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Emociones y

moral

Introducción a
la Filosofía

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Emociones y moral
 Introducción

Siguiendo con el punto del programa que hace referencia a la construcción


del sujeto (punto 4.2), abordaremos ahora el tema del lugar de las emocio-
nes en la moral (punto 4.2.2). En el marco de la discusión actual sobre la
ética, no son pocos los pensadores que sostienen una vinculación entre las
emociones y la moral. Sea cual fuere la particularidad de esta vinculación,
las emociones están implicadas en el proceso moral. Esta implicación viene
acreditada por la historia de la filosofía que ha sido testigo de posiciona-
mientos diversos en la temática.

 Algunas precisiones terminológicas

Está constatado tanto desde la filosofía como desde algunas ramas de la psi-
cología, que hay una vinculación entre las emociones y los valores. El debate
es hasta qué punto las emociones influyen en la conformación de los valores.
Aquí ya no hay tanto acuerdo.

Hay una serie de aspectos anímicos que pueden ser considerados como
parte de las emociones básicas (alegría, ira, miedo, admiración, entre otras).
A estas emociones se les puede adjudicar al menos dos características. En
primer lugar, están conectadas con una forma de percibir que les es propia,
es decir, conectadas con la sensibilidad que les es propia: no es lo mismo
cómo se siente el miedo que la alegría. Hay una afectividad distinta. En se-
gundo lugar, las emociones tienen características cognitivas, cada una posee
una representación distinta en nuestra capacidad de percepción: no es lo
mismo el modo de representarnos el miedo que la alegría.

Una de las precisiones que es necesario hacer, es que las emociones deben
referirse a sensaciones presentes. Por ejemplo, difícilmente se pueda hablar
de amor sin que exista una sensación presente de empatía, cariño o simpa-
tía. A nivel cognitivo también se deben hacer precisiones. No pocas veces los
juicios de valor se fundan en emociones, una persona puede valorar a los
otros o incluso interpretar el mundo en general desde determinadas emo-
ciones. Y al revés, hay emociones que surgen a partir de lo que uno conoce
sobre otros o el mundo. Por ejemplo, nos surge el malestar o la indignación
hacia los otros cuando presumimos que ha violado alguna norma. O también
la percepción de algo hacer surgir una emoción: vemos una araña y nos da
miedo, ver un paisaje hermoso hacer surgir otro tipo de emociones. Pero la
reflexión de que una araña sea peligrosa o que un paisaje guarde formas
estéticas es posterior y a raíz de esas emociones. Pero también puede suce-
der lo contrario, que la información previa de la cosa haga surgir la emoción.

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Sé que las arañas son peligrosas, veo una y me asusto. De esta manera se da
una vinculación entre cognición y emoción.

Ahora bien, ¿qué son los valores? Lo primero que habría que decir es que
algo es un valor o tiene un valor. Y esto lo sabemos porque ese algo va acom-
pañado de una serie de adjetivaciones que lo caracterizan: bueno-malo,
lindo-feo, generoso-tacaño, etc. De aquí surge el juicio de valor que es
cuando alguien estima algo o a otra persona con alguna adjetivación. De esta
manera, decimos que algo es valioso o que una persona tiene valores, en
general, dicho de manera positiva. Esto da el marco también para aclarar
que no debe confundirse lo valorativo de lo normativo. Si bien algunas nor-
mas se fundan en valores, no es el caso de muchas otras.

 Emociones y valores: una relación necesaria

Para fundamentar esta relación, se debe apelar en primer lugar al lenguaje.


El vocabulario que existe para describir valores positivos y negativos es enor-
memente rico y en todos los idiomas. A su vez, ese lenguaje que describe
valores, también se vincula a emociones. Esto muestra ya que, en el habla
cotidiana, existe una relación, y diría hasta inconsciente, entre emociones y
valores. Pensemos lo que sería un mundo sin sentimientos, afectos o emo-
ciones. Sería imposible entablar relaciones interhumanas o con el entorno
sin emociones. La indiferencia, el cálculo, lo puramente neutral serían mo-
neda corriente. Nos deshumanizaríamos directamente. En conexión a los va-
lores, sin emociones las relaciones carecerían de valor. No se apreciaría
cuánto vale una persona en el sentido ético de la palabra sin emociones. El
amor no existiría.

Evidentemente no se puede caer en un emotivismo extremo. La falta de ra-


cionalidad en la valoración también es un peligro porque las emociones solas
a veces nos enceguecen. Un equilibrio es siempre necesario a la hora de ha-
cer un juicio de valor. Podríamos decir así: algo o alguien es valioso si tam-
bién puede estar relacionado a una emoción. Es decir, para un planteo ético
y moral sobre la valoración de algo, son precisas las emociones.

Ahora bien, ¿cuáles son las emociones adecuadas que se relacionan con los
valores? En primer lugar, hay que decir que son aquellas que se pueden jus-
tificar, es decir, aquellas que también posean contenido racional o represen-
tación cognitiva. Las emociones, entonces, se justifican según su contenido
cognitivo. Tomemos, por ejemplo, el miedo. Si se nos acerca un león ham-
briento, los más probable es que sintamos miedo. Digamos que el miedo, en
este caso, estaría justificado y además sería un miedo adecuado a la situa-
ción y por eso la situación se “valora” negativamente. Si tomamos como
ejemplo la admiración, veremos que con sólo percibir un objeto o a una per-
sona, puede surgir la admiración. En este caso, también la admiración estaría

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justificada si la percepción es correcta o verdadera. Al ser una emoción ade-
cuada, estaríamos ante un objeto o una persona también valiosa. Esto signi-
fica que no toda emoción puede relacionarse con un valor o una percepción
ética.

