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GT9- RELACIONES INTERNACIONALES DESDE EL SUR

Título: “Algunas notas sobre la privatización de la guerra y los neo mercenarios del siglo XXI”
Autora: María José González (Unlar)
E-mail: majo.094@hotmail.com

Resumen

Una problemática que ha tenido mucha vigencia en los últimos años y en la últimas
décadas sobretodo es aquella que ha recibido la denominación de fenómeno de privatización
de la Guerra y la seguridad, algo visiblemente notorio en las invasiones perpetradas por
Estados Unidos a Afganistán e Irak en la búsqueda del enemigo terrorista – Al Qaeda- a raíz
de los atentados del 11 de septiembre de 2001 que cambiarían el rumbo de la política exterior
norteamericana y asimismo significarían un punto de inflexión en el orden mundial devenido
a posteriori del orden unipolar y la indiscutida hegemonía norteamericana al término de la
Guerra Fría.
Es en este contexto donde se produce la emergencia de nuevos actores que en la
literatura internacionalista reciben la denominación de Compañías Militares Privadas
(CMP’s), que, hoy por hoy, constituyen los nuevos mercenarios del siglo actual, de los cuales
se serviría el gobierno norteamericano para las operaciones militares en el marco de su
novedosa “Guerra Global contra el Terror” (Global War on Terror) y que actualmente
constituyen gran parte de las coaliciones de fuerza que operan en territorios como
Afganistán, Libia o Irak hasta 2010.

Palabras Claves

Estado- Privatización de la guerra- Compañías Militares Privadas- Guerra contra el


Terror- Globalización - Neoliberalismo
Introducción

No caben dudas que la privatización de la guerra y la comercialización de la fuerza es


un fenómeno global que ha venido creciendo a pasos agigantados –hasta tal punto de afirmar
que ha llegado a un punto sin retorno- desde los acontecimientos del 11-S: los atentados al
Pentágono y las Torres Gemelas del World Trade Center cuya autoría se auto atribuyó la
organización de corte islámico y fundamentalista, Al Qaeda, cuyo líder de ese entonces,
Osama Bin Laden, había sido en el pasado formado por la mismísima CIA para combatir a
los soviéticos en la invasión que éstos realizaron en Afganistán en 1979.
La denominada “Guerra contra el terror” o “Guerra contra el Terrorismo” (War on terror)
de alcance global que se emprendió a partir de ese momento ha sido una excusa perfecta para
poder llevar a cabo una empresa - en el sentido más literal de la palabra- que pudiera justificar
las invasiones a Afganistán (2001-hasta el presente) y a Irak (2003- 2010), por parte de las
fuerzas militares de Estados Unidos, que, en buena parte, están integradas por miembros de
CMP’s (Private Military Contractors, PMC, en inglés), -también denominadas como EMSP
(Empresas Militares y de Seguridad Privadas)-, cuya proporción se incrementa cada vez más
sobre el número de miembros de los ejércitos regulares. Según los informes del
Departamento de Defensa de Estados Unidos, entre los años 2008-2011 los contratistas
privados en Irak y Afganistán representaron el 52 % de las fuerzas de seguridad, lo que
equivale a 190.000 personas, los cuales sin dudas representan casos paradigmáticos de este
fenómeno.

Hay estudios técnicos que advierten que los poderosos han perdido su monopolio
de la violencia. Aún tienen un enorme predominio, pero ya no más el monopolio
de la violencia, y esa diferencia es significativa. Esa es una de las razones de por
qué el 11 de septiembre fue tan demoledor para Estados Unidos y Europa. La
reacción en gran parte del resto del mundo fue decir “esto es espantoso pero:
bienvenidos al club; esto es lo que nos has venido haciendo (a nosotros) por
cientos de años, lamentamos el ataque pero era esperable”. Esto ocurre cuando se
pierde el monopolio de la violencia al que se estaba acostumbrado. (Chomsky,
p.4)

El auge de las Compañías Militares Privadas (CMP’s) se entiende muy claramente a


partir de esta crítica coyuntura política, donde el debate se puede abordar desde varias
posturas, pero en este trabajo nos abocaremos de manera muy breve y general a
problematizar acerca de qué implica la privatización de la guerra, exponiendo que desde una

