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Las culturas juveniles: un reto pastoral

Agapito Patricio y Fernando Vázquez

La pastoral juvenil, en la mayoría de nuestras parroquias, se ha convertido en una pastoral poco


atendida, en un laboratorio donde se hacen algunos experimentos o un espacio que se sostiene porque
“Dios es grande”.

Las razones de esta situación son varias, pero la principal es la falta de programas y sugerencias para
la atención a los jóvenes que acuden a ñustas iglesias. Dicho sea, la mayoría de los esquemas, los procesos
de acompañamiento y las actividades con que se conduce a los jóvenes pertenecen a tiempos pasados y,
por tal motivo, quedan obsoletos frente a las necesidades actuales.

Existe, pues, la urgencia de algunos procesos evangelizadores entre los jóvenes. El primero y más
urgente de ellos es el mismo que realizo Moisés al inicio de su actividad profética: “Quitarse las sandalias
para meterse y pisar un terreno donde Dios sigue presente” (cfr. Éx 3, 5). Este quitarnos las sandalias
implica alejarnos de prejuicios, abandonar ideas preconcebidas y mostrar con plena apertura hacia lo
desconocido, hacia la realidad nueva y cambiante de las recientes generaciones.

En el presente artículo se ofrecen algunos elementos que nos permitirán convencernos de lo


anteriormente dicho y dar algunas luces para el trabajo pastoral con los jóvenes de nuestras parroquias.

1. No existe una juventud homogénea sino una pluralidad de culturas juveniles

La situación actual, marcada por la pluralidad, impide hablar de “juventud” en singular; hoy
necesariamente se tiene que hablar de “juventudes” y más concretamente de “culturas juveniles”.

La realidad es que hay muchos y variados lugares en donde los jóvenes se realizan, se desarrollan,
adquieren y cran cultura. Al ser plurales los lugares que dan sentido a la existencia de los jóvenes, se
hacen también plurales las culturas en que se desenvuelven. Paolo Gambini, pedagogo y psicólogo italiano
de renombre, afirma que “no existe la cultura juvenil única como un hecho original y autónomo”.
Presenciamos, más bien, en la actualidad una especie de coctel de culturas, una realidad estratificada, en
la que se solapan diversas cosmovisiones de manera imprevisible y difícil de cuantificar 1.

2. Las culturas juveniles se expresan a través del lenguaje simbólico

1
Paolo Gambini, Al encuentro con los jóvenes de la calle, CCS, Madrid. Cfr. Sante Baboni, Producción de sentido, San
Pablo, Bogotá 2005.
1
Las culturas juveniles son estilos de vida que expresan colectiva y simbólicamente las experiencias
sociales en tiempos y espacios no regulados formalmente. Para comprender este argumento es preciso
desglosar aquello que entendemos por símbolo, puesto que del buen uso del término depende el eficaz
análisis de las culturas entre los jóvenes.

El símbolo es la manera de hablar del ser humano; es una expresión del doble sentido, que se realiza
en un fondo común conocido como psique humana; es una expresión que tiene dos partes: una que es
posible tocar, ver y sentir; la otra, la invisible, la que expresa lo que realmente se anhela poseer, la que
constituye su horizonte de sentido, la que tiene huellas de infinitud, de inmortalidad, de trascendencia,
de eternidad, de plenitud2. El símbolo reúne así, lo consiente y lo inconsciente, el mundo exterior e
interior del hombre. El símbolo es como una simbiosis de estos elementos.

El símbolo empuja hacia la relación, hacia lo co-implicación religiosa, hacia la realización con los
sagrado, pues al salir del arranque vital, del “momento sentiente” (unidad de los intelectivo a lo
sensorial), sin el predominio de la racionalidad, tiene la virtud de dar sentido a la existencia humana 3. El
símbolo es el medio del que dispone el joven para apagar la sed de sus preguntas fundamentales y de sus
situaciones limite, es la guía que la orienta hacia el cosmos en medio del caos 4.

Los pantalones abultados, las playeras anchas y largas, los tatuajes, los aretes, los piercings, los
estilos de peinado, los maquillajes, los amuletos, los objetos religiosos, las imágenes con las que se
identifican, los movimientos a la hora de bailar, los saludos muy propios de sus agrupaciones, etc., se
convierten en sus principales símbolos a través de los cuales expresan su cultura. En consecuencia, la
esquina, la calle, los antros, las plazas públicas y demás son los lugares culturales donde los grupos
juveniles desarrollan sus múltiples expresiones simbólicas.

