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VI PARTE
AMOR Y FECUNDIDAD
Dijo Eva: «He conseguido un hombre con la ayuda del Señor» (Gén 4,1)
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Juan Pablo II Teología del Cuerpo VI Parte: Amor y Fecundidad
El paso de la frase, que expresa la norma moral, a la frase que la explica y motiva, es
particularmente significativo. La Encíclica nos induce a buscar el fundamento de la norma, que
determina la moralidad de las acciones del hombre y de la mujer en el acto conyugal, en la naturaleza
de este mismo acto y, todavía más profundamente, en la naturaleza de los sujetos mismos que
actúan.
6. De este modo, la «íntima estructura» (o sea, la naturaleza) del acto conyugal constituye la
base necesaria para una adecuada lectura y descubrimiento de los significados, que deben ser
transferidos a la conciencias y a las decisiones de las personas agentes, y también la base necesaria
para establecer la adecuada relación entre estos significados, es decir, su inseparabilidad. Dado que,
«el acto conyugal...» -a un mismo tiempo- «une profundamente a los esposos», y, a la vez, «los hace
aptos para la generación de nuevas vidas»; y por tanto una cosa como otra se realizan «por su íntima
estructura»: de todo se deriva en consecuencia que la persona humana (con la necesidad propia de
la razón, la necesidad lógica) «debe» leer al mismo tiempo los «dos significados del acto conyugal» y
también la «inseparable conexión... entre los dos significados del acto conyugal».
No se trata, pues, aquí de ninguna otra cosa sino de leer en la verdad el «lenguaje del
cuerpo», como repetidas veces hemos dicho en los precedentes análisis bíblicos. La norma moral,
enseñada constantemente por la Iglesia en este ámbito, y recordada y reafirmada por Pablo VI en su
Encíclica, brota de la lectura del «lenguaje del cuerpo» en la verdad.
Se trata aquí de la verdad, primero en su dimensión ontológica («estructura íntima») y luego
-en consecuencia- de la dimensión subjetiva y psicológica («significado»). El texto de la Encíclica
subraya que, en el caso en cuestión, se trata de una norma de la ley natural.
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Juan Pablo II Teología del Cuerpo VI Parte: Amor y Fecundidad
Podemos, sin embargo, decir más. Aunque la norma moral, formulada así en la Encíclica
«Humanæ vitæ», no se halla literalmente en la Sagrada Escritura, sin embargo, por el hecho de estar
contenida en la Tradición y -como escribe el Papa Pablo VI- haber sido «otras muchas veces
expuesta por el Magisterio» Humanæ vitæ, 12) a los fieles, resulta que esta norma corresponde al
conjunto de la doctrina revelada contenida en las fuentes bíblicas (cf. Humanæ vitæ, 4).
4. Se trata aquí no sólo del conjunto de la doctrina moral contenida en la Sagrada Escritura,
de su premisas esenciales y del carácter general de su contenido, sino también de ese conjunto más
amplio, al que hemos dedicado anteriormente numerosos análisis, al tratar de la «teología del
cuerpo».
Propiamente, desde el fondo de este amplio conjunto, resulta evidente que la citada norma
moral pertenece no sólo a la ley moral natural, sino también al orden moral revelado por Dios:
también desde este punto de vista ello no podría ser de otro modo, sino únicamente tal cual lo ha
transmitido la tradición y el magisterio y, en nuestros días, la Encíclica «Humanæ vitæ», como
documento contemporáneo de este magisterio.
Pablo VI escribe: «Nos pensamos que los hombres, en particular los de nuestro tiempo, se
encuentran en grado de comprender el carácter profundamente razonable y humano de este principio
fundamental». (Humanæ vitæ, 12). Podemos añadir: ellos pueden comprender, también, su profunda
conformidad con todo lo que transmite la Tradición, derivada de las fuentes bíblicas. Las bases de
esta conformidad deben buscarse particularmente en la antropología bíblica. Por otra parte, es sabido
el significado que la antropología tiene para la ética, o sea, para la doctrina moral. Parece, pues, que
es del todo razonable buscar precisamente en la «teología del cuerpo» el fundamento de la verdad de
las normas que se refieren a la problemática tan fundamental del hombre en cuanto «cuerpo»: «los
dos serán una misma carne» (Gén 2, 24).
5. La norma de la Encíclica «Humanæ vitæ» afecta a todos los hombres, en cuanto que es
una norma de la ley natural y se basa en la conformidad con la razón humana (cuando ésta, se
entiende, busca la verdad). Con mayor razón ella concierne a todos los fieles, miembros de la Iglesia,
puesto que el carácter razonable de esta norma encuentra indirectamente confirmación y sólido
sostén en el conjunto de la «teología del cuerpo». Desde este punto de vista hemos hablado, en
anteriores análisis, del «ethos» de la redención del cuerpo.
La norma de la ley natural, basada en este «ethos», encuentra no solamente una nueva
expresión, sino también un fundamento más pleno antropológico y ético, bien sea en la palabra del
Evangelio, bien sea en la acción purificante y fortificante del Espíritu Santo.
Hay, pues, razones suficientes para que los creyentes y, en particular, los teólogos relean y
comprendan cada vez más profundamente la doctrina moral de la Encíclica en este contexto integral.
Las reflexiones, que desde hace tiempo venimos haciendo, constituyen precisamente un
intento de una relectura así.
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Juan Pablo II Teología del Cuerpo VI Parte: Amor y Fecundidad
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del designio de Dios sobre el amor humano, con la certeza de que el único y verdadero bien de la
persona humana consiste en la realización de este designio divino.
Se podría decir que, precisamente, en nombre de la mencionada «norma de comprensión», el
Concilio ha planteado la cuestión de la «armonía del amor humano con el respeto a la vida» (GS 51) ,
y la Encíclica «Humanæ vitæ», no sólo ha recordado luego las normas morales que obligan en este
ámbito, sino que se ocupa además, ampliamente, del problema de la «posibilidad de la observancia
de la ley divina» .
