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ADICCIONES
CONDUCTUALES:
CARACTERÍSTICAS Y VÍAS DE
INTERVENCIÓN
2ª Edición actualizada
JAVIER FERNÁNDEZ-MONTALVO
Departamento de Ciencias de la Salud. Universidad Pública
de Navarra
ISSN 1989-3906
Contenido
FICHA 1 ........................................................................................................... 13
Adicción al juego
FICHA 2 ................................................................................................................................. 18
Adicción al trabajo
Consejo General de la Psicología de España
Documento base.
Adicciones conductuales: Características y vías de
intervención
1. ADICCIONES CONDUCTUALES: CONCEPTO
Durante muchos años la noción de adicción ha sido sinónima de adicción a las drogas. Sin embargo, si los compo-
nentes fundamentales de los trastornos adictivos son la falta de control y la dependencia, las adicciones no pueden li-
mitarse a las conductas generadas por sustancias químicas, como los opiáceos, la cocaína, la nicotina o el alcohol
(Newlin, 2008). De hecho, existen hábitos de conducta aparentemente inofensivos que, en determinadas circunstan-
cias, pueden convertirse en adictivos e interferir gravemente en la vida cotidiana de las personas afectadas (Echeburúa
y Corral, 1994; Griffiths, 2017; Kardefelt-Winther et al., 2017; Rosenberg y Curtiss, 2014).
Cualquier actividad normal percibida como placentera es susceptible de convertirse en una conducta adictiva. Lo
que define a esta última es que el paciente pierde el control cuando desarrolla una actividad determinada y que conti-
núa con ella a pesar de las consecuencias adversas, así como que adquiere una dependencia cada vez mayor de esa
conducta. De este modo, el comportamiento está desencadenado por un sentimiento que puede ir desde un deseo
moderado hasta una obsesión intensa y es capaz de generar síndrome de abstinencia si se deja de practicarlo. Por
ello, el sujeto, ofuscado por el objeto de su adicción, llega a perder interés por otro tipo de conductas que anterior-
mente le resultaban satisfactorias.
Asimismo todas las conductas adictivas están controladas inicialmente por reforzadores positivos -el aspecto placen-
tero de la conducta en sí-, pero terminan por ser controladas por reforzadores negativos -el alivio de la tensión emo-
cional, especialmente- (Echeburúa, 1999; Marks, 1990).
En suma, de conductas normales -incluso saludables- se pueden hacer usos anormales en función de la intensidad,
de la frecuencia o de la cantidad de dinero invertida. Es decir, una adicción sin droga es toda aquella conducta repeti-
tiva que resulta placentera, al menos en las primeras fases, y que genera una pérdida de control en el sujeto (más por
el tipo de relación establecida por el sujeto que por la conducta en sí misma), con una interferencia grave en su vida
cotidiana, a nivel familiar, laboral o social (Faiburn, 1999).
No obstante, las adicciones conductuales se diferencian en algunos aspectos de las adicciones químicas. Desde una
perspectiva psicopatológica, las adicciones químicas múltiples al tabaco, al alcohol, a los ansiolíticos, a la cocaína,
etc., es decir, las politoxicomanías, son relativamente habituales. No es frecuente, por el contrario, encontrarse con
pacientes aquejados de adicciones psicológicas múltiples, como, por ejemplo, adicción al juego, hipersexualidad y
laborodependencia. Lo que sí es más habitual es la combinación de una adicción conductual con otra u otras quími-
cas. Así, por ejemplo, la adicción al juego se asocia principalmente con el tabaquismo y el consumo abusivo de alco-
hol. Y la adicción al trabajo, por poner otro ejemplo, aparece íntimamente ligada con el abuso de drogas dirigidas a
neutralizar el agotamiento ocupacional (cocaína y estimulantes, principalmente).
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En todas ellas el aspecto definitorio fundamental no es tanto la frecuencia con que se realizan –que, por otra parte,
es habitualmente alta-, sino la pérdida de control por parte del sujeto y el establecimiento de una relación de depen-
dencia. Estas dos características son fundamentales ya que, por una parte, permiten discriminar la presencia de una
adicción conductual de la mera alta frecuencia de un comportamiento determinado y, por otra, impiden caer en el
error de psicopatologizar la vida cotidiana. Ello permite distinguir, por ejemplo, la adicción a las compras del consu-
mismo típico de la sociedad actual (Rodríguez, Otero y Rodríguez, 2001), la adicción al juego de la mera afición a ju-
gar (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997) o la adicción al trabajo del entusiasmo y satisfacción por el desempeño
profesional (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1998; Sender, 1997).
A continuación se describen las características básicas de las adicciones conductuales más estudiadas hasta la fecha:
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rea que el número de horas dedicadas (Douglas y Morris, 2006; Machlowitz, 1985). Todo ello viene acompañado fre-
cuentemente por ideas sobrevaloradas acerca del dinero, del éxito o del poder.
