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1. Ser dialéctico es ser dinamista, notar que todo cuanto existe cambia, que “el
mundo da vueltas”, que nada es fijo, pese a todas las leyes de conservación, que
nada permanece donde está. Está en contra de todo estancamiento y de todo
conservadurismo. Para el dialéctico no tienen valor frases como “éste es el
verdadero español”, “el verdadero ceviche es así”, “aquél nunca va a cambiar”.
2. Ser dialéctico es ser complejista, esto es, no ser simplista, notar que nada se
reduce a términos binarios: blanco y negro, malo y bueno. Para el dialéctico ni
siquiera el país que considera imperialista y gendarme mundial deja de producir
bienes para la humanidad, como los avances científicos. El dialéctico sabe que
“los opuestos se intercalan”, que “en todo lo negro hay algo blanco y en todo lo
blanco hay algo negro”.
4. Ser dialéctico es ser polémico, advertir que “la verdad surge del conflicto de
opiniones”, que del debate no sale nada malo. Pero el dialéctico también es
dialógico, sabe cuándo se debe dialogar y cuando discutir. Aprende del otro,
incluso del enemigo. Para el dialéctico no existe verdad dada por sí sola, para él,
“nadie tiene la verdad absoluta”, pero es posible acariciarla, acercarse a ella.
6. Ser dialéctico es ser progresista, esto es, creer en la primacía de lo nuevo. Sabe
que no existe ninguna historia cíclica, que el retorno al pasado es aparente, y que
ciertas cosas que se presentan como nuevas son solo aditamentos cosméticos a lo
viejo, y que lo nuevo derrocado terminará imponiéndose por el hecho de
ajustarse a los acotamientos ulteriores, aun conservando la mejor herencia de lo
viejo. Al dialéctico le cae bien el dicho “los viejos a la tumba, los jóvenes al
poder”.
10. Ser dialéctico es ser optimista, es tener esperanza y fe, aun cuando se es
pesimista sobre lo que se condena. El dialéctico gusta pensar que la derrota, el
desánimo, la desazón, la decadencia, son estados pasajeros, por muy largos que
sean los periodos donde se manifiestan. Cree que del error se aprende, que “el
fracaso es madre del éxito”, que todo camino es sinuoso. Al dialéctico le cala
como anillo al dedo esta frase: “Lo último que se pierde es la esperanza”.
11. Ser dialéctico es ser combativo, no solo denuncia lo malo sino lucha contra lo
que causa daño. Para el dialéctico la vida es lucha, lucha contra uno mismo,
lucha contra las adversidades, lo tormentos y las injusticias. Ceder, claudicar es
lo peor, es sinónimo de inactividad. El dialéctico es el paladín del “sin lucha no
hay victorias”, cree que “la peor derrota es la batalla es la que nunca se libra”,
que “el peor trámite es el que no se hace”.
12. Ser dialéctico es ser práctico, esto es, notar que solo en los hechos se
comprueban las propuestas, que solo la praxis es criterio de verdad, porque no
hay cosa más dinámica que la actividad humana concreta. Para el dialéctico las
abstracciones puras son, por sí solas, estériles, y nada que se diga y no se haga
merece ser tomado muy enserio. El dialéctico aborrece la frase “Del dicho al
hecho hay mucho trecho” y aprueba la de “Hechos y no palabras”.
13. Ser dialéctico es ser activo, tomar parte en la acción, no quedarse de brazos
cruzados, porque eso es estatismo, eso es “metafísica”. El dialéctico no espera
que la historia discurra por sí sola sin ser parte de ella. El dialéctico es el
activista, el militante, el organizado; participa, se enrola, es protagonista; por
mucho que los demás crean que se diluye en la masa, él “da su granito de arena”.
14. Ser dialéctico es ser creativo, es dar rienda suelta a su inventiva siempre que
ésta contribuya a mejorar la “condición humana”. El dialéctico no se conforma
con lo ya dado, con lo aprendido, sino que lo utiliza de materia prima para dar
nuevas propuestas y para ponerlas a prueba. Para el dialéctico no cuenta la letra
muerta ni los estereotipos, sino el alma viva del “análisis concreto” a la luz de las
nuevas necesidades.
Puede uno concluir que, para el dialéctico no basta “ser” sino “hacer”, que el
dialéctico más que portador de una doctrina, es un hacedor. La dialéctica que
queremos es sobre todo el sustrato de la actividad humana, es una filosofía vital.
Por supuesto, el dialéctico –en sentido estricto– no es, no existe (esto sería
estancarlo, petrificarlo y, por tanto, traicionar a la dialéctica misma); el dialéctico
se hace, se crea a así mismo, en sociedad. El dialéctico es ajeno a toda pretensión
de completitud y pureza, es enemigo de la simulación de perfección pero ama el
perfeccionamiento. La dialéctica no está hecha, hay que hacerla.