Estas reflexiones actuales sobre el carácter del documento «Humanæ vitæ» nos preparan
para tratar a continuación el tema de la «paternidad responsable».
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Juan Pablo II Teología del Cuerpo VI Parte: Amor y Fecundidad
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3. Se podría observar, en este punto, que los cónyuges que recurren a la regulación natural
de la fertilidad podrían carecer de las razones válidas de que se ha hablado anteriormente; pero esto
constituye un problema ético aparte, dado que se trata del sentido moral de la «paternidad y
maternidad responsables».
Suponiendo que las razones para decidir no procrear sean moralmente rectas, queda el
problema moral del modo de actuar en tal caso, y esto se expresa en un acto que -según la doctrina
de la Iglesia transmitida en la Encíclica- posee su intrínseca calificación moral positiva o negativa. La
primera, positiva, corresponde a la «natural» regulación de la fertilidad; la segunda, negativa,
corresponde a la «contracepción artificial».
4. Toda la argumentación precedente se resume en la exposición de la doctrina contenida en
la «Humanæ vitæ», advirtiendo en ella el carácter normativo y al mismo tiempo pastoral. En la
dimensión normativa se trata de precisar y aclarar los principios morales del actuar; en la dimensión
pastoral se trata sobre todo de ilustrar la posibilidad de actuar según estos principios («posibilidad de
la observancia de la ley divina», Humanæ vitæ, 20).
Debemos detenernos en la interpretación del contenido en la Encíclica. A tal fin es necesario
ver ese contenido, ese conjunto normativo-pastoral a la luz de la teología del cuerpo, tal como emerge
del análisis de los textos bíblicos.
5. La teología del cuerpo no es tanto una teoría, cuanto más bien una específica, evangélica,
cristiana pedagogía del cuerpo. Esto se deriva del carácter de la Biblia, y sobre todo del Evangelio
que, como mensaje salvífico, revela lo que es verdadero bien del hombre, a fin de modelar -a medida
de este bien- la vida en la tierra, en la perspectiva de la esperanza del mundo futuro.
La Encíclica «Humanæ vitæ», siguiendo esta línea, responde a la cuestión sobre el verdadero
bien del hombre como persona, en cuanto varón y mujer; sobre lo que corresponde a la dignidad del
hombre y de la mujer, cuando se trata del importante problema de la transmisión de la vida en la
convivencia conyugal.
A este problema dedicaremos ulteriores reflexiones.
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Se puede decir que la Encíclica «Humanæ vitæ» lleva a las últimas consecuencias, no sólo
lógicas y morales, sino también prácticas y pastorales, esta verdad sobre el cuerpo humano en su
masculinidad y feminidad .
3. La unidad de los dos aspectos del problema -de la dimensión sacramental (o sea,
teológica) y de la personalística- corresponde a la global «revelación del cuerpo». De aquí se deriva
también la conexión de la visión estrictamente teológica con la ética, que nace de la «ley natural».
En efecto, el sujeto de la ley natural es el hombre no sólo en el aspecto «natural» de su
existencia, sino también en la verdad integral de su subjetividad personal. El señor manifiesta, en la
Revelación, como hombre y mujer, en su plena vocación temporal y escatológica. Es llamado por Dios
para ser testigo e intérprete del eterno designio del amor, convirtiéndose en ministro del sacramento
que, «desde el principio», se constituye en el signo de la «unión de la carne».
4. Como ministros de un sacramento que se realiza por medio del consentimiento y se
perfecciona por la unión conyugal, el hombre y la mujer están llamados a expresar
ese misterioso «lenguaje» de sus cuerpos en toda la verdad que les es propia. Por medio de los
gestos y de las reacciones, por medio de todo el dinamismo, recíprocamente condicionado, de la
tensión y del gozo -cuya fuente directa es el cuerpo en su masculinidad y feminidad, el cuerpo en su
acción e interacción- a través de todo esto «habla» el hombre, la persona.
El hombre y la mujer con el «lenguaje del cuerpo» desarrollan ese diálogo que -según el
Génesis 2, 24-25- comenzó el día de la creación. Y precisamente a nivel de este «lenguaje del
cuerpo» -que es algo más que la sola reactividad sexual y que, como auténtico lenguaje de las
personas, está sometido a las exigencias de la verdad, es decir a normas morales objetivas-, el
hombre y la mujer se expresan recíprocamente a sí mismos del modo más pleno y más profundo, en
cuanto les es posible por la misma dimensión somática de la masculinidad y femineidad: el hombre y
la mujer se expresan a sí mismos en la medida de toda la verdad de su persona.
5. El hombre es persona precisamente porque es dueño de sí y se domina a sí
mismo. Efectivamente, en cuanto que es dueño de sí mismo puede «donarse» al otro. Y ésta es una
dimensión -dimensión de la libertad del don que se convierte en esencial y decisiva para ese
«lenguaje del cuerpo», en el que el hombre y la mujer se expresan recíprocamente en la unión
conyugal. Dado que esta comunión es comunión de personas, el «lenguaje del cuerpo» debe
juzgarse según el criterio de la verdad. Precisamente la Encíclica «Humanæ vitæ» presenta este
criterio, como confirman los pasajes antes citados.
6. Según el criterio de esta verdad, que debe expresarse con el «lenguaje del cuerpo», el acto
conyugal «significa» no sólo el amor, sino también la fecundidad potencial, y por esto no puede ser
privado de su pleno y adecuado significado mediante intervenciones artificiales. En el acto conyugal
no es lícito separar artificialmente el significado unitivo del significado procreador, porque uno y otro
pertenecen a la verdad íntima del acto conyugal: uno se realiza justamente con el otro y, en cierto
sentido, el uno a través de otro. Así enseña la Encíclica (cf. Humanæ vitæ, 12). Por lo tanto en este
caso el acto conyugal, privado de su verdad interior, al ser privado artificialmente de su capacidad
procreadora, deja también de ser acto de amor.