Más en concreto, hay cuatro características definitorias de esta adicción (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1998;
Spence y Robbins, 1992): a) implicación elevada en la actividad laboral; b) impulso a trabajar debido a presiones per-
sonales o internas; c) poca capacidad para disfrutar de la tarea realizada; y d) búsqueda de poder o prestigio. Lo que
está en juego en el adicto es la propia autoestima y el reconocimiento social. No es infrecuente que bajo la adicción
al trabajo se escondan sentimientos de inferioridad y de miedo al fracaso (Spruell, 1987). Además, los síntomas expe-
rimentados no son distintos de los que aparecen en otro tipo de adicciones psicológicas: negación del problema, dis-
torsiones cognitivas de la realidad, necesidad de control, tolerancia creciente y síntomas de abstinencia en los
períodos vacacionales (irritabilidad, ansiedad, depresión, etc.).
No toda dedicación intensa al trabajo, al margen incluso de una necesidad laboral perentoria ante una situación
económica crítica, revela la existencia de una adicción. Las personas muy trabajadoras, pero no adictas, disfrutan con
el trabajo, son muy productivas, le dedican mucha energía y entusiasmo y tratan de equilibrarlo con la dedicación del
tiempo libre a la familia, las relaciones sociales o las aficiones (Douglas y Morris, 2006). Además, los períodos de so-
breimplicación laboral responden a una demanda objetiva del mismo, habitualmente de carácter temporal.
Por el contrario, en los adictos el trabajo interfiere negativamente en la salud física, en la felicidad personal o en las
relaciones familiares y sociales. Al carecer de control sobre la dedicación a las obligaciones, invierten una gran canti-
dad de tiempo y de pensamientos, incluso cuando están fuera, en el trabajo, que se constituye en el elemento priorita-
rio de todo lo que les rodea. De hecho, hay una alta implicación laboral incluso en actividades rutinarias y que
podrían ser desempeñadas por otras personas. En estas circunstancias las consecuencias negativas son de varios tipos:
relaciones familiares deterioradas, aislamiento social, pérdida del sentido del humor, desinterés por las relaciones in-
terpersonales “no productivas”, relaciones sexuales programadas y no espontáneas, debilitamiento de la salud, altera-
ciones cardiovasculares relacionadas con el estrés, etc. (Andreassen, 2014; McMillan y O’Driscoll, 2004; Robinson,
2007; Sender, 1997).
La necesidad irrefrenable de dedicar su vida y tiempo al trabajo de un modo central y excesivo lleva al adicto a sen-
tirse insatisfecho o irritable cuando se encuentra alejado de la actividad laboral -días festivos y fines de semana, por
ejemplo-. Es más, estas personas tienden a continuar con su excesiva implicación en el trabajo a pesar de sufrir estrés
o diversos problemas de salud y a ocultar sus pensamientos relacionados con el trabajo para evitar la desaprobación
familiar y social (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1998). En suma, hay una calidad de vida deficitaria, un tiempo li-
bre demasiado reducido y un ritmo de sueño sometido a grandes variaciones.
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cesivas con múltiples amantes, frecuentación habitual de prostíbulos, consumo abusivo de teléfonos eróticos, llama-
das telefónicas obscenas o recurso irrefrenable a las páginas de internet dedicadas al sexo, en donde se intentan satis-
facer fantasías sexuales de toda índole (Young, 2008).
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prohibidos (por ejemplo, la pasta o los dulces) en la dieta habitual se convierten en los alimentos preferidos durante
los atracones y hay una gran abundancia de pensamientos relacionados con los alimentos cuando llevan a cabo otro
tipo de actividades. En cierto modo, la comida para los adictos se convierte en el eje central de su vida (Arensan,
1991).
Diversos autores han encontrado características similares a las adicciones químicas entre los adictos a la comida
(Gearhardt, Corbin y Brownell, 2009; Gold, Frost-Pineda y Jacobs, 2003; Meadows, Nolan y Higgs, 2017; Volkow y
O’¨Brien, 2007): pérdida de control sobre el consumo de alimentos, dependencia (reflejada en la incapacidad para
detener el consumo a pesar de las consecuencias negativas), tolerancia (necesidad de un mayor consumo de alimen-
tos para tener la misma sensación de ansiedad) e, incluso, síntomas de abstinencia.
La adicción a la comida es asimismo distinta de la bulimia. En esta última se recurre a los vómitos inducidos y al
consumo de laxantes/diuréticos o al ayuno y ejercicio intenso, hay una percepción distorsionada de la imagen corpo-
ral y hay una preocupación morbosa por el peso. Por el contrario, en la sobreingesta patológica se producen atraco-
nes recurrentes sin la conducta compensatoria inapropiada (purgas, ayuno o ejercicio físico excesivo) típica de la
bulimia nerviosa. Respecto a la imagen corporal, puede haber, en todo caso, más un desagrado o insatisfacción por el
tamaño del cuerpo que la presencia de distorsiones graves de la imagen corporal propiamente dichas.