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perspectiva del debate –la dominante- ésta supone la pérdida del monopolio de la violencia
física legítima del Estado que, siguiendo la concepción weberiana, constituye un atributo
fundamental de la estatidad, sin el cual no podríamos concebir al Estado como tal, algo sin
precedentes en la historia del Moderno Estado-Nación instituido desde la Paz de Westfalia
en 1648. Este es uno de los ejes de los debates que se plantean sobre las mismas y, en
contraposición a esta postura, hay quienes argumentan una relación carnal entre los Estados,
las CMP’s y las corporaciones trasnacionales, lo cual de ninguna manera significa una
pérdida de autonomía o debilitamiento de los Estados, sino que simplemente significa una
novedosa forma de operar discrecionalmente en la guerra, escapando el escrutinio público,
los organismos parlamentarios y las instituciones internacionales diplomáticas, agregando
también la situación de vacíos legales en cuanto a legislación específica sobre la intervención
de las CMP’s, que, en la gran mayoría de casos terminan gozando de inmunidad e impunidad.

Por otra parte, el fenómeno de privatización de la guerra tampoco se puede entender


descontextualizado del proyecto político del Neoliberalismo. La seguridad es la demanda
que el mercado ha dictaminado, otro imperativo de la globalización y del libre mercado
donde el negocio de la Guerra y de la seguridad privada ha sido sumamente lucrativo para
los contratistas, y muy costoso para los Estados – y específicamente para Estados Unidos,
principal usuario de estos servicios que ofrecen estos neomercenarios- a cambio de salir
indemnes legalmente.

Desde la perspectiva dominante en el debate sobre las Compañías Militares Privadas se


advierte que el hecho de que en las tropas norteamericanas se haya incrementado
enormemente la proporción y el número de miembros provenientes de CMP’s en relación a
los miembros estatales da cuenta de que el Estado ya se deslinda cada vez más de sus roles en
el mantenimiento del orden y de la potestad sobre sus propias fuerzas armadas, y todo esto en
detrimento de la seguridad, la paz y los Derechos Humanos.

En lo que respecta a la visión de la perspectiva subalterna del debate también se enfatiza


el importante rol que juega la globalización en la configuración de este nuevo paradigma de
privatización del poder…

(…) Es precisamente la globalización del capitalismo neoliberal impulsada por


Occidente la que está llevando a nuevas guerras en las periferias de este

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sistema. Esto no sólo en un sentido abstracto, ya que la creciente crisis de la
deuda produce fragmentaciones sociales que se manifiestan en estallidos de
guerra, en las cuales los señores de la guerra compiten por la ayuda
humanitaria, los recursos naturales o el control del narcotráfico en las ruinas
estatales que dejan tras de sí los programas del Banco Mundial (Azzellini y
Kanzleiter, 2005, p.5).

La importancia que tiene el auge de la globalización en la progresiva


consolidación de este fenómeno de privatización radica en que va aparejada a un
proceso aún mayor en torno al neoliberalismo…

La globalización económica va mano a mano con el crecimiento al interior de


la Industria Militar Privada y la expansión de Compañías Militares Privadas en
tres aspectos principales:

1-El llamado a la maximización de la eficiencia;


2-La reducción del control estatal, y;
3-La creciente predisposición de las corporaciones multinacionales para
enfrentar ciertos riesgos en el aumento de ganancias, por ejemplo: la naturaleza
competitiva del mercado global conduce a las corporaciones multinacionales a
operar en lugares incrementalmente cada vez más peligrosos, por ejemplo en
Estados Débiles, necesitados del uso de compañías militares privadas. La
autonomía nacional está siendo erosionada bajo las actuales tendencias socio-
económicas globales, la autoridad del Estado- Nación es desafiada por las
corporaciones multinacionales y las nuevas comunicaciones y políticas
trasnacionales.

En la era de la globalización la propia habilidad de los Estados Nación para la


provisión de seguridad está minada. Se ha argumentado que los programas de
ajuste estructural impuestos por el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario
Internacional (FMI) en el mundo en vías de desarrollo tenían el potencial de
reducir la estabilidad y la seguridad pública, y así presionando aún más para la
privatización de la seguridad y la expansión de compañías militares privadas.
(Ásmundsson, 2007, pp.13, 14).

Indagar acerca de la privatización de la guerra y lo que ella implica es una tarea y un


reto fundamental, desde las ciencias sociales y por excelencia de la Ciencia Política y las
Relaciones Internacionales, por tratarse de uno de los temas más vigentes de política
internacional y cada vez más cercanos a nuestra realidad latinoamericana. Esta problemática
supone la emergencia de nuevos actores internacionales no estatales que plantean muchos

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interrogantes, desafíos y amenazas no sólo a los Estados como actores y sus poblaciones sino
también a los Regímenes Internacionales diplomáticos, y a la Sociedad Internacional en su
conjunto.