7. Puede decirse que en el caso de una separación artificial de estos dos significados, en el
acto conyugal se realiza una real unión corpórea, pero no corresponde a la verdad interior ni a la
dignidad de la comunión personal: communio personarum. Efectivamente esta comunión exige que el
«lenguaje del cuerpo» se exprese recíprocamente en la verdad integral de su significado. Si falta esta
verdad, no se puede hablar ni de la verdad el dominio de sí, ni de la verdad del don recíproco y de la
recíproca aceptación de sí por parte de la persona. Esta violación del orden interior de la comunión
conyugal, que hunde sus raíces en el orden mismo de la persona, constituye el mal esencial del acto
anticonceptivo.
8. Tal interpretación de la doctrina moral, expuesta en la Encíclica «Humanæ vitæ», se sitúa
sobre el amplio trasfondo de las reflexiones relacionadas con la teología del cuerpo. Resultan
especialmente válidas para esta interpretación las reflexiones sobre el «signo» en conexión con el
matrimonio, entendido como sacramento. Y la esencia de la violación que perturba el orden interior
del acto conyugal no puede entenderse de modo teológicamente adecuado, sin las reflexiones sobre
el tema de la «concupiscencia de la carne».
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Juan Pablo II Teología del Cuerpo VI Parte: Amor y Fecundidad
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que «para espaciar los nacimientos existan serios motivos, derivados de las condiciones físicas o
psicológicas de los cónyuges o de circunstancias exteriores...» (Humanæ vitæ, 16).
6. En el caso de una regulación moralmente recta de la natalidad que se realiza mediante la
continencia periódica, se trata claramente de practicar la castidad conyugal, es decir, de una
determinada actitud ética. En el lenguaje bíblico diríamos que se trata de vivir el espíritu (cf. Gál 5,
25).
La regulación moralmente recta se denomina también «regulación natural de la natalidad», lo
que puede explicarse como conformidad con la «ley natural». Por «ley natural» entendemos aquí el
«orden de la naturaleza» en el campo de la procreación, en cuanto es comprendido por la recta
razón: este orden es la expresión del plan del Creador sobre el hombre. Y esto precisamente es lo
que la Encíclica, juntamente con toda la Tradición de la doctrina y de la práctica cristiana, subraya de
modo especial: el carácter virtuoso de la actitud que se manifiesta con la regulación «natural» de la
natalidad, está determinado no tanto por la fidelidad a una impersonal «ley natural», cuanto al
Creador-persona, fuente y Señor del orden que se manifiesta en esta ley.
Desde este punto de vista, la reducción a la sola regularidad biológica, separada del «orden
de la naturaleza», esto es, del «plan del Creador», deforma el auténtico pensamiento de la Encíclica
«Humanæ vitæ» (cf. Humanæ vitæ, 14).
El documento presupone ciertamente esa regularidad biológica, más aún, exhorta a las
personas competentes a estudiarla y aplicarla de un modo aún más profundo, pero entiende siempre
esta regularidad como la expresión del «orden de la naturaleza» esto es, del plan providencial del
Creador, en cuya fiel ejecución consiste el verdadero bien de la persona humana.
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posibilidades de los mismos cónyuges, sino también el bien de la sociedad a que pertenecen, de la
Iglesia y hasta de la humanidad entera.
La Encíclica «Humanæ vitæ» presenta la «paternidad responsable» como expresión de un
alto valor ético. De ningún modo va enderezada unilateralmente a la limitación y, menos aún, a la
exclusión de la prole: supone también la disponibilidad a acoger una prole más numerosa. Sobre
todo, según la Encíclica «Humanæ vitæ», la «paternidad responsable» realiza «una vinculación más
profunda con el orden moral objetivo establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta
conciencia» (Humanæ vitæ, 10).
4. La verdad de la paternidad-maternidad responsable y su realización va unida a la madurez
moral de la persona, y es aquí donde muy frecuentemente se manifiesta la divergencia entre aquello
a que la Encíclica atribuye explícitamente el primado y aquello a lo que se da a este primado en la
mentalidad corriente.
En la Encíclica se pone en primer plano la dimensión ética del problema subrayando el papel
de la virtud de la templanza rectamente entendida. En el ámbito de esta dimensión hay también un
«método» adecuado para actuar según él. En el modo corriente de pensar acontece con frecuencia
que el «método», desvinculado de la dimensión ética que le es propia, se pone en acto de modo
meramente funcional y hasta utilitario. Separando el «método natural» de la dimensión ética, se deja
de percibir la diferencia existente entre éste y otros «métodos» (medios artificiales) y se llega a hablar
de él como si se tratase sólo de una forma diversa de anticoncepción.
5. Desde el punto de vista de la auténtica doctrina expresada en la Encíclica «Humanæ vitæ»,
es importante, por consiguiente, presentar correctamente el método a que alude dicho documento
(cf. Humanæ vitæ, 16); es importante sobre todo profundizar en la dimensión ética, en cuyo ámbito
por ser «natural» asume el significado de método honesto «moralmente recto». Y, por ello, en el
marco de este análisis nos convendrá dedicar la atención principalmente a lo que afirma la Encíclica
sobre el tema del dominio de sí mismo y sobre la continencia. Sin una interpretación penetrante de
este tema no llegaremos al núcleo de la verdad moral ni tan poco al núcleo de la verdad antropológica
del problema. Ya se ha hecho notar anteriormente que las raíces de este problema se hunden en la
teología del cuerpo: es ésta (cuando pasa a ser, como debe, pedagogía del cuerpo) la que constituye
en realidad el «método» moralmente honesto de la regulación de la natalidad entendido en su sentido
más profundo y más pleno.
6. Expresando a continuación los carácteres de los valores específicamente morales de la
regulación «natural» de la natalidad (es decir, honesta, o sea moralmente recta), el autor de la
«Humanæ vitæ» se expresa así: «Esta disciplina... aporta a la vida familiar frutos de serenidad y de
paz, y facilita la solución de otros problemas: favorece la atención hacia el otro cónyuge; ayuda a
superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraiza más su sentido de responsabilidad. Los
padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos; los
niños y los jóvenes crecen en la justa estima de los valores humanos y en el desarrollo sereno y
armónico de sus facultades espirituales y sensibles» (Humanæ vitæ, 21).
