. Todo argumento sin error lógico es obviamente racional para aquel que acepta las premisas fundamentales en que éste se funda. “Lo humano se constituye en el entre- lazamiento de lo emocional con lo racional, continúa diciendo Maturana, y lo racional en las coherencias operacionales de los sistemas argumentativos que construimos en el lenguaje para defender o justificar nuestras acciones. Por lo común vivimos nuestros argumentos racionales sin hacer referencia a las emociones en que se fundan. Las ignoramos, pero todas nuestras acciones tienen su fundamento emocional, aunque creamos que lo emocional limita nuestro ser racional. El maestro Maturana hace una observación bien importante al expresar que el fundamento emocional de lo racional no es una limitación, sino por el contrario, su condición de posibilidad. “Somos como somos en congruencia con nuestro medio y nuestro medio es como es en con- gruencia con nosotros”. Cuando esta congruencia se pierde, no somos. Esta dinámica consti- tutiva recíproca es válida para un organismo, cualquiera que sea su medio o, en el caso de nosotros los seres humanos, cualquiera que sea nuestra dinámica de convivencia. Si los seres vivos se encuentran en interacciones recurrentes hay una historia de cambio estructural con- gruente entre ellos. En cualquier conversación, uno escucha desde sí mismo y así debe ser por nuestro determinismo estructural. No se puede sino escuchar desde sí mismo; lo que se escucha es una perturbación que mueve a un cambio estructural determinado, no sólo por lo que se está escuchando, sino por lo que se está pensando cuando se escucha. Cuando estamos en interacciones recurrentes en la convivencia, cambiamos de manera con- gruente con nuestra circunstancia, con el medio y, estrictamente hablando, nada es resultado del azar, porque todo nos ocurre en un presente interconectado que se va generando continua- mente como transformación del espacio de congruencias a que pertenecemos. Al mismo tiempo, nada de lo que hacemos o pensamos es trivial ni irrelevante, porque todo lo que hacemos tiene consecuencias en el dominio de los cambios estructurales a que pertenecemos.