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La tempestad de la cual los partidos temen hablar

Gabriel Escolán Romero, docente del Departamento de Ciencias Jurídicas


En enero de este año, el connotado economista y politólogo, ex asesor del FMI y profesor de la
Universidad de California, Barry Eichengreen, se refirió a los efectos que podía causar la nueva
política monetaria de la Reserva Federal como “un diluvio” frente al que “nadie está preparado”.
Dicha política está enfocada en aumentar gradualmente las tasas de interés a modo de fortalecer el
dólar como moneda de reserva internacional. Ello en un contexto de guerras tarifarias entre
diferentes países, y soportando a su vez la presión de la política económica de China y Rusia, que
pretenden desafiar el monumental sistema de reciclaje monetario conocido como Petrodólar,
construido bajo el auspicio de la doctrina Carter en la década de 1970 y que ha definido el derrotero
de la economía salvadoreña desde el tiempo en que se desencadenaron las guerras civiles en
Centroamérica, justo en esa década.
El llamado proyecto neoliberal, cuya ejecución se le atribuye a los primeros Gobiernos de Arena
en la década de 1990, fue en el fondo un plan de reajuste de la deuda acumulada durante el tiempo
de la guerra, impuesto por el FMI y el Gobierno de Washington. Ese plan, que implicó la
contracción del aparato estatal al forzar la privatización de muchos de sus activos, lo que
consecuentemente limitó la capacidad de los gobiernos de incidir en la planificación y dirección
económica de la nación, alcanzó su punto culmen con la dolarización y el intento de privatización Commented [MVE1]: ¿Cómo así? Esta afirmación es poco clara.
de los servicios de salud —paralizado por los propios médicos y empleados del sector salud en las
recordadas marchas blancas—.
De cualquier manera, la reconversión de la economía salvadoreña durante y después de la guerra
tuvo como notas distintivas la gradual disolución de la capacidad productiva nacional, tanto la que
se había logrado por la vía de la industrialización por sustitución de importaciones durante las
décadas de 1950 y 1960, como la del sector agrícola, que acabó con una reforma agraria frustrada,
en la medida que muchas de las cooperativas creadas terminaron disolviéndose y los propios
campesinos migrando hacia Estados Unidos. Esto provocó que la economía salvadoreña dependiera
no ya tanto de la exportación de manufacturas o bienes agrarios, sino de la exportación de mano de
obra que por vía de remesas podía sostener el desbalance macroeconómico, que se ha ido
profundizando cada vez más a lo largo del tiempo.
Con el ascenso de Donald Trump al Gobierno de Estados Unidos parece haber llegado el tiempo
del reconocimiento, pues su Gobierno no solo ha sido consistente con su política de cero tolerancia
hacia la migración irregular de la que precisamente depende nuestra economía, sino que de manera
simultánea, en un acto de política soberana, su administración decidió cancelar el programa TPS
para centenares de miles de familias que igualmente son proveedoras de las remesas que mantienen
con vida la frágil economía del país.
En ese sentido, la matriz socioeconómica que actualmente se mantiene en el país, basada en el
predominio del sector terciario, el crédito para el consumo y las remesas, parece haber llegado a su
límite en su capacidad de funcionamiento. Paralelamente, ha empezado a profundizarse una presión
estructural sobre el conjunto del cuerpo social, expresada en la limitación de los créditos, el
incremento de los precios de la energía y la canasta básica, y la reducción de los salarios reales de
los trabajadores. De hecho, la reducción de los salarios reales constituye una de las directrices que
el FMI fijó para el Gobierno en su última visita realizada el pasado marzo. Ello junto a la necesidad
de hacer un ajuste fiscal que sirva para reducir la pesada deuda que se ha venido acumulando en
los últimos años, limitando con ello el estímulo de la inversión pública sobre el conjunto de la
economía.
Las implicaciones sociopolíticas de esta presión estructural aún no han sido verdaderamente
sopesadas, aunque sus señales sean ya evidentes, como quedó claro en la dura derrota del FMLN
en las pasadas elecciones y en la pérdida de la brújula política del Gobierno, que al enterarse de los
resultados se apresuró a hacer rotaciones en las áreas que presentaban más problemas (Hacienda,
Economía, ANDA) sin tener claro el rumbo que estas dependencias emprenderían. Esta situación
obliga a los partidos políticos y a los sectores sociales preocupados por el futuro del país a encontrar
un plan o ruta de salvación que se pueda sostener en nuevas bases.
El llamado a fortalecer el sector productivo es indispensable, pero eso también viene con una
reevaluación de temas tabú, como el de la ausencia de una política monetaria soberana, extinguida
a raíz de la dolarización. Como lo ha mencionado recientemente Coexport, la dolarización es una
de las causas de la pérdida de competitividad de los productores nacionales en el mercado
internacional. De igual forma, es necesario reevaluar nuestra relación económica con China, cuyo
crecimiento económico ha sido impresionante y ha ido tendiendo puentes comerciales y financieros
alrededor del globo, aunque la miopía de los Gobierno de turno no les haya permitido aprovechar
estos puentes de mejor manera.

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