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La atención
temprana
Cristina Cristóbal
Climent Giné
Joana Mª Mas
Fátima Pegenaute (coords.)
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Diseño de la colección: Editorial UOC
© Joseba Achotegui Loizate, Antonio Camino Taboada, Carles Celis Gubet,Cristina Cristóbal Mechó,
Climent Giné Giné, Mercè Leonhard Gallego, Ascensión Martín Diez, Joana Maria Mas Mestre, Fátima
Pegenaute Lebrero, Joaquima Planella Morató, Jaime Ponte Mittelbrunn, Maria Rinos Martí, María José
Rodrigo Lópe, Miquel Àngel Rubert Bestard, Remei Tarragó Riverola, Ana María Torrecillas Martín, Isabel
Valls Ribas, Lucía Viloca Novellas y Lina Zaurín Moran, del texto.
ISBN: 978-84-9064-883-4
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida,
almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico,
óptico, grabación fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright.
Autores
Índice
Presentación .................................................................................................... 9
Parte I. Introducción
1. El concepto de la atención temprana .................................................. 11
2. La atención temprana en la Unión Europea y en España .................. 19
3. Desarrollo sectorial y legislativo de la atención temprana en
Cataluña .............................................................................................. 27
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© Editorial UOC 9 Presentación
Presentación
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© Editorial UOC 10 La atención temprana
Cristina Cristóbal
Climent Giné
Joana Maria Mas
Fátima Pegenaute
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© Editorial UOC 11 El concepto de la atención temprana
Capítulo I
Cristina Cristóbal
…El recién nacido y sus adultos tienen que comenzar por adap-
tarse a una relación de mutua dependencia. El desvalimiento físico
del recién nacido crea las condiciones de esta relación humana ori-
ginal: la dependencia. Podemos definir la dependencia como una
relación en la cual un organismo siente que el apoyarse en otro es
esencial para su bienestar y su supervivencia….
José Leal
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© Editorial UOC 12 La atención temprana
Pero ¿qué necesita el bebé humano para desarrollar el potencial de sus capa-
cidades? El mero hecho de nacer no basta para iniciar el proceso de desarrollo.
El bebé nace con un potencial biológico, conductual y mental, pero éstos sólo
se desencadenan cuando otro ser humano le ofrece cuidado y relación. El bebé
es un ser dependiente biológica y emocionalmente del entorno; cuando nace ya
está dotado de capacidad para desencadenar en los que le rodean la acción de
satisfacer sus necesidades básicas. Un claro ejemplo de ello es la respuesta ins-
tantánea que provoca el llanto de un bebé en todo aquel adulto que se encuen-
tre cercano a él. Con esta acción el pequeño logra satisfacer su necesidad de ali-
mento, de higiene o de contacto. Aprende porque adquiere experiencia y se
relaciona con él mismo y con los otros humanos que le proporcionan lo que
necesita. Su cerebro se modifica junto con sus emociones, de modo que el pro-
ceso de desarrollo ya se ha puesto en marcha. Sin duda, en estos primeros años
de la vida, y durante largo tiempo, va a ser imprescindible la presencia y los cui-
dados de los adultos. En especial todas aquellas experiencias que le proporcio-
nan los adultos más significativos: la madre y el padre. Sin este apoyo que le
llega desde el exterior y que se une a sus necesidades más íntimas, no podría lle-
varse a cabo el proceso de convertirse en persona.
En todas las culturas observamos que, allá donde se halle un bebé, un niño
o una niña, siempre encontramos a un adulto, a un grupo: a una familia a su
lado que se hace cargo de su cuidado. Cuando el bebé no puede mantener la
experiencia –de ser cuidado– de forma constante, aparecen dificultades en el
desarrollo que llegan a constituirse como trastornos graves o deficiencias que
van a comprometer las competencias durante la etapa infantil y el proceso de
constituirse como adultos. Ya desde principios del siglo pasado se conocen bien
los trastornos que causan la ausencia de referentes en la etapa infantil. Las apor-
taciones de R. Spitz, entre otros, marcaron un antes y un después en la com-
prensión de las necesidades de la infancia hospitalizada y de la pequeña infan-
cia en general. Sus observaciones de las relaciones madres-bebé permitieron
conocer aspectos esenciales sobre los fenómenos patológicos de la infancia, vin-
culados a alteraciones de la relación diádica madre/niño, cuando ésta es insufi-
ciente cualitativa o cuantitativamente. Cuando se produce una “alteración” en
las relaciones objetales, surge lo que R. Spitz denomina las afecciones psicotó-
nicas, como el coma del neonato, el cólico del tercer mes, el eccema infantil,
etc. Cuando se produce una privación afectiva parcial durante el primer año de
vida, aparece la depresión anaclítica, y si se produce una privación completa, el
hospitalismo como pronóstico grave.
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© Editorial UOC 13 El concepto de la atención temprana
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© Editorial UOC 14 La atención temprana
ción de apoyo entre los individuos y este apoyo nos ayuda a promover la segu-
ridad y la autoestima.
Pero esta población infantil, sobre la que ejercemos nuestro trato y nuestro
cuidado, ha sido hasta mediados del siglo pasado una gran desconocida para la
población en general. Todo lo que hacía referencia a la infancia y a lo infantil
se entendía como una fase inacabada del desarrollo, más en función de los inte-
reses de los adultos que como una de las etapas de la vida con características y
necesidades propias. “La idea de infancia es una de las grandes invenciones del
Renacimiento, puede que la más humana. Hacia el siglo XVI, a la par que la cien-
cia, el estado-nación y la libertad religiosa, la infancia surge como un principio
social y una condición psicológica. Antes de esto, simplemente no se conside-
raba que los niños a partir de los seis años fuesen fundamentalmente diferentes
de los adultos. El lenguaje de los niños, su forma de vestir, su trabajo y sus dere-
chos legales coincidían con los de los adultos” (Neil Postman, 1995).
La infancia es, sin duda, una compleja realidad que se desarrolla dentro de
un grupo básico, la familia. Posee necesidades y características biológicas, psico-
lógicas y emocionales que le son propias en cada momento de su desarrollo. La
familia, el grupo familiar, es quien ofrece a los pequeños a través de la crianza
un espacio donde solucionar dificultades, cubrir las necesidades de alimenta-
ción, higiene, educación, emocionales, económicas, etc., que van apareciendo
a lo largo de esta primera etapa del desarrollo.
Pero ¿qué sucede cuando este desarrollo se aparta de lo esperado, o ni tan
sólo se ha iniciado? ¿Qué sucede cuando el grupo familiar no puede por sí solo
resolver las dificultades que se le presentan?
Cuando aparecen trastornos en el desarrollo o situaciones de riesgo que pue-
dan provocarlos, con independencia de cuál sea la causa de este trastorno, la
atención temprana ofrece al grupo familiar un conjunto de actuaciones preven-
tivas, de detección, de diagnóstico y de intervención terapéutica, de carácter
interdisciplinario desde el momento de la concepción hasta que el niño o niña
cumple los seis años, abarcando la etapa prenatal, perinatal, posnatal y peque-
ña infancia a través de los Centros de Desarrollo Infantil y Atención Temprana,
CDIAT.
La atención temprana propone este binomio familia-infancia como el
núcleo principal donde realizar su intervención. Representa para una parte de
la población infantil y sus familias el recurso terapéutico al que acudir.
Acompañar a las familias en los momentos iniciales en los que se les comunica
el primer diagnóstico, o cuando aparecen las primeras manifestaciones de las
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© Editorial UOC 15 El concepto de la atención temprana
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© Editorial UOC 16 La atención temprana
1.1. Referencias
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© Editorial UOC 17 El concepto de la atención temprana
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© Editorial UOC 19 La atención temprana en la UE y en España
Capítulo II
Jaime Ponte
5. European Commission Network on Childcare and Other Measures to Reconcile the Employment
Responsibilities of Men and Women (1996): Quality targets in services for young children:
Proposals for a ten year action programme. Bruselas.
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© Editorial UOC 20 La atención temprana
6. Helios II (1996): Final report of the thematic goups 1.1 & 3.5 of the Helios II programme of the
European Commission DG V and DG XXII, Bruselas.
7. Soriano, V. (2005). “Atención Temprana. Análisis de situaciones en Europa. Aspectos fundamen-
tales y recomendaciones”. Agencia Europea para el desarrollo de la educación especial. 2005.
Información sobre el proyecto en la página web http://european-agency.org/eci/eci.htm
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© Editorial UOC 21 La atención temprana en la UE y en España
Una definición que ofrece las líneas maestras para edificar un sistema integra-
do de apoyo a las familias en el cual se articulan los servicios de prevención y
atención temprana con los recursos de apoyo extraordinarios que las familias
pueden necesitar en un momento dado: ayuda económica o técnica, elimina-
ción de barreras o adaptación de vivienda, grupos de autoayuda, servicios de
respiro, acceso a escuela infantil inclusiva, cuidados sanitarios a domicilio, edu-
cación familiar…”Repensar” la atención temprana (Guralnick,8 Shonkoff,9
Dunst,10 Giné,11 etc.) implicaría transformarla en una actividad de base comuni-
taria y consciente de las necesidades globales de la familia. Un reto complicado
para una actividad profesional tan especializada pero que parece inexcusable
desde el momento en que nuestro entorno social cuenta con formas de familia
y agentes de socialización cada vez más diversos pero, al propio tiempo, es cada
día más exigente en cuanto al currículo emocional, cognitivo y lingüístico de la
primera infancia, tendencias que generan tensiones y situaciones de cierta fra-
gilidad en la etapa 0-3. En este sentido se adivinan algunas preocupaciones
comunes en los países de la Unión:
8. Guralnick, M.J. (2001). “A developmental system’s model for early intervention”. En Infant and
young children, Vol. 14:2. Aspen Publishers. ISEI.
9. Shonkoff, J.P.y Phillips, D.A. (2000). “From neurons to neighbourhoods.The Science of Early Child
Development”. Washington. National Academy Press.
10. Dunst, C.J. (2000). Revisiting. Rethinking in Early Intervention”. En Topics in Early Childhood Special
Education. Nº. 20 (2).
11. Gine, C., Gracia M., Vilaseca, R. García Díez Mª. T. (2006). Repensar la atención temprana: propues-
tas para un desarrollo futuro. Infancia y Aprendizaje Vol. 29 nº. 3 pp. 297-313.
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© Editorial UOC 22 La atención temprana
12. Administration for Children and Familias, Office of Head Start, 1250 Maryland Avenue SW, 8th
Floor, Washington, DC 20024.
13. NESS (2007). A Better Start: Children and Families with Special Needs and Disabilities in Sure
Start Local Programmes.
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© Editorial UOC 23 La atención temprana en la UE y en España
14. International Classification of Functioning, Disability and Health - Children and Youth Version.
ICF-CY (2007). Organización Mundial de la Salud.
15. EBIFF. European passport on professional education in early intervention. http://www.eqm-
pd.com/ebiff/projekt/index.php
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© Editorial UOC 24 La atención temprana
16. GAT (2000): Libro Blanco de la Atención Temprana. Real Patronato sobre Discapacidad. Madrid.
17. GAT (2004): Organización Diagnóstica en Atención Temprana. Real Patronato sobre
Discapacidad. Madrid.
18. GAT (2005): Recomendaciones Técnicas para la Atención Temprana. Real Patronato sobre
Discapacidad. Madrid.
19. GAT (en prensa): Calendario del Desarrollo. Real Patronato sobre Discapacidad. Madrid.
20. GAT (en prensa): Guía de Recursos. Real Patronato sobre Discapacidad. Madrid.
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© Editorial UOC 25 La atención temprana en la UE y en España
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© Editorial UOC 27 Desarrollo sectorial y legislativo en Cataluña
Capítulo III
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© Editorial UOC 28 La atención temprana
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© Editorial UOC 29 Desarrollo sectorial y legislativo en Cataluña
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© Editorial UOC 30 La atención temprana
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© Editorial UOC 31 Desarrollo sectorial y legislativo en Cataluña
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© Editorial UOC 32 La atención temprana
empresas que debían cumplir con los cada vez más exigentes requisitos legales
y administrativos.
La persistencia y agravamiento de estas dificultades trajo consigo una movi-
lización organizativa del sector que se materializó en dos hechos determinantes
para el futuro.
El primero fue la creación, en 1997, de una nueva entidad, la Unió Catalana
d’Atenció Precoç (UCCAP), impulsada desde l’Associació Catalana d’Atenció
Precoç (ACAP), destinada a representar y dar visibilidad a los centros en los
temas concernientes de forma colectiva.
El segundo fue la materialización, en 1988, de una Interpelación parlamentaria
sobre la Atención Precoz, promovida por la nueva entidad UCCAP que trajo con-
sigo una Moción consiguiente, aprobada por unanimidad por todos los partidos del
arco parlamentario, que instaba al Gobierno de la Generalitat a instaurar la con-
certación como relación contractual con los Centros de Atención Precoz.
La concertación, aparte de un cambio hacia un modelo de gestión más esta-
ble y eficaz, representa un salto cualitativo en la consideración del servicio.
Supone un reconocimiento implícito del carácter de servicio público y, por
tanto, de la responsabilidad de la Administración en la garantía de su provisión
y continuidad
Esta modalidad contractual introduce nuevas regulaciones a tener en cuenta,
como la Ley 30/2007, de 30 de octubre, de Contratos del Sector Público (ver-
sión actual de la Ley 13/1995, de 18 de mayo, de Contratos de las Administraciones
Públicas que regía en 1998) junto con los pliegos de cláusulas administrativas y téc-
nicas que rigen cada una de las convocatorias de concertación.
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© Editorial UOC 33 Desarrollo sectorial y legislativo en Cataluña
Todo este dinamismo culmina en los dos textos legislativos que marcan la
actualidad del sector. Por un lado la Ley 18/2003, de 4 de julio, de apoyo a las
familias, la cual, en su artículo 29, establece el carácter universal y gratuito de
la atención precoz en Cataluña.
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© Editorial UOC 34 La atención temprana
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© Editorial UOC 35 Desarrollo sectorial y legislativo en Cataluña
Referencias
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© Editorial UOC 37 La familia y el desarrollo
Capítulo IV
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© Editorial UOC 38 La atención temprana
das a las familias por parte de las políticas sociales o la ley del divorcio son fac-
tores que han influido en estos cambios. Las dificultades pueden provenir de las
fricciones en el reparto de tareas según los roles de género y en la conciliación
de la vida familiar y laboral, entre otras.
La familia monoparental, con un solo progenitor y uno o varios hijos antes
se limitaba a la viudedad, ahora el divorcio, la adopción en solitario o la repro-
ducción asistida la hacen más frecuente. Ese progenitor suele ser la madre, pero
ya empiezan a verse padres que asumen esta responsabilidad. Una dificultad de
estas familias es que el adulto responsable compatibiliza el cuidado de los hijos
con el desempeño de una actividad laboral que permita la subsistencia econó-
mica de la familia, y a este sobreesfuerzo se une la dificultad de tomar decisio-
nes educativas o resolver en solitario los problemas sobrevenidos (Cortés y
Cantón, 2010).
