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¿Cuál fue la razón de su compromiso a predicar la Palabra de Dios?

Predica la Palabra
Hoy en día, muchos pastores están bajo una tremenda presión creyendo
que deben saber hacer todo, menos predicar la Palabra. Los expertos les
dicen que para que crezca su congregación en números, deben tratar
con las “necesidades sentimentales” de las personas. Son animados a ser
cómicos, psicólogos, y oradores que solamente motivan a su audiencia.
Son advertidos a tocar temas que para la gente son un tanto
desagradables. Muchos han abandonado la predicación bíblica
por sermones devocionales que han sido diseñados para que la gente se
sienta bien con sí misma. Algunos han reemplazado la predicación con
dramas y otras formas de entretenimiento.
Pero para el pastor cuya pasión es la predicación bíblica, tiene solo una
opción: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo;
redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo
4:2).
Cuando Pablo le escribió esas palabras a Timoteo, agregó su advertencia
profética: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino
que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus
propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído…” (V.3-4).
Claramente no había lugar en la filosofía ministerial de Pablo para la teoría
de dale-a-la-gente-lo-que-quieren, que es tan común hoy en día. No le
urgió a Timoteo tomar una encuesta para saber lo que desea la gente. Él
le ordenó a predicar la Palabra—fielmente, con reprensión y paciencia.
En realidad, este mandato no traería aprobación del mundo para Timoteo.
¡Pablo advirtió al pastor joven del sufrimiento y las penas! Pablo no le ayudó
a ser “exitoso”. Lo estaba alentando a seguir el principio divino. No le
estaba aconsejando a buscar la prosperidad, el poder, la preeminencia,
popularidad, o cualquiera de las otras nociones de éxito en el mundo. Él le
urgió al pastor joven a ser bíblico—no importaba cuales fueran las
consecuencias.
Predicar la Palabra no siempre es fácil. El mensaje que somos requeridos a
proclamar puede ser ofensivo. Jesús mismo es una piedra de tropiezo y
roca de escándalo, (Romanos 9:33; 1 Pedro 2:8). El mensaje de la cruz es
piedra de tropiezo para algunos (1 Corintios 1:23; Gálatas 5:11) y nada más
que necedad para otros (1 Corintios 1:23).
Pero nunca hemos sido autorizados a acortar el mensaje, o a adaptarlo
para que quede conforme a lo que la gente prefiere. Pablo se lo hizo muy
claro a Timoteo a finales del capítulo 3: “Toda la Escritura es inspirada por
Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en
justicia” (2 Timoteo 3:16, énfasis agregado). Esta es la Palabra que debe
ser predicada: todo el consejo de Dios (Hechos 20:27).
En el capítulo uno, Pablo le había dicho a Timoteo, “Retén la forma de las
sanas palabras que de mí oíste” (v. 13). Él se refería a cada palabra
revelada en la Escritura. Le urgió a Timoteo que “Guarde…el tesoro que te
ha sido encomendado.”Después en el capitulo dos le dijo que estudiara la
Palabra y que la manejara con precisión (2:15). Ahora le estaba diciendo
que la proclamara. Así que la fiel tarea del ministro gira alrededor de la
Palabra de Dios—guardándola, estudiándola, y proclamándola.
En Colosenses uno, el apóstol Pablo describió su propia filosofía del
ministerio diciendo: “de la cual fui hecho ministro, según la administración
de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie
cumplidamente la palabra de Dios” (v. 25, énfasis agregado). Primera de
Corintios lo lleva un paso más allá: “Así que, hermanos, cuando fui a
vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de
palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa
alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2). En otras
palabras, su meta como predicador no fue entretener a la gente con su
estilo retórico, o divertirlos con su inteligencia, su humor, nuevas ideas, o
metodología sofisticada— él simplemente predicó a Cristo crucificado.
Para predicar y enseñar fielmente la Palabra, ella necesita estar en el
centro de nuestra filosofía ministerial. Cualquier otro método substituye la
voz de Dios por la sabiduría humana; suya fue la voz que usó Dios para
hablarle a la congregación. Ningún mensaje humano viene con una
estampa de divina autoridad—solamente la Palabra de Dios. ¿Cómo se
atrevería cualquier pastor a sustituirlo con otro mensaje?
Francamente no entiendo a los predicadores quienes están dispuestos a
abdicar este privilegio solemne. ¿Por qué debemos predicar la sabiduría
de los hombres cuando tenemos el privilegio de predicar la Palabra de
Dios?
Insta a tiempo y fuera de tiempo
Un trabajo que nunca termina es el nuestro. No solamente tenemos que
predicar la Palabra, lo tenemos que hacer a pesar de la opinión de otros
alrededor de nosotros. Es mandato que sigamos fieles cuando este tipo de
predicación es tolerada—pero también cuando no.
Debemos enfrentar que hoy en día, predicar la Palabra está fuera de
tiempo. La filosofía de hoy dice que la verdad de la Biblia plenamente
declarada es algo anticuado y no tiene caso. “Los congregantes ya no
quieren que se les predique,” dice esta filosofía. “La generación de hoy
no se sentará en las bancas de la iglesia para aguantar que alguien se
pare frente a ellos y les predique. Ellos son productos de una sociedad que
se deja manejar por lo contemporáneo, y necesitan una experiencia
religiosa que les agrade en sus propios términos.”
Pero Pablo dice que el ministro excelente debe ser fiel a predicar la
Palabra hasta cuando sea considerado anticuado. La expresión que él usa
es “estar listo”. El término griego que se usa es “epistemi”, y literalmente
significa “pararse al lado”. Da la idea de estar ansioso. Esta palabra fue
frecuentemente usada para describir a un soldado, un militar, siempre en
su guardia, preparado para hacer su deber. Pablo estaba hablando de
un ansia explosiva para predicar, como la de Jeremías, quien dijo que la
Palabra de Dios era como lumbre dentro de sus huesos. Esto era lo que le
estaba exigiendo a Timoteo. No desánimo, sino que estuviera listo. No
indecisión, sino que fuera audaz. No pláticas que motiven, sino la Palabra
de Dios.
