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Señor, alinea mi corazón con el tuyo

Todos tenemos sueños de uno u otro tipo. Y en los Estados Unidos, perseguir nuestros sueños es un
valor cultural casi sagrado, incluso una obligación moral. Pero la Biblia nos enseña a ser cautelosos con
nuestros sueños.

Los sueños pueden ser cosas que deseamos llegar a ser, como ser médico, ejecutivo de negocios,
misionero, o presidente de los Estados Unidos. Los sueños también pueden ser cosas que deseamos
lograr, como obtener un GPA de 4.0 [1] ,formar parte del equipo de fútbol universitario, ser autor de un
libro, o erradicar la malaria en el África subsahariana. O los sueños pueden ser cosas que deseamos
poseer, como una casa, un millón de dólares, título universitario, o una propiedad de cien acres de
terreno boscoso. Algunos sueñan con el matrimonio, la paternidad o la soltería sin compromisos. Otros
sueñan con predicar, ver milagros, aumentar su influencia pública o disfrutar del anonimato.

Todos esos sueños podrían ser maravillosos, o pueden que sean malvados. El factor determinante es qué
deseos están alimentando los sueños.

Los deseos hacen toda la diferencia

Los deseos profundos alimentan todos nuestros sueños. Los valores alimentan las aspiraciones. El amor
alimenta los anhelos.

Nunca debemos aceptar nuestros sueños y seguirlos ciegamente, porque los sueños son el resultado de
los deseos más profundos. Y la naturaleza de esos deseos hace toda la diferencia en la calidad moral y
espiritual de nuestros sueños. La Biblia nos da numerosos ejemplos contrastantes de deseos buenos y
malos que alimentan acciones superficiales similares — la búsqueda de los sueños.

Caín y Abel ambos trajeron ofrendas a Dios. Ambos deseaban la aceptación de Dios. Dios aceptó la
ofrenda de Abel y no la de Caín. No sabemos por qué. Todo lo que sabemos es que Dios le dijo a Caín: “Si
haces bien, ¿no serás enaltecido?” (Génesis 4:7). Algo estaba horriblemente mal con los deseos más
profundos de Caín los cuales moldearon su búsqueda de la aceptación de Dios, y que se manifestó en su
reacción asesina cuando su ofrenda fue rechazada.

Y luego está Simón el Mago y Pedro. Simón, una celebridad de señales y maravillas en Samaria, se unió al
movimiento cristiano cuando vio el poder espiritual sin precedentes operando a través de Felipe y los
apóstoles. Él deseó fervientemente estos dones espirituales, pero no en el sentido de 1 Corintios 12:31.
Simón soñaba con la gloria propia, razón por la que Pedro llamó al deseo de poder espiritual de Simón
como “maldad” (Hechos 8:22). Tanto Pedro como Simón soñaron con ver al Espíritu Santo ministrando
poderosamente a la gente, pero sus sueños fueron alimentados por deseos muy diferentes.

Estos ejemplos son como el blanco y el negro, totalmente opuestos. Pero hay otros que tal vez son más
cercanos a nuestra realidad, porque ilustran los distintos motivos que a menudo enturbian nuestros
propios sueños y deseos.
Cuando los sueños del reino se convierten en satánicos
Justo después de que Pedro hizo su famosa confesión — “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”
(Mateo 16:16) — le dio a Jesús un consejo malvado. Jesús acababa de informar a los discípulos que
debía ir a Jerusalén, ser asesinado, y luego resucitar de entre los muertos. Pedro respondió: “¡No lo
permitas Dios, Señor! Eso nunca te acontecerá” (Mateo 16:22). Jesús llamó a este consejo satánico
porque Pedro no estaba “poniendo [su] mente en las cosas de Dios, sino en las cosas del hombre”
(Mateo 16:23).

Ahí está el problema: nuestra mentalidad carnal. La raíz del asunto. Pedro realmente amaba a Jesús y
quería servirle. Él tenía mucha razón. Y, sin embargo, “las cosas del hombre” se mezclaron en sus sueños
sobre el reino de Dios. Estaba tan ciego en sus presunciones, y luego tan seguro en su perspectiva que
trató de corregir al Cristo, el Hijo del Dios viviente.

Este relato debería ponernos nerviosos, porque todos somos como Pedro. Mezclados junto a nuestros
genuinos deseos de reino nacidos del Espíritu están “las cosas del hombre”, deseos carnales que si no
discernimos serán manipulados por Satanás para obstaculizar en lugar de ayudar al avance del Reino.
Estos deseos dan forma a nuestros sueños, a nuestras aspiraciones.

Lo cual quiere decir que debemos desconfiar de nuestros sueños. Debemos cuestionarlos
cuidadosamente y perseguir el mismo tipo de sumisión de nuestros deseos que Jesús mostró, y de esta
manera terminar persiguiendo los sueños de Dios.

Hágase tu voluntad
Jesús compartió los sueños de Dios porque sus deseos estaban alineados con los del Padre. Pero en el
Getsemaní, esos deseos fueron probados duramente. Jesús sufrió una profunda agonía de la horrible
anticipación, agonía que podría haberlo matado si no hubiera sido destinado a morir en la cruz (Mateo
26:38). Mientras miraba la copa que el Padre le estaba dando a beber, la copa de la propiciación, la copa
de la condenación del pecado – no de los pecados de Jesús, sino de los nuestros — cada parte de su
humanidad retrocedió, y se encontró deseando profundamente que la copa pasara de Él.

Pero aún más profundo había un deseo espiritual de que su deseo humano se sometiera a la voluntad de
su Padre. Jesús confiaba en que el deseo del Padre resultaría en el mayor bien para la mayor gloria del
Trino Dios y el mayor gozo posible para todos los santos — El gran sueño de Dios. Es por eso que aun
mientras sudaba sangre en la espera tortuosa de su ejecución inminente, Jesús exclamó al Padre, ” no
sea como yo quiero, sino como Tú quieras” (Mateo 26:39).

Y esta debe ser nuestra oración también. Pero a diferencia de Jesús, el pecado aún permanece en
nosotros — los deseos de las “cosas del hombre” mezclados con los deseos de las “cosas de Dios” — por
lo cual, si no tenemos cuidado, podemos convertir nuestra búsqueda de los sueños del reino en desvíos
satánicos. Por esto oremos así:

Haz lo que sea necesario, Señor, para alinear mis deseos con los tuyos, para que mis sueños se alineen
con tus propósitos. Haz que tu voluntad sea hecha a través de mí.

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