3. El cuerpo humano como lenguaje de las juventudes

Como se ha afirmado, el joven se expresa primordialmente a través de los lenguajes simbólicos. En


función de esto ocurre al significante por excelencia que es el cuerpo. El joven habla a través de su
cuerpo, porque el cuerpo es la posibilidad humana de poder relacionarse con el mundo. Los colores en el
cabello, las perforaciones en las partes más visibles del cuerpo (como el rostro), los tatuajes, los
maquillajes, etc., son parte de lenguajes contemporáneo usado por los jóvenes.

El documento de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, o Conferencia


de Aparecida (2007), califica a estas culturas juveniles como sociedades adictas a las sensaciones, ya
que su centro afectivo es el cuerpo y sus sentidos; el cuerpo, pues, funge como instrumento y espacio de

2
M. Agis Villaverde, Del símbolo a la metáfora, USC, Santiago 1997.
3
Cfr. J Beriain y P. Lanceros, Identidades culturales, Universidad de Deusto, Bilbao 1996.
4
José María Mardones, La vida del símbolo, Sal Terrae, Santander 2006.
2
goce sensorial. Desde eta perspectiva, se comprende que los sujetos de la actual cultura muestran una
profunda inclinación al cuidado de su físico y a la manifestación de sus ideologías a través del cuerpo.

4. Las semillas del Verbo en los imaginarios de las culturas juveniles

Los imaginarios de las culturas juveniles también suponen el sentido de trascendencia, el deseo de
realce en el que aparecen develadas las Semillas del Verbo, es decir las huellas de la presencia de Dios en
la realidad5.

Estas Semillas del Verbo, estas manifestaciones de trascendencia, es necesario valorarlas como lo que
son: manifestaciones del Espíritu Santo que sopla donde quiere, economía de la Revelación que se hace
hechos y palabras entre los jóvenes…

Algunas pistas pastorales

Ante las realidades expuestas anteriormente, hemos de plantear una pastoral juvenil profunda, por
medio de la cual la Iglesia responda a las nuevas exigencias de la sociedad:

a) Debemos ejercer nuestra pastoral con previo reconocimiento de que no existe una sola cultura
juvenil, sino que las hay variada y muy heterogéneas entre sí. Al interior de cada uno de los subgrupos
juveniles aparecen diversas manifestaciones simbólicas que nos informan sobre la identidad sexual, es
estatus social y la pertenencia cultural de cada uno se los jóvenes. Este análisis alcanza su más profundo
sentido frente a un mundo globalizado en el que la sociedad cede su espacio a las leyes del mercado y a
los agentes creadores de ideología.

b) En el proceso pastoral, el agente debe ser capaz de analizar al joven y su lenguaje simbólico. De
esta capacidad depende la identificación del conjunto amplio de culturas juveniles y sus necesidades
especificas. Recuérdese que al interior de cada una de las micro sociedades aparecen diversas
manifestaciones simbólicas, a manera de bricolaje, donde sobresale un lenguaje distinto al de los adultos,
estilos de música que agrupan personas con características muy especificas, formas estéticas mediante
las cuales los jóvenes manifiestan su identidad sexual, su estatus social y la adhesión a ciertos grupos o
subculturas. Todas las manifestaciones simbólicas se relacionan con identidades que, además, son
aprovechadas por la industria cultural para la creación de la oferta y demanda: un área de consumo
cultural en que se ofertan bienes y servicios con un previo y profundo estudio simbólico de los jóvenes.

5
El término “Semilla del Verbo” tiene sus raíces históricas en la teología patrística (especialmente en San Justino),
pero cayó en desuso durante casi dos mil milenios y, redescubierto en el siglo XX, entro en el vocabulario del
Magisterio eclesiástico con un significado consistente con la intención original de los Padres pero con una aplicación
más amplia y más abierta referente a la acción iluminadora y salvífica de Dios entre los pueblos no evangelizados. En
este caso, la aplicación del término recae en la acción evangelizadora entre jóvenes que poco o nada se relacionan con
la religión (primordialmente la cristiana católica)
3
c) Debemos valorar el cuerpo desde una óptica pastoral. El cuerpo es una posibilidad para
encontrarnos con el otro. Debemos introyectar en nuestras actividades de evangelización y celebraciones
litúrgicas las capacidades que resultan de la expresividad y contacto corporal. La sugerencia en estos
casos es manejar una “fe sensible”, una fe vital, que se construya a base de la sensibilidad al dolor y al
sufrimiento. Una ejemplificación de ello es la organización de los jóvenes en el trabajo pastoral mediado
por el contacto. Los jóvenes serán atraídos si les implica en actividades de responsabilidad social que
estén mediadas por un contacto físico: la atención directa de los más débiles, los pobres o enfermos; la
organización de actividades de compromiso social, etc., cultivaran en los jóvenes la “samaritaneidad”.

