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¿Qué dice la Biblia sobre el divorcio y la separación?

Jehová espera que los casados cumplan con los votos que hicieron el día de la boda.
Cuando unió a la primera pareja, dijo: “El hombre [...] tiene que adherirse a su esposa, y
tienen que llegar a ser una sola carne”. Siglos después, Jesucristo citó esas mismas
palabras y añadió: “Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún
hombre” (Génesis 2:24; Mateo 19:3-6). Como vemos, Jehová y Jesús consideran que el
matrimonio es una unión para toda la vida, una unión que solo termina cuando muere
uno de los cónyuges (1 Corintios 7:39). Dado que se trata de una institución sagrada,
no deberíamos tomar a la ligera la idea de disolverla. De hecho, Jehová odia los
divorcios que se realizan sin base bíblica (Malaquías 2:15, 16).
Según la Biblia, ¿qué motivo válido hay para divorciarse? Pues bien, Jehová ha
indicado que detesta la inmoralidad sexual (Génesis 39:9; 2 Samuel 11:26, 27; Salmo
51:4). Tanto la aborrece, que permite el divorcio cuando hay fornicación. (En el capítulo
9, párrafo 7, se explica qué abarca la fornicación.) En realidad, a quien Dios ha
concedido el derecho de decidir si permanecerá casado o se divorciará es al cónyuge
inocente (Mateo 19:9). Por tanto, si este decide disolver el matrimonio, no estará
haciendo nada que Jehová odia. Ahora bien, ningún miembro de la congregación debe
animarlo a dar ese paso. De hecho, teniendo presentes determinadas circunstancias, el
cónyuge inocente tal vez opte por permanecer con su pareja, particularmente si observa
verdadero arrepentimiento. En todo caso, es él —que tiene el derecho bíblico a
divorciarse— quien debe decidir y asumir las consecuencias (Gálatas 6:5).
Por otro lado, existen situaciones extremas en las que un cristiano o cristiana opta por
separarse, o incluso divorciarse, pese a que su pareja no ha cometido fornicación.
Cuando esto sucede, la Biblia establece que quien decida irse “permanezca sin casarse,
o, si no, que se reconcilie” (1 Corintios 7:11). De modo que, en tales casos, el cristiano
no queda libre para comenzar a relacionarse con otra persona con miras a volver a
casarse (Mateo 5:32). Veamos ahora varias situaciones excepcionales que han llevado a
algunos a separarse.
Negativa a mantener a la familia. Hay esposos que no cubren las necesidades básicas de
su familia, pero no porque no puedan, sino porque no quieren; y, como resultado, la
someten a graves privaciones. ¿Qué dice la Biblia sobre ellos? “Si alguno no provee
para los [...] miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe.”
(1 Timoteo 5:8.) En caso de que un marido así rehúse cambiar, la esposa tendrá que
determinar si la separación legal es un paso necesario para velar por el bienestar de sus
hijos y el suyo propio. Ahora bien, siempre que se acuse a un cristiano de este tipo de
negligencia, los ancianos de la congregación investigarán el asunto a fondo, ya que
constituye un motivo por el que podría ser expulsado.
Maltrato físico muy grave. Hay quienes se vuelven tan agresivos que ponen en peligro
la salud, o incluso la vida, de su pareja. Si el cónyuge maltratador es cristiano, los
ancianos deben analizar el caso, pues los arrebatos de cólera y la conducta violenta son
motivos de expulsión (Gálatas 5:19-21).
Peligros muy graves para la vida espiritual. Hay cónyuges que intentan impedir por
todos los medios que su pareja sirva a Jehová o que incluso tratan de obligarla a violar
de algún modo los mandatos bíblicos. En tales casos, el cónyuge cristiano tendrá que
determinar si la única manera de “obedecer a Dios [...] más bien que a los hombres” es
obteniendo la separación (Hechos 5:29).
Conviene destacar que en casos tan extremos como los anteriores no debe animarse al
cónyuge inocente ni a separarse de su pareja ni a permanecer con ella. Aunque los
ancianos y otros hermanos maduros pueden brindar apoyo y dar consejos bíblicos,
deben reconocer que, en definitiva, el único que conoce lo que pasa entre marido y
mujer es Jehová. Si una cristiana (o un cristiano) exagerara la gravedad de sus
problemas matrimoniales para justificar su separación, no estaría honrando ni a la
institución matrimonial ni al propio Dios. Además, Jehová sabe si alguien está
recurriendo a maquinaciones astutas, sin importar lo bien tramadas que estén. En efecto,
“todas las cosas están desnudas y abiertamente expuestas a los ojos de aquel a quien
tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Ahora bien, si existe una situación sumamente
peligrosa y, como último recurso, el cristiano decide separarse, nadie debería criticarlo.
En último término, “todos estaremos de pie ante el tribunal de Dios” (Romanos 14:10-
12)

¿Qué dice la Biblia acerca del divorcio y el segundo


casamiento?

Pregunta: "¿Qué dice la Biblia acerca del divorcio y el segundo casamiento?"

