horas, noté a Mamá bastante triste, mis hermanitos por orden de Mámi, estaban ordenadamente almor- zando, no había chacota como todos los días. Me lavé las manos rápidamente, y al terminar el almuerzo, Mamá me informó que el tío Enrique había fallecido de madrugada. - Tu Papá quiere que vayas lo antes posible y ayudes en lo que puedas, tía Liza tiene tres niñitas y tú serás el hombre mientras llegan los demás tíos. Sentí la responsabilidad, grande de representar a mis padres, llegué oportunamente para transformar el living en sala mortuoria, con el visto bueno de la tía. Cuando llegó el personal de la funeraria también ayude en vestirlo, parecía estar dormido. Fueron pasando las horas lentamente, las niñas encerradas en sus dormitorios, las Nanas llorosas deambulaban por las diversas piezas de la casa, como para que el patrón, en su despedida, se diera cuenta que todo estaba ordenado. Todos sabíamos que en vida era desordenado, de buen carácter, mejor dicho jovial, tanto así que cuando se celebraban cumpleaños, de una de las niñas, esperaba que se retiraran los adultos para repartirnos más torta, solos en silencio y rápidamente, devorábamos esta segunda etapa del cumpleaños. Cerca de las seis de la tarde llegaron las tías, hermanas de tío Enrique. La tía Liza recibió a sus cuñadas, y las niñas hicieron lo mismo. Tuve que hacerme cargo de recibir las coronas, bien provisto de monedas, para dar de propina a los muchachos que las portaban. Tocaron el timbre de la calle, y me apresté a recibir una corona más, pero me encontré con tres jovenzuelos de aproximadamente de seis, cuatro y tres años, me paralogicé, el mas grandecito se adelantó y me preguntó: - ¿Aquí vive … don Enrique? - Si , pero … Con decisión, el expresó. - Si, sabemos que murió y yo y mis hermanos, hemos venido a verlo. Reparé que los tres tenían las mismas facciones, de pelo rubio, ojos celestes y caras de niños muy buenos. Entramos a la sala mortuoria, tomé al más chico en brazos y pudo ver al difunto, y después al otro mas grandecito, el mayor disculpándose no quiso que lo tomara en brazos. - Soy ya grande puedo ver a … don Enrique, sin que me tome en brazos. Miré a las tías distraídamente, pero en sus rostros, vi paralojización y signos de lo que yo había hecho; no les parecía nada de bien, una de ellas me llamó para que saliera al pasillo. - Nanito no está bien que niños tan chicos vengan a un velorio, sal y busca a la persona que los trajo y se los lleve enseguida, y después le dices a tu tía lo que ha pasado. -Tía cuando llegaron salí a la calle y no vi a nadie por lo demás, me dijeron que vinieron solos. - Es tu problema … mira … si son iguales a …. Enrique cuando era chico ¿ves tú el problema que se presentará cuando salgan de sus dormitorios la niñitas? … ellas siempre han tenido a su padre como un ejemplo … mientras hablaba las lágrimas afloraron por sus ojos copiosamente.. Las dos trabajadoras de la casa, observaban desde lejos, sus miradas no me dejaron muy contento. - Anda a ver a tu tía y cuéntale lo que ha pasado. Salí, en busca de la tía Liza, estaba recos- tada en su cama, con un fuerte dolor de cabeza, su tez muy blanca generalmente, ahora era casi transpa- rente, permanecí en silencio tratando de encontrar como informarle la presencia de los niños, me iba a retirar, caminaba lentamente hacia la puerta. - Nanito ¿pasa algo? - Si Tía, llegaron unos niñitos a ver al tío - ¿Cómo son y que edad tienen? - Son chicos de 6 ,4 y 3 años tal vez, son ruciecitos y ojitos claros, muy bien arregladitos y muy caballeritos, las Tías me dijeron que los fuera a dejar donde ellos vivan. Hubo un silencio largo, la tía Liza se sentó en su cama, a mi parecer ella sabía de sus existencias, me preguntó ¿como llaman a Enrique? - Sólo don Enrique, no han llorado … - Bien si ellos están compuestos no debemos ser menos, por favor Nanito, protégelos. Que les sirvan onces con emparedados, queques y tortas, lo que ellos quieran, dile a la Carmen y la Carmela que los atiendan y t{u no te separes de ellos, cuídalos por favor. Hice, lo que la tía había dicho, claro que las trabajadoras de la casa, manifestaron su oposi- ción y fueron donde la dueña de casa, a poco salieron muy disgustadas. Carmela, la más antigua de ellas le ordenó a Carmen. - Tú te encargas del comedor, yo me voy a mi cocina, se fue refunfuñando (habráse visto cosa igual, tener que atender a esos chiquillitos, no, no,no hay derecho, cuando han hecho sufrir tanto a la señora). Cuando, los niños mostraron inquietud les llevé al comedor, teníamos cuatro puesto en la mesa, cada uno con un trozo de torta, le pregunté a Carmen que más nos iba a dar. - Un tesito pues ¿qué más quieren esos chiquillos? - Oye ¿que te han hecho esos niñitos tan chiquititos? - A mí nada pero a la señora … hum si son copias del finado. - No, ellos son inocentes de todo ¿que diría el Tío?, que te llamaba “la negrita leal y buena leche ” - Pero es que … Ud. No sabe cuánto ha sufrido la patrona … y no me diga nada que tengo pena, por él que se fue, por mi patrona,por las niñitas y estos chicos, que se le parecen tanto.