En la familia homoparental ambos adultos son del mismo género, y el tener
hijos o no es una decisión añadida. Pese al cuestionamiento social sobre la ido-
neidad de estos padres para ofrecer una educación sana y equilibrada, las inves-
tigaciones demuestran que se ejercen roles parentales de forma más igualitaria,
y que el desarrollo psicológico de los hijos se ajusta a parámetros de normali-
dad; además, crecen en valores de igualdad, libertad y tolerancia, y también
conciben los roles de género o la opción personal de la orientación sexual con
mayor flexibilidad y libertad (González, López y Gómez, 2010).
La familia reconstituida, cada vez más frecuente, se caracteriza por su diver-
sidad, tanto en su composición como en el proceso seguido hasta la reconstitu-
ción. En ella, los adultos buscan una nueva pareja y, formalizando o no el matri-
monio, se implican en una nueva unión a la que aportan los hijos de uno, los
de ambos o los nacidos de la nueva pareja; además, no siempre viven en el
mismo hogar familiar (Gorell-Barnes, Thompson y Burchart, 1997; González y
Triana, 1998; Oliva, Parra y Antolín, 2010). Esta familia reviste una complejidad
especial, porque sus integrantes tienen distintas edades y distintos sexos, distin-
tas experiencias e historias que deben esforzarse en encajar y armonizar. Las
recientes investigaciones muestran que el ajuste psicológico de los hijos es más
difícil que en los hijos de familias intactas, y que los nuevos padres o madres
son los que experimentan más dificultades en el desempeño de su rol parental
(Espinar y Carrasco, 2006).
Esta gran diversidad de formas familiares no impide que la familia como tal
siga siendo una institución social fundamental para la convivencia, porque
ofrece seguridad, estabilidad y permite la realización personal de sus miem-
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© Editorial UOC 39 La familia y el desarrollo
bros. Además, garantiza los derechos de las personas que la componen, con
especial énfasis en la protección de los derechos de los menores posibilitando
que éstos construyan valores de igualdad entre sexos, de respeto, reciprocidad
y tolerancia.
A pesar de la diversidad, el desempeño de la tarea parental lleva inheren-
te una serie de principios que constituyen lo que se ha denominado parenta-
lidad positiva. Son principios generales de actuación con los hijos, que en
repetidas investigaciones se ha demostrado que promueven el buen desarro-
llo físico y mental del niño (Rodrigo y Palacios, 1998). Estos principios son
los siguientes:
• Establecer vínculos afectivos cálidos, protectores y estables para que los
menores se sientan aceptados y queridos.
• Procurar un entorno estructurado, especialmente en las rutinas y activida-
des cotidianas, donde se proporcione modelo, guía y supervisión para que
los menores aprendan las normas y valores.
• Estimular y apoyar el aprendizaje cotidiano y escolar, teniendo en cuenta
sus avances y sus logros.
• Reconocer el valor de los hijos, validar sus experiencias, implicarse en sus
preocupaciones, responder a sus necesidades y respetar sus puntos de vista
y su individualidad.
• Potenciar en los hijos su percepción de que son agentes activos, competen-
tes y capaces de cambiar las cosas e influir sobre los demás, creando en la
familia espacios de escucha, interpretación y reflexión de los mensajes que
reciben de cualquier medio.
• Educar sin violencia, excluyendo castigos físicos o psicológicos degradan-
tes que impulsan a la imitación de modelos inadecuados de relación inter-
personal y hacen a los hijos vulnerables ante una relación de dominación
impuesta por la fuerza.
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© Editorial UOC 40 La atención temprana
Este enfoque ha proporcionado uno de los pilares más robustos sobre los que
se asienta la intervención con familias, ya que pone de relieve las influencias y
la interacción recíproca que existen entre la familia y el entorno en el que des-
pliega sus actividades. En él confluyen la concepción de sistema (Andolfi, 1984;
Broderick, 1993; Minuchin, 1985; Von Bertalanffy, 1968) y el enfoque ecológi-
co sobre el desarrollo humano (Belsky, 1980; Bronfenbrenner y Crouter, 1983;
Bronfenbrenner, 1987; Bronfenbrenner y Evans, 2000). Veamos cada uno de
ellos por separado, siguiendo a Rodrigo y Palacios (1998).
Andolfi (1984) considera la familia como un sistema compuesto por subsis-
temas, inmerso y relacionado con otros sistemas externos. La considera forma-
da por miembros cuyos cambios particulares repercuten en los demás, y com-
puesta por diversos subsistemas como el conyugal, el parental y el fraterno,
entre los cuales los límites y las reglas deben estar claros para evitar la triangu-
lación, por ejemplo, evitando introducir al hijo en los problemas de la pareja.
La familia debe procurar la cohesión para afrontar con éxito tanto los proble-
mas que provienen de los propios miembros, como de las influencias externas;
ambos elementos pueden fortalecerla o hacerla más vulnerable, y ello se consi-
gue adoptando cierta flexibilidad para cambiar algunas de sus reglas. Además,
concibe la familia como un sistema dinámico dirigido a la obtención de metas
educativas, afectivas u otras.
El modelo ecológico, propuesto por Bronfenbrenner y Crouter (1983), expli-
ca que las personas viven desde su nacimiento inmersas en un conjunto de sis-
temas de influencias sociales, culturales e históricas que pueden sufrir procesos
de cambio. Este modelo propone cuatro sistemas. El microsistema comprende las
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© Editorial UOC 41 La familia y el desarrollo
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© Editorial UOC 45 La familia y el desarrollo
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© Editorial UOC 46 La atención temprana
cimientos tienen gran alcance, porque van a mediar tanto en lo que los padres
esperan del hijo en cada momento de su evolución, como en la forma en que
planifican las actividades que le proponen. Por ejemplo, cuando los padres tie-
nen conocimientos erróneos sobre el calendario evolutivo, y no obtienen los
resultados esperados del hijo, pueden sentirse frustrados e inhibir su actuación
educativa. Pero hay variables moderadoras que influyen en este tipo de conoci-
miento, como por ejemplo, el nivel socioeconómico, la cultura del país de ori-
gen (Hess et al., 1980) o ser lego o experto en materia evolutiva (Capote,
Máiquez y Rodrigo, 1994). Así, por ejemplo, se ha comprobado que el nivel
socioeconómico bajo de las madres influye en que piensen que ciertas habilida-
des aparecerán más tarde de lo que normalmente ocurre (Hess et al., 1980). Las
investigaciones comparativas entre legos y expertos confirman que el dominio
motriz es el mejor conocido y al que se le asigna más adelantamiento, mientras
que el dominio emocional es el gran desconocido.
Por su parte, el razonamiento educativo parental y su complejidad sustentan
las actitudes y creencias de los padres acerca de la relación con los hijos
(Newberger y Cook, 1983). Así, cuando los padres razonan sobre cuestiones
como, por ejemplo, la forma en que conceptualizan al niño, cómo deben ser las
relaciones entre padres e hijos o la forma de concebir el rol parental, lo hacen
en niveles de menor o mayor complejidad determinados por dos elementos: la
toma de perspectiva, esto es, la capacidad de alejarse del propio punto de vista,
y por la dimensión moral con la que los padres revisten su papel parental. Esto
establece cuatro niveles de razonamiento que van de menor a mayor compleji-
dad o perspectivismo.
El primer nivel es el denominado de Autoorientación egoísta: el rol parental se
organiza para atender las necesidades del padre y madre por encima de las del
hijo. El segundo nivel tiene una Orientación convencional: se cumplen las obliga-
ciones con el niño impuestas o bien vistas por la sociedad o por la cultura. El
tercer nivel se orienta a la Individualidad del niño: se considera importante el
punto de vista del niño, por lo que se identifican sus necesidades y se les da res-
puesta. El cuarto nivel (el más complejo) es el de Orientación a la relación: tanto
el hijo como el padre son considerados sistemas psicológicos autónomos, pero
a la vez interdependientes y el rol parental consiste en facilitar los intercambios
entre ellos.
Sin duda, la diversidad de creencias, conocimientos y forma de razonar que
hemos expuesto se relacionan entre sí, pero especialmente lo hacen la forma
de razonar sobre las relaciones parento-filiales y las cogniciones situadas en
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© Editorial UOC 47 La familia y el desarrollo
Una función de los padres es la socialización de los hijos, esto es, promover
su adaptación a la sociedad, aceptando las normas o sabiéndolas negociar. Para
esto los padres adoptan un estilo educativo como forma de control del niño,
según valores sociales imperantes en algún momento de la historia. Así, encon-
tramos los estilos autoritario, democrático, indulgente y el negligente
(McCobby y Martin, 1983) que están determinados por dos elementos: el con-
trol (exigencias y número de demandas que los padres hacen a los hijos) y el
afecto (o el grado de respuesta a las necesidades de éstos, la sensibilidad y las
muestras de cariño y apoyo) (ver cuadro 2). Es preciso señalar una diferencia en
el tipo de control de los estilos autoritario y democrático: en el autoritario se
ejerce un control-imposición, señalando los comportamientos no aceptables y
prohibidos que el hijo no ha de realizar, mientras que en el democrático se ejer-
ce un control-guía que abre nuevos caminos e inspira y promueve comporta-
mientos aceptables.
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© Editorial UOC 48 La atención temprana
Afecto y responsividad
Control o exigencia Alto Bajo
Alto Estilo democrático Estilo autoritario
Bajo Estilo indulgente Estilo negligente
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© Editorial UOC 49 La familia y el desarrollo
Las actividades que los padres organizan, los juguetes, las personas que bus-
can para que atiendan al hijo no dependen tanto de los recursos económicos
como de su capacidad para enriquecer los objetos y las acciones más simples
con su disponibilidad, con su creatividad y para afrontar de forma positiva el
efecto de las posibles circunstancias adversas. Toda esta organización de la vida
cotidiana dota de contenido educativo a la vida familiar y forma parte de lo que
se ha llamado el currículum oculto: pocas veces saben los padres para qué propo-
nen actividades ni cuál es su utilidad educativa, pero padres e hijos se benefi-
cian de ellas.
Si hacemos con los escenarios familiares una analogía teatral, vemos que
están dotados de contenidos, participantes, de materiales, espacios y ritmos de
la actividad. Los contenidos son las actividades que se realizan en familia y refle-
jan el valor estimulante de lo que se ofrece al niño. En el caso de los niños
pequeños, las rutinas de la vida diaria (alimentación, baño, juego) son buen
ejemplo y ocupan gran parte del tiempo (Giné, 1994). Otras actividades tienen
por finalidad la formación del niño (las instruccionales); otras, las de ocio,
abarcan cualquier juego espontáneo, o todo aquello que ofrezca placer y diver-
sión. Respecto a los participantes, varían según la edad del niño o la disponibi-
lidad de los padres: cuanto más pequeños son los niños, más actividades com-
parten con los adultos (Acuña y Rodrigo, 1996) y en ellas los adultos realizan
un permanente esfuerzo de negociación haciendo constantes atribuciones
mentalistas, esto es, interpretando los deseos, expresados o no, del niño. Los
propios hermanos, la participación de otros niños o, de forma menos próxima
e inmediata, una red amplia de amigos o vecinos enriquecen la participación.
En cuanto a espacios, materiales y ritmo de las actividades, son elementos que
contribuyen a controlar la atención del niño y sus aprendizajes: el simple cam-
bio de juguetes o de espacios favorece que el niño permanezca más tiempo cen-
trado en una actividad. De igual manera, no más juguetes crean escenarios más
ricos; por el contrario, la creatividad del adulto para que los juguetes o cual-
quier objeto doméstico sean utilizados con una finalidad lúdica, distinta a la
que les es propia, es más enriquecedora. Por su parte, el ritmo de las activida-
des es un elemento de difícil control que es facilitado por las rutinas de la vida
doméstica; éstas crean entornos con una organización temporal que las hace
predecibles. Así, utilizar el patrón antes de…/ después de… (por ejemplo: nos
duchamos antes de cenar) crea en el niño una conciencia temporal; pero en
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5. Referencias
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Capítulo V
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1. Familia y discapacidad
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© Editorial UOC 61 La familia con un hijo con dificultades
Con relación a las características del niño, los estudios nos muestran
cómo la adaptación de la familia varía en función del tipo y el grado de dis-
capacidad (Minnes, 1998). Ahora bien, aunque sea una de las variables más
estudiadas, la severidad de la discapacidad no parece ser el único factor que
interviene (Scorgie, Wilgosh y McDonald, 1998).
Concretamente, los estudios realizados sugieren que rasgos como: la
ambigüedad y el pronóstico del diagnóstico (Miller, Gordon, Dinele y Diller,
1992), la presencia de problemas de comportamiento (Willoughby y
Glidden, 1995; Baker, McIntyre, Blacher, Crnic, Edelbrock y Low, 2003;
Gallimore, Weisner, Bernheimer, Guthrie y Nihira, 1993), los problemas de
comunicación (Frey, Fewell y Vadasy, 1989; Gallimore, Weisner, Kaufman y
Bernheimer, 1989; Gallimore et al., 1993), la ausencia de progreso en el niño
(Hancock, Wilgosh y McDonald, 1990), los esfuerzos añadidos a los que ya
conlleva el cuidado del niño (Dyson, 1991, 1993; Barnett y Boyce, 1995;
Willoughby y Glidden, 1995; Gallimore et al., 1989; Gallimore et al., 1993)
y el impacto que estos problemas tienen en las rutinas diarias familias
(Gallimore et al., 1989; Gallimore et al., 1993; Gallimore, Coots, Weisner,
Garnier y Guthrie, 1996).
En relación con las características de los padres, Guralnick (2001) señala,
entre otras, la formación académica, la salud física de los padres y de las
familias en general, el equilibrio emocional, las creencias y los valores cultu-
rales, las estrategias de afrontamiento, etc. Beresford (1994), además, incor-
pora algunas variables de la personalidad de los padres como el optimismo,
la extroversión o introversión, experiencias previas de afrontamiento, las
habilidades parentales y el locus de control.
Otro elemento importante es la resiliencia familiar, entendiendo ésta
como la habilidad de la familia de saber reconducir y resistir ante retos o
situaciones adversas; implica saber promover procesos de adaptación positi-
vos en contextos adversos. Así pues, este término incluye todos aquellos
recursos y fortalezas que permiten a los individuos y a las familias responder
con éxito frente a las crisis, y recuperarse y crecer a partir de estas experien-
cias (Cowan, Cowan y Shultz, 1996; Walhs, 2003).
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Guralnick (2005) propone cuatro tipos de factores que están asociados a las
características del niño y que también pueden influir en los patrones de inter-
acción familiar. Éstos son:
En primer lugar, la necesidad de información que tiene la familia sobre un
conjunto de aspectos que afectan al desarrollo (psicológico, social y de salud) y
a la educación del niño. Los padres necesitan información que va desde aspec-
tos relacionados con el diagnóstico, a cómo actuar frente a determinados com-
portamientos del niño, hasta información sobre cuáles son los programas edu-
cativos más adecuados para su hijo, por ejemplo.
En segundo lugar, el estrés, la angustia tanto personal como familiar que
puede suponer la reevaluación y reorganización de las prioridades y rutinas de
la familia. Según Guralnick (2005), este estrés puede dar lugar a una sensación
de aislamiento y debilidad.
En tercer lugar, la necesidad de recursos. La dimensión económica es una
de las que a menudo más preocupan a los padres, dado que frecuentemente
requieren de diversos servicios sobre todo en las primeras edades. Pero también
juegan un papel determinante los servicios de la comunidad o las redes de
apoyo social natural de la familia. Es importante remarcar el conjunto de cam-
bios que se dan en los diferentes ámbitos de su vida y que deben realizar para
poder utilizar e integrar estos recursos en su vida diaria.
