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En ¿Nuestra Rigoberta?

Autoridad cultural y poder de gestión subalterno, incluido en el


libro Subalternidad y representación. Debates en teoría cultural, John Beverley1 retoma el
libro titulado Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia publicado bajo la
autoría2 de la antropóloga venezolana Elisabeth Burgos a principios de la década de 1980.
Esta obra relata la historia de vida de Rigoberta Menchú3, quien forma parte de la
comunidad maya-quiché, desde la voz en primera persona y el nombre propio de Rigoberta
Menchú; en el contexto de la lucha armada y la guerra contrainsurgente en Guatemala a
fines de la década de 1970 y comienzos de la de 1980 (Beverley, 2012). Tal como afirma
Menchú sobre su historia: “es la vida de todos los guatemaltecos pobres y trataré de dar un
poco de mi historia. Mi situación personal engloba toda la realidad de un pueblo” (Menchú,
1985:21).
Beverley (2004) hace hincapié en la cuestión de la autoridad del nombre propio, es decir,
como dirigirse a Menchú (simplemente el uso del primer nombre o el nombre completo).
Este aspecto refiere al estatus que se le otorga al narrador testimonial como un sujeto en su
propio derecho, y no alguien que existe esencialmente para las/os académicas/os. Por lo
tanto, es necesario enfatizar en la tensión en, por un lado, la autonomía y el respeto
brindado a Rigoberta Menchú como persona y, por el otro, la intención del autor para
expresarse en o a través de ella.
A su vez, Beverley (2004) recalca como una dimensión relevante como estos narradores
testimoniales se apropian de las/os académicas/os para sus propósitos, antes de la
apropiación de los académicas/os de estos narradores testimoniales como íconos que dicen
lo que esperan escuchar.

1
De nacionalidad estadounidense. Doctor en literatura por la Universidad de California, crítico literario y
profesor en la Universidad de Pittsburgh. Está a cargo de las cátedras de español y de literatura
latinoamericana y de Estudios culturales. Es cofundador del Grupo de Estudios Subalternos latinoamericanos
en Estados Unidos al igual que el Programa de Graduados en Estudios Culturales en la Universidad de
Pittsburgh.

2
Como describe Beverley (2004), en la mayoría de las ediciones del libro, Elisabeth Burgos aparece como la
autora. Menchú insiste en que existe un “vacío en la autoría del libro”, ya que explícitamente debió ser
compartida. Menchú narra su historia oralmente, su textualización se debe a Burgos.
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Rigoberta Menchú es activista por los derechos humanos. Entre sus premios, se encuentran el Premio
Casa de las Américas en la categoría de Testimonio en 1982 en Cuba, el Premio Nobel de la Paz en 1992 y el
Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional en 1998 (Beverly, 2012).

1
Beverley (2004) recupera la pregunta del antropólogo David Stoll: ¿Qué pasa si la mayor
parte de la historia de Rigoberta no es cierta? Stoll argumenta que se trata de una
“invención literaria” al considerar que existen ciertas inexactitudes en el relato de Rigoberta
Menchú. 4
El autor tilda de “inflación mítica” a este libro siendo realizada, según Stoll, por parte de
académicas/os y activistas de solidaridad y derechos humanos para movilizar un apoyo
internacional para el movimiento guerrillero guatemalteco en la década de 19805.
David Stoll pretende refutar la idea acerca de que el libro Me llamo Rigoberta Menchú y así
me nació la conciencia no pertenecen al género de testimonio, ya que sostiene que no es el
registro de un testigo presencial como afirma serlo. A pesar de que Stoll pretende contrastar
el testimonio de Rigoberta Menchú con otros testimonios, detrás del planteo de dicho autor
se encuentra la pregunta acerca quién tiene la autoridad para narrar. Stoll preferiría que ella
fuera una “informante nativa” que se prestara a los objetivos de investigación propios (en el
registro y evaluación de información en base a las condiciones metodológicas de la
antropología), antes que tenga Rigoberta Menchú su propia agenda e intereses políticos.
En ese sentido, Beverley (2004) considera que Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació
la conciencia no nos enfrenta con la imagen de víctima “representada” de la historia, sino
que, en cambio, como una agente de un proyecto histórico transformativo que aspira a
devenir hegemónico en base a sus propios intereses.
En línea con esta idea, Spivak (1997) responde de forma negativa a la pregunta ¿Puede
hablar el subalterno? El hecho de que pueda hablar el subalterno se encuentra mediado por
la producción colonial del otro no subalterno.
Sin embargo, en el caso de Rigoberta Menchú en su condición de mujer maya quiché, su
testimonio nos compele a escucharla generando estas discusiones en el ámbito académico
estadounidense y en los movimientos de derechos humanos en América Latina, no sucede
lo mencionado anteriormente por Spivak. A pesar de que es puesto en sospecha la narrativa

