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ayudan a dar cuenta de las condiciones bajo las cuales las identidades
particulares salen a la palestra, inducen a la formación de movimien-
tos sociales y delinean sus resultados; al hacerlo profundizan la com-
prensión de los movimientos en los que se enfocan quienes analizan
los NMS. En tercer lugar, identifican las condiciones bajo las cuales
los rituales, valores, tradiciones e ideologías distintivas adquieren sig-
nificado e influyen en los movimientos sociales. No obstante, aún po-
dríamos argumentar que los movimientos sociales no están determi-
nados mecánicamente por las características de la estructura social.
Son históricamente contingentes, varían con las condiciones locales,
que también incluyen lo que los sociólogos llaman “agencia”: las ini-
ciativas de personas comunes, activistas y líderes. Las personas suje-
tas a injusticias similares, reales y percibidas, pueden responder a es-
tas de forma diferente, aunque sobre todo bajo condiciones limitadas.
Las personas pueden tolerar las desigualdades y las injusticias
que experimentan, incluso de mala gana, por la mera razón de que
sienten que su situación es inmutable. Pueden recurrir a soluciones
individuales, tales como salir de las relaciones que no les gustan, por
ejemplo, a través de la migración o del cambio de trabajo (cfr. Hirs-
chman, 1970). Sin embargo, en lugar de eso, también pueden movi-
lizarse colectivamente para mejorar su situación cuando creen que
las condiciones son propicias. Los desfavorecidos económicamente
pueden realizar huelgas, organizar cortes de rutas y mucho más para
interrumpir la producción y la economía. Estas son las armas de
los débiles, que son más propensos que aquellos con más recursos y
mejor conectados de optar por las formas colectivas de resistencia,
precisamente porque los canales institucionales para resarcir sus pri-
vaciones tienden a estar cerrados o trabajan en su contra. Asimismo,
las clases media y alta también pueden movilizarse por el cambio.
Aunque sus posiciones más dominantes en las jerarquías sociales,
económicas y políticas suelen trabajan a su favor y les proporcionan
acceso a canales informales entre bambalinas, así como a canales
formales para lograr los cambios que codician, cuando esos canales
dejan sus problemas sin resolver ellos también pueden recurrir a mo-
dos colectivos de resistencia.
Si estamos en lo cierto de que “lo político” también es central
en los movimientos sociales, desde sus formaciones a sus resultados,
los Estados y las estructuras políticas también deben ser tenidos en
cuenta. Los teóricos de los NMS han tratado de abordar el Estado y
su “inserción” en la sociedad en general. No obstante, el Estado es
más que un simple “interlocutor” de las demandas y el activismo del
movimiento social, como lo denomina Escobar (Escobar y Álvarez
1992: 83). En esto, el Estado con todo su poder y materialidad ocupa
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una posición única vis a vis los reclamos de muchos movimientos so-
ciales y la manera de corregirlos; su rol en los movimientos sociales
debe entenderse con claridad, analítica y empíricamente.
Los repertorios del movimiento social, a su vez, se han visto afec-
tados por la interacción de la estructura social con la cultura y, tam-
bién, por las estructuras estatales y las políticas de Estado, y por las
características de la economía política en las que se despliega la vida
de los pueblos. Charles Tilly y sus colaboradores señalaron claramen-
te hace décadas que los repertorios de la resistencia popular han va-
riado a lo largo del tiempo, según el cambio de condiciones (Shorter
y Tilly, 1974; Tilly y Tilly, 1981; Tilly et al., 1975; Tilly, 1978, 1995). Por
ejemplo, en Europa el repertorio viró de los disturbios por alimen-
tos, resistencia a la conscripción, rebelión contra los recaudadores
de impuestos y ocupaciones de tierras y bosques organizadas a las
manifestaciones, asambleas de protesta, huelgas y mítines electorales
entre los siglos XVIII y XIX. Tilly y sus colaboradores señalaron que
en el siglo XX se hicieron más comunes las actividades proactivas y
duraderas de las asociaciones a gran escala con un propósito espe-
cial. Según ellos estos cambios se remontan a la mayor concentración
económica y la proletarización, por un lado, y al creciente poder del
Estado y la institucionalización de la democracia liberal, por el otro.
En esencia, como el locus del poder en la sociedad cambió, se alte-
raron los intereses, las oportunidades y capacidades para la acción
colectiva de la gente común. Entre nuestros propios casos latinoa-
mericanos tratados en este documento también pudimos observar
elementos cambiantes en los repertorios de resistencia nacionales y
grupales, los cuales mostraron e incluso explayaron su ya rica varie-
dad de protestas colectivas, como veremos a continuación en nuestras
discusiones empíricas.
