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Moral a Nicómaco · libro segundo, capítulo VII

Aplicación de las generalidades que preceden


a los casos particulares
No basta en esta materia limitarse a generalidades. Es preciso además hacer
ver cómo estas teorías están de acuerdo con los casos particulares. En efecto,
cuando se razona sobre las acciones humanas, sirven de poco las
generalidades, y los análisis especiales son más conformes a la verdad, puesto
que las acciones son siempre particulares y a ellas deben ajustarse las [47]
teorías. Se verá más en claro lo que queremos decir en el cuadro que vamos a
trazar{41}.
Obsérvase que el valor ocupa un término medio entre los dos sentimientos de
temor y de resolución. En cuanto a los dos excesos, el uno, que se refiere a la
falta de todo temor, no ha recibido nombre en nuestra lengua, porque hay
muchas cosas que el uso ha dejado sin él; mas si nos fijamos en el exceso de
resolución, encontramos que al hombre, que da pruebas de ello, se le llama
temerario. El que adolece de un exceso de temor o de una falta de resolución,
es un cobarde.
Para los placeres y para los dolores, no para todos sin excepción y menos aún
para todos los dolores que para todos los placeres, el medio es la templanza,
el exceso es la incontinencia. En cuanto a los que pecan por defecto en
materia de placeres, son bien contados, y así no se les ha dado nombre
especial. Démosles, si se quiere, el de insensibles.
Con respecto a dar o recibir cosas o riquezas, el medio es la liberalidad{42};
el exceso y el defecto son la prodigalidad y la avaricia. Estas últimas
cualidades por otra parte, exceso o defecto, son contrarias completamente la
una a la otra. Y así el pródigo peca de exceso cuando se trata de dar, y de
defecto cuando de recibir; el avaro, por lo contrario, por exceso cuando toma,
por defecto cuando da.
Nótese que aquí no hacemos más que trazar un ligero bosquejo y presentar
como un sumario. Por el momento debemos darnos por satisfechos con esto,
sin perjuicio de que más tarde tratemos todos estos puntos con más exactitud
y extensión.
Pero volviendo a la riqueza, hay también otras disposiciones además de las
que hemos indicado. En este concepto, el medio puede ser igualmente la
magnificencia, porque puede establecerse una diferencia entre el hombre
magnífico y el hombre liberal. El uno posee grandes riquezas, el otro escasas;
el exceso en el hombre magnífico consiste en la profusión con mal gusto y en
el fausto grosero; y el defecto consiste en la mezquindad mostrada en
pequeñeces. Estos matices extremos difieren de los [48] que presenta la
liberalidad; cómo difieren unos de otros, se dirá más adelante.
En punto a honores o a gloria y a la oscuridad, el medio es la grandeza de
alma; el exceso en este género puede llamarse insolencia; el defecto, bajeza
de alma. Pero así como reconocimos que la liberalidad tiene cierta relación
con la magnificencia, difiriendo la primera de la segunda sólo en que se aplica
a cosas de poco valor; en igual forma, al lado de la grandeza de alma, que
aspira a los altos honores, hay otro sentimiento que nos arrastra a ir en busca
de los que tienen poca importancia. Se pueden, en efecto, desear los honores
y la gloria hasta un punto regular; pero también se les puede desear
demasiado, o no desearlos nada. Al que los desea excesivamente se le llama
ambicioso; el que no los desea es un hombre sin ambición; pero el que en este
orden de sentimientos sabe mantenerse en un justo medio, no ha recibido
nombre especial. Las disposiciones morales, que corresponden a estos
caracteres, tampoco tienen nombre particular, a no ser el del ambicioso, que
se llama ambición. Esto hace precisamente que los extremos se disputen el
puesto del medio; y a nosotros mismos nos sucede que a veces calificamos de
ambicioso al que ocupa el término medio, y otras, por lo contrario, le
declaramos sin ambición, alabando así indistintamente al hombre que es
ambicioso y al que no lo es.
Más adelante trataremos de explicar la causa de esta contradicción; por ahora
continuemos el estudio de las demás pasiones conforme al método
anteriormente adoptado{43}.
Para la cólera se pueden distinguir, como acabamos de hacer para la
liberalidad, los tres términos: exceso, defecto, medio. Pero como ninguno de
estos matices, o casi ninguno, tiene nombre especial, nos limitaremos a decir,
que el hombre que en este género ocupa el medio entre los dos extremos, se
le llama hombre dulce, y la cualidad intermedia, dulzura. De los dos
caracteres extremos, el que peca por exceso se llama carácter irascible, y al
vicio que muestra se llama irascibilidad. El que peca por defecto podemos
decir que es el carácter flemático, que jamás siente la cólera; y el defecto se
llamará flema, que no permite nunca el encolerizarse.