Aproximación a los debates y polémicas en torno a las Compañías Militares Privadas

Hablar de las Compañías Militares Privadas, por empezar, no es tarea sencilla. No existe
una fácil categorización dado que son entidades de identidad compleja (Carmola, 2010). Hay
quienes conciben a las CMP’s como los nuevos mercenarios – neo mercenarios- del siglo
XXI, y hay quienes postulan una estricta diferenciación entre los mercenarios y las
Compañías Militares Privadas.

Aquí nos referimos a las CMP’s como los mercenarios de la actualidad, que hoy
responden a la lógica de privatización del poder, en un contexto de globalización neoliberal
impulsada por un capitalismo salvaje, donde la seguridad también es mercantilizada y
constituye un importante sector en la economía mundial, un negocio extremadamente
lucrativo que mueve millones y billones de dólares al año.

La ideología de la privatización ha estado en auge en la era de la post Guerra Fría.


Así las responsabilidades han sido transferidas incrementalmente del Estado a
empresas privadas, desde la educación infantil hasta el funcionamiento de
prisiones, y hasta la construcción y mantenimiento de carreteras. Los gobiernos
están perdiendo control sobre muchos aspectos de la vida social, que
anteriormente habían monopolizado, incluyendo la industria de las
telecomunicaciones, la industria de los transportes, educación y salud. Ha habido
fuertes voces presionando por la desregulación de la defensa en todos los
cuarteles, incluso desde oficiales internos dentro de los establecimientos militares
de los gobiernos, ellos mismos (Ásmundsson, 2007, p. 17).

Las CMP´s existen en todo el mundo siendo las más importantes las de nacionalidad
norteamericana y también otros países claves son Gran Bretaña, Israel, Rusia, aunque
también las hay en Francia, Italia, Rumania, Bulgaria, Alemania, Australia, etc. Y en muchos
países en conflicto (Azzelini, 2012).

Siempre mal vistos y caracterizados por su falta de disciplina y su falta de confiabilidad


(Carmola, 2010), los mercenarios existieron y existen siendo tan antiguos como la guerra

5
misma, atravesando la larga historia mundial y pasando sus diferentes etapas, hasta llegar al
nacimiento del Moderno Estado Nación en 1648, que con la Paz de Westfalia, haría del
monopolio de la fuerza física legítima su característica definitoria y esencial, y, es a partir
de ese momento donde los mercenarios pierden su rol en el mantenimiento de la seguridad,
dado que, desde entonces el monopolio de la violencia organizada sería exclusive
competencia estatal y de fundamental importancia para su soberanía. De hecho, la historia
del Estado Moderno comienza con el rechazo explícito de los mercenarios (Carmola, 2010,
p.13). Nicolás Maquiavelo, uno de los primeros referentes de la teoría política moderna fue
tajante al afirmar en El Príncipe:

Los mercenarios y las tropas auxiliares son inútiles y peligrosas. Si un príncipe


apoya su Estado con tropas mercenarias, nunca se hallará seguro, por cuanto esas
tropas, desunidas y ambiciosas, indisciplinadas e infieles, fanfarronas en presencia
de los amigos y cobardes frente a los enemigos, no tienen temor de Dios ni buena
fe en los hombres.

Si bien, la constitución de los Estados Nación se valió –entre otros elementos y atributos-
de la constitución de los ejércitos y fuerzas armadas haciéndose de la coerción o fuerza física
como una de sus competencias exclusivas y su medio específico que, en pos de salvaguardar
su soberanía, logra conformar una instancia política capaz de articular la dominación en la
sociedad (Oszlak, 1997). Esto se dio particularmente en ese momento histórico y hoy eso
notablemente ha cambiado.

Pero la realidad es que el monopolio de la violencia organizada mantenido por el


Estado durante los últimos dos siglos ha sido más una excepción que una regla. Fue
solamente en este breve período de la historia de la humanidad que ciertos Estados
Soberanos, han sido suficientemente fuertes para mantener el monopolio de la
violencia y así asegurar su soberanía (Ásmundsson, 2007, p.11).

No es sino hasta la segunda década del siglo XX que los mercenarios hacen una visible
reaparición en la historia, durante la Guerra Fría y, de forma evidente, en las guerras de
descolonización en Asia y África.