Respuesta: En primer lugar, no importa el punto de vista que tome en el asunto del
divorcio, es importante recordar las palabras de la Biblia de Malaquías 2:16ª: “Yo
aborrezco el divorcio –dice el SEÑOR Dios de Israel”. De acuerdo con la Biblia, el plan
de Dios es que el matrimonio sea un compromiso de toda la vida. “Así que ya no son
dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mateo
19:6 NVI). Sin embargo, Dios comprende que el divorcio va a ocurrir, debido a que un
matrimonio involucra a dos seres humanos pecadores. En el Antiguo Testamento Dios
estableció algunas leyes, a fin de proteger los derechos de los divorciados,
especialmente de las mujeres (Deuteronomio 24:1-4). Jesús señaló que aquellas leyes
fueron dadas a causa de la dureza de los corazones de la gente, más no porque fueran el
deseo de Dios (Mateo 19:8).
La controversia de si el divorcio y el segundo casamiento son permitidos de acuerdo
con la Biblia, gira principalmente alrededor de las palabras de Jesús en Mateo 5:32 y
19:9. La frase “excepto en caso de infidelidad conyugal” es lo único en la Escritura, que
posiblemente da el permiso de Dios para el divorcio. Muchos intérpretes entienden esta
“cláusula de excepción” como refiriéndose a “infidelidad conyugal” durante el período
de “desposorio”. En la costumbre judía, un hombre y una mujer se consideraban
casados, aún mientras todavía estaban comprometidos, es decir, “prometidos”. La
inmoralidad durante este período de “desposorio” debería entonces ser la única razón
válida para un divorcio.

Sin embargo, la palabra griega traducida como “infidelidad conyugal” es una palabra
que puede significar cualquier forma de inmoralidad sexual. Esto puede significar
fornicación, prostitución, adulterio, etc. Posiblemente Jesús está diciendo que el
divorcio es lícito, si se comete inmoralidad sexual. Las relaciones sexuales como tales
son una parte integral del vínculo marital “y serán una sola carne” (Génesis 2:24; Mateo
19:5; Efesios 5:31). Por tanto, una ruptura de ese vínculo, por medio de relaciones
sexuales fuera del matrimonio, debería ser una razón lícita para el divorcio. Si es así,
Jesús también tiene en mente el segundo matrimonio en este pasaje. La frase “y se casa
con otra” (Mateo 19:9) indica que el divorcio y el segundo casamiento son permitidos
en una instancia de la cláusula de excepción, sea como sea interpretada. Es importante
notar que solamente a la parte inocente se le permite volver a casarse. Aunque esto no
está indicado en el texto, la concesión del segundo casamiento después de un divorcio,
es la misericordia de Dios para aquel contra el que se ha cometido pecado, no para el
que ha cometido inmoralidad sexual. Puede haber instancias donde a la “parte culpable”
se le permite volver a casarse – pero tal concepto no es enseñado en este texto.

Algunos entienden 1ª Corintios 7:15 como otra “excepción”, que permite el segundo
casamiento si un cónyuge incrédulo se divorcia de un creyente. Sin embargo, el
contexto no menciona el segundo casamiento, sino que solamente dice que un creyente
no está limitado a continuar un matrimonio, si un cónyuge no creyente quiere
abandonarlo. Otros demandan que el abuso a cónyuge o hijo son razones válidas para el
divorcio, aunque no están listadas como tales en la Biblia. Aunque éste, bien pudiera ser
el caso, nunca es sabio suponer sobre la Palabra de Dios.

Algunas veces, perdidos en la discusión sobre la cláusula de excepción, está el hecho de


que lo que quiera que signifique “infidelidad marital”, ésta es un permiso para el
divorcio, no un requisito para el mismo. Aún cuando se haya cometido adulterio, una
pareja puede por medio de la gracia de Dios aprender a perdonar, y comenzar a
reconstruir su matrimonio. Dios nos ha perdonado mucho más. Con seguridad podemos
seguir Su ejemplo y aún perdonar el pecado del adulterio (Efesios 4:32). Sin embargo,
en muchas instancias, un cónyuge es impenitente y continúa en inmoralidad sexual.
Posiblemente ahí es donde Mateo 19:9 puede ser aplicado. Muchos también cuentan
demasiado rápido con el segundo casamiento después de un divorcio, cuando el deseo
de Dios sería que permanezcan solteros. Algunas veces Dios invita a una persona a
permanecer soltera, de manera que su atención no sea dividida (1ª Corintios 7:32-35). El
segundo casamiento después de un divorcio puede ser una opción en algunas
circunstancias, pero eso no significa que esta es la única opción.
Es doloroso que el índice de divorcio entre los cristianos profesos sea casi tan alto como
el del mundo incrédulo. La Biblia deja meridianamente claro que Dios odia el divorcio
(Malaquías 2:16) y esa reconciliación y perdón deberían ser las marcas de la vida de un
creyente (Lucas 11:4; Efesios 4:32). Sin embargo, Dios reconoce que el divorcio se va a
dar aún entre Sus hijos. Un creyente divorciado o vuelto a casar no debería sentirse
menos amado por Dios, aún si su divorcio o segundo matrimonio no estuvieran
cubiertos bajo la posible cláusula de excepción de Mateo 19:9. Dios a menudo utiliza
aún la desobediencia pecaminosa de los cristianos para llevar a cabo una gran cantidad
de cosas buenas

¿Prohibió Jesús el divorcio?


