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Francois Dubet
Traducción de Luciano Padilla
01-084-025
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La escuela de la élite
La cultura superior
1. Basta con leer las opiniones y los manifiestos publicados en Le Monde du-
rante los intentos de reforma sugeridos por Claude Allégre, a veces con firmas céle-
bres: Jacqueline de Romilly, Danielle SaUenave, Régis Debtay, Alain Finkielkraut...
Desde la reforma de los liceos de 1902, esas protestas movilizan en cada caso casi los
mismos argumentos.
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Herederos y becarios
12. Ello indudablemente motiva que gran cantidad de profesores gusten de re-
presentar su pasado escolar como el de becarios. Así, son la prueba viviente de la fun-
ción democrática del liceo, para quienes la merecen. Cf. F. Dubet, Les lycéens. Parts,
Seuil, 1991. Pero cuando efectivamente son becarios, esea trayectoria no está exenta
de desgarros y de cierto sentimiento de traición. Cf. las primeras novelas de Annie Er-
naux y R. Hoggart, La cultura du pauvre, trad. fr. París, Minuit, 1970 La cultura
obrera en la sociedad de masas. México, Grijalbo, 1990.
13. Por mi parte no lo creo así, al contrario de los intelectuales más críticos en los
años setenta, que luego fueron los defensores más acérrimos de esa cultura superiot
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Un santuario
15. J.-P. Briand y J.-M. Chapoulie, Les colléges du peuple. París, INRP, ENS,
CNRS, 1 9 9 2 .
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El impacto de la masificación
Los invasores
22. Por detrás de esa imagen heroica y moderna hay una crisis en el recluta-
miento de jefes de establecimiento: L. Demailly, «Mobilisation d'encadrement et mo-
bilisation des groupes professionnels», en Y. Lucas y C. Dubar, Genése et dynamique
des groupes professiottels. Lille: Presses Universitaires de Lille, 1994.
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23. B. Charlot, «La territorialization des politiques éducatives: une politique na-
tionale», en B. Charlot (comp.), L'École et le Territoire. París, Armand Colín, 1994.
24. Ibidem.
25. La creación de la dirección de Evaluación y Perspectivas en 1987, el rol
cumplido por directores como Claude Thélot, o bien los trabajos del IREDU fueron de-
cisivos en ese ámbito.
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La sensación de decadencia
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i 31. Tv. Ballion, La démocratie au lycée. París, ESF, 1998.
* 32. E. Debarbieux et al., La violence en milieu scolaire. Le désordre des chases.
París, ESF, 1999.
33. Ése fue el caso de las «huelgas salvajes» de Seine-Saint-Denis en 1999.
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36. D. Meuret y F. Aliuin, «La perception des inégalités entre éléves par les en-
seignants du second degré», en Éducation et Formation, 53, 1998.
. 37. Note DEP, 24, 1997.
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Oficio y estatuto
41. M. Duru-Bellat y A. Mingat, «La constitution des classes de niveau par les
colléges: les effets pervers d'une pratique á visee égalisatrice», en Revue Frangaise de
Sociologie, 38,1997.
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y" Todas esas puestas a prueba son vividas mucho peor no bien
los efectos del sistema, aquellos que se observan en las estadísticas
y la organización general de la escuela, no se muestran como con-
secuencias de la intencionalidad de cada actor. Cada profesor no
efectúa más que una porción ínfima del trabajo pedagógico en el
seno de un mosaico que él nó controla. Su estilo y sus métodos no
suelen pertenecer más que a él. Sus pareceres escolares tienen ma-
yor o menor incidencia en la dinámica de los consejos de cada cur-
so. A menudo tiene la sensación de estar solo en una máquina. A di-
ferencia de los maestros, que fácilmente pueden hacer mediciones
de sus éxitos -lós álümnos tuvieron muchos logros y cambiaron
mucho en un año si el maestro trabajó bien-, los profesores de se-
cundaria están situados dentro de una mayor incertidümbre en
cuanto a la evaluación de su parte en los progresos de los alumnos.
