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Lettieri: capítulo 8. Las revoluciones liberales.

La revolución inglesa: período que duró casi 100 años (se produjo en el siglo XVII: 1688). Esta fue un
proceso de transformación que concluyó con la consolidación de un modelo político característico: la
monarquía parlamentaria.
Durante los siglos XIV y XV Inglaterra asistió a una serie de transformaciones económicas. Un grupo
social que adquirió gran importancia fue la burguesía rural.
Marco del sistema político: monarquía acompañada de dos cámaras legislativas  Cámara de los
Lores; compuesta por aristócratas ingleses cuya función era asesorar al rey en su política interna y externa, y
actuar como máximo tribunal de justicia, y Cámara de los Comunes; compuesta de nobles y plebeyos, función
de aprobar o denegar nuevos impuestos y proponer sanciones de nuevas leyes. A esta se accedía por elección
pagando un determinado nivel de impuestos, lo que se llamó VOTO CENSATARIO. Por esta razón, la enorme
mayoría de la población estaba privada de la capacidad de sufragar, a la que solo accedían la nobleza y la
burguesía más adinerada y exitosa.
El rey Carlos I intentó aumentar sus atribuciones hasta que pretendió imponer nuevos impuestos sin
consultarlo a las Cámaras. Fue derrocado y ejecutado en 1640. Durante veinte años la monarquía inglesa se
disolvió y se formó una república conducida por Oliverio Cromwell, proveniente de la burguesía. A su muerte,
aristocracia y burguesía acordaron reinstaurar la monarquía e instalar a Carlos II como nuevo rey, quien
también insistió con el proyecto absolutista, pero la revolución de 1688 acabo definitivamente con las
pretensiones de los reyes (a la Revolución se la llamó Gloriosa porque consiguió implementarse sin
derramamiento de sangre). Una vez derrocado el monarca se decidió instalar en el trono ingles a Guillermo de
Orange (Guillermo III), príncipe holandés que además estaba casado con la hija de Jacobo II (uno de los reyes
anteriores). La razón fue que como tenía una familia prestigiosa ameritaba designarlo como monarca pero al
ser extranjero no tenía apoyos significativos dentro del territorio inglés, por lo cual para poder gobernar
debería apoyarse en el Parlamento. Con esta revolución nació el nuevo tipo de modelo político donde el punto
central del proceso de toma de decisiones políticas e institucionales se desplazaba de la monarquía al
parlamento.
Lo que la burguesía había estado buscando en toda Europa era acabar con la monarquía y con los
privilegios que la sociedad nobiliaria asignaba a los aristócratas. Su argumento principal era que en la sociedad
existía un estamento productivo y otros dos que vivían a expensas de ella: la aristocracia y el clero.
Los modelos de la monarquía absoluta y la parlamentaria tuvieron como principales publicistas en
Inglaterra a dos filósofos políticos: Hobbes y Locke. El primero sostenía que como el estado natural del hombre
es ser caótico, para mantenerse en orden necesita de un Estado que garantice la vida y además lo material. Se
pensaba en el hombre en sentido burgués, como propietario, ya que lo fundamental era que se brindara esa
libertad del hombre como propietario y el rey debería evitar su arrebato. Este poder era producto de un
proceso en el que uno solo había conseguido someter a todos. Además, otro concepto clave es el de guerra
civil: cuando una sociedad ha salido del caos inicial, se ha organizado y ha formado un Estado que luego ha ido
abandonando las funciones que tenía que cumplir es necesario una guerra civil que lo destituya, ya que se trata
de un Estado que no cumple y no garantiza los derechos que debe garantizar y al mismo tiempo es un estorbo
porque toma decisiones que benefician a los amigos del poder perjudicando al resto de la sociedad. Por otra
parte, Locke planteó principalmente que era muy importante que en una sociedad estuvieran separados el
Poder Legislativo y el Ejecutivo. Además, afirmaba que la soberanía política no residía en el monarca sino en la
sociedad, es decir borraba esta idea de que el poder del monarca es otorgado por Dios sino que lo que le da
legitimidad es el pueblo. Como Hobbes, Locke también sostenía que la sociedad había surgido de un caos al
que ambos definían con el nombre de Estado de Naturaleza, pero la diferencia es que Locke decía que dentro
de ese caos los individuos había ido organizándose hasta firmar un primer contrato que dio origen a la
sociedad, que lo denomina “pacto originario”. En un segundo momento la sociedad firmaría un segundo
contrato con un individuo (el monarca) encargándole el ejercicio de las funciones del gobierno, subordinado al
interés común. A este lo llamó “pacto de sujeción”. Si el monarca no propiciaba el bienestar general y no
gobernaba en beneficio de la sociedad, ésta tenía el derecho de rebelión.
La revolución norteamericana: en el territorio norteamericano había 13 colonias que tenían un
autogobierno, es decir que cada comunidad elegía sus propias autoridades. Estaban obligados a aceptar la
autoridad del rey y del parlamento y a pagar impuestos.
Los colonos ingleses que se establecieron en América del norte pertenecían a dos grupos sociales
diferenciados: el sur, se trataba de aristócratas segundones que no tenían mayores perspectivas de éxito
económico en las propias islas británicas y las colonias del norte estaban habitadas por comunidades
perseguidas en Europa por cuestiones religiosos o políticas, que residían allí solo porque tenían la posibilidad
de ser libres.
En 1756-1763 Inglaterra y Francia se enfrentaron en la guerra de los siete años en la que Francia debió
pedir la paz y por lo que perdió los territorios en América del norte, entregándoselos a los ingleses. Como estos
temían que la guerra se reiniciara en caso de que los franceses quisieran recuperar sus colonias perdidas, el
gobierno inglés decidió armar un ejército para defender sus dominios en América del Norte, asignando el costo
de su formación y mantenimiento a la población ya que el objetivo era garantizar su seguridad. Los colonos lo
veían muy diferente, ya que consideraban que estaban sufriendo las consecuencias de una guerra que no había
sido impulsada por ellos sino por la metrópoli inglesa, por lo que creían que quien debía hacerse cargo de los
costos eran estos últimos. Por estos motivos los colonos se negaron a la suba de los impuestos.
Esta disputa política se produjo porque los miembros de las colonias eran personas que tenían una
experiencia intelectual, política y religiosa muy particular, y advertían que se les presentaba la oportunidad de
superar su situación colonial. La revolución norteamericana no fue revolucionaria en sus orígenes sino que los
norteamericanos llegaron a la revolución por la puerta de los hechos. En realidad los norteamericanos no
buscaban la revolución, querían conservar los derechos que ya tenían y además ganar otros, pero en principio
no querían dejar de formar parte del más importante imperio que existía en ese momento en el mundo
(Inglaterra) porque aparte sabían que no tenían forma de hacerle frente a la flota inglesa ni a sus ejércitos. Solo
estaban obligados a aceptar la autoridad del rey y a pagar impuestos. Pero una cosa era pagar impuestos
instaurados desde el principio y otra muy diferente era que se agregaran más. Y para oponerse a estos
impuestos utilizaron algunos argumentos de los planteos de Locke y pretendían que la burguesía
norteamericana tuviera miembros en el parlamento del mismo modo que ocurría en Inglaterra.
Como desde la metrópoli no cedieron, las colonias decidieron formar su propio ejército. Norteamérica
era una sociedad pequeña y marginal que declaró su independencia en 1776 desafiando a la principal potencia
marítima y militar del mundo. Para sobrellevar esa situación un conjunto de naciones que habían sido
derrotadas en el pasado por Inglaterra, vinieron en su ayuda. Finalmente Inglaterra decidió dar un paso al
costado.
Los norteamericanos organizaron su propio régimen, el cual es similar al de la actualidad: un presidente
y dos cámaras, una de Senadores y otra de representantes o Diputados. Esto se iba a completar en 1826 con la
sanción del sufragio universal. En síntesis, el resultado de este proceso expresa la consolidación de una
sociedad muy moderna que se había desarrollado en el marco de una situación colonial y que, en condiciones
históricas adecuadas, consiguió traducir en acto todas sus potencialidades.

La revolución francesa: esta fue importante por el conjunto de valores que triunfaron con ella: libertad,
igualdad y fraternidad.
Los Estados Generales eran convocados por el monarca cuando había situaciones de gravedad
nacional. Había una sociedad estamental que participaba de ellos: primer estamentoel clero, segundo
nobleza y tercero el Tercer Estado (campesinos, burgueses y artesanos que pagaban impuestos).
El monarca francés convoco a los Estados Generales en 1788 porque Francia se encontraba en una
situación económica caótica. Un siglo atrás Luis XIV había llevado adelante un proyecto que incluía la
realización de obras monumentales como por ejemplo la construcción del Palacio de Versalles. Este proyecto
permitió consolidar el absolutismo en Francia pero su financiamiento se volvió muy problemático. Con el paso
del tiempo quienes debieron financiarlo fueron los miembros del Tercer Estado a través del pago de elevados
impuestos y como esto no alcanzaba los reyes debieron endeudarse y mantenerse en un estado de guerra casi
permanente con el fin de apropiarse de nuevos recursos que igualmente siempre resultaban insuficientes. Por
este motivo fue que se convocó a Estado Generales para votar nuevos impuestos que restablecieran los
problemas del país. En estas convocatorias, los estamentos emitían un voto sin importar la cantidad de
representantes que haya en cada uno de ellos y luego se tomaba la decisión por simple mayoría de votos. El
Tercer Estado respondió a la convocatoria pero sus representantes anunciaron que no se reunirían como
Estados Generales ya que se iban fijar impuestos que iban a pagar ellos. Por eso anunciaron que sesionarían
bajo la forma de Asamblea Nacional. En esta los representantes de los tres estamentos eran convocados a
sesionar en conjunto para resolver cuestiones apremiantes, obviando las diferencias de estatus nobiliario. En
este caso el voto de cada persona valía igual. Como el Tercer Estado tenía mucho más representantes que los
otros dos, sus miembros estaban seguros de poder imponer sus posiciones en una Asamblea Nacional.
Quienes participaban de la reunión de los Estados Generales solo podían votar por si o no a la moción
que presentaba el rey. En cambio en la Asamblea Nacional se podía tratar cualquier tema, es por eso que lo
que el Tercer Estado planteo, y logro imponer, fue el tratamiento de un nuevo contrato social, de una
Constitución, que sanciono la instauración de una monarquía parlamentaria, el sufragio universal, la
Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano, garantizo los derechos de tránsito, de propiedad, de
libre comercio y de libertad de pensamiento y expresión. Más tarde la Asamblea dispuso impuestos a los
nobles, abolió las obligaciones que los plebeyos debían cumplir con los nobles y se expropiaron las tierras de la
Iglesia.
La gestión de la Asamblea fue realmente revolucionaria, porque planteaba además la idea de libertad e
igualdad, la idea de fraternidad. Esta última implicaba que el primer deber del hombre no era con su rey sino
con la especie humana.
En la sociedad francesa comenzaron a aparecer diferentes posturas: los sectores populares urbanos, los
pobres, los artesanos, la burguesía y algunos campesinos enriquecidos respaldaron la acción revolucionaria de
la Asamblea Nacional; mientras que las poblaciones campesinas más tradicionales y menos dispuestas a
asimilar las transformaciones tendieron a resistir la revolución y a fortalecer su solidaridad con las aristocracias
de cada lugar.
EVENTOS IMPORTANTES: *Toma de la Bastilla el pueblo de París tomó la prisión estatal donde
estaban alojados los opositores políticos y los puso en libertad. * “Gran miedo” propietarios campesinos y
pobres comenzaron a atacar castillos de la nobleza a los que culpaban de ser causantes de su miseria. Eran
jacqueries: formas de violencia primitiva producto de una situación de extrema miseria que no tenía objetivos
políticos por detrás. *Formación de clubes y asociaciones por barrio esto ocurre en las ciudades.
Hay quienes dicen que el rey Luis XVI agobiado de los avances de la Asamblea -lo cual reflejaba una
progresiva disolución de los regímenes monárquicos- decidió escapar cuando el cochero que lo trasladaba se
dio cuenta de que era él y lo delató. Luego de esto, fue tomado prisionero y ejecutado junto a su esposa María
Antonieta. Esto revela también un fuerte respaldo popular a la revolución.
Dentro de la Asamblea Nacional se formaron tres grupos: los girondinos y los feuillants que estaban
constituidos por sectores burgueses muy moderados (más moderados los primeros que los segundos), cuyo
objetivo era construir una monarquía parlamentaria y obtener algunos avances significativos en materia de
derechos civiles y políticos; y los jacobinos que querían mejorar la condición de los sectores más pobres e
imponer sanciones más drásticas.
La revolución francesa atraviesa etapas:
1. 1789-1792: etapa reformista dominada por sectores girondinos y feuillants donde se proclamo la
monarquía constitucional con voto censatario y la ampliación del sufragio.
2. Los jacobinos sellaron una alianza con los sectores populares (llamados sans-culottes). Estos
organizaron ejércitos de voluntarios para evitar la derrota. También crearon tribunales que se
encargaban de juzgar a individuos acusados de reaccionarios otorgando penas de muerte. Otra
institución característica de esta etapa fue el Comité de Salvación Nacional, que impuso mecanismos
de gobierno basados en la toma de decisiones rápidas y el ejercicio de la violencia.
De esta manera, una sociedad que hasta tres años antes había sido monárquica, estamental y se
caracterizaba por los privilegios de la nobleza y el clero, fue reemplazada por otra crecientemente igualitaria,
donde se implementó el sufragio universal mucho antes que en el resto del mundo.
Los jacobinos terminaron su alianza con los sans-culottes por una serie de conflictos de naturaleza social y
económica, por lo que recortaron el derecho al sufragio y trataron de concentrar cada vez más las decisiones.
Fue entonces que ocurrieron las primeras rebeliones entre el régimen y los sans-culottes, quienes en 1794
concretaron finalmente un golpe de Estado.
3. Los sans-culottes impusieron un nuevo régimen, el Directorio, que concentro la capacidad de decisión
en el poder ejecutivo.
El fin de la alianza entre estos dos grupos había significado el fracaso de los mecanismos de gobierno
asociados con la democracia directa, razón por la cual las autoridades no se toparon con resistencias para
restringir aún más el derecho a sufragar, acotándolo a una base censataria muy elevada de la sociedad.
Entre 1794 y 1799 emergió el liderazgo de Napoleón, quien en ese momento era un oficial procedente de
la pequeña burguesía campesina. En 1799 Bonaparte liquidó el Directorio organizando un golpe de Estado. El
Directorio pasa a llamarse Consulado, conformado por tres cónsules: el primero de ellos era Napoleón, quien
en realidad ejerció ya desde ese momento una autoridad incuestionada. Bajo la conducción de él, los ejércitos
revolucionarios pasaron a expandirse por gran parte de Europa; y en 1804 consiguió ser nombrado emperador
por el Papa. (Primer Imperio, entonces: 1799/1815).
A modo de resumen, en las primeras etapas de la R. francesa, los girondinos intentaron presentarse como
la cara visible de la revolución, y lo mismo pretendieron hacer los jacobinos en su momento, ofreciendo una
versión más radicalizada. Finalmente la alta burguesía se consolidó como el grupo social vencedor del proceso
revolucionario, aunque debiera someterse a las órdenes de Bonaparte. Es que para la gran burguesía lo que
importaba en realidad era contar con un sólido gobierno que les garantizara sus intereses e impusiera orden
sobre el resto de la sociedad. No les interesaba si para esto debían respaldar a un monarca, un emperador o
cualquier otro tipo de figura política en tanto tuvieran sus libertades, el derecho de propiedad, el sufragio
censatario y claro, la desaparición de los privilegios de los nobles.
Lo que ocurre que triunfa el Imperio es que en el imaginario se va a asociar a la República con el TERROR,
con el temor a la participación de los sectores de masa.
Por un lado la revolución difundía un mensaje de libertad, igualdad y respeto por las libertades burguesas,
que le permitió ser calificada como progresista por los grupos burgueses de las nuevas regiones en las que
hacia pie y por los intelectuales que adherían al liberalismo; por otra lado las respuestas políticas que
elaboraba Napoleón reconocían una matriz monárquica y reaccionario que en varios aspectos permitía
rememorar los tiempos del antiguo régimen.
La expansión de Napoleón Bonaparte por el resto de Europa hizo que las autoridades de Rusia, Prusia e
Inglaterra celebraran una alianza para enfrentarlo. En 1812, el emperador francés intentó atacar Rusia sin
haber consolidado su dominio sobre Europa occidental, pero sus tropas debieron afrontar solas el frío del
invierno ruso y el hambre, por lo que finalmente fueron liquidadas. La guerra se incrementó y en 1814 se
produjo la primera destitución de Napoleón. Sin embargo, este consiguió escapar de su prisión y retornó a París
donde gobernó por 100 días. En 1815 fue derrotado en forma definitiva en Waterloo y confinado hasta su
muerte en una isla del Mediterráneo. Con su caída se cerraba la tercera etapa de la Revolución Francesa.
El punto de encuentro entre los tres procesos estudiados es el inicio y la creación de un poder burgués.

