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02/01/2012 / Clarín / Revista Ñ / Literatura

Cuando Borges perdió por mayoría de votos


Se cumplieron 70 años de la única edición de “El jardín de senderos que se bifurcan”,
un libro al que le negaron el Premio Nacional por las tensiones estéticas e ideológicas
de la época.

Anibal Jarkowski

Los últimos días del año 1941 debieron ser arduos para los obreros de la
imprenta López, de la calle Perú 666. El 30 de diciembre, según el colofón,
terminaron de imprimir un libro de 124 páginas compuesto por un breve
prólogo y 8 “piezas”. Era una edición sobria; sin noticias del autor, excepto
su nombre en lo alto de la tapa, debajo el título del libro, en tipografía algo
mayor; y al pie el nombre de la editorial y el logo que la identificó durante
décadas.
El libro era El jardín de senderos que se bifurcan y, al parecer, José
Bianco, el secretario de redacción, recomendó su publicación a Victoria
Ocampo, la directora de Sur, revista que ya había publicado cinco de las
piezas incluidas en la colección. Otra había aparecido en Historia de la
eternidad y las dos restantes eran inéditas hasta entonces.
Es, claro, una de las obras capitales del siglo XX, y hasta hoy, a 70 años de
su publicación, la acompaña una anécdota porque es el libro de Borges que
perdió el Premio Nacional de Literatura correspondiente al trienio 1939-
1941. Es probable que los obreros de la imprenta López fueran urgidos a
terminar el libro para ese fin de diciembre, aunque también pudo ocurrir
que la fecha del colofón fuera falaz, pues de otro modo no podría aspirar al
premio. Todo sugiere que unos cuantos miembros de la editorial Sur
depositaban sus esperanzas en que el libro se alzaría con el premio;
distintas circunstancias lo favorecían, como la idoneidad de la Comisión
Asesora o el conocimiento personal de Borges de todos sus miembros; pero
otras cuestiones, en cambio, le jugarían en contra.
La Comisión Asesora, integrada por Banchs, Giusti, Melián Lafinur –primo
segundo de Borges y que votó contra el dictamen–, Rega Molina y Oría,
propuso a la Comisión Nacional de Cultura los tres libros que resultaron
premiados. Ante el fallo de la Comisión, Mallea renunció a su cargo; y el
dictamen estuvo a punto de cambiar el orden de mérito propuesto por los
asesores, que se conservó gracias al voto de desempate del presidente de la
Comisión Nacional, Carlos Ibarguren.
La novela Cancha larga , de Eduardo Acevedo Díaz, mereció el primer
premio y 20.000 pesos; la novela histórica Un lancero de Facundo , de
César Carrizo, el segundo y 12.000 pesos; y el libro de cuentos El patio de
la noche, de Pablo Rojas Paz, el tercero y 8.000 pesos.
La indicación de las sumas no es anecdótica. Hacia 1937 Borges debió
convertirse en sostén de su familia y consiguió su “primer empleo estable”
en la Biblioteca Miguel Cané del barrio de Boedo. El cargo y el sueldo eran
correlativamente muy bajos y, sin nadie con quien conversar, porque los
demás empleados “sólo se interesaban en las carreras de caballos, los
partidos de fútbol y los chistes verdes”; sin nada que hacer, porque sólo
tenía que dedicar una hora diaria a la clasificación de libros y pasar las
restantes cinco “leyendo o escribiendo”, Borges recordará esa experiencia
como “nueve años de continua desdicha”.
“Durante ese tiempo robado a la biblioteca”, “en el sótano” o “en la azotea
cuando hacía calor”, escribirá, por ejemplo, “La lotería en Babilonia”, “Las
ruinas circulares”, “La muerte y la brújula”, pero, más allá de eso, el dinero
del Premio Nacional le hubiera venido bien; acaso para dejar un empleo
que lo abochornaba, acaso para colaborar mejor en los gastos de su casa,
que hasta entonces se cubrían con la pensión de su padre, ya ciego y con
una salud cada vez más débil.
Lo nuevo y lo actual
La primera pieza que enfrenta el lector de El jardín...tiene un título
desconcertante y sus primeras líneas parecen una decidida, programática