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uno de estos tipos merece atención, y todos son relevantes para las
discusiones que realizaremos aquí.
Diferencias de clase. En “Clases, Estamentos y Partidos” Weber
(1978: 926-940) sostuvo que las diferencias de clase radican en dos
patrones de desigualdad económica diferentes: la propiedad (o no) de
la propiedad privada productiva –reconoce que los marxianos acer-
taron al subrayar ese fenómeno–pero también las posibilidades de
vida en el mercado. Así, para Weber la propiedad/desposesión junto
a las desigualdades en el mercado se combinan para definir las po-
siciones de clase social. Con respecto a los elementos de desigualdad
en el mercado, Weber también estableció un esquema tripartito para
el estudio de los conflictos de clase; y ese argumento luego fue sutil-
mente reelaborado por Norbert Wiley (1967). Tres tipos de relaciones
de clase, de dominantes/subordinados, emergen dondequiera que se
cristalicen los sistemas de mercado capitalistas, que representan al
crédito, las materias primas y los mercados de trabajo. Respectiva-
mente, enfrentan a: acreedores y deudores, vendedores y comprado-
res, empleadores y empleados. Cada una de estas relaciones de mer-
cado tiende a generar presiones para el cambio desde el interior de
la clase más vulnerable, que aparece segunda en la lista, y en cada
escenario ese grupo a menudo recurre a los gobiernos y operadores
estatales para el paliativo de sus males económicos, cuando fracasan
las apelaciones o protestas interclasistas. Como señala Wiley, en cada
caso la clase baja está llevando a cabo una especie de socialismo, al
requerir la protección del Estado por su posición más vulnerable.
Distinciones estamentales. A diferencia de las posiciones de clase
que, en principio, son mutable si las personas pueden cambiar sus
perfiles de posesión de propiedades o sus (des) ventajas en el mer-
cado laboral, las distinciones estamentales normalmente se otorgan
al nacer, y tales posiciones entre los grupos de estatus privilegiado
normalmente están asociadas con (los intentos de hacer valer) los mo-
nopolios de acceso a prerrequisitos, bienes y servicios especialmente
preciados; asimismo, están simbolizadas por las distinciones rubrica-
das de los estilos de consumo entre tales grupos. En otra parte, We-
ber sostiene que los reclamos de estos monopolios u otros estándares
sociales jerárquicos pueden no solo estar respaldados por el propio
sistema legal, sino que también pueden ser mantenidos por controles
más informales, arraigados en la costumbre y la convención (Weber,
1978: 319-325). Sostiene que en el sistema de castas de la India ha
prevalecido una instancia de desigualdades estamentales excepcio-
nalmente agudas, que (indicativamente) durante mucho tiempo ha
sobrevivido su abolición legal formal hace más de medio siglo, coe-
tánea a la Independencia de la India. Si argumentamos por analogía,
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1 Se podría considerar que todas estas selecciones sobre el feminismo están ejem-
plificadas en los Caps. 3, 8, 12.
2 Esa sugerencia socava el postulado magnífico de Starn en Escobar y Álvarez
(1992: 95).
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los valores específicos por departamento de una variante del Índice de Desarrollo
Humano de las Naciones Unidas, que también incluye elementos igualmente ponde-
rados para la alfabetización y la esperanza de vida al nacer; los cálculos se realizaron
utilizando los datos de Bolivia-PNUD (2004: 15-16, 18, 20, 151). Para consultar fuen-
tes excelentes sobre los eventos bolivianos a los que nos referimos acá, ver también:
Barr (2005); Crabtree (2005); Domingo (2005); Hylton y Thomson (2007); Olivera y
Lewis (2004); y, Postero (2010).
4 Carecemos de espacio suficiente aquí para seguir elaborando el tema. Para abor-
dajes más completos, ver: Hammond (2009, 2013); Ondetti, (2008); Wright y Wolford
(2003); Navarro (2010); Carter (2010); y nuestro propio análisis, más breve, en Wic-
kham-Crowley y Eckstein (2010).
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PROTESTAS DE CONSUMIDORES
La crisis de la deuda en la región en los años 80 –radicada en un pro-
fundo endeudamiento con la banca extranjera para financiar el desa-
rrollo, seguido por las dificultades para pagar el préstamo debido a la
debilidad de los sectores de exportación– fueron el tiro de gracia para
el modelo nacionalista de desarrollo industrial que había prevalecido
en la mayor parte de América Latina durante décadas. La sustitución
de importaciones se desacreditó, y la crisis de la deuda creó las condi-
ciones bajo las cuales los Estados Unidos y el Fondo Monetario Inter-
nacional (FMI) presionaron para la reestructuración económica. Los
gobiernos latinoamericanos recortaron los subsidios de subsistencia,
a los que la población urbana había llegado a considerar que tenía
derecho. El Estado se achicó y, desde el punto de vista de muchas
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7 En los años 60, los teólogos latinoamericanos formularon una doctrina social
de inspiración bíblica que abogaba por una “opción preferencial por los pobres”.