Finalmente, en cuarto lugar, la naturaleza compleja e impredecible de éstos
y otros factores estresantes puede contribuir a minar la confianza de los padres
en relación con su competencia como tales. Es crítico que las familias manten-
gan el sentimiento de control ante todos estos cambios y estas demandas.
Además, hace falta tener en cuenta que la última responsabilidad siempre recae
sobre los padres y, a menudo, éstos no disponen de los apoyos necesarios para
poder afrontar con éxito estas situaciones.
Todos los factores estresantes señalados por Guralnick merecen una especial
atención, dado que: a) influyen plenamente en los patrones de interacción
familiar y, en consecuencia, pueden afectar al desarrollo del niño; b) son pri-
mordiales para entender los retos que tienen que afrontar las familias en su día
a día; c) comprometen el funcionamiento y la calidad de vida de la familia y
comportan procesos de acomodación; y d) se configuran como aspectos “clave”
de todo trabajo con familias.
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a) Adaptación de la familia
En este primer bloque, la familia es vista desde su adaptación a la nueva
situación, generalmente estresante, que supone tener un hijo con discapacidad.
Desde esta perspectiva, se han planteado los modelos centrados en el estrés y el
afrontamiento.
Reuben Hill (1949, 1958) desarrolla el modelo clásico ABCX que permitía
explicar cómo las familias se adaptan a la situación estresante de tener un hijo
con discapacidad, aunque este modelo inicial se ha ido modificando a medida
que diferentes autores e investigaciones han ido incorporando nuevas visiones
o enfatizando algunos de sus elementos.
Actualmente encontramos que las investigaciones que se basan en este
modelo exploran aspectos muy diversos, como las redes de apoyo social y los
servicios de atención temprana (Mahoney, O’Sullivan y Robinson, 1992), el
impacto de los problemas de comportamiento en el funcionamiento familiar y,
concretamente, en el bienestar de la familia (Eisenhower, Baker y Blancher,
2005), la resolución de problemas en el seno familiar (Costigan, Floyd, Harter y
McClintock, 1997) o modelos de trabajo con padres (Sloper, 1991; McDonald,
Kysela, Drummond, Alexander, Enns y Chambers, 1999).
b) Implicación de la familia
La segunda área de trabajo es la que Ferguson (2001) llama la implicación de
la familia. Entender que la manera como la familia responde a la discapacidad
de su hijo no es normativa, sino que también debemos tener presente su con-
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c) Actividad de la família
La tercera de las líneas que propone Ferguson (2001) se centra en la actividad
de la familia. La Teoría Ecocultural representa esta tercera área de trabajo.
La idea básica de este enfoque ecocultural es que las familias responden acti-
vamente a las circunstancias en las que viven, construyendo y organizando los
contextos y entornos que otorgan sentido y dirección a sus vidas. En este senti-
do, se considera que la tarea más importante de adaptación que debe realizar
una familia, tenga o no un hijo con discapacidad, es la creación y el manteni-
miento de unas rutinas diarias que sean sostenibles con su nicho ecocultural (es
decir, con su ecología familiar y del entorno, y con sus valores y creencias), a
través de las cuales organizan y dan forma a las actividades que ofrecen a sus
hijos y que, en definitiva, inciden en su desarrollo (Gallimore et al., 1993).
En esta tercera área podemos situar los trabajos de Gallimore, Weisner y sus
colegas de la University of California Los Angeles (Gallimore et al., 1989;
Gallomore, et al, 1993; Gallimore et al., 1996, entre otros), así como aquellos
que se han preocupado más por entender y descifrar el día a día de las familias
en términos de construcción y sostenibilidad, teniendo en cuenta el contexto
social, cultural y ecológico de cada familia.
Nos gustaría terminar este punto concluyendo que las décadas pasadas se
han caracterizado por la ampliación de perspectivas o enfoques en el estudio de
la adaptación familiar. En este sentido los estudios se han centrado cada vez más
en: (a) los aspectos positivos y funcionales de la familia, poniendo el énfasis en
la adaptación, el ajuste y la ecología familiar (Crnic, Friedrich y Greengberg,
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Por otro lado, el Quality of Life Research Unit concluyó, a partir de sus traba-
jos, que las familias disfrutan de una vida de calidad cuando (a) luchan y con-
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siguen hacer lo que quieren; (b) están satisfechas con lo que han conseguido; y
(c) se sienten capacitadas para vivir la vida que desean (Brown y Brown, 2004).
En este caso las dimensiones identificadas son:
• Salud familiar
• Bienestar económico
• Relaciones familiares
• Apoyos de otras personas
• Apoyos de los servicios que atienden a las personas con discapacidad
• Valores y creencias culturales
• Desarrollo profesional
• Ocio, tiempo libre
• Participación en la comunidad
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En este sentido conviene tener presente que, de acuerdo con un reciente tra-
bajo (Turnbull, Summers, Lee y Kyzar, 2007), los resultados “familiares” de los
servicios han sido conceptualizados en torno a:
• Bienestar (calidad de la relación con el hijo/a; percepción de sentimientos
de “carga”; calidad de la relación de pareja; etc.)
• Adaptación (cambios en la organización familiar; dependencia del hijo/a;
renuncias; etc.)
• Funcionamiento familiar: hacer de padres; gestión de las relaciones, etc.
• Calidad de vida familiar
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21. La elaboración de las escalas ha sido posible a partir de la ayuda del Ministerio de Educación y
Ciencia en el marco de los Proyectos I+D 2006 (nº de referencia: SEJ 2006-04773).
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para permitir a las familias mejorar su calidad de vida a partir de nuevas opor-
tunidades fruto de los apoyos y servicios (Turnbull, 2005).
Finalmente, uno de los aspectos que mayor impacto tiene en la percepción
de calidad de vida por parte de las familias está relacionado con su percepción
de la relación que mantienen con los profesionales (Summers, Marquis,
Mannan, Turnbull, Fleming y Poston et al., 2007).
En síntesis, contribuir a la mejora de la calidad de vida de las familias a lo
largo del ciclo vital, y en particular durante los primeros años de desarrollo, da
sentido al trabajo de los profesionales, por lo que la concreción del concepto en
cada caso y la media nos pueden ayudar a establecer los objetivos prioritarios de
la intervención.
Las reflexiones señaladas hasta el momento, como son: la familia como con-
texto de desarrollo, la importancia de reconocer la singularidad de cada familia
y la gran variabilidad de respuestas que se pueden dar ante el nacimiento de un
hijo con discapacidad, la necesidad de conocer y reconocer las capacidades y las
competencias que tienen las familias, así como los recursos de que disponen en
su entorno, el reconocer que el nacimiento de un hijo con discapacidad com-
porta cambios importantes en la vida de las familias y la importancia de la cali-
dad de vida familiar, entre otras, nos lleva a plantear la necesidad de adoptar un
modelo de trabajo centrado en la familia.
Los modelos de trabajo que se han ido definiendo a lo largo de los años han
ido sufriendo cambios importantes en función de la manera en que se entendía
tanto la familia como su adaptación familiar y sus capacidades. Así pues, un
paradigma más centrado en el déficit, en una visión más patológica de las reac-
ciones familiares, condicionó sobre todo los primeros modelos de trabajo con
las familias. Fue a partir de los años 80, gracias a todos los cambios que se iban
dando tanto en la concepción del desarrollo como en la manera en que se
entendía la adaptación familiar, cuando se empezó a plantear una nueva mane-
ra de trabajar con las familias, que recibió el nombre de modelo de trabajo cen-
trado en la familia.
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Allen y Petr (1996) describieron los tres elementos clave que definen el
modelo de trabajo centrado en la familia:
1. La familia como unidad de atención: la intervención deja de centrarse
solamente en el niño con discapacidad intelectual y en su madre.
2. Respeto por la elección de la familia: se da un cambio en la relación de
poder entre profesionales y familias. Se pasa de un modelo de experto a
un modelo de colaboración, donde las familias pueden y deben decidir.
3. Se centra en los puntos fuertes y en la capacitación de las familias: se aban-
dona totalmente la orientación basada en la patología, en aquello que no
va bien.
Así pues, se trata de una filosofía, una manera de entender el trabajo con las
familias, a partir de la cual los profesionales deben ayudar a las familias a cons-
truir sobre sus puntos fuertes, sus capacidades e incrementar su sentimiento de
competencia. Este modelo promueve en los padres el sentimiento y la convic-
ción de mayor control sobre las diferentes situaciones de su vida diaria, en la
gestión de los problemas diarios, potenciando sentimientos de autoeficacia.
De esta manera, la colaboración entre los padres y los profesionales, como ya
se ha indicado, resulta uno de los elementos más importantes y sobre los que se
basa este modelo. Esta relación se debe basar en la concepción de que los padres
son algo más que meros receptores de las intervenciones y/o propuestas que
hacen los profesionales; los padres son colaboradores en todo lo que implica el
trabajo con su hijo y con su familia (Turnbull, Turnbull, Erwin y Soodak, 2006).
Trivette, Dunst, Deal y Hamer (1990) definieron los cinco principios sobre
los que se fomenta este modelo de trabajo. Éstos son:
1. Reconocer que todas las familias tienen fortalezas y que éstas son úni-
cas y dependen o se basan en sus creencias y valores culturales, familiares,
en el contexto social-político-económico, etnia, etc.
2. La falta de una habilidad en una familia o en alguno de sus miembros
no se debe entender como un déficit dentro del sistema familiar, sino
como la incapacidad del sistema social/institucional de poder crear opor-
tunidades para que estas personas puedan aprender determinadas capaci-
dades
3. El trabajo con la familia se debe orientar de manera que se centre y se
construya a partir de los aspectos positivos de su funcionamiento, más
que en “intentar reparar las familias rotas” . Ya en 1989, Stoneman defen-
dia que “todas las familias tienen fortalezas, y si el énfasis se pone en dar
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apoyo a las fortalezas más que en rectificar las debilidades, las ocasiones
para cambiar algunos aspectos de las vidas de la familia y de sus hijos
aumentarán significativamente” (p. 462).
4. Debemos pasar del uso de tratamientos o modelos de reparación a la adop-
ción de modelos de promoción y capacitación, dado que estos últimos
son los únicos enfoques consistentes con el refuerzo del funcionamien-
to de la familia.
5. El objetivo de la intervención debe ser potenciar familias cada vez
menos, y no más, dependientes de los profesionales.
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Para poder conseguir este punto, el profesional deberá buscar los aspectos
positivos del funcionamiento familiar, preguntar a la familia por su vida
diaria, comentar con ella los puntos fuertes, cambiar las afirmaciones
negativas por otras positivas y ayudar a la familia a reconocer sus capaci-
dades.
3. Identificar las fuentes de apoyo. Con este componente se propone iden-
tificar las fuentes de apoyo formal e informal de que dispone la familia, y
ayudar a la familia a que sea ella misma quien responda a sus necesidades
utilizando sus propios apoyos y sus fortalezas.
En este componente será imprescindible identificar los agentes y tipos de
apoyos formales e informales con los que cuenta actualmente la familia,
identificar las fuentes de apoyo sin explotar (apoyos potenciales), revisar
tanto las fuentes de apoyo como las fortalezas de la familia, identificar qué
necesidades provienen de otras necesidades no resueltas, discernir los sen-
timientos que se generan cuando se pide ayuda, y enfatizar las fuentes de
apoyo informal.
4. Dar autoridad y capacitar a las familias. La finalidad de este componen-
te es capacitar y habilitar a la familia para que sea más competente en el
reconocimiento de sus propias necesidades y pueda resolverlas ella misma.
Dar autoridad significa crear oportunidades para que los miembros de la
familia sean más competentes, independientes y que se apoyen en sí mis-
mos. Es decir, que puedan afrontar de manera efectiva sus problemas,
necesidades y preocupaciones. Y capacitar comporta trabajar conjunta-
mente con la familia de manera que les permita adquirir el sentimiento de
control sobre sus propias vidas y saber resolver y dirigir sus propias actua-
ciones y su vida familiar.
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5. Referencias
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Capítulo VI
Antonio Camino
En los últimos años los avances en las ciencias biológicas nos han ayudado
a modificar y ampliar conceptos. Las llamadas neurociencias han abierto nue-
vas líneas de comprensión, nos ayudan a integrar los nuevos conocimientos y
mantener una actitud abierta y flexible para incorporarlos a nuestra práctica
diaria.
Las aportaciones en patología prenatal, biología molecular, genética, etc. nos
ayudan a profundizar en el conocimiento de la conducta humana y nos desve-
lan los mecanismos por los cuales el cerebro se va construyendo.
El cerebro humano es muy inmaduro al nacer, y los cambios anatómicos y
funcionales tienen lugar en los primeros años de la vida. Así, el individuo va
adquiriendo de forma progresiva las diferentes funciones. Éstos cambios son
rápidos y comportan el aumento del tamaño del cerebro, o sea, que el desarro-
llo infantil está ligado al proceso de maduración del sistema nervioso, que se
inicia en la vida intrauterina y termina en la primera etapa de la vida posnatal.
Veremos cómo los elementos primarios o arcaicos del cerebro primitivo
(tronco cerebral y médula espinal) van cediendo protagonismo al desarrollo de
los dos hemisferios cerebrales y al control superior de éstos.
Vamos a comentar algunas definiciones que nos ayudarán a entender la
complejidad del funcionamiento del cerebro.
Definimos el desarrollo como un proceso dinámico que hace referencia tanto
a la maduración orgánica y funcional como a la estructuración mental y emo-
cional. Este proceso dinámico es interactivo entre el niño y su entorno (facto-
res genéticos o constitucionales y factores del entorno o ambientales). Por lo
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Neurulación. El tubo neural considerado como “la sala neonatal” del cere-
bro. Las células que recubren el tubo neural son las llamadas células madre neu-
rales; éstas tienen una gran capacidad de autorrenovación.
Muerte celular. Paralelamente a la proliferación celular existe un proceso de
muerte celular llamado apoptosis.
Migración y diferenciación celulares. La producción de neuroblastos destina-
dos a formar la corteza cerebral se completa en gran medida a los 4 o 5 meses
de gestación. La migración celular comienza poco después de la generación de
las primeras neuronas, pero continúa hasta la vida posnatal. Una vez termina-
da la neurogénesis general, comienza la diferenciación celular: es cuando los
neuroblastos se convierten en diferentes tipos de neuronas. Al nacimiento, la
diferenciación celular está casi completada, aunque la maduración de estas neu-
ronas continúa durante años, incluso hasta la edad adulta.
Maduración nerviosa. Una vez las neuronas han emigrado hasta su destina-
ción final y se han diferenciado en neuronas específicas, deben formar dendri-
tas para posibilitar las sinapsis.
Formación de sinapsis y poda cerebral. En el neurodesarrollo podemos dis-
tinguir dos fases: la primera condicionada por factores genéticos, y la segunda
donde el desarrollo sináptico está supeditado a la presencia de ciertas experien-
cieas sensitivas para la organización de circuitos corticales.