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tiempo de conexión es una variable cuantitativa significativa, pero puede ser insuficiente si no se pone en relación
con las necesidades objetivas (laborales o académicas) del usuario.
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química adictiva. De hecho, las dos características fundamentales de este tipo de conductas adictivas, al igual que
ocurre con las adicciones químicas, son la pérdida de control y la relación de dependencia que se establece en rela-
ción a una determinada conducta (continuar con ella a pesar de las consecuencias negativas que produce). Como
consecuencia, las vías de intervención propuestas hasta la fecha son muy similares en todas ellas.
Sin embargo, el primer aspecto que se debe tener en cuenta a la hora de afrontar el tratamiento de un paciente con
una adicción conductual es el objetivo terapéutico: la abstinencia versus el control. En el tratamiento de las adiccio-
nes conductuales resulta implanteable, con la excepción de la adicción al juego, el objetivo de la abstinencia. Se trata
de conductas descontroladas, pero que resultan necesarias en la vida cotidiana, como ocurre en el caso de trabajar,
de comer, de comprar, de practicar el sexo, de conectarse a la red, etc. El objetivo terapéutico se centra, por tanto, en
el reaprendizaje del control de la conducta. En el caso de la adicción al juego, en cambio, a pesar de los intentos que
se han producido por plantear el juego controlado como objetivo terapéutico (Ladouceur, Lachance y Fournier,
2009), hoy por hoy no existe evidencia empírica suficiente que lo avale. Por ello, a diferencia del resto de adicciones
conductuales, el único objetivo asumible, con argumentos científicos claros, es la abstinencia del juego.
En cualquier caso, las vías de intervención postu-
ladas son muy similares en todos los casos (tabla TABLA 3
TRATAMIENTO Y PREVENCIÓN DE RECAÍDAS EN LAS ADICCIONES
3). A corto plazo, el tratamiento inicial de choque
se centra, en una primera fase, en el aprendizaje de TRATAMIENTO INICIAL
respuestas de afrontamiento adecuadas antes las si-
Control de estímulos
tuaciones de riesgo (técnicas de control de estímu- Exposición con prevención de respuesta
los); y en una segunda fase, en la exposición
TRATAMIENTO DE MANTENIMIENTO
programada a las situaciones de riesgo (técnica de
A medio plazo
exposición en vivo con prevención de respuesta a Identificación de situación de riesgo
los estímulos y situaciones relacionadas con la con- Aprendizaje de respuestas de afrontamiento adecuadas
Modificación de las distorsiones cognitivas sobre su capacidad de control
ducta adictiva).
El control de estímulos constituye un primer paso A largo plazo
que siempre es necesario en el tratamiento. En con- Solución de problemas específicos
Cambio en el estilo de vida
creto, se refiere a la evitación, en la primera fase de
la terapia, de los estímulos asociados a la conducta
descontrolada. Se trata de identificar los aspectos TABLA 4
que hacen más probable la conducta adictiva, con EJEMPLOS DE CONTROL DE ESTÍMULOS EN
el objetivo de controlarlos y de que el paciente ALGUNAS ADICCIONES SIN DROGAS
aprenda respuestas de afrontamiento alternativas
Ludopatía
para las distintas situaciones de riesgo. Este control
de estímulos, estricto en un primer momento, se 1. Control sobre el dinero
atenúa gradualmente a medida que transcurre el 2. Eludir los circuitos de riesgo
3. Evitar la relación con amigos jugadores
tratamiento. Algunos ejemplos de aplicación del 4. Autoprohibición de la entrada en bingos y casinos
control de estímulos en distintas adicciones con- 5. Planificación para devolver las deudas contraídas
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la conducta adictiva, a pesar de tener la posibilidad de hacerlo. Por lo tanto, la recuperación total (objetiva y subjeti-
va) sólo se produce cuando el sujeto se expone, en una segunda fase del tratamiento, a los indicios de riesgo de forma
progresiva y regular y es capaz de resistirse a ellos sin adoptar conductas de escape. En el caso del juego, por ejem-
plo, se trata de que el paciente acuda a los locales de juego o a los bares con máquinas tragaperras, sin poder jugar;
en el caso de las compras, acudir a grandes superficies, sin permitirle comprar; en el caso de la comida, acudir a una
comida o cena, pero limitar la cantidad máxima de comida, etc.
Esta exposición a los indicios de riesgo debe hacerse inicialmente en compañía de alguna persona de confianza (fa-
miliar, amigo, etc.). Posteriormente, en aquellos casos en los que el tratamiento de exposición evolucione de forma fa-
vorable, se permitirá gradualmente al paciente hacerlo de forma más autónoma, sin depender tanto de la persona que
actúe como coterapeuta. Hacerlo a solas es algo que debe intentarse sólo cuando ya se ha ensayado esta situación re-
petidas veces con otras personas y el paciente se encuentra seguro de sí mismo (Hodgson, 1993).