d) ¿Cómo aprovechar los deseos de trascendencia, la dimensión espiritual de la juventud? Primero


debemos callar, percibir y analizar la realidad de nuestros jóvenes. Esta es una de las actividades
indispensables para enfrentar los retos en nuestra Pastoral Juvenil. Necesitamos evitar las
condenaciones inmediatas respecto a los símbolos y expresiones de los jóvenes en nuestras parroquias y
en nuestros entornos. Es mucho más provechoso darnos a la tarea de interpretar el sentido de los
símbolos juveniles y descubrir en ellos los más grandes anhelos de la divinidad. Un agente de pastoral que
no se atreva a interpretar la realidad e interioridad de la juventud difícilmente podrá cumplir su tarea
evangelizadora en este sector de la población.

Pero además de reconocer las huellas de la presencia de Dios en los anhelos humanos seculares de
nuestras culturas juveniles, debemos unir el lenguaje verbal al lenguaje simbólico. El lenguaje que más
utilizamos en la Iglesia es el lenguaje verbal, y poco hacemos uso de las potencialidades del lenguaje
simbólico. Unir a nuestro lenguaje verbal un adecuado lenguaje simbólico en la atención pastoral de
nuestros jóvenes es algo que no podemos dejar pasar desapercibido.

La Iglesia tiene que tomar en cuenta las nuevas identidades juveniles, porque ellas tienen el derecho a
participar y construir el Reino de Dios. Los agentes de pastoral deben ampliar sus horizontes y
actividades de evangelización a las canchas deportivas, a las esquinas de las calles, a los cibercafés.
Hemos de aprovechar los nuevos foros que están al alcance de nuestras manos: la educación formal e
informal, los organismos civiles y eclesiales, las parroquias y templos para entablar un diálogo profundo,
partiendo de la convicción de que el joven de hoy, en medio de sus contradicciones, es actor y
protagonista de la reciente sociedad.

A modo de conclusión

Es fácil constatar que la Pastoral Juvenil está desfasada de los procesos de cambio de las identidades
juveniles. Permanecemos con modelos de convocación, metodologías y prácticas de hace veinte o treinta
años. Se tiene, hoy por hoy, una reducida concepción de la Pastoral Juvenil, pues cuando se habla de ella,

4
se piensa en la captación de jóvenes para llevarlos a las iglesias y someterlos a un proceso de educación
en la fe. En realidad la verdadera Pastoral Juvenil es un movimiento de la comunidad cristiana para
acercarse al mundo de los jóvenes. La verdadera Pastoral Juvenil implica un dialogo con las distintas
culturas juveniles que nos circundan, por eso es necesario conocer sus ideologías y formas de vida.

En este sentido, la principal exigencia para los agentes de pastoral es salir en búsqueda de los que se
han alejado, acercarse a los “panales” donde se reúnen los jóvenes para ofrecerles caminos de encuentro
con el Señor. Y para esta empresa se requieren enormes apertura, una grande dosis de creatividad, así
como profunda convicción y testimonio cristiano.

Lograr que haya jóvenes cristianos comprometidos no es algo obvio. Solo se puede aspirar a ello en la
medida en que la juventud viva en carne propia los problemas del mundo a través del arte, la ciencia, la
ecología, la política, la religión. Porque es desde dentro, desde los gozos y sufrimientos de los jóvenes, en
que se puede alcanzar una configuración de la fe, al grado que se vuelva en ellos significativa, orientadora
y animadora.

Acerca de los autores

Agapito Patricio Bautista es sacerdote y Coordinador de los Movimientos Laicales de la Arquidiócesis


de Acapulco, Guerrero, y José Fernando Vásquez García es sacerdote y actual párroco del Señor del
Perdón en la Diócesis de Tehuacán, Puebla. Ambos clérigos, a lo largo de su trayectoria, han colaborado
en la Pastoral Juvenil. Algunas de sus experiencias y propuestas evangelizadoras se exponen de una
manera sintética en el artículo aquí expuesto.

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