Muchos se preguntan por qué Jesús adoptó una posición rígida con respecto al
matrimonio y no comprendió que a veces las relaciones fracasan. Pablo y
los evangelistas tradujeron su mensaje a un contexto cultural diferente. ¿Qué
puede hacer la Iglesia hoy?Un día se le acercaron a Jesús los fariseos y le preguntaron
en qué casos podía el hombre divorciarse de su mujer. Jesús les respondió que nunca,
porque el hombre no puede separar lo que Dios ha unido. Los discípulos reaccionaron
molestos, y replicaron que si ésa era la situación del casado respecto de su mujer, mejor
era no casarse. Pero Jesús añadió que, aunque ellos no lo entendieran, ésa era una
exigencia fundamental para entrar en el Reino de Dios (Mt 19,1-12).
Después de dos mil años, esta frase de Jesús sigue siendo la base en la que se asienta la
doctrina matrimonial de muchas Iglesias cristianas, que prohíben a sus miembros
divorciarse y volverse a casar bajo pena de negarles la comunión. Pero ¿por qué Jesús
asumió una postura tan rígida frente al matrimonio? ¿Acaso el maestro bueno
y comprensivo no se dio cuenta de que a veces las relaciones de las parejas fracasan, y
que muchos tienen necesidad de rehacer sus vidas y volver a amar? ¿O es éste el único
tropiezo del que un cristiano no puede levantarse y recomenzar? Para descifrar el
enigma, debemos examinar cómo se practicaba el divorcio en los tiempos de Jesús.
Cuidado con el mal carácter
Según la Biblia todo judío, si quería, podía divorciarse de su mujer. Era un derecho
otorgado por Moisés mediante una ley que decía: “Si un hombre se casa con una mujer,
y después descubre en ella algo que no le agrada, le escribirá un acta de divorcio, se la
entregará y la despedirá de su casa” (Dt 24,1).
La norma era clara. Bastaba que el hombre redactara un escrito y se lo diera a su mujer.
Lo que no estaba claro era qué motivo autorizaba al hombre a divorciarse. Porque la ley
decía que tenía que haber “algo” que no le agradara. Pero ¿qué era ese algo?
Como Moisés no lo había aclarado, los judíos posteriores durante siglos trataron de
entender a qué se refería. Lamentablemente no se pusieron de acuerdo, y se formaron
dos escuelas. La más flexible, del rabino Hillel, lo interpretaba en sentido amplio: ese
“algo” podía ser cualquier cosa: que la mujer quemara la comida, no se atara el cabello,
gritara en la casa o tuviera mal carácter; incluso en el siglo II el rabino Aquiba decía que
si el hombre encontraba otra mujer más linda, ya había “algo” que le desagradaba en la
suya y podía divorciarse. La segunda escuela, del rabino Shammai, era más estricta:
sostenía que un hombre sólo podía divorciarse por una causa gravísima: el adulterio de
su mujer. Ningún otro motivo lo autorizaba. En tiempos de Jesús el tema no estaba
resuelto, de modo que unos seguían las directivas de Hillel y otros las de Shammai. Ésta
es la razón por la que los fariseos interrogaron a Jesús sobre el tema del divorcio.
Querían saber a cuál de las dos escuelas se adhería. Pero Jesús los sorprendió con su
respuesta: a ninguna. Para él, el hombre no puede divorciarse jamás bajo ninguna causa,
sea leve o grave.
No apto para enamorados
Lo primero que debemos preguntarnos es si las palabras de Jesús constituían una
verdadera ley, es decir, una norma obligatoria para todos los hombres, o era sólo una
invitación, una sugerencia ideal para quienes pudieran y quisieran cumplirla. Algunos
biblistas, impresionados por la dureza de estas palabras, creen que se trataba sólo de un
consejo, no de un precepto obligatorio que todos debían observar. Pero el Nuevo
Testamento da a entender otra cosa, ya que san Pablo, cuando habla de la prohibición
del divorcio, dice claramente que es una “orden del Señor” (1 Cor 7,10).
¿Por qué Jesús se puso tan firme? Es que en aquel tiempo, el matrimonio se celebraba a
edad temprana: 13 años para las niñas y 17 para los varones. Los rabinos enseñaban:
“Dios maldice al hombre que a los 20 años aún no ha formado una familia”. Esto hacía
que las parejas no se casaran por amor, sino que sus padres arreglaran el matrimonio
(Ex 22,15-16). Así, en la Biblia vemos cómo Abraham manda a su mayordomo a buscar
esposa para Isaac (Gn 24,1-53), Agar elige la mujer para Ismael (Gn 21,21), Judá decide
con quién se casará su hijo Er (Gn 38,6), el militar Caleb dispone quién será el marido
de Aksá (Jos 15,16), y el rey Saúl hace lo mismo con Merab (1 Sm 18,17). El
casamiento en Israel, pues, no era una alianza de amor sino un acuerdo social: el
hombre necesitaba tener hijos y la mujer necesitaba quien la mantuviera. Se trataba de
un convenio con beneficios para ambas partes. Eso no significa que necesariamente no
hubiera amor en las parejas; con el tiempo muchas llegaban a amarse.
El fastidio de Dios
No era un arreglo social ecuánime porque la mujer se hallaba en inferioridad de
condiciones respecto del varón. Ella era considerada una “pertenencia”, una
“propiedad” de su marido, al mismo nivel que su buey o su asno (Ex 20,17; Dt 5,21), y
éste gozaba de diferentes derechos. Así, el marido podía acostarse con otra mujer y no
cometía adulterio (Ex 21,10); pero si la mujer lo hacía, incurría en un grave delito; el
marido podía divorciarse si quería, pero la mujer no tenía derecho a hacerlo (Dt 24,1).
Él podía mandarla, dominarla y decidir por ella.
En ese contexto jurídico y social, era evidente que si un hombre se divorciaba de su
mujer y la despedía del hogar, la dejaba totalmente desprotegida. Difícilmente otro