Se podrían otorgar dos funciones a las emociones en relación a los valores.


Primero, algunas emociones son como señales que indican valores, por me-
dio de ellas sabemos de la existencia de algunos valores. En cambio otras,
son constitutivas de los valores, es decir, para que un valor exista, hace falta
un ser humano capaz de tener emociones. Esta distinción es para mostrar
que las emociones cumplen diversas funciones y no todas tienen una rela-
ción tan directa con los valores. En cualquiera de los dos casos, las emocio-
nes están implicadas.

Damos un paso más y nos preguntamos qué es lo que hace que un valor sea
“moral”. No se puede ofrecer una definición acabada y cerrada de lo moral.
Una perspectiva más bien amplia de lo moral será de ayuda. En principio
podríamos decir que lo moral está en relación a los vicios y a las virtudes:
justicia, generosidad, bondad, valentía, prudencia, etc., se podrían conside-
rar valores morales positivos. La injusticia, deshonestidad, crueldad, etc.,
son negativos. Algunos de estos se relacionan con el ser humano en sí y su
vida buena, otros con la vida en sociedad. La prudencia, por ejemplo, se re-
laciona más con el individuo; la justicia más con la convivencia social.

En relación a las emociones, lo que aquí debemos preguntarnos es si los va-


lores morales pueden justificarse por medio de emociones determinadas, o
si ellas pueden cumplir un rol importante en el ámbito ético. Por ejemplo, la
indignación o el sentimiento de culpa, son emociones tienen utilidad a la
hora de pensar en ciertas reglas morales. A su vez las emociones nos ayudan
a valorar como algo moralmente cuestionable, sin ellas la vida en general
carecería de valor, como ya se explicó. No obstante esto, no carece de difi-
cultades la catalogación moral a un acto o a una persona por medio de las
emociones.

 La razón cordial: el lugar de las emociones y los valores

¿El corazón acaso tiene razones? ¿Es posible una ética del corazón? Si-
guiendo aquí a la filósofa Adela Cortina, quisiera mostrar la relación que
existe entre ética y emoción a partir del discurso sobre la justicia. La justicia
social se mueve, según ella, o debería estar motivada por la compasión, por
la empatía en relación al dolor ajeno. Pero esta empatía no es sólo emocio-
nal, también es racional. Por eso es posible hablar de una razón cordial, por-
que no se trata de emociones ciegas sino idóneas, plausibles, adecuadas a
una determinada situación.

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El corazón pasa a formar parte constitutiva del quehacer ético. Se trata de
un modo de conocimiento que lejos de excluir la razón, le pone un marco
sentiente. En la práctica esto significa que la justicia social debe bregar por
el reconocimiento de los otros y de sus derechos en la comunidad. Esto se
logra por medio de un consenso que consiga acuerdos indiscutidos e indis-
cutibles. Se trata de un reconocimiento compasivo que nace de ética cordial
o razón cordial.

Existen cinco principios de una ética cordial que van acompañados de dos
correlatos: el de no usar a las personas como instrumentos (correlato nega-
tivo) y el de empoderar (correlato positivo). Estos principios son:

- No instrumentalización
- Empoderamiento
- Justicia distributiva
- Diálogo
- Responsabilidad

Cada uno de estos principios no tiene otra finalidad que los más desposeí-
dos, los que sufren, los que viven en las innumerables situaciones de opre-
sión. Y para lograr esta empatía, se necesita de una razón cordial. La “no
instrumentalización” está en la línea de lo que ya Kant planteara con res-
pecto al ser humano, que siempre debe ser tomado como fin y nunca como
medio. El “empoderamiento” alude a la situación en la que se encuentran
minorías y mayorías excluidas y marginadas que no tienen voz en la socie-
dad. La “justicia distributiva” no merece demasiada explicación, pero el he-
cho de que pocos tengan casi todo y muchos casi nada, muestra no sólo la
complejidad de la distribución de los bienes sino también la indignación que
esto causa. No es posible una convivencia humana donde los excluidos estén
dentro sin un “diálogo” amplio en la búsqueda de consensos que busque,
precisamente, incluir. La “responsabilidad” hacia los más desprotegidos es
una necesidad urgente dentro de una sociedad muy desigual, por eso se
trata de responder a las demandas actuales y satisfacer necesidades básicas.

Como el alumno podrá apreciar, las emociones son un ingrediente funda-


mental en los planteos éticos actuales. Evidentemente no se trata de “sen-
tir” para “actuar” o de sentir cualquier cosa para darle valor a algo. Se trata
de un discernimiento, en parte racional, para advertir si ciertas emociones
son capaces de movernos éticamente. De las mencionadas, creo que la com-
pasión, el poder compartir el dolor de otros puede sacarnos del aislamiento
y mostrarnos un mundo nuevo donde la necesidad de actuar éticamente en
favor de otros debería ser parte de la agenda actual de cualquier sociedad
civilizada.

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Referencias
Steinfath, H. (2014). Emociones, valores y moral. Recuperado de
http://www.scielo.org.co/pdf/unph/v31n63/v31n63a04.pdf

Margenat Peralt, J.M. (2008). Recensiones. Cortina [Orts], Adela (2007) Ética de la
razón cordial. Educar en la ciudadanía en el siglo XXI, Oviedo, Nobel (Premio inter-
nacional de ensayo. Jovellanos, 2007), 268 pp. Recuperado de
file:///C:/Users/Mat%C3%ADas/Downloads/251rc1.pdf

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