Redarguye, reprende, y exhorta
Pablo también dió instrucciones sobre el tono de su predicación. Él usa dos
palabras que tienen una connotación negativa, y otra que tiene
connotación positiva: redarguye, reprende, y exhorta. Todo el ministerio
valioso debe tener un balance positivo y negativo. El predicador que no
redarguye ni reprende no está cumpliendo con su comisión.
Hace algunos años, escuché una entrevista por la radio de un predicador
que es muy conocido por su énfasis en pensar positivamente. Este hombre
había declarado por escrito, que con perseverancia trata de evitar
mencionar el pecado en sus predicaciones porque siente que las personas
ya están abrumadas con bastante culpa. El que lo entrevistaba le
preguntó que cómo podía justificar una práctica como esta. El pastor le
contestó diciendo que había tomado esa decisión desde el principio de
su ministerio, para poder enfocarse en las necesidades de las personas y
no en atacar su pecado.
Pero la necesidad más profunda que tiene la gente es el de confesar y
superar su pecado. Así que la predicación que no confronta y corrige el
pecado usando la Palabra de Dios no está respondiendo a la verdadera
necesidad de la gente. Quizás se sentirán mejor. Y quizás responderán con
entusiasmo hacia el predicador, pero esto no es lo mismo que responderle
a la verdadera necesidad que tiene la gente.
El redargüir, reprender, y exhortar es lo mismo que predicar la Palabra,
porque estos son los mismos ministerios que realizan las Escrituras. “Toda la
Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16). Note el mismo balance
del tono positivo y negativo. Reprender y corregir es negativo; enseñar e
instruir es positivo.
El tono positivo también es crucial. La palabra “exhortar” es paracleto, que
significa “animar.” Un predicador excelente confronta el pecado y
después anima a pecadores arrepentidos a conducir sus vidas de una
manera justa. Lo ha de hacer “con toda paciencia y doctrina” (4:2). En 1
Tesalonicenses 2:11, Pablo dijo, “como el padre a sus hijos, exhortábamos
y consolábamos”. Muchas veces esto requiere mucha paciencia e
instrucción. Pero el ministro excelente no puede omitir estos aspectos de su
llamado.
No te comprometas en tiempos difíciles
Hay una urgencia en lo que Pablo le encomienda a Timoteo: “Porque
vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo
comezón de oír, se amontarán maestros conforme a sus propias
concupiscencias” (2 Timoteo 4:3). Esa es una profecía que tiene
reminiscencias de aquellas que se encuentran en 2 Timoteo 3:1 (“También
debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos”) y
en 1 Timoteo 4:1 (“Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros
tiempos algunos apostatarán de la fe”). Esta, entonces, es la tercera
advertencia que Pablo le da a Timoteo sobre los tiempos difíciles que se
acercaban.
Noten la progresión de las advertencias: En la primera, dijo que el tiempo
vendrá cuando la gente se apartará de la fe. En la segunda, le advirtió a
Timoteo que tiempos peligrosos se acercaban a la iglesia. Ahora en la
tercera, sugiere que el tiempo vendrá cuando aquellos en la iglesia no
soportarán la sana doctrina, pero desearán que les hagan cosquillas a los
oídos.
Esto está ocurriendo en la iglesia hoy. El evangelicalismo ha perdido su
tolerancia por la predicación que confronta. Las iglesias ignoran la
enseñanza bíblica sobre el papel de las mujeres, la homosexualidad, y
otros temas que están cargados de política. El medio humano ha
superado el mensaje divino. Esto es evidencia que hay concesiones serias
con la doctrina. Si la iglesia no se arrepiente, estos errores y otros como este
se convertirán en una epidemia.
Note que Pablo no está sugiriendo que la manera para alcanzar a una
sociedad es ablandar el mensaje para que las personas se sientan
cómodas. Sino, todo lo opuesto. Este tipo de cosquilleo de oídos es
deplorable. Pablo le urge a Timoteo a estar dispuesto a sufrir por el amor
de la verdad, y que continúe predicando la Palabra fielmente.
Un apetito por este tipo de predicación tendrá un final horrible. El versículo
4 dice que estas personas en última instancia “apartarán de la verdad el
oído y se volverán a las fábulas”. Ellos mismos se harán victimas de su
propio rechazo de la verdad. “Y apartarán” está escrito en la voz activa.
La gente por su propia voluntad escoge tomar esta acción. “Y se volverán
a las fábulas” está escrito en la voz pasiva. Describe lo que les pasa. Una
vez apartándose de la verdad, se harán víctimas de la decepción. Al
momento que se aparten de la verdad, se hacen esclavos de Satanás.
La verdad de Dios no le hace cosquillas a los oídos, la encaja. Las quema.
Reprende, redarguye, y condena—luego exhorta y anima. Predicadores
de la Palabra deben tener cuidado de mantener este balance.
Siempre han existido hombres tras el pulpito quienes se les acercan
grandes multitudes porque son oradores, narradores interesantes,
conferencistas divertidos, personalidades dinámicas, manipuladores
astutos, oradores estimulantes, políticos populares, o estudiosos eruditos.
Este tipo de predicación quizás sea popular, pero no necesariamente tiene
poder. Nadie puede predicar con poder si no está predicando la Palabra.
Y ningún predicador fiel diluye ni abandona el consejo entero de Dios.
Proclamar la Palabra—en su totalidad—es el llamado del pastor.

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