hombre querría desposar a una repudiada. Ella debía regresar a la casa de sus padres, los
cuales muchas veces eran ancianos (si no habían muerto) y ya no podían mantenerla.
Quedaba así forzada a vivir de la caridad pública, en una situación de total precariedad,
indefensión económica y desamparo social. En algunos casos, la única salida era la
prostitución. Resultaba tan degradante que el profeta Isaías menciona a la mujer
repudiada como ejemplo del sufrimiento más grande en Israel (Is 54,6). Y el profeta
Malaquías, para mitigarlo, llega a decir que Dios “odia al que se divorcia de su mujer”
(Mal 2,16). Aún así, si un hombre ya no deseaba vivir con su esposa y quería
divorciarse, podía hacerlo sin demasiadas contemplaciones. Por eso Jesús, al prohibir el
divorcio, lo que hizo fue ponerse de parte del más débil, del más expuesto y amenazado
socialmente: la mujer.
En casa hay que vivir en paz
Sin embargo, vemos con sorpresa cómo esta “orden terminante” de Jesús fue más tarde
suavizada por los autores bíblicos y adaptada a las diversas circunstancias que les
tocaron vivir, de manera que en el Nuevo Testamento la encontramos en cuatro
versiones diferentes. El texto más antiguo está en la 1º Carta a los Corintios, de san
Pablo, y dice: “A los casados, no les ordeno yo sino el Señor: que la esposa no se separe
de su marido. Si se separa, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su esposo. Y
que tampoco el marido despida a su mujer” (1 Cor 7,10-11). Hasta aquí, Pablo repite lo
que dijo Jesús. Pero a continuación agrega: “Si el cónyuge es no creyente y quiere
separarse, entonces que se separe; en ese caso el cónyuge creyente no está ligado;
porque el Señor los llamó para vivir en paz” (1 Cor 7,15). Vemos que aquí Pablo
permite una excepción. Porque él constataba que en sus comunidades, cuando un
pagano se convertía al cristianismo, no siempre era acompañado por su cónyuge, lo cual
generaba tensiones y roces. Al ver esto, permitió la separación en sus comunidades
alegando una razón importante: que pudieran “vivir en paz”. O sea que Pablo, apenas
veinte años después de la muerte de Jesús, ya adaptó la enseñanza original a la situación
misional que le tocaba vivir.
Por un desorden sexual
Décadas más tarde, san Mateo presenta una segunda versión de la norma. Según él,
Jesús habría dicho a los fariseos: “Moisés les permitió divorciarse de sus mujeres; pero
yo les digo que el que se divorcia de su mujer, excepto en caso de inmoralidad sexual, y
se casa con otra, comete adulterio” (Mt 19,8-9). Para Mateo, Jesús permite una segunda
excepción: en caso de “inmoralidad sexual”. Cuando esto ocurre, el hombre puede
divorciarse y volver a casarse. En realidad, no fue Jesús quien introdujo esa excepción
sino el mismo Mateo. ¿Por qué? Porque la inmoralidad sexual, en la comunidad donde
él vivía, era un tema muy grave y urticante que generaba serias dificultades en la
convivencia matrimonial. Por lo tanto, para evitar males mayores y salvaguardar la paz
de las conciencias, Mateo autorizó, en esas circunstancias, la disolución del vínculo.
¿A qué “inmoralidad sexual” se refería? Es difícil saberlo. La palabra griega que emplea
(pornéia) es un término genérico que puede designar distintos desórdenes: adulterio,
incesto, prostitución, vida disipada, flirteo con otro hombre. Por eso las Biblias no se
ponen de acuerdo y ofrecen distintas traducciones. Pero sea cual fuere su significado, lo
interesante es que Mateo permitió una excepción a la indisolubilidad matrimonial
señalada por Jesús.
Lo imposible no se prohíbe
En el Evangelio de Marcos descubrimos una tercera enseñanza diferente sobre el
divorcio. Según éste, en su discusión con los fariseos Jesús dijo que el hombre no debe
divorciarse de su mujer (Mc 10,9); y cuando sus discípulos le pidieron una explicación,
les aclaró: “Quien se divorcia de su mujer y se casa con otra comete adulterio contra
aquella; y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc
10,11-12).
Tenemos aquí una nueva sorpresa. Según Marcos, lo que ahora Jesús prohíbe no es el
divorcio, sino volver a casarse. Mientras Mateo decía que Jesús condenaba la separación
en sí, debido a la desprotección en la que quedaba la mujer, Marcos no prohíbe que el
hombre se separe. Puede separarse. Lo que no puede hacer es casarse otra vez. Esto se
debe a que Marcos escribe para los cristianos de Roma; y allí la mujer gozaba de una
autonomía social superior y podía contar con medios propios de supervivencia, de
manera que la simple separación de su marido no la afectaba en su dignidad. Por eso un
cristiano de su comunidad, si andaba mal con su mujer, podía divorciarse y seguir
considerándose cristiano. Pero no podía tomar una segunda mujer.
Esta no fue la única adaptación que hizo Marcos. También dice que Jesús prohibió que
“la mujer se divorciara de su marido”. Eso jamás podía haberlo dicho Jesús. Él enseñó
en Palestina, y ante un auditorio judío. Y según la ley judía, la mujer no podía
divorciarse. ¿Qué sentido tiene prohibir algo que no se puede hacer? Pero como Marcos
escribió en Roma, donde la ley sí otorgaba a la mujer el derecho al divorcio, extendió la
prohibición de Jesús también a ella, para que quedara en claro que, aunque la ley civil lo
autorizaba, Jesús no lo consentía.
Que se note su grandeza
Finalmente, en el Evangelio de Lucas hallamos la última versión sobre el divorcio (que