A medio plazo, el tratamiento de mantenimiento, una vez reasumido el control de la conducta, requiere actuar sobre
la prevención de recaídas. El común denominador en los procesos de recaída en las diferentes conductas adictivas es
la exposición a una situación de alto riesgo, sin la puesta en marcha de las estrategias de afrontamiento adecuadas
(Marlatt y Gordon, 1985). Por lo tanto, un aspecto fundamental es el conocimiento de los factores que precipitan las
recaídas, es decir, aquellas situaciones que favorecen la vuelta a la conducta adictiva. Así, se trata, fundamentalmen-
te, de identificar situaciones de riesgo para la recaída, de aprender respuestas adecuadas para el afrontamiento de las
mismas y de modificar las distorsiones cognitivas sobre su capacidad de control de las conductas adictivas.
Por último, más a largo plazo, conviene solucionar los problemas específicos (ansiedad, depresión, problemas de
pareja, etc.) e introducir cambios en el estilo de vida, de modo que el paciente sea capaz de obtener otras fuentes de
gratificación más allá de la conducta adictiva (Echeburúa, 1999; Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997). No se debe
olvidar que se trata de conductas adictivas y que, al margen de la frecuencia e intensidad con la que se llevan a cabo,
al igual que ocurre con otras adicciones, provocan numerosas repercusiones negativas en el entorno cercano del pa-
ciente: familia, trabajo, amigos, etc. Todo ello debe tenerse en cuenta a lo largo del tratamiento, pues repercute de
forma importante en el buen desarrollo del mismo.
5. CONCLUSIONES
Todas las adicciones acaban por minar la vida de quienes las sufren y de todos los que les rodean. Por ello, lo funda-
mental para determinar si una conducta es adictiva no es la presencia de una droga, sino más bien la de una expe-
riencia que es buscada con ansia y con pérdida de control por el sujeto y que produce una relación de placer/culpa.
Las adicciones conductuales funcionan, en unos casos, como conductas sobreaprendidas que traen consigo conse-
cuencias negativas y se adquieren a fuerza de repetir conductas que en un principio resultan agradables; en otros, co-
mo estrategias de afrontamiento inadecuadas para hacer frente a los problemas personales (por ejemplo, acudir al
bingo o comer en exceso para hacer frente a la ansiedad o al aburrimiento).
En todos los casos los estímulos condicionados desempeñan un papel importante en el mantenimiento de las adic-
ciones. Los estímulos condicionados externos pueden variar de una adicción a otra: la presencia de un ordenador, en
el caso de un adicto a internet; el sonido de una máquina tragaperras, en el caso de un adicto al juego; el olor a ali-
mentos, en el caso de un adicto a la comida; la visión de una mujer sola, en el caso de un sexoadicto; los anuncios de
rebajas, en el caso de un adicto a las compras, etc. Sin embargo, los estímulos condicionados internos son muy simi-
lares en todas las adicciones. La disforia es, sin duda, el más importante. De hecho, todo tipo de adictos tienden a re-
caer cuando se encuentran mal o deprimidos (Echeburúa, 1999).
El objetivo terapéutico en las adicciones conductuales es el reaprendizaje de la conducta de una forma controlada.
Concluida la intervención terapéutica inicial, los programas de prevención de recaídas, en los que se prepara al pa-
ciente para afrontar las situaciones críticas y para abordar la vida cotidiana de una forma distinta, pueden reducir sig-
nificativamente el número de recaídas en los primeros meses de seguimiento, que constituyen el momento crítico.
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Ficha 1.
Adicción al juego
1. CARACTERÍSTICAS DE LA ADICCIÓN AL JUEGO
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En definitiva, la adicción al juego se caracteriza por una dependencia emocional del juego, una pérdida de control y
una interferencia negativa en el funcionamiento normal en la vida cotidiana.
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sión, problemas de pareja, etc.) y el cambio global del tipo de vida del paciente (Fernández-Montalvo y Echeburúa,
1997).
Los puntos de intervención para evitar las caídas iniciales son los siguientes (Marlatt y Gordon, 1985; Shaffer y La
Plante, 2005):
a) Identificación de las situaciones de alto riesgo. Prevenir la recaída implica enseñar al paciente a reconocer las situa-
ciones específicas de alto riesgo y mantenerlo en una disposición de alerta cognitiva.
b) Respuestas de enfrentamiento adecuadas a situaciones problemáticas. Conviene enseñar a los sujetos las habilida-
des necesarias para hacer frente a las situaciones de alto riesgo. Las posibles áreas de actuación incluyen autoafir-
mación, control del estrés, relajación, control de la ira, habilidades de comunicación y habilidades de solución de
los problemas cotidianos.
c) Cambio de expectativas sobre las consecuencias positivas del juego. Esta parte del programa implica la información
sistemática al paciente sobre los efectos a medio y largo plazo de las conductas adictivas, así como la actuación so-
bre algunos errores cognitivos (por ejemplo: “por una vez que juegue, no me va a pasar nada malo”, etc.).