7. Las frases citadas completan el cuadro de lo que la Encíclica «Humanæ vitæ» entiende por
«práctica honesta de la regulación de la natalidad» (Humanæ vitæ, 21). Esta es, como se ve, no sólo
un «modo de comportarse» en un campo determinado, sino una actitud que se funda en la madurez
moral integral de las personas, y al mismo tiempo la completa.
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Juan Pablo II Teología del Cuerpo VI Parte: Amor y Fecundidad
propio de ellos delante del mundo. A ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los
hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los esposos con su
cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana» (Humanæ vitæ, 25).
2. Al mostrar el mal moral del acto anticonceptivo, y delineando, al mismo tiempo, un cuadro
posiblemente integral de la práctica «honesta» de la regulación de la fertilidad, o sea, de la paternidad
y maternidad responsables, la Encíclica «Humanæ vitæ» crea las premisas que permiten trazar las
grandes líneas de la espiritualidad cristiana, de la vocación y de la vida conyugal e, igualmente, de
la de los padres y de la familia.
Más aún, puede decirse que la Encíclica presupone toda la tradición de esta espiritualidad,
que hunde sus raíces en las fuentes bíblicas, ya analizadas anteriormente, brindando la ocasión de
reflexionar de nuevo sobre ellas y hacer una síntesis adecuada.
Conviene recordar aquí lo que se ha dicho sobre la relación orgánica entre la teología del
cuerpo y la pedagogía del cuerpo. Esta «teología-pedagogía», en efecto, constituye ya de por sí el
núcleo esencial de la espiritualidad conyugal. Y esto lo indican también las frases de la Encíclica que
hemos citado.
3. Ciertamente, reelería e interpretaría de forma errónea la Encíclica «Humanæ vitæ» el que
viese en ella tan sólo la reducción de la «paternidad y maternidad responsables» a los solos «ritmos
biológicos de fecundidad». El autor de la Encíclica desaprueba enérgicamente y contradice toda
forma de interpretación reductiva (y en este sentido «parcial»), y vuelve a proponer con insistencia la
comprensión integral. La paternidad-maternidad responsable, entendida integralmente, no es más
que un importante elemento de toda la espiritualidad conyugal y familiar, es decir, de esa vocación de
la que habla el texto citado de la «Humanæ vitæ», cuando afirma que los cónyuges deben realizar
«su vocación hasta la perfección» (Humanæ vitæ, 25). El sacramento del matrimonio los corrobora y
como consagra para conseguirla (cf. Humanæ vitæ, 25).
A la luz de la doctrina, expresada en la Encíclica, conviene que nos demos mayor cuenta de
esa «fuerza corroborante» que está unida a la «consagración sui generis» del sacramento del
matrimonio.
Puesto que el análisis de la problemática ética del documento de Pablo VI estaba centrado
sobre todo en la exactitud de la respectiva norma, el esbozo de la espiritualidad conyugal que allí se
encuentra, intenta poner de relieve precisamente estas «fuerzas» que hacen posible el auténtico
testimonio cristiano de la vida conyugal.
4. «No es nuestra intención ocultar las dificultades, a veces graves, inherentes a la vida de los
cónyuges cristianos: para ellos, como para todos, la puerta es estrecha y angosta la senda que lleva
a la vida (cf. Mt 7, 14). Pero la esperanza de esta vida debe iluminar su camino mientras se esfuerzan
animosamente por vivir con prudencia, justicia y piedad en el tiempo presente, conscientes de que la
forma de este mundo es pasajera» (Humanæ vitæ, 25).
En la Encíclica, la visión de la vida conyugal está, en cada pasaje, marcada por realismo
cristiano, y esto es precisamente lo que más ayuda a conseguir esas «fuerzas» que permiten formar
la espiritualidad de los cónyuges y de los padres en el espíritu de una auténtica pedagogía del
corazón y del cuerpo.
La misma conciencia «de la vida futura» abre, por decirlo así, un amplio horizonte de esas
fuerzas que deben guiarlos por la senda angosta (cf. Humanæ vitæ, 25) y conducirlos por la puerta
estrecha (cf. Humanæ vitæ, 25) de la vocación evangélica.
La Encíclica dice: «Afronten, pues, los esposos los necesarios esfuerzos, apoyados por la fe y
por la esperanza, que no engaña, porque el amor de Dios ha sido difundido en nuestros corazones
junto con el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Humanæ vitæ, 25).
5. He aquí la fuerza» esencial y fundamental: el amor injertado en el corazón («difundido en
los corazones») por el Espíritu Santo. Luego la Encíclica indica cómo los cónyuges deben implorar
esta «fuerza» esencial y toda otra «ayuda divina» con la oración; cómo deben obtener la gracia y el
amor de la fuente siempre viva de la Eucaristía; cómo deben superar «con humilde perseverancia»
las propias faltas y los propios pecados en el sacramento de la penitencia.
Estos son los medios -infalibles e indispensables- para formar la espiritualidad cristiana de la
vida conyugal y familiar. Con ellos esa esencial y espiritualmente creativa «fuerza» de amor llega a
los corazones humanos y, al mismo tiempo, a los cuerpos humanos en su subjetiva masculinidad y
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feminidad. Efectivamente, este amor permite construir toda la convivencia de los esposos según «la
verdad del signo», por medio de la cual se construye el matrimonio en su dignidad sacramental, como
pone de relieve el punto central de la Encíclica (cf. Humanæ vitæ, 21).
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los valores más profundos y más maduros, que están en conexión con el significado nupcial del
cuerpo y con la verdadera libertad del don.
Si la castidad conyugal (y la castidad en general) se manifiesta, en primer lugar, como
capacidad de resistir a la concupiscencia de la carne, luego gradualmente se revela como capacidad
singular de percibir, amar y realizar esos significados del «lenguaje del cuerpo», que permanecen
totalmente desconocidos para la concupiscencia misma y que progresivamente enriquecen el diálogo
nupcial de los cónyuges, purificándolo y, a la vez, simplificándolo.