también aparece en un segundo texto de Mateo: 5,32). Para Lucas, Jesús enseñó: “Todo
el que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con
una divorciada por su marido, comete adulterio” (Lc 16,18). Según este dicho, Jesús no
sólo prohibió a un divorciado volver a casarse, sino también a un soltero casarse con
una divorciada. ¿Por qué Lucas asumió esta postura? Porque en el Antiguo Testamento
los sacerdotes, debido a que eran hombres especialmente consagrados a Dios, no podían
casarse con una divorciada, cosa que sí podían hacer los demás judíos (Lv 21,7). Al
parecer, Lucas quiso extender este particular estilo de vida a todos los cristianos de su
comunidad, para decir que también ellos eran consagrados a Dios, y por lo tanto sus
vidas debían ser especiales y preservadas de cuanto pudiera deshonrarlas. Vemos pues
que, si bien Jesús prohibió el divorcio, su norma fue más tarde adaptada por los autores
bíblicos según las necesidades de cada comunidad, de manera que hoy tenemos
diferentes versiones de ella: a) según Pablo, Jesús permitió el divorcio si un cónyuge se
convertía al cristianismo y el otro no; b) según Mateo, Jesús permitió el divorcio en
caso de inmoralidad; c) según Marcos, lo que prohibió fue que un divorciado se volviera
a casar; d) y según Lucas, prohibió incluso que un soltero se casara con una divorciada.
Entre Papas y Concilios
También la tradición de la Iglesia se mantuvo indecisa en cuanto al modo de aplicar ese
mandato de Jesús. Mientras en los siglos III al VI algunos Santos Padres orientales
rechazaron absolutamente el divorcio, otros lo aceptaron en caso de adulterio; por
ejemplo Orígenes († 255), Basilio Magno († 379), Gregorio Nacianceno († 390),
Epifanio († 403), Juan Crisóstomo († 404), Cirilo de Alejandría († 444), Teodoreto de
Ciro († 466) y Víctor de Antioquía (s.V). También muchos escritores eclesiásticos
latinos de los siglos III al VIII aceptaron el divorcio en casos extremos, como Tertuliano
(† 220), Lactancio († 325), Hilario de Poitiers († 367), el Ambrosiaster (s.IV),
Cromacio († 407), Avito († 530) y Beda el Venerable († 735). Además, varios Concilios
aceptaron y regularon el divorcio, como el de Arlés (año 314), el de Agde (año 506), el
de Verberie (año 752) y el de Compiègne (año 757). El de Verberie establecía: “Si una
mujer intenta dar muerte a su marido, y éste lo puede probar, puede divorciarse de ella y
tomar otra”. Y el de Compiègne decía: “Si un enfermo de lepra lo permite, su mujer
puede casarse con otro”. Hasta hubo Papas que autorizaron el divorcio y nuevo
casamiento, como Inocencio I (siglo V), quien lo permitía ante el adulterio de la mujer;
y san Gregorio II (siglo VIII), que lo consentía si la esposa estaba enferma.
Sólo a fines del siglo XII, con el papa Alejandro III, se estableció de manera definitiva
la postura actual de la Iglesia católica, que prohíbe absolutamente el divorcio y nuevo
casamiento. Es decir que ni la Biblia, ni la tradición, ni los primeros mil años de historia
cristiana respaldan la doctrina de que el matrimonio debe ser “hasta que la muerte los
separe”.
Acompañar otra vez al débil Jesús prohibió el divorcio. Y tenía una buena razón. En
su tiempo el matrimonio era un acuerdo social, establecido por los padres, cuyo móvil
era la conveniencia mutua y no el amor; y en caso de romperse el pacto, la mujer
quedaba socialmente indefensa y expuesta a una vida inhumana. Por eso asumió la
defensa del más débil y condenó la separación.
Hoy la Iglesia debe preguntarse: ¿aquella prohibición sigue teniendo vigencia? ¿Es
aplicable al matrimonio moderno? Ciertamente no. Primero, porque en la sociedad
actual la mujer puede ganarse la vida sola, sin necesidad del varón. Segundo, porque el
“móvil” que hoy lleva a dos personas a casarse es el amor; y si éste fracasa, no se les
puede prohibir volver a buscarlo. En tiempos de Jesús no podía decirse que el amor se
acababa, porque no había sido el móvil del matrimonio; por eso no era motivo para el
divorcio.
Es decir que hoy, habiendo desaparecido las dos razones por las que Jesús prohibió el
divorcio, aquella orden ya no tiene vigencia. ¿Qué debería hacer la Iglesia? Lo mismo
que hizo Jesús: ponerse de parte del más débil. Y el más débil es el que se separa.
Cuando un hombre se divorcia suele quedar lastimado, inseguro, con problemas
económicos, añorando a sus hijos, con los que no volverá a tener una relación natural.
Por su parte, la mujer muchas veces se siente abandonada, triste, sola y con dificultades
para volver a creer en el amor. ¿Qué tiene de bueno el divorcio? Nada. Todo divorcio es
una masacre emocional, el fin de una ilusión, la brutal ruptura de un proyecto que se
creía para siempre. Por eso sólo la persona que llega a una situación insostenible lo
concreta. Y por eso la Iglesia, en vez de castigarla, debería cuidarla más que a los
felizmente casados, abrirles las puertas de la comprensión, de los sacramentos, y la
incorporación a sus instituciones.
Uno de los encuentros más grandiosos de la vida de Jesús fue con una mujer cinco
veces divorciada, que además vivía en concubinato: la samaritana (Jn 4). ¿Hoy Jesús le
negaría un encuentro de comunión a un divorciado vuelto a casar? Si Pablo, Marcos,
Mateo y Lucas supieron traducir su mensaje sobre el divorcio a un contexto cultural
diferente, sería bueno que la Iglesia hoy también lo hiciera. Que vuelva al Evangelio y
no separe lo que Dios ha unido: el hombre con Jesús.