Una vez que el paciente ha aprendido a identificar las situaciones de alto riesgo para la recaída, así como a imple-
mentar las estrategias más adecuadas para afrontarlas, es necesario recurrir nuevamente a las técnicas de exposición.
Nuevamente, la recuperación total (objetiva y subjetiva) sólo se produce cuando el sujeto se expone a los indicios de
riesgo y pone a prueba las estrategias de afrontamiento aprendidas. La exposición a los indicios de riesgo debe hacer-
se inicialmente en compañía de alguna persona de confianza (familiar, amigo, etc.). Hacerlo a solas es algo que debe
intentarse sólo cuando ya se ha ensayado esta situación repetidas veces con otras personas y el paciente se encuentra
seguro de sí mismo.
Más a largo plazo, para evitar el proceso de recaída, conviene intervenir en dos aspectos fundamentales:
a) Solución de problemas específicos: Los problemas específicos pueden ser variables de unos casos a otros, pero hay
algunos que son prácticamente constantes en todas las personas con problemas de juego: el exceso de ansiedad, el
estado de ánimo deprimido, las discusiones familiares y de pareja, los problemas laborales, etc. Es difícil mantener
la abstinencia del juego si no se interviene también en todos estos aspectos, ya que aumenta la probabilidad de que
se produzca una recaída a medio y largo plazo.
b) Cambio en el estilo de vida: Un proceso profundo de cambio implica el establecimiento de nuevas metas de vida.
La apatía facilita la añoranza del juego, los sentimientos de culpa y el estado de ánimo deprimido. Sólo un cambio
de vida estable garantiza el mantenimiento de la abstinencia del juego a largo plazo. Sugerir al paciente la realiza-
ción de un balance del antes y del después del tratamiento contribuye a mantenerlo motivado en el largo proceso
de la abstinencia. De hecho, al tenerlo escrito, le permite releerlo en las situaciones de desánimo, cuando mayor es
el riesgo de recaída, y remotivarse en estos momentos bajos.
En esta misma línea, es necesario fomentar el establecimiento de conductas alternativas al juego que le sean gratificantes
(Shaffer y LaPlante, 2005). Cuando una persona está implicada en una conducta adictiva, la mayor parte de las fuentes de
satisfacción en la vida cotidiana procede de dicha adicción: la ocupación del tiempo libre, la interacción social con los
amigos jugadores, el refuerzo de la posibilidad de obtener una ganancia, etc. No es, por ello, extraño que un ludópata se
sienta vacío cuando deja de jugar. Se trata, por tanto, de enseñar al paciente nuevas pautas de conducta que le generen
una gratificación alternativa. De este modo, estas nuevas conductas desempeñan un doble papel: a) ser incompatibles con
la adicción; y b) ofrecer al sujeto vías atractivas y diferentes de obtener satisfacciones en la vida diaria.
4. CONCLUSIONES
Los estudios referidos a la terapia de la adicción al juego prueban que este cuadro clínico responde bien a los trata-
mientos ofertados. Desde una perspectiva general, se han obtenido unas tasas de éxito superiores al 50% de los casos
tratados con un control mínimo de seguimiento de 6 meses. Además, esta tasa de éxito aumenta considerablemente
cuando se aplican técnicas conductuales -control de estímulos y exposición en vivo con prevención de respuesta,
principalmente- seguidas de una intervención cognitivo-conductual en prevención de recaídas (cfr. Echeburúa et al.,
2000, 2001). En la actualidad este tipo de técnicas constituyen, sin duda, el tratamiento de elección de la ludopatía.
El empleo de técnicas cognitivas no parece ser necesario para conseguir la abstinencia del juego. Independiente-
mente del número elevado de distorsiones cognitivas que presentan los adictos al juego (cfr. Fernández-Montalvo,
Echeburúa y Báez, 1996), la eficacia de los tratamientos a largo plazo no aumenta cuando se incluyen este tipo de in-
tervenciones cognitivas (cfr. Echeburúa et al., 1996).
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Si bien el tratamiento psicológico es prioritario en el ámbito de la ludopatía, queda pendiente, desde una perspectiva
psicofarmacológica, el estudio de las situaciones concretas en las que el empleo de medicación, de forma combinada
con la terapia psicológica, podría aumentar la eficacia terapéutica, como en el caso de jugadores con un nivel eleva-
do de impulsividad, por ejemplo. Una revisión de los estudios sobre tratamientos farmacológicos de la adicción al
juego puede encontrarse en Grant, Odlaug y Schreiber (2014).