Distinguimos 5 fases en la formación de las sinapsis:
– Fases 1-2, tienen lugar en el período embrionario
– Fase 3, el número aumenta rápidamente, desde el nacimiento hasta los 2
años
– Fase 4, estabilización en el número y posterior disminución rápida en la
pubertad
– Fase 5, estabilización en la edad adulta
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La información llega por las vías sensoriales y es procesada por los centros
nerviosos, en los que se genera conocimiento y aprendizaje. Este conocimiento
puede quedar almacenado por el mecanismo de la memoria.
Este conocimiento almacenado produce programas motores y estos programas
constituyen diferentes conductas, que nos permiten la adaptación al entorno.
El cerebro presenta sistemas moduladores que son capaces de modificar la
información recibida.
Concluimos que entendemos el funcionamiento cerebral como una red de
circuitos y que el propio sistema nervioso cuenta con mecanismos para inducir
la recuperación espontánea mediante la neuroplasticidad, que puede actuar
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Como hemos podido ver, todos los acontecimientos que se producen desde
la concepción hasta los primeros años de la vida inluyen en el resultado del des-
arrollo que va a alcanzar el niño y nos muestran las posibilidades de interven-
ción desde el entorno.
2. El desarrollo psicomotriz
Es necesario tener en cuenta que durante los 3-4 primeros meses de vida el
movimiento de los bebés está regulado por estructuras neurológicas subcortica-
les y, por lo tanto, su conducta motriz está determinada por los reflejos prima-
rios y no es una actividad voluntaria. Progresivamente, esta actividad motriz
refleja irá desapareciendo a medida que tomen el control de la actividad las
áreas corticales específicas del cerebro.
El desarrollo de la motricidad está determinado también por dos leyes:
1. Ley cefalocaudal. El dominio motor se produce siguiendo una determi-
nada secuencia, de manera que se inicia por la cabeza y sigue en dirección
caudal hasta llegar a las piernas y los pies. Esto significa, por ejemplo, que
los bebés dominarán y controlarán voluntariamente antes la cabeza que el
tronco o las extremidades.
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2. Ley proximodistal. Esta ley refleja que el desarrollo motor viene determi-
nado también por un progreso direccional de manera que se inicia en las
partes proximales al eje del cuerpo y se continúa por las partes más aleja-
das de ese mismo eje. Por tanto, por ejemplo, los niños dominarán antes
el hombro que el codo y éste antes que la mano.
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Las edades que figuran en la tabla anterior tienen como finalidad alertar al
profesional que atiende al niño sobre aquellos supuestos en que, hasta conse-
guir el logro correspondiente, se superan significativamente esos límites de edad
en algún ítem o en varios a la vez. Con esta ayuda, el profesional podrá, en esos
casos, establecer o no la sospecha de la existencia de un retardo motor. Para
poder establecer la sospecha de un trastorno motor, el profesional debe fijarse
en otros signos o síntomas neurológicos como, por ejemplo: caminar de punti-
llas, temblores, incoordinación, falta de equilibrio, debilidad muscular, etc.). De
esta sospecha se han de derivar consecuencias importantes. La más comprome-
tida, quizás, será tomar la decisión de derivar al paciente, lo antes posible, a un
especialista del desarrollo psicomotor, sin angustiar innecesariamente a la fami-
lia, con la finalidad de establecer un diagnóstico: funcional, sindrómico y etio-
lógico y evaluar los factores estresantes que puedan incidir negativamente en la
vida familiar y que puedan restar opciones de progreso en el desarrollo del bebé.
En la tabla no se incluyen los logros motores conseguidos en un período de
edad posterior, porque en los casos de retardo o trastorno motriz las alertas se
deben y se pueden poner en acción antes de llegar a los 18 meses de edad.
Todo retardo motor no implica que deba existir un trastorno motriz para
entenderlo y explicarlo. Un niño apático, por ejemplo, que no muestra el inte-
rés suficiente para la exploración de su entorno vivirá, de un modo reducido,
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Coge y juega con sus En posición supina se agarra los pies y se los 5 meses
pies lleva a la boca
Extiende sus brazos para Cuando el cuidador le invita a alcanzar sus 6 meses
que le cojan manos extendidas, extiende las suyas para ser
tomado en brazos
Reacción al extraño Puede expresar temor o cierto recelo hacia las 7 meses
personas desconocidas
Comprensión de la Comprende el sentido de la palabra y el gesto 8 meses
negación de negación
Reconocimiento de su Se mira en el espejo sonriendo y trata de tocar 9 meses
propia imagen en el con alguna parte de su cuerpo (mano, boca) su
espejo imagen. Se gira para mirar a la persona que le
sostiene para comprobar si es la misma persona
que ve en el espejo.
Disminución del interés Comienza a perder interés por llevárselo todo a 12 meses
por la exploración bucal la boca
Lenguaje Dice dos o tres palabras con intención propositi- 12 meses
va y comprende el significado de múltiples
palabras
Se lleva los alimentos a Es capaz de utilizar los cubiertos para comer, 15 meses
la boca aunque vuelca la cuchara antes de llegar a la
boca
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Conocimiento del esque- Sabe señalar algunas de las partes más significa- 18 meses
ma corporal tivas de su cuerpo (boca, ojos, nariz)
De forma similar a la tabla anterior, en ésta se incluyen los hitos del desarro-
llo hasta los 18 meses, puesto que cualquier alteración significativa del desarro-
llo psicológico debe ser detectada antes de ese período para propiciar un diag-
nóstico y un tratamiento precoz. Además del retardo en el desarrollo, el profe-
sional que atiende al niño debe estar atento a otros signos o síntomas que pue-
den indicar un trastorno grave del desarrollo (actividad estereotipada, manieris-
mos, respuestas ecolálicas, autoagresiones, fascinación por ciertos estímulos,
desinterés por la relación con otros sujetos adultos o niños, retirada de la mira-
da, etc.).
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© Editorial UOC 97 Evaluación interdisciplinar
Capítol VII
Evaluación interdisciplinar
Fátima Pegenaute
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© Editorial UOC 98 La atención temprana
cia con la primera demanda que hace la familia, continúa cuando la interven-
ción se está llevando a cabo y finaliza en la última entrevista de despedida
(Torras de Beà, 1991).
Ante la sospecha de un trastorno en el desarrollo de un niño o bien ante la
posibilidad de que haya riesgo de padecerlo, es fundamental plantearse realizar
un diagnóstico amplio que considere no sólo los síntomas que presenta el
niño sino también el estudio meticuloso de su entorno más cercano. Es de sumo
interés para nosotros conocer las circunstancias que han rodeado y rodean su
vida cotidiana, la historia familiar y las preocupaciones que en ese momento
tienen los padres sobre su hijo, ya que consideramos que el desarrollo de cual-
quier niño es resultado de la interacción entre los factores genéticos y de salud
y los factores familiares y ambientales que le rodean.
Hay que tener en cuenta que la evaluación psicológica, e incluso a veces la
física, sobre todo en estas primeras edades es un proceso abierto y no cerrado.
El niño está sujeto a procesos normales de desarrollo o de cambio continuo y lo
hace a un ritmo muy acelerado. La hipótesis que hoy nos hemos podido formu-
lar puede cambiar mañana.
Lejos de ser un acto aislado, el diagnóstico, que ha de ser el primer eslabón
de la intervención, ha de posibilitar poner en marcha una serie de recursos y
de actuaciones para la mejor atención del niño y su familia en lo que llamamos
intervención.
En esta concepción el enfoque del diagnóstico en atención temprana debe-
ría ser necesariamente interdisciplinar y ser contemplado desde una perspecti-
va bio-psico-social. Para que este hecho sea una realidad viable, el equipo base
de profesionales de un Centro de Desarrollo y Atención Precoz tiene que englo-
bar a profesionales de las diferentes disciplinas (la neuropediatría, la psicología,
el trabajo social, la logopedia, la fisioterapia, etc.).
Si bien el profesional de atención temprana pretende en todos los casos
alcanzar un diagnóstico de certeza en todos los niveles, no siempre es posible.
La necesidad de una intervención terapéutica temprana conlleva la exigencia de
trabajar, en muchos casos, en función de “hipótesis diagnósticas”, cuando el
diagnóstico funcional se está configurando y el diagnóstico etiológico puede ser
incierto.
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© Editorial UOC 99 Evaluación interdisciplinar
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© Editorial UOC 100 La atención temprana
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© Editorial UOC 101 Evaluación interdisciplinar
la AT tendrá que hacer valer las diferentes posibilidades diagnósticas con la fina-
lidad de poder determinar qué características tiene uno y otro, según su propia
naturaleza y también según sea el entorno en el que le ha tocado vivir.
Sin embargo, no es tan fácil el diagnóstico cuando nos introducimos en el
ámbito de los trastornos del lenguaje o los trastornos emocionales, en donde los
límites de la normalidad y la patología y las causas de su origen pueden ser bas-
tante más imprecisas. Niños con apariencia de normalidad física, que han evo-
lucionado de forma más o menos normal hasta una edad determinada, comien-
zan a presentar síntomas a veces difíciles de comprender para los padres e inclu-
so para algunos profesionales (no evolucionan en el lenguaje a pesar de que
pudieron decir las primeras palabras, les cuesta atender a la palabra, no miran,
van a la suya, no saben jugar, parecen siempre tristes, no tienen vitalidad para
nada, presentan dificultades para comer, para dormir, etc.)
Es por esta serie de razones por lo que el proceso diagnóstico en niños tan
pequeños no es una tarea fácil, y requiere de los profesionales que componen el
Centro de Desarrollo y Atención Precoz, una preparación adecuada y completa
para poder llevar a cabo un manejo global e íntegro de cada una de las situaciones.
Diagnóstico funcional
El diagnóstico funcional constituye la determinación cualitativa y cuantita-
tiva de los trastornos o disfunciones. Es la información básica para comprender
la problemática del niño, considerando la interacción familiar y la de su entor-
no, sus capacidades y posibilidades para desarrollarlas. Es imprescindible para
que el profesional se plantee los objetivos de trabajo en el inicio de la interven-
ción terapéutica.
Aunque el motivo de consulta que los padres, o también otros profesiona-
les derivantes, formulan es habitualmente una alteración específica y concre-
ta (no arranca a hablar, no se aguanta sentado, se porta muy mal, va como
una moto, no presta atención, etc.), es necesario realizar una valoración com-
pleta del desarrollo del niño para identificar posibles trastornos en diferentes
ámbitos del mismo. Es frecuente que los motivos de consulta en el primer año
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Diagnóstico etiológico
El diagnóstico etiológico nos permite establecer las causas de las alteracio-
nes o trastornos detectados. Debe ser amplio, considerando tanto los factores
biológicos como los del entorno, que ya desde el nacimiento influyen en el
desarrollo, ya que la identificación de una causa perturbadora del desarrollo
no excluye la existencia de otras causas que actúan de forma simultánea. Así,
ante un niño con trisomía 21, por ejemplo, si bien la etiología genética es, sin
duda, la responsable de gran parte del probable retraso evolutivo que poda-
mos observar, no existe tampoco ninguna duda de que los factores de salud,
el entorno afectivo, las oportunidades de descubrir y aprender que han rode-
ado al niño son factores que debemos conocer y considerar en el diagnóstico
etiológico.
Delimitar la posibilidad de un diagnóstico etiológico médico precisará en la
mayoría de casos algunos exámenes complementarios adecuados a las hipótesis
diagnósticas que hayamos realizado, si bien es importante señalar que la nor-
malidad de los resultados obtenidos en dichos exámenes no nos indica la ausen-
cia de una base orgánica del trastorno (Libro Blanco 2000)
Diagnóstico sindrómico
El diagnóstico sindrómico está constituido por un conjunto de signos y sín-
tomas que definen una entidad clínica determinada. Ayuda a establecer si se
trata de una patología estable, transitoria o evolutiva, de base probable orgáni-
ca o ambiental y a orientar los exámenes complementarios. También es útil para
el pronóstico y para conocer algunas características que condicionan necesida-
des propias del síndrome.
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La entrevista de acogida
La entrevista de acogida, que constituye el primer contacto del profesional
con la familia, tiene como principal objetivo recoger los motivos de preocupa-
ción de la familia, su percepción, la vivencia e interpretación de las posibles difi-
cultades o alteraciones que presenta el niño, el tipo de demanda que puede rea-
lizar y las expectativas que la familia se ha podido crear al acudir a un Centro
de Desarrollo Infantil y Atención Precoz.
El hecho de que esta entrevista haya sido solicitada por iniciativa de los pro-
pios padres o bien por recomendación de otros profesionales, como el pediatra
o la educadora de la guardería o de la escuela, el hecho de que asista a ésta úni-
camente un miembro de la familia (generalmente la madre) o bien los dos
miembros de la pareja, que vengan acompañados por otros familiares o bien
con el propio niño, son indicadores a tener en cuenta en el proceso posterior,
ya que nos pueden orientar sobre la organización familiar y también sobre las
vivencias y criterios de ésta.
En ocasiones, la familia acude al centro porque otros profesionales han valo-
rado que su hijo presenta algunos problemas. Nos encontramos a veces con
unos padres que no son conscientes o no quieren asumir ciertos problemas que
posiblemente les altera su propio sentimiento narcisista o viven esta circunstan-
cia con cierto nivel de ansiedad o de culpabilidad.
Es fundamental la actitud de escucha del profesional, poder hacerse eco y com-
prender las dificultades que la familia pueda presentar, disponer de suficiente
tiempo para esta entrevista o para realizar otras. Una anamnesis apresurada que
no contemple los aspectos descritos puede impedirnos conocer una información
clave para la comprensión de la problemática del niño o de la actitud de los padres
ante la misma y llegar a diagnósticos erróneos o incompletos.
Si a la entrevista asisten ambos miembros de la pareja, esto nos permitirá
también poder captar las diferencias de interacción entre el niño y cada uno de
los padres, las características de la relación entre los miembros de la pareja, sus
opiniones y vivencias con respecto al problema o el trastorno. En ocasiones nos
proporciona datos valiosos invitar a los padres a que nos hablen de su infancia
y de sus propios padres. Saber si ellos pueden relacionar el inicio del problema
con algún hecho ocurrido en la vida familiar o bien son fruto de posibles fan-
tasías o parecidos con ciertas personas familiares.
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La exploración diagnóstica
Una vez realizada la entrevista de acogida, se programan una serie de sesio-
nes de exploración y de observación con la finalidad de poder conocer las carac-
terísticas físicas de su desarrollo y las diferentes competencias del niño, sus difi-
cultades y su forma de relacionarse con el mundo que le rodea
Ante una exploración diagnóstica, tendremos que tener en cuenta que el
funcionamiento del niño ha de reflejar tres amplios sistemas: el biológico (carac-
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terísticas del crecimiento, del aspecto físico, de la maduración del sistema ner-
vioso, genética), el psicológico (aspectos cognitivos, emocionales, de comporta-
miento) y el social (comunicación y forma de interacción con el mundo que le
rodea).
Por lo tanto, en aquellos casos que se estime necesario, el neuropediatra del
equipo realizará una exploración física y neurológica que nos aportará una
información de gran valor sobre el desarrollo motor y sensorial, o bien nos ayu-
dará a poder tomar decisiones en relación con la necesidad de realizar pruebas
complementarias. El mismo neuropediatra derivará el caso directamente, o a
través del pediatra del niño, al hospital de la zona.
Para realizar el diagnostico funcional de los aspectos psicológicos y sociales,
se programan algunas sesiones (2 a 3) en las que se incluye siempre al niño y a
la persona adulta que viene acompañándole, en general el padre o la madre.