Por esto, la ascesis de la continencia, de la que habla la Encíclica (Humanæ vitæ, 21) no
comporta el empobrecimiento de las «manifestaciones afectivas», sin que más bien las hace más
intensas espiritualmente, y, por lo mismo, comporta su enriquecimiento.
4. Al analizar de este modo la continencia, en la dinámica propia de esta virtud (antropológica,
ética y teológica), nos damos cuenta de que desaparece la aparente «contradicción» que se objeta
frecuentemente a la Encíclica «Humanæ vitæ» y a la doctrina de la Iglesia sobre la moral conyugal.
Es decir, existiría «contradicción» (según los que plantean tal objeción) entre los dos significados del
acto conyugal, el significado unitivo y el procreador (cf. Humanæ vitæ), de tal modo que si no fuera
lícito disociarlos, los cónyuges se verían privados del derecho a la unión conyugal, cuando no
pudieran responsablemente permitirse procrear.
La Encíclica «Humanæ vitæ» da respuesta a esta aparente «contradicción», si se la estudia
profundamente. El Papa Pablo VI, en efecto, confirma que no existe tal «contradicción», sino sólo una
«dificultad» vinculada a toda la situación interior del «hombre de la concupiscencia». En cambio,
precisamente por razón de esta «dificultad», se asigna al compromiso interior y ascético de los
esposos el verdadero orden de la convivencia conyugal, mirando al cual son «corroborados y como
consagrados» (Humanæ vitæ, 25) por el sacramento del matrimonio.
El orden de la convivencia conyugal significa, además, la armonía subjetiva entre la
paternidad (responsable) y la comunión personal, armonía creada por la castidad conyugal. De
hecho, con ella maduran los frutos interiores de la continencia. Por medio de esta maduración
interior el mismo acto conyugal adquiere la importancia y dignidad que le son propias en su
significado potencialmente procreador; simultáneamente adquieren un adecuado significado todas las
«manifestaciones afectivas» (Humanæ vitæ, 21), que sirven para expresar la comunión personal de
los esposos proporcionalmente con la riqueza subjetiva de la feminidad y masculinidad.
6. Conforme a la experiencia y a la tradición, la Encíclica pone de relieve que el acto conyugal
es también una «manifestación de afecto» (Humanæ vitæ, 16), pero una «manifestación de
afecto» especial, porque, al mismo tiempo tiene un significado potencialmente procreador. En
consecuencia, está orientado a expresar la unión personal, pero no sólo esa. La Encíclica, a la vez,
aunque de modo indirecto, indica múltiples «manifestaciones de afecto», eficacesexclusivamente para
expresar la unión personal de los cónyuges.
La finalidad de la castidad conyugal, y, más precisamente aún, la de la continencia, no está
sólo en proteger la importancia y la dignidad del acto conyugal en relación con su significado
potencialmente procreador, sino también en tutelar la importancia y la dignidad propias del acto
conyugal en cuanto que es expresivo de la unión interpersonal, descubriendo en la conciencia y en la
experiencia de los esposos todas las otras posibles «manifestaciones de afecto», que expresan su
profunda comunión.
Efectivamente, se trata de no causar daño a la comunión de los cónyuges en el caso en que,
por justas razones, deban abstenerse del acto conyugal. Y, todavía más, de que esta comunión,
construida continuamente, día tras día, mediante conformes «manifestaciones afectivas», constituya,
por decirlo así, un amplio terreno, en el que, con las condiciones oportunas, madura la decisión de un
acto conyugal moralmente recto.
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que el esfuerzo espiritual que tiende a expresar el «lenguaje del cuerpo» no sólo en la verdad, sino
también en la auténtica riqueza de las «manifestaciones de afecto».
2. ¿Es posible este esfuerzo? Con otras palabras (y bajo otro aspecto) vuelve aquí el
interrogante acerca de la «posibilidad de practicar la norma moral», recordada y confirmada por la
«Humanæ vitæ». Se trata de uno de los interrogantes más esenciales (y actualmente también uno de
los más urgentes) en el ámbito de a espiritualidad conyugal.
La Iglesia está plenamente convencida de la verdad del principio que afirma la paternidad y
maternidad responsables -en el sentido explicado en catequesis anteriores-, y esto no sólo por
motivos «demográficos», sino por razones más esenciales. Llamamos responsable a la paternidad y
maternidad que corresponde a la dignidad personal de los esposos como padres, a la verdad de su
persona y del acto conyugal. De aquí se deriva la íntima y directa relación que une esta dimensión
con toda la espiritualidad conyugal.
El Papa Pablo VI, en la «Humanæ vitæ», ha expresado lo que, por otra parte, habían
afirmado muchos autorizados moralistas y científicos incluso no católicos (1), que precisamente en
este campo, tan profundo y esencialemente humano y personal, hay que hacer referencia ante todo al
hombre como persona, al sujeto que decide de sí mismo, y no a los «medios» que lo hacen «objeto»
(de manipulación) y lo «despersonalizan». Se trata, pues, aquí de un significado auténticamente
«humanístico» del desarrollo y del progreso de la civilización humana.
3. ¿Es posible este esfuerzo? Toda la problemática de la Encíclica «Humanæ vitæ» no se
reduce simplemente a la dimensión biológica de la fertilidad humana (a la cuestión de los «ritmos
naturales de fecundidad»), sino que se remonta a la subjetividad misma del hombre, a ese «yo»
personal, por el cual uno es hombre o mujer.
Ya durante los debates en el Concilio Vaticano II, relacionados con el capítulo de la «Gaudium
et spes» sobre la «dignidad del matrimonio y de la familia y su valoración», se hablaba de la
necesidad de un análisis profundo de las reacciones (y también de las emociones) vinculadas con la
influencia recíproca de la masculinidad y femineidad en el sujeto humano (2). Este problema
pertenece no tanto a la biología como a la psicología: de la biología y psicología pasa luego a la
esfera de la espiritualidad conyugal y familiar. Efectivamente, aquí este problema está en relación
íntima con el modo de entender la virtud de la continencia, o sea, del dominio de sí y, en particular, de
la continencia periódica.