Y como mantienen muy altas ambiciones para su disciplina, suelen
verse llevados a no medir más que los fracasos, la distancia que se-
para a los alumnos reales del alumno ideal."
A partir de entonces, la experiencia,del profesor se construye
sobre una brecha esencial entre su, estatutp] el sitio que se le atri-
buye en el sistema, y su oficio, la mánera.en querealiza su trabajo.'
Todo sucede como sréWmera en dos esferas"compIrtaiMnté aísla-
das una de la otra, al haberse desgarrado el hilo que anudaba los
valores más generales con la organización del trabajo y con las
prácticas profesionales.
Frente a una experiencia definida como una puesta a prueba
que se encarará más o menos bien, una parte de la identidad se ve
definida en términos de estatuto, de pertenencia al cuerpo y de iden-
tificación con el imaginario de un programa institucional. Hace fal-
ta defender la disciplina de uno y luchar contra todo lo que puede
debilitarla y disolverla en trabajos interdisciplinarios imprecisos.
Hace falta defender el santuario y rechazar todo cuanto sobrepasa
la simple trasmisión de saberes. Hace falta defender la ambición de
los programas y firmar el standing de la disciplina, con los coefi-
cientes y las horas de cátedra que se les destina. Hay que rechazar,
o en cualquiera de los casos reducir al mínimo, todo cuanto no es el
trabajo en clase, todo cuanto «rebaja» el trabajo de los profesores y
lo reduciría a «pedagogía», a «animación» o a «psicología».44 No
pero no hay que tocarlos; que la pedagogía es inútil, pero sus cole-
gas no tienen suficiente formación; que la inspección conlleva una
mala vivencia porque es una intrusión en la clase, pero es defendi-
da porque intensifica y protege los corporativismos disciplinarios,
y así sucesivamente.4'
Esas oscilaciones son algo muy distinto a la mera expresión de
una burocracia profesional en la cual los individuos son a la vez
miembros de una gran organización y «propietarios» de una pro-
fesión liberal.50 No siento aquí la tentación de ironizar acerca de la
dualidad de los juicios y de las identidades de los profesores, pues
ella es consecuencia directa de la degradación del programa insti-
tucional que fundó el sistema en el cual ellos accionan. Cuando se
atomiza y queda dividida en fragmentos, los pareceres y los princi-
pios también se dispersan; se termina por desear todo y su contra-
rio, por amar la escuela y por detestarla, por creer en ella siempre
y por no dejar que abuse de la buena fe de uno.51 Por ello, la expe-
riencia laboral está a la mayor distancia posible de cumplir un rol,
sin que se agote la nostalgia respecto de aquél. Cuando el santua-
rio está bajo asedio, una parte de él, el estatuto, sube a las almenas,
mientras que otra parte suya, el oficio, se repliega sobre un oficio
percibiólo como expresión de su personalidad.
La experiencia laboral52
Dictar clase
55. Ello no impide que los castigos sean cada vez más numerosos; cf. R. Ballion,
La détnocratie au lycée, op. cit.; E. Debarbieux et al., La violenceau milieuscolaire...,
op. cit.
56. F. Dubet, Les lycéens, op. cit.
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5 7 . Nota DPD, 0 9 , 1 9 9 9 .
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60. Precaución que no es inútil cuando se sabe que por lo general esa proposi-
ción recibió la tacha de «juvenilismo» larvado.
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62. G. Bonnet y S. Murcia, «Temps et charge de travail estimes par les enseig-
nants du second degré», en Éducation et Formation, 46, 1996; A. Hargreaves, Chan-
ging Teachers, Changing Times. Londres, Casell, 1994.
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64. S. Lazarus, Psycholbgical Stress and the Copitig Process. Nueva York, Mc-
Graw Hill, 1996.
65. Los años transcurridos entre Les lycéens (1991) y L'hypocrisie scoíatre (2000).
66. J. Favre-Perroton, École et ethnicité: une relation á double face, tesis. Uni-
versidad de Burdeos-II, 1999; J.-P. Payet, «La ségrégation scolaire: une perspectiva so-
ciologique sur la violence á l'école», en Revue Franfaise de Pédagogie, 123, 1998.
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