Únicamente en caso de que sean niños mayores que se puedan separar con faci-
lidad de sus padres, se realiza una de las últimas sesiones con el niño a solas, lo
que nos permitirá poder valorar las posibles diferencias de interacción y de acti-
tud del niño en un contexto diferente.
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Pruebas específicas
Se utilizarán según el caso y siempre y cuando podamos valorar que admi-
nistrar una prueba estandarizada relacionada con el desarrollo nos pueda apor-
tar una información significativa y complementaria del nivel evolutivo en el
que se pueda situar al niño.
Únicamente citaré en este apartado las pruebas que en estos momentos se
utilizan con más frecuencia para evaluar a los niños en estas primeras edades,
pero sin el objetivo de valorarlas de forma extensiva, ya que ello supondría una
capítulo aparte.
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prendida entre los 2 años y medio hasta los 8. Está compuesta por seis escalas
que valoran: aspectos verbales, de percepción y manipulativos, capacidad
numérica, general cognitiva, memoria, motricidad.
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Hay que ser realista, pero positivo, e intentar compartir con la familia la infor-
mación dando mucha importancia a las observaciones que los padres realizan
en su vida cotidiana.
5. Método de evaluación
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Qué valorar
La correcta evaluación del funcionamiento del niño pequeño tendrá en
cuenta los siguientes aspectos:
• La naturaleza de las dificultades del niño así como sus capacidades en las
principales áreas del desarrollo (motrices, sensoriales, cognitivas, de comu-
nicación y de lenguaje), incluyendo también aquí las aptitudes o las difi-
cultades para poder regular sus emociones, sus frustraciones y responder a
las relaciones sociales.
• La forma y cualidad de las interacciones familiares (el niño con sus padres
y viceversa, el tipo de relación de los padres con su hijo), aspecto que
podremos observar en situaciones reales de forma directa mientras duran
las sesiones de observación.
• La observación en el medio escolar o en el propio domicilio, si fuera nece-
sario, o bien el estudio de los informes que pueda aportar la familia.
• La influencia de los patrones parentales, culturales y comunitarios sobre el
niño, que podemos conocer a través del relato de los padres (historia fami-
liar, observación en la escuela, etc.).
• La realización de pruebas estandarizadas con la finalidad de poder destacar
a nivel cuantitativo dónde se sitúa el niño en relación con la población de
niños de su edad.
• El examen físico y la valoración neurológica, cuando el caso lo precise, y la
demanda de pruebas neurológicas o genéticas, con el fin de conocer la
posible etiología del trastorno.
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6. Entrevista de devolución
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tener la familia) y será importante cómo pueda manejar estos miedos ante la
difícil tarea que tiene que afrontar.
Se inicia un proceso que es distinto para cada familia e incluso para cada
miembro de la familia. El diagnóstico conlleva incertidumbre y desorientación,
por lo que el profesional debería estar disponible para todas las entrevistas que
sean necesarias con el fin de que los padres tengan una buena información y
puedan exponer sus dudas y preocupaciones.
Una buena información facilita la comprensión y la asimilación de la reali-
dad de lo que ocurre con su hijo y de lo que les está pasando a ellos mismos.
Así la familia puede adecuar el entorno y los recursos a las necesidades de su
hijo o bien puede generar una demanda clara de ayuda. Siempre que sea posi-
ble, es mejor informar a los dos padres a la vez y en presencia del niño, y en el
caso de familias monoparentales, siempre y cuando el miembro de ésta lo pueda
aceptar, acompañado de alguna otra persona familiar o de amistad.
En ocasiones los padres, o uno de ellos, pueden quedar totalmente bloquea-
dos, o bien negarse a aceptar el diagnóstico que el profesional le está dando.
Suelen ser padres que piden un segundo o tercer diagnóstico para conseguir de
forma inconsciente que alguien les diga lo que quieren escuchar. Hemos de estar
preparados para estas reacciones intentando comprenderlas y pudiendo ofrecer-
les más tiempo para que puedan ir asimilando el problema.
El lenguaje que deberemos utilizar al dar un diagnóstico debe evitar térmi-
nos difíciles de entender, hay que dar un enfoque directo con una exposición
global de los problemas sin plantear una lista de diagnósticos con sus códigos.
La información debe ser descriptiva y funcional, es decir, informar del proble-
ma pero a la vez establecer el significado funcional del mismo y los recursos que
se van a poder poner en marcha.
Es recomendable que la persona que comunica el diagnóstico y la que les ha
acompañado durante el proceso sea la misma. A veces puede resultar un tanto
confuso y suele llenar de ansiedad a los padres el hecho de tener que pasar por
diferentes profesionales que ofrezcan una diversidad de opiniones según su
especialidad. Es quizás más conveniente que haya un responsable que aglutine
las diversas informaciones, lo que no quiere decir que a lo largo del proceso
varios profesionales intervengan con el niño y la familia e informen sobre los
aspectos más relevantes en el momento que consideren oportuno. En este caso
es muy importante que todos estén coordinados
A los padres les interesa saber qué le sucede a su hijo, pero también, y a veces
primordialmente, se preguntan la causa o causas del problema. Cuando existe
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una causa médica certera que explica el trastorno del niño, los padres pueden
comprenderlo con mayor facilidad y quedar exentos de un posible sentimiento
de culpa. Pero cuando el tipo de trastorno, a veces muy grave, no se puede rela-
cionar con una causa concreta, los padres viven esta situación con una gran
ansiedad y preguntan al profesional una y otra vez cuál es la razón y por qué su
hijo presenta esas dificultades.
Otra de las preguntas importantes que los padres suelen realizar una vez reci-
bido el diagnóstico es sobre la futura evolución de su hijo. Hay que ofrecer
información teniendo en cuenta la evolución que va realizando el propio niño.
Es difícil ofrecer un pronóstico a largo plazo con una mínima seguridad, ya que
va a depender en gran manera no sólo del tipo de trastorno que tiene el niño
sino también de todo aquello que podamos ofrecerle para mejorar. Las dudas
sobre el diagnóstico y el futuro del niño son inevitables, hay que estar dispues-
tos y preparados para ir asentando el diagnóstico y el pronóstico con la evolu-
ción, evitar informaciones contradictorias, establecer un clima de confianza
para que se sientan apoyados en la toma de decisiones.
Volviendo a citar el Libro Blanco: Sobre el profesional que transmite la informa-
ción diagnóstica recae una importante responsabilidad. Debería tener una adecuada
información sobre los sentimientos que se puedan producir en los padres, así como
hacerse cargo de sus propios sentimientos (ansiedad del propio profesional), con la
finalidad de poder mantener la distancia emocional necesaria para transmitir a los
padres una información ponderada y real al mismo tiempo que se les ofrece compren-
sión y apoyo.
Una vez finalizado el diagnóstico y habiendo informado a los padres, ade-
cuaremos el tipo de intervención a realizar. En ocasiones, y como hemos
apuntado anteriormente, cuando se trata únicamente de un problema reacti-
vo o de un problema de crianza, nuestro trabajo va a estar orientado a traba-
jar de forma exclusiva con los padres, con el fin de hacerles comprensibles
los síntomas que presenta el niño y ayudarles a buscar nuevas estrategias
para solventar las dificultades. Cuando existe uno o varios factores de riesgo,
sean éstos de la índole que sean, el tipo de intervención será quizás un segui-
miento del niño o de la familia, con el objetivo de poder realizar una detec-
ción y un diagnóstico rápido en el caso de que en algún momento del des-
arrollo surjan síntomas de patología que indiquen un cambio en la forma de
la intervención.
Si el diagnóstico se centra ya en un trastorno en el desarrollo, los objetivos,
el “setting” y el tipo de profesional que se responsabilizará de la intervención
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8. Referencias
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Capítulo VIII
Intervención
Quimi Planella
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Los padres deben pasar un proceso de luto o duelo por el hijo que segura-
mente no es el que se esperaban. La adaptación a la nueva situación es un pro-
ceso, y su superación depende de otras experiencias difíciles que los padres
hayan vivido, de su carácter, de su fortaleza y de sus expectativas y proyectos.
Otro factor que influye en la intensidad del proceso de luto y de choque es la
gravedad de la discapacidad.
La familia en esta situación necesitará recibir apoyo emocional e informa-
ción, pautas para educar al hijo y desarrollar habilidades, así como conocer las
necesidades y atenciones que le son imprescindibles. A diferencia de otros pro-
cesos de luto y de situaciones vitales estresantes, se debe tener presente que el
hecho de tener un hijo con discapacidad se convierte en un factor de riesgo ante
las crisis que pueden aparecer a lo largo de toda la vida de la familia. Afrontar
los aspectos emocionales de los padres ha de convertirse en uno de los prime-
ros objetivos antes de iniciar cualquier tipo de tratamiento y a lo largo de todo
el proceso de intervención.
Uno de los temas más ampliamente estudiados y debatidos es cómo infor-
mar a la familia del problema o discapacidad del hijo y de sus repercusiones
emocionales. Para facilitar este paso Turnbull y Turnbull (1997) apuntan las
siguientes recomendaciones: dar la noticia a los dos padres a la vez; explicar
qué significa el diagnóstico en términos sencillos y sin utilizar etiquetas; no
culpabilizar a ningún miembro de la pareja; ser honesto en cuanto a no pre-
decir el futuro del recién nacido; transmitir la importancia de ayudar al niño
a desarrollarse en la medida de sus potencialidades; evitar las actitudes dog-
máticas y de lástima; utilizar un lugar acogedor donde se pueda mantener la
conversación sin prisas, utilizando habilidades de escucha y empatía para
establecer un clima de complicidad. Asimismo, puede ser de interés ofrecer
oportunidades de encuentros posteriores y la posibilidad de reunirse con otras
familias.
Si en algún momento de este primer contacto se aprecia un ambiente tenso,
no se ha de interpretar como algo personal con el profesional, sino contra la
situación que les toca vivir. Hace falta mantener la calma y mostrar compren-
sión y disposición para ayudarlos. El proceso de negación, de rechazo, de no
aceptación del problema puede perdurar durante mucho tiempo, dificultando
la relación positiva padres-niño y, a menudo, evitando dirigirse a servicios espe-
cializados para iniciar la atención.
Finalmente, es importante averiguar si toda la información que se ha trans-
mitido ha sido entendida correctamente.
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5. Grupos de padres
Los grupos de apoyo de padres suponen un recurso para que las personas que
viven situaciones semejantes puedan proporcionarse apoyo emocional e infor-
mación, así como otros tipos de autoayuda. Los grupos de padres para las fami-
lias de niños pequeños con discapacidad o bien con factores de riesgo se pue-
den considerar como un componente más del programa de atención precoz.
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Finalmente, el apoyo que se dan los padres entre sí afecta a la calidad de vida
familiar, especialmente en los dominios relacionados con el bienestar material,
físico y emocional (Friend, Summers y Turnbull, 2009).
Pensamos que el conjunto de consideraciones hechas en este capítulo pue-
den orientar el trabajo de los CDIAP, así como aportar un enfoque más centra-
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do en la familia que garantice una óptima atención a los niños con dificultades.
Al mismo tiempo, es importante promover actuaciones que faciliten el proceso
de transición hacia la escuela ordinaria. En definitiva, nuestro interés está en
fomentar buenas prácticas y prácticas basadas en la evidencia en el ámbito de
la atención precoz.
6. Bibliografía
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Capítulo IX
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© Editorial UOC 137 Diferentes abordajes con el niño, familia y entorno
como de las personas del entorno (familia, educadores) para que la terapia tenga
los efectos esperados.
Como todos sabemos, el aprendizaje motor parte del interés y la motivación
que tiene el niño para dominar el entorno y su cuerpo; de ahí que, a la hora de
planificar el tratamiento, se deben tener en cuenta aquellas condiciones que favo-
rezcan dicho aprendizaje. Entre otras, que tanto el entorno afectivo como el mate-
rial y físico sean los adecuados. Debe destacarse la importancia de la
práctica/entrenamiento en diferentes situaciones significativas para el niño (casa,
escuela, parque, etc.), ya que sin suficiente repetición de las acciones a aprender
éstas no se integran. Es importante la intencionalidad del niño ante cualquier acti-
vidad motriz o relacional, ya que mediante el ensayo y error adquirirá la selección
apropiada de los ajustes posturales necesarios para las adquisiciones motrices (vol-
teo, sedestación, etc.), que además, si son reforzadas, “significadas” y estimuladas
por los adultos, le permitirán adquirir autoestima, capacidad de esfuerzo, lucha
por superar las dificultades, mejor integración y conocimiento de su cuerpo, de los
objetos y del espacio que le rodean. Siempre se ha de encontrar un equilibrio entre
el deseo del niño, la visión de la familia y el objetivo terapéutico a conseguir.
Uno de los aspectos más difíciles y a la vez más importantes de nuestro tra-
bajo tiene que ver con la relación que establecemos con las familias. Debido al
tipo de intervención que hacemos y a la corta edad de los niños que atendemos,
los padres suelen estar presentes en las sesiones durante toda la primera fase del
tratamiento. Una de las mayores dificultades con las que nos encontramos a
diario es entender y saber manejarnos con los distintos procesos emocionales
por los que atraviesan las familias.
Los padres se presentan ante el fisioterapeuta con una gran herida. La
demanda que nos hacen tiene que ver con la reparación de esa herida y para
ello piden mucha estimulación (gimnasia, piscina, hípoterapia, etc.); la mayo-
ría de padres depositan en esta intervención muchas expectativas. Si nos pre-
guntáramos acerca de lo que realmente esperan los padres de nosotros, la res-
puesta podría ser que esperan, inconscientemente, la sustitución del hijo mal-
trecho por el hijo soñado.
Si cuando los padres se encuentran por primera vez con el fisioterapeuta éste
no sólo se interesa por el trastorno y los problemas que presente su hijo, sino
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cos del bebé y el diálogo sin palabras que se da entre él y su/s cuidador/es
durante los primeros meses de vida.
– Cuando el retraso en el desarrollo del lenguaje está asociado a una inma-
durez en el desarrollo afectivo, concretamente en el proceso de diferencia-
ción, y no se trata de un trastorno grave del desarrollo, también llamado
trastorno del espectro autista. Creemos que estos niños pueden ser atendi-
dos tanto por el logopeda como por el psicólogo con un soporte mutuo, el
del equipo y el de la supervisión.
– Cuando los niños sufren un retraso cognitivo evidente también se plante-
an dudas sobre qué profesional debe llevar a cabo el tratamiento. En los
casos en que el psicólogo y el fisioterapeuta han iniciado la atención, llega
un momento que a los padres les preocupa sobre todo el lenguaje.
Entonces el logopeda debe valorar con el resto del equipo si el desarrollo
del niño es armónico y el lenguaje adquirido corresponde a su nivel madu-
rativo, o si existe un décalage. Si éste no existe, es importante evitar un
cambio de terapeuta. El logopeda puede hacer un seguimiento del caso
ayudando al terapeuta para que éste favorezca la evolución del lenguaje. Si
el lenguaje se sitúa claramente por debajo de las demás áreas del desarrollo
y las características del caso lo permiten, se puede hacer un cambio de tera-
peuta. También cabe la posibilidad de optar por un seguimiento y un inter-
cambio más continuados entre ambos profesionales.