En consecuencia, las luchas de subsistencia se convirtieron en uno de sus focos de
preocupación.
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PROTESTAS DE DEUDORES
Aunque las clases más privilegiadas suelen abordar sus preocupacio-
nes económicas a través de los canales institucionales y sus víncu-
los informales con los políticos, cuando estos fracasan, han formado
movimientos propios como vimos anteriormente en el caso de Boli-
via. Estos han incluido movimientos que abordan sus preocupacio-
nes financieras. Los movimientos de clase media basados en cues-
tiones económicas, en los últimos años se han centrado en mitigar
sus deudas, especialmente cuando los gobiernos devalúan la moneda
nacional en respuesta a la crisis institucional. En México en 1993, y
varios años después en Brasil, por ejemplo, surgieron movimientos de
deudores para presionar a sus respectivos gobiernos para que abor-
daran y mitigaran sus obligaciones con los prestamistas (Eckstein,
2002: 344-345). Luego, en Argentina en 2002, surgió un movimiento
denominado “ahorristas”, que incluía a quienes protestaban contra
el gobierno por las pérdidas en sus cuentas de ahorros como conse-
cuencia del congelamiento bancario y las devaluaciones monetarias
orquestados por el Estado (Almeida, 2003: 352). En los casos de los
movimientos de deudores y ahorristas señalados aquí, las demandas
se han centrado en el requerimiento del paliativo estatal de deudas y
de obligaciones prestatarias (incluidas las regulaciones de los tipos
de interés).
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de “clase” en el sentido exacto del término. Pero con más certeza aún,
tampoco derivan de las formaciones de “identidad colectiva” o de
otros enfoques derivados de los escritos de los teóricos de los NMS.
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ría del “antiguo régimen”: son las editadas por Eckstein (2001/1989);
Eckstein y Wickham-Crowley (2003a, 2003b); Johnston y Almeida
(2006); Stahler-Sholk, Vanden y Kuecker (2008); Prashad y Ballvé
(2006); y López et al. (2008). Más de 100 contribuciones a esas colec-
ciones destacan rutinariamente la importancia crítica de las condi-
ciones económicas y políticas en la activación de identidades (a veces,
previamente latentes) y en la configuración de las trayectorias de los
movimientos, lo que sugiere implícita si no explícitamente que el es-
tudio de tales condiciones debe ser parte de toda teoría de los movi-
mientos sociales.
Lo que es más importante en el contexto inmediato, en estas co-
lecciones y otros escritos recientes se muestra que los movimientos
indígenas se preocupan por lograr derechos y recursos materiales y
políticos que las desigualdades de clase existentes y la falta de privi-
legios estamentales establecidos, de larga data, les habían negado.
Por consiguiente, los análisis sugieren que esas preocupaciones mo-
vilizadoras deben ser centrales en la teorización de los movimientos
sociales.
Los movimientos contemporáneos entre los pueblos indígenas de
América Latina, con sus culturas variadas y distintivas, ante todo,
no pueden ser explicados culturalmente de una manera simple. De
lo contrario, en lugar de ser nuevos al universo de los movimientos
sociales de América Latina datarían de la época colonial, ya que algu-
nas de las preocupaciones de los movimientos indígenas tienen siglos
de antigüedad. Y el mero hecho de que los principales movimientos
sociales indígenas ya habían surgido en la época colonial desafía los
reclamos de “novedad” de los NMS.9 Así, las conjeturas de los NMS
acerca de lo “novedoso” de los movimientos indígenas contemporá-
neos, en parte, se basan en una simple omisión histórica.
Dentro de los círculos teóricos de los NMS, primero en Euro-
pa y después en América Latina, los analistas encontraron que los
miembros de los “nuevos” movimientos sociales, incluso los de base
étnica, realizaban demandas enfocadas en las nuevas identidades y
en la búsqueda de formación de la identidad, en lugar de perseguir
intereses de clase (ver los comentarios de: Polletta y Jasper, 2001; y
Gohn, 2007).10 Por el contrario, varios analistas de los movimientos
indígenas actuales en América Latina han hecho eco del argumento
9 Por ejemplo, Huizer (1972: 3, 88-105) señala que solo en Bolivia hubo miles de
protestas indígenas, durante y después de la era colonial.