UN MUY BREVE ESTUDIO SOBRE LA SEPARACIÓN Y EL DIVORCIO


CRISTIANO

Recientemente, en mi entorno más cercano, he vivido una muy triste historia de


divorcio entre dos personas que profesan la fe cristiana desde hace años.

Lo que en un principio algunos pensamos que sería una crisis matrimonial


pasajera, finalmente se convirtió en una persona que se divorcia de su legítimo
cónyuge sin que mediara adulterio por parte del otro cónyuge (única excepción), y
que a los pocos meses se casa con otra persona que profesando ser cristiana
también, ha dejado a su pareja (cristiana) y sus hijos en un país lejano para irse a
vivir con esta "nueva pareja".

El entorno eclesial en el que esto ha sucedido se autodenomina "fundamentalista"


y "Bíblico". Sin embargo he observado mucha confusión y falta de "fundamento"
en la manera en la que este caso se ha llevado tanto por parte de la Iglesia como
por parte de las personas de fe cristiana del entorno de esta pareja ahora
tristemente rota.

Hablo de un tipo de iglesias y un entorno donde se condena a un hermano


por beber un vaso de vino o cerveza o donde se excluyó a un hermano (se le invitó
amablemente a irse a otro sitio) por una diferencia doctrinal tan tonta como creer
en que la iglesia pasará por la Gran Tribulación frente a la teoría del
arrebatamiento secreto antes de dicho acontecimiento.

Lo primero que haré entonces, para traer algo de luz a este tema, es definir los dos
conceptos de los que habla la Biblia: Separación y Divorcio. No son lo mismo.

LA SEPARACIÓN:

NO es una ruptura del lazo matrimonial. Un diccionario cualquiera la define como


"Interrupción de la vida en común de dos personas casadas, por común acuerdo o
por decisión de un tribunal, sin que se rompa definitivamente el matrimonio".

De hecho en los códigos civiles de los países occidentales se mantiene la obligación


de guardar fidelidad al cónyuge del que uno se ha separado. Es evidente que en la
sociedad actual solo las personas de firmes convicciones morales o religiosas
mantienen esta fidelidad.

La Biblia nos habla de este caso por ejemplo en 1ª de Corintios 7: 11-12:

"...y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido"

El contexto nos muestra que la separación no es el estado ideal ni la voluntad de


Dios para un matrimonio cristiano. Pero si por diversos motivos (maltrato físico,
abusos, etc.) uno de los cónyuges decide separarse y abandonar la vida en común,
la Biblia parece indicar con toda claridad que esto es posible, pero que sigue siendo
un matrimonio en toda regla, y que debe permanecer casto, sin casarse y en todo
caso debe buscar la reconciliación.

EL DIVORCIO:

En el caso del Divorcio, los códigos civiles del mundo hablan de él como una
disolución del lazo matrimonial. El matrimonio deja de existir y uno puede
entonces volverse a casar. En la sociedad actual existen numerosas causas de
divorcio, y hoy en día se habla hasta del "divorcio express". Desgraciadamente
esta falsa idea ha entrado en la Iglesia, y no es raro encontrarse con
congregaciones donde muchos de sus miembros han estado unidos a otras personas
no una ni dos, sino tres o más veces.

Sin embargo el Nuevo Testamento deja claro que solo hay UNA razón legítima
ante Dios para divorciarse entre cristianos (y esto incluye a parejas donde uno solo
de los dos cónyuges lo es): El adulterio.

Todas las otras razones que uno pueda proponer para repudiar a (divorciarse de)
su pareja son falsas: Falta de amor, malos tratos, impedimento de seguir la fe, etc.
que solo tienen como salida la separación, pero NO el divorcio. Veámoslo:

"Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación,
hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio..."
(Jesús en Mateo 5:32).

Jesús deja claro que solo hay una causa legítima para repudiar a la
pareja (divorciarse): "...por causa de fornicación..."

Una persona que se divorcia de su marido o mujer por cualquier otra


causa comete un gravísimo pecado. Por ello la Biblia nos dice de ella:

"La cual abandona al compañero de su juventud, y se olvida del pacto de su Dios.


Por lo cual su casa está inclinada a la muerte, y sus veredas hacia los muertos"
(Prov. 2:16-18)

El libro de Proverbios esté lleno de terribles advertencias sobre el adulterio, y


siempre lo relaciona con la muerte. No es una casualidad.

Una persona cristiana o no, divorciada por una causa que no sea el adulterio de su
cónyuge, que se vuelve a casar, está cometiendo adulterio y fornicando a los ojos de
Dios. En el Antíguo Testamento el adulterio era uno de los pocos pecados punibles
con la muerte. Entre los cristianos primitivos, que lo veían como un pecado
gravísimo, era lo que llamaban un "pecado de muerte" (ver 1ª Juan 5: 16-17) que
en la actual Iglesia de Roma se denomina por tradición "Pecado Mortal" (para la
Iglesia de Roma uno pierde su salvación si muere en ese pecado).

En el mundo evangélico que quiere seguir la Biblia y ser medianemente


consecuente con ella, hay una sola actitud que mantener con los que llamándose
cristianos o hermanos son fornicarios o adúlteros:

"Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano,
fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal
ni aun comáis" (1ª Cor. 5:11).

No es popular. No es "políticamente correcto". Hay un precio que pagar.

Solo debemos recibir como creyentes en Jesús en nuestras iglesias, casas y


reuniones a una persona así cuando haya dejado su pecado. La excusa del "amor"
o de la posible restauración no es válida mientras esta persona continúe en su
adúltera relación. Debemos romper todo lazo (eso incluye tenerle en las redes
sociales como si nada) con el que persevera en un pecado de este calibre de forma
impenitente. No basta que esa persona "pida perdón" si no abandona su pecado.

Decía Calvino que hasta un perro ladra cuando su amo es atacado. ¿No haremos
nada nosotros cuando un escándalo de esta gravedad se quiere tratar en la iglesia
de Jesús como si nada? Este perro que escribe estas líneas ladrará mientras tenga
voz.