Las primas eran tres, Sonia la mayor muy
retraída y calmada, de casi veinte años, Lina dinamita, de fuerte personalidad y excelente alumna, superdotada, es blanca y pelo negro, igual que la mayor y la tía, Lety la menor como de catorce años, de carácter muy parecida a su padre de pelo rubio y ojos celestes. Cuando Carmen trajo las tasas con choco- late, Carmela apareció en la puerta, ya no tenían cara de animosidad y en sus miradas había ternura, tanto así, que ayuda a los mas pequeños a servirse la torta. En la sala de estar vecina al dormitorio ma- trimonial, escuché voces airadas, la voz de la tía se impuso, casi en el acto apareció Lety que con un “hola” se a cercó a los niños, sentándose a la mesa, presentándose dijo soy Lety y Uds … ¿como se llaman? máma, Carmela ¿y a mi no me vas a dar onces? Y entabló conversación con los niños. Sonia, miraba a través de la puerta ventana, a los niños, sus ojos demostraban emoción y ternura, en tanto Lina era contenida por la máma Carmela, pues quería echar a los niños, por fortuna llegó Martín su marido, que la escuchó, se zafó de la máma Car- mela pero fue tomada por su marido que después de haberla zamarreado, la llevó al dormitorio. Quedé atento por si ella aparecía, era muy apasionada de hecho ello aconteció, ya se le veía calmada, llorosa, avanzó lentamente hasta sentarse entre los menores, sin decir nada sólo lloraba, el menor de los niños, le hizo cariño en la cara y preguntó - ¿Por qué lloras? - ¡Porque se murió mi Papá! - No tengas pena, él se fue al cielo, tu Papá, también era mi Papá. Lina lo miró con sus grandes ojos negros y abrazó al pequeño por mucho rato. Salí del comedor pues la repuesta del niño a la prima me llegó al alma. En el corredor ví que tía Liza que miraba por la ventana al comedor, casi inmutable, tal vez pensaba “que mala suerte no haber podido darle a su marido un niño, que él tanto ansiaba” Al llegar las 9 de la noche de esa prima- vera, propuse ir a dejar a los niños, hubo acuerdo, pero Papá decidió ir él a dejar a los pequeños. Al funeral en el cementerio asistieron todos los parientes, más de algunas damas inspeccionaron los alrededores, en busca de alguien no conocido que estuviera allí. Al retirarnos después, de acompañar a los tíos que se quedaron a recibir el pésame de los asistente, con Papá salimos en búsqueda de movilización, nos detuvieron algunos asistentes al funeral que no les habíamos saludado, la conversación era para largo, cuando un trabajador del tío saludó. - Perdonen jefes creo que llegué atrasa- do, le traje estas flores de mi casa … y me hubiera gustado dejárselas a don Enrique en su tumba, pero no sé donde es, aparte que como no sé leer, me va costar encontrarla, si alguien me pudiera endilgar, lo agradecería. Papá, agradeció las condolencias ofrecidas por el trabajador y me pidió que lo acompañara. Casi al llegar a la calle donde está la sepultura, el maestro me dijo: - Debe, ser allí donde está la otra señora con los niños ¡si gusta déjeme aquí nomás! Así lo hice, y luego tomé otra calle pasé cerca del grupo al que el maestro se había incorpo- rado, los niños vestían trajes de pantalón y chaque- ta, como hombres grandes y en sus brazos izquierdo una huincha negra, en señal de luto como se usaba en esa época. La dama era más bien alta, pelo castaño claro, que casi no se ví sus facciones, pues llevaba un velo, que cubría casi completamente su cara. Me alejé para no ser indiscreto, en el momento que los pequeños depositaban un clavel cada uno en la tumba. Nunca, más vi a los niños, pero sabía que Papá puntualmente iba a dejarles una mesada, acción que Mamá respaldaba. Los viejitos, conversaban hasta tarde en su pieza, que por costumbre de la casa nunca se cerraban las puerta de las pieza, así pude escuchar a Papá decir como queja y con tristeza “que error mas grande de Enrique, no haber reconocido a los niños”,