10 Y para los movimientos europeos del siglo XIX, Craig Calhoun (1993) refuta enér-
gicamente las afirmaciones de los teóricos de los NMS acerca de la supuesta novedad
de los elementos culturales y de la formación de la identidad colectiva.
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de Orrin Starn sobre Perú (1992), donde les dice a los analistas que no
se pueden ignoran las motivaciones básicas de los pueblos indígenas
arraigadas en las necesidades materiales y la escasez.
Varios analistas que observaron de cerca el movimiento indí-
gena masivo y actual en Ecuador plantearon el mismo punto: tan-
to Nathan Whitten (1996: 197-198) como John Peeler, este último en
su ensayo en Eckstein y Wickham-Crowley (2003b: 266), informan
que los objetivos materiales/políticos fueron centrales en el mayor
levantamiento de pueblos indígenas en la historia ecuatoriana, que
estalló en junio de 1990,11 un levantamiento que ha influido en otros
movimientos indígenas del país en los años posteriores. En Bolivia,
Felipe Quispe lidera un movimiento de base Aymara, el Movimiento
Indígena Pachakuti (MIP), que sitúa a la identidad indígena en el
centro de sus objetivos y de su propia imagen Sin embargo, incluso
estas cosas ciertamente no se reducen a una simple formación de
identidad. Roxana Liendo, una ex trabajadora de una ONG familia-
rizada con su trayectoria dijo que: “esto no es porque rechacen la
modernidad [...] sino que es un llamamiento codificado por justicia
social y mayor respeto”. Ella también sostiene que estos mismos Ay-
maras todavía están pidiendo, específicamente, que se entreguen los
tractores prometidos hace mucho tiempo, entre otros productos de
tecnología agrícola moderna a los que aspiran (Crabtree, 2005: 85-
86). Irónicamente, una extensa revisión de la literatura reciente so-
bre los movimientos indígenas, que argumenta desde la perspectiva
de la antropología y en el modo de la teoría de los NMS, en realidad,
confirma nuestro argumento sobre la centralidad de las cuestiones
materiales y políticas. Los autores señalan que “[…] el territorio –lo-
grar derechos territoriales– sigue siendo el principal objetivo de las
organizaciones indígenas” (Jackson y Warren, 2005: 553, 564-566).
Charles Hale (2006: 271) ha realizado un argumento similar respec-
to a Guatemala (y más allá). Así, a pesar de esto, la teoría de los
NMS postula que el movimiento contemporáneo en el que la raison
d’être descansa única o principalmente en el “estatus simbólico” de
las “identidades colectivas” es anómalo.
No es sorprendente que las demandas materiales, habitaciona-
les, políticas y educativas realizadas al Estado hayan sido frecuentes
entre los movimientos indígenas recientes, en especial los reclamos
por derechos y autonomía y, en ciertas instancias, la garantía de
las cuotas o cupos en la representación política, el bilingüismo y la
11 Sobre los movimientos indígenas en Ecuador, ver también Zamosc (1994) y Yas-
har (2005).
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Cuadro 3.1
Comparación de las premisas clave de tres enfoques para la comprensión
de los movimientos sociales latinoamericanos contemporáneos:
nuevos movimientos sociales (NMS), economía política y sociología política
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CONCLUSIONES
En el Cuadro 3.1 hemos resumido los diversos enfoques del estudio
de los movimientos sociales discutidos en este ensayo. Esos comenta-
rios tabulados y abreviados abarcan los estudios realizados en Amé-
rica Latina, pero además pueden considerarse aplicables más allá
de América Latina. En un sentido similar, las particularidades de
los tres enfoques también sugieren lineamientos conceptuales más
amplios que los que se encuentran en nuestro ensayo.
Los estudios y la teorización sobre los nuevos movimientos so-
ciales en América Latina fueron concebidos tanto para proporcionar
modelos de análisis como para inspirar inquietudes por los nuevos ti-
pos de grupos y movimientos sociales, acaso relegados, pero cada vez
más frecuentes en la región. Buscaban y pretendían hacerlo desde
una nueva perspectiva, en la cual las cuestiones culturales y de iden-
tidad colectiva serían las herramientas conceptuales privilegiadas.
Desde la perspectiva de nuestro marco de sociología política y
economía política, el estilo de la teorización de los NMS aún no tiene
un pleno desarrollo y, ciertamente, no es representativo de la inves-
tigación en curso sobre una variedad de movimientos sociales lati-
noamericanos. Por ejemplo, la teoría de los NMS no puede explicar
la disminución de movimientos históricamente importantes, como
las huelgas obreras, un cambio perfectamente inteligible desde la
perspectiva de la economía política. En las últimas décadas, además,
los cambios políticos concomitantes en la región, especialmente con
la re-democratización, han creado oportunidades novedosas para la
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