4. Un análisis atento de la psicología humana (que es, a la vez, un auto-análisis subjetivo y
luego se convierte en análisis de un «objeto» accesible a la ciencia humana), permite llegar a algunas
afirmaciones esenciales. De hecho, en las relaciones interpersonales donde se manifiesta el influjo
recíproco de la masculinidad y feminidad, se libera en el sujeto sico-emotivo, en el «yo» humano,
junto a una reacción que se puede calificar como «excitación», otra reacción que se puede calificar
como «emoción». Aunque estos dos géneros de reacciones aparecen unidos, es posible distinguirlos
experimentalmente y «diferenciarlos» respecto al contenido o a su «objeto» (3).
La diferencia objetiva entre uno y otro género de reacciones consiste en el hecho de que la
excitación es ante todo «corpórea» y en este sentido, «sexual»; en cambio, la emoción -aun cuando
suscitada por la reacción recíproca de la masculinidad y femineidad- se refiere sobre todo a la otra
persona entendida en su «totalidad». Se puede decir que ésta es una «emoción causada por la
persona», en relación con su masculinidad o feminidad.
5. Lo que aquí afirmamos referente a la psicología de las reacciones recíprocas de la
masculinidad y feminidad, ayuda a comprender la función de la virtud de la continencia, de la que
hemos hablado antes. Esta no es sólo -ni siquiera principalmente- la capacidad de «abstenerse», esto
es, el dominio de las múltiples reacciones que se entrelazan en el recíproco influjo de la masculinidad
y feminidad: esta función podría definirse como «negativa». Pero existe también otra función (que
podemos llamar «positiva») del dominio de sí: y es la capacidad de dirigir las respectivas reacciones,
ya sea en su contenido, ya en su carácter.
Se ha dicho ya que en el campo de las reacciones recíprocas de la masculinidad y feminidad,
la «excitación» y la «emoción» aparecen, no sólo como dos experiencias distintas y diferentes del
«yo» humano, sino que muy frecuentemente aparecen unidas en el ámbito de la misma experiencia
como dos elementos diversos de ella. Depende de varias circunstancias de naturaleza interior y
exterior la proporción recíproca en la que aparecen estos dos elementos en una experiencia
determinada. A veces prevalece netamente uno de ellos, otras, más bien, hay equilibro entre ellos.
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Juan Pablo II Teología del Cuerpo VI Parte: Amor y Fecundidad
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Juan Pablo II Teología del Cuerpo VI Parte: Amor y Fecundidad
La Encíclica «Humanæ vitæ» dedica la debida atención al aspecto biológico del problema, es
decir, al carácter rítmico de la fecundidad humana. Aunque esta «periodicidad» pueda llamarse, a la
luz de la Encíclica, índice providencialpara una paternidad y maternidad responsables, sin
embargo, no se resuelve sólo a ese nivel un problema como éste, que tiene un significado tan
profundamente personalista y sacramental (teológico).
La Encíclica enseña la paternidad y maternidad responsables «como verificación de un
maduro amor conyugal» y, por esto, contiene no sólo la respuesta al interrogante concreto que se
plantea en el ámbito de la ética de la vida conyugal, sino, como ya se ha dicho, indica además un
trazado de la espiritualidad conyugal que deseamos, al menos, delinear.
4. El modo correcto de entender y practicar la continencia periódica como virtud (o sea, según
la «Humanæ vitæ», n. 21, el «dominio de sí»), decide también esencialmente la «naturalidad» del
método, llamado también «método natural»: se trata de «naturalidad» a nivel de la persona. No se
puede pensar, pues, en una aplicación mecánica de las leyes biológicas. El conocimiento mismo de
los «ritmos de fecundidad» -aun cuando indispensable- no crea todavía esa libertad interior del don,
que es de naturaleza explícitamente espiritual y depende de la madurez del hombre interior. Esta
libertad supone una capacidad tal que dirija las reacciones sensuales y emotivas, que haga posible la
donación de sí al otro «yo», a base de la posesión madura del propio «yo» en su subjetividad
corpórea y emotiva.
5. Como es sabido por los análisis bíblicos y teológicos hechos anteriormente, el cuerpo
humano, en su masculinidad y feminidad, está interiormente ordenado a la comunión de las personas
(communio personarum). En esto consiste su significado nupcial.
Precisamente el significado nupcial del cuerpo ha sido deformado, casi en sus mismas bases,
por la concupiscencia (en particular de la concupiscencia de la carne, en el ámbito de la «triple
concupiscencia»). La virtud de la continencia, en su forma madura, desvela gradualmente el aspecto
«puro» del significado nupcial del cuerpo. De este modo la continencia desarrolla la comunión
personal del hombre y de la mujer, comunión que no puede formarse y desarrollarse en la plena
verdad de sus posibilidades, únicamente en el terreno de la concupiscencia. Esto es lo que afirma
precisamente la Encíclica «Humanæ vitæ». Esta verdad tiene dos aspectos: el personalista y el
teológico.
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al nivel propio de las personas (communio personarum), si no mediante las fuerzas provenientes del
espíritu, y precisamente, del Espíritu Santo que purifica, vivifica, corrobora y perfecciona las fuerzas
del espíritu humano. «El Espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada» (Jn 6, 63).
De aquí se deduce que las líneas esenciales de la espiritualidad conyugal están grabadas
«desde el principio» en la verdad bíblica sobre el matrimonio. Esta espiritualidad está también «desde
el principio» abierta a los dones del Espíritu Santo. Si la Encíclica «Humanæ vitæ» exhorta a los
esposos a una «oración perseverante» y a la vida sacramental (diciendo: «acudan sobre todo a la
fuente de gracia y caridad en la Eucaristía; recurran con humilde perseverancia a la misericordia de
Dios, que se concede en el sacramento de la penitencia», Humanæ vitæ, 25),10 hace recordando al
Espíritu Santo que «da vida» (2 Cor 3, 6).