Desde otra perspectiva, resulta de interés el tratamiento de los trastornos duales. En las investigaciones controladas
sobre la terapia de la adicción al juego se utilizan, por razones metodológicas, jugadores puros, sin otro trastorno psi-
copatológico concomitante. No obstante, la experiencia clínica demuestra la existencia, en numerosas ocasiones, de
comorbilidad e incluso de un diagnóstico dual en el ámbito de la ludopatía (alcoholismo, esquizofrenia y deficiencia
mental, principalmente, en el eje I; trastorno antisocial y límite de la personalidad, en el eje II). En estos casos, las téc-
nicas terapéuticas propuestas no se muestran tan útiles como en los jugadores puros. Se requiere más investigación a
este respecto.
En otras palabras, la adaptación de los objetivos clínicos y de los programas de tratamiento a las necesidades indivi-
duales, así como el papel terapéutico mismo de los manuales de autoayuda (por ejemplo, Fernández-Montalvo y
Echeburúa, 1997), constituyen una cuestión no resuelta que requiere una detallada investigación.
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Ficha 2.
Adicción al trabajo
1. CONCEPTO DE ADICCIÓN AL TRABAJO
La dedicación intensa al trabajo se ha considerado durante muchos años como una conducta adecuada y socialmen-
te valorada, que denota un sentido elevado de responsabilidad y que responde a los valores de una sociedad en don-
de se priman el éxito y el poder. De hecho, incluso ha sido categorizada como una adicción positiva, es decir, como
una conducta repetitiva que proporciona bienestar económico e integración social a una persona (Killinger, 1993;
Machlowitz, 1977; Porter, 1996; Schaef & Fassel, 1988). Sin embargo, el análisis de este fenómeno a largo plazo
muestra que esos beneficios se dan sólo en las primeras fases de la adicción, convirtiéndose posteriormente en una
conducta perjudicial tanto para el individuo como para la empresa (Dudek, 2008; Galperin & Burke, 2006).
Todo ello ha contribuido a que el estudio de la adicción al trabajo -al igual que ha ocurrido con el resto de las adic-
ciones conductuales- sea reciente. Si bien fue descrita por Oates (1971) -quien utilizó por primera vez el término in-
glés workaholism-, ha sido sólo en los últimos años cuando se ha comenzado a considerar este fenómeno como un
trastorno grave, del que pueden derivar serias consecuencias físicas y psicológicas (Andreassen, 2014; Fernández-
Montalvo & Echeburúa, 1997; Ng, Sorensen, & Feldman, 2007; Pietropinto, 1986; Robinson, 1989; Spruell, 1987).
La adicción al trabajo se caracteriza por una implicación progresiva, excesiva y desadaptativa a la actividad laboral,
con una pérdida de control respecto a los límites del trabajo y una interferencia negativa en la vida cotidiana (relacio-
nes familiares y sociales, tiempo de ocio, estado de salud, etc.). Al margen de las percepciones distorsionadas del su-
jeto, la sobreimplicación laboral responde al ansia o necesidad de la persona -el trabajo de este modo genera una
excitación que oscila entre la fascinación y el sobresalto- más que a las necesidades objetivas del entorno laboral
(Buelens & Poelmans, 2004; Fernández-Montalvo & Echeburúa, 1998). Lo que distingue a un adicto es más su actitud
hacia la tarea que el número de horas dedicadas (Burke, 2006; Kemeny, 2002; Machlowitz, 1977, 1980; Snir & Zo-
har, 2008). Todo ello viene acompañado frecuentemente de ideas sobrevaloradas del dinero, del éxito o del poder.
Se pueden distinguir cuatro características definitorias de esta adicción (Andreassen, 2014; Harpaz & Snir, 2003; Ki-
llinger, 1993; Spence & Robbins, 1992): a) implicación elevada en la actividad laboral; b) impulso a trabajar debido a
presiones personales o internas; c) poca capacidad para disfrutar de la tarea realizada; y d) búsqueda de poder o pres-
tigio.
Lo que está en juego en el adicto es la propia autoestima y el reconocimiento social. No es infrecuente que bajo la
adicción al trabajo se escondan sentimientos de inferioridad y de miedo al fracaso (cfr.Spruell, 1987). Los síntomas
experimentados no son distintos de los que aparecen en otro tipo de adicciones conductuales: negación del proble-
ma, distorsiones cognitivas de la realidad, necesidad de control, tolerancia creciente y síntomas de abstinencia en los
períodos vacacionales (irritabilidad, ansiedad, depresión, etc.) (Buck & Sales, 2000; Fassel, 1990; Homer, 1985; Killin-
ger, 1993; Naughton, 1987; Porter, 1996; Robinson, 1989).