conspiración, no sólo contra el gusto medio, sino también contra las
posibilidades ciertas de alzarse con un premio oficial: “Debo a la
conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar.
El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle
Gaona, en Ramos Mejía; la enciclopedia falazmente se llama The Anglo-
American Cyclopaedia (New York, 1917) y es una reimpresión literal, pero
también morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902.” El resto del
volumen depara continuos azoramientos que, entiendo, no han cesado
luego de 70 años. Debe recordarse, además, que este libro, estrictamente,
no se reeditó, porque sus piezas –no tiene sentido llamarlas cuentos– se
disolvieron en 1944 en una nueva colección, convirtiéndose en la primera
parte de Ficciones , y es éste el libro que, en realidad, conservamos en la
memoria desde entonces.
¿Cómo se componía aquel libro que perdió el Premio Nacional? Luego de
“Tlön, Uqbar…” se sucedían “El acercamiento a Almotásin”, “Pierre
Menard, autor del Quijote”, “Las ruinas circulares”, “La lotería en
Babilonia”, “Examen de la obra de Herbert Quain”, “La biblioteca de
Babel” y “El jardín de senderos que se bifurcan”. Semejante conjunto era el
que se propuso a la consideración del jurado.
La pérdida del premio acaso no fuera tan inesperada. En la bibliográfica
que publicó en Sur en mayo de 1942, apenas antes de que se conociera el
dictamen del jurado, Bioy Casares fue clarividente y se adelantó a los
reparos que el libro recibiría: “Estos ejercicios de Borges producirán tal vez
algún comentador que los califique de juegos. ¿Querrá expresar que son
difíciles, que están escritos con premeditación y habilidad, que en ellos se
trata con pudor los efectos sintácticos y los sentimientos humanos, que no
apelan a la retórica de matar niños, denunciada por Ruskin, o de matar
perros, practicada por Steinbeck?”. Captando el clima de época, Bioy
conjetura que “tal vez algún turista, o algún distraído aborigen, inquiera si
este libro es ‘representativo’”, porque percibe en el aire “las ideas fascistas
(pero más antiguas que ese partido) de que deben atesorarse localismos,
porque en ellos descansa la sabiduría, de que la gente de una aldea es
mejor, más feliz, más genuina que la gente de las ciudades, de la
superioridad de la ignorancia sobre la educación, de lo natural sobre lo
superficial, de lo simple sobre lo complejo, de las pasiones sobre la
inteligencia…” Efectivamente, que este libro no resultara “representativo”
como para merecer el Premio Nacional no fue un argumento menor, y la
revista Nosotros –codirigida por uno de los miembros de la Comisión
Asesora, Roberto Giusti– en una nota sin firma de julio de 1942 tanto se
declaró a favor de los libros premiados –de Cancha larga dirá que “es un
documento valioso sobre cosas nuestras”, “una obra indiscutiblemente
argentina”–, como en contra del libro de Borges.
Para Nosotros, El jardín...no fue premiado por ser “literatura
deshumanizada, de alambique; más aún de oscuro y arbitrario juego
cerebral”; y “si el jurado entendió que no podía ofrecer al pueblo argentino,
en esta hora del mundo, con el galardón de la mayor recompensa nacional,
a una obra exótica y de decadencia (…) juzgamos que hizo bien.”
Las previsiones de Bioy y los juicios de Nosotros son indicadores de
tensiones estéticas e ideológicas que atravesaban el campo intelectual. El
fallo del jurado no parece viciado por sórdidos contubernios, aunque sí
entorpecido por prejuicios nacionalistas. Sin embargo, cabe preguntarse, no
si el fallo fue o no acertado, sino si había alguna posibilidad de que un libro
como El jardín… fuera legible en la Argentina de 1942.
¿Acaso no es condición necesaria que los libros que cambian el curso de la
literatura sean, precisamente, ilegibles al momento de su aparición? Lo más
probable es que los premios literarios tengan la peculiaridad de no atender
a lo nuevo sino a lo actual, que es precisamente su contrario.

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