Después del período de descolonización a mediados del siglo XX, muchos de los
nuevos estados independientes estaban débilmente preparados para lidiar con la
nueva realidad, especialmente en relación a la violencia organizada y el control de la
fuerza. Durante este tiempo de confusión el Estado y sus adversarios recurrieron al
uso de mercenarios. Por ejemplo muchos de los recientes Estados independientes en
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África fueron bastante débiles, y, como resultado, la actividad mercenaria en África
ha sido extendida desde ese momento en relación a la seguridad nacional y también
en relación al aseguramiento del acceso a recursos naturales y su explotación (…).
Por más de tres siglos el Estado Nación ha estado en el centro del orden político
global. Pero en el nuevo reino de la globalización el rol del Estado ha sido erosionado.
El fin de la Guerra Fría ha cambiado las maneras en que el poder mundial ha sido
redistribuido sobre los Estados, el mercado y la sociedad civil. Los desarrollos y
avances tecnológicos en la industria armamentística en el siglo XXI han llevado a
cambiar, una vez más, la noción de calidad más que de pura cantidad. La creciente
complejidad del mantenimiento de un ejército permanente, entrenamiento,
equipamiento y logísticas han causado una brecha entre los objetivos políticos y las
necesidades militares (Ásmundsson, 2007, pp.11, 12).

El nuevo orden mundial que se estableció luego del fin de la Guerra Fría sobrevino
con muchos cambios no sólo en el plano político sino, fundamentalmente, en el viraje que
supuso la profundización del neoliberalismo a nivel global y en cada economía, a raíz de
la caída del llamado “socialismo real” visible en la caída del Muro de Berlín (1989) y la
posterior disolución de la URRS (1991), sucedidas de la entronización de la globalización
y el advenimiento de un predicado pensamiento único y “fin de la historia”, que fueron
acompañados por un sentimiento de exitismo de los Estados Unidos que se erigieron
como los guardianes de la democracia y el libre mercado en el mundo en un orden mundial
unipolar y hegemónico.

Luego del colapso de la Unión Soviética hubo varios cambios importantes en la


arena internacional instigando la privatización de la guerra. En la mayoría de los
Estados fuertes debido a la ausencia de amenazas inmediatas, la financiación de
la defensa, la mano de obra y municiones habían sido rebajadas. Los recortes en
agentes uniformados crearon un grupo de militares expertos buscando un trabajo.
Esto ocurrió al mismo tiempo que los conflictos estaban surgiendo, incrementando
la confusión interna en muchos Estados débiles llamando al uso de la fuerza, pero
en muchas instancias ni la mano de obra ni las destrezas estaban disponibles. La
expansión de CMP’s en estos mismos Estados empujó al uso de CMP’s para
asegurar sus operaciones.
Los principales recortes, especialmente en los antiguos Estados del Pacto de
Varsovia, resultaron en el flujo exterior no sólo de ex oficiales calificados, agentes
de fuerzas especializadas y otros expertos militares sino también de armas y
equipamiento militar sofisticado. Además, la caída del sistema bipolar desató
conflictos hasta entonces restringidos por las dos superpotencias. Es más, los
fondos para pagar estos compromisos eran parcialmente limitados por los cortes
de financiamiento que las superpotencias habían concesionado en el pasado.

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Contratar fácilmente fuerzas disponibles y bien entrenadas por un fragmento del
costo del desarrollo y mantenimiento de un ejército permanente se convierte en
propicio. (Ásmundsson, 2007, p.12).

Progresivamente y desde ese entonces fueron cambiando las formas de conducción de


las guerras conocidas hasta hoy. Azzellini y Kanzleiter (2005) sostienen que actualmente:

Las guerras se dan con menor frecuencia entre los Estados y sus ejércitos y con
mayor frecuencia en el interior de los Estados entre tropas regulares e irregulares,
y ante todo contra la población civil. Mientras durante mucho tiempo estos
fenómenos fueron ignorados, durante los últimos tiempos se han hecho visibles
con mayor fuerza. Con la denominación de las “Nuevas Guerras” se da origen
incluso a un término particular, que se utiliza para debatirlos en los medios y en
las ciencias. Generalmente, se considera a la creciente apariencia de empresas de
violencia como síntoma de “debilitamiento del Estado”, “caos”, y “anarquía”;
como una pérdida del “monopolio estatal de violencia” en “Estados fallidos”,
frente a los cuales Occidente se encuentra más o menos impotente.