No toda dedicación intensa al trabajo, al margen incluso de una necesidad laboral perentoria ante una situación
económica crítica, revela la existencia de una adicción. Las personas muy trabajadoras, pero no adictas, disfrutan con
el trabajo, son muy productivas, le dedican mucha energía y entusiasmo y tratan de equilibrarlo con la dedicación del
tiempo libre a la familia, las relaciones sociales o las aficiones (Douglas & Morris, 2006; Fernández-Montalvo & Eche-
burúa, 1998; Schaufeli, Taris, & Van Rhenen, 2008). Además, los períodos de sobreimplicación laboral responden a
una demanda objetiva del mismo, habitualmente de carácter temporal.
Por el contrario, la adicción al trabajo interfiere negativamente en la salud física, en la felicidad personal o en las re-
laciones familiares y sociales. Al carecer de control sobre la dedicación a las obligaciones, invierten una gran canti-
dad de tiempo y de pensamientos, incluso cuando están fuera, en el trabajo, que se constituye en el elemento
prioritario de todo lo que les rodea. De hecho, hay una alta implicación laboral incluso en actividades rutinarias y
que podrían ser desempeñadas por otras personas. En estas circunstancias las consecuencias negativas son de varios
tipos: relaciones familiares deterioradas (Bakker, Demerouti, & Burke, 2009; Shimazu, Bakker, & Demerouti, 2009),
hijos con mayores problemáticas psicopatológicas (Chamberlin & Zhang, 2009; Robinson & Kelley, 1998), aislamien-
to social, pérdida del sentido del humor, desinterés por las relaciones interpersonales “no productivas”, relaciones se-
xuales programadas y no espontáneas, debilitamiento de la salud, alteraciones cardiovasculares relacionadas con el
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estrés (Andreassen, Ursin, & Eriksen, 2007), y en general, una pérdida de calidad de vida y de bienestar (Bonebright,
Clay, & Ankenmann, 2000; Burke & Fiksenbaum, 2009; Burke, Richardsen, & Mortinussen, 2004; Fernández-Montal-
vo & Echeburúa, 1998; Pietropinto, 1986; Robinson, 1996b).
La necesidad irrefrenable de dedicar su vida y tiempo al trabajo de un modo central y excesivo lleva al adicto a sen-
tirse insatisfecho o irritable cuando se encuentra alejado de la actividad laboral -días festivos y fines de semana, por
ejemplo-. Esto les lleva a estar trabajando aun cuando no estén en el trabajo (Kemeny, 2002). Es más, estas personas
tienden a continuar con su excesiva implicación en el trabajo a pesar de sufrir estrés o diversos problemas de salud y
a ocultar sus pensamientos relacionados con el trabajo para evitar la desaprobación familiar y social (Porter, 1996). En
suma, hay una calidad de vida deficitaria, inducida por un consumo abusivo de alcohol y tabaco, un tiempo libre de-
masiado reducido y un ritmo de sueño sometido a grandes variaciones.
2. DATOS EPIDEMIOLÓGICOS
No hay estudios epidemiológicos sobre este trastorno. Los datos existentes son fragmentarios, parciales y con poco
apoyo empírico. Así, según Machlowitz (1980), alrededor del 5% de la población general podría ser adicta al trabajo.
Con muestras específicas de profesiones liberales (médicos, psicólogos y abogados), la tasa de prevalencia puede lle-
gar hasta el 23% (Doerfler & Kammer, 1986). En población americana se ha estimado que en torno al 10% de la po-
blación general podría ser adicta al trabajo (Sussman, Lisha y Griffiths, 2011).
Desde el año 1992 en Canadá se han realizado estudios epidemiológicos con muestras representativas de la pobla-
ción a las que se les pregunta si se consideran adictas al trabajo. Durante estos años alrededor de un 27% de la pobla-
ción canadiense mayor de 15 años se considera a sí misma adicta al trabajo (Keown, 2008). Este dato es muy
semejante al que se da en los Estados Unidos (Robinson, 2007). Aun cuando no todas esas personas serán propiamen-
te adictas al trabajo, sí que dibujan un perfil muy semejante al del adicto, ya que al ser comparados con quienes no se
consideran adictos presentan: (1) una menor satisfacción con la propia vida; (2) una menor satisfacción en el trabajo;
(3) una mayor dificultad para encontrar tiempo para la familia; (4) una sensación de que se les escapa el tiempo de las
manos y (5) una peor valoración de su estado de salud. Además no valoran su situación económica mejor que la del
resto de la población (Kemeny, 2002; Keown, 2008).
Por lo tanto, más allá de la prevalencia concreta de esta adicción, parece claro que afecta a personas de edades
medias, de clase acomodada, con una actividad laboral creativa y que no actúan movidas exclusivamente por ne-
cesidades económicas. Si bien la adicción se da más entre los hombres que entre las mujeres -éstas suelen tener
una visión más amplia de la vida, con un mayor equilibrio entre lo afectivo y lo laboral (Hodson, 2004)-, las dife-
rencias en cuanto a sexos tienden a reducirse, especialmente en profesionales jóvenes, presentando las mismas ca-
racterísticas negativas en hombres y mujeres (Burke, Burgess, & Fallon, 2006; Kemeny, 2002; Killinger, 1993;
Robinson & Post, 1997).