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Así pues, el modelo de trabajo con niños que presentan factores de riesgo y
que denominaremos “nìños/as de alto riesgo” y con niños que presentan pro-
blemas en la crianza, se enmarcará en un contexto donde se consideren de
forma individual y conjunta y con interacciones múltiples los siguientes ele-
mentos: los factores de riesgo, las señales de alerta, los signos de vulnerabilidad
y los factores de protección.
Los factores de riesgo. Podrían ser definidos como los precursores potencia-
les de la enfermedad, del malestar. Los factores de riesgo permiten iniciar medi-
das de tipo preventivo y, no obstante, han de ser valorados con mucha pruden-
cia. Así pues, los factores de riesgo se consideran una herramienta de valoración
o instrumentos que se utilizan en la prevención de trastornos físicos, psicológi-
cos o sociales que puede padecer un niño. Haría falta exponer que la existencia
de un factor de riesgo no supone de ninguna manera que un niño haya de pade-
cer un trastorno ni corresponde a una prescripción diagnóstica.
A continuación detallamos su origen:
1. Factores de riesgo que proceden del propio niño y de sus características
personales y fisiológicas. Lo denominamos riesgo biológico, y aquí cabrí-
an el riesgo neurológico y el sensorial.
2. Factores de riesgo que provienen del entorno familiar y del entorno social
del niño. Podríamos denominarlo riesgo psíquico o psicológico.
Las señales de alerta. Son señales que nos manifiesta el propio niño y cons-
tituyen un aviso de las posibles dificultades o problemas que pueda padecer en
su desarrollo. Hemos de entender estas señales de alerta como signos significa-
tivos de la evolución de las capacidades y de la construcción subjetiva que cada
niño ha de realizar y que define la particularidad de su desarrollo con un ritmo
original y único.
Los signos de vulnerabilidad. Los signos de vulnerabilidad del niño nos
informan de las características “particulares” o de “cierta irritabilidad” que pue-
den dificultar su crianza. Los niños en los cuales podemos detectar estos signos
tendrían que ser considerados “frágiles” en referencia a su desarrollo emocional
y/o social, y, por tanto, son niños que se encuentran en situación de riesgo.
Será, pues, importante reconocer ciertas formas clínicas en las que esta vulnera-
bilidad puede presentarse:
– Cuando se presentan dificultades serias en los procesos de separación.
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Una vez situados los elementos que tendremos que tener en cuenta para
plantear un abordaje de los niños que presentan factores de riesgo y/o pro-
blemas en la crianza, hay que pensar en el tipo de intervención más conve-
niente. Entenderemos por intervención todo cuanto favorezca la creación de
situaciones, estados y momentos adecuados en los que el niño pueda inter-
actuar y crecer como ser humano en condiciones sanas que le permitan rea-
lizar la mejor evolución. Esta intervención ha de tener las características
siguientes:
– El objeto de la intervención no ha de ser sólo el niño/a sino los entornos
naturales del niño: el familiar y el escolar.
– Tiene que producirse lo más pronto posible, de forma adecuada y en el
momento oportuno.
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© Editorial UOC 149 Diferentes abordajes con el niño, familia y entorno
Por lo tanto, habrá que llevar a cabo una intervención de tipo preventivo
que tenga como finalidad contrarrestar el efecto de los factores de riesgo y los
signos de vulnerabilidad y potenciar los factores de protección, así como reali-
zar una cuidadosa valoración de las señales de alerta que pueda manifestar el
niño y que permita efectuar diferentes abordajes terapéuticos.
El formato de esta intervención será el de seguimiento, tanto de la evolu-
ción del desarrollo del niño como de las funciones parentales propias de la
familia, a fin de valorar y evaluar si todos los elementos anteriormente men-
cionados tienen o presentan una incidencia directa en el desarrollo biopsico-
social del niño. Recordemos que el sujeto de nuestra intervención será el
niño/a de alto riesgo o con problemas en la crianza y, normalmente, derivado
por un profesional de atención primaria que haya valorado la conveniencia
de realizar un seguimiento en un servicio especializado debido a la presencia
de uno o varios elementos que aporten un riesgo o problemática en la evolu-
ción del desarrollo (ya sea de orden biológico, psicológico y/o social).
También puede suceder que este niño/a de alto riesgo o con problemas en la
crianza sólo haya sido interconsultado por el profesional de atención prima-
ria sin haberlo derivado y que se pueda realizar un trabajo de seguimiento y
asesoramiento con el propio profesional a fin de valorar el recorrido evoluti-
vo y/o preparar una futura derivación.
Estas intervenciones tendrán que articularse en dos líneas complementarias:
a) La intervención con el niño.
b) La intervención con el entorno, teniendo presente que los entornos en los
que se actuará serán, fundamentalmente, el entorno familiar y el entorno
escolar.
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Después de conocer cómo se sienten los padres ante esta situación inesperada,
nuestro objetivo como profesionales será ayudarles a descubrir las competencias
de su hijo y sus necesidades, que a menudo detectan con dificultad, a causa del
impacto inicial del diagnóstico. En primer lugar, debemos ayudarles a reconocer
las señales de relación y de comunicación del bebé (por muy débiles que sean) para que
puedan corresponder y facilitar experiencia compartida, imprescindible para construir un
vínculo afectivo. Sabemos que éste es un período crítico en el desarrollo del bebé.
Estimular un buen vínculo facilitará el desarrollo del cerebro afectivo del niño y
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© Editorial UOC 153 Diferentes abordajes con el niño, familia y entorno
niño tomará conciencia de sí mismo y de sus límites. Este ajuste permite desarro-
llar el sistema propioceptivo, la relación del cuerpo con el espacio y con los obje-
tos que le rodean, que muchos niños expresan de una forma desorganizada.
Cierta hipotonía muscular o hipertonía en algunos niños prematuros o un bebé
muy irritable o ansioso pueden dificultar este acoplamiento mutuo. Esta condi-
ción puede ser vivida por la madre con cierto malestar al interpretar que el niño
rechaza ser cogido en sus brazos y hacer que se sienta incompetente. En conse-
cuencia, la madre evitaría cogerle y contenerle y le dejaría más tiempo en la cuna
o sillita. Observamos cómo estas condiciones particulares del bebé no facilitan la
contención que desearía la madre y, si ésta no es muy sensible o no está muy dis-
ponible, la interacción comunicativa puede reducirse y empobrecerse. A través
de la contención, la madre también ayuda a calmar al bebé, a que experimente
una sensación de “confort y seguridad” en sus brazos. Si el niño es menos com-
petente, debemos ayudar a los padres a buscar una mejor contención física, a
saber esperar un poco la adecuación del bebé, pues siempre es posible. Sobre todo,
este contacto debe sentirse como agradable y gratificante para ambos.
c) Las expresiones faciales. A través de ellas, podemos comprender las emo-
ciones de alegría, ira, tristeza, sorpresa, miedo, etc. También requiere que los
adultos seamos sensibles a estas señales para interpretarlas y darles un significa-
do verbal. Con las expresiones transmitimos emociones al otro y son el inicio
de una relación inter-subjetiva con el otro. Observamos que los niños con cier-
ta discapacidad tienen un registro más tenue, más frágil en la expresión emo-
cional. A veces, las expresiones son poco diferenciadas y hay poca modulación
emocional. A estos niños les puede costar también codificar las señales de sus
padres. Es muy importante trabajar este registro para que los padres aprendan a
acentuar su expresión facial acompañándola siempre de significado verbal y
ayudarles a discriminar aquellas expresiones más débiles o poco diferenciadas
en el niño (el terapeuta puede hablar en nombre del niño de su estado emocio-
nal). No es que los padres no sean expresivos, pero debido al impacto emocio-
nal del diagnóstico su tono a veces es más débil, más plano, a veces algo depri-
mido o distante y aún no pueden percibir las demandas del niño y correspon-
derle.
d) La mirada y el contacto ocular. Son primordiales para organizar el vín-
culo afectivo. También representan una señal de seguridad cuando el niño, ante
un extraño, recupera la mirada de la madre. El niño explora los juguetes y el
espacio a través de la mirada de confianza que le transmite su madre. Los niños
con discapacidad pueden tener más dificultades para fijar y mantener la mira-
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da, se suelen cansar antes y su tiempo de respuesta puede ser más largo. Se reco-
mienda estimular los juegos cara a cara como las palmitas, las canciones, el
juego del cucú, hacer ruidos con la boca, etc. Debemos ayudar a los padres a
saber esperar, a no anticiparse con exceso ni a responder con demasiada ansie-
dad. Las interacciones cara a cara madre-bebé durante los primeros meses son
importantes para regular el nivel de activación y de atención.
e) El llanto. También se considera una conducta señalizadora para atraer la
atención de la madre/el padre. A medida que las competencias visuales y audi-
tivas maduran, el bebé se calma con sólo sentir la voz de su madre o viéndola a
su alrededor. El llanto se considera la conducta discriminativa del vínculo afec-
tivo, ya que ante la separación de la madre el niño expresará su ansiedad lloran-
do y la madre le proporcionará seguridad y confianza, valores imprescindibles
para el desarrollo futuro de su estabilidad emocional. El llanto en un niño con
discapacidad puede ser más débil, como un quejido o, por el contrario, puede
ser muy ansioso, a veces difícil de calmar. Podemos ayudar a los padres a inter-
pretar las diferentes causas del llanto y a encontrar la manera de calmarlo (siem-
pre las hay) sin angustiarse en exceso.
f) La discriminación auditiva y la vocalización. Cuando nace, el bebé ya es
sensible a la voz humana y, de hecho, se tranquiliza cuando la oye. Reconoce la
voz de su madre desde las primeras semanas de vida y reclama su atención. De
una forma natural y espontánea se establece una comunicación en la que los
padres adaptan su habla, con un lenguaje simple, algo más ampliado y con
expresiones afectivas. En estos modelos interactivos, se establece una secuencia
sincronizada, parecida a la de la succión descrita anteriormente, un intercam-
bio recíproco entre los dos. El estilo comunicativo de los padres con un hijo con
discapacidad puede ser algo diferente, con una participación algo menor debi-
do, seguramente, a unas señales menos explícitas del niño o a una mayor difi-
cultad para percibirlas por parte de los padres. Como los niños suelen ser menos
interactivos por iniciativa propia, los padres pueden anticiparse demasiado y ser
ellos quienes inician la interacción. A veces, la no-respuesta o el mayor tiempo
en la respuesta del niño provoca que los padres respondan o actúen sin esperar
mucho. Es necesario que alienten a sus hijos a tomar una mayor iniciativa en
esta díada, aunque tengan que esperar algo más de tiempo para que se pueda
establecer un turno de diálogo. A veces, a los niños se les hace demasiadas pre-
guntas a las cuales ni esperamos que contesten. Es interesante utilizar un len-
guaje descriptivo sobre lo que hace y cómo lo hace, poniéndole también signi-
ficado a sus emociones. El lenguaje debe situarse un poco por encima de las
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te poco tiempo. En general, son niños que por un entorno ambiental escasa-
mente estimulante y pobre en la interacción con las figuras parentales no han
sido capaces de crear los vínculos adecuados y terminan por refugiarse en unas
defensas autísticas. Un tratamiento adecuado dirigido al niño y a la familia para
que ésta pueda conectarse con las necesidades vivenciales y emocionales de su
hijo, puede dar lugar a la desaparición total de los síntomas que tanto nos alar-
maron a todos.
En otras ocasiones es también difícil realizar un diagnóstico diferencial y hay
que esperar un tiempo a los resultados que puede ofrecer la intervención, para
delimitar si se trata de un trastorno del espectro autista o bien se trata de una
deficiencia mental grave que conlleva aspectos relacionales autísticos.
Por cuanto se viene exponiendo, se entiende mejor que el momento de ofre-
cer el diagnóstico suele crear, en el profesional responsable de hacerlo, senti-
mientos de ansiedad que han de ser contenidos con la finalidad de poder trans-
mitir a la familia lo que hemos observado y ofrecer una comprensión de las difi-
cultades que presenta su hijo. En bastantes ocasiones tendremos que plantear y
hablar de una hipótesis diagnóstica que con el tiempo y los resultados de la
intervención, nos irá perfilando y definiendo una entidad diagnóstica más orga-
nizada y segura.
En la mayoría de casos no vamos a poder tener unas pruebas neurológicas
complementarias que nos ofrezcan un diagnóstico de causa, es decir etiológico,
lo cual representa un gran hándicap para la familia que no puede entender cuál
es la raíz del trastorno, ya que en la gran mayoría de casos esos resultados van
a ser totalmente normales. Esto conlleva, en ocasiones, que los padres puedan
sentirse culpabilizados o busquen culpables en su entorno.
A la luz de la experiencia clínica de estos años, hemos ido comprobando que
hay niños que comparten algunos de los rasgos tradicionalmente considerados
autistas, pero no todos. Estos niños que suelen presentar un deterioro en la rela-
ción y en la comunicación con su entorno muestran, aun así, algunas formas o
maneras de intimidad emocional y de contacto con las personas más familiares
y con los objetos más cotidianos. En contraposición con el DSM IV que define
este trastorno como trastorno generalizado del desarrollo (TGD) y que lo descri-
be en términos de deterioro severo y generalizado, la Clasificación Diagnóstica
de 0 a 3 ofrece la categoría de trastorno multisistémico y trastorno de la relación
y de la comunicación, utilizable únicamente antes de los 3 años. Dicho trastor-
no se caracteriza por un deterioro significativo global, pero con alguna capaci-
dad o disponibilidad para comprometerse en la relación emocional. Esta cate-
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tente, con los adultos y con sus iguales a través del lenguaje con significado, y
adquiriendo cierta autonomía en su vida social de forma que puedan conseguir
una calidad de vida que no tenían antes.
En estos momentos muchos de estos niños pueden acceder a la escolaridad
ordinaria desde sus primeras etapas, necesitando algún soporte educativo y un
currículo adaptado a sus necesidades y posibilidades, pero en un entorno total-
mente normalizado en el cual se pueden integrar socialmente con el resto de los
alumnos. Seguramente, necesitarán un seguimiento terapéutico muchos años y
distintos abordajes terapéuticos para ellos y su familia a lo largo de la vida.
Algunos, con mayores dificultades o por distintas razones, pueden realizar una
escolaridad compartida, cursando unos contenidos en el centro de día o centros
específicos de educación especial y otros, más relacionados con la convivencia
y actividad social, en el centro ordinario. Únicamente algunos de estos niños
(los que han de asistir a los centros de día o centros específicos de educación
especial a veces evolucionan y pueden más adelante integrarse en el circuito
ordinario) tienen que asistir a la escuela especial, no teniendo por qué ser ésta
siempre su destino final.
Los centros de día o los centros específicos ofrecen un entorno terapéutico,
teniendo en cuenta las características de estos niños, y un marco educativo-
pedagógico que les permite desarrollarse psicológicamente y optimizar sus capa-
cidades cognitivas y de aprendizaje.
Indudablemente, es probable que se hayan cometido algunos errores, pero
en general lo que transmiten las familias de estos niños y los profesionales de la
educación es que se han sentido muy acompañados en el difícil camino que
han tenido que recorrer durante el tiempo que han permanecido en los centros
de atención temprana y que los resultados observados en los niños son franca-
mente esperanzadores.
