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POR JR CHAVES
7 DE JUNIO DE 2016. MARTES.
COMMENTS 5
Aunque este cheque en blanco concedido a la administración por el legislador para decidir con
amplio margen de criterio, sin que puedan sustituirlo los tribunales, se ha visto recortado por las
técnicas clásicas (principios generales del derecho, motivación, hechos determinantes,etc), lo cierto
es que afortunadamente contamos con un nuevo principio que sirve de ariete para recortar más
ese poder público inmune.
Se trata del principio de buena administración, cuyos brotes verdes empiezan a verse en la
jurisprudencia y permitirá redefinir el modelo de relaciones entre el uso de la discrecionalidad por
la administración y la justicia que la controla. El profesor Julio Ponce Solé, quien ya demostró ser
un adelantado en mostrar la vía de la negociación de las normas en obras anteriores
(https://delajusticia.com/2016/02/06/la-historia-de-la-abogacia-munoz-machado-y-el-futuro-de-
los-lobbies-para-la-buena-administracion-julio-ponce/#more-949773), ahora en su excelente
trabajo titulado “La discrecionalidad no puede ser arbitrariedad y debe ser buena
administración” (REDA 175, Enero-Marzo 2016), postula el advenimiento de “un nuevo paradigma
del Derecho del siglo XXI. El paradigma del buen gobierno y la buena administración.” Y distingue la idea
de “buen gobierno” o modo en que el ejecutivo desarrolla sus funciones reglamentarias y políticas,
de la idea de “buena administración” que se refiere al modo de gestión administrativa, que se
incumple con la gestión negligente o la corrupción.
Veamos este hallazgo que será muy útil para inspirar al legislador y a los tribunales en su
respectivo quehacer.
Además algunas leyes autonómicas y los tribunales se han inspirado en el art.41 de la Carta de
Derechos Fundamentales de la Unión Europea que plasma el principio de buena administración, y
lo han alzado en parámetro de control de la calidad de los servicios públicos y buena
administración.
4. Volviendo al artículo del profesor Ponce (en apretadísima síntesis pues encierra referencias
lógicas, normativas y jurisprudenciales que tallan el principio de buena administración), nos
ofrece una valiosa consecuencia del derecho a una buena administración: “la posibilidad de reacción
jurídica contra la mala administración (culposa o dolosa, es decir, la corrupción)”. Nos explica que se trata
de un concepto jurídico indeterminado y el reto será que se positivicen por el legislador sus
manifestaciones (diligencia debida, motivación, etc).
Ello sin perjuicio de que las Cartas de servicio o los estándares de buena administración (con
transparencia y participación) puedan dotar de contenido la buena administración exigible y
ofrecer parámetros judiciales para controlarla.
De otro lado, la necesidad de “reflexionar sobre la oportunidad de otorgar una acción pública para la
defensa del buen gobierno y buena administración”.
Y finalmente, la regulación de las denuncias de los propios funcionarios que velen por la buena
administración, teniendo en cuenta que la lealtad del funcionario no cubre la ilegalidad ni la
torpeza, por lo que debería articularse un sistema de protección de quienes consiguen mejorar así
el servicio que se presta.
Muy interesante resulta la STS de 20 de Noviembre de 2015 (rec. 1203/2014) que cita otra anterior
expresando
tuvimos en nuestra Sentencia de 11 de julio de 2014 ocasión de afirmar
también (FD 8º): “Formulada una determinada solicitud a la
Administración por persona legitimada al efecto (y no hay la menor
duda que es el caso en el supuesto de autos, como aclara la propia
sentencia impugnada en su FD 4º), dicha persona tiene derecho a
obtener una respuesta de aquélla y a que por tanto la Administración se
pronuncie sobre su solicitud (artículo 42 LRJAP -PAC), sin que pueda
consiguientemente permanecer inactiva durante tiempo indefinido,
como si no se hubiese planteado ante ella la solicitud antes indicada
E igualmente valiosa resulta la STS de 3 de Noviembre de 2015 (rec. 396/2014) cuando afirma:
8. En suma existe una nueva herramienta, palanca o malla para controlar la discrecionalidad en
sus múltiples dimensiones y campos de actuación administrativa. Solo hace falta consolidar su uso
y precisar su alcance. El uso con su invocación por el legislador y los tribunales, y su alcance
mediante la autolimitación reglamentaria y acudiendo a fijación de estándares de calidad o
justificación de las decisiones.
Lo curioso es que con dos principios benéficos, la gestión pública sería irreprochable. El
principio de buena administración, en la vertiente objetiva de prudencia, calidad, objetividad y
justificación de las decisiones. Y el principio de buena fe (tanto de la administración como del
ciudadano) en la vertiente subjetiva de las intenciones, al que ya nos hemos referido en otro post
(https://delajusticia.com/2010/02/16/cuando-la-buena-fe-entre-ciudadano-y-administracion-
brilla-por-su-ausencia/#more-4282).
Acerca de JR Chaves
delajusticia.com
5 comments on “Principio de buena administración:
nuevo paradigma de control de la discrecionalidad”
JoseMiguelEgea
7 de junio de 2016. Martes.
Totalmente de acuerdo respecto a un mayor control de la discrecionalidad técnica de la
Administración; sin embargo creo que tampoco ha de someterse a la Administración a un
detallado y estricto cumplimiento de bases milimétricas que deriven en una objetividad
contradictoria con la evaluación personal de potenciales candidatos al empleo público. Mesura,
en todo caso.
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Phelinux
14 de julio de 2016. Jueves.
Debo de vivir en otro planeta porque veo el optimismo que destilan las líneas de nuestro
maestro Chaves mientras miro atónito con qué descaro los gobernantes de la administración en
que presto servicio se saltan sus obligaciones de buen gobierno con truquitos más propios de la
chistera de un mago: una notificación que no te llega por aquí, un informe falso por allí, una
exigencia de prueba imposible, un silencio administrativo si quieres ver el expediente, y…
abracadabra, el ciudadano se queda con un palmo de narices y con la única salida de la vía
contencioso-administrativa que hace desistir casi a cualquiera.
Porque, además, altos funcionarios en calidad de fedatarios (y otros no tan altos) se prestan a
esos juegos de magia, de modo que, ante el magistrado, el ciudadano queda como una hormiga
y la administración como un elefante al que se le presupone que todo lo hace con
imparcialidad, eficacia, etc.
¿Son esos funcionarios los que esperamos que denuncien las malas prácticas de los que
gobiernan? ¡Pero sin son sus cómplices! O, en el mejor de los casos, miran para otro lado.
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