En muchas iglesias, sobre todo el entorno y contexto Norteamericano, incluso


"fundamentalista" o pomposamente autodenominado "bíblico", el divorcio sin
motivo escritural (y por tanto adulterio si se vuelven a casar) es tan común que
tienen cauterizada la conciencia y lo toleran como si nada. Es lo que creo que ha
pasado en el caso que ponía como ejemplo al principio.

Cuando Jesús habla de que lo que Dios ha unido no lo "separe" el hombre, se


refiere claramente al divorcio. Veámoslo:

"Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al


hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No
habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por
esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una
sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios
juntó, no lo separe el hombre" (Mateo 19:3-6)

La persona de la que hablo arriba alega que como un tribunal civil le concedió el
divorcio, entonces tiene derecho a "casarse" nuevamente. Los tribunales civiles
terminarán permitiendo que uno se case con su mascota. Esos mismos tribunales
permiten el matrimonio entre homosexuales. Los tribunales civiles no son Dios.

Todo son excusas para aceptar el adulterio:

"El proceder de la mujer adúltera es así: Come, y limpia su boca y dice: No he


hecho maldad" (Prov. 30:20)

Ante los ojos de Dios una unión de una persona divorciada sin que haya sido por
causa de fornicación del cónyuge, está cometiendo fornicación, adulterio, y
haciendo que el (o la) que se ha casado con él (o ella) fornique y adultere: "...y el
que se casa con la repudiada, comete adulterio...".

Sólo hay un camino para el divorciado vuelto a casar (salvo causa de fornicación):
El arrepentimiento genuíno: Dejar esa relación adúltera.

Sólo hay un camino para la iglesia y la cristiandad con gente que diciéndose
cristiana persevera en su fornicación y adulterio: Separarse de ellos, y ni aún
comer con ellos. Romper todo contacto con ellos hasta que se arrepientan (no de
palabra, sino de acto) y entonces sí volverles a recibir como hermanos que por un
tiempo se apartaron.

El divorcio siempre es un caso triste y dificil. Lo que escribo es para traer cruda
luz sobre este tema. Sé que hay situaciones muy, muy complejas que se deben
estudiar con cuidado, pero la realidad de lo escrito negro sobre blanco por los
apóstoles del Señor Jesús, es esta.

El divorcio salvo por causa de fornicación, y el consecuente adulterio, es una de las


cosas más serias y destructivas que asolan la iglesia. Un pecado de una extrema
gravedad y por lo que veo ciertas iglesias que cuelan el mosquito en estupideces,
dejan pasar el camello del divorcio y el adulterio.

No debemos juzgar los corazones ni las intenciones de la gente QUE SOLO DIOS
CONOCE. Yo no lo hago. Sí podemos (y debemos) juzgar a la luz de la Biblia
acciones y actitudes como la de este caso y la de las iglesias y hermanos que los
acogen en su seno como si nada hubiera pasado.

Divorcio y segundas nupcias en la Biblia


Dios creó el matrimonio y ha diseñado leyes espirituales que gobiernan el
matrimonio, el divorcio y las segundas nupcias. ¿Qué nos dice la Biblia?

El matrimonio le fue dado a la humanidad desde la creación. El matrimonio es una


unión natural y una institución divina —un pacto para toda la vida, espiritual, delante de
Dios.

Los cristianos no están obligados a casarse, pero cuando ellos lo hacen, están ligados
por las leyes espirituales de Dios que gobiernan el matrimonio. Estas leyes e
instrucciones también legislan la disolución del matrimonio, que desafortunadamente
ocurre con demasiada frecuencia. El divorcio y las segundas nupcias para los cristianos
deben ser analizados a la luz de las directrices bíblicas.

Principios bíblicos

El matrimonio fue diseñado por Dios. Trasciende el plano humano y es un reflejo de la


relación que Jesucristo tiene con la Iglesia (Efesios 5:22-23).

En el momento de la creación, Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré
ayuda idónea para él” (Génesis 2:18). La instrucción bíblica es: “Por lo tanto, dejará el
hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (v. 24).

Malaquías 2:13-16 confirma que Dios pretendía que la relación matrimonial fuera un
pacto de por vida: “Y esta otra vez haréis cubrir el altar del Eterno de lágrimas, de
llanto, y de clamor; así que no miraré más a la ofrenda, para aceptarla con gusto de
vuestro mano. Mas diréis: ¿Por qué? Porque el Eterno ha atestiguado entre ti y la mujer
de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu
pacto. ¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque
buscaba una descendencia para Dios. Guardas, pues, en vuestro espíritu, y no seáis
desleales para con la mujer de vuestra juventud. Porque el Eterno Dios de Israel ha
dicho que él aborrece el repudio, y al que cubre de iniquidad su vestido, dijo el Eterno
de los ejércitos. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales”.

Dios dice claramente que Él aborrece el divorcio. No debemos suponer que Él ahora
tiene un sentir diferente al que tenía en la época de Malaquías.

Jesucristo lo confirmó cuando le preguntaron si era permitido el divorcio en cualquier


circunstancia. Él puso la pregunta en contexto al preguntarles: “¿No habéis leído que el
que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará
padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne?” (Mateo 19:5).
Luego, él declaró: “Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que
Dios juntó, no lo separe el hombre” (v. 6).

El pacto matrimonial es un acuerdo para unirse (“juntó”) sin ninguna intención de


disolver alguna vez la relación. Cristo dijo claramente en Mateo 19:3-6 que el
matrimonio es un compromiso para toda la vida.

El hombre y la mujer que contraen matrimonio deben entender que además del pacto
que se hace en el bautismo, el matrimonio es uno de los pasos más trascendentales que
van a dar en su vida. Dios ordena a los esposos a sustentar y cuidar a sus esposas
(Efesios 5:29). Él sencillamente odia el divorcio. Idealmente, la opción del divorcio y
segundas nupcias nunca debiera ser considerada. Y como leímos en Malaquías, el
matrimonio sin divorcio es la clave para criar hijos para Dios.