(1815/1830: Restauración de los borbones. 1830/1848: revolución de julio- Luis Felipe de Orleans.
1848/1851: segunda república. 1851/1870: segundo Imperio- Luis Napoleón. 1870/1871: gobierno de la
Comuna. 1871/1940: tercera república.)
Lettieri: capítulo 9. Burgueses, aristócratas y radicales.
Las ideas burguesas de la revolución francesa se expandieron y se instalaron gracias a Napoleón. Pero
la derrota de Waterloo había demostrado que todavía había cierta fuerza aristocrática. Ante el dilema de cómo
encarar el futuro europeo, se generó una síntesis entre progresismo económico y conservadurismo político.
El congreso de Viena
Comenzó a sesionar en 1814, entre potencias europeas – Rusia, Prusia, Inglaterra, Austria y Francia –
tras la primera caída de Napoleón.
En Francia, considerado víctima de la ambición de Napoleón, se restaura la monarquía y se reinstala en
el trono a los Borbones derrocados por la revolución, era la medida para diluir intentos revolucionarios que
pretendiera acabar con el poder aristocrático. Lo mismo ocurría por ejemplo en España y Roma, donde la
reposición había sido completa.
En este Congreso también se intentó resolver cuestión geopolítica  se vuelve a las fronteras
establecidas antes de 1789. Era necesario establecer las bases para un equilibrio político europeo. Para evitar
conflictos europeos se crea la pentarquía (gobierno de 5 miembros), que sentaba las bases de una convivencia
pacífica en Europa con pretensiones de administrar el resto del mundo: en caso de conflicto, se buscarían
rápidas soluciones pacificas, en caso de enfrentamientos armados, deberían realizarse fuera de Europa, se
trasladarían los conflictos a las colonias para evitar la destrucción europea (cuando el acuerdo salió de
circulación estalló la primer guerra mundial). Un segundo aspecto del tratado era que fundamentaba el
derecho de las potencias a construir un poder colonial y el derecho a intervenir a lo largo del planeta. Este es
entendido por las potencias europeas como el derecho de poder intervenir de común acuerdo en cualquier
parte de Europa donde se viera amenazada la estabilidad continental.
También las potencias se plantearon qué hacer con el territorio central de Europa, que planteaba un
problema porque el avance de las tropas de Napoleón había destruido todo vestigio de autoridad política en la
región y, por lo tanto, había una existencia de dos fuerzas políticas y económicas, que las separaba una suerte
de límite simbólico y cultural que cortaba por la mitad ese territorio: Austria (en el sur, donde los individuos
eran mayormente católicos) y Prusia (norte, donde las poblaciones eran de confesión protestante). El gran
temor de las autoridades inglesas, rusas y francesas era que estos terminaran unificándose en una suerte de
Gran Alemania capaz de imponer su hegemonía sobre el resto del continente, ya que contaría con una enorme
capacidad de producción de alimentos, materias primas y producción industrial, justo en el corazón de Europa.
Para evitar que se efectuara tal unión, el acuerdo sancionó un estatuto que creaba una Confederación Alemana
que reconocía la autonomía, soberanía e igualdad de derechos de todos los estados miembros, que
conservaban sus instituciones políticas propias, esta institución debía incluir a todas las unidades políticas que
formaban parte de la nación alemana. Para tomar decisiones comunes se crea, por un lado, una Asamblea
plenaria (en donde cada estado tenía igual derecho a veto), y por otro lado, un Consejo de Ministros
Plenipotenciarios (con voto calificado según la jerarquía acordada a cada una de las unidades políticas que
representaban). Además, algunas de esas entidades políticas estaban gobernadas por autoridades inglesas,
holandesas y danesas, por lo que estas tres naciones participaban de manera indirecta en la vida interior de la
nación alemana.
La Revolución Francesa encontró su límite en las pretensiones burguesas de convertirse en una nueva
aristocracia y la ambición de Napoleón de construir una empresa imperial. De todas maneras, algo que no
podía ser ignorado es que la burguesía se fortaleció, no solo se confirmaron derechos burgueses sino que
obtuvieron derechos políticos restringidos con el voto censatario. En el caso inglés, los burgueses ya habían
sellado una alianza con la nobleza y el poder monárquico. Por el propio proceso de expansión económica se
necesitaban los derechos burgueses y la libre circulación de bienes y personas. En las sociedades prusianas,
austríaca y rusa, el desarrollo de la fuerza de la burguesía era todavía embrionario.
Los monarcas ya no poseían poder absoluto y necesitaban ser respaldado por la burguesía para tener
éxito. En Francia, Luis XVIII sancionó la carta constitucional, donde el rey convocaba a la burguesía a colaborar
con su gestión asignándole algunas atribuciones: aprobarían el presupuesto y los nuevos impuestos. Se
confirmaron la propiedad privada, la libre circulación de bienes y personas y el fin de la imposición de servicios
personales a plebeyos. En cuanto a los derechos políticos, se creó el Consejo de administración (para los
principales contribuyentes), elegido por voto censatario, así, los burgueses controlaban la bolsa de Estado
francés. Quienes pagaran impuestos aumentarían y se irían extendiendo los derechos políticos a más
personas.
Las revoluciones europeas de 1820, 1830 y 1840
La revolución de 1820: las decisiones del Congreso de Viena en realidad, nada hicieron para garantizar
la paz social y la estabilidad política interna de las naciones. La consolidación de la autoridad monárquica
estuvo acompañada de censura y represión en Alemania, Francia e Inglaterra, producto de un temor que
experimentaban sus dirigencias ante el resurgimiento del fantasma revolucionario; por lo que el espíritu
revolucionario se traslado al sur: España, Portugal, Sicilia, el Piamonte y Grecia, que contaban con economías
débiles, de producción agrícola y comercio. Las revoluciones fueron impulsadas por débiles burgueses
comerciales, funcionarios y jóvenes oficiales que habían adoptado los ideales de la Revolución Francesa cuando
esta se expandió. Los revolucionarios suponían que una vez declarada la revolución el pueblo francés los
acompañaría en la lucha. Pero no recibieron apoyo y la pentarquía aplicó el derecho a intervención y
reprimieron los focos revolucionarios mediterráneos.
Sin embargo, en naciones más avanzadas, dentro de los grupos de obreros e intelectuales comenzaron
a instalarse ideas socialistas y anarquistas. En este contexto de expansión económica y el crecimiento
industrial, se cuestionaba el derecho del rey a gobernar y de la pretensión burguesa de monopolizar la
propiedad y los medios de cambio. En las fábricas se generaban nuevos vínculos sociales, difusión de nuevas
ideas y valores, y la incorporación de conductas que demostraban la superioridad de las acciones grupales. En
Francia comenzó a divulgarse la idea política de que la burguesía y la aristocracia se habían unido para explotar
al pueblo en su beneficio.
Revolución de 1830: esas ideas socialistas y radicales no tardaron en traducirse en protestas políticas.
Dichos grupos revolucionarios irrumpieron por primera vez durante los enfrentamientos callejeros en Paris
como respuesta a la represión monárquica y a las graves condiciones económicas impuestas por los burgueses.
En un primer momento se mando a reprimir, pero luego la Guardia Nacional se negó. La burguesía se unió a los
descontentos para imponer sus demandas, en las que incluían el derrocamiento del monarca Borbón. En un
contexto de decenas de muertos y heridos, Carlos X debió renunciar.
La burguesía sabia que sola no podía imponer un régimen y que la rebelión radical resultaba una
amenaza para la consolidación del mundo burgués, por lo que se unió nuevamente a la aristocracia para evitar
que el radicalismo avance. Apoyarían cualquier régimen mientras se garantizaran su propiedad y derechos,
pero si se podía, preferían un nuevo monarca. Bajo este acuerdo, se designó a Luis Felipe de Orleans, que era
de origen noble, pero uno de los mayores inversionistas franceses por lo que compartía sus intereses con los
burgueses. Su gobierno duro 18 años, en los cuales la burguesía se consolidó: se firmo una nueva constitución
que los beneficiaba y se extendió el sufragio censatario a los pequeños burgueses. Para los sectores pobres, en
cambio, hubo represión, censura y prohibición del derecho de reunión. Mientras la burguesía se enriqueció, los
pobres fueron explotados e impulsados a condiciones de vida miserables.
Los sucesos franceses demostraban que tras la firme apariencia de la monarquía restaurada, subsistían
las tensiones. La restauración chocaba con los ideales de emancipación social y progreso que rondaban por
Europa. La revolución del 30 fue de alcance continental, permitió nuclear los reclamos de los distintos grupos
sociales que reclamaban la disolución de la autoridad monárquica y un mayor protagonismo para la sociedad
civil. El problema fue que los reclamos eran tan opuestos (étnicos y religiosos, de participación institucional,
distribución de la riqueza) que los grupos rebeldes se fragmentaron. Los resultados de las rebeliones variaron
significativamente, ya que en aquellas sociedades que conservaban una estructura agraria estancada, una
burguesía débil y una nobleza e Iglesia poderosas, fueron aplastadas. En Inglaterra fue diferente ya que en
1832 se sancionó una reforma política que permitió ampliar el derecho de sufragar de las clases medias de
manera pacífica, pero los reclamos populares fueron anulados.
Los orígenes de la unificación alemana
A pesar de que en el Congreso de Viena el objetivo era impedir que los estados se unan en una “Gran
Alemania”, el objetivo de los prusianos era otro. Estos impulsaron el proyecto de la Zollverein (Unión
Aduanera), con esto Prusia buscaba liderar el proceso de unificación alemana bajo una matriz ya no política
sino económica (sabía que si intentaba subordinar a los otros estados, estos se le iban a poner en contra y las
potencias iban a poder intervenir, por eso lo planteó como un acuerdo voluntario). Con esto, solo pagarían
impuestos los productos que entraban al territorio alemán, pero dentro de este, entre los estados, no se
pagarían impuestos: se eliminaban las barreras aduaneras interiores al tiempo que se eliminaban los impuestos
internos. Así, se abarataban los precios finales y sentaban la base de una comunidad económica que venía a
sumarse a la hermandad cultural preexistente. Prusia resignaba un 25% de ingresos, pero abría el camino para
ser reconocida líder de la nación alemana. Fue un trabajo de hormiga tendiente a alcanzar la hegemonía sobre
la pequeña Alemania, dejando a Austria de lado.
El 48: la situación social, política y económica en toda Europa era muy compleja. En la primera mitad
del siglo XIX hubo una gran expansión económica y un crecimiento significativo de la burguesía a costas de la
sobreexplotación de la mano de obra. En la medida en que la industria se difundió, las ideas socialistas y
anarquistas se divulgaron y adquirieron adeptos: los obreros comenzaron a organizarse.
El punto de inflexión fue 1848 cuando se repitieron acontecimientos similares a los de 1830, aunque en
una escala mucho mayor: la pésima calidad de condiciones de vida y de trabajo, la baja de salarios, la crisis
económica (descenso de producción agrícola y suba de precios); la restricción del mercado que provocó
desempleo industrial y a su vez esto desembocó en epidemias entre los hambrientos hizo que haya una crisis
generalizada.
En Francia, radicales y socialistas se levantaron para repudiar la corrupción del gobierno de Luis Felipe
de Orleans, y reclamar la extensión de los derechos políticos, rebajas de precios y mejoras en las condiciones
de vida y de trabajo. La corona reprimió, pero la burguesía abandono al rey criticándolo por adoptar una
política de concentración oligárquica del poder. Una vez debilitado el poder político, una protesta convocada
por estudiantes y jefes de logias secretas acabo en una verdadera conmoción popular que no pudo ser
contenida por sus organizadores, la guardia nacional se negó a reprimir a los manifestantes, sancionando así el
fin del reinado de Orleans que debió escapar de Paris donde los republicanos establecieron un gobierno
provisional.
Así, la conjunción entre crisis económica, pánico financiero y una nueva detención de la actividad
industrial acompañado del miedo a una expansión del socialismo, significaron un llamado de atención para las
clases propietarias, quienes resolvieron el conflicto en su beneficio. Entre el poder militar, la aristocracia y la
burguesía, lograron derrotar la pretensión de transformación social. La gran vencedora fue la burguesía:
sancionaron constituciones liberales que dieron origen a regímenes republicanos y monarquías parlamentarias.
Solo Inglaterra y Rusia se mantuvieron al margen de estas revoluciones. De esta manera se cerraba el período
de las revoluciones del 48. El régimen absolutista no había logrado impedir el avance de las nuevas ideas y
relaciones sociales que acompañaban el ascenso del liberalismo económico. La expansión del ferrocarril,
además de provocar un deterioro de la situación de las clases trabajadoras europeas al proveer de mano de
obra barata, instaló el germen de la emancipación social y la libertad en regiones marginales, signadas por el
atraso y el autoritarismo.
Balance sobre las revoluciones del 48: la burguesía se dio cuenta que su adversario ya no era la nobleza
sino los sectores obreros con sus utopías socialistas. Por esta razón antepusieron sus intereses a sus principios
y se aliaron a la aristocracia y al ejército (tan interesados como ella a preservar el orden). Con duras
represiones acabaron con las revoluciones.
La burguesía obtuvo grandes avances políticos gracias al recorte de privilegios aristocráticos, los
monarcas debieron aceptar los parlamentos, limitando su poder absoluto. Los derechos burgueses se
ampliaron y se privó del voto a quienes no pagasen un impuesto: los proletarios (aunque en la segunda
república reconoció el sufragio universal). La sanción de constituciones también limitó la capacidad de decisión
de los monarcas ya que fijaban claramente los derechos y las obligaciones. Las mismas preservaban la
propiedad y la circulación de capitales y personas.
Se produjo entonces un paso de la sociedad monárquica a la sociedad burguesa: la burguesía intento
establecer alianzas para afianzar, primero, sus derechos económicos para luego obtener derechos políticos. En
la medida que no tuviera la fuerza para imponer un gobierno propio, se aliaba con quien le convenía.
Otra cuestión significativa es que entraron en juego nuevos actores sociales con los que se difundieron
nuevas ideologías que cuestionaban el orden monárquico pero también el orden burgués: socialistas y
radicales. Estos se difundían en las fábricas, donde el sector obrero comenzó a articularse en organizaciones
políticas y sindicales. En la medida que un campesino o artesano era convertido en obrero, adquiría un marco
ideológico que lo hacía cuestionar el sistema de explotación del hombre por el hombre.

Lettieri. Capitulo 19. El orden económico burgués (1848-1873).

Temas Principales
• Características de las clases populares y de la burguesía
• El Consenso de Manchester, las recetas liberales
• La Primera Internacional: El socialismo y el anarquismo

Características de las clases populares y la burguesía: en esta época los países industriales
incrementaron su producción en forma extraordinaria y ampliaron sus mercados surgiendo una lógica de
intercambio cada vez más global. Muchos países europeos no industrializados comenzaron a adoptar patrones
tecnológicos de los países pioneros en la industria y en muchos casos transitaron un camino sostenido de
industrialización. Otras regiones se integraron a la economía internacional respecto de las necesidades de las
naciones industriales. Mayores exportaciones y libertad de empresa fueron la fórmula de la consolidación del
orden capitalista.
En el razonamiento burgués los obreros se dividían entre: los buenos trabajadores que se esforzaban
para aumentar su productividad y eficiencia (los calificados, con salarios diferenciales y saberes esenciales para
el proceso de producción), y aquellos otros inútiles para la sociedad que hacían su trabajo de mala gana (no
calificados, con salarios muy reducidos, condiciones laborables insalubres y jornadas interminables), siendo
estos últimos la mayoría y a su vez, fácilmente reemplazables.
La unidad doméstica burguesa se concebía como la familia tradicional, nuclear, monogámica, machista,
religiosa, conservadora. Las costumbres religiosas de fortalecieron y los valores morales rigurosos fueron la
idiosincrasia de los estratos medios y altos.