4
Uno de los pasajes que Stoll cuestiona la veracidad literal de la narración es el de la muerte del hermano de
Menchú, el autor enumera que 1) la tortura y masacre de su hermano por parte del ejercito ocurrió de una
forma distinta, 2) que Menchú no puede haber sido testigo de ello y por último, 3) que su descripción es una
“inflación mítica”. Considera que estas inexactitudes la vuelven menos confiable como representante de los
intereses y creencias de las personas que en nombre de las cuales reivindica hablar (Beverley, 2004).
5
Estrategia política que David Stoll considera profundamente inadecuada.

2
de Menchú, por parte de la llamada por Beverley (2004) “prosa de la contrainsurgencia6”,
llama la atención y se torna visible la experiencia de Menchú como también la de su
pueblo.
Siguiendo a Joan M. Scott (2001), hacer visible la experiencia de un grupo diferente pone
al descubierto la existencia de mecanismos represivos. Por eso resulta imprescindible
historizar las experiencias de los sujetos para que no se encuentren anclados a categorías
naturalizadas –tales como hombre, mujer, negro, blanco, homosexual y heterosexual- que
operan dentro de una construcción ideológica.
Más aún, necesitamos dirigir nuestra mirada a los procesos históricos que mediante el
discurso, posicionan a los sujetos y producen sus experiencias. Para Scott (2001), no son
los individuos quienes tienen la experiencia, sino los sujetos los que son constituidos por
medio de la experiencia. En esta definición que otorga la autora, la experiencia se convierte
no en el origen de una explicación a determinados acontecimientos, no en una evidencia
que efectivamente ha sido vista o sentida que fundamenta lo conocido, sino en aquello que
buscamos explicar y acerca de lo cual se produce el conocimiento.
En virtud de lo comentado anteriormente y en relación a las experiencias expresadas en el
testimonio de Rigoberta Menchú, Beverly (2004) menciona la distinción realizada por
Menchú entre testimonio –dirigido a un público letrado- y práctica testimonial en la cultura
subalterna, ya sea la memoria oral y la narración comunitaria.
Con respecto a la discusión en la que interviene Stoll, el autor expresa su duda acerca de la
autoridad de Menchú para narrar al hallar supuestas fallas en la narración de sus
experiencias buscando posicionarse en un aparente lugar de “objetividad” fundada en los
criterios científicos de la antropología. Stoll descalifica los intereses de Menchú debido a su
distancia a la estrategia política de la lucha armada apoyada por Menchú. Por consiguiente,
tanto Stoll como Menchú, tienen una posición ideológica definida.
Así, según Beverley (2004), el subalterno sólo puede hablar a través de una autoridad
institucionalmente sancionada como intelectuales, la cual nos da el poder de decidir que es
válido y que no en la materia prima testimonial.

6
Beverley (2004) retoma a Ranajit Guha para hacer referencia al discurso que capta el hecho de la
insurgencia subalterna a través de los prejuicios culturales de la elite y las acciones estatales contra las cuales
la insurgencia estaba dirigida.

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