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ce entre ellos. Por dicho motivo, los trastornos de personalidad y la psicosis han
ido estrechamente ligados a este déficit hasta hace pocos años. Fraiberg, en su
obra “Niños Ciegos”, nos mostraba el alto porcentaje de la incidencia de estos
trastornos: alrededor de un 60% de alteraciones en el comportamiento y la per-
sonalidad y un 20% de psicosis y autismo. Estas cifras coincidían con las que
nosotros nos encontramos al inicio de nuestro trabajo con niños ciegos. Con el
inicio de un modelo de trabajo en atención precoz que iniciamos en Barcelona
y que posteriormente se ha seguido en toda España, estas cifras han descendido
de forma espectacular. En Barcelona, por ejemplo, en el año 2006 no llegaba a
un 5% la incidencia de algún tipo de alteración de personalidad. El punto clave
lo situamos en la movilización de las energías internas que disponen los padres
y su vinculación positiva hacia el niño en un período temprano.
La ceguera orienta al niño hacia unas ciertas tendencias a rasgos que resumi-
remos como sigue:
• Se observa un alto grado de ansiedad en el niño, sobre todo en las separa-
ciones.
• Una fuerte dependencia de la madre y del adulto.
• Gran necesidad de control del entorno.
• Tendencia a evadirse, aislarse o encerrarse en su propio mundo.
• Criterios rígidos o poco flexibles.
• Sentimientos de soledad e inseguridad.
• Aparente desinterés por personas y objetos (distintas formas de expresión
que presenta el niño ciego, así como una elaboración lenta del conoci-
miento).
• Alta sensibilidad a las frustraciones.
• Ausencia de competitividad.
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Sobre la utopía
Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.
Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine nunca la alcanzaré.
¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar
EDUARDO GALEANO
Parecería que la explicación que hace Galeano acerca de la utopía podía acer-
carse al concepto que nos sugiere hoy día el trabajo social, entendiéndolo como
una senda, un recorrido, un acompañamiento a las familias que viven condi-
ciones sociales difíciles y a las que intentamos ayudar en su caminar, proporcio-
nándoles asesoramiento, escucha, apoyo e información de recursos que se ajus-
ten a sus necesidades.
Desde el contexto del CDIAT entenderíamos por condiciones sociales difí-
ciles un amplio abanico de posibilidades que van desde las familias más sanas
y capacitadas (cuya irrupción de un hijo con patología grave puede desencade-
nar importantes repercusiones en el seno familiar), a todas aquellas situaciones
vulnerables, que por factores externos y/o internos, transitorias o permanentes,
pongan en riesgo, o comprometan seriamente, las capacidades y el desarrollo
personal de los padres. Todas estas situaciones pueden generar, en mayor o
menor medida, la necesidad de un apoyo externo, de recursos y de ayudas para
facilitar la crianza de sus hijos.
Sabemos que un entorno familiar precario puede afectar negativamente al
desarrollo de los niños. Sin embargo, también es cierto que pueden influir
muchas otras situaciones, en familias suficientemente organizadas y capacita-
das, que por las condiciones que nos impone la sociedad hoy en día dificultan
que los niños tengan un lugar, un espacio para ser niños, para jugar y simple-
mente ser y estar. Especialmente, cuando el niño presenta alguna dificultad y
necesita un ajuste externo en su entorno familiar o escolar para favorecer su
desarrollo. Estas situaciones pueden requerir la intervención del trabajador
social para garantizar que las necesidades del niño queden cubiertas. Por ello es
importante no identificar trabajo social exclusivamente con situaciones de mar-
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dad, las ganas de conocer para poder ayudar. Es fundamental interesarnos por
aspectos concretos de los padres relativos a su salud, formación, trabajo, tipo de
vivienda, estructura familiar, tipo de relación y comunicación, integración en el
entorno, relación con la familia extensa, etc. Todo ello nos va a posibilitar
entender cómo se organizaron, y cómo se están organizando, para atender la
crianza del niño. Siendo éste nuestro foco de atención, iremos abriendo puertas
que nos permitan descubrir, a veces conjuntamente con la familia, en qué
estructura socio-familiar y en qué condiciones está creciendo y desarrollándose
el niño. Es la escucha desde lo social.
La recogida de estos datos forma parte del proceso de intervención que se ha
creado con la familia y se explorarán en la medida que podamos relacionarlos
con el proceso de ayuda que hemos establecido. Tanto o más importante será
recoger, además, los aspectos más subjetivos: cómo percibimos lo que nos cuen-
ta la familia, qué impresiones y qué sensaciones tenemos. Y también cómo nos
transmite la familia sus problemas, con angustia o con indiferencia, qué con-
ciencia de dificultad expresan y cómo creen que afectan al desarrollo del niño.
Creemos que uno de los retos más importantes del trabajo social es el baile que
debemos hacer continuamente entre lo objetivo y lo emocional, entre la reco-
gida de información y la escucha, entre los aspectos burocráticos y la relación,
entre la búsqueda de los recursos externos y la exploración de los internos y per-
sonales. Cabalgar entre estos dos mundos no es tarea fácil.
Sabemos que en el campo del trabajo social no existe una codificación de diag-
nósticos (Rossell, 1987). Será entonces el análisis, objetivo pero también inter-
pretativo, de los datos que hemos ido recogiendo en la fase de exploración lo
que nos permitirá acercarnos a la comprensión de lo que le pasa a la familia, de
sus capacidades y de sus dificultades, de sus recursos internos y externos, de los
factores de riesgo y de protección, de las circunstancias que les han podido lle-
var a la situación actual. Se trata de comprender: si no entendemos, no pode-
mos ayudar.
Nuestro objetivo final es el bienestar del niño. Nuestra preocupación es el
bienestar de los padres (o de las figuras cuidadoras) y que el entorno que los sus-
tenta sea lo suficientemente óptimo para garantizar el desarrollo del niño. Si
estas condiciones sociales son frágiles, o están muy deterioradas, y vemos que
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de los desafíos más importantes que tenemos los profesionales del CDIAT,
y que debemos seguir cuidando.
3. Trabajo con los profesionales de los servicios externos: sociales, sanitarios
y educativos. Uno de los objetivos intrínsecos del trabajador social en un
CDIAT es la función de puente, de motor que desde el conocimiento de lo
que le pasa al niño y a su familia impulsa, integra y moviliza los recursos
externos. La coordinación y el trabajo de sensibilización que realizamos
con estos servicios es sin duda uno de los pilares en los que se fundamen-
ta el trabajo social. Será importante conocer qué profesionales, y desde
qué instituciones, están interviniendo en estos momentos con la familia,
con la idea de no doblar asistencias innecesarias, pero también para favo-
recer la coordinación con los profesionales que los estén atendiendo.
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sigo una buena experiencia de ayuda que le permita creer en sí mismos, y tam-
bién en el otro, y que pueda andar solo, y si no puede, confiar en que puede
haber alguien con disponibilidad para la escucha y la búsqueda de recursos,
internos y externos.
8. Referencias
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Capítulo X
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Para cada una de estas dimensiones se definen una serie de indicadores que,
medidos de forma periódica y sistemática, aportan una valiosa información
sobre los procesos y tendencias, facilitando la identificación de problemas o
dificultades y la introducción de medidas correctoras con la finalidad de mejo-
rar continuamente el trabajo asistencial.
Cada indicador es definido mediante una serie de parámetros comunes como
la dimensión a que pertenece, el aspecto específico que valora (área relevante),
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2. Referencias
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Capítulo XI
Remei Tarragó
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maneja la culpa? Todos estos interrogantes nos tienen que ayudar a pensar en
la necesidad de un soporte psicológico para estas parejas en momentos tan difí-
ciles, donde se les pueda ayudar a pensar y elaborar sus decisiones. Por el con-
trario nos encontramos ante una situación donde ciertamente “eliminamos
toda toma de posición acerca de su realidad, así como de la existencia del suje-
to”, como nos dice la definición antes citada.
3. Prematuridad
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Los neonatos que han nacido a término están dotados de un conjunto extraor-
dinario de capacidades que les van a permitir establecer un vínculo afectivo con
sus padres. Las madres, al mismo tiempo, parecen estar biológicamente prepara-
das para leer y responder a las señales y necesidades del bebé (Bowlby,1980).
Si observamos a un bebé prematuro vemos cómo su apariencia y patrones de
conducta son muy distintos cualitativamente a los de los niños nacidos a térmi-
no. Cuando éstos responden, sus señales son muy débiles y de difícil lectura
para los padres ya que con frecuencia tienen conductas de evitación de unos
estímulos que les son excesivamente abrumadores.
Vemos cómo en estas circunstancias el establecimiento del apego se da de
forma mucho más lenta y con más dificultades lo que dificulta las interacciones
de los padres y su bebé que tienen un papel primordial en el establecimiento del
vínculo.
Un buen procedimiento para afrontar este problema es el de favorecer el con-
tacto piel a piel o “método canguro”, ya que brinda al niño calor, estímulo, afec-
to y contención. Hemos visto que las madres dispuestas a realizar la experien-
cia tienden a poder lactar a su bebé con más facilidad. Hay autores que dicen
que para las madres esta experiencia es un estímulo que permite mayor produc-
ción de leche, esencial en los niños prematuros de bajo peso al nacer.
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Es evidente que los CCD serán decisivos en la evolución del niño si pensa-
mos en la importancia de la plasticidad cerebral en estas etapas y valoramos
dicha plasticidad desde la visión que nos dan los últimos descubrimientos de la
neurociencia que nos dice que “la plasticidad de la red neuronal permite la ins-
cripción de la experiencia de modo tal que los elementos más finos del proceso
de transferencia de información entre las neuronas –las sinapsis– sufren una
remodelación permanente en función de la experiencia vivida” (Ansermet y
Magistrett, 2006).
Entendemos que nuestro trabajo se fundamenta (en gran parte) en la ayuda
a los padres. La madre que acaba de dar a luz a un niño del que se la separa
inmediatamente por la situación de elevado riesgo, se ve inmersa en un gran
sentimiento de culpabilidad que pone en cuestionamiento todas sus referencias.
Debemos hacer sentir a las madres que ellas tienen mucho que hacer por su hijo
y, además de mejorar el estado del bebé, nuestro trabajo debe facilitar a la madre
que mejore su propia imagen, que recupere sus capacidades de ser madre de su
hijo, pues, de lo contrario, cuando se le dé el alta podrá tener serias dificultades
para cuidar de él.
También es importante señalar que un gran número de niños que han sido
hospitalizados desde el nacimiento, y algunos durante mucho tiempo, evolu-
cionan psicológicamente sin patologías. No podemos asociar las dificultades y
el dolor sufrido por un niño a un sistemático desarrollo patológico. Sabemos
que la mayoría de los niños prematuros no tendrán problemas, principalmente
si se realiza un trabajo desde la Unidad de Neonatología que contemple la glo-
balidad del niño y la atención muy próxima a la familia.
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5. El trabajo en equipo
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6. Caso clínico
Mónica es una niña que nace a las 27 semanas de gestación con un peso de
1,300 g. Primer hijo de una pareja de 39 años tratados con técnicas de reproduc-
ción asistida, concretamente con una FIV (fecundación in vitro).
En la historia obstétrica consta un aborto terapéutico por una alteración cro-
mosómica del hermano mellizo hallada en el estudio del diagnóstico prenatal.
La recién nacida permanece dentro de las dificultades propias de un gran pre-
maturo durante aproximadamente 48 horas; a posteriori hace una hemorragia
pulmonar y al cuarto día se detecta una hemorragia cerebral grado IV.
Durante su estancia en la unidad de cuidados intensivos, que fue de cuatro
meses, se intervino colocándole una válvula de derivación.
La niña requiere de muchos cuidados médicos al ser dada de alta, siendo
necesarios varios ingresos y dos intervenciones quirúrgicas cerebrales más para
resolver problemas existentes en su válvula y es necesaria la colocación de una
nueva válvula de derivación.
A lo largo de este doloroso proceso, fuimos observando a la niña y entrevis-
tando a los padres e intercambiando con el equipo de médicos y enfermeras for-
mas de acompañar y contener las ansiedades manifiestas que mostraban estos
padres, en un inicio, expresadas como queja constante de todo lo que se hacía
con la niña, cuestionando constantemente los diagnósticos y cuidados que reci-
bía su hija, lo que despertaba un comportamiento hostil de las enfermeras hacia
ellos, que todavía les hacía sentir peor tratados y con más temores sobre el trato
hacia el bebé.
Se pudo hablar en una reunión de equipo de la situación y el rechazo que
despertaban estos padres buscando formas de acercamiento a su dolor y senti-
miento de culpa.
En las distintas entrevistas que fuimos realizando durante el ingreso de la
niña, los padres fueron verbalizando su necesidad de hacer algo más por su hija.
Grabaron cintas con la voz de los padres que introducíamos en la incubadora a
ratos, cuando por la observación que realizábamos nos parecía que podía ser
más gratificante para ella.
Al darla de alta, la madre se sentía bien acogida y pudo expresarlo.
Se realizó el seguimiento que hacemos con los niños de la unidad, a los 6 m,
9 m,12 m, 18 m, y 24 m. Después del primer reingreso se derivó a un centro de
atención precoz para tratar las secuelas motoras y atender globalmente a la niña
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© Editorial UOC 202 La atención temprana
Es obvio que cualquiera de estos temas nos plantea cantidad de dudas sobre
la sensibilidad y la ética en nuestras intervenciones.
Para terminar, me gustaría reflexionar sobre dos citas, una de la mitología
clásica y otra muy actual.
El mito clásico, muy bello y muy rico, el de Asclepio Esculapio. Era el dios de la
medicina para los griegos y su saga es bien conocida. Pero su poder lo llevó a cometer
el pecado original de la ética médica, “la soberbia y la codicia”. Esculapio empezó a
resucitar a los muertos, considerando que él estaba en condiciones de transgredir los
límites de la naturaleza, de hacer lo que estaba de alguna manera sólo facultado a los
dioses, pero no a los mortales. Y, entonces, fue castigado por Zeus con su saeta. Se dice
que Asclepio aceptó resucitar a los muertos, un poco por hybris, que decían los griegos,
por soberbia; pero también por codicia, ya que pasaba honorarios altamente diferen-
ciados por estas prácticas, también muy diferenciadas.
La última cita corresponde a un compañero del hospital (Dr. Basas ) que en
una conferencia sobre su trabajo en Técnicas de Reproducción Asistida decía:
“Los médicos que nos dedicamos a estas tareas deberíamos entender el éxito cuando
podamos preguntarnos cuántos niños sanos hemos traído al mundo en lugar de cuán-
tos embarazos hemos conseguido”.
La asistencia neonatal debe encaminarse hacia lo que nos manifiesta la doc-
tora. Mathelin:
“Elaborar un proyecto común que permita no sólo salvar la vida de los lactantes
sino también salvar su deseo de vivir y la capacidad de amar de los padres”.
(C. Mathelin, 1998)
7. Referencias
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© Editorial UOC 203 La atención prenatal y perinatal
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© Editorial UOC 205 Diversidad cultural y familia
Capítulo XII
Joseba Achotegui
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© Editorial UOC 206 La atención temprana
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© Editorial UOC 207 Diversidad cultural y familia
Hay un hecho clave que diferencia el duelo migratorio del duelo por la pér-
dida de un ser querido, el referente clásico de concepto de duelo. Y es que, en
el caso de la migración, el objeto –el país de origen y todo lo que representa– no
desaparece, no se pierde propiamente para el sujeto, pues permanece donde
estaba y cabe la posibilidad de contactar con él. Es más, cabe la posibilidad de
regresar un día, definitivamente, al lugar del origen.