El Consenso de Manchester (término ficticio utilizado por el autor, no se llamó así realmente).
Este era un acuerdo entre las autoridades europeas y los hombres de negocios sobre las premisas
económicas, políticas, sociales y culturales para el éxito del capitalismo. Si bien dichas premisas no fueron
descritas en forma sistemática se podrían sistematizar en:
1. La propiedad privada expresada en los derechos naturales del hombre.
2. La legitimación de una sociedad jerárquica.
3. Un sistema económico basado en la maximización de beneficios.
4. La libertad de comercio y de producción en el ámbito internacional
5. El régimen de patrón oro que permitiera la creación de un mercado mundial de capitales.
6. Un mercado de trabajo competitivo libre de obstáculos proteccionistas.
7. El Estado como recaudador de impuestos
8. La creencia en el progreso de la tecnología y la ciencia.
Esto es lo que se ha denominado liberalismo de laissez faire.
El derecho de propiedad se fundamentaba en la teoría de Locke según la cual el trabajo humano
justificaba la apropiación de los bienes brindados por la naturaleza, ya que no todos los humanos estaban
dispuestos a realizar este esfuerzo. De esta manera se justificaba la desigualdad social entre los individuos por
su vocación al trabajo.
La igualdad de oportunidades que daban las teorías sociales eran el punto de partida para todos y era
responsabilidad individual recorrer el camino hacia el éxito. En teoría, la pobreza se pensaba como una
elección de estilo de vida individual, se culpabilizaba a los pobres por no haber construido su propio camino de
gloria.
Socialmente, la burguesía vivía atemorizada por los posibles desbordes populares. Políticamente,
adscribían al voto censatario, donde sufragaban sólo los propietarios. Aunque en realidad, el dilema político no
era considerado de prioridad absoluta. Por lo demás, la vida burguesa operaba en el ámbito de la sociedad civil,
donde regía la ley del darwinismo social en la que solo sobrevivían los más aptos para los negocios. Esto llevaba
a los individuos a maximizar sus ganancias. La burguesía pretendía comprar insumos lo más barato y venderlo
al mayor precio posible. El costo más flexible a ser reducido era el salario de los trabajadores, al cual se lo
ajustaba constantemente para impedir la caída de las ganancias. Estos salarios eran bajos debido a la gran
oferta de mano de obra existiendo un importante Ejército de Reserva: masa de desempleados dispuestos a
trabajar por salarios cada vez menores.
Los precios de bienes mantuvieron una tendencia alcista en este periodo. Durante el feudalismo esto
era causado por catástrofes naturales, sin embargo durante el capitalismo los ciclos productivos se disocian de
estos factores. Estas crisis provocaban miseria extrema en los sectores populares pero parecían
circunstanciales. La preocupación comenzó a ser mayor luego de la crisis que azotó a los países industriales en
1857, aunque la situación se revirtió nada más que en tres años. Esta problemática fue denominada Teoría de
los ciclos. Para el economista Kondratieff los ciclos capitalistas estaban asociados con la evolución de los
precios, de acuerdo con la oferta y la demanda de bienes. Mientras que para Schumpeter la clave se encuentra
en las innovaciones tecnológicas: cada nueva invención generaba un ciclo expansivo, mientras que la deflación
obedecía a períodos de caída de la rentabilidad industrial por ausencia de reconversión industrial. Bajo esta
perspectiva los sectores como por ejemplo el textil, los ferrocarriles, el acero, la química, el petróleo, etc.
fueron los que originaron cada fase de expansión. Ante cada ciclo depresivo, la aparición de un nuevo sector de
punta permitiría originar una nueva fase de expansión.
La división internacional del trabajo era la expresión del mayor progreso alcanzado por la civilización.
No obstante, aún quedaban algunas trabas para el constante fluido de mercaderías. El librecambio necesitó de
un sistema ágil para la conversión monetaria entre países. Los flujos de intercambio se agilizaron cuando
Inglaterra adoptó la convertibilidad de su moneda al oro. El oro fue elegido patrón por tener un valor estable.
Este metal fue patrón de cambio hasta la crisis del 30.
Las autoridades gubernamentales debieron comprometerse a restringir la emisión monetaria
desmedida, ya que cualquier desfasaje respecto del oro llevaba a la inflación y a la correspondiente
devaluación de su moneda. Por otra parte, el crecimiento global de su economía dependía del ingreso
creciente de oro a su circuito monetario. Bajo estas condiciones, si se deseaba mantener una “economía sana”
y a la vez mantener la tasa de ganancia empresarial, se debía apelar a movimientos deflacionarios, al control
presupuestario y a la reducción de los costos de producción, especialmente del factor trabajo.
Durante este periodo, la adopción de este patrón facilitó el librecambio y fortaleció la dependencia de
los países no industriales. Esto se agudizó ya que Inglaterra y Francia eran poseedoras de los resortes
productivos -por ejemplo, el ferrocarril- en los países no industriales. El ferrocarril es el ejemplo más
sintomático de exportación de bienes de capital que trastocaron los escenarios sociales y económicos de todos
los países no industrializados. Por un lado ayudaba a la exportación de las economías subdesarrolladas para
que sus productos llegaran a los países industriales y por otro se trataba de inversiones muy rentables para los
ingleses.
En este panorama, la función del Estado era garantizar el orden social y dejar actuar a las fuerzas vivas
de la economía. Su intervención era necesaria en dos aspectos económicos: en la política cambiaria (realizar los
ajustes necesarios respecto al patrón oro) y en la política fiscal (impuestos).
En cuanto a la devoción por la tecnología y la ciencia, esta no sólo tenía efectos en la aplicación de los
conocimientos al campo productivo sino en una cosmovisión particular del mundo. El fin último era poder
encontrar leyes que pudieran ser aplicadas a la historia de la humanidad, poder prever lo que sucederá.
En cuanto a la aplicación de estas ciencias, podemos decir que el acero sustituyó al hierro por ser más
duradero y menos corrosivo, hubo un desarrollo importante de la química, se exportó el ferrocarril, se
comenzaron a aplicar las tinturas en la industria textil y los fertilizantes para el agro. Asimismo se desarrolló la
industria farmacéutica. Uno de los avances fundamentales fue en 1859 cuando se encontró petróleo en
abundancia en los Estados Unidos, combustible que comenzaría a emplearse en la industria. Con ella aparece
una nueva forma de organización empresarial: los trust.
En resumen, este conjunto de ideas que conformaron el Consenso de Manchester era la doctrina en
que creían ciegamente todas las clases acomodadas como un sueño inagotable de progreso. Sin embargo, esta
era solo una ilusión de felicidad eterna, pues en su seno se desarrollaban las más profundas contradicciones de
un régimen injusto.

La conflictividad social en aumento


Francia fue el detonador de las revoluciones que rápidamente se extendieron a Alemania, Austria e
Italia, y más tarde se expandió por toda Europa (a excepción del caso inglés).
Había una heterogeneidad de los protagonistas de la revolución. Por un lado estaba el proletariado
industrial, cuyos líderes comulgaban con el socialismo y el comunismo (momento del Manifiesto Comunista de
Marx y Engels). Estos buscaban con la revuelta fundar una república democrática y social. Otro era el objetivo
de los radicales, cuya base de apoyo se centraba en los pequeños burgueses, tenderos, campesinos, maestros y
profesionales liberales. Sus ideales estaban enmarcados en las consignas de la Revolución Francesa y
ampliaban su universo a través del reclamo de sufragio universal.
Francia mostró el perfil más revolucionario y por eso la reacción fue feroz. El régimen de Luis
Bonaparte persiguió a los obreros, razón por la cual el socialismo comenzaría a obrar desde la clandestinidad.
La República perduró hasta 1851 cuando se estableció el Segundo Imperio. La revolución había enseñado a la
burguesía el peligro de no controlar a las masas y por ese se nuclearon en el Partido del Orden. La asociación
sindical fue prohibida hasta 1864 y la acción represiva no cesó durante ese período.
En Europa central, donde aún la burguesía no se había establecido como clase dominante, se
mostraron otros perfiles. Luego del 48 se derribaron los últimos bastiones feudales, eliminando la servidumbre.
En los territorios prusianos el movimiento socialista se organizó detrás del liderazgo de Lasalle, pero su
temprana muerte dejó huérfano a este movimiento. Sin embargo, hacia 1875, el Partido Socialdemócrata
Alemán desarrolló un sector obrero fortalecido y con conciencia de clase. Para contrarrestar la creciente
influencia socialista, el Estado alemán propició la creación de un partido obrero católico.
En 1864 las organizaciones obreras europeas lograron dejar de lado sus discordancias ideológicas y
fundaron la Primera Internacional de Trabajadores, que tuvo sede en Londres y estaba integrada por socialistas
y anarquistas.

Socialistas y Anarquistas
Los primeros antecedentes del socialismo moderno fue el socialismo utópico o colectivista. Este
socialismo compartía con el liberalismo la devoción por la tecnología, la racionalidad y la evolución permanente
de la humanidad. Estos pensadores fueron precursores de una sociedad tecnocrática, donde el ejercicio del
poder implicaría solamente una administración de las cosas, y ya no de las personas. Esta última significaba
siempre una forma de explotación del hombre por el hombre, mientras que la primera se basaba en técnicas
científicas de administración que distribuyen de forma eficiente los recursos disponibles. Básicamente
reclamaban un régimen remunerativo basado en el trabajo y la habilidad individual, el derecho a la asociación y
la organización jerárquica de la sociedad. El mundo era pensado bajo leyes universales inmutables que podían
ser aplicadas a todas las relaciones sociales por igual.
Uno de los precursores del socialismo colectivista fue Charles Fourier. Él consideraba que el mal de la
sociedad era la competencia, asombrándose que la miseria y pobreza coincidan con la masiva producción de
bienes. Este socialista no dudó en asociar la opresión con los adelantos tecnológicos. Afirmaba, además, que en
el capitalismo había una contradicción, en la cual la búsqueda desenfrenada del éxito llevaba a perjudicar al
prójimo. Él pensó un sistema de organización social basado en el cooperativismo y en la racionalidad científica.
Por su parte el socialismo científico consolidado en el 48, cuyos exponentes son Marx y Engels,
tomaron como punto de partida al individuo real y su relación con la naturaleza. Estos expresaron que el
hombre al relacionarse con la naturaleza la transforma y se transforma a sí mismo. Los hombres entablan
relaciones entre sí para producir los medios de subsistencia, y la sociedad no es más que el resultado de estas
relaciones. El hombre nace con las condiciones de existencia ya preestablecidas, y estas relaciones son además
asimétricas. Esta es producto de una propiedad desigual de los bienes de producción, con lo cual se genera una
relación de dominación de los propietarios sobre los no propietarios. Ahora bien, la historia no es estática, sino
dinámica. Este dinamismo se lo otorga la lucha entre clases, que es el motor de la historia según el marxismo.
Estas luchas de las que hablaba Marx serán llevadas a cabo en Francia por Proudhon, quien denunció
las falacias de la democracia liberal y promovió la abolición del Estado. Para éste el sufragio universal
significaba una complicidad con la corrupción del régimen burgués. Para constituirse en clase, el proletariado
debía escindirse de la democracia burguesa. Para ello era fundamental la concientización de la clase y la acción
del proletariado europeo.
Sin embargo, una de las debilidades de la lucha revolucionaria fueron las disputas internas desde sus
orígenes. La oposición interna más significativa en la Primera Internacional la constituyeron los anarquistas. El
individuo, fuente de derechos, en particular de la libertad en su concepción positivista, fue el centro del
pensamiento de esta corriente. Las únicas fuentes de energía en la vida humana eran, para el anarquismo, el
individuo y la espontaneidad de las masas, es decir que no se despojaba a éste de su sociabilidad. Para el
anarquismo, cuando el hombre ingresa en el marco societal sólo tiene derechos para con la sociedad, en la
medida que acepta libremente formar parte de ella. De esta manera se diferencia al individualismo del
egoísmo burgués, que sólo piensa en su interés personal. Es primordial, entonces, el derecho a vivir de todos
los individuos y el reparto entre ellos de los medios de existencia. Estas acciones podrían realizarse a través de
la toma y posesión directa de áreas fundamentales de la sociedad como los depósitos de alimentos y la
ocupación de viviendas.
La principal diferencia fundamental entre los socialistas y anarquistas consistía en la transición hacia
una sociedad igualitaria. Los socialistas proponían la dictadura del proletariado, mientras que los anarquistas
pretendían directamente la eliminación del Estado por ser de carácter burgués. En la Primera Internacional esta
controversia se saldó a favor de los socialistas, pero a costa de perder gran parte del impulso inicial. En 1871,
movimientos radicales de Paris derrocan a Thiers luego de la derrota de Francia en su guerra con Alemania y
conforman La Comuna de Paris, que se caracterizó por ser un gobierno muy violento que finalmente fracasó. El
fracaso de la comuna acrecentó las diferencias internas y la Primera Internacional sucumbió 5 años después.
Hobsbawm. La era del imperio 1875-1914

Capítulo 2: La economía cambia de ritmo.


Introducción del teórico: para abordar el tema, primero hay que saber lo que venía ocurriendo
principio de libre circulación de mercancía para lo cual existe el patrón oro, se buscaba incrementar la
producción y el comercio sin restricciones, es decir que el Estado tiene una intervención mínima. Esto que
ocurre en el s. XVIII que gira en torno a Gran Bretaña que es la primera potencia mundial, hace que a partir del
s. XIX aparezcan nuevos países industrializados y cada vez que esto ocurre es porque hay un nuevo desarrollo
de la tecnología industrial, y aparece una nueva competencia. Lo que sucede entonces es que va a haber una
sobreproducción, es decir que se produce más de lo que se consume. Esto lleva a que caigan los precios
internacionales, los beneficios y las rentas empresariales, lo que conduce a que en 1873 se produzca la primera
gran crisis del capitalismo: períodos deflacionarios muy importantes. LAS CONSECUENCIAS DE TODO ESTE
PROCESO SON  *Medidas proteccionistas, *Reestructuración de empresas y bancos *Nuevas formas de
organización del trabajo (taylorismo/fordismo) *Imperialismo.

I. 1873: depresión económica: la economía mundial entra en una depresión del comercio sin
precedentes, cuya peculiaridad más notable es su universalidad, es decir que afecta a todos sin importar de
quién se trate. Aún así, pese a las depresiones en el período 1873-1890, la producción y el comercio mundial,
lejos de estancarse, continuó aumentando de forma muy sustancial (aunque a un ritmo menos vertiginoso que
antes). En estas mismas décadas las economías industriales norteamericana y alemana avanzaron a pasos
gigantescos y la revolución industrial se extendió a nuevos países. Varios socialistas deseaban el colapso del
capitalismo bajo sus contradicciones internas.
Tras el drástico hundimiento de la década de 1870, lo que estaba en juego no era la producción, sino su
rentabilidad (prolongada depresión de precios, del interés y de los beneficios, que preocupaba a los hombres
de negocios). La agricultura fue la víctima más importante de esa disminución de los beneficios y constituía el
sector más deprimido de la economía. La reacción de los agricultores varió desde la agitación electoral a la
rebelión, por no mencionar la muerte por hambre. Las respuestas más habituales entre la población fueron la
emigración masiva y la cooperación.
El mundo de los negocios tenía sus propios problemas: les preocupaba más el descenso de los precios
que la inflación, y el período más deflacionario fue el de 1873-1896. La inflación no sólo es positiva para
quienes están endeudados, sino que produce un aumento automático de los beneficios, por cuanto los bienes
producidos con un coste menor se vendían al precio más elevado del momento de la venta. La deflación, en
cambio, hace que disminuyan los beneficios. La expansión del mercado podía compensar esa situación, pero lo
cierto es que el mercado no crecía lo suficientemente rápido.
Una de las soluciones a la depresión de los precios, de los beneficios y de las tasas de intereses
consistía en una especie de monetarismo a la inversa (sustentada por los que atribuían el descenso de los
precios fundamentalmente a la escasez de oro). Un sistema basado en el oro y la plata podría elevar los precios
a través de la inflación monetaria. La inflación monetaria se convirtió en uno de los principios fundamentales
de los movimientos populistas norteamericanos.
La “Gran Depresión” puso fin a la era del liberalismo económico. Las tarifas proteccionistas pasaron a
ser un elemento permanente en el escenario económico internacional. De todos los grandes países
industriales, sólo el Reino Unido defendía la libertad de comercio sin restricciones, y las razones eran
evidentes. En primer lugar, tenía una significativa ausencia de agricultores, era el mayor exportador de capital,
de servicios invisibles financieros y comerciales y de servicios de transporte. Como también era el mayor
receptor de exportaciones de productos primarios del mundo y dominaba el mercado mundial de alguno de
ellos la libertad de comercio parecía indispensable, ya que permitía que los productores de materias primas de
ultramar intercambiaran sus productos por los productos manufacturados británicos. El Reino Unido continuó
mostrándose partidario del liberalismo y al actuar así otorgó a los países proteccionistas la libertad de controlar
sus mercados internos y de impulsar sus exportaciones.
La economía capitalista era global (se extendió a zonas remotas, y las transformó de forma profunda).
Cuando alcanzaba mayor rendimiento era cuando nada interfería con el libre movimiento de los factores de
producción. El ideal del capitalismo era la división internacional del trabajo que asegurara el crecimiento más
intenso de la economía. La economía capitalista mundial en evolución era un conjunto de bloques (las
economías nacionales), pero también un fluido. Las economías nacionales (definidas por las fronteras de los
estados) existían porque existían los estados-nación: tal vez sea cierto que nadie hubiera considerado a Bélgica
como la primera economía industrializada del continente europeo si esta hubiera seguido siendo una parte de
Francia, por ejemplo.
Pero el mundo desarrollado no era tan solo un agregado de “economías nacionales”. La
industrialización y la depresión hicieron de las potencias un grupo de economías rivales, donde los beneficios
de una parecían amenazar la posición de las otras. No sólo competían las empresas, sino también las naciones.
El proteccionismo expresaba una situación de competitividad económica internacional, contribuyó a ampliar la
base industrial del planeta, impulsando a las industrias nacionales a abastecer a los mercados internos, que
crecían también a un ritmo vertiginoso.
En consecuencia, entre 1880 y 1914, el incremento global de la producción y el comercio fue mucho
más elevado que durante los decenios en los que estuvo vigente el librecambio.
No obstante, si el proteccionismo fue la reacción política instintiva del productor preocupado ante la
depresión, no fue la respuesta económica más significativa del capitalismo a los problemas que tenía. Esa
respuesta radicó en la combinación de la concentración económica, distinta de monopolio y oligopolio y la
racionalización empresarial (los trust, la gestión científica).
La tendencia a abandonar la competencia ilimitada y a implantar la cooperación de varios capitalistas
que previamente actuaban por separado se hizo evidente durante la “Gran Depresión” y continuó en el nuevo
período de prosperidad general.
La concentración avanzó a expensas de la competencia de mercado, las corporaciones a expensas de
las empresas privadas, los grandes negocios y empresas a expensas de las pequeñas, y esa concentración
implicó una tendencia hacia el oligopolio. A partir de 1880, el modelo de distribución se revolucionó. Empresas
nacionales e internacionales con cientos de sucursales. Al igual que la concentración económica, la gestión
científica (término utilizado recién a partir de 1910) fue fruto de la “Gran Depresión”: Taylor sugirió una forma
más racional o científica de controlar y programar las empresas grandes y deseosas de maximizar los
beneficios. Taylorismo, tres métodos fundamentales: 1) sacar mayor rendimiento a los trabajadores (aislar a
cada trabajador del resto del grupo y transferir el control del proceso productivo a los representantes de la
dirección, que decían al trabajador exactamente lo que tenía que hacer, 2) descomposición sistemática de cada
proceso en elementos componentes cronometrados, y 3) sistemas distintos de pago de salario que supusieran
para el trabajador un incentivo para producir más. 1889: Segunda Internacional en donde se fundó la
Internacional Socialista (organización de los partidos socialistas y laboristas que deseaban coordinar su
actividad. A diferencia de la Primera Internacional no existía un Consejo General que la dirigiera, sino que los
partidos era independientes para aplicar la política que decidieran en sus respectivos Estados).
Entre 1880 y 1914 la transformación de la estructura de las grandes empresas, desde el taller hasta las
oficinas y la contabilidad, hicieron un progreso sustancial.
El Imperialismo era otra posibilidad para solucionar los problemas del capitalismo. Hacía referencia a
una relación entre la depresión y la fase de la división colonial del planeta: la presión del capital para conseguir
inversiones más productivas, así como la de la producción a la búsqueda de nuevos mercados, contribuyó a
impulsar la política de expansión, que incluía la conquista colonial.
Una consecuencia de la “Gran Depresión” fue la agitación social, no sólo entre los agricultores, sino
también entre las clases obreras. Los modernos movimientos obreros son también producto de este período.
II. Desde mediados de 1890 hasta la 1ra GM, la economía global se lee más en tonos de prosperidad
que de depresión. Fue el período que se conoce como la belle époque. Los historiadores de la época tienden a
centrar su atención en el declive relativo del Reino Unido y en el progreso relativo de Alemania y EEUU. El tema
realmente importante no es quién creció más y más deprisa en la economía mundial, sino su crecimiento global
como un todo.
Teoría económica más conocida y más elegante sobre lo que ocurría es la de Schumpeter (también
estaba la de Kondratiev). Schumpeter asocia cada fase descendente con el agotamiento de los beneficios
potenciales de una serie de innovaciones económicas y la nueva fase ascendente con una serie de innovaciones
tecnológicas, cuyo potencial se agotará a su vez. Esta teoría es plausible, pues cada período ascendente desde
los inicios de 1780 ha estado asociado con la aparición de nuevas industrias, cada vez más revolucionarias
desde el punto de vista tecnológico.
El problema que se plantea respecto de la fase ascendente de los últimos años de la década de 1890 es
que las industrias innovadoras del período (las químicas y eléctricas) no parecen haber estado todavía en
situación de dominar los movimientos de la economía mundial. Hay un aspecto del análisis de Kondratiev que
es pertinente para un período de rápida globalización de la economía mundial: la relación entre el sector
industrial del mundo, que se desarrolló mediante una revolución continua de la producción, y la producción
agrícola mundial, que se incrementó gracias a la incorporación de nuevas zonas geográficas de producción o de
zonas que se especializaron en la producción para la exportación. Por lo tanto, no es sorprendente que, aunque
haya catástrofes agrícolas, la tasa de crecimiento de esa producción y las relaciones de intercambio entre
productores industriales y productores agrícolas tiendan en su mayoría a variar a favor de la agricultura y en
contra de la industria.
El gran dinamismo de la economía mundial se debió al núcleo de países industriales, que constituían el
núcleo central de la economía mundial y determinaban el desarrollo del resto del mundo, de unos países cuyas
economías crecieron gracias a que abastecían las necesidades de otras economías.
Estos factores en las relaciones de intercambio supusieron una presión sobre los costos de producción
en la industria y en consecuencia, sobre su tasa de beneficio. Por fortuna para muchos, la economía estaba
estructurada de manera tal que esa presión se podía trasladar al beneficio de los trabajadores. El rápido
incremento de los salarios, característico del periodo de la Gran Depresión, disminuyó notablemente (lo que
explica en parte el incremento de la tensión social y de los estallidos de violencia en los últimos años anteriores
a 1914)

