Sei sulla pagina 1di 5

Predicación

El llamado de Jeremías
Jeremías 1:4-10

“Antes de darte la vida, ya te había yo escogido; antes de que nacieras, ya te


había yo apartado; te había destinado a ser profeta de las naciones.” Según nuestro
texto de hoy, ésas fueron las palabras que Dios le dirigió al joven Jeremías. “Tengo un
trabajo para ti. Yo tu creador te hice para cumplir con un propósito, una misión.
Quiero que seas mi profeta. Quiero que hables mi palabra a mucha gente.”
¿Y cómo respondió Jeremías? ¿“¡Muy bien, Señor! ¡Haré lo que tú me digas
con gusto, porque confío en ti y sé que estarás conmigo! ¡Estoy listo para cumplir con
la misión que me has dado! ¿Por dónde comenzamos?”?
¿Así respondió? Claro que no. Al contrario, Jeremías le dice a Dios, “¡Ay, Señor!
¡Yo no sé hablar! ¡Soy un niño! Estoy muy joven. No tengo experiencia. No soy bueno
con las palabras. No me pidas que sea tu profeta y que hable tu palabra, porque no
lo sé hacer. ¡Ay, Señor! ¡Busca a alguien más porque yo no puedo!”
“Yo no puedo.” ¿Cuántas veces oímos esas palabras de otras personas? Le
pedimos a alguien un favor o que nos ayude de alguna manera, y así nos dice: “Si
pudiera ayudarte, lo haría con mucho gusto, pero lamentablemente no puedo.” ¿Y
cuántas veces pronunciamos esas palabras nosotros mismos? Hay una tarea que
hacer, a veces una tarea difícil. O tenemos algún reto en nuestra vida, un obstáculo
que enfrentamos, y hacemos lo que hizo Jeremías.
Nos miramos a nosotros mismos y lo único que vemos es impotencia y
debilidad. Consideramos nuestras capacidades o la situación en la que estamos, y
concluimos que no podemos hacer lo que se nos pide. Somos muy jóvenes, como
Jeremías. O si no muy jóvenes, muy viejos. O si no muy viejos, muy torpes. O si no
muy torpes, muy ignorantes. O si no muy ignorantes, muy pobres. O si no muy
pobres, muy débiles. Siempre podemos encontrar una razón para decir lo que dijo
Jeremías: “¡Ay, Señor! ¡No puedo!”
¿Y cómo responde Dios a ese “No puedo”? Le dice a Jeremías, “No digas que
eres niño; no digas que eres muy joven. Tú irás adonde yo te mande, y dirás lo que yo
te ordene. No tengas miedo de nadie, pues yo estaré contigo para protegerte. Yo, el
Señor, te doy mi palabra.” Y luego Dios le da toda su autoridad para cumplir con la
misión que le ha dado.
En otras palabras, Dios le respondió a Jeremías, “No me vengas con eso de
que ‘No puedo.’ Sí puedes, y lo harás. Porque yo, el Señor tu Dios, estoy contigo a
cada paso. Deja de dudar de mí. Deja de estar paralizado por tus miedos y temores.
Deja de decir que no eres capaz, porque yo soy quien te dará la capacidad para hacer
todo lo que yo te pida. Confía en mí. Te doy mi palabra, yo estaré contigo. Y por eso,
sí puedes, y sí podrás.”