Más bien comprobamos que el síntoma inherente del supuesto “debilitamiento del
Estado”, el uso de la violencia privatizada, está impulsado en gran medida por
Occidente. Esto se hace particularmente claro en el desarrollo que se ha observado
en el ejército estadounidense, que crea en su mismo seno elementos privatizados
que integran la conducción de guerras a la economía de mercado. Las llamadas
compañías militares privadas, generalmente fundadas por antiguos soldados de
carrera, asumen hoy ya no sólo la construcción de campamientos militares, sino
cada vez más (también) misiones de combate. (…) En la actualidad se privatizan
incluso las misiones de las Naciones Unidas (pp. 5,6).

El actual auge de las Compañías Militares Privadas supone asimismo la emergencia de


un nuevo actor global que funciona de forma corporativa y articulada en una suerte de
simbiosis con los Estados y las corporaciones trasnacionales y muchas de estas: Academy
(ex Blackwater USA), Global Risk International de nacionalidad británica, Dyn Corp o
Triple Canopy, de nacionalidad norteamericana por mencionar las más renombradas, gozan
de fuerte injerencia en las políticas gubernamentales gracias a sus lobbies y la plena
autorización de los gobiernos que los emplean.

Como la fama de mercenarios nunca ha sido la mejor, los contratistas de servicios


militares en su presentación intentan constantemente distanciarse de la imagen sucia
de éstos. De esta manera se puede leer en casi todas las páginas web,
documentaciones y aclaraciones de CMP que éstas actúan en el marco de leyes
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nacionales e internacionales, prestan servicio sólo a sujetos reconocidos por el
derecho internacional donde el respeto a los derechos humanos representa una línea
fundamental en su trabajo, y que además trabajan para la “paz y democracia”.
Incluso, haciendo uso de esta aparente imagen, varias CMP se agruparon bajo el
nombre: Asociación Internacional para Operaciones de Paz (IPOA, International
Peace Operations Association) (Azzelini, 2012 p. 250).

Uno de los debates críticos que se han planteado en torno a las Compañías Militares
Privadas es sobre si éstas realmente representan una pérdida de soberanía o debilitamiento
de los Estados o si, en realidad, los Estados actúan con pleno conocimiento de la situación y
en complicidad con estas empresas militares que -conjuntamente con el apoyo de las
corporaciones multinacionales- se convierten en una tríada de poder que ejerce toda su fuerza
en las “nuevas guerras” o “guerras preventivas” que tienen su expresión en las guerras contra
el terror en las invasiones a Irak y Afganistán y asimismo en países que han recibido la
denominación de Estados fallidos, canallas o débiles, donde no existe el imperio del Estado
y donde se ven prolongadas “guerras civiles”- que en realidad son guerras entre grupos
étnicos y religiosos, guerrillas y mercenarios disputando el poder y los recursos al Estado-
y, muy cercanamente, en nuestra América Latina, en el país de Colombia, en la infructuosa
guerra contra las drogas.

En el debate crítico sobre las CMP se pueden diferenciar dos corrientes


principales. La dominante (P.W. Singer, Mark Duffield, Mary Kaldor, Erhard
Eppler y otros) critica la externalización de servicios militares de parte de los
ejércitos y las formas que de allí nacen, ve a las empresas militares como agentes
autónomos que se están deslindando de los Estados. En consecuencia, piden
regresar a la situación anterior de ejércitos nacionales regulares, reclaman más
leyes y más control democrático. Otra interpretación (Azzellini, Vargas, Meza y
otros), más bien minoritaria en el debate sostiene que la externalización de
servicios militares no significa de manera alguna una pérdida de control (o cuando
la hay más bien es intencional) de parte de los Estados y que esas empresas
militares privadas de ninguna manera son agentes autónomos.

Las relaciones entre CMP, estados y empresas trasnacionales “son relaciones


simbióticas y, en muchos casos, la participación de estos actores responde a los
imperativos geopolíticos de los Estados o de algunos organismos de seguridad que
los contratan” (Cruz Cruz). Así las CMP de EE UU operan sólo con el consenso
explícito del Pentágono, están totalmente integradas al concepto político militar y
sus formas de proceder (Azzelini, 2012 p. 251).

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Como se mencionó anteriormente, la utilización de estos ejércitos privados le ha
permitido a los gobiernos operar más discrecionalmente en las guerras en la periferia,
sorteando los obstáculos al interior de sus gobiernos republicanos y democráticos, como el
Parlamento o los órganos de justicia y también a los organismos internacionales, la
legislación del derecho internacional y es sabida su actuación como autores de crímenes de
guerra que, al no haber legislación que contemple su actuación, terminan absueltos de
procesamientos y condenas por sus operaciones.