III. Rasgos puntuales de la economía mundial durante la Era del Imperio:


1) La base geográfica era mucho más grande que antes. Hubo una ampliación del sector industrial
mediante la expansión de la revolución industrial (Rusia, Suecia y Países Bajos en Europa y fuera, Norteamérica
y Japón), que constituían una masa productiva de rápido crecimiento y ampliación en el centro de la economía
mundial. El mercado internacional de materias primas se amplió, lo cual implicó también el desarrollo de zonas
dedicadas a su producción.
2) Pluralismo de la economía mundial, deja de ser monocéntrica: el Reino Unido dejó de ser el único
país totalmente industrializado. Las cuatro economías nacionales más importantes pasaron a ser: EEUU,
Alemania, Reino Unido y Francia. Esta era se caracterizó por la rivalidad entre los diferentes estados.
Igualmente, el pluralismo de alguna manera quedó enmascarado por la dependencia que tenían los países con
el Reino Unido respecto de los servicios financieros, comerciales y navieros. Por un lado, Londres era el centro
de las transacciones internacionales. Por otra parte, había una enorme cantidad de inversiones británicas en el
extranjero y también contaba con su marina mercante, lo cual reforzaba aún más la posición central del país.
(Hasta que luego, los intereses de la industria británica y de la ciudad de Londres –compatibles hasta entonces-
, comenzaron a entrar en una fase de enfrentamiento).
3) Revolución tecnológica. Se incorporan a la vida moderna el teléfono y la telegrafía sin hilos, el
fonógrafo y el cine, el automóvil y el aeroplano. Se perfecciona la tecnología del vapor y del hierro por medio
del acero y las turbinas. Esta nueva revolución industrial reforzó, más que sustituyó, a la primera.
4) Doble transformación en la estructura y modus operandi de la empresa capitalista. Se produjo la
concentración del capital (crecimiento que llevó a distinguir entre ‘empresa’ y ‘gran empresa’), y se intentó
racionalizar la producción y la gestión de la empresa, aplicando métodos científicos no sólo a la tecnología, sino
a la organización y a los cálculos.
5) Transformación del mercado de los bienes de consumo: un cambio tanto cuantitativo como
cualitativo. Con el incremento de la población, de la urbanización y de los ingresos reales, el mercado de
masas, limitado hasta entonces, comenzó a dominar las industrias productoras de bienes de consumo. El
modelo de Ford revolucionó la industria del automóvil.
6) Crecimiento importante del sector terciario de la economía, público y privado: aumento de puestos
de trabajo en las oficinas, tiendas y otros servicios.
7) Convergencia creciente entre la política y la economía es decir, el papel cada vez más importante
del gobierno y del sector público (lo que llamaban: tendencia liberal). La “mano invisible” del mercado se hace
cada vez más visible con la intervención del Estado.
Fueron las mismas tendencias de la economía de los años anteriores a 1914, que hicieron que las clases
medias vivieran una época dorada, las que llevaron a la guerra mundial, a la revolución y a la perturbación e
impidieron el retorno al paraíso perdido.

Capítulo 3. La era del Imperio.


I. Mundo en el que los países avanzados dominan a los atrasados. 1875-1914 se puede calificar como la
era del Imperio no solo porque se desarrolló un nuevo tipo de Imperialismo, sino también porque fue el
período de la historia moderna en que hubo mayor número de gobernantes que se auto titulaban
“emperadores”.
En este período aparece el Imperio Colonial como un nuevo tipo de imperio. Entre 1880 y 1914, la
mayor parte del mundo ajeno a Europa y al continente americano fue dividido formalmente en territorios que
quedaron bajo el gobierno formal o bajo el dominio político informal del Reino Unido, Francia, Alemania, Italia,
los Países Bajos, Bélgica, EEUU y Japón. El único estado no europeo que resistió con éxito la conquista colonial
formal fue Etiopía.
Dos grandes zonas del mundo fueron divididas por razones prácticas: África y el Pacífico. En el Pacífico
no quedó ningún estado independiente, dividido entre británicos, franceses, alemanes, neerlandeses,
norteamericanos y japoneses. África pertenecía a los imperios británico, francés, alemán, belga, portugués y
español. En Asia existía una amplia zona independiente, aunque los imperios europeos más antiguos ampliaron
y redondearon sus extensas posesiones. En 1914, el continente americano era un conjunto de repúblicas
soberanas, con la excepción de Canadá, las islas del Caribe y algunas zonas del litoral caribeño. Eran
dependientes económicamente del mundo desarrollado. PROGRESIVA DIVISIÓN DEL GLOBO ENTRE FUERTES Y
DÉBILES.
El análisis del Imperialismo realizado por Lenin se convirtió en un elemento central del marxismo
revolucionario de los movimientos comunistas a partir de 1917 y también de los movimientos revolucionarios
del “Tercer Mundo”. Sostenía que el nuevo imperialismo tenía sus raíces económicas en una nueva fase
específica del capitalismo que conducía a la “división territorial del mundo entre las grandes potencias
capitalistas” en una serie de colonias formales e informales y de esferas de influencia. Las rivalidades existentes
entre los capitalistas que fueron causa de esa división engendraron también la 1º Guerra Mundial. La
expansión económica y la explotación del mundo en ultramar eran esenciales para los países capitalistas.
Los análisis no marxistas del Imperialismo negaban que el imperialismo tuviera raíces económicas
importantes, que beneficiara económicamente a los países imperialistas, que la explotación de las zonas
atrasadas fuera fundamental para el capitalismo, y que hubiera tenido efectos negativos sobre las economías
coloniales. Afirmaban que el imperialismo no había tenido consecuencias decisivas sobre el origen de la 1º
Guerra Mundial.
El acontecimiento más importante en el siglo XIX es la creación de una economía global, que penetró
de forma progresiva en los rincones más remotos del mundo, con un tejido cada vez más denso de
transacciones económicas, comunicaciones y movimientos de productos, dinero y personas que vinculaba a los
países desarrollados entre sí y con el mundo subdesarrollado. La red mundial de ferrocarriles, la flota
mercante, permitieron la integración a la economía mundial de las zonas más atrasadas y marginales.
La civilización necesitaba de materias primas para el desarrollo tecnológico, materias primas que, por
razones climáticas eran exclusivas o eran abundantes pero estaban lejos geográficamente. El motor de
combustión interna necesitaba de petróleo y caucho. El petróleo procedía de EEUU y Europa pero los pozos
petrolíferos eran ya objeto de enfrentamientos. El caucho era un producto exclusivamente tropical. Las nuevas
industrias del automóvil y eléctricas necesitaban del cobre, y sus productores más importantes se hallaban en
países del Tercer mundo como Chile y Perú. Las minas fueron los grandes pioneros que abrieron el mundo al
imperialismo y sus beneficios eran lo bastante importantes como para justificar también la construcción de
ramales de ferrocarril.
Las plantaciones, explotaciones y granjas eran el segundo pilar de las economías imperiales porque el
crecimiento del consumo de masas significaba una mayor demanda de productos alimentarios. Los
comerciantes y financieros metropolitanos eran el tercero.
El resto del mundo se transformó en un complejo de territorios, coloniales y semicoloniales, que se
convirtieron en productores especializados de productos básicos para exportarlos al mercado mundial, de cuya
fortuna dependían por completo: en lugar de competir con las principales economías, las complementaban.
Hasta 1914 las relaciones de intercambio parecían favorecer a los productores de materias primas.
La expansión colonial se debió en gran parte a la búsqueda de mercados. La convicción de que el
problema de la “superproducción” del periodo de la gran depresión podía solucionarse a través de un gran
impulso exportador era compartida por muchos. Los hombres de negocios ponían su mirada en las zonas sin
explotar. La consecuencia lógica fue el reparto de las zonas no ocupadas del tercer mundo. El imperialismo era
la consecuencia natural de una economía internacional basada en la rivalidad de varias economías industriales
competidoras.
En este punto, resulta difícil separar los motivos económicos para adquirir territorios coloniales de la
acción política necesaria para conseguirlo, por cuanto el proteccionismo no es otra cosa que la operación de la
economía con la ayuda de la política. En definitiva es imposible separar la política y la economía en una
sociedad capitalista. La pretensión de explicar el “nuevo imperialismo” desde una óptica no económica es tan
poco realista como el intento de explicar la aparición de los partidos obreros sin tener en cuenta para nada los
factores económicos.
De hecho, la aparición de los movimientos obreros, o de la política democrática, tuvo una gran
influencia sobre el desarrollo del “nuevo imperialismo”. El imperialismo estimuló a las masas a identificarse con
el estado y la nación imperial, dando así legitimidad al sistema social y político representado por ese estado. En
una era de política de masas, incluso los viejos sistemas exigían una nueva legitimidad. El imperialismo ayudaba
a crear un buen cemento ideológico.
No puede negarse que la idea de superioridad y de dominio sobre un mundo poblado por gentes de
piel oscura en remotos lugares tenía arraigo popular y, por ende, benefició a la política imperialista. Las
exhibiciones coloniales causaban sensación. Los desfiles militares resultaban sumamente animados gracias a la
exposición de los colonos, entre ellos los negros senegaleses: el mundo considerado bárbaro al servicio de la
civilización. Incluso en los lugares donde la ideología insistía en una igualdad al menos potencial, esta se
trocaba en dominación. En la esfera internacional, el socialismo fue hasta 1914 un movimiento de europeos y
emigrantes blancos o de los descendientes de estos. El colonialismo era para ellos una cuestión marginal.
El imperialismo de los últimos años del siglo XIX era el producto de una época de competitividad entre
economías nacionales capitalistas e industriales rivales que era nueva y que se vio intensificada por las
presiones para asegurar mercados en un período de incertidumbre económica. Tarifas proteccionistas y
expansión, grandes corporaciones y oligopolios, intervención cada vez más intensa del estado en asuntos
económicos.
II. El impacto económico del imperialismo resultó profundamente desigual, ya que las relaciones entre
las metrópolis y sus colonias eran muy asimétricas. El impacto de las primeras sobre las segundas fue
fundamental y decisivo, mientras que el de las colonias sobre las metrópolis fue de escasa significación.
El Reino Unido fue el país de todos los metropolitanos donde el imperialismo tuvo mayor importancia,
dado que la supremacía económica de ese país siempre había dependido de su relación especial con los
mercados y fuentes de materias primas de ultramar. Sólo para este país era crucial desde el punto de vista
económico mantener una relación especial con el mundo no industrializado.
El nuevo colonialismo fue una consecuencia de una era de rivalidad económico-política entre
economías nacionales competidoras, rivalidad intensificada por el proteccionismo. Pero la era del imperio no
fue sólo un fenómeno económico y político, sino también cultural. El imperialismo llevó la “occidentalización” a
las elites potenciales del mundo dependiente (debían hacerlo si no querían quedarse atrás).
En resumen, la era del imperio creó una serie de condiciones que determinaron la aparición de líderes
antiimperialistas y las condiciones que comenzaron a dar resonancia a sus voces (como el caso de Gandhi).
El legado cultural más importante del Imperialismo fue una educación de tipo occidental para minorías
distintas. En algunas zonas se incluían a quienes adoptaban una nueva profesión, como soldados y policías al
servicio de los nuevos gobernantes, vestidos como ellos y adoptando sus ideas peculiares sobre el tiempo, el
lugar y los hábitos domésticos.
Sobre la influencia que ejerció el mundo dependiente hacia sus dominadores hay que decir que cada
vez más se consideraban a los pueblos no europeos como inferiores, indeseables, débiles y atrasados,
adecuados para la conquista.
Sin embargo, la densidad de la red de comunicaciones globales intensificó la confrontación y la mezcla
de los mundos occidental y exótico. Por ejemplo, lo exótico se integró cada vez más en la educación cotidiana.
Estas muestras de mundos extraños no eran de carácter documental, sino ideológicas, por lo general
reforzando el sentido de superioridad de lo civilizado sobre lo primitivo. Las sociedades exóticas eran
imperialistas tan sólo porque el vínculo central entre los mundos de lo exótico y de lo cotidiano era la
penetración formal o informal del tercer mundo por parte de los occidentales.
Lettieri. Capítulo 11. La primera guerra mundial.
La primera guerra cerró abruptamente un periodo histórico iniciado un siglo antes, específicamente en
1815, donde la paz fue el objetivo más deseado por las principales potencias europeas. Esto no significó que la
guerra estuviera ausente en dicho tiempo, pero las batallas se presentaron en su mayoría, en zonas
consideradas marginales.
Hacia 1914 los países europeos más desarrollados se habían consolidado como Estados. Durante todo
el siglo XIX, el Estado se consolidó como el armazón político capaz de garantizar el desarrollo de las fuerzas
capitalistas. El Estado, en tanto organismo de dominación, era la fórmula que encontraba el régimen de
acumulación para acallar los conflictos internos.
Desde la perspectiva marxista, el imperialismo era una fase del capitalismo que conllevaría
indefectiblemente a una guerra antiimperialista.
Inglaterra, la pionera industrial, había quedado relegada en materia de innovaciones tecnológicas pero
aún así controlaba y manejaba las finanzas mundiales y hasta la Gran Guerra siguió siendo el mayor poseedor
de reservas de oro en el mundo. Su flota comercial seguía siendo de gran importancia y controlaba el comercio
mundial a partir del manejo de seguros, tarifas y fletes. Además, era el principal inversor, no solo en los países
periféricos sino también en algunos desarrollados. Francia había logrado avances muy importantes, aunque su
jerarquía estaba más vinculada con su poderío imperial que con su capacidad industrial. Estas viejas potencias
habían convenido una alianza ante el avance de los nuevos países industriales del continente: Alemania e Italia.
Estos últimos dos firmaron junto a Austria-Hungría un compromiso de asistencia mutua para evitar futuros
avances imperiales de las dos grandes potencias rivales. Este acuerdo es el de la Triple Alianza.
El frente que unía a Inglaterra y Francia requería de otra nación que contuviera entre otros, el avance
por el este de Alemania. El reparto colonial había dejado en desventaja a Alemania, la cual estaba en
condiciones industriales y militares de avanzar en busca de nuevos mercados; se tornaba necesario entonces,
otro acuerdo que equiparara las fuerzas de la Triple Alianza: éste se firmó en 1909, compuesto por Inglaterra,
Francia y Rusia La Triple Entente.

TRES FASES TUVO LA GUERRA:


1) Guerra de movimientos (1914). Momento de comienzo de la Guerra cuando empiezan los avances
de los países sobre los territorios que quieren dominar.
2) Guerra de Trincheras (1915-1917). En las trincheras, los soldados perdieron la esperanza de una
guerra corta. El uso de ametralladoras, gases asfixiantes y alambradas, impidió avances y provocó un gran
número de muertos. Acá es el momento en el que se crean las alianzas entre los países, para poder ahogar al
enemigo.
3) Fin de la Guerra (1917-1918). EEUU interviene como “mediador” pero en realidad brindando ayuda
económica a los aliados. Alemania se declara vencida.