4. Los dones del Espíritu Santo, y en particular el don del respeto de lo que es sagrado,
parecen tener aquí un significado fundamental. Efectivamente, tal don sostiene y desarrolla en los
cónyuges una singular sensibilidad por todo lo que en su vocación y convivencia lleva el signo del
misterio de la creación y redención: por todo lo que es un reflejo creado de la sabiduría y del amor de
Dios. Así, pues, ese don parece iniciar al hombre y a la mujer, de modo particularmente profundo, en
el respeto de los dos significados inseparables del acto conyugal, de los que habla la Encíclica
(Humanæ vitæ, 12) con relación al sacramento del matrimonio. El respeto a los dos significados del
acto conyugal sólo puede desarrollarse plenamente a base de una profunda referencia a la dignidad
personal de la nueva vida, que puede surgir de la unión conyugal del hombre y de la mujer. El don del
respeto de lo que es creado por Dios se expresa precisamente en tal referencia.
5. El respeto al doble significado del acto conyugal en el matrimonio, que nace del don del
respeto por la creación de Dios, se manifiesta también como temor salvífico: temor a romper o
degradar lo que lleva en sí el signo del misterio divino de la creación y redención. De este temor habla
precisamente el autor de la Carta a los Efesios: «Estad sujetos los unos a los otros en el temor de
Cristo» (Ef 5, 21).
Si este temor salvífico se asocia inmediatamente a la función «negativa» de la continencia (o
sea, a la resistencia con relación a la concupiscencia de la carne), se manifiesta también -y de
manera creciente, a medida que esta virtud madura- como sensibilidad plena de veneración por los
valores esenciales de la unión conyugal: por los «dos significados del acto conyugal» (o bien,
hablando en el lenguaje de los análisis precedentes, por la verdad interior del mutuo «lenguaje del
cuerpo»).
A base de una profunda referencia a estos dos valores esenciales, lo que significa unión de
los cónyuges se armoniza en el sujeto con lo que significa paternidad y maternidad responsables. El
don del respeto de lo que Dios ha creado hace ciertamente que la aparente «contradicción» en esta
esfera desaparezca y que la dificultad que proviene de la concupiscencia se supere gradualmente,
gracias a la madurez de la virtud y a la fuerza del don del Espíritu Santo.
6. Si se trata de la problemática de la llamada continencia periódica (o sea, el recurso a los
«métodos naturales»), el don del respeto por la obra de Dios ayuda, de suyo, a conciliar la dignidad
humana con los «ritmos naturales de fecundidad», es decir, con la dimensión biológica de la
feminidad y masculinidad de los cónyuges; dimensión que tiene también un significado propio para la
verdad del mutuo «lenguaje del cuerpo» en la convivencia conyugal.
De este modo, también lo que -no tanto en el sentido bíblico, sino sobre todo en el
«biológico»- se refiere a la «unión conyugal en el cuerpo», encuentra su forma humanamente madura
gracias a la vida «según el Espíritu» .
Toda la práctica de la honesta regulación de la fertilidad, tan íntimamente unida a la
paternidad y maternidad responsables, forma parte de la espiritualidad cristiana conyugal y familiar; y
sólo viviendo «según el Espíritu» se hace interiormente verdadera y auténtica.
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Juan Pablo II Teología del Cuerpo VI Parte: Amor y Fecundidad
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del cuerpo». La Encíclica «Humanæ vitæ» proclama inseparable la conexión entre esa «verdad» y el
amor.
129. El amor humano en el plan divino (28-XI-84/2-XII-84)
1. El conjunto de las catequesis que componen este volúmen y que concluyo con este
capítulo, puede figurar bajo el título «El amor humano en el plan divino» o, con mayor precisión, «La
redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio». Todas ellas se dividen en dos partes.
La primera parte está dedicada al análisis de las palabras de Cristo que resultan apropiadas
para abrir el tema presente. Dichas palabras se han analizado ampliamente en la globalidad del texto
evangélico; y, después de la reflexión de varios años, se han convenido en poner de relieve los tres
textos que se estudian en dicha primera parte de la catequesis.
Ocupa el primer el texto en que Cristo se refiere «al principio» en la conversación con los
fariseos sobre la unidad e indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19, 8; Mc 10, 6-9). Luego, están las
palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña sobre la «concupiscencia» en cuanto
«adulterio cometido con el corazón» (cf. Mt 5, 28). Y, en fin, vienen las palabras transmitidas por todos
los sinópticos en las que Cristo hace referencia a la resurrección de los cuerpos en el «otro mundo»
(cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 35).
La segunda parte de la catequesis está dedicada al análisis del sacramento a partir de la
Carta a los Efesios (Ef 22-23) que nos leva al «principio» bíblico del matrimonio expresado en estas
palabras del libro del Génesis: «...dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer
y vendrán a ser los dos una sola carne» (Gén 2, 24).
Las catequesis de la primera y segunda parte emplean repetidamente el término «teología del
cuerpo». En cierto sentido éste es un término «de trabajo». La introducción del término y concepto de
«teología del cuerpo» era necesaria para fundamentar el tema de «La redención del cuerpo y la
sacramentalidad del matrimonio» sobre una base más amplia. En efecto, es menester hacer notar
enseguida que el término «teología del cuerpo» rebasa ampliamente el contenido de las reflexiones
que se han hecho. Estas reflexiones no abarcan muchos aspectos que por su objeto pertenecen a la
teología del cuerpo (como, por ejemplo, el problema del sufrimiento y la muerte, tan acusado en el
mensaje bíblico). Hay que decirlo claramente. Asímismo es necesario reconocer, de modo explícito,
que las reflexiones sobre el tema de «La redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio»
pueden hacerse correctamente partiendo del momento en que la luz de la Revelación afecta a la
realidad del cuerpo humano (o sea, sobre la base de la «teología del cuerpo»). Esto se ve
confirmado, por lo demás, en las palabras del libro del Génesis «vendrán a ser los dos una sola
carne», palabras que originaria y semánticamente están en la base de nuestro tema.