El uso de CMP tiene varias ventajas. Una es evadir los mecanismos de control
democrático y parlamentario que existen formalmente en los países que emplean
CMP. Siendo empresas privadas sus acciones, al contrario de los ejércitos
nacionales, no están sometidas a las posibilidades formales de control
democrático. Así por ejemplo EEUU pude intervenir con más de 2000 empleados
de CMP en Colombia sin tener que pasar por instancias parlamentarias para
emprender una intervención militar. El uso de CMP ayuda también a maquillar y
bajar los números oficiales de caídos en combate. No olvidemos que los llamados
“body bags” regresando a EEUU con los restos de soldados fallecidos han
representado uno de los problemas mayores para la aceptación pública de las
guerras de EEUU en los EEUU mismos. Muchas de las víctimas de los atentados,
ataques y secuestros de denominados “civiles” en los medios de comunicación y
en las declaraciones oficiales en conflictos como en Irak, Afganistán o Colombia,
son solo formalmente civiles. En realidad se trata de empleados de diferentes
CMP. (…)

Otro aspecto importante es que las CMP actúan en un “espacio de inmunidad”.


No siendo oficialmente parte de aparatos militares sus empleados no pueden ser
sometidos a la justicia militar. Como civiles tendrían que ser sometidos al derecho
civil local, lo que en la mayoría de las zonas de operación es casi inexistente o no
tiene ninguna procedencia legal. En ocasiones, además, las CMP fijan en sus
contratos una cláusula que define que sus empleados no pueden ser juzgados (…)
(Azzelini, 2012 p. 252).

Desde la perspectiva crítica del debate se sostiene que las compañías militares privadas
son el intento de continuidad de la supremacía hegemónica y la dominación global
estadounidense por otros medios. La guerra contra el terror que Estados Unidos comenzó en
2001, ha sido el inicio del declive hegemónico estadounidense como afirman autores como
John Mearsheimer, y otros como Joseph Nye que cuestionan la falta de tacto respecto a
cuestiones de soft power o poder blando, cuestionando sobre todo la arbitrariedad y la
unilateralidad a la hora de tomar decisiones, yendo incluso en contra de

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la voluntad de sus aliados del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), que
también trajo consecuencias negativas para la opinión pública, cada vez
más crítica y reticente a creer el discurso de democracia liberal tan
pregonado por los líderes norteamericanos.

Y finalmente hay el aspecto de lo que Cruz Cruz denomina el


concepto de “Práctica Hegemónica Trasnacional” (PHT): “el
conjunto de mecanismos de poder establecidos desde la
simbiosis de las empresas militares y el Estado Estadounidense
para implantar su visión del mismo” (…)

(…) no estamos frente a un “debilitamiento de los Estados”


sino frente a un cambio estructural del ejercicio de la violencia.
A nadie se le ocurriera hablar de un debilitamiento o una
pérdida de control de una empresa trasnacional como Coca-
Cola porque trabaja con miles de sub-empresas y ha
externalizado una parte importante de sus actividades. Entre
ejércitos estatales, empresas multinacionales y ejércitos
privados (CMP y paramilitares) hay simbiosis. (Azzelini, 2012
p. 251).

Las Compañías Militares Privadas en tensión con los Derechos Humanos

Otro de los debates sobre la utilización de las Compañías Militares Privadas es si éstas
plantean un efectivo riesgo para los derechos humanos de las poblaciones civiles donde
éstos intervienen, sobretodo teniendo en cuenta la falta de legislación efectiva y adecuada
que permita regular sus actuaciones.
No se puede desconocer ciertos hechos que alarman y advierten sobre las graves
violaciones de derechos humanos que han perpetrado las CMP´s, no solo en Irak y
Afganistán, sino también en África y en América Latina y el Caribe, denunciadas por el
“Grupo de trabajo sobre la utilización de mercenarios como medio de violar los derechos
humanos y de obstaculizar el ejercicio del derecho de los pueblos a la libre
determinación”, creado por la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en Julio de
2005 por la resolución 2005/2. Este grupo de trabajo está integrado por cinco expertos y
su objetivo es la investigación, estudio y monitoreo de las EMPS, su impacto y apunta
hacia una nueva definición de mercenario y la creación de un marco legal internacional
que posibilite regular el reclutamiento, entrenamiento, financiamiento y actividad de los
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mismos (Arias, 2009).