I. El desencadenamiento del conflicto.


La guerra era la conjunción de un conglomerado de variables que confluyeron negativamente e hicieron
eclosión. El fortalecimiento de los valores nacionalistas en el universo simbólico de los individuos es un
elemento común a las fases previas y durante el transcurso de conflictos bélicos entre naciones. Alemania era
el paradigma de ese nacionalismo: había una disputa de valores en el seno de su sociedad que enfrentaba a los
que preferían optar por una regla de acción basada en una única moralidad, con otros que consideraban que la
democracia liberal era la escala de evolución humana más sublime. Pero este nacionalismo no era un atributo
exclusivo de Alemania sino que subyacía en todas las sociedades europeas.
El conflicto no se trató de un problema diplomático que las potencias europeas no pudieron resolver en
poco tiempo, sino que fue un conflicto de mayor envergadura. Todo comenzó cuando el imperio Austro-
Húngaro le declaró la guerra a Serbia. Esta declaración de guerra se extendió a Rusia, que decretó la movilidad
de sus tropas hacia Austria quien finalmente impulsó a que su socia (Alemania) declarara la guerra a Rusia y
atacara al mismo tiempo a Bélgica. Esto último obligó a Francia a resguardar sus fronteras en una
contraofensiva. La Triple Alianza se ampliaría con la ayuda brindada por Turquía y Bulgaria. Todo esto se
transformó en una guerra mundial en la que participaron 32 naciones. Los países de América Latina se
adentraban comprometiéndose con sus metrópolis a no comercializar con las potencias enemigas. A cambio,
se les aseguraba que cuando retornara la calma se verían beneficiados por la elevación de los precios de los
productos primarios.
Todos consideraban que la guerra se desarrollaría en breve tiempo, definiendo sistemáticamente al
ganador absoluto. También justificaban su acción bélica argumentando que el peligro de invasión por parte de
sus enemigos los obligaba a actuar primero. En definitiva, para todos se trataba de una guerra defensiva, para
todos el enemigo era el agresor, por lo que nadie asimilaba su culpabilidad respecto de la guerra. Esto se
plasmaría luego en el ensañamiento contra Alemania, considerándola la única culpable del conflicto.
La guerra quedo empantanada a partir de 1916 cuando ninguno de los bandos pudo modificar las
fronteras. 18 millones de muertos fue el saldo del conflicto. Pero para salir de esto necesitó de tres puntos de
inflexión que se dieron, todos, en 1917:
 un acontecimiento militar (la desintegración del imperio austro-húngaro)
 un acontecimiento político (la revolución bolchevique)
 un nuevo actor internacional en la escena del conflicto (la inserción de EEUU en la guerra).
El primero ocurrió en enero de 1917 cuando las tropas francesas y británicas en alianza lograron ingresar a
los territorios austro-húngaro generando su desintegración.
El segundo es relatado en el capítulo sobre Revolución Rusa. Basta decir que le permitió a Alemania
establecer un control importante sobre amplios territorios.
El tercer cambio tiene que ver con la decisión del presidente de los EEUU (Wilson) de ingresar a la guerra
mundial, lo que fue justificado de diversas perspectivas. Una de ellas da cuenta de que este país hizo con su
intromisión una cruzada democrática y moralista. Pero también se afirma que EEUU se vio obligado a ingresar
porque en el transcurso de la guerra se había transformado en el principal acreedor de los países aliados y
debía asegurarse la culminación urgente del conflicto para que se le paguen las deudas. Una tercera
perspectiva sostiene que EEUU esperó estratégicamente que ambos bandos se debilitaran para ingresar a dar
un respiro al conflicto, que por otra parte le era ajeno, lo que le iba a garantizar salir victorioso y lograr un lugar
de privilegio en la configuración del orden mundial posterior.
Finalmente, con la ayuda propiciada por los EEUU, los aliados comenzaron a avanzar sobre territorios
enemigos en forma cada vez más firme y en pocas semanas con sus aliados destruidos, Alemania, se declaraba
vencida.

II. Las características económicas de la Gran Guerra.


El período previo a la guerra se caracterizó por una previsión económica por parte de las potencias para
abastecerse de divisas necesarias para afrontar el conflicto mundial. La política más generalizada a tal efecto
fue el regreso de capitales que se encontraban invertidos en el extranjero, pero estos resultaron escasos a
poco de comenzar la guerra. De esta forma, la economía se resintió profundamente.
En la medida en que mayor cantidad de soldados se iban incorporando a la guerra se necesitaban más
cantidad de equipos, vestimentas, municiones y armamentos para combatir. Muchos sectores de la industria
de cada país debieron ser desplazados de la producción de bienes de consumo para la sociedad civil, a la
producción bélica, entre otros, para la guerra. Por ende, la población europea se vio golpeada por una grave
escasez de alimentos y de bienes finales de la economía.
Inglaterra tenía en EEUU importantes inversiones en acciones de ferrocarriles y había realizado grandes
préstamos, en especial al sector agrícola-ganadero. EEUU no participó en la producción de armamentos pero
financió dicha producción en los países de la Triple Entente. El papel clave de EEUU en esta primera guerra
estuvo vinculado al aporte de capitales, préstamos, insumos para las industrias y aportes de materias primas.
Aún con la venta de gran parte de sus inversiones, Inglaterra no pudo disponer de capitales suficientes. A
partir de 1916 agotó todas sus reservas y debió recurrir a préstamos por parte de Norteamérica, que se
concedieron bajo la condición de ser reembolsados una vez finalizado el conflicto. Parte de esos préstamos a su
vez fueron utilizados por Inglaterra para préstamos a sus aliados.
Otros Estados tendieron a recurrir a la emisión monetaria, lo que luego generaría una creciente inflación
que se agravó después de la guerra, particularmente en Alemania (escalada inflacionaria y creciente déficit
fiscal).

III. Las consecuencias económicas de la gran confrontación.


La guerra exigió a los gobiernos europeos la intervención activa en cuestiones económicas vitales por la
escasa disponibilidad de recursos, de producción y los obstáculos para la distribución de bienes. El Estado debió
intervenir en el mercado de trabajo ya que la escasez de mano de obra por el reclutamiento masivo de
hombres y jóvenes, podría disparar los salarios. Fue una intervención mínima ya que la mano de obra fue
ocupada temporalmente con trabajo femenino. En cuanto a la política de producción y distribución de
alimentos debió fijar cupos máximos para las familias. Además, el Estado aplicó severos controles y
prohibiciones en el comercio exterior.
Buena parte de la industria europea había dejado de producir para sus mercados habituales y se dedico a
producir materiales de guerra, con lo cual las exportaciones europeas de bienes industriales se redujeron.
Paralelamente la guerra tuvo un gran desarrollo en el campo marítimo, por lo que dicho comercio mundial
desapareció durante la guerra. De manera que los países de América Latina y los de algunas regiones de la
periferia dejaron de recibir productos industriales y sus economías no podían seguir desarrollándose.
Para 1920, el mundo había cambiado por completa. Mientras que en 1914 Inglaterra era la primera
potencia mundial y EEUU uno de sus mayores deudores, al finalizar la guerra esta ecuación se invirtió siendo
EEUU acreedor de Inglaterra, lo que significó también una desvalorización de la libra esterlina y un ascenso del
dólar estadounidense.

1: los Tratados de Paz.


Las autoridades europeas consideraron que la única manera de recuperar sus economías consistía en imputarle
a Alemania todo el gasto, costos y sufrimientos de la guerra. Se plantearon una serie de propuestas que
coincidían en que la reconstrucción era posible en la medida en que Alemania hiciera frente a los gastos de la
guerra, aunque desde el inicio, los planteos que se hacían a Alemania eran impracticables e imposibles de
cumplir. Pero todo encaminado para resquebrajar a Alemania y entonces evitar cualquier intento de
supremacía futura. Así se firmaron:
 Tratado de Saint germain: se dedico a fortalecer los territorios de Polonia
 Tratado de Triamon: Hungría fue disminuida territorialmente a favor de Checoslovaquia
 Tratado de Sèvres con Turquía: Turquía perdió todas las zonas asiáticas que componían el imperio
otomano.
 Tratado de Versalles: el más significativo y conocido de todos los pactos. En este, los aliados se
ensañaban con Alemania, expropiándola de parte de Alsacia y Lorena, de la zona oriental de Polonia, y
de todas las colonias de ultramar (que fueron a parar en manos de Inglaterra, Francia y Japón) y se le
impidió tener flota mercante, se elimino su fuerza aérea y sus ejércitos estaban obligados a un recorte
menor a cien mil soldados. Planteaba un doble objetivo:
o detener cualquier posibilidad de expansión futura de Alemania
o construir un cordón sanitario para evitar el avance de la revolución bolchevique.
Alemania se comprometía con a pagar estos resarcimientos de la guerra (que alcanzaban una cifra de
31.500 millones de dólares) en un período de cuarenta años, lo que llevó al país a un descontrol económico,
agravado por un proceso hiperinflacionario. Este ahogo financiero al que fue sometida Alemania constituyó
una de las claves para que surja un movimiento antiliberal totalitario: el nazismo.
2: la Sociedad de las Naciones.
Se trató de los primeros pasos para la conformación de premisas de derecho internacional, que
abarcaron un amplio espectro de problemas. Entre los más importantes se destacan las comisiones encargadas
de evaluar los “mandatos” sobre países de África y Asia para llevarlos a la descolonización; las primeras
comisiones de protección a la infancia, la organización internacional del trabajo (OIT), etc. Muchos de estos
organismos fueron revitalizados por la ONU. Muchas son las razones que se dan para justificar la
intrascendencia de la Sociedad de las Naciones. La fundamental es que ésta se vio privada de un integrante
muy importante: Estados Unidos; el país más importante en materia industrial y financiera quedó al margen de
esta construcción institucional supranacional, y en lugar de buscar mecanismos de intervención EEUU decidió
aislarse. Por su lado, las otras naciones tampoco facilitaron las cosas: los franceses solo aspiraban a destruir a
Alemania e Inglaterra se ahogó en los propios límites de su economía. Bajo este marco, la paz propiciada por la
Sociedad de las Naciones era solo una utopía.
3: la descolonización.
La cuestión era complicada: los aliados le habían prometido a los árabes que a cambio de su ayuda les
darían como recompensa la creación de un Estado de Palestina, mientras que paralelamente se les prometió a
los judíos que su compromiso con los aliados sería atribuido con la creación del Estado de Israel. Todo en el
mismo territorio de Tierra Santa. Esa promesa recién se cumplió después de la 2da GM.
Se repartieron muchas tierras entre los vencedores y sus aliados, mientras que EEUU no obtuvo ni
aceptó nada del reparto.
Arabia Saudita se independizó en 1926, Egipto y el Líbano lo hicieron 10 años más tarde. Irak fue
descolonizada en 1930, aunque Inglaterra se aseguró la extracción y las refinerías de petróleo. También
quedaron como países independientes Finlandia, Irlanda, Lituania, Letonia, Estonia, Checoslovaquia, Hungría y
Yugoslavia.
Traverso. Capitulo 2: Revoluciones 1789 y 1917. Después 1989. Sobre François Furet y Arno Mayer.

Este texto intenta comparar cómo la historiografía y las diferentes ciencias (políticas, sociales, etc.)
mezclaron la Revolución de 1789, con la bolchevique de 1917 y con la caída de la Unión Soviética de 1989 y
cómo está explicada la violencia en sentido de la larga duración (y en esto coincide con los autores que cita y
refuta constantemente).
Acerca de las revoluciones existen un mito y un contramito. El primero sostiene que todo marcha en un
proceso común para llegar a una revolución comunista, es decir que cualquier revolución ocurrida en cualquier
parte del mundo gira a favor de ese final. FURET.
El contramito es la idea de que “cuatro fanáticos” fueron para el lado contrario al que se dirigía la
historia en ese momento y cortaron la línea de la democracia, o sea, todo lo contrario al mito, los precursores
del contramito creen que la revolución comunista fue un error generado por unos pocos, un accidente que hay
que borrar del mapa y a su vez denunciarlo porque es parte de los procesos totalitarios que tienen un alto nivel
de violencia (nazismo= fascismo= estalinismo). MAYER.

MATRIZ DEL TOTALITARISMO.


Más allá de sus diferencias, los historiadores anticomunistas comparten la misma visión del comunismo
como “ideocracia”, lo que sería un régimen fundado en una ideología y cuya evolución se derivaría de una
esencia ideológica (el concepto “ideocracia” conoció su plenitud durante la “Guerra Fría”). Furet es parte de la
escuela que comienza a ver la historia más como un proceso que como una seguidilla de acontecimientos.
Presenta el Terror jacobino como el modelo de violencia bolchevique. Este historiador adoptaba un nuevo
enfoque: no se oponían, para él, 1789 y 1793, sino que se habían vuelto dos momentos indisociables que se
sucedían en un proceso cuya matriz última era la ideología. Los jacobinos serían iguales a los estalinistas y su
ideología en común sería la del exterminio a quien no piense igual. Furet extrajo de Tocqueville la óptica de la
“larga duración”, según la cual la Revolución Francesa había sido un “coronamiento de un muy largo proceso
histórico”.
Tomando como pruebas las revoluciones inglesa y estadounidense, Furet llegó a la conclusión de que la
Revolución Francesa había sido “el complemento de un trabajo más largo, la terminación abrupta y violenta de
una obra en la que habían trabajado diez generaciones de hombres”. Desprestigia en cierto modo a la
Revolución Rusa ya que todos sus valores habrían salido de la francesa.
Sin embargo, contrario a Tocqueville, que a pesar de todo sostenía una periodización de la Revolución
Francesa en dos fases antinómicas –una primera constructiva (1789) y una segunda destructiva (1793)-, Furet
la consideraba ahora como un fenómeno ideológico-político homogéneo y continuo. Para analizar el hecho
revolucionario en la corta duración, se inspiraba en Cochin según quien su óptica, la explosión revolucionaria
tiene su fuente en una dinámica política. El Terror se volvía así la culminación inevitable de un levantamiento
revolucionario, que hallaba su matriz en la ideología. Esta ideología es la presente en la Revolución desde 1789
y su corolario era el “voluntarismo político”, es decir, la ilusión de que la política todo lo puede. En el contexto
dramático de 1793/1794 se evidenciaba en el “fanatismo militante” de los jacobinos. Furet describe la R.
Francesa como el triunfo de la ilusión política; y el comunismo sería su evolución.
Furet se abstenía de emplear el término “genocidio”, pero no dudaba en atribuir al Terror republicano
un “programa de exterminio”.
Furet y sus discípulos deshistorizaban la Revolución transformándola en una pieza en la que solo
actúan conceptos, sin espesor social y que culmina lógicamente en una metafísica del Terror. Bajo su punto de
vista, la Revolución se vuelve un concepto con existencia propia. Este autor parece olvidar que la ideología no
es un programa listo para ser aplicado, y en el fondo no explica nada.
Si Furet veía en la ideología revolucionaria la matriz de los totalitarismos jacobinos y bolcheviques,
Courtois cruza otro umbral al reducir al comunismo a un simple fenómeno criminal. Su interpretación borra las
rupturas de la historia, con su espesor social y político, con los dilemas y las elecciones casi siempre trágicas, de
sus actores, para comprimirla en una continuidad lineal, la del comunismo totalitario. La guerra civil rusa, la
hambruna, la colectivización de los campos, las deportaciones y el gulag (campo de concentración de la R.
Rusa) ya no responden a una multiplicidad de causas. Estos acontecimientos se vuelven las manifestaciones
externas de una misma ideología de naturaleza intrínsecamente criminal: el comunismo.
Traverso le critica a Furet el terreno incierto de construir equivalencias en donde no las hay, así como la
similitud que hace de la R. Rusa con el nazismo.