2. La reflexiones sobre el sacramento del matrimonio se han desarrollado teniendo en cuenta
las dos dimensiones esenciales en este sacramento (al igual que en todos los demás), es decir, la
dimensión de la alianza y de la gracia, y la dimensión del signo.
A través de estas dos dimensiones nos hemos fijado continuamente en las reflexiones sobre
la teología del cuerpo, unidas a través de las palabras-clave de Cristo. A estas reflexiones hemos
llegado también emprendiendo, al final de este ciclo de catequesis, el estudio de la Encíclica
«Humanæ vitæ».
La doctrina contenida en este documento de la enseñanza contemporánea de la Iglesia, está
en relación orgánica con la sacramentalidad del matrimonio, asimismo, con toda la problemática
bíblica de la teología del cuerpo, centrada en las «palabras-clave» de Cristo. En cierto sentido puede
decirse que todas las reflexiones sobre la «redención del cuerpo y de la sacramentalidad del
matrimonio» constituyen un amplio comentario a la doctrina contenida en la misma
Encíclica Humanæ vitæ.
Tal comentario parece bastante necesario. Efectivamente, al dar respuesta a algunos
interrogantes de hoy, en el ámbito de la moral conyugal y familiar, la Encíclica ha suscitado, al mismo
tiempo, otros interrogantes, como sabemos, de naturaleza bio-médica, pero también (o mejor, sobre
todo) son interrogantes de naturaleza teológica, pertenecen al ámbito de la antropología y la teología
que hemos denominado «teología del cuerpo».
Se han hecho las reflexiones afrontando los interrogantes surgidos en relación con la
Encíclica «Humanæ vitæ». La reacción que ha producido la Encíclica confirma la importancia y
dificultad de tales interrogantes. Los han puesto de relieve también aclaraciones posteriores del
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mismo Pablo VI, donde indicaba la posibilidad de profundizar en la exposición de la verdad cristiana
en este sector.
Lo reafirmó también la Exhortación «Familiaris consortio», fruto, del Sínodo de los Obispos de
1980, «De muneribus familiæ christianæ». Este documento contiene un llamamiento dirigido en
especial a los teólogos, a elaborar de modo más completo los aspectos bíblicos y personalistas de la
doctrina contenida en la «Humanæ vitæ».
Asumir los interrogantes planeados por la Encíclica quiere decir formularlos y buscarles
respuesta al mismo tiempo. La doctrina contenida en la «Familiaris consortio» pide que tanto la
formulación de los interrogantes como la búsqueda de una respuesta adecuada, se concentren sobre
los aspectos bíblicos y personalistas. Dicha doctrina indica asímismo, la dirección del desarrollo y, por
tanto, también la dirección de su completamiento y profundización progresivos.
3. En el análisis de los aspectos bíblicos habla del modo de enraizar en la revelación la
doctrina proclamada por la Iglesia contemporánea. Esto es importante para el desarrollo de la
teología. El desarrollo, o sea, el progreso de la teología, se realiza de hecho acudiendo
continuamente al estudio del depósito revelado.
El enraizamiento de la doctrina proclamada por la Iglesia en toda la Tradición y en la misma
Revelación divina está abierto siempre a los interrogantes planteados por el hombre y sirve incluso de
los instrumentos más conformes con la ciencia moderna y la cultura de hoy. Parece que en este
sector el acentuado desarrollo de la antropología filosófica (especialmente de la antropología se halla
en la base de la ética) se encuentra muy cerca con los interrogantes suscitados por la Encíclica
«Humanæ vitæ» respecto de la teología, y sobre todo de la ética teológica.
El análisis de los aspectos personales de la doctrina de la Iglesia, contenida en la Encíclica de
Pablo VI, pone en evidencia una llamada decidida a medir el progreso del hombre con el baremo de
la «persona», o sea, de lo que es un bien del hombre en cuanto hombre y que corresponde a su
dignidad esencial.
El examen de los aspectos personalistas lleva a la convicción de que la Encíclica presenta
como problema fundamental el punto de vista del desarrollo auténtico del hombre; en efecto, en
términos generales, dicho desarrollo se mide con el baremo de la ética y no sólo de la «técnica».
4. Las catequesis dedicadas a la Encíclica «Humanæ vitæ» constituye sólo una parte, la final,
de las que han tratado de la redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio.
Si llamo más la atención concretamente sobre estas últimas catequesis, lo hago no sólo
porque el tema tratado en ella está unido más íntimamente a nuestra contemporaneidad, sino sobre
todo porque de él nacen los interrogantes que impregnan en cierto sentido el conjunto de nuestras
reflexiones. Por consiguiente, esta parte final no ha sido añadida artificialmente al conjunto, sino que
le está unida orgánica y homogéneamente. En cierto sentido, la parte colocada al final en la
disposición global, se encuentra a la vez en el comienzo de este conjunto. Esto es importante desde
el punto de vista de la estructura y del método.
Igualmente el momento histórico parece tener su significación; de hecho, estas catequesis se
iniciaron en el tiempo de los preparativos del Sínodo de los Obispos de 1980 sobre el tema del
matrimonio y la familia («De munieribus familiæ christianæ»), y se concluyen después de la
publicación de la publicación de la Exhortación «Familiaris consortio» que es fruto del trabajo de este
Sínodo. De todos es sabido que el Sínodo de 1980 hizo referencia también a la Encíclica «Humanæ
vitæ», y reafirmó plenamente su doctrina.
De todos modos, el momento más importante parece ser el esencial que, en el conjunto de
las reflexiones realizadas: puede precisarse de la manera siguiente: para afrontar los interrogantes
que suscita la Encíclica «Humanæ vitæ» sobre todo en teología, para formular dichos interrogantes y
buscarles respuesta, es necesario encontrar el ámbito bíblico teológico a que nos referimos cuando
hablamos de «redención del cuerpo y sacramentalidad del matrimonio». En este ámbito se
encuentran las respuestas a los interrogantes perennes de la conciencia de hombres y mujeres, y
también a los difíciles interrogantes de nuestro mundo contemporáneo respecto del matrimonio y la
procreación.