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7. Pérdidas parciales de memoria. Son fruto del agotamiento y de la atención simultánea a muchos asuntos. No son
infrecuentes los olvidos de fechas y temas relacionados con la vida familiar y social (aniversario de boda, cumple-
años de los niños, etc.).
8. Impaciencia e irritabilidad. Al ser el tiempo una posesión muy preciada, carecen de paciencia y se irritan fácil-
mente si se les hace esperar o se abordan temas en una conversación que no son directamente de su interés.
9. Déficit de autoestima. El sentimiento de baja autoestima les conduce ansiosamente a la obtención de logros, que
consiguen aumentar, pero sólo transitoriamente, los sentimientos de valía personal.
10. Inatención a las necesidades de salud. Son frecuentes una amplia variedad de problemas físicos (obesidad, con-
sumo excesivo de alcohol, tabaquismo, hipertensión, etc.), así como un descuido de las necesidades personales
de salud (horas de sueño, descanso regular, chequeos periódicos, etc.).
Desde otra perspectiva, una característica habitual de las adicciones químicas es la politoxicomanía. Sin embargo,
en las adicciones psicológicas no es frecuente encontrarse con pacientes aquejados de adicciones psicológicas múlti-
ples, como, por ejemplo, adicción al juego, hipersexualidad y adicción a las compras (Echeburúa & Corral, 1994). Lo
que sí es más habitual es la combinación de una adicción psicológica con una o varias adicciones químicas -por
ejemplo, la ludopatía y el alcoholismo (Fernández-Montalvo & Echeburúa, 1997)-. En el caso concreto de la adicción
al trabajo, es frecuente el abuso de drogas con el objetivo de neutralizar el agotamiento ocupacional (exceso de café,
tabaco, alcohol y cocaína) y de fármacos para conciliar el sueño (Alonso-Fernández, 1996). En la figura 1 se presenta
un esquema de una secuencia evolutiva frecuente en la adicción al trabajo.
4. CONCLUSIONES
Se trata, en definitiva, de una adicción caracterizada por un aumento excesivo de los rendimientos laborales, con un
profundo sentido del cumplimiento del deber, con una vida carente de aficiones y con un sentimiento de culpabilidad
por disfrutar del ocio o con la conversión de éste en una actividad competitiva más: practicar deporte para ganar a to-
da costa, y no para disfrutar de la compañía o de la relajación proporcionada por el ejercicio físico. En estos casos la
actividad laboral funciona como una fuente de motivación y como un desafío impuesto por la propia persona para
evaluar su capacidad. El sujeto, atenazado por una serie de creencias irracionales (“miedo a no valer bastante”, “te-
mor a no disponer de tiempo suficiente para conseguir el bienestar material”, etc.), puede estar implicado en una ba-
talla sin fin por el éxito, que, una vez alcanzado, no va seguido de una sensación duradera de recompensa o de alivio
real de la tensión (Fernández-Montalvo & Echeburúa, 1998; Sender, Valdés, Riesco, & Martín, 1993).
En líneas generales, parece que la adicción al tra-
bajo se acompaña de depresión, ansiedad e ira, así
FIGURA 1 como de una cierta incapacidad asertiva para re-
SECUENCIA EVOLUTIVA DE LA ADICCIÓN AL TRABAJO chazar tareas no razonables (Buck & Sales, 2000;
(Alonso-Fernández, 1996)
Haymon, 1992). Además parece que las personas
con mayor sobreimplicación laboral son más per-
1ª secuencia Comportamiento autoritario
Adicción al
con la familia y los
feccionistas y presentan más problemas de salud,
trabajo
subordinados más dificultades para delegar en otros el trabajo y
mayores niveles de estrés (Spence & Robbins,
1992). También parece que la mayor gravedad de
la adicción al trabajo se relaciona con una mayor
2ª secuencia
incapacidad para solucionar los problemas de for-
Deterioro de la Síndrome Abuso de drogas
ma efectiva, con una menor claridad para estable-
capacidad laboral de estrés fármacos cer los roles familiares y con una mayor dificultad
para expresar afectos, así como con mayores es-
fuerzos para establecer relaciones sociales e ínti-
mas (Robinson & Post, 1995, 1997). Dicho de otra
3ª secuencia Trastorno Abuso de manera, un adicto al trabajo raramente se siente fe-
Depresión
psicosomático alcohol liz (Kemeny, 2002). Pero es que además, la familia,
que también sufre las consecuencias de esta adic-
ción, suele recibir muy poco apoyo de su entorno
social, que sólo percibe en el adicto a una persona
4ª secuencia Crisis aguda de enfermedad
coronaria o muerte repentina
trabajadora que busca lo mejor para los suyos (Ke-
meny, 2002).
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FOCAD
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