FURIAS.
Otro sonido de la campana es el de Arno Mayer. Lo que comparte con Tocqueville y Furet es la
tentativa de entender a la Revolución Francesa como un proceso de “larga duración”. Mayer, reconoce además
una analogía fundamental –en los objetivos, las formas y los medios- entre R. Francesa y Rusa. Esta última fue
reconocida por sus actores como una transformación radical de la sociedad, de la que el modelo francés podía
proporcionar una brújula y una clave de lectura.
Mayer rechaza la visión de cierta historiografía liberal según la cual habría, de un lado “buenas”
revoluciones, portadoras de libertades individuales, del Estado de derecho, del mercado y de la prosperidad
capitalista y, del otro, la "malas”, que serían mayoría, inspiradas por la ideología y el fanatismo, y que
desembocarían inevitablemente en la violencia. El aporte de Mayer, en cambio, tiene que ver con considerar a
las revoluciones como furias, en las que el terror constituye un momento inherente, estructurante e incluso
permanente.
Una revolución es, para este autor, una ruptura creadora de un nuevo orden que, sostenido por masas
activas, surge de un vacío de poder en el nacimiento de una crisis social y política. Esta tiende a afirmar valores
universales proyectándose hacia el futuro.
Sostendrá que no hay revolución sin violencia y hay que distinguirla bien de la violencia restauradora
del orden y del poder. Según Mayer toda revolución es indisociable de la contrarrevolución. Una engendra a la
otra y las dos se alimentan recíprocamente. La contrarrevolución no se limita a defender los valores del pasado
y el retorno a la tradición; moviliza a las masas, llama a la acción y a su turno se vuelve subversiva. La
contrarrevolución es activa y a veces tiende a adoptar los propios métodos de la revolución. Dirá que la
tradición contrarrevolucionaria es, con sus aspectos conservadores y subversivos, el antecedente y el origen de
los fascismos del siglo XIX.
Según plantea este autor, desde hace dos siglos que el debate historiográfico no hace más que
reproducir la división planteada a fines del siglo XVIII: por un lado Kant y Hegel que justificaron el terror
jacobino como un arma del progreso contra el “Mal”; por otro los que lo veían como una regresión a la
barbarie. En el conflicto que enfrenta a los “genetistas”, para quienes el terror derivaría de la ideología
revolucionaria, contra los “ambientalistas”, que lo hacen surgir de las circunstancias (la contrarrevolución y la
necesidad de hacerle frente), Mayer se ubica más bien entre los segundos. De todas formas este autor se
esfuerza por criticar las interpretaciones monocausales.
La revolución, vivida como una religión y defendida como una fe, tendía entonces a combatir a sus
enemigos como a infieles y a perseguir a los críticos que surgían en su seno como a herejes. Las “religiones
seculares” de los jacobinos y de los bolcheviques se enfrentaron a la religión tradicional de la
contrarrevolución.
Ruptura, violencia, poder constituyente, guerra civil, religión secular: las experiencias históricas
francesa y rusa ilustran la compleja articulación de los diferentes elementos del proceso revolucionario. La
violencia del Terror venía de abajo. Los jacobinos habían intentado organizarla y contenerla en un marco legal.
Ésta era la expresión de una dictadura nacida en la emergencia.
Mayer analiza la Vendeé (guerra civil francesa entre partidarios de la revolución y
contrarrevolucionarios entre 1793 y 1796) como una guerra civil clásica, marcada por la exageración y el
fanatismo de ambos bandos. Al dar forma a la resistencia católica, realista y campesina contra las
transformaciones revolucionarias, adquirió el aspecto de una reacción militar y fue reprimida por la fuerza. Por
lo tanto, la comparación con un genocidio no es apropiada, puesto que las víctimas de esta guerra fueron
esencialmente soldados. El blanco de las “furias” jacobinas no era un pueblo, sino la contrarrevolución.
Pero el Terror duró poco. Según Mayer lo que caracterizó la dinámica de la R. Francesa fue su
exteriorización a través de las guerras napoleónicas, que propagaron su impacto social y político a escala
europea.
Mayer no niega el peso de la ideología en el terror bolchevique –la violencia justificada como vía
obligada de la transición hacia un orden socialista- pero se niega a ver en ella una única causa. Según su óptica,
para explicar la violencia del poder soviético hay que relacionarla con la de la contrarrevolución. Al igual que la
Vendeé, el comunismo de guerra surgía de un contexto trágico, en el que su conducta era dictada por una
mezcla de pánico, temor y pragmatismo, cruzado con ideología y una voluntad de hierro.
Mayer no comparte las teorías “totalitaristas” que hacen del comunismo ruso el homólogo del nazismo
alemán y del fascismo italiano. Presenta al estalinismo como una amalgama de realizaciones monumentales y
de crímenes monstruosos.
Para Mayer, el recurso del concepto de genocidio resulta problemático. Al igual que la guerra de la
Vendeé, la deskulakización tampoco fue un genocidio, ya que su objetivo no era exterminar al pueblo. Si bien
es cierto que las expropiaciones, la confiscación de las cosechas, las deportaciones y la hambruna generalizada
acabaron con varios millones de víctimas, esto fue el resultado de una “revolución desde arriba” concebida y
puesta en práctica por métodos burocráticos, más improvisados que planificados, por lo tanto, con efectos
incontrolables.
Para Mayer, la R. Rusa fue mucho más violenta que la francesa y hace una periodización de la primera
en tres etapas: CIVIL (que debe ser la de la Vendeé), COLECTIVIZACIÓN DE LOS CAMPOS (1929/1933) y por
último, la etapa de las MATANZAS, PURGAS, GULAGS. Pero en esta última etapa a pesar de la cantidad de
muertos, no ve un genocidio.
No hay que establecer, según Mayer, una continuidad entre Lenin y Stalin, sino inscribirlos a los dos
con sus diferencias en un mismo proceso histórico. Entre estos dos no habría ni ruptura radical, ni evolución
lineal. La Rusia de 1917 y la de Stalin no eran iguales. Entre la violencia de una revolución y la de un sistema
totalitario hay una diferencia que pasa por elecciones, decisiones políticas, transformaciones internas del
aparato del partido y del Estado. Mayer incluye en la Revolución Rusa a la 2da GM.
Si Mayer tiene razón cuando afirma que las revoluciones no derivan de una ideología, parece pasar por
alto que éstas atraviesan no sólo etapas, sino también rupturas durante las cuales se realizan elecciones
políticas decisivas (esto lo dice Traverso).
Mayer convierte a Stalin tanto en heredero como en el ejecutor de la revolución. Hace una
comparación: el debate entre trotskistas y estalinistas hacia recordar ciertos elementos de la discusión sobre la
guerra y la paz entre girondinos y jacobinos en 1791-1792. Girondinos y trotskistas tendían a afirmar el
primado de la política extranjera, ya que la revolución europea debía sostener a la revolución nacional;
jacobinos y estalinistas subrayaban en cambio, la predominancia de la política interior.
La mayor crítica de Traverso a Mayer es que mira al holocausto como muy anticomunista (y no en clave
antisemita).

MITO E HISTORIA.
Si tratamos de comprender Octubre de 1917 más allá del mito, este acontecimiento adquiere
simultáneamente los rasgos de una revolución y un golpe de Estado: un acto de fuerza decidido por el partido
bolchevique en el contexto de una crisis revolucionaria que venía profundizándose tras la caída del zarismo
(forma de gobierno de la antigua Rusia). Los bolcheviques habían sabido explotar las debilidades y las
incoherencias de sus adversarios.
La Revolución Rusa había nacido de la Gran Guerra y su violencia surgía de un trauma profundo, de una
brutalización de las relaciones sociales, de la cultura y del mundo mental de Europa. Los bolcheviques no
fueron los inventores de esta violencia, más bien fueron sus intérpretes, enfrentados a enemigos igualmente
feroces.
Para historizar la revolución, dice Traverso, hay que abandonar los mitos pero tampoco alcanza con
eliminarlos. Más bien, habría que estudiarlos, analizarlos y explicarlos. Y para él, no hay que ver a las
revoluciones en términos de ideocracia, en términos de ideología, como lo hacen tanto Mayer como Furet.
Traverso. Capitulo 3: Fascismos. Sobre George Mosse, Zeev Sternhell y Emilio Gentile.

Si bien Mosse ha centrado sus investigaciones en la Alemania nazi, Sternhell en la Francia de la Tercera
República y Gentile en la Italia de Mussolini, todos de inscriben en una perspectiva comparativa en la que el
concepto de “fascismo” constituye su horizonte común.
Nolte y Furet serían acá historiadores antiguos. Nolte es uno de los autores que asimila todos los
totalitarismos (estalinismo, fascismo, nazismo) para dar cuenta de que todos estos no tienen ninguna ideología,
sino un solo objetivo: la obtención y la conservación del poder, pero sin forma alguna de organización o
sistematización. Furet, liberalista, cree que básicamente todo fue culpa del jacobinismo.

CONSTELACIONES HISTORIADORAS.
Mosse nació a comienzos de la República de Weimar, en una familia judía del patriarcado prusiano,
quienes fueron obligados a abandonar Alemania en 1933. Judío y homosexual, acudía a sus recuerdos y
experiencias cuando escribía sobre el problema de la respetabilidad burguesa, sobre la relación entre
nacionalismo y sexualidad, norma y alteridad, nacionalismo y vanguardia artística, así como sobre la imagen del
cuerpo en la estética fascista.
Sternhell, de generación posterior, se formó en París y tiene una impronta más bien clásica, aunque
reconoce que la explicación del fascismo italiano reside antes que nada en la ideología y en la cultura. Gentile
orienta sus trabajos más hacia la historia cultural.
De alguna manera, De Felice es el lazo que une a los tres historiadores centrales de este capítulo. Ya
desde 1983 señalaba a Mosse, Sternhell y a Gentile como los investigadores que habían hecho las
contribuciones más importantes e innovadoras al análisis del fascismo.

CULTURA FASCISTA.
Todos estos historiadores comparten una definición centrada en algunas características esenciales: el
fascismo fue a la vez una revolución, una ideología, una visión del mundo y una cultura. Revolución ya que
quería construir una sociedad nueva. Ideología porque había reformulado el nacionalismo desde una
perspectiva que, tras haber rechazado el marxismo, se oponía tanto al conservadurismo como al liberalismo,
buscando una vía alternativa. Una visión del mundo dado que inscribía su proyecto político en una visión de la
historia, quería crear un “hombre nuevo” y se presentaba como el destino providencial de la nación. Y una
cultura ya que quería transformar el imaginario colectivo, modificar los estilos de vida, suprimir cualquier
división entre vida privada y vida pública. Para los tres se trataba de una “revolución de derecha” cuyo motor
social residía en las clases medias y cuya ambición era la construcción de una civilización nueva. Dicho de otro
modo, una revolución a la vez antiliberal y antimarxista.
Durante mucho tiempo se ha definido a los fascismos con connotaciones solo negativas:
antiliberalismo, anticomunismo, antidemocrático, antisemitismo, anti-Ilustración, pero fundamentalmente
incapaz de producir una cultura original y armónica. Contra estas visiones, nuestros tres historiadores destacan
la coherencia del proyecto fascista, que se apropiaba de varios elementos preexistentes y lograba fundirlos en
una síntesis nueva: militarismo e imperialismo cambiaban el rechazo a la democracia y la igualdad en culto al
orden nacional y racial, el repudio del individualismo en adoración a la masa, la idea de fuerza en proyecto de
conquista y dominación, el principio de autoridad en visión totalitaria del mundo.
La cultura fascista exaltaba la acción, la virilidad, la juventud, el combate, traduciéndolos en cierta
imagen del cuerpo, en ciertos gestos, emblemas, símbolos que debían redefinir la identidad nacional. Todos
estos valores exigían su antítesis, que se declinaba en alteridad: la alteridad de género de los homosexuales y
de las mujeres que no aceptaban una posición subalterna; la alteridad social de los delincuentes y los
criminales; la alteridad política de los anarquistas, los comunistas y los subversivos; la alteridad racial de los
judíos. Todos cargaban con los estigmas (en el cuerpo y en la mente) de una “degeneración” que simbolizaba la
antítesis de la normalidad burguesa, tanto física como estética y moral. El intelectual que vivía en la ciudad,
lejos de la naturaleza, que no hacía deporte, que no cuidaba su cuerpo y que pensaba en lugar de actuar,
encarnaba la enfermedad y la decadencia a las que se oponían el vigor físico, el coraje, el menosprecio por el
peligro y la ética guerrera del hombre nuevo fascista. Judaísmo, homosexualidad y feminidad eran las figuras
negativas por excelencia que permitían a la estética fascista elaborar sus mitos positivos de virilidad, salud,
higiene física y moral.
Sin embargo, las figuras del judío y el homosexual no son iguales. El homosexual era estigmatizado a
causa de su “desviación”, por lo tanto, de su comportamiento; el judío a causa de su esencia. El primero debía
ser “reeducado”, el segundo exterminado.
Ninguno de los tres historiadores le atribuye al fascismo ningún carácter reaccionario, sino que lo ven
como un fenómeno totalmente revolucionario.
Mosse presenta al fascismo como el “hijo de la nacionalización de las masas”, acelerada
poderosamente durante la guerra. Quería movilizar a las masas generándoles la ilusión de ser actores y ya no
más espectadores pasivos de la política.
Mientras los antiguos historiadores plantean que los totalitarismos lo que quieren hacer es volver al
Imperio, que no hay progreso, que siempre se va hacia atrás y que son anti-capitalistas, Mosse dirá que no es
así, que son modernos y revolucionarios en base a que quieren ir hacia adelante y no hacia atrás pero no
precisamente son liberales, es decir, no son anti-capitalistas sino que son anti-liberales.
La nacionalización de las masas se expresa en un conjunto de ritos colectivos (manifestaciones
patrióticas, culto a los mártires, celebración de fiestas nacionales, monumentos, banderas e himnos) que hayan
su realización en los tiempos del fascismo y nazismo en los discursos de Mussolini en las plazas y de Hitler en el
estadio. Según Mosse, se trata de una tendencia cuyos orígenes se remontan a la Revolución Francesa con la fe
en la nación, celebrada a través de fiestas que reproducían rituales, y la relación nueva entre estética y política.
En ese sentido ve en el fascismo a un descendiente directo del estilo político jacobino. También el socialismo,
según este autor, tuvo una importante influencia sobre el fascismo en tanto modelo del que podía reproducir
ciertas formas al tiempo que rechazaba sus valores.
En la línea de Mosse, Gentile define el estilo fascista como una “sacralización de la política” y analiza la
porra como herramienta de una política purificadora y regeneradora. Este autor muestra sobre todo hasta qué
punto el propio fascismo era consciente de su dimensión religiosa, abiertamente reivindicada por Mussolini, y
descubre en el fascismo la estructura de una religión articulada en torno a cuatro dimensiones esenciales: la fe,
el mito, el rito y la comunión. Para entender la liturgia política del fascismo, la noción de “religión civil” seria,
en su opinión, mucho más pertinente que la de estatización de la política (que es la utilizada por Mosse).
Mosse no percibe al fascismo y el comunismo como dos gemelos totalitarios, pero aun así admite
reconocer en ellos una misma matriz jacobina, la única característica compartida es el antiliberalismo.
Gentile también rechaza la asimilación entre fascismo y comunismo y subraya la antítesis radical entre
el nacionalismo del primero y el internacionalismo del segundo. En cuanto a Sternhell, tampoco cree que haya
complicidad entre comunismo y fascismo. Piensa que los dos poseían una concepción totalmente opuesta del
hombre y de la sociedad. Perseguían objetos revolucionarios, pero sus revoluciones eran diferentes: una
económica y social y otra cultural, moral, psicológica y política, encaminada a cambiar la civilización pero en
absoluto a destruir el capitalismo. Mientras el comunismo se declara heredero de la Ilustración, el fascismo es
su sepulturero, en el sentido de que rechazan la matriz que sostenía que los hombres eran iguales por
naturaleza. Por lo cual rompen con la tradición, sosteniendo que desde que el hombre nace, está en una
posición desigual con respecto al otro, y a los hombres (sobre todo a los más superiores) les gusta esta idea de
desigualdad.
Mosse considera que para comprender al fascismo la historia ideológica y política no alcanza. También
hay que tomar en cuenta sus representaciones, sus prácticas y su capacidad de dar forma a los sentimientos
populares.
El nacionalismo moderno había nacido de la Revolución Francesa, y su encuentro con la sociedad de
masas, a fines del siglo XIX, había sentado las bases para el nacimiento del fascismo, que tendría lugar tras la
ruptura de 1914.
Los mitos, los símbolos y la estética adquirieron un lugar preponderante en los trabajos de Mosse, en
detrimento de otros componentes fundadores del fascismo. Este último, heredó sin dudas el estilo político del
jacobinismo, que funcionó como punto de partida de la conversión del nacionalismo en región civil, pero su
ideología y su visión del mundo se forjaron en un conflicto con la filosofía de la Ilustración y con todos los
valores proclamados por la R. Francesa.

IDEOLOGÍA.
Sternhell al privilegiar el mundo de las ideas capta el núcleo del fascismo en la anti-Ilustración. Pero su
tendencia presenta límites. En efecto, el enfoque de este autor se caracteriza por su rechazo normativo a toda
contribución de la historia social. Según explica, el fascismo tiene razones intelectuales profundas y agrega que,
para comprenderlo la historia social no será de gran ayuda. Para él, el fascismo es una corriente nacida en
Francia a fines del siglo XIX. En sus orígenes estaría el encuentro y la fusión entre dos tradiciones políticas hasta
entonces antinómicas: una de izquierda y la otra de derecha. La “derecha revolucionaria”, primera
manifestación del fascismo, era el producto de una síntesis entre corrientes de derecha que, bajo el impacto de
la sociedad de masas, habían optado por dar una impronta populista a su nacionalismo, y corrientes de
izquierda que habían tomado una orientación nacionalista. El rechazo hacia la democracia política y el
liberalismo habrían estado en la base de esta fusión entre derecha populista e izquierda nacionalista. Por lo
tanto, el perfil ideológico del fascismo habría tomado forma mucho antes de 1914, y la Francia de la Tercera
República habría sido su verdadero laboratorio.
En la línea de Mosse, Gentile sigue convencido de que el fascismo necesitó, para nacer de la Primera
Guerra Mundial, su verdadera matriz. Esta fue la que provocó el derrumbe definitivo del orden europeo, la que
cuestionó el orden liberal y confirió al nacionalismo un carácter nuevo, mucho más agresivo, militarista,
imperialista y antidemocrático. Fuera de esta ruptura, el nacimiento del fascismo y del nazismo nunca hubiera
podido producirse tal como lo reconocían sus propios protagonistas. Entonces se podría decir que, mucho más
que el fascismo, Sternhell ha echado luz sobre el prefascismo, cuyos elementos constitutivos recién se habrían
reunido después de la inflexión 1914/1918.
En resumen, Sternhell borra las diferencias que separan al prefascismo del fascismo y, después, el
movimiento fascista del régimen fascista, diferencias que han estado en el centro de atención de los
historiadores desde hace décadas.
Otros críticos de Sternhell han destacado su limitada concepción del fascismo como síntesis entre dos
tradiciones políticas, una proveniente de izquierda y la otra de derecha. Aunque esta visión puede encontrar
puntos de apoyo en los casos de Francia e Italia no puede generalizarse. No se halla ningún componente de
izquierda en el origen del nazismo alemán o del franquismo español, por ejemplo. O sea que se trata de una
concepción que transforma en paradigma al caso francés, mucho más débil que otros casos de fascismos
europeos, ya que llegó al poder muy tarde, por un período muy corto, en virtud de una derrota y de una
ocupación militar sin las cuales es dudoso que hubiera logrado constituirse en régimen.

(CON RESPECTO AL CASO ESPAÑOL, del teórico este fue el verdadero laboratorio de la 2da GM. El
ejército se arma contra el parlamento y hay una guerra civil. Este ejército estaba liderado por Francisco Franco.
Los franquistas tuvieron el apoyo de la Iglesia, entre otros sectores. Hasta la muerte de Franco dura su
gobierno, 1975. Recibieron el apoyo de Mussolini. La diferencia entre el régimen de este último y lo que
ocurrió en España es que uno es totalitario mientras que el otro es autoritario. El autoritarismo se alza sobre la
sociedad civil, no con ella. Los echa del espacio público, reduciéndolos al ámbito privado desde las relaciones
de producción hasta los festejos. En el totalitarismo todo es público, él define a la sociedad, es un Estado que
continuamente tiene que lograr que el individuo se refleje en él, por lo tanto de que se movilice. Por ende, no
hay ámbito de lo privado. El totalitarismo es represivo con aquello que no considera propio. Eso que sí
considera propio debe sentirse parte y estar “cómodo”. Es decir que mientras el autoritarismo busca la
desmovilización y despolitización, el totalitarismo es todo lo contrario.)