1
Si leemos el resto del libro de Jeremías, lo que vemos es que de hecho así fue:
Jeremías sí pudo. Cumplió con la misión profética que le dio Dios, y lo hizo bien. No
le fue fácil. De hecho, sufrió mucho. Lo persiguieron. Lo maltrataron. Los reyes y los
ricos y poderosos no quisieron escuchar lo que les decía. Lo echaron a la carcel, y
luego en una cisterna. Hicieron todo lo posible por callarlo. Inclusive trataron de
matarlo.
Yo les invito a leer este libro de Jeremías. En muchos momentos, le fue muy
mal. Pero cumplió con su misión. Y aunque en algunos momentos quería tirar la
toalla, dejar de ser profeta de Dios, en su corazón sabía que no podía. Más adelante
en el libro, habla de todo lo que ha sufrido y hasta le reclama a Dios, “tú me sedujiste.
Yo no quería ser profeta, pero no me diste opción.” Pero luego continúa: “Todo el
mundo se burla de mí; se ríen de mí todo el tiempo. Cada vez que hablo, es para
gritar: «¡Violencia! ¡Violencia!» Por eso la palabra del Señor no deja de ser para mí un
oprobio y una burla; pero si digo: «No me acordaré más de él, ni hablaré más en su
nombre», entonces su palabra en mi interior se vuelve un fuego ardiente que me cala
hasta los huesos. He hecho todo lo posible por contenerla, pero ya no puedo más”
(Jer 20:7-9).
Aquí vemos la lucha interior que sostuvo Jeremías. Por una parte, no quería
hacer lo que Dios le había mandado, porque ser profeta le había traído mucho dolor
y sufrimiento a su vida. Se burlaban de él y lo maltrataban. Pero al mismo tiempo, él
mismo se da cuenta de que no podía ser de otra forma. Porque dentro de sí, sentía
ese “fuego ardiente,” como él lo llama. Sentía que no podía vivir en paz consigo
mismo si no cumplía con su trabajo profético.
Y ese sentimiento no se debía a sentimientos de culpa si no obedecía a Dios,
como si se sintiera obligado a hacer lo que Dios le había pedido porque de otra
forma Dios no lo dejaría en paz. Más bien, lo que no lo dejaba en paz era su amor
por la gente, su deseo de que hubiera bienestar y justicia para los demás, su anhelo
de que conocieran el amor de Dios y que sus vidas fueran transformadas por ese
amor. Quería que todos escucharan la Palabra de Dios y que enmendaran sus
caminos por su propio bien. El fuego ardiente dentro de él era el fuego de amor por
los demás.
Por eso, no podía callar y dejar de ser profeta. Porque sentía muy dentro de sí
esa vocación, ese ardor de servir a Dios y a los demás que no le permitía hacer otra
cosa. Si no trabajaba a favor de los demás como Dios le había pedido, no podía vivir
en paz consigo mismo.
Yo creo que, hasta cierto punto, todos los que estamos aquí podemos
identificarnos con Jeremías. Muchas veces hemos sentido que debemos hacer algo
pero nos sentimos incapaces. Dudamos de nosotros mismos, de nuestras propias
capacidades. Tal vez hemos sentido que Dios nos está llamando a hacer algo pero no
lo hacemos porque pensamos no sólo que está más allá de nuestras posibilidades
sino también porque tenemos miedo de que nos vaya mal, de que otros nos

2
maltraten; o creemos que de alguna manera sufriremos, y no queremos sufrir. Pero
muchos de nosotros luego descubrimos lo que descubrió Jeremías. Aprendemos que
si confiamos en Dios, podemos hacer cosas que creíamos imposibles. Nos damos
cuenta de que Dios nos da la capacidad de hacer cosas que no podríamos hacer
solos, sin su ayuda.
Y Dios quiera también que sintamos dentro de nosotros ese mismo fuego
ardiente que sintió en su corazón Jeremías—ese amor por los demás que nos impulsa
a servirles y buscar su bien. Ese fuego de amor y compasión que no nos deja estar en
paz si no nos dedicamos a compartir con otros lo que Dios nos ha dado y ser
solidarios con los demás.
Aun cuando a veces nos va mal o sufrimos por hacer la voluntad de Dios,
sabemos dentro de nuestro corazón que el amor que hemos recibido de Dios no
puede quedar dentro de nosotros, sino que es algo que tiene que ser compartido
con los demás. De otra forma, no podemos ser felices, estar en paz ni vivir a gusto.
Así como Dios le dio a Jeremías una tarea y puso en su corazón ese amor por los
demás, a cada uno de nosotros nos ha dado una tarea, una vocación en la vida, que
cumpliremos siempre y cuando respondemos al amor que el Espíritu de Dios ha
derramado en nuestros corazones.
Esa vocación puede ser servir a Dios de alguna forma dentro del ministerio o
dentro de la iglesia. Pero también puede ser un llamado a servir a los demás de
muchas otras formas en los lugares que nos ha puesto, en nuestro trabajo, nuestra
escuela, nuestro hogar, entre nuestros vecinos y amigos y familiares. Cada uno de
nosotros puede tocar los corazones de los demás como profetas de Dios. Y porque
cada uno de nosotros se mueve en lugares diferentes entre gente distinta, cada uno
de nosotros puede tocar la vida de personas que los demás que estamos aquí no
podemos tocar.
Tú puedes tocar la vida de ciertas personas que ni yo ni los pastores ni sus
hermanos y hermanas en la fe podemos tocar, simplemente porque Dios ha puesto a
ciertas personas en tu vida que no están en la vida de los demás que estamos
presentes. Y así como llamó a Jeremías a ser profeta, así también te está llamando a ti
a compartir su palabra y su amor entre la gente que te rodea. Pero eso es verdad no
sólo con respecto a ustedes como individuos. Eso es verdad también para esta iglesia.
Porque, así como Dios eligió a Jeremías a ser su profeta, también ha elegido a
ustedes como congregación a ser su profeta.
Podríamos citar las mismas palabras que Dios dirigió a Jeremías y aplicarlas a
esta iglesia Cristo. Dios les está diciendo hoy, “Antes de que naciera esta iglesia, antes
de que compraran este terreno y construyeran este edificio, yo tenía una misión para
ustedes. Una misión profética. Desde un principio, yo aparté a esta iglesia, a todos
ustedes, a ser mis profetas, mis testigos, para dar testimonio de mi amor y mi
salvación a la gente de esta ciudad.”