Los informes del Grupo de Trabajo sobre la utilización de mercenarios proporcionan


datos, obtenidos de sus misiones en países donde están presentes las EMSP, como
Afganistán, Irak y diversos países de América Latina, sobre las violaciones graves de los
derechos humanos cometidas con la participación de los empleados de estas empresas.
En estos informes se relatan casos de violaciones graves de derechos humanos y de
libertades fundamentales como las ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias, las
desapariciones, la tortura, las detenciones arbitrarias, los desplazamientos forzados, la
trata de personas, la confiscación o destrucción de la propiedad privada y la violación del
derecho a la privacidad (Koroleva, 2014, pp. 14, 15)

En el caso de América Latina y el Caribe, uno de los primeros informes de este grupo
de trabajo sostienen que los gobiernos de la región han utilizado con mayor frecuencia
los servicios ofrecidos por las Empresas Privadas de Seguridad. Se advierte también el
entrenamiento y reclutamiento de estas EMPS para conflictos armados en diferentes
lugares del mundo. Según Arias (2009), en América Latina, el fenómeno de las CMSP emerge
a partir del reclutamiento de personal para cumplir funciones de seguridad en Irak.

El Grupo de Trabajo sobre la utilización de mercenarios analizando la situación


latinoamericana pone en evidencia la labor de las CMPS en la guerra contra el narcotráfico y el
terrorismo, como así también en la custodia de recursos estratégicos en manos de multinacionales:

83. Otro motivo de preocupación es la presencia de contratistas privados que ofrecen


servicios de seguridad y entrenamiento de personal en zonas en las que existen reservas
estratégicas de agua y recursos energéticos, en particular los campos petrolíferos, lo que
impide a la población local ejercer su derecho al desarrollo, incluido el derecho a la
alimentación y a una vivienda digna.

85. En algunos países, las actividades relacionadas con la lucha contra la insurgencia,
contra el tráfico de estupefacientes y contra el terrorismo han dado lugar a violaciones de
los derechos humanos contra la población civil, como los bombardeos indiscriminados,
las ejecuciones extrajudiciales, la explotación sexual y el tráfico de armas. 1

A pesar de los esfuerzos y diferentes misiones del Grupo de Trabajo sobre Mercenarios
hasta hoy se afirma que continúa existiendo una “zona gris”, ya que no existe una
legislación específica, exceptuando el caso de Suiza, que regule la participación directa

1
UN DOC A/61/341 del 13 septiembre de 2006, disponible en: https://documents-dds-
ny.un.org/doc/UNDOC/GEN/N06/520/83/PDF/N0652083.pdf?OpenElement
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de las empresas militares y de seguridad privadas en las hostilidades.

33. La regulación contradictoria sobre actividades permitidas, la diferencia en el alcance de las


actividades prohibidas, la falta de una línea divisoria clara entre las funciones de las empresas de
seguridad privadas y las fuerzas del orden y la ausencia de reglas sobre la participación directa en
las hostilidades, especialmente si se tiene en cuenta el creciente papel de las empresas militares y
de seguridad privadas en los conflictos armados, las situaciones posteriores a los conflictos y las
situaciones de conflicto armado de baja intensidad, aumentan el riesgo de que el control de las
actividades de las empresas de seguridad privadas sea ineficaz y la posibilidad de que se cometan
abusos de derechos humanos. Esta situación ocasiona problemas en relación con la aplicación, la
rendición de cuentas y la disponibilidad de vías de recurso.2

El caso Colombiano

Si hay un caso que merece la pena analizar, aunque en este trabajo se hará muy brevemente,
es el caso de Colombia, donde sin dudas la cooperación bilateral militar con Estados Unidos en
la lucha contra el narcotráfico y contra la guerrilla ha habilitado la proliferación de miembros de
Compañías Militares Privadas, sobretodo a partir del Plan Colombia (1999), fortaleciendo el
intervencionismo de Estados Unidos en la región.

Al inicio del Plan Colombia, el objetivo era la lucha contra el narcotráfico, sin embargo, a
partir de 2002 se autorizó el uso de los recursos para la lucha contrainsurgente, lo cual posibilitó
que las CMSP comenzaran a actuar en el conflicto colombiano de forma relativamente directa
(Perret, 2009). Una de las empresas con más presencia es la DynCorp, sobre la cual no existe
ningún tipo de control.