Aquí cuadra hablar de otros tres medios, que no dejan de [49] tener
semejanza entre sí, pero que sin embargo difieren en ciertos conceptos. Los
tres se refieren igualmente a las relaciones sociales y comunes, que crean
entre los hombres sus palabras y sus actos; pero los tres difieren en que el
uno se refiere a la verdad, tal como se muestra habitualmente en las
conversaciones de los hombres, mientras que los otros dos medios se refieren
al placer que producen las relaciones sociales, aplicándose uno de ellos al
placer que nos causa la buena y festiva sociedad, y extendiéndose el otro a
todas las cosas de la vida ordinaria. Necesitamos estudiar también estas tres
especies nuevas, para que veamos con más claridad aún que en todas las
cosas el medio es digno solamente de alabanza, mientras que los extremos no
son buenos ni laudables, y no merecen sino nuestra censura. Para la mayor
parte de estos matices, lo mismo que para los precedentes, la lengua no tiene
nombre particular, poro es imprescindible, como acabamos de hacerlo, forjar
palabras nuevas que representen estos diversos caracteres, y que dando más
claridad a nuestras ideas, permitan seguirlas más fácilmente.
Con respecto a la verdad, el hombre que guarda en esta relación el medio, se
llama hombre veraz o verídico, y el medio mismo se llama veracidad. La
ficción, que altera la verdad, se llamará, si exagera las cosas, fanfarronería, y
el que tenga este defecto será un fanfarrón; si, por lo contrario, disminuye las
cosas, se llamará disimulación, y el que lo haga, un hombre disimulado.
Paso a los otros dos medios, que se refieren al placer. El uno consiste en el
gracejo, y el hombre, que sabe guardar con mesura este medio delicado, es un
hombre gracioso, y la disposición moral que le distingue es la gracia. El
exceso en este género se llama bufonería, y al hombre que tiene este carácter
se le llama bufón. El que en punto a gracejo tiene menos del preciso es un
rústico, y su manera de ser puede llamarse rusticidad. En cuanto al medio que
se refiere a la vida ordinaria recreativa, el hombre que sabe hacerse aceptable
a sus semejantes, como conviene serlo, es el amigo, y el medio que forma su
carácter, es la amistad. El que presta con exceso servicios a los demás, puede
llamársele hombre que tiene manía de complacer, siempre que lo haga sin
ningún interés; pero si tales servicios nacen de cálculo y los presta en vista de
su provecho [50] personal, entonces es un adulador. El que en este concepto
peca completamente por defecto y no sabe hacerse agradable a los demás, es
un ser oscuro y excéntrico.
Pueden reconocerse igualmente medios en las emociones y en todo lo
concerniente a ellas. Y así la modestia no es una virtud; y sin embargo es
objeto de nuestras alabanzas, así como lo es el hombre modesto. Así es que en
estas afecciones se puede distinguir igualmente el hombre que se mantiene en
el verdadero medio. El que experimenta con exceso estas emociones, de todo
se ruboriza; y en cierta manera se le advierte como embarazado. El hombre
que, por lo contrario, peca en esto por defecto y que por nada absolutamente
se ruboriza, es un hombre impudente. El que sabe ocupar un punto medio
entre estos excesos es un hombre modesto.
La justicia, que juzga imparcialmente la conducta de otro, ocupa el medio
entre la envidia a la felicidad de los demás y el goce malévolo que provoca su
sufrimiento. Estas tres afecciones por otra parte se refieren al placer y al
dolor que nos puede causar todo lo que sucede a nuestros semejantes. El
hombre imparcial y animado de cierto coraje se aflige y se indigna ante el
espectáculo de una prosperidad no merecida. El envidioso, que por exceso
traspasa esta imparcialidad, se aflige de todos los bienes que adquieren los
demás hombres. En fin, el que tiene complacencia en el mal ajeno está tan
distante de afligirse en este caso, que llega hasta regocijarse.
En otra parte habrá ocasión de hablar sobre esto con más oportunidad; y en
cuanto a la justicia, como no se la designa por un nombre simple y absoluto,
sino que en ella se distinguen dos matices diferentes, los analizaremos más
adelante{44} y haremos ver los medios que en cada uno de ellos se dan. El
mismo estudio haremos de las virtudes intelectuales.
———
{41} Véase el cuadro que aparece en la Moral de Eudemo, lib. II, capítulo III.
{42} En español no corresponde la palabra al medio tan exactamente como la
correspondiente del griego. El liberal se aproxima más al pródigo que al
avaro.
{43} Véase la Política, lib. I, cap. I.
{44} Véase todo el cap. V, que trata de la justicia. Los dos matices de la
justicia son la igualdad absoluta y la igualdad proporcional, o bien la justicia
según la ley, y la justicia según la naturaleza.

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