3
¿Y qué decimos frente a esto? Lamentablemente, a veces respondemos como
Jeremías. En muchos momentos yo mismo lo he escuchado en otras congregaciones.
“¡Ay Señor! ¡No podemos! Somos muy poquitos. Somos muy débiles. Somos muy
pobres. No tenemos los recursos. No tenemos el dinero. Ni siquiera nos alcanza para
pagar los gastos más indispensables. No tenemos ni el tiempo ni las fuerzas
necesarias para funcionar bien como iglesia. ¿Y con tantas limitaciones y obstáculos
todavía quieres que salgamos a trabajar, a cumplir con una misión profética, a hacer
una labor de ministerio y servicio aquí en esta ciudad? ¡Ay Señor! ¡No podemos!”
¿Y cuál es la respuesta de Dios a ese “No podemos”? La misma respuesta que
le dio a Jeremías: “Iglesia de Cristo, no digas que no puedes. Tú irás adonde yo te
mande, y dirás lo que yo te ordene. No tengas miedo de nadie, pues yo estaré
contigo para protegerte. Yo, el Señor, doy mi palabra.” Hermanos y hermanas, Dios
los llama a una tarea hoy, así como llamó a Jeremías a una tarea. No soy yo el que los
llama a esa tarea, sino Dios mismo. Es la tarea de ser la voz y la presencia de Dios
aquí en esta ciudad, tanto como individuos como congregación.
Cada uno de ustedes tiene buenas razones para decir, “¡Ay Señor! Yo no
puedo.” Pero responder así sería no sólo desconfiar sino despreciar a Dios, que dice,
“Sí puedes.” Eso es lo que tienes que creer en tu corazón: “Sí puedo.” Como
miembros de esta congregación, no pueden decir juntos, “Sí podemos,” si cada uno
de ustedes individualmente no dice también, “Yo sí puedo.” A lo mejor les va a costar
trabajo, como le costó trabajo a Jeremías.
Hacer lo que Dios nos pide requiere de sacrificios de nuestra parte. Cuesta
mucho trabajo. Hay que que poner de su tiempo, que a veces es poco. Hay que
poner de sus recursos económicos, que también son pocos. Todos y todas tienen que
poner algo de su parte, lo cual no es fácil. Pero la pregunta que Dios tiene para cada
uno de los que estamos aquí es la misma: ¿Cómo vas a vivir tu vida? ¿Dudando de
Dios? ¿Desconfiando de su palabra? ¿Diciendo, “¡Ay, Señor! ¡No puedo!” ¿Diciendo
como congregación, ¿Ay Señor, no podemos? ¿Así es como van a vivir?
No puedo contestar por ustedes, pero puedo contestar por mí mismo, y yo les
digo, Yo no voy a vivir así. Porque yo creo que si Dios nos ha dado a todos nosotros
como creyentes una tarea, aun cuando seamos pocos y tengamos pocos recursos,
Dios nos va a dar el poder y las fuerzas necesarias para cumplir con la misión que nos
ha dado. Y por eso, al pensar cada uno de los que estamos aquí en su futuro como
individuo y como iglesia, espero que no oigamos esas palabras, “¡Ay Señor! ¡No
puedo! ¡No podemos!”
Sin duda, hay preguntas difíciles: ¿Cómo van a cumplir con la tarea a la que
Dios los ha llamado? ¿Dónde están los recursos que necesitan? ¿Dónde están los
dones y talentos y capacidades para cumplir con ese llamado? Yo no lo sé. Pero el
Señor sí lo sabe. Y por eso nos dice a cada uno de nosotros como individuos y
también a ustedes como congregación: Hijo mío, hija mía, iglesia mía, no digas que
no puedes. Tú irás adonde yo te mande, y dirás lo que yo te ordene. No tengas

4
miedo de nada ni nadie, porque yo estáré contigo. Yo, el Señor, te doy mi palabra.”
Con esa palabra de promesa, hermanos y hermanas, no hay nada que no podamos
hacer. Nada. Amén.

Potrebbero piacerti anche