El interés de Estados Unidos para utilizar CMSP en el conflicto colombiano tiene un


trasfondo eminentemente político, si se considera que estas empresas se han convertido en un
agente discreto de su política internacional. En Colombia el principal interés de aceptar la
utilización de las CMSP en su territorio es aumentar la capacidad militar de sus Fuerzas
Armadas. Sin embargo, la entrada de estas compañías puede complicar el manejo del conflicto y
tiene un efecto perverso sobre la sociedad colombiana

2
UN DOC A/HRC/36/47 del 20 de Julio de 2017, disponible en: https://documents-dds-
ny.un.org/doc/UNDOC/GEN/G17/218/12/PDF/G1721812.pdf?OpenElement
13
CONCLUSIÓN

El fenómeno de la privatización de la guerra, el poder y la seguridad que creó estos


nuevos mercenarios – denominados también señores de la guerra, ejércitos privados,
paramilitares, contratistas, etc.- en el trabajo referidos como Compañías Militares Privadas
(CMP’s), configuró nuevas lógicas de dominación en las denominadas “nuevas guerras” en
las periferias. Se planteó de forma general asimismo que en un mundo regido por las
directrices que impone la globalización neoliberal y la mercantilización de servicios y
sectores, anteriormente exclusivos al Estado, llevaron a un acrecentamiento y proliferación
de estos neomercenarios, cada vez más fuertes y consolidados como actores en el panorama
político mundial, donde en un mundo cada vez más tumultuoso e inseguro – sobretodo
alentado por una difundida psicosis mediática- han crecido grupos insurgentes de terrorismo
y mafias, lo cual permitiría una legitimidad parcial para la actuación y las operaciones de
estos ejércitos privados.
La realidad es que estos nuevos actores globales han tenido muy poca efectividad en la
concreción de los objetivos buscados con las guerras contra el terror o las guerras contra el
narcotráfico, y muchos de los autores traídos a colación a propósito de esta monografía dirán
que los motivos que postulan los gobiernos anglo-norteamericanos y afines de éstos
- difundidos además por los grandes medios corporativos- están lejos de ser ciertos.
El negocio de las nuevas guerras ha sido muy provechoso para las Compañías Militares
Privadas, que además de recibir billones de dólares de presupuesto de defensa de los
gobiernos han adquirido un status corporativo y fundamental para salvaguardar los intereses
de las corporaciones multinacionales lo cual ha resultado infructuoso para los Estados, que,
si bien han delegado su anterior medio y competencia exclusiva y específica de la coerción
y las Fuerzas Armadas en estos grupos, lo han hecho en una deliberada y consciente
complicidad, recibiendo a cambio, una ínfima contrapartida y dificultades a la hora de
legitimar su política exterior e interior cuestionada no sólo al interior de sus respectivos
países sino alrededor del mundo.
Muchos interrogantes se plantean en relación a qué tan importante será el rol de estos
neomercenarios, no sólo en las actuales guerras de baja intensidad en la periferia sino
también –y esto nos toca de cerca- en la custodia de los negocios de las corporaciones
trasnacionales, sobre todo de la explotación de recursos naturales, un flagelo que castiga a
Latinoamérica dejando secuelas de contaminación, explotación, saqueo y represión de los
pueblos. Sería fundamental profundizar y visibilizar las actuaciones que éstos grupos
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paramilitares han tenido en los casos de las guerras contra el narcotráfico en Colombia y la
“colombianización” de México y cuál ha sido su papel en los intentos golpistas de algunos
gobiernos como el de Chávez y Maduro en Venezuela y el de Evo Morales en Bolivia. Tal
como plantea el politólogo Darío Azzellini, esto en un futuro podría desembocar en la
creación de ejércitos contrarrevolucionarios y desestabilizadores, y agrego, represores que
atenten contra gobiernos progresistas y/o sus pueblos que intenten desafiar o contrariar los
intereses de las potencias y corporaciones trasnacionales que vean sus negocios amenazados.

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BIBLIOGRAFÍA Y LISTA DE AUTORES

• AZZELLINI, Darío y KANZLEITER, Boris (2005): La privatización de las Guerra$.


Paramilitares, “señores de la guerra” y ejércitos como actores del nuevo orden bélico.
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Arias, Patricia. A696 Seguridad privada en América Latina: el lucro y los dilemas de una
regulación deficitaria/ Patricia Arias. Santiago, Chile: FLACSO, 2009

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