Como es sabido, la primera infancia constituye para los seres humanos una
edad sensible en la que se estructuran toda una serie de vínculos con las per-
sonas próximas, la lengua, el paisaje, la cultura, etc. A diferencia de la edad
adulta, en la infancia no tan sólo se viven los acontecimientos en los que la
persona se halla inmersa sino que esos mismos acontecimientos condicionan
la forma como se construye la personalidad, forman parte por así decirlo de
los materiales con los que se construye el edificio de la personalidad. La infan-
cia nos moldea. En la edad adulta la estructura de la personalidad se halla ya
formada y los acontecimientos que se van viviendo actúan sobre algo ya cons-
truido que tan sólo puede ser modificado en parte. De ahí que cuando la per-
sona emigra ya está condicionada por lo que ha vivido en la infancia y lógi-
camente tendrá dificultades para adaptarse plenamente a la nueva situación.
Como escribía Horacio “los que atraviesan los mares cambian de cielos mas
no de preocupaciones”. También Séneca en las cartas a Lucilio escribía “ el
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© Editorial UOC 212 La atención temprana
Al tener que afrontar tantos cambios a la vez el inmigrante tiende con fre-
cuencia a sentirse abrumado e inseguro, adoptando actitudes regresivas. Desde
una perspectiva psicológica, el concepto de regresión se entiende como el retro-
ceso de la persona hacia actitudes más infantiles, menos autónomas. Las tres
expresiones más básicas de esta regresión infantil en la migración, serían:
1. las conductas de dependencia: así, el inmigrante tiende a comportarse a
veces de modo sumiso ante las figuras de autoridad, actúa como el niño
ante las figuras paternas.
2. la queja infantil, la “pataleta”: otra actitud típicamente regresiva ante la
frustración y el dolor es la protesta, la pataleta.
3. La sobrevaloración de los líderes. Como señala la psicología social, cuan-
do hay una situación de peligro, los seres humanos actuamos con una ten-
dencia a la jerarquización.
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© Editorial UOC 213 Diversidad cultural y familia
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© Editorial UOC 214 La atención temprana
El inmigrante siente a la vez amor hacia su país de origen por los vínculos
que estableció allá, pero también tiene sentimientos de rabia porque tuvo que
marchar de su tierra, porque el país de origen fue una mala madre que no le
dio todo lo que necesitaba. Estas situaciones favorecen la rabia y, de este
modo, se mezclan las emociones de amor y de odio hacia su país de origen. Y
por otro lado, tiene sentimientos amorosos hacia el país de acogida por los
vínculos que ha establecido, pero también tiene rabia por el esfuerzo que le
supone la adaptación, por lo que también hay ambivalencia hacia el país de
acogida
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© Editorial UOC 215 Diversidad cultural y familia
La elaboración de esta larga lista de vivencias que hemos descrito en los apar-
tados anteriores lógicamente no se agota en la persona del inmigrante, sino que
continúa también en sus hijos y podría continuar en las siguientes generacio-
nes si los inmigrantes no llegan a ser ciudadanos de pleno derecho en la socie-
dad de acogida. Quizás el ejemplo más claro de esta situación sea el caso de los
negros de Norteamérica. De 100 millones que fueron trasladados como escla-
vos, 60 murieron en los viajes o víctimas de la explotación. Los que quedaron
llevan decenas de generaciones ya en Estados Unidos y continúan en parte sin
estar integrados en la sociedad americana.
Desde la perspectiva familiar, objeto de este texto, es obvio que es de gran
importancia tener en cuenta estos aspectos transgeneracionales del duelo y no
considerar que sólo los inmigrantes que llegan lo viven, aunque, obviamente, si
las circunstancias son favorables este duelo es mucho más fácil de elaborar
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“ ...y Ulises pasábase los días sentado en las rocas, a la orilla del
mar, consumiéndose a fuerza de llanto, suspiros y penas, fijando
sus ojos en el mar estéril, llorando incansablemente...(Odisea,
Canto V, 150),
“ me preguntas, cíclope, cómo me llamo…voy a decírtelo. Mi
nombre es nadie y nadie me llaman todos…” (Odisea, Canto IX,
360).
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los humanos tan buenos emigrantes, ¿cómo puede ser que emigrar hoy resulte
tan terrible para tanta gente, hasta el punto de que les afecte en su salud men-
tal? La realidad a la que nos enfrentamos es que nunca, en nuestro trabajo en
la atención en salud mental a los inmigrantes desde los años 80, habíamos pre-
senciado situaciones tan dramáticas como las actuales. Y sin embargo, conside-
ramos que existe una gran deshumanización al abordar las migraciones de hoy,
ya que se presta muy poca atención a los sentimientos, a las vivencias de los
protagonistas de la migración, los inmigrantes.
Ya hemos señalado que desde la perspectiva psicológica se considera que la
migración es un acontecimiento de la vida, que como todo cambio supone una
parte de estrés, de tensión, al que se denomina duelo migratorio. Tal como plan-
teamos (Achotegui 2002) consideramos que existirían siete duelos en la migra-
ción en relación con: la familia, la lengua, la cultura, la tierra, el estatus social,
el grupo de pertenencia y los riesgos físicos.
Estos duelos se darían, en mayor o menor grado, en todos los procesos migra-
torios, pero consideramos que no es lo mismo vivir la migración en buenas con-
diciones (duelo simple) que emigrar en situaciones límite (duelo extremo),
cuando las condiciones son tan difíciles que no hay posibilidades de elabora-
ción del duelo y la persona entra en una situación de crisis permanente, siendo
este tipo de duelo migratorio el característico del síndrome de Ulises
Los estresores más importantes son: la separación forzada de los seres queri-
dos que supone una ruptura del instinto del apego; el sentimiento de desespe-
ranza por el fracaso del proyecto migratorio y la ausencia de oportunidades, la
lucha por la supervivencia (dónde alimentarse, dónde encontrar un techo para
dormir) y, en cuarto lugar, el miedo, el terror que viven en los viajes migrato-
rios (pateras, ir escondidos en camiones, etc.), las amenazas de las mafias o de
la detención y expulsión, la indefensión por carecer de derechos, etc.
Pero, además, estos estresores de tanta relevancia y que van más allá del clá-
sico estrés aculturativo se hallan incrementados por toda una serie de factores
que los potencian, tales como: la multiplicidad (a más estresores mayor riesgo,
los estresores se potencian entre ellos); la cronicidad, ya que estas situaciones
límite pueden afectar al inmigrante durante meses o incluso años; el sentimien-
to de que el individuo, haga lo que haga, no puede modificar su situación (inde-
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En el mundo de hoy, más allá de cualquier otra consideración, hay dos gran-
des tipos de inmigrantes: los que tienen papeles (los regularizados) y los sin
papeles.
1. Obviamente, el grupo de los inmigrantes regularizados es muy amplio, pues
en él entrarían desde los inmigrantes que proceden de los países de rentas
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4.2. Sintomatología
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NO BANALIZAR NO MEDICALIZAR
Consideramos que, tal como señala el esquema, es muy importante ante esta
problemática que se halla en el límite entre el área de la salud mental y el área
de la psicopatología, por un lado, no banalizar este cuadro, considerando que
no les pasa nada (la peligrosa banalización del mal que señalaba Hanna Arendt)
ni, por otro lado, medicalizarlo considerando que estos inmigrantes padecen
una enfermedad mental.
A nivel metafórico, el síndrome de Ulises es como si en una habitación se
subiera la temperatura hasta los 100 grados. Tendríamos mareos, calambres…
¿Estaríamos enfermos por tener estos síntomas? Decididamente, no. Cuando
saliéramos al aire libre, estos síntomas desaparecerían porque simplemente se
corresponderían con un intento de adaptación fisiológica a esa elevada tempe-
ratura ante la que no funciona nuestra termorregulación. Pero si alguien en la
sala tuviera un infarto, un cólico, ése sí que estaría enfermo (lógicamente en
esta metáfora se trataría de una depresión, una psicosis, etc.)
Es decir, el síndrome de Ulises se halla inmerso en el área de la prevención
sanitaria y psicosocial más que en el área del tratamiento, y la intervención
deberá ser fundamentalmente de tipo psicoeducativo y de contención emocio-
nal por lo que el trabajo sobre el síndrome atañe no tan sólo a psicólogos médi-
cos o psiquiatras, sino a trabajadores sociales, enfermería, educadores sociales y
otros profesionales asistenciales.
Malos tiempos aquellos en los que la gente corriente ha de comportarse como
héroes para sobrevivir. Ulises era un semidiós que, sin embargo, a duras penas
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sobrevivió a las terribles adversidades y peligros a los que se vio sometido. Pero las
gentes que llegan hoy a nuestras fronteras tan sólo son personas de carne y hueso
que, sin embargo, viven episodios tan o más dramáticos que los descritos en la
Odisea. Soledad, miedo, desesperanza… las migraciones del nuevo milenio que
comienza nos recuerdan cada vez más los viejos textos de Homero. Si para sobre-
vivir se ha de ser nadie, se ha de ser permanentemente invisible, no habrá identi-
dad, ni autoestima, ni integración social y así tampoco puede haber salud mental.
5. Referencias
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Capítulo XIII
El objetivo del presente capítulo es ofrecer una visión general de las cuestio-
nes que más han preocupado a la comunidad científica en los últimos años en
el campo de la atención temprana y la familia a través de la revisión de los tra-
bajos aparecidos en algunas de las revistas internacionales que de manera habi-
tual se ocupan de estos temas. Se trata más bien de una miscelánea en la que
nos parece más importante subrayar en este momento, dadas las características
del capítulo, las tendencias que se advierten que no la exhaustividad de la revi-
sión o el análisis y discusión de los resultados. Por otra parte, debemos señalar
de entrada que sólo se han incluido trabajos directamente relacionados con el
ámbito social, sin entrar en la investigación de origen biomédico.
Es necesario reconocer desde el principio la complejidad y limitaciones de la
tarea propuesta. Toda selección depende en buena medida, por un lado, de las
fuentes consultadas y de los criterios adoptados y por otro, de la mirada del
autor tanto por la tradición psicológica a la que se adscribe como por lo que se
considera relevante.
Fundamentalmente se han revisado las revistas internacionales que se ocu-
pan de la discapacidad intelectual y del desarrollo, de acuerdo con la reciente
definición que nos ofrece la AAIDD (2010), y que habitualmente incluyen tra-
bajos de investigación en el ámbito de la atención temprana y la familia. Se han
tenido en cuenta los trabajos a los que se ha tenido acceso que incluyan entre
sus descriptores palabras clave relacionadas con la atención temprana, modelos
de atención a la familia, intervención en problemas del desarrollo durante la
infancia, adaptación, formación, etc. Asimismo, la selección prioriza las aporta-
ciones que hacen suyas las propuestas derivadas de los enfoques sociocultural,
ecológico y sistémico.
Como decíamos, no se persigue tanto la exhaustividad, imposible por otro
lado, cuanto identificar aquellos temas importantes que puedan ayudar a los
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3. Adaptación familiar
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clima familiar, se revelan como variables que afectan al desarrollo del niño y,
por ende, a los procesos de adaptación (Warren y Brandy, 2007; Hastings y
Lloyd, 2007).
A pesar de que la experiencia de tener un hijo con trastornos en el desarro-
llo casi de forma inevitable tiene un impacto sobre la familia, se observa una
gran variabilidad en las formas de responder al problema entre los diferentes
miembros (padre, madre, hermanos). En particular, Orsmond y Seltzer (2007)
presentan un interesante trabajo en el que se pasa revista a la literatura existen-
te sobre la relación de los hermanos con individuos con trastornos del espectro
autista.
Uno de los estudios de mayor interés es el de Dunst, Trivette y Hamby
(2007) en el que ofrecen un meta análisis de 47 trabajos de investigación
sobre la relación entre el trabajo centrado en la familia y el funcionamiento
del niño y la familia. Los resultados muestran que las prácticas que se revelan
más eficaces son aquellas más próximas y contextualizadas en el día a día de
las familias; la naturaleza y la calidad del apoyo social (formal e informal) del
que los miembros de la familia disponen constituyen factores críticos para la
adaptación familiar. Asimismo, los apoyos de los profesionales y, en particu-
lar, los servicios de AT demuestran cada vez más un efecto positivo no sólo
para promover el desarrollo de los niños sino para producir mejores resulta-
dos en las familias.
Se incluyen también dos trabajos sobre estrés y depresión en las familias con
un hijo con discapacidad intelectual. Uno de ellos (Singer, Ethridge y Aldana,
2007) analiza la eficacia de los tratamientos al uso para reducir los sentimientos
de estrés y depresión en los padres. El segundo (Bayley, Golden, Roberts y Ford,
2007) constituye una revisión crítica de los estudios (42) sobre depresión mater-
na (metodología, resultados) aparecidos en los últimos veinticinco años.
Finalmente, para comprender mejor los procesos de adaptación de las fami-
lias deben tenerse presentes los contextos culturales y sociopolíticos, ya que
influyen en las creencias, las percepciones y las prácticas de los miembros de la
familia (Skinner y Weisner, 2007).
Cabe señalar otros trabajos publicados además de los que componen el
monográfico citado. Hastings, Daley, Burns y Beck (2006) presentan un estudio
que relaciona la angustia maternal y las emociones expresadas con los proble-
mas de conducta que presentan niños con discapacidad intelectual. Los resulta-
dos apuntan a que el estrés parental y los problemas de conducta comparten
una relación causal bidireccional.
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Otro de los tópicos sobre los que gira la investigación actual tiene que ver
con los intentos de validar diversas propuestas metodológicas en AT. Sin duda
una de las que recibe mayor atención tiene que ver con el enfoque del trabajo
centrado en la familia. Por un lado, Dunst (2002) analiza diversos trabajos de
investigación cuantitativa y cualitativa que permiten conocer en qué medida la
práctica de la atención temprana está centrada en la familia y muestra algunas
evidencias. Por otro, en un trabajo mucho más reciente, Farrell (2009) estudia
hasta qué punto los “informes de evaluación” que se elaboran en los centros de
AT reflejan una concepción del trabajo centrado en la familia; el estudio alerta
sobre la necesidad de prestar atención al lenguaje usado dado que de él depen-
de en buena medida su eficacia y que afecta a cómo los padres y los educadores
perciben al niño.
Un estudio interesante es la comparación transcultural entre Finlandia y USA
sobre la práctica de la AT en entornos naturales (Rantala, Uotinen y William,
2009). Se pidió a profesionales del sector educativo, sanitario y social que res-
pondieran sobre las prácticas ideales y reales a partir de la “Escala de Evaluación
del Servicio para Familias en Entornos Naturales”; se encontraron grandes dife-
rencias entre lo ideal y lo real en las cuatro dimensiones de la escala: acogida;
planificación de la intervención; funcionalidad (integración de las actividades
en la vida diaria); y prestación del servicio. Los datos revelaron que la práctica
americana estaba más centrada en la familia y se llevaba más a cabo en entor-
nos naturales.
Vaughn, Forbes y Howell (2009) publican los resultados del estudio piloto de
evaluación que han llevado a cabo del programa de atención en el domicilio
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8. Formación
9. Referencias
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