¿REVOLUCIÓN O CONTRARREVOLUCIÓN?
Nuestros tres historiadores coinciden en subestimar una característica importante del fascismo: el
anticomunismo. Ninguno de ellos ignora este aspecto pero tampoco le atribuyen un papel decisivo. Esta
subestimación tiene diferentes orígenes. En Mosse, se debe sobre todo a su desvalorización de la dimensión
ideológica del fascismo, el acento puesto en sus aspectos culturales, estéticos y simbólicos. En el caso de
Sternhell, deriva de su interpretación del fascismo como reacción puramente antiliberal o, más precisamente,
de su reducción del fascismo a una expresión moderna de la anti-Ilustración, de la que el anticomunismo no
sería más que una variante. Finalmente, los tres subestiman el anticomunismo porque insisten en la naturaleza
revolucionaria del fascismo. Ahora bien, el anticomunismo modela al fascismo desde el comienzo hasta el final
de su trayectoria. En tanto que antibolchevismo, el fascismo no aparece mucho como revolucionario, sino más
bien como un fenómeno típicamente contrarrevolucionario. La revolución fascista no podía definirse de otra
manera más que por una oposición radical a la revolución comunista. En este sentido se trataba de una
revolución contra la revolución. En el fondo, esta dimensión contrarrevolucionaria es la que constituye el
zócalo común de los fascismos en Europa, más allá de sus ideologías y sus recorridos diferentes (justamente en
nombre del anticomunismo, el fascismo italiano, el nazismo y el franquismo convergían en un frente común
durante la Guerra Civil Española). En varios aspectos el anticomunismo fue más fuerte que el antiliberalismo en
el fascismo. Desde ya que tampoco hay que reducir los fascismos a anticomunismo, pero este último sigue
siendo indispensable para juntar diferentes elementos y para transformar una ideología en política, y una
visión del mundo en un programa de acción. Dicho de otro modo, el fascismo no existiría sin el anticomunismo
aunque no se reduzca a él.
Está claro que los fascismos instauraron regímenes nuevos, destruyendo al Estado de derecho, el
parlamentarismo y la democracia liberal, pero (con excepción de la España franquista) llegaron al poder por
vías legales y nunca transformaron la estructura económica de la sociedad. A diferencia de las revoluciones
comunistas, que modificaron radicalmente las formas de la propiedad, los fascismos siempre integraron en su
sistema de poder a las antiguas elites económicas, administrativas y militares. Ningún movimiento fascista llegó
al poder sin el apoyo, aunque sólo sea por defecto, de las elites tradicionales.
La insistencia en esa matriz revolucionaria del fascismo lleva a nuestros historiadores a subestimar e
incluso negar, la presencia de un componente conservador en el seno del fascismo. Los tres insisten en su
dimensión moderna, en su voluntad de edificar una “civilización nueva”, y en su carácter totalitario, olvidando
un poco demasiado rápido que el conservadurismo acompaña a los fascismos.
Para Mosse, el fascismo es totalitario en la medida en que se relaciona con cierta tradición jacobina.
Para Sternhell es totalitario en tanto crítica moderna de la Ilustración que apunta a regenerar la comunidad
nacional. Y para Gentile, en tanto proyecto de modernización de la sociedad, basado en el culto a la técnica y
en el mito del hombre nuevo. Estos enfoques están lejos de restituir la complejidad de la relación que mantuvo
el fascismo con el conservadurismo. El modernismo exhibido y reivindicado por parte del nazismo y del
fascismo italiano no impidió a ambos regímenes asimilar corrientes conservadoras en el momento de su
instalación, ni tampoco integrar ciertos pilares del conservadurismo en su sistema de poder. Con un reflejo
conservador, pero no por una adhesión profunda a la visión del mundo y al proyecto de purificación y de
dominación racial de Hitler, las elites económicas y el ejército de Alemania apoyaron su régimen,
convirtiéndose en componentes indispensables (y es precisamente al tomar conciencia de que, para consolidar
su poder necesitaba el apoyo de las fuerzas conservadoras esenciales de la sociedad italiana que Mussolini
aceptó, primero, hacer su régimen a la sombra de la monarquía actual de ese momento y luego decidió llegar a
un acuerdo con la Iglesia católica). Esto es aún mucho más válido para el caso francés, que ocupa el centro del
análisis de Sternhell. A pesar de los rasgos fascistas del régimen, este se sitúa más cerca del conservadurismo
que del fascismo.
Queda el problema de la violencia. Los tres autores coinciden en destacar la importancia del
militarismo y del imperialismo, del culto del combate y del nacionalismo guerrero en el corazón del fascismo.
Mosse, con su interpretación de que la consecuencia central de la Gran Guerra ha sido el acostumbramiento de
la sociedad a la masacre industrial, captó una clave para explicar la violencia nazi durante el segundo conflicto
mundial. Pero eso no está integrado en su definición de fascismo, que sigue limitada a su base cultural, mítica y
simbólica. Para este historiador, los campos de exterminio no eran en el fondo más que un aspecto “técnico”
del nazismo. Gentile destacó la importancia de la creación del Imperio para el perfeccionamiento del Estado
totalitario italiano, pero no se interrogó sobre el lazo existente entre la ideología y las prácticas del régimen.
Este autor destaca la incapacidad del anterior de ver en la militarización de la política uno de los elementos
constitutivos del fascismo. No obstante en sus trabajos no se preocupa demasiado por comprender la violencia
del fascismo italiano. Sternhell directamente deja de lado el problema. Al hacer del nacionalismo francés de
fines del siglo XIX el tipo ideal de fascismo excluye la violencia de sus elementos constitutivos. En esencia,
ninguno de los tres reconoce a la violencia como un rasgo consustancial al fascismo, desplegada como la forma
de la represión en masa, de un sistema de campos de concentración o de prácticas de exterminio. Sin embargo
es un aspecto de gran peso muy presente en la conciencia histórica y en la memoria colectiva de las sociedades
europeas.

USO PÚBLICO DE LA HISTORIA.


Si abordamos las interpretaciones del fascismo desde el ángulo de su impacto en la conciencia histórica
y en la memoria colectiva vemos que Mosse abrió el camino para el desarrollo de la memoria del Holocausto
en el mundo occidental.
En Italia, los estudios centrados en la dimensión cultural y simbólica del fascismo acompañaron su
despolitización en tanto objeto de memoria. La liturgia del fascismo quedó inscripta en el patrimonio nacional
mientras que el antifascismo fue descalificado, reducido a la acción de una minoría. De este modo, el fascismo
encarnaría la memoria nacional mientras que el antifascismo sería un producto de la muerte de la patria. La
violencia del fascismo fue puesta en paréntesis, se borraron sus aspectos genocidas y se relativizó su
complicidad con la política del exterminio nazi. Para comprender el fascismo, no alcanza con estudiar sus
autorrepresentaciones, ni tampoco es suficiente reducirlo a la imagen que daban de él sus enemigos.
Los trabajos de Sternhell alteraron de manera muy saludable el antiguo consenso historiográfico sobre
la inexistencia de un fascismo francés y se convirtieron en uno de los momentos más destacados del despertar
del síndrome de Vichy.
Lettieri. Capítulo 13: Los Totalitarismos
Al finalizar la Primera Guerra, se creía que la democracia era un sistema imperfecto, que sólo había
florecido en algunos lugares con condiciones excepcionales, como EE.UU. Tampoco las leyes del liberalismo
económico primaron. Cada vez aumentaba más la intervención de los Estados Nacionales. Sumado a esto, se
formó un nuevo sistema, el comunismo. Por miedo al “peligro rojo” (entre otras razones) se multiplicaron las
tendencias nacionalistas de sesgo autoritario, a partir de la conducción de un líder carismático que pretendía
concentrar el poder: son los casos del fascismo italiano y el nazismo alemán.

I. El Estalinismo.
Para la mayor parte de los autores marxistas, la Revolución Francesa fue la precondición indispensable
para la Revolución Rusa. Pero la Revolución Rusa se desprestigió, y no le dejó ningún aporte positivo a la
sociedad. Sus características principales fueron: un partido único, la prohibición de la libertad de expresión y de
reunión, una enorme burocracia que gobernó en beneficio propio, la censura, la imposibilidad de manifestarse
en disidencia, el miedo y el autoritarismo. Furet dice que el universo de ideas del socialismo fue travestido por
una vanguardia y luego por un partido único para tratar de justificar desde la crítica del capitalismo una de las
peores dictaduras de la historia. En el período de entreguerras surgen corrientes nacionalistas & autoritarias.
Para los inicios del siglo XX Rusia todavía era una potencia militar muy importante pero también era
una de las sociedades más retrasadas de Europa. Sociedad aristocrática con una monarquía absoluta en la que
el régimen parlamentario había fracasado. Compuesta por terratenientes muy poderosos y campesinos
miserables, no contaba con una burguesía fuerte ni con una clase obrera numerosa: se basaba en la
agricultura. Por todas esas razones se descartaba como sociedad ideal para la puesta en práctica de las ideas
científicas de Marx y Engels ya que la revolución debería ser la consecuencia de la evolución máxima del
capitalismo. (Los teóricos habían sostenido que el lugar ideal para que se diera la revolución era Alemania)
En la revolución Rusa, la idea de Lenin de disolver el Estado, una vez sentadas las bases de la nueva
sociedad a través de la Dictadura del Proletariado, se pospuso y nunca se llevó a cabo. Es más, el Estado se
había consolidado y agigantado. La Revolución Rusa presentó numerosas contradicciones: las medidas
estatizadoras de bancos, propiedades y ferrocarriles que se aplicaban multiplicaban el hambre y la miseria.
Estos resultados intentaban disimularse con el argumento de que su causa radicaba en la acción de los
contrarrevolucionarios del Ejército Blanco que combatían al Ejército Rojo organizado por Trotsky. Cuando cesó
la contrarrevolución, se aplicó la Nueva Política Económica (NEP) que planteaba la privatización de las
pequeñas y medianas propiedades, y la asignación de un papel más protagónico a la iniciativa individual.
Al morir Lenin, Stalin encara la dirección a costas de sangrientas matanzas de opositores y
competidores. La Revolución Rusa no constituyó un proceso de revolución social, sino la imposición de una
dictadura política y un Estado autoritario. Las autoridades manipulaban y coaccionaban a los soviets para que
pareciera que la implantación de las políticas era fruto de su accionar (los soviets eran comités de reunión,
asambleas populares urbanas, que eran minoritarias y dentro de ellas tenían participación mayoritaria los
obreros y soldados). Por lo tanto, había una dictadura y un orden autoritario del gobierno que no solo excluía al
90% de la población, sino que tampoco atendía las iniciativas del 10% restante.
Ese orden autoritario se fue prolongando en el tiempo. PLANIFICACIÓN, palabra clave desde la llegada
del Stalin al poder en 1924. La idea de planificación implicaba la creación de oficinas burocráticas que se
convirtieron en la columna vertebral del régimen. Esto quedó claro con los “Planes Quinquenales” que
alcanzaron un éxito notable, ya que lograron la transformación económica de la URSS imponiendo el desarrollo
de la industria pesada, pero que también tuvo victimas: los campesinos pasaron por la sobreexplotación y la
disminución de consumo de calorías diario. Así, el desarrollo industrial se costeo con recursos del sector
agropecuario.
Elemento importante en materia cultura: la Revolución Rusa planteó el concepto del “Hombre Nuevo”
comunista. Solidario, comunitario. Le dedicaba una parte significativa del tiempo a la cultura y al deporte. Sin
embargo, hasta que no estuvo avanzado el proceso de construcción revolucionaria no se concretó la
alfabetización y el desarrollo cultural en todo el ámbito de la Unión Soviética.
Rusia auspicia la creación de partidos y de sindicatos comunistas en todo el mundo.
La primera y segunda Internacional fracasan, la primera por conflictos y debates internos, la segunda
por contradecir su principio anti bélico apoyando la 1ra GM.1919: creación de la Tercera Internacional. Ya no
jugaban un papel decisivo las necesidades de la clase obrera, sino las necesidades la URSS. Esta imponía su
ideología al resto de los partidos que la conformaban.

II. El Fascismo.
1- La revolución espartaquista.
El éxito de la Revolución Rusa provocó el pánico entre las clases dirigentes occidentales, teniendo en
cuenta, además que debido a la situación de guerra los trabajadores, obreros y campesinos estaban armados.
De acuerdo con los análisis previos se creía que la revolución comunista se iba a dar en Alemania donde
había un fabuloso desarrollo de las fuerzas productivas y sociales; era el lugar en el que los obreros estaban
mejor organizados sindicalmente, existía una conciencia de clase, partidos de masas y además, las masas
trabajadoras vivían en una constante sobreexplotación. Este era el lugar ideal para la revolución. Por este
motivo, cuando se produjo la revolución en la Unión Soviética, la burguesía alemana rápidamente se asustó
más que sus similares de Inglaterra o de Francia, aunque el miedo se había generalizado.
La revolución espartaquista fue impulsada por un grupo socialista radicalizado cuyos principales
dirigentes habían sido encarcelados por oponerse a la guerra mundial, adoptando el nombre del líder de la
rebelión de los esclavos de la Roma clásica. La Rebelión Espartaquista fue el primer síntoma que parecía
anunciar la revolución socialista en Alemania. Organizada por un grupo de socialistas, plantearon un plan
orgánico de acción revolucionaria que incluyó la amnistía para todos los adversarios de guerra, civiles y
militares, la abolición del estado de sitio, la anulación de todas las deudas de guerra, la expropiación de las
minas, la banca y fábricas privadas, de la gran y mediana propiedad rural, la reducción del horario laboral, el
aumento de salarios, la abolición de los tribunales militares, de la pena de muerte, de los títulos nobiliarios, la
entrega de alimentos y bienes de consumo y la expropiación de tierras y propiedades nobiliarias.
El programa espartaquista apuntó a realizar un golpe mortal a la guerra y la política del gobierno
imperial. Para esto se convocó a la conformación de soviets y se constituyó el Consejo Obrero Provisional. Se
convocó a una insurrección general generando agitación callejera que se consolidó cuando los marinos se
amotinaron negándose a reprimir. La revolución avanzaba de la periferia al centro.
Los líderes moderados y conservadores advirtieron que resultaba indispensable sacrificar al Kaiser
Guillermo II y al régimen imperial para impedir la victoria de la revolución.
En un primer momento los revolucionarios parecieron ganar la apuesta. La represión no consiguió
frenar el movimiento de masas que se adueñó de Berlín dirigiéndose a las cárceles para liberar a los presos
políticos. Una vez tomado el control de la ciudad de Berlín, los revolucionarios debieron afrontar el dilema de
organizar su poder, generando nuevas instituciones y relaciones sociales.
Sin embargo la burguesía alemana contaba con un cuerpo de oficiales ágiles y disciplinados y con una
dirigencia política madura que no dudó en convocar a los sectores reformistas para formar parte del gobierno
provisional ofreciendo la chancillería a su máximo líder Friederich Ebert. Esta burguesía era consciente de que
la victoria de las tendencias socialistas significaba su propia declinación política. Por esta razón, aunque en un
primer momento se había opuesto al programa espartaquista, una vez iniciada la revolución debió respaldarla
para no quedar marginada en el proceso histórico.
Así fue que desde adentro, la burguesía alemana, buena parte de la oficialidad, los políticos
socialdemócratas reformistas, se encargaban de desarticular el movimiento revolucionario. Se organizaban
grupos de choque callejeros “anti-bolchevique”. Gracias al auxilio de los jefes militares y los grupos
parapoliciales se reprimió a los revolucionarios y se los presionó para que abandonaran las imprentas
expropiadas a los grandes editores donde publicaban su prensa diaria. En el terreno laboral, los sindicalistas
reformistas otorgaban reivindicaciones salariales para generar consenso y mitigar a los revolucionarios.
La limitada capacidad organizativa hace que las fuerzas revolucionarias no logren resistir. Se consolida
el régimen provisional y la represión aumenta. En 1919 el baño de sangre planificado por la dirigencia
socialdemócrata hace que pierdan la vida muchos revolucionarios, entre ellos Rosa de Luxemburgo. El gobierno
se consolida. Los Consejos son despojados de su poder. El gobierno declara estado de sitio. Termina la
revolución espartaquista

El Fin de las Hostilidades


La inserción de EEUU en la guerra significaba un golpe muy duro para el Estado Mayor alemán, sobre
todo teniendo en cuenta el pánico que generaba la posibilidad de una reiteración de la Revolución soviética en
el territorio alemán. Alemania llegó a un acuerdo secreto con Inglaterra que planteaba que la primera se
reconocía vencida y reclamaría la paz pero el otro bando no impondría sanciones graves ya que la amenaza
revolucionaria era un problema común para todos los bandos. Sin embargo, los acuerdos de Versalles no
respetaron el espíritu de las negociaciones secretas.
Alemania a duras penas pudo frenar la revolución espartaquista, su régimen político se hundió, el
emperador abdicó y se sucedieron gobiernos provisionales hasta que en 1919 se consiguió fundar una
república parlamentaria, la República de Weimar, extremadamente débil. En ésas condiciones se presentaron a
la mesa de negociaciones del pacto de Versalles. Francia quería vengarse e imponer medidas duras como por
ejemplo: le impuso a Alemania la expropiación de Alsacia y Lorena (zona industrial), le prohibió tener aviación,
le diezmo su ejército y le obligo a pagar todos los gastos de la guerra.
A partir de aquí Hitler comenzó a predicar su doctrina nacionalista en contra de esta humillación que
había significado para Alemania el Pacto de Versalles, hasta la fundación del partido nazi.