Todos los matrimonios tienen desacuerdos; sin embargo, las parejas necesitan aprender
cómo resolver sus diferencias de una manera respetuosa. Con demasiada frecuencia, las
parejas simplemente escogen la vía más fácil del divorcio y se casan con otra persona
pensando que esto es lo mejor para la felicidad.

Pero el divorcio y el volverse a casar con otra persona podrían ser espiritualmente
fatales, ya que este acto es, en todas las circunstancias y con pocas excepciones,
considerado un adulterio. Como lo explica Lucas 16:18: “Todo el que repudia a su
mujer, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido,
adultera”.

Permiso para divorciarse

Aunque Dios pretendía que los matrimonios fueran para toda la vida, Cristo entendió
que el divorcio y las segundas nupcias iban a ocurrir. El propósito de Dios escasamente
es la costumbre del hombre. La humanidad, apartada de Dios, ignora a Dios y a sus
instrucciones. Dios permitió que en el Antiguo Pacto se hicieran juicios con respecto al
matrimonio, el divorcio y las segundas nupcias. En Deuteronomio 24:1 encontramos
que Moisés permitió el divorcio en ciertos casos:

“Cuando alguno tomare mujer, y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado
en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su
mano, y la despedirá de su casa”.

En Mateo 19 leemos lo que Dios quería con el matrimonio y porque permitió esta
situación. “Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y
repudiarla? El les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a
vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a
su mujer, salvo por causa de fornicación y se casa con otra, adultera; y el que se casa
con la repudiada adultera” (vv. 7-9).

Dios quería que el matrimonio fuera para toda la vida. La razón por la que esto no
sucede es que los hombres y las mujeres tienen “dureza” de corazón. Sin el Espíritu de
Dios, los hombres y mujeres sencillamente no tienen un corazón que tema a Dios y
guarde sus mandamientos, ni tienen un corazón con la misericordia para perdonar a los
pecadores arrepentidos, aun cuando el pecador sea el mismo cónyuge de uno.

El propósito de Dios siempre ha sido que el matrimonio sea para toda la vida. Sin
embargo el Nuevo Testamento menciona circunstancias en las que el matrimonio no es
reconocido o se disuelve (Mateo 19:9; Mateo 5:31-32). Bajo tales circunstancias, la
anulación y nuevo casamiento o el divorcio y las segundas nupcias son permitidos sin
transgredir la ley de Dios. Estas circunstancias pueden ser resumidas como inmoralidad
sexual y engaño.

Matrimonio y conversión

Los seres humanos tomamos malas decisiones, con frecuencia con serias consecuencias
y gran impacto en nuestra vida. Dios, en su misericordia ha provisto la forma de
resolver de una forma aceptable y satisfactoria los pecados del hombre, por medio del
sacrificio de Jesucristo. Cuando uno se convierte en creyente, sus hijos y cónyuge
inconverso (si el cónyuge consiente en vivir con el creyente), son santificados —esto es,
santos y especiales a los ojos de Dios (1 Corintios 7:14).

El bautismo, precedido por el arrepentimiento, trae perdón y libera a los creyentes de los
pecados pasados. Ya no están ligados nunca más a los pecados pasados en el
matrimonio como tampoco lo están a sus otros pecados (Romanos 6:1-7. El bautismo
representa la muerte del viejo hombre; por lo tanto, Pablo declara: “Porque el que ha
muerto, ha sido justificado del pecado” (v. 7). Entonces aquellos que se han divorciado
y se han vuelto a casar antes del bautismo no tienen que dejar su cónyuge actual. Ni los
que están solteros porque el divorcio los vincula con el cónyuge anterior. Si ellos
deciden volverse a casar, no están quebrantando la ley.

El bautismo marca un nuevo comienzo. Los nuevos convertidos tienen un nuevo


comienzo gracias a Dios quien “Según su grande misericordia nos hizo renacer para una
esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 Pedro 1:3). Los
pecados pasados son perdonados. Por lo tanto, una persona recién convertida es
aceptada con su estatus marital actual —o vuelto a casar o soltero como resultado del
divorcio.

Si muere el cónyuge de la persona convertida, quien sobrevive no está obligado a


volverse a casar. Pero si un cristiano quiere casarse, debería hacerlo con alguien que sea
miembro del cuerpo de Cristo (1 Corintios 7:39-40).

Cuadro espiritual y consejería personal

El matrimonio es el reflejo del Reino de Dios. Si bien el matrimonio es un pacto


temporal hasta que se termina con la muerte, tiene una gran importancia porque está
diseñado para representar la relación eterna entre Cristo y la Iglesia. Toda la humanidad
eventualmente será “descendencia para Dios”, morando para siempre en la familia de
Dios.

Tristemente, debido a la dureza del corazón o a las grandes cicatrices del pecado, habrá
matrimonios que no sobrevivirán. Sin embargo, hablando en términos generales, el
divorcio debería ser el último recurso.
Cuando las parejas tienen problemas matrimoniales, el ministerio de la Iglesia de Dios,
una Asociación Mundial, está dispuesto a ayudarlos a aplicar los principios bíblicos
para salvar sus matrimonios. Si desea saber más al respecto, vea los artículos
“Problemas matrimoniales” y “Cómo salvar su matrimonio”.

Si usted y su cónyuge están comprometidos a aprender y practicar las instrucciones con


respecto al matrimonio, ¡hay muchas probabilidades de que su matrimonio pueda
sobrevivir y prosperar!

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