La República de Weimar
Régimen democrático creado por políticos que no eran demócratas por convencimiento, sino por
necesidad. El régimen estaba compuesto por un presidente (electo por sufragio popular indirecto por 7 años),
una cámara baja del Parlamento y una cámara alta.
La Constitución de Weimar promulgada en 1919 proclamó la República. Tenía características modernas
e innovadoras con herramientas para la participación popular y el referéndum que permitían que el electorado
introdujese sus propias iniciativas de ley.
La República de Weimar debió afrontar graves problemas. Los partidos políticos boicotearon el
funcionamiento del régimen, impulsando programas poco realistas o intentando concentrar porciones de
poder excesivas. Se cuestionó constantemente su legitimidad, tanto desde la extrema izquierda que la acusaba
de ser un instrumento de las clases acomodadas para prevenir la revolución, como de la extrema derecha
alemana que se oponía públicamente a la democracia parlamentaria y proponía a cambio un régimen
autoritario conservador. La derecha comienza a tener mucho poder formando muchos clubes y revistas, es en
esos lugares donde se gesta el movimiento autoritario nacionalsocialista.
En 1920 se produjo un intento de golpe de Estado derechista, el Putsh de Kapp, bajo el mando de un ex
capitán de la marina. Una huelga general de trabajadores comunistas y socialistas que paralizó Berlín puso fin a
la iniciativa. De todas maneras, en ese mismo año fue evidente la pérdida de consenso que tenía la República
de Weimar.
Ésta experimentó una serie de gobiernos inestables. Las clases medias alemanas comenzaron a darle la
espalda al régimen Para 1930 ya había sido necesario formar más de una docena de gabinetes. La violencia
política sumada a una grave situación económica debilitó severamente a la República de Weimar.

2- La Experiencia Fascista.
Italia había luchado en la Primera Guerra del lado de los vencedores y no había recibido nada a cambio.
Esto dio lugar a un discurso nacionalista muy fuerte que denunciaba que a Italia se le había reclamado la sangre
de sus hijos y que no se la había recompensado como se debía. Además argumentaban que la monarquía
parlamentaria de Víctor Manuel provocaba burla entre las naciones. Se sostenía que era un régimen débil, que
no tenía peso en el contexto internacional. Al finalizar la Primera Guerra se fortalecieron el Partido Socialista y
el Partido Comunista. La CGT proponía la formación de soviets obreros. El nivel de conflicto social era muy
elevado ya que a lo largo de la 1ra GM habían llevado adelante emprendimientos industriales que significaron
un aumento de la población obrera. Al finalizar la guerra, la condición de vida cayó y aumentó la desocupación,
lo cual posibilitó la idea de que si el régimen parlamentario no daba respuestas, habría que buscarlas por otro
lado. Los sindicatos y partidos de izquierda se presentaban como una alternativa atractiva para los obreros.
Dentro del socialismo desarrolló sus primeros pasos Benito Mussolini (comediante frustrado), quien
rápidamente rompió relaciones con el partido y se alió con sectores de la derecha. Mussolini supo explotar el
temor respecto de la posibilidad de expansión del socialismo. Allí dio un giro drástico, de dirigente del Partido
Socialista se transformó en un violento opositor. A partir de ahí, elaboró un discurso que sintetizaba un
afiebrado nacionalismo, valores comunitarios y la recuperación de la gloriosa Roma imperial.
Mussolini fundó el Movimiento Fascista en 1919 y en 1920 adoptó una organización paramilitar. Su
objetivo era contener el descontento social imponiendo un orden rígido, a través de una síntesis de represión y
consenso estableciendo nuevamente una nación gloriosa. En 1921 se fundó el Partido Fascista con una
organización compuesta por una fuerza de choque llamada las “camisas negras” (imitadas luego por las SA en
Alemania) que perseguían a los opositores, golpeándolos con palos, baleándolos y hasta acuchillándolos. La
misión frente a los sectores medios y propietarios era garantizar que el socialismo y el comunismo no se iban a
extender en Italia.
El fascismo creció muy rápido, y empezó a ser visto por los sectores propietarios tradicionales y las
clases medias italianas como una garantía para sus intereses dado que Mussolini era anti huelguista, anti
socialista y anti comunista. Creó sindicatos de obreros desocupados para evitar que se enrolaran en el
socialismo o el comunismo. En 1922 en un clima de guerra civil, las escuadras de Mussolini atacaron
municipios, sindicatos y comités partidarios de izquierda y asesinaron a muchos de sus dirigentes. De esta
manera, el fascismo se empezó a convertir en un movimiento preocupante, para un régimen político en crisis,
absolutamente ilegitimo y falto de representatividad. Los resultados electorales del fascismo se superaban en
cada elección. Mussolini consideró que su hora había llegado y organizó la “Marcha sobre Roma” en 1923 de la
que participaron 2 millones de personas. Ante tal demostración el Rey convocó a Mussolini a formar parte del
gobierno.
Durante los primeros años mantuvo una fachada parlamentaria, pero fue adquiriendo poderes plenos.
Sus seguidores le adjudicaban el rol de Il Duce (el conductor). En 1925 disolvió el régimen parlamentario pero
mantuvo la figura simbólica del monarca. Creó un Estado corporativo antimarxista. Se prohibieron las huelgas.
Reemplazó el Parlamento por el Consejo Nacional corporativo formado por obreros y empresarios aunque con
atribuciones únicamente consultivas. El hombre se integraba a la sociedad en condición de trabajador a partir
de su profesión u oficio.
Siendo anticomunista, formuló una alianza con la Iglesia Católica y la protestante y preservó una fluida
relación con el Papa: en 1929 firmó acuerdos con el Papa que impusieron la enseñanza religiosa en las escuelas
y se estableció la religión Católica como la oficial del Estado Italiano.
Al igual que en el nazismo, se premió a las familias numerosas, se castigó a los solteros y se prohibió la
emigración. Se impuso el dopolaboro, que apuntaba a desarrollar el placer sano, estimulando las prácticas
deportivas, la creación artística y filosófica.

III. El Nazismo.
1- Los Antecedentes
La Revolución espartaquista de 1917 asusta a los alemanes burgueses que apoyan una represión
violenta en contra de esta, de esta manera fue liquidada a sangre y fuego. A las clases dirigentes alemanas les
había quedado muy en claro que les resultaría imposible luchar contra Francia, Inglaterra y los EEUU si, a la vez,
debía afrontar al fantasma revolucionario. 1918: el tratado de Versalles perjudica seriamente a Alemania y
debilita considerablemente a la República de Weimar. Inglaterra no puede seguir con el acuerdo que tenía con
Alemania y decide dar un paso al costado, por lo que Francia impone una línea muy dura de sanciones para
Alemania. Este momento es clave porque a partir de ahí comienza a hacerse notar la posición de Hitler y de
otros grupos nacionalistas que finalmente iban a coincidir en la formación del partido nazi.
2- La Presentación en Sociedad
La crisis alemana de 1923 implicó el primer proceso de hiperinflación del mundo capitalista. Los índices
de desocupación fueron altísimos y la depreciación de la moneda llegó a un punto tal que cuando los billetes
llegaban a los bancos eran quemados porque no tenían valor alguno. De esta forma se divulgó el trueque.
Tanto desde la izquierda como desde la derecha alemana consideraban que era necesario un cambio.
La izquierda planteaba que la República de Weimar era una república burguesa subordinada a los intereses del
imperialismo internacional. Ante esto, la única alternativa era la revolución. El nacionalismo decía que la guerra
en la que había participado Alemania no representaba los intereses alemanes, sino los del capital judío
internacional que manejaba a los políticos como a marionetas. Efectivamente, buena parte de los propietarios
de fábricas en Alemania eran judíos que la derecha acusaba de usureros y prestamistas, afirmando que se
habían enriquecido a costa del sufrimiento ajeno hasta el punto de hacer que el Estado ingrese en una guerra
irracional en 1914, para presionarlos luego a que la abandonen, firmar una paz de compromiso y continuar
operando como si nada hubiera pasado. Es entonces que los nacionalistas utilizan este argumento para culpar
a los judíos de los fracasos en la guerra y de la crítica situación económica alemana.
La derecha consideraba que la República de Weimar había tolerado un crecimiento indiscriminado del
comunismo y llamaba a la creación de un movimiento que se alzara con el poder para recuperar las tradiciones
alemanas y para colocarla en un lugar respetable dentro del tablero mundial. Éste discurso se observa en un
texto escrito por Hitler donde culpa a los judíos por su condición de capitalistas, prestamistas y empresarios
que llevaron a Alemania a la guerra, además de acusarlos de haber realizado la revolución comunista en Rusia
ya que su vanguardia dirigente manifestaba mayoritariamente esa confesión. Hitler (violinista fracasado)
durante una reunión de gabinete, irrumpió con un revolver exigiendo la renuncia de todos los miembros. Fue
preso durante unos meses, pero esto lo ayudó a que la comunidad alemana empezara a conocerlo.
EEUU consideraba que Alemania estaba entre la guerra civil y la Rev. Socialista. Por eso se le otorgó un
préstamo en dólares, en condiciones excepcionales. Tenía el compromiso de adoptar una serie de medidas
como la creación de una nueva moneda, reducción del gasto público, disminución del gasto político, aumento
de la competitividad, etc. Gracias a esto, en 1925 la economía alemana remontaba, hasta 1928 que volvió a
caer, por los capitales golondrinas que se fueron a la Bolsa de Wall Street. A partir de ese año, Alemania entro
en una grave crisis, producto del festival especulativo.
Cuando la economía alemana cayó, apareció Hitler y argumentaba que EEUU no era más que una agencia que
administraba los intereses del capital judío internacional. Luego del fracaso de la reconstrucción económica
sólo quedaban 2 caminos: la revolución socialista o la alternativa nacionalista. Las clases medias y propietarias
respaldaron a Hitler.

3- La Experiencia del Nazismo


De 1924 a 1928 la expansión económica calma las tensiones sociales y políticas. 1928-29: estalla la
crisis económica, política y social.
Entre 1930 y 1931 la cifra de desocupados aumentó considerablemente en Alemania. El costo de vida
se multiplicó, los bancos estaban en quiebra, desaparecieron los mecanismos de crédito y crecieron las
presiones de los organismos internacionales para la devolución de préstamos que había recibido Alemania.
En 1930, el Partido Socialista obtuvo una cifra muy significativa en carácter de votos. Esto generó
temores que le brindaron apoyo al partido nazi. Sumado a que la crisis alemana era el caldo de cultivo ideal
para la aparición de líderes carismáticos manipuladores, demagogos, que aprovechan las situaciones de
decadencia para contar con el apoyo emocional de la masa. Los nazis aparecen como la respuesta a la crisis y
como la oposición al temido comunismo.
El Partido Nazi contaba con dos segmentos diferenciados: “Secciones de Asalto” (SA) y “Secciones de
Seguridad” (SS). Las SA intimidaban a los opositores y difundían el temor a los comunistas y socialistas, por lo
general sin llegar al asesinato. Las SS eran secciones militarizadas vinculadas con el ejército. Agredían a los
líderes militantes del PC o del PS, tomando protagonismo después de 1933.
El Estado encontró muchas dificultades para controlar el nazismo, y luego de la llegada de Hitler a la
cancillería, resultó imposible. Esto se debía a que la República de Weimar era extremadamente débil. La policía
no reprimía y el ejército se excusaba. Algunos militares comulgaban con el nazismo y otros no, pero todos se
oponían a la expansión del comunismo y aceptaban que, ya que el gobierno estaba en manos de corruptos,
débiles e incapaces, la herramienta para controlarlo eran los grupos formados por el Partido Nazi.
En 1933 el presidente Hindenburg debió renunciar y le ofreció a Hitler la cancillería. 2 días después de
su designación, Hitler cerró el Parlamento y convocó a nuevas elecciones. Las SA iniciaron una campaña de
terror persiguiendo a opositores e incendiaron el Parlamento, acusando a los comunistas. Se arrestó a 4000
afiliados y se cerró el partido comunista. Al cerrar los otros partidos, el Partido Nazi se transformó en partido
único. Hitler obtuvo poderes absolutos. El terror se había instalado junto con el régimen totalitario. El nazismo
contó con el apoyo de al menos el 50% de la sociedad alemana en las elecciones. Cerró el parlamento.
Hitler era apoyado por mucha gente, y todas sus políticas fueron aprobadas públicamente y
respaldadas en las convocatorias públicas en donde Hitler anunciaba sus acciones futuras. Hitler eliminó a las
SA, instaló la GESTAPO (policía secreta) y la SS para controlar meticulosamente a la sociedad.

4- La Propaganda Nazi
Propaganda nazi similar a la soviética. Similar ocupación del espacio público. Difusión de mensajes,
instalación de símbolos y figuras con el objetivo de moldear las mentes de los jóvenes. Entrenarlos para
convertirlos en el “hombre nuevo” nazi: disciplinado, eficaz, deportista y patriota. Dos organizaciones
entrenaban a los adolescentes en el manejo de las armas y la educación física. Se utilizó la prensa, la radio y el
cine para glorificar el régimen y adoctrinar al pueblo. En las bibliotecas públicas se queman libros considerados
“peligrosos”. Al igual que en el caso soviético, se desarrolló una estética monumental tendiente a ocupar los
grandes edificios con gigantescas fotos y dibujos del líder, y con símbolos ligados al nazismo. El estado se
entrometía hasta los confines mas íntimos de la vida privada.

5- Racismo y Genocidio
El nazismo apuntaba a recuperar la comunidad racial primigenia, una comunidad de espíritu del pueblo
alemán. Definen a la “raza alemana” (concepto fundamental: pureza de raza) como una etnia, una cultura
única y pura. A partir del ´35 hubo persecuciones y golpizas que afectaron a la comunidad judía. Los judíos
perdieron la nacionalidad alemana, su derecho a sufragar, se les impidió ocupar cargos públicos y ejercer las
profesiones de médico, veterinario, farmacéutico, empleado de banco y de ferrocarril, dentista, etc. Se
estableció la política genocida de eliminación sistemática, de expropiación de sus propiedades y de esclavitud.
Imposible de ocultarla, se requirió de la complicidad de la sociedad alemana. Para el nazismo, antes de eliminar
al judío había que sacarle hasta la última gota de sudor.
El nazismo se presentaba como el justo equilibrio entre el comunismo y el capitalismo más exacerbado,
respetando la propiedad privada e incentivando la matriz comunitaria, respetando la individualidad. El
nazismo incentiva a los alemanes puros a casarse y tener hijos (a los solteros se les cobraba un impuesto), de
hecho premiaba a los matrimonios entre alemanes y se les prohibía a los “puros” casarse con una persona que
no tuviera su misma condición.
El Estado respetaba la propiedad privada, ya que era un Estado que se había levantado con un garante
de las clases propietarias y las clases medias alemanas, tanto urbanas como rurales. La única solidaridad de un
alemán era con su patria.
El nazismo prometía mejoras salariales y mejoras en la calidad de vida de todo el pueblo alemán.

6- Expansión económica y guerra


Después de la 1ra GM, Alemania tenía prohibido poseer fuerzas armadas superiores a los 100 mil
soldados. No podía tener aviación, marina, ni submarinos. Hitler, en 1934 convenció a EEUU y a Inglaterra de
que debía reconstruir sus fuerzas armadas para evitar el avance del “peligro rojo”. Y de ese modo comienza el
crecimiento de la industria bélica.
Debido a la crisis del 29, Alemania comenzó a establecer acuerdos bilaterales con todos los países del
este europeo. Se estableció un sistema por el cual se establecían equivalencias entre los productos industriales
alemanes y productos primarios del resto de los países. En este intercambio no entraba el dinero sino que se
generaban créditos y débitos entre las partes, sistema similar al del trueque. El problema era que Alemania
manipulaba la cotización para beneficiarse. De todas formas, a los otros países no les quedaba otra que
aceptarlo. Con el paso del tiempo Alemania fue adquiriendo un carácter casi imperial.
Por otro lado, dado el escaso comercio internacional, las naciones debían empezar a fabricar sus
propios productos, desarrollando así sus propias industrias. Alemania logro desarrollarse primera y así generó
una relación de dependencia con el resto de los países.
Alemania fue consolidando su economía en el contexto del nazismo. Esto es muy importante porque
Hitler era un líder carismático y básicamente la única forma de mantener esa condición de líder pasaba por
demostrar que con él Alemania estaba mejor que antes.
El impulso de la industria armamentística provocó que la desocupación desaparezca. Occidente no
reacciona ante las políticas de los nazis, lo veían como una barrera para el comunismo. Sin embargo, lo que se
puede ver es que Occidente actuó con una complicidad notable, ya que ningún país hizo nada al respecto.
Junto con la “pureza de la raza” coexistía la teoría del “espacio vital” que consistía en que los Estados
eran organismos que tenían que crecer y desarrollarse en todas sus posibilidades. Al encontrar un límite, o lo
hacían estallar o acababan ellos mismos como Estados. En el caso en que no se desarrollara, ese Estado podía
ser legítimamente dominado por otro. Esta teoría fue utilizada para legitimar el proceso de expansión. Con el
este de Europa, empezaron a modificarse las relaciones, de comerciales pasaron a ser de dominio territorial.
Hasta que en 1939, la invasión a Polonia marcó el inicio de la 2da Guerra M.
La idea de Hitler sobre la 2da GM era la de una guerra relámpago, que ocasionara el menor costo y se
resolviera lo más rápido posible porque intentaba no perder el consenso de la población. Pretendía invadir
Francia y recuperar sus antiguos territorios, y en el camino explotar los territorios conquistados al máximo. La
ciencia se subordinó a objetivos militares de exterminio masivo y se atacaban objetivos puntuales que
causaban un daño terrible. Y así Hitler conquista Europa del este y gran parte de Francia
Inglaterra no estaba segura de ingresar del lado francés y en un principio, EEUU no quería participar.
Alemania, entonces firmó un pacto de no agresión con Stalin, y se aseguró el objetivo de la guerra relámpago.
Stalin rompió el pacto y se transformó en una guerra convencional, y Hitler se vio obligado a atacar a Rusia. En
este avance puso en juego millones de vidas y reclamó un costo económico enorme. Pero Hitler no utilizaba
todos sus recursos humanos disponibles en la población alemana porque quería mantener la idea de progreso
y prosperidad alemana, es por eso que a pesar que Alemania perdió, en proporción fue una de las naciones que
menos muertes tuvo.

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